Promesa de deseo - Maisey Yates - E-Book

Promesa de deseo E-Book

Maisey Yates

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Utilizaría el deseo que no habían saciado durante cinco largos años para que ella volviese a su lado El cuento de hadas terminó para Petras cuando el reloj dio las doce el día de Año Nuevo y la reina Tabitha, que se negaba a seguir soportando un matrimonio sin amor, pidió el divorcio a su marido. Pero la furia se tornó en pasión y cuando Tabitha se marchó del palacio estaba esperando un heredero al trono. Al descubrir el secreto, Kairos decidió secuestrar a su esposa. Con el paradisiaco telón de fondo de una isla privada, le demostraría que no podía escapar de él…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 195

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2016 Maisey Yates

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Promesa de deseo, n.º 5432 - diciembre 2016

Título original: The Queen’s New Year Secret

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8972-9

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

KAIROS miró a la mujer pelirroja que estaba sentada al otro lado del bar, acariciando el borde de la copa con sus delicados dedos mientras sus labios rojos esbozaban una invitadora sonrisa.

Era bella, voluptuosa. Destilaba deseo, sexualidad. No había nada sutil o refinado en ella. Nada tímido o recatado.

Podría tenerla si quisiera. Aquella era la fiesta de Nochevieja más exclusiva y privada de Petras y todos los invitados habían sido seleccionados cuidadosamente. No había prensa ni buscavidas con oscuras intenciones. Podría tenerla sin consecuencias.

A ella no le importaría la alianza que llevaba en el dedo.

No estaba seguro de por qué seguía importándole a él. Ya no tenía relación con su mujer. No la había tocado en muchas semanas y Tabitha apenas le había dirigido la palabra en los últimos meses. Desde Navidad se había mostrado particularmente fría y en parte era culpa suya porque lo había oído contarle cosas poco halagadoras sobre su matrimonio a su hermano menor. Pero todo lo que había dicho era verdad y Tabitha lo sabía tan bien como él.

La vida sería más sencilla si pudiese tener a la pelirroja esa noche y olvidarse de la realidad. Pero no la deseaba. La verdad era tan clara como inconveniente.

Su cuerpo no quería saber nada de voluptuosas pelirrojas. No deseaba nada más que la fría y rubia belleza de su mujer, Tabitha. Ella era la única que atizaba sus fantasías, la única que inflamaba su imaginación.

Era una pena que el sentimiento no fuera mutuo.

Sonriendo, la pelirroja se levantó para cruzar la sala y llegar a su lado.

–¿Está solo esta noche, Majestad?

«Todas las noches».

–La reina no estaba de humor para ir de fiesta.

Ella hizo un puchero.

–¿Ah, no?

–No.

Era mentira. No le había dicho a Tabitha que iba a salir. En parte, seguramente para molestarla. Cuando hacían apariciones públicas ponían buena cara para la prensa y también el uno para el otro.

Esa noche, ni siquiera se había molestado en fingir.

La pelirroja se inclinó, envuelta en una nube de perfume, rozando su oreja y el cuello de su camisa con los labios.

–Me he enterado de que nuestro anfitrión tiene una habitación reservada para clientes que prefieren un poco más de… intimidad.

No había nada ambiguo en esa frase.

–Eres muy descarada –le espetó Kairos–. Tú sabes que estoy casado.

–Cierto, pero hay muchos rumores sobre su matrimonio. Y estoy segura de que lo sabe.

Se le encogió el estómago. Si las grietas de su matrimonio eran evidentes para el público…

–Tengo cosas mejores que hacer que leer revistas de cotilleos sobre mi vida –replicó. Él vivía su trágico matrimonio, no le hacía falta leer nada.

La pelirroja esbozó una sonrisa.

–Yo no. Si quiere escapar de la realidad, estoy disponible durante unas horas. Podríamos entrar en el nuevo año con buen pie.

«Escapar de la realidad». Kairos se sentía tentado. No físicamente, sino de un modo oscuro, retorcido, que lo hacía sentir enfermo. Querría sacudir los cimientos de Tabitha, hacer que lo viese de otro modo. No como algo fijo en su vida que podía ignorar a voluntad, sino como un hombre. Un hombre que no siempre se portaba bien. Que no siempre cumplía sus promesas. Que tal vez no siempre estaría a su lado.

Para ver cómo reaccionaba. Para ver si le importaba.

O si su relación había muerto del todo y para siempre.

Pero no hizo nada más que levantarse para apartarse de la mujer y de la tentación que representaba.

–No, me temo que esta noche no.

Ella se encogió de hombros.

–Podría haber sido divertido.

«Divertido». Kairos no estaba seguro de saber qué era eso. No había nada divertido en sus pensamientos.

–Yo no hago cosas divertidas, tengo un deber que cumplir.

Ni siquiera era medianoche y ya estaba dispuesto a marcharse. Unos meses antes, su hermano, Andres, hubiera estado allí, dispuesto a llevarse en brazos a la mujer rechazada o a cualquier otra mujer que estuviese buscando pasar un buen rato con el príncipe de Petras.

Pero Andres estaba casado. Más que eso, estaba enamorado. Era algo que Kairos jamás pensó ver: su hermano menor atado a una sola mujer.

Le ardía el estómago como si tuviera ácido en él.

Kairos salió de la discoteca, subió al coche que lo esperaba y le ordenó al chófer que lo llevase de vuelta al palacio.

Había pasado otro año. Otro año sin heredero. Por eso le había ordenado a Andres que se casara. Tenía que enfrentarse a la posibilidad de que Tabitha y él no pudieran tener un hijo que heredase el trono de Petras.

Ese deber podría recaer en Andres y su esposa, Zara.

Cinco años de matrimonio y aún no tenían hijos. Cinco años y lo único que tenía era una esposa que podría estar en otro sitio incluso cuando estaban en la misma habitación.

El coche atravesó las enormes puertas de hierro situadas frente al palacio y se dirigió a la impresionante entrada. Kairos se bajó sin esperar a que el chófer le abriese la puerta y, en tromba, se dirigió hacia la escalera. Podría ir a la habitación de Tabitha para decirle que era hora de intentar engendrar un hijo una vez más, pero no estaba seguro de poder soportar su frío recibimiento.

Cuando estaba dentro de ella, apretado contra ella, piel con piel, seguía sintiendo que estaba a kilómetros de distancia.

No, no le apetecía tomar parte en esa farsa, aunque terminase en un orgasmo. Para él.

Y tampoco quería irse a la cama todavía.

De modo que se dirigió a su despacho para tomar una copa. Solo.

Empujó la puerta y se detuvo. Las luces estaban apagadas y la chimenea encendida creaba un brillo anaranjado en la habitación. Sentada en el sillón, frente al escritorio, estaba Tabitha, con sus largas y esbeltas piernas desnudas bajo un vestido más bien discreto y las manos colocadas con elegancia sobre el regazo. Su expresión era serena y no cambió cuando lo vio entrar. Solo advirtió un ligero brillo en sus ojos azules y el vago movimiento de una ceja.

Lo que no había sentido cuando la pelirroja se acercó en la discoteca despertó a la vida entonces, como si las llamas hubieran escapado de la chimenea, envolviendo fieros tentáculos a su alrededor.

Apretó los dientes para controlar esa sensación; para controlar el deseo que amenazaba con hacerlo perder el control.

–¿Habías salido? –le preguntó ella, su tono era tan quebradizo como el cristal, helando el ardor que lo había abrumado de forma momentánea.

Kairos se dirigió al bar que estaba al otro lado de la habitación.

–¿He salido, Tabitha?

–No he estado buscándote por todo el palacio. Podrías haberte escondido en alguna parte.

–Si no estaba aquí, o en mi habitación, entonces era seguro pensar que había salido –Kairos tomó una botella de whisky, abierta por su bella intrusa, y se sirvió una generosa cantidad en un vaso.

–¿Ese tono irónico es necesario? Si has salido, di que has salido –Tabitha hizo una pausa, clavando los ojos en el cuello de su camisa–. ¿Y qué has estado haciendo? –su tono había pasado de cristal a acero en cuestión de sílabas.

–He estado en una fiesta de Año Nuevo. Eso es lo que la gente suele hacer durante estas fiestas.

–¿Desde cuándo vas a fiestas?

–Frecuentemente, y tú sueles acompañarme.

–Quiero decir, ¿cuándo vas a fiestas solo con el propósito de divertirte? –Tabitha lo miraba con expresión seria–. No me has invitado.

–No era una fiesta oficial.

–Entiendo –dijo ella, levantándose de repente para tomar unos papeles del escritorio en los que Kairos no se había fijado hasta ese momento.

–¿Estás enfadada porque querías ir a la fiesta?

Había dejado de intentar entender a su mujer.

–No –respondió ella–,  pero me molesta un poco la mancha de carmín rojo del cuello de tu camisa.

De no ser por tantos años de práctica controlando sus reacciones, Kairos podría haber soltado una palabrota. No había pensado en la mancha de carmín después del breve contacto con la pelirroja.

–No es nada.

–Ya me imagino –dijo ella con tono medido, firme–. Y, aunque fuese algo, me daría igual.

Kairos se quedó sorprendido por el impacto de esa frase, por lo duramente que lo golpeó. Sabía que le daba igual. Era evidente por su actitud hacia él, por cómo giraba la cara cuando intentaba besarla, por cómo se encogía cuando se acercaba. Como poco, le era indiferente. Como mucho, le daba asco. Por supuesto, le daría igual si hubiera encontrado solaz en los brazos de otra mujer mientras no lo buscase con ella. La única razón por la que había soportado sus caricias durante tanto tiempo era la esperanza de tener hijos; una esperanza que iba disminuyendo con cada día que pasaba.

Tabitha debía de haberse rendido del todo, pensó. Algo de lo que debería haberse dado cuenta porque hacía meses que no iba a su cama.

Y no tenía sentido defenderse. Si le daba igual, no tenía sentido hablar de ello.

–¿Qué estabas haciendo aquí? ¿Bebiéndote mi whisky?

–He tomado un poco –respondió ella, tambaleándose ligeramente, perdiendo la compostura por primera vez.

Era tan raro en ella… Tabitha se controlaba a sí misma con mano de hierro. Siempre había sido así. Incluso años atrás, cuando solo era su secretaria.

–Lo único que tienes que hacer es llamar a un criado y pedir que lleve una botella a tu habitación.

–Mi habitación –Tabitha se rio, vacilante–. Sí, claro, lo haré la próxima vez. Pero estaba esperándote.

–Podrías haberme llamado.

–¿Y habrías respondido al teléfono?

La sincera respuesta a esa pregunta no lo dejaría en buen lugar. La verdad era que a menudo ignoraba sus llamadas cuando estaba ocupado. No mantenían conversaciones personales. Ella no llamaba nunca solo para escuchar su voz y, por lo tanto, ignorarla no le parecía nada personal.

Tabitha esbozó una sonrisa forzada.

–Seguramente no lo habrías hecho.

–Bueno, pero ahora estoy aquí. ¿Qué es tan importante que tenemos que solucionarlo a medianoche?

Tabitha empujó los papeles en su dirección. Por primera vez en meses, Kairos vio un brillo de emoción en los ojos de su esposa.

–Documentos legales.

Kairos miró los papeles y luego a ella, incapaz de entender por qué le entregaba unos papeles a medianoche el día de Nochevieja.

–¿Por qué?

–Porque quiero el divorcio.

Capítulo 2

TABITHA se sentía como si estuviera hablando debajo del agua. Se imaginaba que era el alcohol lo que hacía que se sintiera aturdida. Desde el momento en que entró en el despacho con los papeles en la mano, todo le parecía ligeramente irreal. Después de una hora esperando a que su marido apareciese, decidió abrir una botella de su whisky favorito y tomar una copa. Y había seguido bebiendo mientras las horas pasaban.

Y, cuando por fin apareció, casi a medianoche, llevaba una mancha de carmín en el cuello de la camisa.

En ese momento agradeció haber bebido. Sin la ayuda del alcohol, el impacto de ese golpe podría haber sido fatal. Aunque estaba en el despacho de su marido pidiendo el divorcio. Sabía que su matrimonio estaba roto de forma irrevocable. Kairos había querido una cosa de ella, solo una cosa, y había fracasado en esa tarea.

La farsa había terminado. No tenía sentido seguir.

Pero no se había esperado aquello, la prueba de que su helado, responsable, solícito y nunca apasionado marido había estado con otra mujer. De fiesta. Por placer.

«¿De verdad creías que iba a quedarse esperando cuando te niegas a admitirlo en tu cama?».

Su monólogo interior era áspero esa noche. Y también innegable. Kairos era frío, pero había creído que, al menos, era un hombre de palabra. Había estado dispuesta a liberarlo de ella, a liberarlos a los dos. No se le había ocurrido que disfrutase como un hombre soltero mientras seguían casados.

«Como si tu matrimonio fuese de verdad. Como si esas promesas tuviesen algún valor».

–¿Quieres el divorcio? –el tono cortante penetró en sus pensamientos y la devolvió al presente.

–Ya me has oído.

–No lo entiendo –dijo Kairos, sus ojos oscuros brillaban con una emoción que nunca había visto antes.

–Tú no eres tonto –replicó ella, el alcohol le daba valor–. Creo que sabes muy bien lo que significa la palabra «divorcio».

–No entiendo lo que significa viniendo de tus labios. Eres mi mujer y me hiciste promesas. Tenemos un acuerdo.

–Y el acuerdo no es amar, honrar y cuidar, sino presentar un frente unido ante el país y tener hijos. Pero no he sido capaz de concebir un hijo, como tú sabes muy bien. ¿Por qué seguir adelante? No somos felices.

–¿Desde cuándo te importa ser feliz?

El corazón de Tabitha se encogió como si él lo hubiese apretado entre sus fuertes manos.

–Algunas personas dirían que la felicidad es importante en la vida.

–Esas personas no son el rey y la reina de un país. No tienes derecho a dejarme –le advirtió él, con un brillo airado en los ojos.

Y, de repente, fue como si las llamas de esos ojos inflamasen el alcohol en su sangre. Tabitha explotó.

Tomó el vaso de whisky y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la pared, a unos centímetros de Kairos, que se apartó con expresión fiera.

–¿Qué demonios estás haciendo?

No lo sabía. Nunca había hecho algo así en toda su vida. Despreciaba ese tipo de comportamiento emocional, apasionado, ridículo. Ella valoraba el control.

Esa era una de las muchas razones por las que había aceptado casarse con Kairos, para evitar momentos como aquel. Lo respetaba y, una vez, incluso había disfrutado de su compañía. Su relación había estado basada en el respeto mutuo, pero también en su necesidad de encontrar una esposa rápidamente. Las discusiones, los gritos, tirar cosas… eso jamás había formado parte de su relación.

Pero Tabitha ya no podía controlarse.

–Vaya –dijo, fingiendo sorpresa–,  te has dado cuenta de que estoy aquí.

Antes de que pudiera reaccionar, Kairos cruzó la habitación en dos zancadas y la empujó hasta que su trasero chocó contra el escritorio. Irradiaba ira; su rostro, que normalmente parecía esculpido en piedra, mostraba más emoción de la que ella había visto en los últimos cinco años.

–Tienes toda mi atención. Si ese era el objetivo de esta pataleta, lo has conseguido.

–No es una pataleta –se defendió ella, con la voz vibrando de rabia–. He ido a ver a un abogado. Esos documentos son auténticos, no amenazo en vano. Es la decisión que he tomado.

Kairos le levantó la barbilla con un dedo, obligándola a mirarlo a los ojos.

–No sabía que tuvieras autoridad para tomar decisiones que nos conciernen a los dos.

–Eso es lo bueno del divorcio, que puedo tomar decisiones por mi cuenta.

Kairos agarró su pelo y tiró hacia atrás de su cabeza.

–Perdone, Majestad, no sabía que su puesto en este país estuviese por encima del mío.

Nunca le había hablado de ese modo, nunca la había tocado así. Debería enfadarse, encolerizarse, pero lo que experimentaba era una emoción bien diferente. Al principio, la promesa de esa pasión había brillado entre ellos, pero había ido enfriándose con el paso de los años. Tuviese el potencial que tuviese, la pasión se había apagado del todo tras cinco años de indiferencia.

–No sabía que te hubieras convertido en un dictador.

–¿No estoy en mi casa? ¿No eres mi esposa?

–¿Lo soy? ¿En algún sentido importante? –Tabitha levantó una mano para rozar la mancha de carmín rojo con el pulgar–. Esto dice otra cosa –exclamó, dando un tirón que hizo saltar un botón del cuello de la camisa.

Kairos esbozó una sonrisa mientras volvía a tirar de su pelo.

–¿Eso es lo que piensas de mí? ¿Crees que he estado con otra mujer?

–Esto demuestra que sus labios han tocado tu camisa. Me imagino que también habrán tocado otras partes de tu cuerpo.

–¿Crees que soy un hombre que rompe sus promesas matrimoniales? –insistió él con voz ronca.

–¿Cómo voy a saberlo? Ni siquiera te conozco.

–¿No me conoces? –el tono de Kairos era suave y más letal por ello–. Soy tu marido.

–¿Lo eres? Perdóname, pensé que solo eras mi semental.

Kairos soltó entonces su pelo para envolver un brazo en su cintura y apretarla contra su cuerpo. Estaba duro, ardiente. Por todas partes. Notar eso hizo que los latidos de su corazón se acelerasen. Estaba excitado. Por ella. Su circunspecto marido, que apenas arrugaba las sábanas cuando hacían el amor, estaba excitado en medio de una pelea.

–¿Y cómo puede ser eso, agape, cuando no me has dejado acercarme en casi tres meses?

–¿Era yo quien no te dejaba acercarte o tú quien no se ha molestado en acercarse a mí?

–Un hombre se cansa de acostarse con una mártir.

–Una mujer siente lo mismo –replicó Tabitha, agarrándose a su ira para que el deseo no se apoderase de ella, ahogándola, robándole el control.

Kairos empujó las caderas hacia delante, apretando el miembro duro contra su vientre.

–¿Te parezco un mártir ahora mismo?

–Siempre he creído que es el brillante futuro de Petras lo que te anima cuando te acuestas conmigo.

Kairos, airado, tiró del vestido. Tabitha oyó que la tela se rasgaba y notó el aire fresco en su piel desnuda.

–Sí –respondió con tono venenoso–. Soy así de estirado. Evidentemente, ver tu cuerpo desnudo no me excita nada –tiró hacia abajo del vestido, desnudando sus pechos, cubiertos solo por un sujetador de encaje casi transparente–. Es insoportable para mí.

Se inclinó hacia delante para besarle el cuello con la boca abierta, el contacto fue tan sorprendente, tan diferente a todo lo que había habido entre ellos hasta entonces que Tabitha no pudo controlar un grito de sorpresa y placer.

–¿Con quién más has hecho esto esta noche? –le preguntó, intentando empujarlo–. ¿Con la mujer del carmín rojo? ¿Voy a beneficiarme de lo que ella te ha enseñado?

Kairos no dijo nada. Se limitó a mirarla con esos ojos oscuros, tan brillantes.

Abrumada de dolor y rabia, tiró del nudo de su corbata hasta que consiguió quitársela. Luego agarró la pechera de la camisa, abriéndola de un tirón, los botones saltaron por el suelo de mármol.

Se detuvo luego, respirando con dificultad. Era tan hermoso… Siempre lo había sido. Se había sentido atraída por él desde el primer momento. Entonces era tan joven, tan ingenua… A los diecinueve años, lejos de casa por primera vez, estaba encandilada por su nuevo jefe.

Por supuesto, jamás se hubiera imaginado que una joven estadounidense que había ido a Petras en un programa de estudios tendría alguna oportunidad con el rey de ese país.

Curiosamente, en ese momento le parecía más fascinante que nunca. Se había acostado con aquel hombre durante cinco años. Lo había visto desnudo innumerables veces. El misterio debería haber desaparecido. Sabía que no incendiaban las sábanas, nunca había sido así. Era culpa suya, al menos eso había creído siempre. Kairos era su único amante, de modo que no podía compararlo con nadie.

Aparentemente, Kairos buscaba mujeres que se pintaban los labios de rojo y con ellas las cosas eran diferentes. Él era diferente.

La rabia se mezclaba con el deseo que se amotinaba en su interior.

Pasó las manos por el torso masculino, con el calor de su piel quemándola. Debería sentirse asqueada. No debería querer tocarlo, pero lo deseaba tanto… Si había estado con otra mujer, la borraría de su mente. La borraría de su cuerpo con el suyo. Haría lo que no había conseguido hacer en esos cinco años de matrimonio: que Kairos la desease.

Y entonces lo dejaría.

Se inclinó hacia delante para rozarle el mentón con los dientes y él emitió un gruñido mientras tiraba hacia abajo del vestido, dejando que cayera al suelo. Tabitha no lo reconocía en ese momento, no se reconocía a sí misma.

–¿Has estado con otra mujer? –formuló la pregunta con los dientes apretados mientras le desabrochaba la hebilla del cinturón.

Kairos se inclinó hacia delante, buscando su boca en un beso violento, duro. Hiriente. La obligó a abrir los labios con la lengua, deslizándose en su boca profunda e implacablemente. La pregunta sin respuesta hervía entre ellos, atizando la llama del deseo.

Kairos tiró hacia abajo del sujetador para descubrir sus pechos e inclinó la cabeza para tomar un erecto pezón con los labios y tirar con fuerza. Tabitha gimió, enredando los dedos en su pelo, sujetándolo contra ella. Quería castigarlo por esa noche, por los últimos cinco años. No sabía qué hacer más que castigarlo con el deseo que llevaba tanto tiempo ocultando. Hasta esa noche nunca se habían levantado la voz y, sin embargo, Kairos se mostraba más apasionado que nunca.

Tal vez a él le pasaba lo mismo. Era un castigo, pero uno al que Tabitha se sometería con gusto. Porque ella saldría de aquello dolida, destruida, pero él tampoco saldría ileso del encuentro.

Kairos deslizó la lengua entre sus pechos, dejando un rastro abrasador, antes de reclamar su boca por fin. Metió una mano entre ellos para liberar su miembro, ardiente y duro como nunca.

Tabitha puso las manos sobre sus hombros y deslizó hacia atrás la camisa, rozándolo con las uñas, disfrutando del gruñido que él emitió como respuesta.

Entonces, de repente, él la sentó sobre el escritorio para colocarse entre sus muslos abiertos y empujó su miembro contra la húmeda y sensible carne, aún oculta por las bragas, enviando una oleada de placer por todo su cuerpo.

–Respóndeme –insistió ella, clavando las uñas en sus hombros.

Kairos apartó a un lado sus bragas para rozar el escondido y sensible capullo con las puntas de los dedos.

–¿Quieres saber si he hecho esto con otra mujer? –su tono era ronco, jadeante, mientras empujaba el glande hacia su entrada.

–Responde a mi pregunta –insistió ella, casi sin despegar los labios.

–Creo que eso no cambiaría nada.

Tabitha notó que le ardía la cara de vergüenza. Tenía razón. En aquel momento no podría decir que no.

–¿Por eso no me lo dices? ¿Por miedo a que me aparte?

–Estoy acostumbrado a que te apartes, Tabitha. ¿Por qué voy a perder el tiempo lamentándolo?

Ella deslizó las manos por su ancha espalda y apretó su trasero.