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¡Que paren las rotativas! ¡El escándalo del hijo secreto! Los miembros del palacio de Santina no han querido comentar los rumores que afirman que al príncipe Rodrigo Anguiano lo ha dejado plantado su prometida, Sophia. Al parecer, el príncipe no se ha ido de Santina con las manos vacías, después de todo, sino que se ha llevado consigo una novia… reacia. La princesa Carlotta ha vivido lejos de los focos de la actualidad durante los últimos años y ahora ha acudido al palacio de Rodrigo para preparar sus próximas nupcias. Tal vez el príncipe debería buscar nuevos consejeros, porque está a punto de descubrir que su tímida prometida viene con un regalo inesperado.
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Seitenzahl: 215
Veröffentlichungsjahr: 2013
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Halequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
PRINCESA EN LAS SOMBRAS, Nº 6 - junio 2013
Título original: Princess from the Shadows
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3103-2
Editor responsable: Luis Pugni
Imágenes de cubierta:
Mujer: KONRADBAK/DREAMSTIME.COM
Fuegos artificiales: CRAFTEEPICS/DREAMSTIME.COM
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Para mis hijos, Aidric, Kian y Alani. Vosotros habéis inspirado gran parte de este libro. Gracias por mantenerme siempre alerta y por enseñarme todos los días a amar.
–¿Cómo que se ha ido? –el príncipe Rodrigo Anguiano miró a Eduardo, rey de Santina y su futuro suegro, y le pareció ver algo de sudor perlándole la frente.
El rey era conocido por ser un hombre duro e inflexible. Verle sudar resultaba inesperado. Y también interesante.
El rey Eduardo se aclaró la garganta.
–Sophia se ha marchado. Se ha ido con un marajá.
Rodrigo sintió un pequeño tirón hacia arriba en las comisuras de los labios.
–¿Un marajá? Parece que para algunas mujeres un príncipe no es suficiente, buscan un título más exótico.
El rostro del rey Eduardo se ensombreció y las mejillas se le tiñeron de rojo.
–Lo ha hecho sin mi permiso.
–Supongo que, dado que mi prometida se ha fugado con un marajá, la boda se cancela, ¿no?
El rey se limitó a mirarle, y Rodrigo experimentó una sensación de alivio. Estaba preparado para la boda, pero lo cierto era que no le entusiasmaba la idea. Para él suponía una condena, aunque la mayoría de la gente se empeñara en casarse. No podía ignorar eternamente la cuestión del heredero, pero tal vez sí podría hacerlo durante un tiempo más. Sophia era muy guapa, una morena de belleza clásica. Pero eso tenía fecha de caducidad. Regresaría a San Cristóbal y lo celebraría con una rubia. O tal vez con una pelirroja. O quizá con las dos. No era que a él le fueran aquel tipo de cosas, pero llevaba seis meses de celibato para poder presentarse ante su futura esposa con la prueba médica de su buena salud. Y dado que no iba a haber boda, suponían solo seis meses de tortura.
–¿Padre?
Rodrigo se giró. Siempre tenía el oído agudizado para los tonos dulces y femeninos. Pero en esa ocasión, el tono no casaba con la imagen. Otra de las hijas de Eduardo estaba en la entrada. Tenía el cabello castaño y liso a la altura de la barbilla y un aspecto despreocupado y profesional, como su atuendo. Pantalones beige anchos, camisa blanca abrochada hasta el cuello y bailarinas metálicas. Parecía salida de las páginas de un catálogo de estilo desenfadado. Era alta, esbelta y de rostro agradable, aunque carente del maquillaje que estaba acostumbrado a ver en las mujeres.
–Lo siento –dijo la joven inclinando la cabeza–. No sabía que estabas ocupado –se giró para marcharse.
–Carlotta.
Ella se detuvo y volvió a darse la vuelta. Esa vez Rodrigo se fijó en lo verdes que eran sus ojos.
–¿Sí, padre?
–Quédate un momento. Te presento al príncipe Rodrigo Anguiano, el prometido de tu hermana Sophia.
Ella le miró con expresión neutra. Era una mujer distante y contenida y, sin embargo, Rodrigo percibía algo debajo. Algo que parecía decidida a no revelar.
–Encantado –dijo él sonriendo–. Aunque no sé si sigo siendo el prometido de Sophia, ya que se ha fugado con un marajá.
Carlotta parpadeó con sus grandes ojos verdes antes de mirar a su padre con preocupación. Parecía temerle o, al menos, se mostraba nerviosa con él. Rodrigo no le tenía ni un ápice de miedo. El rey no suponía ninguna amenaza para él. Era un león que rugía pero no atacaba. Él conocía al otro tipo, a los que no dudaban en desgarrarle a alguien la garganta. Por eso le resultaba difícil tomarse en serio a un hombre como Eduardo Santina.
Pero su hija no parecía pensar igual.
–No se ha fugado con el marajá… Con Ashok –afirmó Eduardo.
–No me importa que haya salido corriendo o volando en su avión privado. El resultado es el mismo. Estoy sin prometida y parece que nuestro acuerdo matrimonial está roto –afirmó Rodrigo.
Carlotta se revolvió, inquieta.
–¿Puedo irme ya?
–No –contestó su padre.
–A mí no me importa lo que hagas –le espetó Rodrigo, algo divertido con la situación. ¿Qué mujer adulta le pedía permiso a su padre para hacer algo? Estaba claro que su ex prometida, Sophia Santina, no tenía esa costumbre. Pero Carlotta Santina era otro cantar.
Carlotta entornó los ojos en dirección a él antes de volver a mirar a su padre.
–Tengo que llamar a Luca antes de…
–Eso puede esperar, Carlotta. Hazme el favor –le ordenó su padre sin disimular la tensión.
Carlotta pareció encogerse y Rodrigo sintió náuseas. Cómo odiaba a los hombres así, a los hombres que utilizaban su fuerza y su poder sobre los demás de aquel modo. Sobre sus propios hijos.
–Lo cierto es que ya he terminado aquí –afirmó–. Si no tienes una novia para mí, no hay razón para que me quede.
–Dime, Rodrigo, ¿sentías algo por Sophia?
–Ya sabes que no. Ni siquiera la conocía. No te insultaré fingiendo otra cosa.
–Entonces ¿era su apellido lo que necesitabas?
No podía importarle menos con quien se casara, siempre y cuando pudiera darle herederos y saludar con gesto contenido desde el balcón.
–Sabes que sí.
–Entonces tengo una novia para ti –Eduardo dirigió los oscuros ojos hacia Carlotta–. Puedes quedarte con Carlotta.
Carlotta parpadeó varias veces y apartó la vista de Rodrigo para mirar a su padre. Estaba segura de que había oído mal, porque le había parecido que su padre la entregaba. Como si fuera un objeto, un regalo de despedida para el príncipe que había venido de visita. Aunque no debería sorprenderle, porque para su padre, ella ya había perdido todo su valor.
Apartó de sí aquel pensamiento y continuó mirando fijamente al rey. El silencio se alargó hasta convertirse en algo opresivo.
Finalmente Rodrigo se rio con aspereza.
–¿Un cambio?
–Una manera de mantener nuestro trato, príncipe Rodrigo.
Carlotta sacudió la cabeza y cerró la boca. No se había dado cuenta de que la tenía abierta.
Se había quedado de piedra cuando su hermana, la dulce Sophia, salió huyendo de su matrimonio concertado con Rodrigo, sobre todo porque era muy importante para Santina forjar una alianza con San Cristóbal. Pero nunca pensó que se vería arrastrada a la debacle. Y menos hasta aquel punto.
Rodrigo la miró con rechazo.
–No tengo ningún interés en casarme con una mujer que casi se desmaya ante la idea de convertirse en mi esposa. Estoy seguro de que podré encontrar a alguien a quien mi mera presencia no le resulte ofensiva. No hay acuerdo, Eduardo.
Se di la vuelta y salió de la habitación, dejando a Carlotta a solas con su padre. Se hizo un nuevo silencio. Uno lleno de rabia combinada con desilusión que Carlotta podía sentir en el alma y que amenazaba con estrangularla.
Conocía aquella sensación. La había experimentado con anterioridad en aquella misma habitación.
Casi seis años atrás había estado allí, en el despacho de su padre. Con las rodillas temblorosas, los pies pegados a la alfombra y hecha un auténtico flan.
«Estoy embarazada».
Habían sido las dos palabras más aterradoras que había dicho en su vida. Y después de ellas tuvo lugar el silencio más terrible al que había tenido que enfrentarse.
Hasta ese momento.
–Padre, yo…
–Carlotta, después de todo lo que he hecho por ti –afirmó él con tono cargado de desilusión–, ¿no puedes hacer esto por mí, por tu país? Trajiste la vergüenza al pueblo de Santina y a tu familia.
–Yo… solo he venido para decirte que tengo que volver esta noche –no podía enfrentarse a las palabras de su padre. Le dolían demasiado–. Luca me necesita y… y entonces vas tú y me arrojas a un príncipe. ¡Una proposición matrimonial! –tragó saliva para tratar de contener el pánico que había empezado a crecer en su interior–. ¿Qué esperas de mí?
Su padre se miró las manos, que tenía cruzadas sobre el enorme y ordenado escritorio.
–Creí que entenderías lo importante que es esto. Confiaba en que sabrías cuál es tu deber después de todo lo que ha tenido que soportar nuestra familia recientemente en la prensa gracias a tu hermano. Después de la forma en que hicieron pública tu vergüenza.
Carlotta sintió cómo se ponía tensa y cómo le ardía el rostro por la ira. Luca no era una vergüenza y nunca lo sería, aunque la prensa estuviera decidida a lo contrario.
El bastardo de Santina, ese fue el titular más recurrente cuando Luca nació. Carlotta daba gracias a Dios de que no supieran la historia entera, de que no supieran ni la mitad de los pecados que era capaz de cometer cuando se dejaba llevar y perdía el control.
Y si no lo sabían era gracias a su padre.
Aquello hizo que se sintiera culpable. Justo a tiempo.
–Siempre he creído que eres capaz de hacer grandes cosas, Carlotta –aseguró el rey con tono ahora más suave–. Esta es tu oportunidad de demostrarme que estoy en lo cierto –alzó la vista para mirarla–. Eres mi hija más querida. Hice todo lo que estuvo en mi mano para protegerte, para evitar que la prensa averiguara los detalles que rodearon el nacimiento de Luca. ¿Es mucho lo que te pido ahora?
Carlotta sintió que se ahogaba con cada palabra que decía su padre. Una razón más para evitar Santina, a su familia, las obligaciones de ser princesa… La terrible y paralizadora culpa.
Una vez más sintió que volver a casa había sido un error. Ya no sabía cuál era su sitio. Se había mantenido en un segundo plano durante la glamurosa fiesta de anuncio de compromiso. No quería estar con su familia ni con la familia política de su hermano, los Jackson, que tenían un estilo tan despreocupado. En cierto modo les envidiaba. No tenían que preocuparse de la opinión de los demás. No parecía que hubiera nada que les preocupara.
Pero a ella sí.
Le resultaba más fácil estar en su casa, en la Costa amalfitana. Allí era solo Carlotta, la madre de Luca. Pero eso era un sueño. Un sueño en el que se había refugiado cuando se quedó embarazada y estaba sola y asustada, con el corazón roto y perseguida por la prensa.
Entonces era débil. Pero no podía permitirse ser débil. O se hacía fuerte o se venía abajo. Y venirse abajo no era una opción, por Luca. Tuvo que encontrar su fuerza interior, y lo consiguió rápidamente.
Y sin embargo, enfrentarse a su padre la devolvía a la niña que fue, la que quería complacerle a toda costa. La que quería hacer las cosas bien. Con todo lo que estaba pasando, la pública caída en desgracia de Sophia, la boda de Alex… Tal vez había llegado el momento de redimirse un poco. De ser la hija que su padre, al parecer, pensaba que podía ser todavía.
–¿En qué consiste exactamente tu acuerdo con… con el príncipe Rodrigo? –preguntó humedeciéndose los labios, repentinamente secos.
–Anguiano necesita un heredero –dijo Eduardo–. Su padre se está muriendo. Es como si ya estuviera muerto. Incapacitado y en un hospital. Es hora de que Rodrigo asuma el trono de San Cristóbal, y eso significa que necesita una esposa.
–¿Y eso qué supone para nosotros? Para Santina, quiero decir. Si… si voy a casarme con el príncipe Rodrigo tengo que saber qué vamos a ganar.
–¿No te imaginas lo que una alianza así traería, Carlotta? Programas educativos entre las dos naciones. Comercio. Un aliado importante que nos apoyaría en caso de conflicto. Y todo cementado por el matrimonio y los hijos. Tiene un valor incalculable.
–Gemas –dijo entonces Carlotta cayendo en la cuenta de pronto–. Tienen diamantes. Y también minas de rubíes junto con otros recursos naturales.
–Eso tampoco puede negarse. Es una nación rica. Y eso aumenta su valor. Sophia no ha cumplido con su deber. Pero confío en ti, Carlotta. Sé que harás lo que debes hacer.
¿Sería cierto eso? Había intentado hacer lo correcto durante casi toda su vida. Y exceptuando su gran error, siempre lo había hecho. Su objetivo en la vida había sido convertirse en la hija perfecta para sus padres. Pero no sabía si sería capaz de llegar tan lejos.
Cerró los ojos un instante y pensó en su casa de la playa. La tranquilidad. Su hijo corriendo por los pasillos con los brazos llenos de peluches que habían conocido mejores tiempos. Allí las cosas eran sencillas. No tenía que esforzarse por ser la Carlotta que se esperaba. La que en el fondo temía que nunca podría ser. Pero aunque hubiera dejado atrás la vida de palacio, no había dejado atrás el título. Ni sus obligaciones.
Eso formaba parte de ella, aunque quisiera ignorarlo.
Y luego estaba su padre, que nunca se había rendido con ella. Ni siquiera cuando lo decepcionó y arrastró el apellido Santina por el fango. Todas las crueldades que la prensa había dicho sobre la futura familia política de su hermano mayor, Alessandro, podían aplicarse a ella. Y así lo habían escrito los periódicos con grandes titulares.
Escandalosa. Inmoral.
Su familia, su padre, nunca le habían dicho aquellas palabras, pero Carlotta sabía que lo habían pensado. ¿Cómo iba a ser de otra manera? Ella también lo había pensado, peor todavía, sabía que era cierto. Una vida entera controlando con firmeza su naturaleza exuberante y apasionada para que, en momento de debilidad, todos sus esfuerzos se vieran reducidos a la nada. Había manchado el apellido de la familia y el pueblo la vio como una clara señal de la degeneración de la familia real.
La pregunta era hasta qué punto deseaba redimirse. ¿Tanto como para casarse con un completo desconocido, con el príncipe de un país en el que nunca había estado? El hombre al que estaba prometida su hermana… hasta que rompió el compromiso al huir con Ash en su avión privado.
Miró a su padre. Había envejecido en los últimos años. Ella no había estado allí para verlo. Se preguntó si, en parte, sería culpa suya. ¿Cuántas arrugas se deberían al sufrimiento provocado por sus transgresiones?
Al pensarlo le daban ganas de vomitar.
Pero ella podía arreglar las cosas, ser la hija que sus padres habían imaginado que sería. Resultaba casi vergonzoso desearlo tanto, que le importara tanto. Pero así era. Necesitaba mirar a su padre y ver algo más que desilusión en su mirada.
–¿Qué necesitas que haga?
Rodrigo se tumbó en la cama. Tenía los zapatos en el suelo, al lado de la corbata. El avión estaría preparado en seguida, y entonces saldría de la isla y dejaría atrás el pequeño melodrama en el que parecían vivir los Santina.
Él no perdía el tiempo con aquel tipo de cosas. Él vivía. No se arrepentía ni se preocupaba más allá del presente.
Llamaron suavemente a la puerta.
–¿Sí?
La puerta se abrió. Era la princesa Carlotta de Santina, vestida igual que antes y con los labios apretados.
–He pensado que deberíamos hablar.
–¿Ah, sí?
Ella asintió. El sol que se estaba poniendo se filtraba a través de la ventana, iluminándole el liso y brillante cabello.
–He pensado que ya que mi padre acaba de intentar utilizarme como sustituta de mi hermana, podríamos…
–Ese tema está zanjado para mí – no estaba de humor para broncas. ¿O querría disculparse?
–Para mí no –dijo Carlotta en un tono algo seco que le sorprendió–. Mi padre me ha explicado mejor la situación. Sabía que Sophia y tú estabais prometidos, pero no conocía los detalles. No vivo en Santina, y mi hermana no me ha hablado mucho de ti. No he sido realmente consciente de la importancia de toda esta historia hasta que se ha sabido que Sophia se ha escapado en el avión de Ash.
–Eso es porque apenas la conozco. Tu hermana no tenía por qué hablar de mí.
Carlotta se aclaró la garganta.
–Sí, bueno… Mi hermana se ha marchado. Y tú sigues necesitando una esposa.
–Necesitar es una palabra muy fuerte.
–¿La necesitas o no la necesitas? –insistió Carlotta.
–A la larga, sí. La verdad es que cuanto antes me case, mejor. Se avecina una época de transición para mi pueblo –pensó en las responsabilidades del peso de la corona. Le pesaba mucho sobre los hombros. Ya se había trasladado al palacio de San Cristóbal. Sentía que se iba a ahogar al estar otra vez entre aquellas cuatro paredes–. Cualquier cosa que ayude a calmar los miedos en esta época será bienvenido. Mi matrimonio ayudaría.
El pueblo no lloraría a su padre, de eso estaba seguro. Carlos Anguiano no era muy querido. Y aunque era él quien, en la sombra, gobernaba San Cristóbal desde hacía unos años, su padre había seguido siendo la cabeza visible.
–Significaría un nuevo comienzo para mi pueblo. Un nuevo amanecer.
–Bueno, entonces supongo que tengo buenas noticias para ti. Yo no he huido con ningún marajá y estoy libre para casarme contigo. Cuando mejor te convenga.
Rodrigo se quedó un instante sin palabras.
–¿Cómo dices? –preguntó.
–Me casaré contigo.
–¿Y qué ha sido de tu rotunda negativa anterior?
–Estaba en estado de shock. No me encontraba preparada para algo así.
–¿Para que te ofrecieran como sustituta en ausencia de tu hermana? –Rodrigo se sentó y sacó las piernas por un lado de la cama, poniéndose al instante de pie.
–Lo cierto es que… no, no esperaba algo así. Pensé que vendría a la fiesta, me tomaría un par de copas y volvería a casa. No esperaba salir de aquí con marido.
–Y sin embargo, has cambiado de opinión –Rodrigo se paseó nervioso por delante de ella. La adrenalina le atravesó, unida a la inquietud que ya sentía por haber estado encerrado entre los muros del palacio de Santina.
–Necesitamos esto, ¿no? El matrimonio –Carlotta tragó saliva–. Siempre he sabido que tendría un matrimonio concertado de algún tipo.
Decía la verdad. Todos sabían desde pequeños que sus padres apañarían sus bodas. Porque lo primero era el deber, la fidelidad al apellido familiar. A Santina. Alex llevaba mucho tiempo prometido a Anna, una mujer más adecuada para convertirse en la futura reina de Santina. Pero eso fue antes de que pusiera sus miras en Allegra Jackson. Y por supuesto, Sophia estaba prometida a Rodrigo. El matrimonio de Natalia estaba en proceso de formalización. No sabía nada de Matteo, pero eso era menos urgente, una vez que Alex estaba formalmente prometido.
Si no hubiera sido por Luca, su padre también le habría buscado a ella alguien con quien casarse. Dadas las circunstancias, la habían apartado de la carrera dinástica cuando nació su hijo.
Bueno, al parecer no había sido realmente así. Sí servía para jugar de suplente. Para casarse con el archiconocido príncipe rebelde de San Cristóbal. Un hombre que vivía peligrosamente y que, según la prensa sensacionalista, tenía muchas amantes. Una mujer diferente le acompañaba cada semana a las fiestas más exclusivas de Europa. Coches rápidos, citas rápidas.
El tipo de hombre que representaba la inconsciencia y el desprecio absoluto al honor. Un hombre que se dejaba llevar por las pasiones. La clase de hombre que ella odiaba. La clase de hombre por la que se sentía fácilmente atraída.
–Yo también –afirmó Rodrigo.
Sus labios seguían sonriendo con aquella sonrisa omnipresente que hacía que pareciera que se estaba burlando de ella. Carlotta sintió como si tuviera el estómago en un puño.
Se aclaró la garganta.
–Así que, aunque no tenga una fecha marcada en el calendario para casarme, tampoco me pilla completamente de sorpresa.
¿Acaso tenía otra opción? Sí, podía quedarse en Italia. Ocultarse. Pero no creía que eso le sirviera a la Corona. Solo le servía a ella. Le permitía lamerse las heridas en privado. Le permitía mantener a Luca alejado de la vida palaciega. Una parte de ella deseaba hacerlo, pero otra sabía que no era justo. Luca era un Santina, un miembro de la realeza. Formaba parte de ella y no le hacía ningún bien obligándole a negar aquella parte de sí mismo. Aunque fuera mucho más fácil criarle como a un niño normal, que no fuera carne de cañón para la prensa.
–Supongo que tú tampoco tienes otro plan de vida –dijo.
–Yo no hago planes. Vivo.
–Bueno…, supongo que eso significa que no te espera ninguna mujer a la que estés deseando ver. Alguien con quien preferirías casarte.
–Seré sincero contigo, Carlotta. Preferiría no casarme con nadie. Pero necesito un heredero. Un heredero que no sea bastardo.
Carlotta se estremeció al escuchar aquella palabra. La odiaba. Servía para etiquetar a un niño inocente, para hacerle sufrir por los pecados de sus padres. ¿Sabía Rodrigo de la existencia de Luca? Tenía que saberlo. Así que había escogido aquella palabra para hacerle daño.
–¿Por qué dices eso? –preguntó–. ¿Tienes muchos hijos?
–No, yo siempre utilizo protección.
Estaba claro que se trataba de un hombre que nunca pensaba en nadie que no fuera él.
Carlotta apretó los dientes.
–No siempre funciona.
–Es verdad. Pero si hubiera dejado a alguna mujer embarazada, puedes apostar a que me lo habría dicho. Soy rico. Tengo título. Habría querido llevarse su parte.
–Tendrías que haberle dado una parte –aseguró Carlotta–. Como mínimo.
–Eso no lo discuto. Lo que quiero decir es que tanto si quiero casarme como si no, tengo que hacerlo.
–Preferiblemente conmigo.
Rodrigo la miró con desprecio.
–Debido a la relación con esta familia.
–No me refería a otra cosa. Esa es la única razón por la que me casaría contigo.
–Porque tu padre te lo ha pedido. Esa es la razón.
Carlotta sintió que se le sonrojaban las mejillas.
–Tiene sus motivos.
–De acuerdo. Pero tú lo haces porque te lo ha pedido.
–¿Y tu padre no tiene nada que ver con esto?
Rodrigo apretó ligeramente las mandíbulas y se le oscurecieron los ojos.
–Mi padre apenas es capaz ya de levantar la mano. Está muy débil. Lo que hago lo hago por mi país.
–A mí me pasa igual. Pero mi familia se apellida Santina.
–Por suerte, la mía no se apellida San Cristóbal. Hasta ahora el legado de los Anguiano es bastante mejorable. Y yo tengo intención de hacerlo mejor.
–Y yo tengo intención de formar parte de ello –le resultaba extraño insistir en algo que no estaba segura de desear. Pero lo necesitaba. Dejando a un lado todo lo demás, su padre tenía razón. Había cometido errores que le habían costado muy caros a la familia. Y ellos la habían cubierto. Habían hecho todo lo que estaba en su mano para evitarle la humillación pública.
Dada la situación, aquello no era mucho pedir.
–¿Te resulta aburrido?
–¿El qué? –le preguntó Carlotta tratando de ignorar el brillo divertido en sus ojos oscuros.
Le hacía parecer… atractivo. Bueno, era atractivo con brillo o sin él. Tenía la piel bronceada y el cabello oscuro, demasiado largo para lo que se consideraba respetable en un hombre de su posición. Tenía la barbilla cincelada y un cuerpo que parecía hecho de acero.
Carlotta parpadeó y trató de reordenar sus pensamientos. No le interesaban los hombres. Ya no. Le resultaba aterrador comprobar la rapidez y la facilidad con las que la excitaba. ¿Por qué le resultaba tan difícil ser buena, ser la mujer que se suponía que debía ser?
–Ser tan noble, ¿te resulta aburrido?
–Sí. Por eso lo practico en pequeñas dosis.
–Me alegra saber que ni siquiera tú eres siempre respetable.
–En absoluto –pero lo intentaba. Lo había intentado durante toda su vida. Ignorar el fuego que le quemaba tan cerca de la epidermis. Ser la princesa recatada que todos esperaban que fuera. Había sido una batalla durante toda su vida. Una batalla que había perdido por completo cuando conoció al padre de Luca. Una vida entera de contención reducida a la nada en cuestión de semanas.
Rodrigo inclinó la cabeza.
–De acuerdo entonces, princesa Carlotta. Tenemos un acuerdo matrimonial. Mi avión sale de Santina esta noche a última hora y tengo la intención de llevar conmigo a mi futura esposa.
–No… no puedo marcharme desde aquí. No puedo irme esta noche –Luca estaba todavía en Italia con su niñera. Y allí estaban también todas sus cosas. Sus cosas de verdad, no las de princesa.
–¿Y por qué?
–Porque no vivo en palacio. Ni siquiera vivo en la isla. Vivo en Italia. Mi casa está allí. Allí está… todo.
No supo qué le impidió decir algo sobre Luca. Tal vez se debiera a que Rodrigo no le había mencionado.
Todo el asunto resultaba muy mercenario. Muy frío. Mezclar a su hijo no le parecía bien.
–De acuerdo. Pararemos en Italia de camino a San Cristóbal.
Sí, claro, y recoger a su hijo de cinco años con aquel hombre alto, moreno, sexy e imponente que estaba en el umbral con su sonrisa burlona. No, gracias.
–Puedo ir yo sola a San Cristóbal –aseguró–. Necesito tiempo para prepararme.
–¿Tienes un amante del que tengas que despedirte antes de casarte?
Carlotta estuvo a punto de resoplar. Había vivido los últimos años en completa abstinencia, tras aquella única y fatal aventura.
–Ah, sí, tengo todo un plantel. ¿Y tú?
–Yo no pienso despedirme de nadie.
–¿Perdona?
Rodrigo se encogió de hombros.
–No tengo intención de dejar a ninguna amante solo porque vaya a casarme.
Carlotta sintió un nudo en el estómago. Hombres. Realmente eran todos iguales. Egoístas, traicioneros, solo les importaba su propio placer.
–Espero que no cuentes entonces con estar en mi cama. Yo no comparto.
Una sonrisa lenta asomó a su hermoso rostro.
–Yo sí.
–¿Qué quiere decir eso?
–Quiero decir que no exijo lo que no doy.
–¿Fidelidad?
–Exacto.
–Bueno, yo sí exijo fidelidad –nunca la había obtenido, pero le hubiera gustado–. Y si vas a estar en mi cama, no estarás en la de nadie más –no podía creer que estuviera hablando de camas y de sexo con un hombre al que acababa de conocer.
Se estaba sonrojando, y sospechaba que no se debía al apuro. Tal vez fuera por aquellos casi seis años de celibato. Por pensar en las caricias de un hombre, en su piel. En besos. Caricias.