Prohibidos - Matías García - E-Book

Prohibidos E-Book

Matías García

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Beschreibung

En una nación postapocalíptica en la que la reproducción sexual es obligatoria y la homosexualidad es una enfermedad prohibida, dos jóvenes arriesgarán sus vidas con tal de ser libres. Alicia Robles está resignada a pasar el resto de sus días junto a su prometido, Carlos Scott. No obstante, los planes de ambos se verán amenazados cuando ella conozca a un rebelde perseguido por el gobierno, quien le mostrará que en la vida hay mucho más que las órdenes y las reglas bajo las que viven los ciudadanos de Arkos. Aaron Marshall, amigo de Alicia, esconde un secreto que pone su vida en peligro. La única salida que ve factible es someterse al procedimiento conocido como La Cura, pero su resolución para afrontar el riesgo se verá afectada tras conocer a un misterioso joven que le revelará la verdad sobre su problemática y que le hará experimentar el amor por primera vez. Alicia y Aaron se adentrarán en una peligrosa rebelión mientras luchan por escapar de las ataduras sociales y por cumplir con su mayor anhelo: alcanzar la libertad.

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Publicado por:

www.novacasaeditorial.com

[email protected]

© 2019, María Antonia Serrano Canales

© 2019, de esta edición: Nova Casa Editorial

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Sílvia Vallespín y Noelia Navarro

Corrección

Nathalia Tórtora

Diseño de cubierta

Matías García

Maquetación

Vasco Lopes

Primera edición: Diciembre 2019

ISBN: 978-84-18013-13-3

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

PROHIBIDOS

LIBRO 1

M A T Í A S G A R C Í A

Para Alicia, mi abuela.

Una heroína en esta vida

y en cualquier otra.

Gracias por tanto tanto, tanto amor.

Índice

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTEDESTINADOS

CAPÍTULO 1AARON

CAPÍTULO 2Alicia

CAPÍTULO 3AARON

CAPÍTULO 4Alicia

CAPÍTULO 5AARON

CAPÍTULO 6Alicia

CAPÍTULO 7AARON

CAPÍTULO 8Alicia

CAPÍTULO 9DAVID

CAPÍTULO 10AARON

CAPÍTULO 11Alicia

CAPÍTULO 12AARON

CAPÍTULO 13Alicia

CAPÍTULO 14AARON

CAPÍTULO 15Alicia

CAPÍTULO 16aron

CAPÍTULO 17Alicia

CAPÍTULO 18Aaron

CAPÍTULO 19Alicia

CAPÍTULO 20max

CAPÍTULO 21aaron

CAPÍTULO 22alicia

CAPÍTULO 23alicia

CAPÍTULO 24aaron

CAPÍTULO 25alicia

CAPÍTULO 26aaron

CAPÍTULO 27alicia

CAPÍTULO 28aARON

CAPÍTULO 29aLICIA

SEGUNDA PARTEFUGITIVOS

CAPÍTULO 30aARON

CAPÍTULO 31CARLOS

CAPÍTULO 32alicia

CAPÍTULO 33aaron

CAPÍTULO 34ALICIA

CAPÍTULO 35aARON

CAPÍTULO 36CARLOS

CAPÍTULO 37aLICIA

CAPÍTULO 38aLICIA

CAPÍTULO 39aARON

CAPÍTULO 40aLICIA

CAPÍTULO 41CARLOS

CAPÍTULO 42aLICIA

CAPÍTULO 43aARON

CAPÍTULO 44aLICIA

CAPÍTULO 45aARON

CAPÍTULO 46aLICIA

CAPÍTULO 47aaron

CAPÍTULO 48aaron

CAPÍTULO 49alicia

CAPÍTULO 50alicia

epílogoaaron

FIN DEL PRIMER LIBRO

«SER LIBRE NO ES SOLO LIBERARSE DE LAS PROPIAS CADENAS,

SINO VIVIR DE UNA FORMA QUE RESPETE Y MEJORE LA LIBERTAD DE LOS DEMÁS».

Nelson Mandela, Long walk to freedom, 1994.

INTRODUCCIÓN

La Gran Guerra Bacteriológica de comienzos del siglo XXII entre las mayores potencias del mundo fue letal para los humanos. Los múltiples virus, enfermedades y bacterias liberadas se esparcieron por los continentes en cuestión de meses y exterminaron a más del 99,9% de la población total del planeta. En busca de la preservación de la humanidad, los pocos sobrevivientes fueron enviados a Arkos, un gigantesco refugio ubicado en los confines de la entonces derretida Antártida, creado con el propósito de resguardar la especie humana.

Al quedar reducida al borde de la totalidad, la procreación y la restauración de la población se volvieron una urgencia. Con el fin de asegurar el crecimiento del número de humanos en la Tierra, los líderes de Arkos instauraron la reproducción obligatoria, medida radical que forzaba a cada persona mayor de dieciocho años a formar una familia.

Era tal la necesidad de aumentar el número de sobrevivientes que incluso los habitantes de orientación no heterosexual fueron exigidos a participar en la procreación. Aunado a ello, los derechos humanos eran transgredidos al extremo de obligar a los hombres a ejercer todos los trabajos y oficios del refugio mientras que las mujeres eran limitadas a dedicarse solo a la maternidad hasta que sus hijos alcanzaran cierta edad. Esto, sumado a las reproducciones obligatorias, generó el descontento de gran parte de los ciudadanos de Arkos.

Para reducir el clima tenso e inestable, los líderes y científicos más experimentados de Arkos optaron por erradicar en secreto la homosexualidad mediante la creación de un procedimiento conocido como «la Cura», intervención que convertía a los pacientes a la heterosexualidad (con drásticos e irreversibles efectos secundarios).

A pesar del presunto éxito de la erradicación, aún se presentaron casos de homosexualidad en las décadas posteriores. Desde entonces, para asegurar la cooperación social en su eliminación absoluta, los líderes de Arkos dictaminaron considerarla como una peligrosa enfermedad prohibida cuyo remedio necesario consistía en el sometimiento a la Cura.

Con el paso de las generaciones, la libertad de los habitantes se mantuvo igual de escasa y la verdad sobre la homosexualidad fue quedando en el olvido hasta volverse apenas una dolencia que debía ser curada y suprimida con urgencia.

Actualmente, en pleno año 2403, la humanidad continúa confinada en la ahora imponente nación de Arkos, en la Antártida, único sitio habitable en la Tierra. Las reproducciones sexuales todavía son una obligación, la homosexualidad sigue siendo una enfermedad y la libertad no es más que un sueño utópico e inalcanzable.

La historia gira en torno a dos amigos que están prontos a ser sometidos a la reproducción sexual obligatoria: Aaron Marshall y Alicia Robles.

Aaron es un joven de dieciocho años que habita en Libertad, capital y ciudad central de Arkos. Él esconde un peligroso secreto: padece la enfermedad prohibida.

Alicia, también de dieciocho, no quiere ser madre. Se rehúsa a pasar la vida entera junto al hombre equivocado, lo único que desea es ser dueña de su futuro.

Ambos encontrarán el amor en personas que resultarán una amenaza para su bienestar y, a causa de sus relaciones, se adentrarán en un riesgoso movimiento rebelde en contra del gobierno de Arkos. Sus caminos se verán cruzados en la lucha por escapar y por cumplir con su mayor anhelo: conseguir la ansiada libertad.

PRIMERA PARTE

DESTINADOS

CAPÍTULO 1

AARON

77 DÍAS PARA LA REPRODUCCIÓN OBLIGATORIA

—Aquí me tienes, Aaron. Estoy lista para cumplir nuestro destino.

Caroline aguarda impaciente por algún movimiento de mi parte. Acaba de quitarse la ropa para dejar su cuerpo al descubierto. Aunque presenciarla de tal forma debería despertar alguna especie de deseo natural en mis adentros, solo siento la misma indiferencia de siempre. No hay excitación. No hay atracción.

Nunca la ha habido.

Ella ruega con la mirada como si implorara ser tocada de una vez por todas. ¿Cómo podré complacerla sin que detecte la ausencia de placer mutuo? No puedo obligarme a desearla. Durante años me he presionado a forjar una relación amorosa con ella, a planificar un dichoso futuro a su lado y a besarla día tras día como si un verdadero impulso me llevara a hacerlo… Pero sentir deseo es algo que no puede ser forzado, porque va más allá de todo lo que soy. Simplemente no puedo. Al menos, no hasta ser curado.

Decido intentarlo de todas formas. Me acerco a Caroline con nerviosismo y ella me dirige una mirada penetrante mientras muerde sus labios en un absurdo y casi gracioso intento de lucir sensual.

Aún nada.

Junto mis labios a los suyos y le acaricio el dorso de arriba abajo; primero con suavidad, luego con agresividad… nada. Me muevo en completa voluntad, ninguna necesidad corpórea me incentiva.

Y ella parece caer en cuenta de mi incomodidad.

—¿Qué te sucede? —Se aparta y escruta mi rostro—. ¿Todo bien?

—Lo siento, estoy un poco nervioso. Ya sabes, es mi primera vez.

—También la mía… pero vamos, tenemos que hacerlo. Solo relájate y déjate llevar.

Me niego a rendirme. Vuelvo a besarla como si mi vida dependiera de ello. Caroline desabrocha mi pantalón con agilidad y decisión, lo que no deja de impresionarme. Nunca creí que sería ella quien tomara la iniciativa de forma tan apresurada y confiada.

¿Es en realidad su primera vez también?

Me quita la playera. Besa mis hombros, mis clavículas y mi cuello. De pronto, ella revuelve mi cabello con sus manos y en mi mente aparece un recuerdo fugaz de Carlos, el novio de Alicia y uno de mis más grandes amigos. Siento la súbita obligación de detenerme.

—Perdóname, no puedo hacerlo. —Llevo las manos a la cabeza y me alejo un par de metros.

—¿Cuál es tu problema? —Caroline me enfrenta con disgusto—. ¿No quieres reproducirte conmigo? Aaron, somos novios. ¡Es nuestro maldito deber!

—Por supuesto que quiero, es solo que aún no estoy listo.

—La reproducción sexual obligatoria será en menos de tres meses —recuerda ella—. Te estoy dando la oportunidad de procrear sin necesidad de recurrir al procedimiento obligatorio. ¿Por qué no quieres intentarlo?

«Porque no siento nada por ti», me gustaría confesarle.

«Porque nunca he sentido algo por una mujer».

«Y la razón más importante de todas: porque tengo la enfermedad prohibida».

—Solo esperemos el gran día —imploro—. Prometimos que lo haríamos de ese modo.

—Cariño, estoy desesperada. Ya me cansé de esperar.

—Pronto te daré el amor que mereces. —Toco su mejilla y la acaricio con suavidad, bastante incómodo por su mirada recelosa.

—Como quieras —espeta, más triste que enfadada.

Su rostro melancólico me parte el corazón. Desearía que las cosas fueran diferentes para ambos.

Nos vestimos en completo silencio antes de abandonar la habitación para dirigimos a la estancia. Los padres de Caroline no se hallan en casa; ambos se encuentran en sus respectivos puestos de trabajo en el centro de la ciudad.

Siento que no sería correcto dejar a mi novia a solas después de aquel desastroso momento de intimidad fallida, pero lo único que quiero hacer es huir de aquí y perderme en las abrumadoras e inmensas calles de Libertad.

Necesito pensar. Tengo mucho en lo que pensar.

Tal como dijo Caroline, la reproducción sexual obligatoria organizada por la Cúpula tendrá lugar en solo dos meses y medio.

La edad mínima aceptable para la concepción en nuestro país es de quince años. Si para los dieciocho no hemos procreado, somos sometidos a la reproducción obligatoria de manera irrenunciable.

Para la procreación necesitamos una pareja, la que debemos registrar meses antes del día de las reproducciones. Caroline y yo estamos registrados y emparejados. Por ley, nos vemos obligados a tener un hijo y a casarnos en la semana posterior a la concepción. De no contar con una pareja para el gran día, un software inteligente empareja a los jóvenes disponibles mediante un eficaz análisis de compatibilidad fisiológica y psicológica.

Cada año se escoge un día entre junio y julio para las reproducciones sexuales. Si cumplimos los dieciocho años antes de la fecha escogida, quedamos inscritos de forma automática para la ronda anual correspondiente.

Yo cumplí dieciocho años hace un mes. Pronto el mundo sabrá que tengo la enfermedad prohibida y tendré que someterme a la Cura.

El día de la reproducción obligatoria, los médicos descubrirán que soy portador. Lo más probable es que seré sometido a la intervención curativa el mismo día, por lo que estaré listo para ser padre de inmediato. Podré sentir deseo por Caroline. Podremos ser felices.

Me aterra imaginar lo que pensarán mis amigos y mis familiares cuando se enteren de que oculté la enfermedad por tanto tiempo. Mis padres estarán furiosos, sobre todo dolidos. Aunque la enfermedad haya sido extinguida por completo de mi cuerpo, mis amigos y allegados seguirán sintiendo asco por mí.

Caroline, por su parte, no perdonará mis mentiras con facilidad, aunque sé que existe la posibilidad de que lo haga con el paso del tiempo. Ella me ama con absoluta honestidad. Confío en que me apoyará a pesar de todo.

De haber confesado mi enfermedad cuando recién comencé a sentirla en mis adentros, hoy estaría curado. Ya tendría un hijo con Caroline y no habría necesidad de ser sometidos a la primera ronda de reproducciones sexuales. Habríamos de esperar por la segunda, que se realiza a los treinta años.

El miedo me acobardó. Motivó mi decisión de permitir que corriera el tiempo y que esperara que el lapso se acabara para que las circunstancias se encargasen de resolverlo todo. Ahora, debo afrontar mi error y aceptar las consecuencias.

Si nunca tuve el coraje necesario para revelar mi dolencia y acceder a la Cura fue por el temor a acabar como Andrew, mi antiguo vecino. Él, al igual que yo, padecía la enfermedad prohibida. Se supone que no debía saberlo, pero lo descubrí y lo he callado hasta el presente.

Recuerdo cuando llegaron a buscarlo. Yo tenía catorce años y comenzaba a sentir los primeros síntomas de la enfermedad: pensamientos indebidos sobre otros hombres, secreciones provocadas por fantasías prohibidas e inestabilidad que estaba lejos de ser normal. Tenía la edad apropiada para darme cuenta de que algo estaba mal en mí y para saber la peligrosa razón por la que Andrew y su mejor amigo Ben pasaban tanto tiempo a solas. La misma razón por la que el Cuerpo de Protección fue por ellos hace cuatro años.

Yo no tenía permitido acercarme a la ventana y espiar qué pasaba en la casa de enfrente. Los ciudadanos somos obligados a fingir que nada sucede cuando los protectores están cerca; debemos dejar que hagan su trabajo sin husmear ni intervenir. Pero, a pesar de ello, y contra toda prohibición, me acerqué al marco, corrí la cortina unos cuantos centímetros y vi lo que me atormenta en pesadillas desde entonces.

Junto a lo sucedido con Andrew, lo que he leído en la red negra sobre la enfermedad prohibida ha incrementado mi temor a pedir ayuda.

La red negra es la más peligrosa de las redes virtuales de la intranet, también la más explícita. En ella se encuentra información secreta que casi toda la nación desconoce. Esta red prohibida solo es accesible para aquellos que sepan burlar los sistemas de rastreo y monitoreo del Departamento Informático de la Cúpula, y para mí resulta sencillo hacerlo. Gracias a mi padre, he sido un genio informático desde que tengo uso de razón.

El castigo por navegar en la red negra consiste en cinco años y un día de prisión. ¿Qué haría conmigo el Cuerpo de Protección si descubriera que, además de navegar en la red negra, poseo la enfermedad prohibida?

La poca información que he leído sobre la enfermedad no ha sido alentadora. Por ejemplo, en un foro decía que, tras ser sometidas a la Cura, las personas dejan de ser las mismas. Ciertos rumores afirman que algunos de los enfermos prohibidos son ejecutados, y tengo la certeza de que es verdad. Saberlo me da escalofríos. No quiero morir o cambiar quien soy, solo quiero ser curado.

Y por mi bienestar, debo serlo.

Por mi vida, debo tener un hijo con Caroline.

CAPÍTULO 2

Alicia

77 DÍAS PARA LA REPRODUCCIÓN OBLIGATORIA

Me pierdo en el movimiento de alas de un ave robótica en la anchura del cielo, tan libre y despreocupada que nada excepto volar parece importarle. Yo también desearía ser como un ave errante que escapa hacia el horizonte sin ningún otro propósito más que perseguir al sol y alejarme para siempre de la jaula en la que he sido cautiva desde mi nacimiento.

No obstante, si lo pienso de una forma realista, las aves robóticas no tienen otro propósito que decorar el cielo y emular a las especies aladas que existían en el mundo antes de la Gran Guerra Bacteriológica. No pueden ir más allá de sus límites establecidos, su mundo entero es trazado por sus creadores.

En efecto, soy como un ave, pero no un ave real.

Soy un ave robótica.

—Alicia, no me estás prestando atención.

Desvío la mirada de la ventana y la dirijo a los ojos oscuros de mi madre. Ella bebe una taza de té helado con limón. Se ve tan joven que perfectamente podrían confundirme como su hermana menor. Nos parecemos mucho: ambas tenemos el cabello liso y negro, rasgos del medio oriente y la piel morena.

—Disculpa, estoy algo distraída. —Agacho la mirada y bebo un sorbo del jugo de frutos procesados que tanto me gusta.

—Siempre con la cabeza en las nubes. —Ella emite la risa falsa que la caracteriza—. Te contaba que los padres de Carlos nos invitaron a navegar en yate en las costas de Nueva Dubái el próximo fin de semana.

Navegar en Nueva Dubái es lo más aburrido entre lo aburrido. ¿Qué sentido tiene hacerlo si no podemos traspasar los pilares limítrofes y adentrarnos en los mares lejanos? El único motivo real por el que los ricos navegan es porque quieren presumir sus lujosas e inútiles embarcaciones.

—Lo sé, Carlos me lo dijo. —Regreso la mirada al cielo—. Honestamente, no tengo ganas de ir.

Los padres de Carlos, el señor y la señora Scott, han sido buenos conmigo desde que me conocieron. Hemos sido vecinos de toda la vida en Athenia, una de las tantas villas ubicadas en las afueras de Libertad. Carlos y yo nos aproximamos cuando ambos teníamos diez años, desde entonces hemos sido inseparables. Iniciamos como amigos, nos convertimos en novios y pronto seremos un distinguido matrimonio.

Los Scott son una de las familias más adineradas y poderosas de todo Arkos. Abraham Scott, padre de Carlos, forma parte de la poliarquía que lidera nuestro país. Es el más importante de los gobernadores. Cassandra Scott, esposa del gobernador y madre de Carlos, es la directora del Departamento de Reproducción del Hospital General de Libertad.

El gobierno obliga a los habitantes a tener dos hijos en vida, a menos que paguemos una cantidad de dinero millonaria para eximirnos de la segunda ronda de reproducciones obligatorias. Los Scott decidieron concebir tan solo a Carlos, debido a que la señora Cassandra estaba demasiado dedicada a su carrera profesional como para ser madre por segunda vez. Tener un único hijo es un privilegio que solo los más adinerados pueden ostentar.

Mientras que la situación económica de los Scott es envidiable, la de mi familia pende de un hilo al borde del rompimiento. Mi padre, Oliver Robles, es el dueño de AutoMax, una destacada empresa de automóviles ecológicos y sustentables. Debido al lanzamiento de SkyBus, corporación especializada en vehículos aéreos de alta gama e innovación, nuestra empresa familiar está yendo a la quiebra. Si aún no ha quebrado, ha sido gracias a la generosa cooperación del gobernador Scott y a la estrecha relación de nuestras familias.

A pesar de la aprobación de la familia Scott y de la necesidad de la mía por resurgir, no quiero ser la madre de los hijos de Carlos.

No quiero ser madre de los hijos de nadie.

—Debemos estar ahí, te guste o no. —Mamá me mira con la misma expresión severa de siempre—. Nuestra situación es demasiado inestable en estos momentos; necesitamos más que nunca de los Scott. No permitiré que nuestra familia pierda su estatus social. ¿Te imaginas lo difícil que sería vender esta casa, abandonar Athenia y mudarnos a un barrio de la ciudad? El solo hecho de pensarlo me pone los pelos de punta.

—Lo has repetido cientos de veces —espeto—. ¿Podrías por una vez en tu vida hablar de algo que no sea el dinero?

Ante mi insolencia, ella decide guardar silencio. Es consciente de que tengo razón. No sabe hablar de otra cosa que no tenga que ver con el lujo y con las comodidades que ama.

Yo ya me resigné a lo que sucederá. Hace un mes, al cumplir los dieciocho años, confirmé que mi vida sería irremediablemente desdichada. Me hallo en la obligación de convertirme en madre, de ser la esposa perfecta de un futuro gobernador de la nación y la esperanza económica de toda una familia.

De no ser por la crisis financiera que atraviesa nuestra empresa, podría ser emparejada con cualquier otro hombre para la reproducción. Siendo franca, preferiría pasar la vida entera junto a un extraño que en compañía de Carlos Scott. Él es un patán, y muy pocos lo saben. Bajo la imagen de un hijo ejemplar se esconde una persona con severos problemas con las drogas y con el alcohol, alguien que se mete en líos constantemente y que engaña a su prometida. Me ha sido infiel desde hace meses. Sus vanos esfuerzos por ocultarlo y por negarlo me enfadan más que el propio acto en sí. Sé con certeza que, al igual que yo, él no quiere ser padre.

Y no tenemos otra opción.

Nadie la tiene.

Mi teléfono vibra sobre la mesa: es una llamada de Carlos. Me alejo unos cuantos metros de mamá para contestar.

—¿Carlos?

—Cariño, no podré acompañarlas para el té —dice—. Tengo algunas obligaciones que cumplir.

—¿Qué clase de obligaciones?

—Nada peligroso, no pienses mal —asegura en tono despreo-

cupado.

Asumo que trama algo malo.

—Carlos, como vayas al Sector G otra vez, haré que beses el suelo —amenazo sin una pizca de diversión en la voz, pero con miedo de que nuestra llamada sea interferida—. No olvides que tienes como novia a una experta en defensa personal.

Él ríe. En el fondo, ha de saber que mi amenaza va en serio.

Me llevo sustos de muerte cada vez que Carlos visita el G. Tal lugar, según se dice, es el infierno en la tierra.

El Sector G es el único sitio de Arkos carente del excesivo control y supervisión del gobierno. Nunca he ido, pero se rumorea que ahí ocurre de todo: tráfico de drogas, trata de blancas, venta ilegal de anticonceptivos, prostitución, comercio de órganos y cualquier cosa posible e imaginable. Las autoridades permiten su existencia solo porque así la delincuencia se concentra en un único lugar.

Carlos suele ir «de compras» al G. Ha sido descubierto por el Cuerpo de Protección en un par de ocasiones, pero como es un futuro gobernador de la nación, los protectores absuelven sus crímenes, lo dejan ir sin inconvenientes y ocultan lo sucedido a la prensa y al país entero.

—No te preocupes, no me pasará nada —promete Carlos, como si ir al G fuera lo más sencillo del mundo.

—Sabes que no me gusta que vayas al G. Es muy peligroso.

—No tienes de qué preocuparte. Estaré bien.

—Aunque me oponga irás, ¿no?

Se limita a reír como respuesta.

—Prométeme que vas a tener cuidado y que volverás temprano —exijo.

—Lo prometo.

Mi esfuerzo por lograr que Carlos deje las drogas es cada vez más inútil. Lo he intentado todo, pero nada ha funcionado.

A pesar de sus defectos y de las cosas indebidas que hace, no puedo evitar preocuparme por él. Después de todo, ha estado conmigo desde el primer día en que cruzamos miradas. Solía sentir amor hace un par de años, pero el sentimiento perdió su fuerza con el paso del tiempo. No tengo más remedio que aprender a amarlo otra vez por nuestro propio bien y por el de los hijos que tendremos.

¿Podré ser la madre perfecta que el mundo espera que sea? Puede que sí.

¿Lograré amar a Carlos tanto como debería amar a mi primogénito? Tal vez.

¿Seré feliz? Nunca. Al menos, no con un gobernador de la nación.

CAPÍTULO 3

AARON

Caroline me abraza con fuerza. No me permite atravesar la puerta de su casa.

—¡No te vayas! —insiste—. Tenemos la casa para nosotros solos por un par de horas más. ¿Quieres ver una película preguerra en la pantalla gigante de la estancia? O tal vez podríamos jugar con la cámara de realidad virtual… ¡Espera! Pediré algo de comer y…

—Nena, no puedo quedarme —interrumpo—. Tengo asuntos que atender.

—Ambos sabemos bien que esa no es la razón por la que no quieres quedarte —masculla—. ¿Qué ocurre? Te he notado extraño desde hace meses. ¿Me dirás qué te sucede o ya no confías en mí?

¿Confío en ella? Sí que lo hago, pero hay cosas que son imposibles de admitir, y mi enfermedad es una de ellas. ¿Me querría Caroline del mismo modo si descubriera mi secreto? ¿Lo harían mis padres? Lo dudo mucho. Se vienen tiempos muy difíciles.

—Estoy bien. —Beso su frente—. Solo necesito un tiempo a solas.

—Lo entiendo, pero te guste o no, mañana serás mío toda la noche.

—Así será. —Fuerzo una sonrisa—. Adiós, cariño.

—Adiós. —Me ve directo a los ojos antes de seguir—: Te amo.

Comenzó a decir que me amaba hace tres meses. La primera vez que oí las palabras escapar de su boca sentí una culpabilidad inmensa porque yo no la amo. Le tengo un cariño especial, pero no es más que el cariño que podría sentir por una gran amiga o por una hermana. Nunca he experimentado la verdadera sensación de enamoramiento, pero sé que mis sentimientos por ella están muy lejos de ser convertidos en amor de pareja.

—También te amo —miento, saboreando el veneno de mis palabras.

Me he sentido como el mayor de los descarados por utilizar a Caroline por tanto tiempo. Nos conocimos el primer día de preparatoria, mismo día en el que conocimos a Carlos Scott y a Alicia Robles, nuestros mejores amigos en la actualidad. Al principio, la relación entre Caroline y yo no pasaba de una linda amistad. Ella siempre mostró interés en mí, pero yo la rechazaba con insistencia.

Porque no era ella quien me gustaba…

Era Carlos.

Sabía que sentir algo por él era enfermizo y anormal, además, nuestros allegados comenzaron a sospechar de mí. ¿Quién en su sano juicio rechazaría a Caroline, una de las chicas más atractivas de la preparatoria? No tuve más opción que iniciar una relación con ella, consciente de que no podría amarla o procrear hasta ser curado.

Mis padres están encantados con Caroline, y los suyos lo están conmigo. Todos esperan que nos casemos, que tengamos hijos y que formemos una hermosa familia feliz.

Tal vez en el futuro seremos una.

Abandono el barrio donde vive Caroline y deambulo por las inmensas calles del centro de la ciudad. Cientos de edificios y derascacielos se alzan con majestuosidad en los alrededores. La mayoría tiene diseños diferentes, pero tonalidades ausentes en variedad de color. Con el fin de mantener cierta esencia del mundo antes de la catástrofe, los diseños arquitectónicos de nuestro país están inspirados en construcciones de las naciones preguerra. En cada ciudad de Arkos existen edificaciones replicadas a la perfección de sus modelos originales correspondientes. Poblados como Nueva Madrid y Nueva Dubái son réplicas casi exactas de los lugares que les dan nombre.

Automóviles y transportes ecológicos colman las carreteras mientras que aeromóviles y naves de vigilancia del gobierno decoran el cielo en colores negros y metálicos. Aunque el entorno luce sobrecogedor en comparación con las ciudades pobres del país, no es tan tecnológicamente avanzado como quisieran los gobernadores. La Guerra Bacteriológica retrasó un siglo de progreso y, a su vez, salvó al planeta de una extinción inminente. Basta con echar una mirada en los sitios oficiales de historia en la red para comprobar que los humanos de la sociedad preguerra lo destruían todo. Cuando acabó gran parte de la sociedad, acabó también la destrucción.

Parece imposible imaginar que hace siglos la Antártida estaba cubierta de hielo. Según nos cuentan en clases de historia nacional, el calentamiento global, la contaminación y los drásticos cambios climáticos provocaron que el hielo se derritiera cada vez más, lo que causó que el nivel mundial del mar aumentara de manera incontrolable e inundara gran parte de los países bajos del mundo. Los climas de la Tierra no volvieron a ser lo mismo desde entonces. Algunas naciones se volvieron inhabitables a causa de las extremas temperaturas, mientras que el clima antártico dejó de ser tan hostil como en la época antigua.

A pesar del derretimiento, aún existen zonas protegidas en el continente en las que se concentran reservas de hielo antártico, como en el Monte Tyree. Los científicos estiman que, en un siglo más, esto también habrá desaparecido por completo.

A mi alrededor todo es ruido, multitud, anuncios comerciales y propaganda gubernamental. Fotografías de los líderes de Arkos acaparan algunos edificios, con frases bajo ellas que nos recuerdan la benevolencia de nuestros líderes y cómo han logrado crear una sociedad perfecta y controlada. Parte de nuestro deber civil consiste en tener absoluta devoción y respeto hacia ellos y por ningún motivo o circunstancia atrevernos a cuestionar sus sabias y justas decisiones.

Llego a la avenida de atracciones del centro de la ciudad. Las entradas al Museo General se encuentran repletas de gente: un nuevo objeto preguerra es exhibido esta semana. Fue traído por el Cuerpo de Protección tras otra misión de búsqueda en los continentes inhabitables. Hace dos semanas, anunciaron por la prensa que los equipos hallaron un televisor del siglo XX en condiciones óptimas de ser restaurado. Hoy, el artefacto es presentado a los arkanos en total funcionamiento.

El Cuerpo de Protección realiza expediciones a los continentes inhabitables con el propósito de encontrar reliquias y materiales que pudieran ser de utilidad o de atracción en nuestro país. Los miembros de los equipos de expedición son los únicos que pueden atravesar los pilares limítrofes y conocer aquellos lugares tóxicos en los que la humanidad ya no puede habitar. Cuando era un niño inocente y feliz, soñaba con inscribirme en la Academia de Protección después de las reproducciones obligatorias, convertirme en protector y perseguir el sueño de conocer lugares que pocos en nuestro país logran visitar. Ahora, en cambio, le temo tanto al Cuerpo de Protección como me temo a mí mismo.

Las autoridades repudian mi enfermedad. Cuando se enteren de ella, querrán cambiarme.

Y yo los dejaré.

Camino fuera del Teatro Recreacional, en donde son exhibidas películas preguerra encontradas durante las expediciones al exterior. A pesar de tener mala calidad e imagen poco realista, los arkanos admiran los videos de la sociedad pasada como si fuera lo más preciado en el mundo; al igual que las pinturas, las canciones, las fotografías y los libros permitidos por la Cúpula. Todos son tesoros que la sociedad aprecia con fascinación. Me gusta pensar que se aferran a ellos para no dejar morir el mundo preguerra que, según dicen en los foros de la red negra, era mucho mejor que el actual. No sé si creerle a los intranautas y a sus publicaciones atestadas de fantasía o a los archivos oficiales de la gobernación que muestran pruebas verídicas de lo destructiva y oscura que era la sociedad pasada.

Alzo la vista y noto que en lo alto del Teatro Recreacional hay un anuncio holográfico que llama mi atención:

LÍNEA ANTIENFERMEDAD 237:

SI SIENTES LOS SÍNTOMAS DE LA ENFERMEDAD PROHIBIDA O SI SABES

DE ALGÚN HABITANTE INFECTADO, TE RECORDAMOS LLAMAR

AL 237 O ACERCARTE DE INMEDIATO A LA ESTACIÓN DE SEGURIDAD

U HOSPITAL MÁS CERCANO.

AYÚDANOS A PREVENIR, A CURAR Y A COMBATIR ESTA PELIGROSA ENFERMEDAD.

—GOBIERNO DE ARKOS—.

La Línea Antienfermedad es una línea telefónica que conozco a la perfección. En incontables ocasiones marqué el número en cuestión, pero colgué la llamada segundos antes de pronunciar palabra. Lo más lejos que he llegado con respecto a alertar a las autoridades sobre mi enfermedad ha sido pararme en frente de la Estación de Seguridad de Libertad. Me quedé allí, junto a las escaleras, por más de una hora mientras me debatía entre ingresar o salir corriendo del lugar…

Y corrí como un niño cobarde. El miedo fue el vencedor.

Tras un largo recorrido por el centro de Libertad, llego por fin a los suburbios del oeste. El barrio 14 se extiende a mis alrededores, es el sitio en el que crecí y que abandonaré en un tiempo más.

Me gusta vivir en este lugar. Será difícil dejarlo atrás. En unos meses, Caroline y yo nos mudaremos a una villa ubicada en las afueras de Libertad; los gastos correrán por cuenta de mi futuro suegro, un médico que tiene un puesto de trabajo asegurado para mí en el Departamento Informático de la institución.

Entro en casa minutos después. El interior es sencillo y tradicional en comparación con los hogares de los sectores acomodados de la ciudad. Mis padres prefieren mantener una decoración clásica inspirada en las casas de la sociedad preguerra, sin el uso excesivo de la tecnología ni los colores metálicos que están de moda en Arkos.

Mi madre y Jacob, mi pequeño hermano, están sentados en la estancia frente al televisor. Apenas miran en mi dirección; concentran toda su atención en la pantalla plana de la pared. Mi padre, por su parte, aún no ha llegado del trabajo.

—Hola, ¿qué están viendo? —pregunto.

—Hola, hijo. —Mamá se ve inusualmente preocupada—. Tienes que ver esto.

Me siento en medio de ellos en el sillón y acaricio el cabello de Jacob con cariño. Él, a diferencia de mamá, se muestra indiferente.

—Televisor, sube el volumen y extiende la imagen —ordena mamá.

El detector de voz del televisor obedece el comando al instante.

Imágenes del Congreso de Libertad son transmitidas en el programa informativo del Canal Oficial de Arkos. El titular está escrito en mayúsculas y enmarcado en rojo:

ATENTADO TERRORISTA EN EL CONGRESO DE LIBERTAD

¿Un atentado terrorista? No ocurría uno en años. El gobierno siempre controla los movimientos revolucionarios del país a tiempo, aunque no siempre de la manera adecuada.

Oigo la voz de un reportero en los parlantes del televisor.

—Repito —dice—,informamos que está ocurriendo un atentado terrorista en la azotea del Congreso. Se ha ordenado evacuar la edificación y abandonar las calles aledañas cuanto antes debido a que los terroristas están armados y…

¡Están armados! Esto no acabará bien.

—…el Cuerpo de Protección ha rodeado el edificio —continúa el reportero—. De ser estrictamente necesario, los protectores abrirán fuego.

Veo protectores cubiertos de la cabeza a los pies con sus característicos trajes negros antibalas. Portan armas avanzadas del tamaño de una pierna que podrían acabar con los terroristas de un solo disparo. Dos aeronaves rodean el Congreso desde las alturas, como si esperaran el momento indicado para entrar en acción.

Algo sucede en un abrir y cerrar de ojos: cuatro de los terroristas extienden una pancarta en lo alto de la azotea. La tela es lo suficientemente grande para distinguir lo que ha sido escrito en ella:

LA REVOLUCIÓN ES LA RESPUESTA.

¡ABAJO EL GOBIERNO DE ARKOS!

Se oyen disparos. La transmisión es suspendida de inmediato.

—Volveremos en unos minutos con un meticuloso reportaje sobre lo sucedido en el Congreso de Libertad —despide el conductor del programa de noticias—. Gracias por su sintonía.

Las imágenes de siempre reemplazan al noticiario. Veo los rostros de nuestros líderes y una propaganda gubernamental con música esperanzadora de fondo.

—Televisor, cambia de canal —ordeno.

La transmisión en vivo fue interrumpida en todos los canales. El motivo, probablemente, es que los terroristas han sido silenciados.

—¿Qué es revolución? —inquiere Jacob, confundido.

—Nada importante, pequeño. —Se limita a responder nuestra madre con voz temblorosa.

Estoy tan confundido como mi hermano. Me urge saber más sobre lo ocurrido. Creo conocer un medio en el que encontraré información explícita y real: la red negra.

Abandono la estancia y me dirijo a mi habitación.

Aquí voy.

Inicio el procedimiento de siempre: conectar la computadora al dispositivo ilegal antirastreo —el que me regaló Carlos en mi cumpleaños número dieciséis, directamente traído del Sector G—; desactivar el indicador de ubicación, los filtros de contenido seguro y el lector de huellas digitales; activar la función del bloqueo de espías…

Después de varias maniobras, inicio sesión en mi cuenta secreta de la red negra.

USUARIO: LEÓN1303

CONTRASEÑA: JACOB

El nombre de usuario es la unión de mi animal extinto favorito con la fecha de mi cumpleaños: el trece de marzo, mes oficial de los nacimientos obligatorios en el país. La contraseña es poco segura, pero fue lo primero que pensé al momento de crear la cuenta. Jacob es muy importante para mí. Es una de las pocas personas que conozco cuya mentalidad es tan bondadosa e inocente que no es capaz de juzgar a los demás por sus defectos… o por una enfermedad.

Lo primero que hago una vez que ingreso a la red negra es acceder al Noticiero Rojo, mayor fuente de información sobre la contienda nacional. En ella todo es más explícito que en medios oficiales, las noticias no tienen censura y los hechos no son tan distorsionados como en los noticieros y periódicos de Arkos.

La primera publicación que destaca en el portal refiere al ataque terrorista ocurrido hace minutos:

T: ATENTADO_TERRORISTA_CONGRESO.

F: 15 / ABRIL / 2403.

C: Como se habrán enterado mediante la prensa oficial, un «atentado terrorista» ocurrió a las quince horas en el Congreso de Libertad. Las personas ajenas al movimiento opositor merecen saber que no fue un atentado: en realidad, fue una manifestación. Quienes la llevaron a cabo no eran terroristas, eran rebeldes. La finalidad de lo que en un principio apuntaba a ser una manifestación pacífica era entregar un poderoso mensaje revolucionario a la población. En efecto, los rebeldes portaban armas y protecciones varias, pero solo para asegurar un modo de escape y de defensa…, pero fue en vano. Los protectores mataron a sangre fría. Es probable que la prensa informe que fueron los «terroristas» los que abrieron fuego, pero todos sabemos que no fue así. Los protectores dispararon tan rápido que los rebeldes no tuvieron oportunidad de defenderse.

Les hablo ahora de manera personal, no como un simple informante: abran los ojos. El gobierno ha hecho de las suyas por mucho tiempo. Estén atentos, algo importante sucederá pronto. Los disidentes ya no tenemos miedo. Somos muchos más de los que el gobierno cree y estamos listos para iniciar una ardua rebelión.

Y de ser necesario, una guerra.

La muerte de nuestros compañeros será vengada, ¡haremos caer la Cúpula!

LA REVOLUCIÓN ES LA RESPUESTA.

¡ABAJO EL GOBIERNO DE ARKOS!

Atte.: DragónRojo.

Me alejo de la computadora con temor. ¿Qué acabo de leer? He accedido a información rebelde. Se habla de una guerra, y la mayor parte de la población arkana desconoce lo que sucede. Sin embargo, después de la manifestación ocurrida y de la pancarta exhibida, no será difícil para los civiles adivinar que un levantamiento es inminente.

Cosas peligrosas van a pasar. Y no sé por qué, pero en el fondo, una parte de mí desea que sucedan.

Necesito más y más información.

Deslizo el dedo por la pantalla táctil y leo los comentarios publicados bajo el post de DragónRojo. Todos recaen en alabanzas a la manifestación, ira o melancolía por las muertes ocurridas y teorías referentes al gobierno de Arkos. Uno de los tantos comentarios llama mi atención por sobre los demás:

Espero que los gobernadores caigan de una vez y

que eso que erróneamente llaman «enfermedad prohibida»

sea aceptado por lo que es en realidad:

una orientación sexual normal. —John6895.

«Una orientación sexual normal». ¿A qué se refiere?

Es absurdo que alguien aprecie la enfermedad prohibida como algo más que una dolencia. Tengo que contactarme con quien sea que haya publicado tal comentario.

Toco su nombre en la pantalla y abro su perfil incógnito. No hay más que un fondo negro como foto de perfil y una descripción en blanco.

Selecciono la opción «enviar mensaje».

Aquí voy…

«Hola».

Pasan varios minutos sin una respuesta de vuelta.

«Hola»,responde por fin John6895.

En mi mente revolotean miles de preguntas que podría formular y millones de cosas que podría decir. No sé por dónde empezar. La intriga nubla mi razón.

«¿Por qué dices que la enfermedad prohibida es una orientación sexual normal?» pregunto, directo al grano.

«Porque lo es», responde sin más John6895.

Mis dedos parecen cobrar vida propia. Escriben lo primero que se me ocurre:

«Tengo la enfermedad prohibida».

Me arrepiento al instante. No debí enviar eso. Cualquier persona podría estar del otro lado de la pantalla, desde un espía del gobierno hasta un terrorista. No sé cuál de las dos opciones resultaría peor.

Pasan varios minutos sin una respuesta de regreso. No desvío mi atención de la pantalla.

«Yo también» confiesa de pronto la persona del otro lado.

¡John6895 tiene la enfermedad prohibida! Hablo con una persona que padece la misma dolencia que yo. Me urge saber más sobre él, pero no se me ocurre nada que decir. Estoy tan nervioso, perdido, ansioso y anonadado a la vez que mi mente ha quedado en blanco.

«Reunámonos» propone John6895.

¿Reunirnos? No debe hablar en serio.

«¿Estás loco?» inquiero. «No sé quién eres, tampoco sé si eres confiable».

«Yo menos sé si lo eres, pero estoy dispuesto a correr el riesgo. ¿Y tú?».

Llevo mis manos a la cabeza.

Por primera vez, alguien más comparte mi secreto. No estoy solo en el mundo.

Y, por primera vez, me arriesgaré.

«Estaré en el Muelle de Esperanza a las siete de la tarde en punto» le aviso. «Veámonos ahí».

«Hecho, usaré un abrigo de color azul para que puedas reconocerme»informa el desconocido.

Aunque nunca tuve tanto miedo como ahora, no tengo nada que perder. La enfermedad será eliminada de mi cuerpo en solo dos meses y medio. Si reunirme con un extraño de la red negra servirá para descubrir la verdad de lo que soy, tendré que correr el riesgo.

Definitivamente iré a su encuentro.

Las ciudades del país están conectadas mediante un sofisticado sistema subterráneo de metros. Su modernidad es tal que pueden recorrer largas distancias en cuestión de minutos sin que los pasajeros se vean afectados por la rapidez del viaje. Justo ahora me encuentro en la estación subterránea de Libertad. Mi destino es Esperanza, ciudad ubicada en el borde costero de la nación. Es uno de los sectores más pobres de Arkos, pero uno de los más pacíficos. Me gusta perderme en su bahía cuando necesito escapar de la realidad por unas horas.

Inesperadamente, descubro a Carlos en medio de la estación. A pesar de que la visera de la gorra que he traído me oculta el rostro, él advierte mi presencia de todos modos.

—¡Aaron! —Corre en mi dirección.

—Hola, Carlos. —Esbozo una sonrisa temblorosa.

—¿Qué haces aquí? —Él sonríe también, dejando ver sus dientes relucientes. Su sonrisa es tan encantadora como su cabello castaño y su piel sonrosada.

—Debo hacer un viaje, nada importante. —Trato de esconder mi nerviosismo lo mejor que puedo.

—¿Quieres que te acompañe? —pregunta. Sé que es pura cortesía. Puedo adivinar que tiene planes tan arriesgados como los míos.

—No hace falta, gracias.

¿Sería tan amigable conmigo si supiera lo que siento por él? Ni pensarlo.

—Como sea. —Se encoge de hombros.

—¿Qué te trae por aquí? —inquiero en voz baja. Sé la respuesta antes de oírla.

—Voy de compras al Sector G. —Su voz es apenas un susurro. Gira la cabeza en todas direcciones, como si en realidad le asustara que los protectores lo descubrieran. Carlos podría matar a un civil y el Cuerpo de Protección seguiría protegiéndolo.

—¿Al Sector G? Carlos, debes dejar de frecuentar ese lugar. ¡Sabes lo peligroso que es!

—Lo tengo claro, no hace falta que me lo recuerdes. —Se ríe—. ¿A qué sector te diriges?

—Iré a Andrómeda —miento. No quiero revelarle mi verdadero destino.

El único modo de llegar al Sector G es viajar a través de Esperanza. No hay medio de transporte público que vaya hasta el G y Esperanza es la ciudad más cercana. Una vez en ella, se debe rentar un automóvil o abordar un medio de transporte ilegal con destino al G. Viajar en automóvil desde Libertad a Esperanza implicaría largas horas. Los Scott cuentan con aeromóviles y con pilotos privados, pero Carlos prefiere andar por su cuenta para no ser descubierto por sus padres.

—Bueno, te veo pronto. —Él se despide con otra sonrisa encantadora. Demasiado encantadora.

Me da un cariñoso apretón de manos antes de encaminarse a tomar el metro, lo que me genera un atiborro de sensaciones incómodas. Carlos ha formado parte de mis fantasías durante más tiempo del que me gustaría admitir, pero me aseguraré de que nunca lo descubra. Mejor así.

Minutos después de que el metro de Carlos se pierde en la lejanía, abordo el próximo que se dirige a Esperanza. Me encamino a los mismos asientos de siempre: los del final, junto a la ventana. Aquí puedo estar a solas con mis pensamientos y disfrutar del viaje en silencio.

En lo alto del vagón hay un televisor que transmite el noticiero del Canal Oficial de Arkos, en el que se informan los supuestos detalles de lo sucedido en el Congreso. Tal como vaticinó DragónRojo, los medios aseguran que fueron los rebeldes quienes dispararon primero.

Luego de minutos de falsas informaciones y de agradecimientos al Cuerpo de Protección, el canal regresa a la aburrida programación habitual, lo que me obliga a desviar la mirada.

No veo más que oscuridad e intermitentes focos de luz blanquecina a través de las ventanas. Incapaz de poder distinguir algo en el exterior, dirijo la mirada hacia una pareja sentada unos cuantos asientos adelante del mío. El hombre carga a un bebé en sus brazos; lo levanta una y otra vez entre risas. A pesar del vértigo que ha de sentir el pequeño, este ríe con la misma diversión del que probablemente es su padre. La mujer, que deduzco es la madre, observa la escena con el rostro cargado de una envidiable felicidad.

La imagen de una familia jubilosa y rebosante de amor provoca que una diminuta lágrima escape por uno de mis ojos. Me apresuro a limpiarla con el puño de mi suéter. Pronto podré acceder a la oportunidad de tener una familia tan feliz como esa junto a Caroline.

Quiero que eliminen la enfermedad de mi cuerpo cuanto antes, ser como los demás y vivir en armonía conmigo mismo. Detesto sentir asco de mí. En un tiempo más, todo cambiará: seré curado. Seré normal.

Cuando el metro llega a Esperanza, emerjo del subterráneo y la luz del atardecer nubla mi visión por unos segundos. Camino hasta el borde costero de la ciudad, en donde la brisa del mar acaricia mi rostro con delicadeza. Esperanza es también una de las ciudades más deshabitadas de Arkos. Me gusta venir aquí por el silencio y por la soledad que ofrece esta zona, los cuales contrastan con el estruendo y con la muchedumbre de las grandes ciudades.

A unos cincuenta kilómetros de distancia de la orilla, pilares que por poco alcanzan las nubes se alzan desde el mar, cuyo propósito es marcar los límites marítimos y aéreos del país. No tenemos permitido navegar o volar más allá de su perímetro de alcance. Los pilares provocan una especie de electrochoque a cualquier persona que intente atravesarlos por cielo o mar, gracias a un campo magnético invisible que se extiende por cientos de kilómetros a la redonda. Los gobernadores afirman que son el método más efectivo para mantenernos a salvo en la Antártida y evitar que viajemos hacia los continentes inhabitables.

Camino hasta el muelle del balneario, punto de encuentro con el misterioso usuario de la red negra. Mis manos sudan y mis piernas tiemblan. Estoy haciendo algo prohibido. Estoy haciendo algo peligroso. Nunca había sentido tanta adrenalina.

El muelle es de cristal irrompible, por lo que puedo ver el mar a mis pies y mi reflejo sobre él. Empiezo a lucir adulto: mi mandíbula se enmarca, mis pómulos sobresalen y mis facciones dejan de ser las de un adolescente. Mi pelo ha perdido el tono claro que tenía hace años, ahora es de un castaño oscuro similar al de mis ojos. Mi piel blanca luce amarillenta ante el radiante sol del atardecer.

Saco mi teléfono móvil del bolsillo. El reloj marca las siete de la tarde con diez minutos y John6895 aún no aparece.

Esto me da mala espina. ¿Qué hago aquí en primer lugar? Haber venido ha sido una de las decisiones más irracionales que he tomado en la vida. Por otro lado, la enfermedad será exterminada de mi cuerpo en menos de tres meses. Tal vez, antes de que eso suceda, sería conveniente saber un poco más sobre ella y compartir mis vivencias con una persona que tenga los mismos problemas que yo.

Resuelvo sentarme y esperar. Me acomodo justo en el borde del muelle de cristal aunque sé que cualquier movimiento en falso podría hacerme caer.

Más allá de los pilares solo están el cielo y el mar. Por lo que sé, el continente más próximo a este lugar es Sudamérica y los países más cercanos son Chile y Argentina, ambos completamente despoblados y carentes de vida, como el resto del mundo. Los expertos afirman que los continentes volverán a ser habitables en cien años más, pero siempre existirá la amenaza de un nuevo brote viral que podría extinguir lo poco que queda de la especie humana.

Imagino diversos escenarios en los que mi vida podría basarse de no haber ocurrido la Guerra Bacteriológica. Quizá residiría en algún lugar de América, en una sociedad que no necesitara procrear con urgencia y en donde las personas seríamos libres de tomar nuestras propias decisiones.

La idea suena tan imposible y absurda que me río de mí mismo.

—Hermoso atardecer, ¿no crees? —Una voz masculina irrumpe en el silencio del muelle.

Vuelvo la mirada, me pongo de pie al instante y retrocedo con cautela. Un hombre de estatura alta se sitúa frente a mí a solo un par de metros de distancia. Viste un sombrero oscuro, lentes de sol y un tapaboca. Él advierte mi expresión de miedo y se quita cada una de las prendas que ocultan sus rasgos. Bajo los lentes se hallan dos ojos pardos e intensos que arden ante el sol de la tarde. Una sonrisa se dibuja en sus labios, su calidez inspira cierta confianza. Tiene el pelo alborotado y de un color castaño casi rojizo. Es mucho más grande y robusto que yo; luce unos cuantos años mayor.

La enfermedad prohibida hace lo suyo: este hombre me parece atractivo.

—¿Quién eres? —pregunto con voz trémula y todos los sentidos alerta.

—¿Eres… León? —inquiere en respuesta. Mira con precisión en todas direcciones.

No había notado que viste un abrigo de color azul. Es él.

—¿John?

Asiente. Lleva un dedo a los labios.

—Por favor, no hables tan fuerte. Ellos lo oyen todo.

—¿Ellos? ¿A quiénes te refieres?

—¿Y si nos sentamos?

Acepto. Nos acomodamos otra vez en el borde. Nuestros pies cuelgan en el vacío que se forma entre el muelle y el mar.

Estar cerca de otra persona que padece la enfermedad prohibida y que navega en la red negra me produce una mezcla de emociones encontradas que apenas puedo describir. Creo que prevalece el rechazo, pero me recuerdo que él es tan normal como yo…

Bueno, no del todo normal.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunta el desconocido. Posa sus ojos misteriosos en los míos y un fuerte cosquilleo me revuelve el estómago.

—Yo… me llamo León.

—Vamos, tu verdadero nombre. —Me sonríe—. El mío es Bernardo.

Dudo por un largo tiempo. ¿Debería revelar mi nombre? ¿Puedo confiar en él?

Ya estoy aquí. Ya corrí el riesgo.

—Mi nombre es Aaron.

—Es un gusto conocerte, Aaron.

Esbozo una sonrisa en respuesta y un silencio incómodo se adueña del ambiente. Cada vez que intento verlo a la cara acabo desviando la mirada. Por el rabillo del ojo, descubro que él me mira y sonríe con bastante diversión.

—¿Estás nervioso? —inquiere.

—¿Qué esperabas? Esto es extraño y novedoso para mí. ¿Por qué escondías tu cara con todas esas prendas?

—Solo precaución. —Se limita a responder—. ¿Por qué no me cuentas un poco sobre ti?

—¿Por qué no me cuentas tú sobre ti? —Enarco una ceja.

Él ríe.

—Como dije, mi nombre es Bernardo. Vivo en… vivo aquí, en Esperanza.

El modo en que duda al revelar su lugar de residencia me hace desconfiar.

—Tengo dieciocho años —continúa.

—¿Dieciocho? No luces como un chico de mi edad. Apostaría que eres mayor.

Bernardo mueve los ojos de izquierda a derecha, lo que incrementa mi desconfianza.

—Las personas suelen decir que me veo mayor, pero tengo dieciocho. —Emite una risa nerviosa—. ¿Qué hay de ti? ¿En dónde vives?

—En Libertad.

Percibo un atisbo de tristeza en su rostro.

—La Gran Ciudad —suspira—. Solía vivir allá.

—¿Solías?

—Me mudé a Esperanza hace un par de años.

—¿Por qué?

—Problemas personales. —No dice más que eso.

La sonrisa retorna a su boca segundos después de otro incómodo silencio.

—Ahora, cuéntame sobre ti —pide—. ¿Tienes pareja?

—Sí. —Asiento sin ningún entusiasmo—. Concebiremos un hijo en las reproducciones obligatorias.

Bernardo mira al horizonte con seriedad. Intenta decir algo, pero prefiere guardar silencio.

—¿Y tú? ¿Tienes pareja?

—No tengo —responde, sin mirarme a la cara.

—Pronto tendrás. Digo, te asignarán una el día de las repro-

ducciones.

—Claro. —Su sonrisa luce más triste que entusiasmada.

—¿No estás feliz? —Frunzo el entrecejo—. Seremos curados. Seremos normales.

Bernardo me mira con desprecio, como si hubiera insultado a su madre o algo parecido.

—Ya somos normales —espeta—. Nunca más vuelvas a creer lo contrario.

Mis manos tiritan ante su reacción inesperada. No somos del todo normales. Él ha de saberlo igual de bien que yo.

—Pero estamos enfermos, eso no es normal —refuto. Me duele reconocerlo, pero es la verdad.

—Aaron, no sabes nada. —Bernardo resopla—. Si tan solo supieras…

—¿Saber qué?

—Nada, olvídalo.

Se instala otro silencio extenso durante el que me atrevo a mirarlo. Estudio sus facciones e intento adivinar sus pensamientos. Por alguna razón, siento que quiere decirme algo importante y determinante, pero no se atreve a hacerlo por obvias razones.

Recuerdo de pronto su comentario bajo el post de DragónRojo. Tengo que consultar al respecto.

—¿Eres un terrorista? —pregunto sin rodeos.

—¿Qué?

—Lo que oíste. Comentaste en la red negra que deseas que los gobernadores caigan.

Bernardo se calla por más segundos de los que me gustaría.

—No, no soy un terrorista —afirma al cabo de un rato.

Miente. Lo sé por la duda en su voz. Lo sé por el tiempo que tardó en responder. Lo sé porque mis instintos me lo dicen.

—Mientes.

Algo cambia en su mirada. Un escalofrío me recorre la espina dorsal. Venir aquí fue una pésima idea.

—No lo hago —asegura.

Sé que ni él mismo cree en sus palabras.

—O me dices la verdad o me largo de aquí. —Me pongo en cuclillas, dispuesto a marcharme de no recibir una respuesta sincera.

—No estoy mintiendo.

Solo la duda delatable en su voz basta para hacer que me ponga de pie y decida volver a casa.

—Lo siento, debo irme. —Me levanto con rapidez, listo para regresar a la seguridad de mi hogar.

—Espera, ¡no te vayas! —Bernardo se para y me agarra de un brazo con tal fuerza que me estremezco.

—¡Suéltame!

—Te diré toda la verdad sobre mí si accedes a acompañarme a un lugar seguro —propone—. Aquí corro mucho peligro.

—¿Por qué corres peligro? —Me tiembla la voz.

—No te lo diré ahora. Si vienes, lo haré. Hay muchas cosas que tienes que saber antes de las reproducciones obligatorias.

Tiene razón: hay cientos de cosas que quiero saber, pero tengo miedo. No confío en él.

—Lo siento, tengo que irme.

La desesperación se refleja en su rostro. Mira en todas direcciones, como si sopesara qué hacer a continuación.

—Me temo que no puedo permitirlo —masculla.

Bernardo ejerce un poco más de presión sobre mi brazo. El pánico me hace sudar. No debí meterme en esto.

—¿Por qué no puedes dejarme ir? —Me atrevo a preguntar.

—No puedo hacerlo sin antes cerciorarme de que podemos confiarnos el uno al otro. Tienes que venir conmigo, Aaron.

—¿Qué vas a hacerme?

—No te haré daño —asegura en un tono demasiado escalofriante—. Por tu bienestar, debes acompañarme. Pronto me lo agradecerás.

—No quiero ir contigo —insisto, desesperado por huir.

—¿Acaso no quieres respuestas?

—Las quiero, pero no de esta forma. Déjame ir.

—Lo siento, pero vienes conmigo. Prometo no hacerte daño; solo quiero hablar en un lugar seguro.

—¿Qué pasa si me rehúso a acompañarte? —pregunto, y no sé si quiero oír la respuesta.

—Tendré que recurrir a medidas extremas. Tú eliges: vienes por las buenas o por las malas.

Analizo mis posibilidades. De resistirme, cualquier cosa podría pasarme. Él es un posible terrorista, lo que lo vuelve peligroso por naturaleza. No tengo más opción que ceder y esperar la oportunidad adecuada para huir.

Bernardo no suelta mi brazo en ningún momento mientras caminamos por la costanera. Me conduce más allá del muelle hasta un automóvil negro que adivino es suyo.

—Entra —ordena tras abrir la puerta del copiloto—. Juro que no voy a herirte, confía en mí.

Estoy tan vulnerable por el miedo que no hago más que obedecer. Quiero creer que en realidad no va a herirme.

Bernardo se sienta en el asiento del conductor. Mantiene un ojo sobre mí en cada uno de nuestros movimientos.

—Automóvil, bloquea las puertas —emite en voz alta.

—Bloqueando puertas —anuncia el sistema inteligente del automóvil. Un sonido de clic resuena en cada puerta del vehículo.

—Automóvil, ajusta los cinturones de seguridad del asiento número dos en su máxima presión.

—Ajustando cinturones de seguridad.

Los cinturones cruzan mi tórax. Me aprisionan con tanta fuerza que apenas puedo moverme.

—¿Qué demonios haces? —Me muevo entre los cinturones, cada segundo más asustado.

—Debo asegurarme de que no escaparás —responde Bernardo con voz trémula. Debe ser la primera vez que hace algo como esto.

—¡Déjame ir! —le exijo—. ¡Te meterás en graves problemas!

Él me ignora. A unos metros de distancia del muelle, un hombre vestido con ropa deportiva trota por el borde costero. Golpeo el parabrisas lo mejor que puedo y grito en su dirección.

Puedo sentir el pánico en Bernardo, quien saca un objeto de color plateado desde el bolsillo de su abrigo.

—Perdóname por lo que haré, pero no me dejas opción. —Oprime un botón del artefacto y lleva su punta a mi cuello.

Siento electricidad al contacto. Desvanezco lentamente.

Mis párpados pesan.

Todo se vuelve oscuro.

Estoy cayendo dormido…

Estoy siendo secuestrado.

CAPÍTULO 4

Alicia

La noche ha caído sobre Arkos y aún no tengo señales de mi prometido. Calculo haberlo llamado más de veinte veces, pero no ha contestado. Tengo un mal presentimiento.

Pensar que podría estar en el Sector G poco después de haber ocurrido un atentado terrorista me pone los pelos de punta. Es sabido por todos que los gobernadores sospechan que el G concentra a los grupos terroristas más peligrosos del país y, debido a ello, la tensión entre los opositores y la Cúpula es constante, aunque el poder de los gobernadores es mil veces superior. Por más que los terroristas y criminales del G consiguieran un gran arsenal para un conflicto directo, no tendrían oportunidad alguna contra el gobierno.

El atentado de hoy fue un error indiscutible. Lo único que provocará es que los líderes de la nación excluirán todavía más a los habitantes del Sector G. Según informaron en televisión, el Cuerpo de Protección ya sobrevuela y registra la zona, y no quiero imaginar qué podría pasar si descubren a Carlos en una posible área terrorista después de un atentado. Esta vez no lo perdonarán como si nada.

¿Le habrá sucedido algo malo? Podría haber muerto. Es una posibilidad un tanto exagerada, pero no imposible si considero que cualquier cosa puede pasar en el G. Cada vez que Carlos se droga o se embriaga, se vuelve prepotente y molesto. He aprendido a lidiar con sus malas actitudes durante el transcurso de nuestra relación, pero la gente del G no cuenta con mi paciencia; ha llegado golpeado y malherido a Athenia en más de diez ocasiones.

Desciendo por las escaleras de mi casa en dirección a la puerta principal, decidida a visitar la mansión Scott e ir en busca de mi prometido. Ruego en mis adentros que esté ahí. Quizá llegó a casa hace horas y cayó dormido apenas entró en su habitación.

Llego a la estancia de mi hogar, está vacía. Mi padre se halla en su estudio, mi madre se encuentra en Libertad junto a mis hermanos en un partido de fútbol virtual y Marta, nuestra criada, está en la cocina. Ella es más una madre para mí de lo que ha sido mi progenitora.

Las mujeres del país tenemos permitido acceder a un empleo o carrera cuando nuestro hijo más joven cumple los siete años. No podemos trabajar o ingresar a la universidad antes de eso. Mi madre comenzó a trabajar en la empresa familiar un día después de mi séptimo cumpleaños; no quiso esperar más. Desde entonces, Marta se convirtió en mi figura materna más próxima. Mamá lo notaba, pero nunca mostró preocupación al respecto. Si ahora es tan cercana a mí se debe solo a mi futuro matrimonio con Carlos y a la alianza entre nuestras familias.