Psicología de las masas - Gustave Le Bon - E-Book

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Gustave Le Bon

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Beschreibung

Las teorías del sociólogo francés Gustave Le Bon (1841-1931) fueron expuestas principalmente en su famoso libro "Psicología de las masas", publicado por primera vez en 1895. 

Gustave Le Bon es considerado uno de los fundadores de la psicología social y uno de los principales exponentes de la Psicología de las muchedumbres, de gran desarrollo en las últimas décadas del siglo XIX. Sus consideraciones acerca del funcionamiento del comportamiento colectivo fueron apreciadas por Sigmund Freud y comentadas extensamente por el padre del psicoanálisis en su obra "Massenpsychologie und Ich-Analyse" ( "Psicología de masas y análisis del yo"). Aunque las explicaciones de Le Bon acerca de los mecanismos subyacentes a la Psicología de las masas no han recibido posteriormente confirmación empírica, resultaron influyentes tanto en las explicaciones iniciales acerca de los efectos de los medios de comunicación, como en el desarrollo de las estrategias de propaganda por parte de Edward Bernays. Incluso, más recientemente, Ernesto Laclau ha valorado en La razón populista algunas intuiciones, presentes en este libro, para el desarrollo de la teoría política contemporánea. La hipótesis principal que sostiene Le Bon en esta obra es que el individuo sufre siempre una transformación radical al estar inmerso en cualquier situación multitudinaria, algo que ha sido sumamente discutido y —a juicio de investigadores posteriores— invalidado. Por otra parte, algunas de sus tesis parciales han sido puestas de manifiesto, de forma harto inquietante, durante los últimos años. Entre ellas, y como simple muestra, estas dos: el potencial autoritario latente en determinadas grandes colectividades y los procesos involucrados en los fenómenos de desindividuación y anonimato. 
Se especula que los planteamientos de Le Bon y sus estudios alentaron la ideología nazi y que el libro "Mi lucha", de Adolfo Hitler, se inspiraba en su obra.

"Psicología de las masas" es, en definitiva, una obra importante, reveladora, entre otras cosas, de cómo la ideología reaccionaria de un autor condiciona y altera profundamente el estudio de la realidad social. Sin embargo, la lectura de estas páginas es muy aconsejable para todo aquel interesado en el estudio del comportamiento social y humano, así como para quienes se interesen por el desarrollo histórico de las teorías de la comunicación de masas. 

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Tabla de contenidos

PSICOLOGÍA DE LAS MASAS

Prólogo

Introducción - La era de las masas

LIBRO I: La Mente de las Masas

Capítulo I: Características generales de las masas. Ley psicológica de su unidad mental

Capítulo II: Los sentimientos y la moral de las masas

1. Impulsividad, movilidad e irritabilidad de las masas

2. La sugestionabilidad y la credulidad de las masas

3. La exageración y la ingenuidad de los sentimientos de las masas

4. La intolerancia, la dictatorialidad y el conservativismo de las masas

5. La moralidad de las masas

Capítulo III: Las ideas, el poder de raciocinio y la imaginación de las masas

1. Las ideas de las masas

2. El poder de raciocinio de las masas

3. La imaginación de las masas

Capítulo IV: La forma religiosa que toman todas las convicciones de las masas

LIBRO II: Las opiniones y creencias de las Masas

Capítulo I: Factores remotos de la opinión y de las creencias de las masas

1. Raza

2. Tradiciones

3. Tiempo

4. Instituciones políticas y sociales

5. Instrucción y educación

Capítulo II: Los factores inmediatos de la opinión de las masas

1. Imágenes, palabras y fórmulas

2. Ilusiones

3. Experiencia

4. Razón

Capítulo III: Los conductores de masas y sus medios de persuasión

1. Los conductores de masas

2. Los medios de acción de los conductores: afirmación, repetición, contagio

3. Prestigio

Capítulo IV: Limitaciones de la variabilidad de las creencias y las opiniones de las masas

1. Creencias fijas

2. Las opiniones variables de las masas

LIBRO III: La clasificación y descripción de las diferentes clases de masas

Capítulo I: La clasificación de las masas

1. Masas heterogéneas

2. Masas homogéneas

Capítulo II: Masas denominadas criminales

Capítulo III: Jurados penales

Capítulo IV: Masas electorales

Capítulo V: Asambleas parlamentarias

Notas

PSICOLOGÍA DE LAS MASAS

Gustave Le Bon

Prólogo

El siguiente trabajo está dedicado a un examen de las características de las masas.

El genio de una raza está constituido por la totalidad de las características comunes con las cuales la herencia dota a los individuos de esa raza. Sin embargo, cuando una determinada cantidad estos individuos está reunida en una muchedumbre con un propósito activo, la observación demuestra que —por el simple hecho de estar los individuos congregados— aparecen ciertas características psicológicas que se suman a las características raciales, siendo que se diferencian de ellas, a veces en un grado muy considerable.

Las muchedumbres organizadas siempre han desempeñado un papel importante en la vida de los pueblos, pero este papel no ha tenido nunca la envergadura que posee en nuestros días. La sustitución de la actividad consciente de los individuos por la acción inconsciente de las masas es una de las principales características de nuestro tiempo.

Me he propuesto examinar el difícil problema presentado por las masas de un modo puramente científico —esto es: haciendo un esfuerzo por proceder con método y sin dejarme influenciar por opiniones, teorías o doctrinas. Creo que éste es el único modo de descubrir algunas pocas partículas de verdad, especialmente cuando se trata de una cuestión que es objeto de apasionadas controversias como es el caso aquí. Un hombre de ciencia dedicado a verificar un fenómeno no debe preocuparse por los intereses que su verificación puede afectar. En una reciente publicación, un eminente pensador —M. Goblet d’Alviela— ha observado que, al no pertenecer a ninguna de las escuelas contemporáneas, ocasionalmente me encuentro en oposición a las conclusiones de todas ellas. Espero que este nuevo trabajo merezca una observación similar. El pertenecer a una escuela necesariamente implica abrazar sus prejuicios y sus opiniones preconcebidas.

Aún así, debería explicarle al lector por qué hallará que saco conclusiones de mis investigaciones que, a primera vista, podría pensarse que no se sustentan. Por qué, por ejemplo, aún después de observar la extrema inferioridad mental de las masas —incluyendo asambleas elegidas— afirmo que sería peligroso manipular su organización a pesar de esta inferioridad.

La razón es que una atenta observación de los hechos históricos me ha demostrado invariablemente que en los organismos sociales, al ser éstos en todo sentido tan complicados como los demás seres, no es sabio utilizar nuestro poder para forzarlos a padecer transformaciones repentinas y extensas. La naturaleza recurre, de tiempo en tiempo, a medidas radicales; pero nunca siguiendo nuestras modas, lo cual explica por qué nada es más fatal para un pueblo que la manía por las grandes reformas, por más excelente que estas reformas puedan parecer en teoría. Serían útiles solamente si fuese posible cambiar instantáneamente el genio de las naciones. Este poder, sin embargo, sólo lo posee el tiempo. Los hombres se gobiernan por ideas, sentimientos y costumbres —elementos que constituyen nuestra esencia. Las instituciones y las leyes son la manifestación visible de nuestro carácter; la expresión de sus necesidades. Al ser su consecuencia, las leyes y las instituciones no pueden cambiar este carácter.

El estudio de los fenómenos sociales no puede ser separado del de los pueblos en medio de los cuales han surgido. Desde el punto de vista filosófico, estos fenómenos pueden tener un valor absoluto. En la práctica, sin embargo, sólo tienen un valor relativo.

En consecuencia, al estudiar un fenómeno social, es necesario considerarlo sucesivamente bajo dos aspectos muy diferentes. Al hacerlo, se verá que con mucha frecuencia que lo enseñado por la razón pura es contrario a lo que enseña la razón práctica. Apenas si hay datos —incluidos los físicos— a los cuales esta distinción no sería aplicable. Desde el punto de vista de la verdad absoluta, un cubo o un círculo son figuras geométricas invariables, rigurosamente definidas por ciertas fórmulas. Desde el punto de vista de la impresión que causan a nuestros ojos, estas figuras geométricas pueden adquirir formas muy variadas. Por la perspectiva, el cubo puede transformarse en una pirámide o en un cuadrado; el círculo en una elipse o en una línea recta. Más aún, la consideración de estas formas ficticias es por lejos más importante que la de las formas reales, puesto que son ellas —y ellas solas— las que vemos y a las cuales podemos reproducir en fotografías o en dibujos. En algunos casos hay más verdad en lo irreal que en lo real. Presentar los objetos en su forma geométrica exacta implicaría distorsionar su naturaleza y volverla irreconocible. Si nos imaginamos un mundo en el cual sus habitantes sólo pudiesen copiar o fotografiar objetos pero estuviesen imposibilitados de tocarlos, sería muy difícil para esas personas obtener una idea exacta de la forma de dichos objetos. Más todavía: el conocimiento de estas formas, accesible sólo a un reducido número de personas instruidas, despertaría un interés sumamente restringido.

El filósofo que estudia fenómenos sociales debería tener presente que, al lado de su valor teórico, estos fenómenos poseen un valor práctico y que éste último es el único importante en lo que concierne a la evolución de la civilización. El reconocimiento de este hecho debería volverlo muy circunspecto en relación con las conclusiones que la lógica aparentemente le impondría a primera vista.

Hay también otros motivos que le dictan una reserva similar. La complejidad de los hechos sociales es tal que resulta imposible aprehenderlos en su totalidad y prever los efectos de su influencia recíproca. Parece ser, también, que detrás de los hechos visibles se esconden a veces miles de causas invisibles. Los fenómenos sociales visibles parecen ser el resultado de una inmensa tarea inconsciente que, por regla general, se halla más allá de nuestro análisis. Los fenómenos perceptibles pueden ser comparados con las olas que, sobre la superficie del océano, constituyen la expresión de disturbios profundos acerca de los cuales nada sabemos. En lo que concierne a la mayoría de sus actos, las masas exhiben una singular inferioridad mental. Sin embargo, existen otros actos en los que parecen estar guiadas por aquellas misteriosas fuerzas que los antiguos llamaban destino, naturaleza, o providencia, ésas que llamamos las voces de los muertos, cuyo poder es imposible de ignorar aún cuando ignoremos su esencia. A veces parecería que hay fuerzas latentes en el ser interior de las naciones que sirven para guiarlas. ¿Qué, por ejemplo, puede ser más complicado, más lógico, más maravilloso que un idioma? Y, sin embargo, ¿de dónde pudo haber surgido esta admirablemente organizada manifestación excepto como resultado del genio inconsciente de las masas? Los académicos más doctos, los gramáticos más renombrados, no pueden hacer más que tomar nota de las leyes que gobiernan los idiomas. Serían totalmente incapaces de crearlos. Aún respecto de las ideas de los grandes hombres, ¿estamos seguros de que son la exclusiva creación de sus cerebros? No hay duda de que esas ideas son siempre creadas por mentes solitarias pero ¿no es acaso el genio de las masas el que ha provisto los miles de granos de polvo que forman el suelo del cual esas ideas han brotado?

Sin duda, las masas son siempre inconscientes; pero esta misma inconsciencia es quizás uno de los secretos de su fuerza. En el mundo natural, seres exclusivamente gobernados por el instinto producen hechos cuya complejidad nos asombra. La razón es un atributo demasiado reciente de la humanidad y todavía demasiado imperfecto como para revelar las leyes del inconsciente y más aún para suplantarlo. La parte que desempeña lo inconsciente en nuestros actos es inmensa y la parte que le toca a la razón, muy pequeña. Lo inconsciente actúa como una fuerza todavía desconocida.

Si deseamos, pues, permanecer dentro de los estrechos pero seguros límites dentro de los cuales la ciencia puede adquirir conocimientos y no deambular por el dominio de la vaga conjetura y las vanas hipótesis, todo lo que debemos hacer es simplemente tomar nota de los fenómenos tal como éstos nos son accesibles y limitarnos a su consideración. Toda conclusión extraída de nuestra observación es, por regla general, prematura; porque detrás de los fenómenos que vemos con claridad hay otros fenómenos que vemos en forma confusa y, quizás, detrás de estos últimos hay aún otros que no vemos en absoluto.

Introducción - La era de las masas

La evolución de la época actual – Los grandes cambios en la civilización son la consecuencia de cambios en el pensamiento nacional – La fe moderna en el poder de las masas – Transformación de la política tradicional de los Estados europeos – Cómo se produce el surgimiento de las clases populares y la forma en que éstas ejercen el poder – Las consecuencias necesarias del poder de las masas – Las masas, incapaces de desempeñar otro papel que el destructivo – La disolución de civilizaciones agotadas es obra de la masa – Ignorancia general acerca de la psicología de las masas – Importancia del estudio de las masas para legisladores y estadistas.

Los grandes disturbios que preceden el cambio en las civilizaciones, tales como la caída del Imperio Romano o la fundación del Imperio Árabe, a primera vista parecen estar determinados más específicamente por transformaciones políticas, invasión extranjera o el derrocamiento de dinastías. Pero un estudio más atento de estos eventos demuestra que, detrás de estas causas aparentes, la causa real parece ser una profunda modificación de las ideas de los pueblos. Las verdaderas revoluciones históricas no son aquellas que nos sorprenden por su grandiosidad y violencia. Los únicos cambios importantes, de los cuales resulta la renovación de las civilizaciones, afectan ideas, concepciones y creencias. Los eventos memorables de la Historia son los efectos visibles de los invisibles cambios en el pensamiento humano. La razón por la cual estos eventos son tan raros es que no hay nada tan estable en una raza como el fundamento hereditario de sus pensamientos.

La época presente constituye uno de esos momentos críticos en los cuales el pensamiento de la humanidad está sufriendo un proceso de transformación.

En la base de esta transformación se encuentran dos factores fundamentales. El primero es el de la destrucción de aquellas creencias religiosas, políticas y sociales en las cuales todos los elementos de nuestra civilización tienen sus raíces. El segundo, es el de la creación de condiciones de existencia y de pensamiento enteramente nuevas, como resultado de los descubrimientos científicos e industriales modernos.

Con las ideas del pasado, aunque semidestruidas, aún muy poderosas, y con las ideas que han de reemplazarlas todavía en proceso de formación, la era moderna representa un período de transición y anarquía.

Todavía no es fácil determinar qué surgirá de este período necesariamente algo caótico. ¿Cuáles serán las ideas sobre las cuales se construirán las sociedades que habrán de seguirnos? Por el momento, no lo sabemos. Sin embargo, aún así, ya está claro que, cualesquiera que sean las líneas a lo largo de las cuales se organice la sociedad futura, las mismas tendrán que tener en cuenta un nuevo poder, la última fuerza soberana sobreviviente de los tiempos modernos: el poder de las masas. Sobre las ruinas de tantas ideas antes consideradas indiscutibles y que hoy han decaído o están decayendo, sobre tantas fuentes de autoridad que las sucesivas revoluciones han destruido, este poder, que es el único que ha surgido en su estela, parece pronto destinado a absorber a los demás. Mientras todas nuestras antiguas creencias están tambaleando y desapareciendo, el poder de la masa es la única fuerza a la cual nada amenaza y cuyo prestigio se halla continuamente en aumento. La era en la cual estamos ingresando será, de verdad, la era de las masas.

Apenas hace un siglo atrás, los principales factores que determinaban los hechos eran la tradicional política de los Estados europeos y las rivalidades de los soberanos. La opinión de las masas apenas si contaba y, en la mayoría de los casos, de hecho no contaba en absoluto. Hoy, las que no cuentan son las tradiciones que solían determinar a la política y las tendenciosidades o rivalidades de los gobernantes mientras que, por el contrario, la voz de las masas se ha vuelto preponderante. Es esta voz la que dicta la conducta de los reyes, cuya misión es la de tomar nota de lo que expresa. Actualmente, los destinos de las naciones se elaboran en el corazón de las masas y ya no más en los consejos de los príncipes.

El ingreso de las clases populares a la vida política —lo cual equivale a decir en realidad, su progresiva transformación en clases gobernantes— es una de las características más relevantes de nuestra época de transición. La introducción del sufragio universal, que por largo tiempo no tuvo sino una influencia escasa, no es, como podría pensarse, la característica distintiva de esta transferencia de poder político. El progresivo crecimiento del poder de las masas tuvo lugar al principio por la propagación de ciertas ideas que lentamente se implantaron en la mente de los hombres y después, por la asociación gradual de individuos dedicados a la realización de concepciones teóricas. Ha sido por la asociación que las masas se han procurado ideas referidas a sus intereses —ideas muy claramente definidas aunque no particularmente justas— y han arribado a una conciencia de su fuerza. Las masas están fundando sindicatos ante los cuales las autoridades capitulan una después de la otra, también están las confederaciones laborales las que, a pesar de todas las leyes económicas, tienden a regular las condiciones de trabajo y los salarios. Las masas ingresan a asambleas que forman parte de gobiernos y sus representantes, careciendo enteramente de iniciativa e independencia, se limitan, la mayoría de las veces, a ser nada más que voceros de los comités que los han elegido.

Hoy en día los reclamos de las masas se están volviendo cada vez más claramente definidos y significan nada menos que la determinación de destruir completamente a la sociedad tal como ésta existe actualmente, con vista a hacerla retroceder a ese primitivo comunismo que fue la condición normal de todos los grupos humanos antes de los albores de la civilización. Las exigencias se refieren a limitación de las horas de trabajo, nacionalización de las minas, ferrocarriles, fábricas y el suelo; la igualitaria distribución de todos los productos, la eliminación de todas las clases superiores en beneficio de las clases populares, etc.

Poco adaptadas a razonar, las masas, por el contrario, son rápidas en actuar. Como resultado de su actual organización, su fuerza se ha vuelto inmensa. Los dogmas a cuyo nacimiento estamos asistiendo pronto tendrán la potencia de los antiguos dogmas, es decir: la fuerza tiránica y soberana que concede el estar más allá de toda discusión. El derecho divino de las masas está a punto de reemplazar al derecho divino de los reyes.

Los escritores que gozan del favor de nuestras clases medias, aquellos que mejor representan sus más bien estrechas ideas, sus opiniones bastante preestablecidas, su más bien superficial escepticismo y su a veces algo excesivo egoísmo, exhiben una profunda alarma ante este nuevo poder que ven crecer. Para combatir el desorden mental de las personas, apelan desesperadamente a aquellas fuerzas morales de la Iglesia por las cuales antes profesaron tanto desprecio. Nos hablan de la bancarrota de la ciencia, de volver a Roma a hacer penitencia, y nos recuerdan las enseñanzas de la verdad revelada. Estos nuevos conversos se olvidan de que es demasiado tarde. Si hubiesen estado realmente tocados por la gracia, una operación así no podría tener la misma influencia sobre mentes menos dedicadas a las preocupaciones que tanto inquietan a estos recientes adherentes a la religión. Las masas repudian hoy a los dioses que sus admonitores repudiaron ayer y ayudaron a destruir. No hay poder alguno, humano o divino, que pueda obligar una corriente a fluir hacia atrás, de regreso a sus fuentes.

No ha habido ninguna bancarrota de la ciencia y la ciencia no ha participado en la presente anarquía intelectual, ni tampoco en la construcción del nuevo poder que está surgiendo en medio de esta anarquía. La ciencia nos prometió la verdad, o al menos, un conocimiento de las relaciones que nuestra inteligencia puede aprehender. Nunca nos prometió paz ni felicidad. Soberanamente indiferente a nuestros sentimientos, es sorda a nuestras lamentaciones. Está en nosotros aprender a vivir con la ciencia puesto que nada puede devolvernos las ilusiones que ha destruido.

Síntomas universales, visibles en todas las naciones, nos muestran el rápido crecimiento del poder de las masas y no nos permiten admitir la suposición de que este poder cesará de crecer en alguna fecha cercana. Sea cual fuere el destino que este poder nos tiene reservado, tendremos que aceptarlo. Todo razonamiento en contra del mismo es simplemente una vana guerra de palabras. Por cierto, es posible que el advenimiento del poder de las masas marque una de las últimas etapas de la civilización occidental, el completo sumergimiento en uno de esos períodos de confusa anarquía que siempre parecen destinados a preceder el nacimiento de toda nueva sociedad. Pero ¿podría evitarse este resultado?

Hasta el presente, estas destrucciones completas de una civilización gastada han constituido la tarea más obvia de las masas. Realmente, no es tan sólo en la actualidad en dónde podemos rastrear esto. La Historia nos dice que, desde el momento en que pierden su vigor las fuerzas morales sobre las cuales ha descansado una civilización, su disolución final resulta producida por esas masas inconscientes y brutales que denominamos, bastante justificadamente, como bárbaras. Hasta ahora, las civilizaciones han sido creadas y dirigidas sólo por una pequeña aristocracia intelectual, nunca por muchedumbres. Las masas son solamente poderosas para destruir. Su gobierno es siempre equivalente a una fase de barbarie. Una civilización implica reglas fijas, disciplina, un pasaje del estadio instintivo al racional, previsión del futuro, un elevado grado de cultura —condiciones todas que las masas, libradas a si mismas, invariablemente han demostrado ser incapaces de concretar. Como consecuencia de la naturaleza puramente destructiva de su poder, las masas actúan como esos microbios que aceleran la destrucción de los cuerpos débiles o muertos. Cuando la estructura de una civilización está podrida, son siempre las masas las que producen su caída. Es en tales encrucijadas que su misión principal se hace claramente visible y es allí en dónde, por un tiempo, la filosofía de la cantidad parece ser la única filosofía de la Historia.

¿Tiene nuestra civilización reservado el mismo? Hay razones para creer que éste es el caso, pero todavía no estamos en condiciones de estar seguros.

Sea como fuere, estamos condenados a resignarnos al reino de las masas desde el momento en que la falta de previsión ha derribado sucesivamente todas las barreras que podrían haberlas mantenido bajo control.

Poseemos un conocimiento muy superficial de estas masas que están comenzando a ser el objeto de tanta discusión. Los psicólogos profesionales, al haber vivido lejos de ellas, siempre las han ignorado, y cuando, como ha sucedido últimamente, han dirigido su atención en esta dirección solamente ha sido para considerar los crímenes que las masas son capaces de cometer. Sin duda alguna, las masas criminales existen, pero también habrá que considerar a masas virtuosas, a masas heroicas y a masas de muchas otras clases. Los crímenes de las masas constituyen solamente una fase particular de su psicología. La constitución mental de las masas no puede estudiarse meramente a través de la investigación de sus crímenes, de la misma manera en que no se puede comprender la constitución mental de un individuo a través de la mera descripción de sus vicios.

Sin embargo, es un hecho que todos los gobernantes del mundo, todos los fundadores de religiones o de imperios, los apóstoles de todos los credos, los estadistas eminentes y, en una esfera más modesta, los simples jefes de pequeños grupos de hombres, todos han sido psicólogos inconscientes, poseedores de un conocimiento instintivo y frecuentemente muy certero acerca del carácter de las masas, y ha sido el conocimiento preciso de este carácter lo que les ha permitido a estas personas establecer su predominio tan fácilmente. Napoleón tenía un maravilloso conocimiento de la psicología de las masas de país en el cual reinó pero, a veces, malinterpretó completamente la psicología de las masas pertenecientes a otras razas [2], y fue por esta malinterpretación que se involucró en España —y más notoriamente en Rusia— en conflictos en los cuales su poder recibió aquellos embates que en poco tiempo lo destruyeron. El conocimiento de la psicología de las masas es hoy en día el último recurso del estadista que no desea gobernarlas —esto se está volviendo una cuestión muy difícil— pero que, en todo caso, no desea ser gobernado demasiado por ellas.

Solamente obteniendo alguna clase de percepción de la psicología de las masas se puede comprender cuán superficial es sobre ellas la acción de leyes e instituciones, cuán impotentes son para sostener cualquier opinión diferente de aquellas que les son impuestas, y que no es posible dirigirlas mediante reglas basadas en teorías de equidad pura sino buscando lo que las impresiona y lo que las seduce. Por ejemplo, si un legislador desease imponer un nuevo impuesto, ¿debería elegir aquél que le parezca más justo? De ninguna manera. En la práctica, el impuesto más injusto puede ser el mejor para las masas. Y si, al mismo tiempo, resulta ser el menos obvio y aparentemente el menos gravoso, tanto más fácilmente será tolerado. Es por esta razón que un impuesto indirecto, por más exorbitante que sea, siempre será aceptado por la masa porque, pagado diariamente en fracciones de centavo sobre objetos de consumo, no interferirá con los hábitos de la masa y pasará desapercibido. Reempláceselo por un impuesto proporcional sobre salarios o ingresos de cualquier otro tipo, pagadero en una suma íntegra, y aún cuando esta imposición fuese teóricamente diez veces menos gravosa que el otro, seguramente será causa de una protesta unánime. Esto obedece al hecho que una suma relativamente grande, que aparecerá como inmensa y que excitará a la imaginación, ha sido sustituida por las imperceptibles fracciones de algunos centavos. El nuevo impuesto solamente parecería alto si hubiese sido ahorrado centavo a centavo, pero este procedimiento económico implica una cantidad de previsión del que las masas son incapaces.

El ejemplo precedente es uno de los más simples. Su exactitud puede ser percibida con facilidad. No escapó a la atención de un psicólogo como Napoleón pero nuestros legisladores modernos, ignorantes como son de las características de la masa, resultan incapaces de apreciarlo. La experiencia todavía no les ha enseñado lo suficiente que las personas nunca amoldan sus conductas a los dictados de la razón pura.

Hay muchas otras aplicaciones prácticas que pueden hacerse a partir de la psicología de las masas. Un conocimiento de esta ciencia arroja la más vívida luz sobre un gran número de fenómenos históricos y económicos que serían totalmente incomprensibles sin él. Tendré ocasión de mostrar que la razón por la cual el más notorio de los historiadores modernos, Taine, ha entendido a veces tan imperfectamente los eventos de la gran Revolución Francesa es que nunca se le ocurrió estudiar el genio de las masas. Taine, para el estudio de este complicado período se impuso como guía el método descriptivo al cual recurren los naturalistas, pero las fuerzas morales están casi por completo ausentes en los casos que los naturalistas tienen que estudiar. Y son precisamente estas fuerzas las que constituyen las verdaderas fuentes principales de la Historia.

Consecuentemente, mirándolo meramente desde el lado práctico, el estudio de la psicología de las masas merece ser intentado. Y aún cuando el interés obedeciese tan sólo a la pura curiosidad, seguiría mereciendo atención. Es tan interesante descifrar los motivos de las acciones de los hombres como lo es el determinar las características de un mineral o de una planta. Nuestro estudio del genio de las masas puede ser meramente una breve síntesis, un simple resumen de nuestras investigaciones. No debe serle exigido más que unas pocas percepciones sugestivas. Otros trabajarán el suelo más intensivamente. Hoy, sólo tocamos la superficie de un terreno todavía casi virgen.

LIBRO I: La Mente de las Masas

Capítulo I: Características generales de las masas. Ley psicológica de su unidad mental

¿Qué constituye una masa desde el punto de vista psicológico? – Una aglomeración numéricamente grande de individuos no es suficiente para formas una masa – Características especiales de masas psicológicas – La orientación hacia una dirección fija de las ideas y sentimientos de los individuos que componen una masa así, y la desaparición de su personalidad individual – La masa siempre está dominada por consideraciones de las que no tiene conciencia – La desaparición de la actividad cerebral y el predominio de la actividad medular – La depreciación de la inteligencia y la completa transformación de los sentimientos – Los sentimientos transformados pueden ser mejores o peores que los de los individuos de los cuales la masa se compone – Una masa es tan fácilmente heroica como criminal.

En su sentido ordinario, la palabra «masa» o «muchedumbre» significa una reunión de individuos de cualquier nacionalidad, profesión o sexo, sean cuales fueren las causas que los han juntado. Desde el punto de vista psicológico, la expresión «masa» adquiere un significado bastante diferente. Bajo ciertas circunstancias, y sólo bajo ellas, una aglomeración de personas presenta características nuevas, muy diferentes a las de los individuos que la componen. Los sentimientos y las ideas de todas las personas aglomeradas adquieren la misma dirección y su personalidad consciente se desvanece. Se forma una mente colectiva, sin duda transitoria, pero que presenta características muy claramente definidas. La aglomeración, de este modo, se ha convertido en lo que, a falta de una expresión mejor, llamaré una masa organizada. Forma un único ser y queda sujeta a la ley de la unidad mental de las masas.

Es evidente que no es por el simple hecho de estar accidentalmente el uno al lado del otro que un cierto número de individuos adquiere el carácter de una masa organizada. Mil individuos accidentalmente reunidos en un espacio público, sin ningún objeto determinado, de ninguna manera constituyen una masa desde el punto de vista psicológico. A fin de adquirir las características especiales de una masa como la señalada, es necesaria la influencia de ciertas causas predisposicionantes cuya naturaleza deberemos determinar.