Proyecto M: - Guada Venturini - E-Book

Proyecto M: E-Book

Guada Venturini

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Beschreibung

Mía, una niña marcada por un accidente que cambió su vida, descubre que su destino está irremediablemente ligado a las mariposas morpho. ¿Qué conexión existe entre ellas y su capacidad de alterar el tiempo? Junto a su padre, la muchacha se embarca en un viaje hacia lo desconocido. A medida que se sumerge en el enigmático Proyecto M, su padre la guía hacia un mundo de posibilidades y peligros inimaginables. Sin embargo, cada intento de manipular el tiempo trae consigo consecuencias inesperadas y aterradoras. En este fascinante relato de obsesión y sacrificio, los personajes se sumergen en una búsqueda desesperada por encontrar la clave para darle a Mía una segunda oportunidad. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar para cambiar su destino?

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Venturini, María Guadalupe

Proyecto M : una teoría del caos / María Guadalupe Venturini. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

116 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-447-1

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Novelas de Ciencia Ficción. I. Título.

CDD A860

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Venturini, María Guadalupe

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Para todas aquellas personas que confiaron en mí.

PROYECTO M:una teoría del caos

Ahí estaba. Esperando mi decisión, sus pequeños ojos no dejaban de mirar los míos. Sus alas azules permanecían inmóviles pero inquietas, con la necesidad de realizar ese movimiento que podía cambiarlo todo en ese preciso instante, aunque todo dependía de mí. Solo una señal.

El camino que recorrí hasta aquí va a mostrar sus consecuencias. Espero que sean las correctas. Al cerrar mis ojos para recordar todo lo que dejaría atrás, sentí que necesitaba abrirlos cuanto antes. Pero no podía. La respiración se aceleraba cada vez más y al mismo tiempo disminuía lentamente. Mi vida cambiaría o se derrumbaría por completo...

Fase uno

El ruido del monitor me despertó. Miré a mi alrededor. No sabía dónde estaba. Por lo que me contaron, estuvimos un par de semanas en un hospital de México y, gracias a algunas influencias de mi padre regresamos al país. Por suerte pudo conseguir un hospital a pocos kilómetros de nuestra ciudad.

No recordaba nada de lo sucedido. Mis pensamientos eran una confusión permanente. En mi mente solo veía un color, su color, el azul. Mi memoria me estaba jugando una mala pasada. ¿Cómo llegué a este lugar? Observé mi cuerpo y vi las consecuencias del accidente. Cuando comprendí la situación en la que me encontraba, supe que no iba a estar en pie nunca más.

Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. No tenía consuelo. Escuchar a los médicos hablar con mis padres sobre el futuro que me esperaba —un futuro que no era para nada alentador— aumentaba mi tristeza. Intenté mantenerme fuerte, pero la angustia se apoderaba cada vez más de mí. Mi padre, frío y distante, hacía preguntas muy específicas y las justificaba diciendo que con ayuda e investigación científica se podría lograr una mejoría o encontrar la cura. Mi madre intentaba ocultar su dolor, pero era imposible: ella transmitía mucho con su cuerpo, su lenguaje corporal hablaba por sí solo. Años de carrera en danza clásica habían hecho que cualquiera que observara sus movimientos advirtiera la manifestación y expresión de todos sus sentimientos.

Con el paso de los días, fui mejorando. Algunas heridas leves de mi cuerpo fueron sanando. Mi mamá me decía que eso se debía a que era muy jovencita, por ese motivo mi sanación era rápida. Y todo me lo explicaba relacionándolo con la danza: esa pasión que tiene y que tuvo que dejar al momento de mi nacimiento. A veces me siento culpable por eso, que haya tenido que dejar su carrera cuando empezaba a ser reconocida en todo el mundo para ocuparse de mí. Pero, como siempre ella decía, la vida nos da oportunidades para ser feliz. Y que su felicidad se completó con mi llegada a su vida, con la ilusión de que el día de mañana pudiera llegar a convertirme en una gran bailarina como ella. Aunque ese futuro se haya acabado con esto que estoy pasando.

Los días en el hospital se hicieron más llevaderos gracias a las historias que mi madre me contaba de sus viajes por París, Londres, Moscú, y todos los escenarios donde el ballet ofreció grandes espectáculos y ella era la estrella principal. Me contaba que, cuando llegaba el momento de armar la marquesina del teatro, siempre se queda cerca para ver su nombre, Ámbar Cristaldo, junto al título del show del que ella era la protagonista. Yo disfrutaba escucharla y ver cómo reproducía algunos pasos de baile. Mi preferido era cuando sus brazos imitaban los movimientos de las alas de un cisne; se los veía tan delicados, que sentía que se elevaba del suelo para iniciar su vuelo.

—Anímate. Sé que puedes hacerlo, hijita —me decía mientras tomaba mis brazos y me explicaba la técnica para realizarlo.

—No puedo, mamá. No puedo. —Y en ese instante, las lágrimas se apoderaron de mí. Ya no pude contenerlas más.

—Tranquila, Mía. —Sus brazos cálidos me abrazaron protegiéndome de todo; un refugio que me alejaba de todos los peligros. Y así, juntas y abrazadas, lloramos. Una necesidad que teníamos por toda la situación que atravesábamos.

Sentimos unos golpes en la puerta. Era papá que traía unos chocolates para mí y unos regalos que me mandaban los abuelos. En su rostro se formaba una sonrisa, señal que avisaba que detrás de ella se escondía algo bueno. Cuando él estaba contento, enseguida se le marcaban en su rostro esos hoyuelos que lo delataban sin mencionar palabra alguna.

—¡Tengo novedades! —la sonrisa comenzaba a hacerse más grande de a poco y a iluminar su rostro—. Si todo continúa de esta manera, es decir, con una evolución favorable, en un par de días, recibirás el alta y continuarás la rehabilitación en casa.

Necesitábamos noticias motivadoras, cargarnos de fuerzas. Luego de escuchar esas palabras, los tres nos fundimos en un abrazo lleno de emociones y felicidad, hasta que una enfermera no muy simpática nos interrumpió: era la hora de la medicación. Deja unas pastillas con unas indicaciones y me informa que me van a hacer unos estudios así puedo irme lo más pronto posible del hospital. Además, me pide que me prepare porque vienen a buscarme para ir al sector de diagnóstico por imágenes. Una de sus compañeras, fingiendo ser más simpática, me dejó aquello que hizo que se me helara la sangre: una silla de ruedas.

Me sentí más paralizada de lo que estaba cuando la vi. No podía entender que de ahora en más tendría que utilizarla para trasladarme de un lugar a otro, que iba a formar parte de mi vida no sabía por cuánto tiempo. Traté de contener mi angustia para no ocasionarles más sufrimiento a mis padres, pero no lo logré.

Los días pasaron y llegó el más esperado de todos: por fin me voy a casa. Papá vino solo a buscarme porque, según parece, mamá prepara una sorpresa. Las enfermeras me ayudaron a guardar mis cosas y además me dieron unos regalitos porque decían que era su paciente preferida y la que más caso hacía. Les di un fuerte abrazo a cada una y les agradecí por todo lo que habían hecho por mí. Luego, me armé de valor y dejé que me ayudaran a sentarme en la silla. Miré la habitación blanca, casi vacía, y me despedí esperando no volver nunca más, en ninguna circunstancia.

En el viaje de regreso con papá casi ni cruzamos palabras. No estaba con ánimos de hablar. Me hizo varias preguntas a las que solamente me limité a contestar sí, no y no sé. Para que el silencio no se escuchara, prendí el estéreo del auto. La locutora anunciaba el pronóstico del tiempo con probabilidades de lluvia que se avecinaban hacia el fin de semana. No me quedó otra que entablar un diálogo con mi padre:

—Con el sol que hay, ¿va a llover? —dije mientras miraba por la ventanilla del auto cómo estaba el tiempo.

Papá interrumpió con algunas teorías acerca de las “probabilidades”, estadísticas y cálculos matemáticos. Poseía una gran fascinación por los números. Sus palabras no tardaron en llegar: “Las predicciones del clima son un gran y frustrante problema relacionado con la matemática aplicada”.

Mientras lo escuchaba, confirmaba la gran admiración que siempre he sentido hacia él cuando habla sobre un tema relacionado con la ciencia.

—Entonces, ¿es casualidad cuando lo que pronostican ocurre? ¿O es una causalidad? —mi pregunta lo animó a continuar explicándome y tomando el rol de maestro que tanto disfrutaba.

—Podríamos decir que el clima, al estar conformado por sistemas dinámicos y debido a estos… su estado evoluciona con el tiempo y le otorga una particularidad: son muy sensibles a las variaciones en las condiciones iniciales.

—¿Traducción? —mi cara de desconcierto lo animó a seguir dando esas explicaciones grandiosas que solo él era capaz de dar.

—Escúchame bien. Una mínima variación en las condiciones iniciales va a generar grandes diferencias en el comportamiento futuro. Por este motivo la predicción a largo plazo, muchas veces, es complicada. Y difícil de explicar en sus consecuencias.

—Por eso dicen que el simple aleteo de una mariposa puede ocasionar un tsunami al otro lado del mundo, ¿no?

—¡Esa es mi hija! Veo que estás comprendiendo cómo es el asunto —dijo todo orgulloso. Esa frase la he escuchado tantas veces salir de su boca. Y la fascinación por las mariposas, sé que la heredé de él, por su formación en lepidopterología. Con tanta conversación, el viaje no se me hizo tan largo. Reconozco que disfruté de la charla.

Llegamos. Tocamos la bocina y mamá abrió la puerta para salir corriendo a recibirme. Se la veía tan feliz de tenerme en casa. Nos abrazamos fuerte y de la emoción me sacó del auto, me levantó y dimos vueltas de lo contentas que estábamos. Mientras tanto, observaba cómo papá bajaba la silla del auto. Disimulé mi tristeza alegando que eran lágrimas de emoción.

Cuando entré a la casa, todo estaba diferente, habían hecho los cambios necesarios para que pudiera trasladarme sin tener ningún inconveniente y sin lastimarme. A mi habitación la habían armado en el que era el cuarto de ensayos de mamá. Sé lo importante que era ese lugar para ella: su colección de discos de música clásica, sus espejos y cuadros con fotografías le daban vida a ese espacio donde ella renacía cada vez que se calzaba sus zapatillas de punta. La mayoría de mis cosas ya estaban ahí. Sobre la mesa de luz, estaba ese cuadro de mi bailarina preferida con el majestuoso vestuario de Don Quijote. Y el detalle más lindo de todos, como ella decía, que en su vientre me encontraba danzando yo.

Caía el sol lentamente anunciando el final de una tarde que daba comienzo a un nuevo estilo de vida que el destino tenía preparado para mí. Por mi ventana admiraba un bello atardecer que parecía una obra de arte realizada por el mismo universo. Puse un poco de música y me dediqué a pensar en cuánto había cambiado mi vida en tan solo unos meses.

A la hora de la cena llegaron los abuelos. Así que compartimos un grato momento en familia, pero, como estaba tan cansada por el largo día sumado a todos los nuevos acontecimientos, me retiré a mi habitación para ir a dormir. Muchos sucesos juntos y demasiado movilizantes para una chica de tan solo doce años.

Mi abuela me ayudó a cambiarme y a acostarme. Tenía la mirada triste, pero no dejaba de sonreír. Se sentía aliviada de que estuviera en casa. Corrió las mantas de la cama y me levantó como cuando jugábamos en el patio de su jardín. Nos reímos mucho de esa situación porque mi cuerpo ya no era tan chiquito como antes y le costaba más agarrarme. Mucho por mis piernas, cuyas cicatrices de las operaciones no se curaban del todo. Y dolían bastante.

—¡Gracias, abuela! Sobre todo, por hacerme sentir que todavía soy esa chiquita traviesa que se trepaba a tu cuello.

—Te quiero mucho, muchísimo, mi linda nietita. Pronto va a pasar todo esto. Y te vas a trepar en mí como siempre. Ahora, descansa. Fue un día muy largo. —Me dio un beso tierno en la frente y se dirigió hacia el living de la casa. Noté cómo, disimuladamente, con su mano enjugaba unas lágrimas.

Me quedé un rato despierta mirando el techo. Por mi cabeza se cruzaban muchas cosas, pensaba cómo iba a continuar mi vida ahora que no iba a ser muy normal. Sin darme cuenta, cerré los ojos, respiré y en pocos segundos me dormí profundamente.

Esa misma noche, comenzaron las pesadillas. El accidente. Lo recuerdo y lo vivo una y otra vez. Simplemente quería alcanzarla, que sea mía. Su color como el de un zafiro me hipnotizaba cada vez más. Observar sus movimientos en el aire hacía que mi atracción aumentara. Comencé a acercarme a ella, con movimientos sigilosos y pausados para no espantarla. Y ahí estaba, desafiándome, tentándome. Hasta que llegó el momento tan ansiado y la distancia era cada vez menor. Sus alas comenzaron a moverse. Traté de tomarla en mis manos y fue ahí cuando…

Los gritos despertaron a mis padres que llegaron a toda prisa a mi lado. Mi llanto era de desconsuelo, y la voz de mi madre actuaba como un relajante natural:

—Tranquila, hijita. Mamá ya está aquí. —Me cobijó en sus brazos, me sentí una pequeña indefensa. Se quedó conmigo hasta que me tranquilicé y para que me durmiera tarareó una bella melodía. Me dejé llevar por su ritmo tan cálido y armonioso. Cuando logré conciliar el sueño, me dio un beso y se retiró de la habitación.

Aprendí a convivir con mis limitaciones, no tuve alternativas; eso ayudó a no tener esas pesadillas que me habían atormentado. Aceptar mi presente, con ese motivo me propuse superarme día tras día, poniéndome pequeños objetivos para alcanzarlos. Iba venciendo cada obstáculo que se me presentaba con mucha paciencia y, sobre todo, perseverancia. Debo reconocer que hubo días oscuros cuando no tenía las fuerzas necesarias para levantarme y salir de la cama. Me inundaba la tristeza, formando mares de lágrimas tan profundos… Pero no soportaba ver a mis padres tristes y angustiados porque no sabían de qué manera ayudarme.

Una tarde salimos con mamá. Fuimos hasta la plaza que queda a unas cuadras de nuestro hogar. En el trayecto, ella me contaba otra de sus historias.

—¿Te conté sobre la noche del estreno de La bella durmiente? Fue un poco accidentada.

Sus risas no tardaron en llegar.

—¿En serio? ¿Qué pasó?

—Había trabajado duro para conseguir el papel principal. Convertirme en prima ballerina fue la gloria, el sueño de toda mi vida. El trabajo que había realizado estaba dando sus frutos. Recuerdo las marquesinas y los afiches publicitarios con mi nombre. Me gustaba pararme frente a ellos. La emoción me recorría todo el cuerpo. Llegó el momento tan esperado: la noche del estreno. Pero cuando estaba a punto de salir a escena, el cierre de mi vestido se rompió. No había manera de arreglarlo. El director de la obra estaba hecho una furia porque el espectáculo estaba por comenzar y yo no estaba lista. Tenías que verlo: caminaba de un lado a otro, desesperado y pidiendo a los gritos ayuda.

—¿No tenías otro de repuesto?

—Ninguno, solo ese. Traté de serenarme para no entrar en pánico. No podía dejar que esa oportunidad se arruinara. Y todo por culpa de un cierre que se había roto. Así que fui al camarín de una de las bailarinas del elenco y me puse su vestido. Se abrió el telón. Comenzaron los primeros acordes y me dejé llevar por ellos. Danzar ante el público presente y luego recibir sus aplausos fue como tocar el cielo con las manos. Esa noche fue mágica. Soñada —mientras terminaba de decir esas palabras, hacía la reverencia del saludo final.

—¿Y la bailarina? ¿Qué ocurrió con ella?

—Tomó sus cosas y se fue enojadísima del teatro, vociferando y diciendo que renunciaba. Que no podían hacerle eso con los años de trayectoria que tenía, que era una total falta de respeto.

En ese momento, las dos comenzamos a reír, tanto que la gente que pasaba a nuestro lado nos miraba como si fuésemos bichos raros.