Preparada - María Bosser - E-Book

Preparada E-Book

María Bosser

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Beschreibung

En el verano de 2016, tras regresar de unas vacaciones especialmente plácidas en México, María recibe un diagnóstico inesperado, incomprensible, como llegado desde otro mundo: una forma rara de cáncer que, en su caso, se combinaba con una aún más rara alteración genética. Hay pocos casos registrados, y nada más: incertidumbre, tratamientos experimentales, casi ninguna promesa. ¿Qué significa la muerte cuando recibimos una noticia así? ¿Qué significa estar preparados cuando la vida es todo lo que conocemos? Este es el momento en que María Bosser nos ofrece su magistral e inolvidable forma de entender aquello que parece una obviedad y muchas veces no apreciamos: la vida que vivimos, las vidas que nos prestan los demás y lo que hacemos con ellas. María nos cuenta la historia de su matrimonio, la historia de su profesión como florista y, mientras todo esto sigue adelante, la extraña aventura de entrar y salir del hospital para hacerse pruebas y robarle un pellizco de tiempo a la eternidad. Despojada de sentimentalismos, sin una pizca de autocompasión, María Bosser comparte con nosotros este relato crudo pero, curiosamente, lleno de vitalidad, y lo hace con dulzura, sabiduría y claridad. Porque esta es la historia de alguien que no solo está Preparada para lo que vendrá, sino la de quien siempre ha estado Preparada para vivir.

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Preparada

Cómo afrontar, con serenidad, una vida sin perspectiva

María Bosser

Prólogo de Eva Millet

Primera edición en esta colección: mayo de 2024

© María Bosser, 2024

© del prólogo, Eva Millet, 2024

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2024

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-10079-82-3

Diseño de cubierta: Sara Miguelena

Realización de cubierta y fotocomposición: Grafime

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

Prólogo, de Eva MilletI. DiagnósticoII. El hospitalIII. Convivir con la enfermedadIV. HoustonV. Barcelona, 2021 – actualidadEpílogo. FuturoAgradecimientos

Prólogo

Conocí bien a María Bosser en nuestro último año de escuela. Quiero recalcar que la conocí bien porque hasta ese entonces la conocía solo de vista, de «hola y adiós», de cruzarnos por los pasillos del colegio y encontrarnos en la cola del comedor, poco más.

Entre nosotras existía ese abismo insalvable de antaño en la que una iba al A y la otra, al C. Las diferentes clases, esas divisiones tempranas e inamovibles de la infancia, nos mantuvieron distanciadas durante la primaria y la secundaria.

Sin embargo, en el último curso —entonces Curso de Orientación Universitaria (COU)—, las cosas cambiaron: en nuestra escuela hubo una desbandada a otros centros (en los que, supuestamente, «te preparaban mejor» para la evaluación de la selectividad), y mi adorado grupo de amigas se marchó, en masa, a otro colegio.

Me quedé sola, fané y descangayada, como dice la canción de Gardel. Mi desazón se debía, en parte, a que había pasado unos años complicados que incluyeron la relación con un novio tóxico que boicoteó mi vida social. Afortunadamente, me había desembarazado de él semanas antes de empezar el curso. Así que, por un lado, me sentía fuerte e ilusionada. Pero, por otro, estaba aterrorizada.

Pero allí estaba María, en mi misma clase, al rescate. Alta, esbelta y sonriente con esa entereza y ese equilibrio que entonces ya poseía. Solo había que estar con ella unos minutos para entender que era cien veces más madura que el resto de nosotros y que derrochaba empatía, un concepto que en ese entonces no sabíamos muy bien qué significaba. María tuvo esa empatía conmigo desde el minuto uno; ella no se acuerda, pero yo sí. Durante aquel curso crucial, fue mi pilar en la escuela. Nos convertimos en amigas y viví de primera mano su generosidad y sensibilidad.

Nunca olvidaré el pastel, salpicado de fresones relucientes, con el que me recibieron por sorpresa en su casa el día que cumplí los dieciocho años. Fue una fiesta extra e inesperada, en la que María, su madre, algunos de sus numerosos hermanos y nuestras amigas en común, Paula y Herminia, me cantaron el Happy Birthday. Sospecho que ninguna se acuerda de aquel momento, pero para mí fue importante: lo conservo como una memoria preciosa. Esos recuerdos que, como escribe María, se convierten en pequeños tesoros, indispensables para tirar adelante en la vida cuando las cosas se ponen difíciles.

Acabó el curso, ambas aprobamos la evaluación de la selectividad, empezamos a estudiar nuestras respectivas carreras y nuestras vidas divergieron. Supe que María se casó con Joan, del que ya estaba enamorada en el COU. También supe que primero se dedicó a la moda y, más tarde, a las flores. No me sorprendió: recuerdo su habilidad en las clases de plástica y el pastel artesanal de cumpleaños que cocinó, rojo y perfecto. Me enteré de su ir y venir por el mundo y que era madre de dos hijos. Yo también iba y venía, y también tuve dos hijos, pero ambas vivimos en realidades muy distantes durante años.

Sin embargo, cuando nos reencontramos, ya en Barcelona, tardamos exactamente dos segundos y medio en conectar de nuevo. Pese a los estragos que puede causar una enfermedad como la suya, María seguía siendo la amiga llena de luz de décadas atrás: una mujer serena, madura y, a la vez, divertida. Tenía mucho sentido del humor y era la bailarina más animada en las fiestas.

Cuando me pidió ayudarla a ordenar sus memorias, escritas a trompicones durante estos casi ocho años de enfermedad, no dudé ni un instante. Para mí, ha sido un privilegio poder estar con ella, compartir cafés con leche, reuniones de Zoom, risas, conversaciones y confidencias.

En estas sesiones, la he conocido aún mejor. Me sigue asombrando la calma que transmite, pese a lo mal que lo ha tenido que pasar y al tiempo dedicado a ir al hospital desde 2016 (en promedio, ha ido uno de cada tres días en estos últimos ocho años). También me admira esa domesticidad, ese sentido práctico que ha aplicado a la hora de encarar su enfermedad. Solo una mujer como María Bosser es capaz de escuchar un diagnóstico tan aterrador como el que recibió en julio de 2016, esperar una semana entera hasta revelarlo y, entretanto, alternar el shock de una noticia así con la vida cotidiana: las compras en el supermercado, la tortilla de patatas para sus hijos y sus amigos (que le salió buenísima), subir a la Costa Brava y preparar la casa para el verano.

Detrás de este sentido práctico y esta ausencia de dramas, hay un factor clave: su espiritualidad. María es creyente, lo que en situaciones como la suya puede considerarse una suerte, aunque ella despacha esto último con un contundente: «Creo en Dios, pero no le pido que me cure». Ha sido educada en la religión católica, aunque la suya es una fe ecuménica. Cree en Dios tanto como cree en la escultura de Jaume Plensa que la recibe cuando llega al Hospital Clínic, cree en el efecto terapéutico y espiritual de nadar en el mar, pasear por el bosque resplandeciente de rocío y confiar en la bondad de las personas, aunque sean extraños.

Ya antes de llevar a cabo este proyecto, al leer sus textos de Instagram y coincidir con ella en un par de ocasiones (con enormes muestras de alegría por mi parte), entendí que María había trascendido. Que, tras estos años de enfermedad y de sufrimiento (aunque ella evite esta palabra), había llegado a otra dimensión. Los católicos la llaman santidad. Los hinduistas, nirvana. Yo soy agnóstica, así que no puedo explayarme más, pero sí puedo decirles que su presencia proporciona paz a toneladas. No me sorprende que triunfe en el Clínic, donde ejerce de voluntaria, entre tratamientos y analíticas.

María, como asegura sin pestañear, está preparada para lo que tenga que venir. Pero, en este largo y tortuoso camino, no ha arrojado a la cuneta sus ganas de diversión y de disfrutar de la vida, le quede lo que le quede. Si a esta actitud le sumamos una energía inaudita, tenemos escenas como esta: en uno de nuestros encuentros, cuando le pregunté sobre su fin de semana, me contó que fue a pasear con Joan, su marido, por la avenida Portal de l’Àngel, la calle más comercial y concurrida de Barcelona. Se maravilló ante la actuación de una banda de jazz callejera y, ni corta ni perezosa, se lanzó a bailar. Me mostró el video: lleva un chaquetón y un gorro blanco, calado hasta las orejas, y baila. Baila feliz, como si no hubiera un mañana.

EVA MILLET

I.Diagnóstico

Ciudad de México. Verano de 2016

Combino la cantidad de trabajo con días llenos de actividades lúdicas. Marc, mi hijo mayor, viene a trabajar dos meses a Ciudad de México y organizamos más cosas de lo habitual. Soy florista y en mi taller me encuentro ultimando los detalles de una boda.

Un día antes de irnos de vacaciones, a mediados de junio, me hago un chequeo. Joan, mi marido, trabaja en una multinacional y las revisiones anuales son parte del seguro médico de la empresa. Hago las pruebas rutinarias sin pensar demasiado, solo tengo una ilusión: al día siguiente nos vamos a La Paz, la capital del estado de Baja California. Unos amigos nos habían propuesto apuntarnos a una travesía en goleta por el mar de Cortés, y ahí estábamos.

Fueron cuatro días sin apenas wifi, navegando por un mar plácido, sin gente, divisando esos paisajes tan únicos. La tierra blanca, las montañas rojizas, los cactus gigantes, y unas aguas cristalinas, de las que emergían rayas aleteando para desovar y en las que podías ver, desde islotes con leones marinos, a peces globo meciéndose cerca de la orilla.

Nunca había podido estar tan cerca de la brisa, de la noche, de la luna, de esos amaneceres en los que cada uno se organiza en plena libertad. Sintiendo la fuerza de la naturaleza, con esos colores y sombras, esos dibujos imposibles, respiré como nunca y disfruté del grupo y de Joan, al que vi como hacía años que no veía.

Nadábamos hacia la costa cada día, y una noche bailamos viendo las estrellas en un mar donde nada se movía. Yo pensaba que estaba en plena forma, pero me cansaba y no sabía por qué. De todos modos, siempre conseguía llegar a la playa.

Regresamos de Baja California y preparé todo para la visita anual a España. El jueves 15 de julio, justo un día antes de volar con mis hijos a Barcelona, decidí ir a buscar los resultados del chequeo.

Después de una hora revisando con la doctora unos datos en los que «no había nada especial que comunicar», hay una última frase en la que me comenta la existencia de «unas células aisladas» que hay que revisar. Le digo que lo veremos a mi vuelta, pero ella me aconseja que es mejor que lo revise en el lugar a donde vaya. Cuando le pregunto el porqué de la urgencia, me reconoce que se han equivocado al no avisarme antes y que lleve los resultados a un médico en cuanto llegue a España.

Me quedo relativamente preocupada. Me acuerdo de la gran cantidad de atún crudo que había comido últimamente, algo nuevo en mi dieta. Quizá, pensé, ese alimento había alterado mi sistema.

Preparé la maleta. Al día siguiente, llegamos al aeropuerto con más tiempo de lo previsto y, desde allí, mandé los análisis al hospital donde mi padre había fallecido dos años antes. Me citaron para el lunes siguiente.

Llegamos a España un sábado. Mis hijos habían quedado con amigos para ir a uno de esos conciertos multitudinarios del verano. Yo me dispongo a organizar el fin de semana y mi hermana me deja su coche. Le comento lo mal que funciona, que se me cala cada dos por tres, pero luego descubro que no era el coche: eran mis pies, que estaban completamente amoratados. No sabía que casi no tenía plaquetas y ya no coordinaba.

El lunes voy al médico, en el Hospital Quirón de Barcelona. Voy sola. Me diagnostican una leucemia aguda mieloide: un tipo de cáncer que provoca que la médula ósea produzca grandes cantidades de células sanguíneas anormales. No solo eso: hay también una alteración de tres cromosomas. Es una enfermedad rara. Más tarde, me informan que en el mundo no había ni cien casos registrados y que, además, no son iguales entre sí.

No saben qué va a pasar, me dicen los médicos. Debo ingresar de inmediato en el hospital. Pese a su insistencia, consigo negociar con ellos los siguientes días para organizar mi vida y a los míos.