Pretexto para una historia de amor - Santiago Tripcevich - E-Book

Pretexto para una historia de amor E-Book

Santiago Tripcevich

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Beschreibung

Juan Domingo Furgiense invita, a quien guste y desee, a adentrarse en las entrañas del Club social y deportivo Remolcador Fierro. A través de su voz, intentará llevar al lector a lo más profundo posible. Dicho en otras palabras, que no son suyas pero que repite siempre: "De todo lo escrito, yo amo solo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre y te darás cuenta de que la sangre es espíritu".

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Tripcevich, Santiago Luis

Pretexto para una historia de amor / Santiago Luis Tripcevich. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2021.

92 p. ; 21 x 14 cm.

ISBN 978-987-708-884-7

1. Historia Regional. 2. Deportes. 3. Clubes. I. Título.

CDD 796.0982

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2021. Tripcevich, Santiago Luis

© 2021. Tinta Libre Ediciones

A mis viejos, que me dieron todo lo que estuvo a su alcance; y para lo que no estuvo a su alcance, me dieron el coraje para conseguirlo.

“Lo que más me hubiese gustado es verte la cara mientras Patricia daba el discurso, buscar tu flequillo entre todas las cabezas que miraban para el escenario y sorprenderte los ojos. ¡La sorpresa al verme parado entre la comisión! Después teníamos tiempo para saludarnos y charlar, porque ya me habías visto. Ay, Dió’, Dió’”(Ay, Dios mío, Dios mío).

Quien suscribe, Juan Domingo Furgiense, hijo de maestra y carpintero.

Pretexto para una historia de amorClub social y deportivo Remolcador Fierro

Santiago Luis Tripcevich

Consideraciones primeras

Desde el baño –de azulejos celestes como el vestuario de una fábrica–, mientras meaba, le conté a Fernando qué pasó ayer: salí de casa con un tango de los hermanos Expósito en la cabeza –que, al pasar por el jardín de jazmines de doña Elsa, no pude evitar silbar–, y así llegué a la puerta del club: Después, qué importa del después / toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasado.

Al entrar, me crucé con Carolina en portería. “Escúchame, nena: ¿Hay alguien más?”, pregunté. No se sacó los auriculares de las orejas y me contestó que su mamá estaba en el bufete.

En una mesa, pegada a la ventana que da al gimnasio —la del medio, la que da a la columna del aro de básquet—, Patricia escribía y hacía cuentas en un cuaderno. Nos saludamos de forma afectuosa.

—¿Qué hace, vieja loca?

—¿Qué dice, viejo boludón?

Pero, pese al saludo cómplice y a que me senté en su mesa, perdí la vista en el gimnasio; en los balcones laterales con sus guirnaldas todavía colgando; en las líneas laterales de la cancha tan pegadas a las tribunas, donde más de uno se dio un golpazo. De a poco, llené el lugar de personas y objetos: puse en el fondo a Jorge junto a la parrilla-tambor, armé el escenario y, sobre él, monté a Raúl, el presentador de las fiestas del club en los 90. Seguí así hasta completar una película que no corresponde a ningún tiempo en particular. Por ejemplo, Jorge, como parrillero, no compartió fiestas con Raúl, ya que la comisión de los 90 había prohibido toda venta de comida que no sea realizada por el concesionario del buffet. Jorge, Raúl y también Mirtha –que bailaba cumbia en la primera tarima de la tribuna– se movían y hablaban con mi voz; era yo por ellos.

Pensé contárselo a Patricia, pero ella, que seguía con las cuentas para saber si la fiesta le había dejado algo al club, me interrumpió:

—Viejo, si sigue buscándole la vuelta, le va a pasar como a Vergüenza, que se la pasa haciendo círculos para morderse la cola. —Cerró el cuaderno y empezó a juntar las cosas. Desde la puerta, yéndose, dijo: —Juan, cámbieme esa cara de orto... Acuérdese que me prometió y juró que me iba a ayudar a que nos quede un buen recuerdo de todo lo lindo que hicimos en el club. No se olvide que me dio su palabra. ¿Se acuerda lo feliz que estuvo con nosotros en el escenario? Parecía un nene con chiche nuevo. Déjese de hinchar los huevos con tanto pensar, que mañana tiene que ser otra hermosa jornada.

Por mi parte, hice silencio. No es que no estuviera de acuerdo, pero me callé y me quedé a pasar la noche en el club. Subí al cuartito y prendí la radio, sonaba un tango:

Las calles y las lunas suburbanas, y mi amor en tu ventana,todo ha muerto, ya lo sé...

Cuando salí del baño, Fernando llevaba tres sillas para el gimnasio mientras tarareaba una canción. Vergüenza, al que saludé como es debido, estaba echado en el medio del bufete. “¿Qué hacés, Vergüenza? Perro viejo y peludo nomá’”, le dije.

Memoria

Los carnavales no se festejaban en el Remolcador Fierro desde el 98. A Ramón, en el 2001, para comprar las camisetas que le faltaban, se le ocurrió volver a festejarlos.

Convenció a las mujeres del club un sábado después de dirigir al equipo de baby-futbol. A Mirtha le dijo que le iba a venir bien al bufete; a Patricia le comentó: “Sé que las meto y nos metemos en un quilombo, pero a los pibes les vendría bien jugar. Además, Pato, capaz tu vieja se puede cantar un tango como cuando éramos pibes y pasábamos el rato”. En cuanto a Esther, estaba más complicada porque tenía al hijo en la toma de la fábrica donde trabajaba.

Cinco días después se puso, en la pizarra de corcho de la entrada, la cartulina que anunciaba:

El lunes 26 de febrero el Remolcador Fierro festeja los carnavales. Música en vivo y tablón popular. Se juntarán fondos para el equipo de fútbol. 20:00 h. ¡No faltes!

Para el tablón popular estaba el bufete. La gente podía elegir entre consumir lo que había en la parrilla-tambor que armó Alejandro, el hijo de Esther, o traerse lo suyo.

Juntar fondos no fue necesario. Dos socios donaron las camisetas: Luis y Osvaldo, socios del club y socios ellos, que tenían una prepaga juntos. Compraron, en Liniers, ocho camisetas tricolores —provistas de bastones verticales blancos, verdes y rojos— y dos azules para los arqueros. A las diez les estamparon el nombre de su empresa en el pecho.

Doña Elsa se encargó de la música en vivo. Enferma de cáncer, interpretó Sur, de Homero Manzi.

Se puede ver y escuchar a doña Elsa cantar. Existe un VHS. Empieza con ella en el escenario con la voz quebrada, agradeciendo a Luis y a Osvaldo: “A estos dos, que eran unos mocosos y ya se los veía correr por acá, de un lado para el otro, jugando a la escondida con Patri y los otros chicos, mientras los grandes trabajamos para que el club estuviera lindo y ellos lo pudieran disfrutar. Les digo gracias de corazón por el gesto que han tenido con este lugar que amo tanto y que es parte de mi vida”.

En la grabación, al principio del tango, la pista no se escucha bien porque se oyen murmullos, pero el sonido se acomoda ni bien termina la primera estrofa. No vuela una mosca. Cuando está por llegar el final, doña Elsa suelta el pañuelo blanco que sostiene en el puño y arremete con toda la voz, que es una locomotora: “Nostalgias de las cosas que han pasado / arena que la vida se llevó / pesadumbre del barrio que ha cambiado / y amargura del sueño que murió”.

La videocasete termina con ella dándonos la noticia de su enfermedad.

En el 2002 no hicimos nada; el diez de febrero falleció doña Elsa.

En el 2003, para los carnavales, hubo un partido de fútbol contra el otro club del barrio, Sociedad De Fomento “El Progreso”. El motivo fue el estreno de la cancha Elsa María Perugini. Donde antes había dos canchas de paddle, se construyó una de baby-futbol. Luis y Osvaldo colaboraron con fondos a cambio de pintar el nombre de su negocio en alguna pared: “Minimercado: La Despensa”

Hubo un acto de inauguración que condujo Ramón, así que les pidió a Patricia y a la hija que subieran al escenario. Carolina llevaba en las manos la plaqueta que le había hecho a la abuela. Era de cemento y tenía pedazos de azulejos que daban inscripción al nombre completo de doña Elsa y a la frase “socia fundadora”.

Ramón, al referirse a ella, dijo que seguro estaría muy contenta de que un espacio del club tenga su nombre. Estaría igual de feliz que cuando los chicos en el 2001, ¡con camisetas nuevas!, le dedicaron el campeonato.

Después, llamó a los equipos para que subieran al escenario y presentarlos. El tercer pibe nuestro que subió se mandó tocando el redoblante. El hijo de Esther, Alejandro, desde la parrilla gritó: “¡Aguante el Fierro!”. El papá de uno de los chicos dijo algo como: “¡Vamos el Fierro!”. Se desató un griterío que derivó en un canto:

Yo soy del Fierro, no puedo parar.

En diciembre se festejó fin de año en el Progreso y nos invitaron a jugar. En el 2004 volvimos a disputar un partido.

Durante el 2005 formamos una nueva Comisión Directiva para que la Municipalidad done dieciocho reflectores al club. El sábado quince de enero nos reunimos, en el bufete, Osvaldo, Luis, Mirtha, Esther, Ramón y yo. Patricia faltó porque estaba en la Costa.

Osvaldo, que llevó todo el teje y maneje con la Municipalidad, organizó en colaboración con Mirtha, que nos avisó a los demás y preparó las pizzas. Me acuerdo que, mientras cenábamos, estaba la televisión de fondo; era el programa de noticias que explicaba una moratoria jubilatoria. Mirtha quería prestar atención, pero también estaban Luis y Osvaldo, quienes comentaban resultados posibles para el Quilmes vs Lanús del domingo. Era un verdadero despelote hasta que Esther nos llamó la atención y se dirigió a Ramón, pero, en realidad, nos habló a todos:

—Disculpe, Ramón —dijo para abrirse paso—, pero yo mañana tengo que trabajar. Me levanto temprano para tomar La Costera...

En la última comisión registrada, la presidenta era doña Elsa y su mandato concluía el 31 de marzo del 2002. Por ese caso, inscribimos una nueva, con duración hasta el 31 de marzo del 2005, constituida por:

Presidente: Juan Domingo Furgiense.Vicepresidenta: María Esther Martínez.Tesorero: Luis De Lorenzo.

Los reflectores se estrenaron para los carnavales, en otro partido contra El Progreso. Por mi posición de presidente, era el encargado de llevar la ceremonia, pero no fue el caso. Ramón quería ganar. Según él, si los árbitros lo veían con el intendente, había más chances de lograrlo. “Viejito, dejame a mí que a vos te da vergüenza. Yo soy de la escuela del Doctor”, me dijo.

El domingo seis de febrero, a las once de la mañana, dejó a los pibes con Alejandro para que se preparen y fue a recibir al intendente. A las once y cuarto lo tenía en el bufete, junto al árbitro y al planillero, desayunando un sánguche de jamón crudo, queso y manteca.

Comentaba Ramón que, en veinte minutos, le relató el historial desde el 2003 contra El Progreso. Pudo explicarle que, ese año, la mayoría de los pibes cumplían dieciocho y quedaban fuera de categoría en los torneos juveniles bonaerenses, donde se daban los cruces oficiales con El Progreso