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Armando Ramírez

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Tras el éxito que supuso Chin Chin el teporocho y la Crónica de los chorrocientos mil días del año del barrio de Tepito, libros publicados en 1972 y 1973, Armando Ramírez acometió la redacción de Pu, la novela anticomplaciente y polémica, cuya dureza molestó a la sociedad bienpensante de México. El libro parecía desmentir el optimismo de la época, el cual se apoyaba en viejos y nuevos espejismos. Uno de ellos era la anunciada riqueza petrolera que, supuestamente, llenaría de prosperidad al país. En tal sentido, la visión pesimista de Ramírez resultó premonitoria. Este relato, lleno de vehemencia y vigor, nos coloca ante situaciones que, al margen de su hiperrealismo y la violencia sorda que contienen, funciona también como un símbolo de la desesperación humana, de su imposible deseo de felicidad y del resentimiento social que crece en el corazón de los desposeídos.

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PRESENTACIÓN

Todo delito, por simple que aparezca, es un poliedro que ofrece plurales caras a la consideración del criminólogo.

El delito es solamente un reflejo de la sociedad, el delito es el espejo en que ésta se refleja, agrádele o no.

El crimen interesa al abogado penalista, antes que al moralista, al sociólogo, al psiquiatra, al psicólogo, al estadígrafo y también al literato. Y desde cada uno de estos ángulos puede observarse y analizarse el delito, pero éste no se produce al azar, es el resultado de su medio, del hombre y de su sociedad; son los tres factores importantes que lo crean.

El análisis de cada crimen brinda múltiples sugestiones. Alimena escribió sobre El delito en el arte y es en la literatura en donde se encuentran las figuras de más relieve: la más alta de todas es la de Shakespeare, que con notable vigor nos hace conocer los fríos crímenes de Lady Macbeth, el crimen pasional de Otelo o el intelectual de Hamlet. El crimen de un estudiante asociado a una prostituta permite a Dostoievski escribir Crimen y castigo.

En las páginas que siguen observaremos los abismos de la obsesión fascinadora del sexo en la descripción de un suceso, en el relato de una historia, en una crónica criminológica. Los análisis coprológicos sirven a la ciencia y ésta es utilizada para tratar de aliviar o curar al hombre enfermo. Todos los periódicos y revistas nos dan la crónica de los hechos criminales, que aparecen desde la Biblia hasta la literatura clásica, y los juzgados penales están saturados de esa horrenda literatura procesal, en que se describen detalladamente sucesos terribles y repugnantes que provocan la “náusea social”, como puede suceder con los hechos que adelante se describen. Nuestra ciudad tiene cumbres espléndidas, como los volcanes, testigos seculares de nuestra historia, y simas profundas, como el canal del desagüe; tan naturales unos como el otro.

El interés en la crónica no está tanto en el hecho que se recoge, sino en el cronista que la refiere y enriquece con sus acotaciones. Con el crimen generalmente se hace ciencia por los juristas, técnica por los criminalistas y se hace también literatura, pero en todos los casos se trata de un suceso humano que nos interesa o intriga, agudizando la pasión y avivando los intereses de la solidaridad humana.

Una tercera parte de nuestra existencia dormimos, a veces soñamos y otras, las menos, tenemos pesadillas. Esta novela es onírica y de placeres nocturnos. Para Freud los sueños y el placer son la realización de los deseos insatisfechos; muchos deseos de muchos hombres se pueden, normalmente, realizar únicamente en sus sueños o pesadillas. Hoy es el cine el lugar en donde se realizan los deseos insatisfechos de la humanidad. La vida diaria nos da la lección del triunfo de la injusticia y del fuerte, pero el cine nos alienta diariamente a vivir el milagro del triunfo del bien sobre el mal y de la justicia sobre la injusticia. Otto Ranke interpretó los mitos como los sueños seculares de la humanidad. El tema de esta novela no es la justicia ni el bien, es el del sexo en sus formas más primitivas, “naturales” o vegetativas, incluso animales en sus formas desviadas; pero por anormales que sean, la patología también es un hecho natural y tiene sus principios.

Mitos, sueños, cine y novelas son benéficas a la humanidad, puesto que permiten hacer la “catarsis”, purgarse y “vaciarse” de aquello que está a presión o puede dañar.

Salvador Novo, hace ocho lustros en la revista Cine, dedicó interesantes reflexiones al “Templo Moderno”, el cine. Del templo nacieron el bien moral y el físico: el hospital y el teatro, los procedimientos del templo pasaron a ambos. Sacerdotes, artistas y médicos conservan una liturgia característica. En el arte moderno el cine es la continuación perfeccionada del teatro. La fe religiosa nunca pudo haberse producido si el contenido de la religión no estuviera fincado en verdades, sentimientos y deseos de naturaleza universal.

Hoy el cine, como el templo, se encarga de difundir el bien moral y tiene una teoría filosófica a que ajustarse: el villano no terminará con éxito sus maldades ni permanecerá sin castigo. Dios se encuentra en el altar y el dios de la pantalla maneja hábilmente el destino de los hombres. La humanidad busca consuelo en el templo y el cine ha hecho el milagro de dar lo mismo a través de la pantalla. La casa del templo es grande y suntuosa y las llamas de las velas atestiguan una noche silenciosa en la que la voz de Dios habla, al unísono, con la voz de la conciencia. La oscuridad del cine presenta en la pantalla vertiginosas alucinaciones y lleva a los espectadores a un sueño colectivo que duerme plácidamente, pero en otros origina pesadillas y en el hombre vulgar estimulará simplemente sus tendencias instintivas. El sabio dios del cine puede, en el curso de breves minutos, emocionar y llevar hasta el clímax de la pasión desbordante o desbordar en catarata lo peor de los instintos. Dios promete la paz y el cine la vende a precio barato. El cine y el sueño, ambos fábricas de felicidad, poseen la misma técnica; en ambos se viven las más intensas crueldades e impulsos bestiales que lo mismo pueden conducir al infierno de la guerra, de la cárcel o del manicomio.

No es un azar que muchas horas de los personajes de esta novela las pasen en un cine, que por otra parte se enteran de que desaparecerá, con el mismo desagrado con que los católicos se vieron privados de sus iglesias y parroquias, o los fanáticos de un teatro o de una peña de café o de un coso taurino; entran en crisis cuando su lugar de reunión y de placer desaparece o es cambiado. A nadie le agrada que le cambien sus hábitos; el hombre vive encadenado por sus reflejos condicionados, es esclavo de ellos.

Tampoco es un azar que en esta novela se observen modalidades del arte onírico, pues en ella, como en los sueños y en el cine, se elimina la sujeción a los imperativos de las leyes del tiempo y del espacio; se juntan lugares distintos y distantes y se suman, mezclan o condensan personajes; se toca en el cine a una mujer de edad y se imagina o se sueña con la más atractiva mujer artista que aparece en la pantalla. Muy clara es la observación de un especialista en la conducta de los “muchachos problema”, en el sentido de que son introvertidos, de pocas palabras, imaginativos y dedican mucho tiempo al cine; se introyectan y viven más imaginativamente; les faltan amigos y amigas, así como la acción de una actividad regular o la del deporte.

Las páginas de esta novela son un rico venero para los psicólogos, especialmente para aquellos que se interesan en las asociaciones libres. Tomemos algunas líneas del final de la novela: “… fantasmas aparezcan y desgarren tiras de carne de mujer, paredes de demolición caigan sobre estas ruinas [del cine] ese pinche león rugiendo [el de la pantalla] a quien intenta espantar, desgarremos mejor la pantalla para que apreciemos mejor las películas, esas estatuas en forma de buen trasero desaparezcan de la pantalla, la Bikina y la Rajita vienen como marido y mujer en busca de procurarse jovencitos, consigamos un camión y paseemos por la ciudad cogiendo todo el día […] sangre agua sangre agua varilla río cerros…”.

Después del cine, que tan importante es por lo que se ve en la pantalla como por lo que sucede en la butaca-cama, o por lo que se come y aun por aquello a lo que huele, el otro lugar de importancia es el camión, el “delfín”, nostalgia por un pasado individual remoto, en la matriz, en el regazo, en el seno materno, en la cuna, en el columpio, y en los objetos o instrumentos para desplazarse, pero los vehículos contemporáneos con sus pesos enormes y sus velocidades, no son solamente medios de desplazamiento sino también instrumentos de mando, de dominio y agresión, a la vez que el volante resulta un símbolo fálico, masculino, y ciertamente que de los mejores párrafos del autor son aquellos que dedica a la descripción de quienes conducen el “delfín” y van dejando rezagados a quienes inciden en su camino, el camino del delito, no hay urgencia en llegar; pero ellos deben de ser los primeros, se suman el machismo al uso como recámara del delfín en un trágico paseo por la ciudad, haciendo la geografía desde la opulencia a las zonas de la máxima miseria y al canal del desagüe en que termina la novela y así se nos sitúa en esta ciudad y en nuestros días. Ciertamente que una es la psicología de quien conduce un Volkswagen y otra la del conductor de un Mustang arreglado para los “arrancones”; como distinta es la psicología del conductor de camiones materialistas y la de quienes conducen autobuses urbanos.

Una de las películas actuales de gran éxito en Europa se desarrolla en un avión.

Pasemos ahora a los protagonistas humanos. Los asiduos al cine son jóvenes, hombres, mujeres y de los “otros”. Además de jóvenes, otro rasgo en común es la lujuria que se puede resumir en una palabra freudiana: “libido”. En el amplio sentido que le da el fundador del psicoanálisis es la busca del placer, que en lo sexual tiende a evolucionar del autoerotismo —narcisismo, masturbación, venere solitaria que en las páginas de la novela se describen en varias formas sin agotar todas— al heteroerotismo. El instinto sexual puede tener alteraciones en su cantidad, hipersexualidad cuando está aumentado o hiposexualidad cuando está disminuido; pero, además, el instinto sexual puede tener alteraciones cualitativas, desviaciones y así se describen en la obra parejas homosexuales.

La hipersexualidad y la hiperestesia sexual son algunas de las causas más frecuentes de los delitos y de las desviaciones sexuales; en la forma femenina será la ninfomanía y en el hombre la satiriasis y el priapismo, en que la exacerbación sexual conduce lo mismo a la masturbación —manual de otro, bucal de una mujer de edad, como describe el autor en páginas adelante—, que a la poliandria y a la prostitución, que se originan por la felicidad con que las imágenes sexuales del cine producen una reacción exagerada del aparato genital. En la mujer el sexo está disperso por todo el cuerpo, como se describe en alguna página de la novela, lo que hace de la mujer un organismo sexual mucho más complejo que el del hombre. En esta novela se vive el drama de la mujer corrupta, de la prostituta y de su pareja, el vividor de ella; se vive así en un mundo en que del vicio se pasa al delito, un mundo en que el subsuelo de la sociedad germina no sólo la perversión de las costumbres sino formas múltiples del delito.

Del grupo, para seguir el camino del delito, en el “delfín” viaja un triángulo de sujetos ligados por la fascinación del sexo, para formar un triángulo de erotismo criminal que incide en una mujer desconocida, la víctima, en que sus sentimientos, emociones y pasiones sexuales hunden sus raíces en lo más profundo y primitivo del instinto sexual; se adivina en los tres protagonistas la precocidad sexual, pero de lo que no hay duda es de las expresiones obscenas en sus gestos y lenguaje. El sexo domina sus vidas y si algún celoso guardián del orden público los hubiera observado, habría tenido motivos de sobra para conducirlos ante la ley penal por ultrajes a la moral pública o a las buenas costumbres, por asociación delictuosa, rapto, violación y homicidio. No debe sorprender que en su carrera criminal en el delfín a nadie del público llamara la atención lo que en él sucedía. El autor recuerda a Higinio Sobera de la Flor, y ciertamente que él disparó su pistola en pleno Paseo de la Reforma, dentro de un pesero de entonces, a su inocente y desconocida víctima a una hora de gran movimiento y nadie percibió el hecho.

Hace mucho, un gran médico, Alejandro Lacassagne, afirmó que las sociedades tienen los criminales que merecen, afirmación que aún tiene vigencia.

Alfonso Quiróz Cuarón*México, D.F., abril 6 de 1977

* Profesor de Medicina Forense de la Universidad Nacional Autónoma de México, presidente de la Sociedad Mexicana de Criminología, miembro de la Academia de Ciencias Penales, corresponsal en México de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y Tratamiento de los Delincuentes.

SOMOS PRODUCTODE LA REVOLUCIÓN…

Ya antes habíamos estado aquí, ya antes nos querían llevar, es como un volver farragoso al lugar de Las Lajas, de las tolvaneras, de La Lagunilla, el lugar donde el belga Pedro de Gante levantó el ábside de su iglesia. Ahí, donde los cerros son reducto de leyendas. Ahí, donde la higuera no reverdece. Ahí, donde de algún modo hemos estado, en donde nos tocó las de vivir, adentrándonos en lo profundo del Vasolago de Texcoco. Descendientes en línea alusiva del gran Nezahualcóyotl, línea de bajada de los señores de estas tierras caladas por el viento y la resequedad: los Macehuales. Concomitantes y contaminantes. Fuimos vendidos o arrojados a los cascos de las haciendas, flagelados en las más ricas minas de aquel Mundo, hijos directos de la rendición y la fatalidad; nuestra sangre se fusionó a la de los Sánchez, los Núñez, los Ramírez, venidos de las tierras del reino de la Tía Isabel: aventureros, soldados, reos; hombres barbados, llenos de arrojo y ambición que se atrevieron por entre las columnas de Hércules. Arrastrados por la historia de los otros hombres. Creencia y descreencia. Torre Latinoamericana y la Emperatriz de América. Ya estamos labrando los campos de los hacendados, vendidos a las tiendas de raya. Ya habían hecho la Independencia por nosotros, levantamos las iglesias de ellos, nos revolvieron nuestros mitos, nuestras creencias, nunca supimos de nuestros territorios, y si queríamos un Rey o un Presidente.

A veces alguno habla a nombre nuestro, a veces hubo uno de los nuestros que trató de hablar como los Otros. La Puebla de los Ángeles, poblada por los que vivían de nosotros esperaban la llegada de los salvadores franceses. A nosotros nos hacían luchar contra ellos, o por ellos. La Historia se escribe a nombre del triunfador, las iglesias que construimos nosotros fueron clausuradas, y de nuevo nos dijeron que habíamos ganado, y dijimos pa nuestros adentros: El camino pa nuestra casa. Fuimos dominados y disfrutaron por nosotros —largos años— los que después nos dijeron que habíamos vencido. Y volvimos acá al lugar en donde de algún modo se existe. Lanzados alrededor de los que volvieron a triunfar por nosotros, volvimos a formar nuestros modos de vida. La Leva nos dejo sin tierras, sin familia, con hambre, en la ciudad no había industrias, tuvimos de nuevo que adaptarnos al trazo urbano, ahí, fuera de él nos instalamos. Instalamos quiere decir vivir, vivir de nuevo por las caballerizas y el campo citadino, cerca de los palacios de Humboldts, debajo de sus cornisas, en sus zaguanes, en los mesones; vendiendo guajolotes, haciéndole al ciego para que cayera la limosna en la mano, inventando formas de comercio, robando lo que nos dejaban robar, nos pusieron de policías a nosotros mismos, volvimos a traer el pulque, los nopales y la pitaya, los charalitos y los acociles, los chilitos de biznaga y el maíz. Primero formamos un pequeño cinturón de comercio inventado: Jamaica, Sonora, el mercado del Abelardo Rodríguez, Colonia Morelos, Tepito, Anillo de Circunvalación, La Lagunilla, Garibaldi, Guerrero, San Cosme, Tacuba. Invadimos las viejas construcciones que abandonaron sus moradores por otras mejores al sur. Nos arrojaron del Sur, ellos se quedaron con el mejor clima, pusieron a su disposición los servicios municipales, los centros de educación, de información, generaron su cultura oficial. Ahora avanzamos a través de las faldas de los cerros, como una mancha nos extendemos, hemos sobrepasado el campo santo, hemos levantado nuestras construcciones, hemos levantado nuestros mitos, hemos levantado nuestras familias, hemos levantado nuestras formas de vida, hemos comenzado a cantar a fuerza de permanecer en la oscuridad, a fuerza de vivir entre los topos, o como la lava en los volcanes. El canto se eleva hacia el cielo irrumpiendo de entre las sombras. Somos una cultura que habita el recinto que pretende ocupar otra cultura.

El autor

De la Retórica y Filosofía Moral y Teología de la gente mexicana, donde hay cosas muy curiosas, tocante a los primores de su lengua, y cosas muy delicadas tocante a las virtudes morales.

Libro Sexto de la Historia general de las cosas dela Nueva España. Escrita por fray Bernardinode Sahagún. Franciscano. Y fundada en ladocumentación en lengua mexicana recogida

por los mismos naturales.                              

Viajar es útil, hace trabajar la imaginación.

El resto no es más que decepción y fatiga…

Va de la vida a la muerte.

Hombres, animales, ciudades y cosas.          

¡Todo va a empezar de nuevo! ¡El aquelarre!

Oirás gritar desde arriba, de lejos,de lugares sin nombre: palabras, órdenes…

¡Verás qué tiovivo!… Ya me dirás…          

¡Ah, no vayas a creer que es un juego!

Ya no juego…, ni siquiera soy amable.          

Louis-Férdinand Céline

Putas, putos, grifos, manfloras, cocos, transas, atracadores, todo eso y más formábamos el grupo diario que se reunía en el cine, la primera vez que fui; fue cuando pusieron escupiré sobre sus tumbas, una película cachonda que habla de coger entre un negro y muchas blancas, en un lugar donde los negros no pueden cogerse a las blancas pero las negras si pueden ser cogidas por los blancos. Después supe que era adaptada de una novela existencialista, era el tipo de películas que exhibían en ese cine, aunque a veces lo más importante no era el tipo de películas que exhibían sino lo que sucedía en el interior de la sala.

Ahí conocí a Abigail, me estaba masturbando alegremente cuando una vocecita me dijo: “Ese, no le jale la cabeza tanto al gallo, que va a colgar el pico”. Discretamente le aviento sus mocos haciendo la seña con la mano, pero siguió con su vocecita de mamila y de nuevo muy discretamente se la miento. Fue cuando se enojó y se recorrió un asiento para estar más cerca de mí: “No le hagas al pendejo, allá, arriba, hay una señora que hace las chaquetas gratis”. Que dejo de maniobrar.

“¿Te cai?”

“¡Me cai!”

“¿Qué tal está?”

“Buenota, tiene unas nalgotas y unas chichotas que pa qué te cuento.”

“Me estás cuenteando.”

“Está hasta arriba, a un lado del proyector.”

Me paré y derechito hasta arriba, como me lo había dicho el Abigail; allí estaba una señora, más bien viejita, estirándole el cuello al gallo de un muchacho. Tímidamente me quedé arriba, a un costado de ellos. Ya para esto medio intuía que en la película, en el pueblo, ya sabían que el negro era negro porque el negro tenía la piel blanca; luego ya no supe más porque la viejecita bajó a darle de besos al gallo del muchacho. Me entró una desesperación de querer estar en su lugar pero no había modo alguno…

Yo con harto calor y entrándome un temblorcito por todo el cuerpo, nada más veía cómo de entre las butacas de repente aparecía la cabeza de la señora, en un sabroso sube y baja que a mí me tenía a punto de lanzar chorros. Lo que hice fue irme a sentar inmisericordemente a la otra butaca que se encontraba vacía; lo que pasó fue que se dieron una espantada, pero yo ya caliente les dije: “Síganle, yo aquí atrasito”.

Entonces ella volvió sobre la cabeza del gallo y el otro a su ronda de suspiros y quejidos; yo con tremendas palpitaciones, en el momento en que el negro está con una blanca en la tina del baño, la mano de la viejecita busca la cabeza de mi gallo, se inclinó, me ofreció todo el confesionario generosamente, apunté tentaleando bien la zona de fuego, ¡que fallo espantosamente! Vuelvo a apuntar con mayor delicadeza, ahora sí que la alzo con sus piernitas al aire. Cuando hubimos terminado, los asientos eran de un mojado pegosteoso y gran olor a clarasol. Terminó la película descansando sin nadie alrededor; me paré y fui al baño.

Abigail estaba sentado en los sillones de la sala, los que están enfrente de la dulcería. Me cerró un ojo y me sonrió; me lavé las manos en el baño, regrese a donde estaba él.

“Qué loco estuvo esto.”

“Viene todos los miércoles y los sábados, a la segunda.”

“No la vi bien, pero está vieja, tiene las nalgas arrugadas.”

“Dicen que tiene harto dinero.”

Salimos de Cumbres para entrar a Palmas, veíamos las enormes casas de los ricos de México, casas con enormes jardines, con cuatro o cinco autos, con servidumbre para todo, tienen las llaves de oro en todos los baños. Enfrente están los policías para cuidar las casas; más bien a los propietarios de ellas, no sea que los vayan a secuestrar. ¡Allá viene! Enfrente de esa casa se estaciona un auto largo negro, baja de él un señor vestido a la inglesa. Cruza la calle, abrimos la puerta, no cambia mucho. El hombre vestido a la inglesa se mete a la casa, los policías lo siguen con la mirada, no sé si con envidia o con admiración. Éste está siempre igual de extravertido.

“Quihubo.”

“Vimos llegar a tu patrón.”

“Estuvo en junta con los demás cacasgrandes toda la noche.”

“¿Te desvelastes?”, interrumpo.

“No espantes, cabrón, ¿qué pasó contigo?”, se dirige a los asientos del fondo, me da un abrazo. “No, en el coche me eché mis buenas pestañitas, me acoplo bien con mi pareja. Pero cuéntame, cabrón, que te has hecho; el otro día estaba leyendo uno de tus libros, que haces cine y la chingada, ¿no? Te lo dije, güey, en el cine es donde puedes desarrollarte más.”

“El otro día te vi, en un centro nocturno, iban hasta la madre”, interrumpe el Abigail.

“Sí, íbamos de guardia, una parrandita del jefe, le anda arrimando a una.”

“Es Mati, mi patrona.”

“¡No! Cabrón, ¿a poco andas con la droga, tú también?”

“No mames, ¡ni loco! Allá ella, ahorita está bien parada, tu patrón está bien clavado con ella.”

Seguimos por Palmas hasta llegar a la glorieta de Petróleos.

Nos metimos por Presidente Masaryk para entrar de lleno a Polanco, a través de la ventanilla veíamos cada nalga… con ganas de violarla, pero había que esperar la efectiva.

Pasamos por donde vivía Agustín Lara, exactamente delante de la casa del maestro estaba por quien veníamos, la nalga del difunto, nalga de miedo, cabrones, de miedo, las nalgas más impresionantes que jamás ojos de macho hayan visto por estas calles de Dios. ¡Ni qué Marlyn Monroe, ni qué Raquel Welch, ni qué Gina Moret, ni qué ocho cuartos! Abigail que da un enfrenón de santo y señor mío. Los frenos de aire la hicieron voltear activamente. De la puerta de atrás saltó Genovevo. Pa pronto que la aborda. Que le enseña la pistola, el cañón se lo puso en el estómago, la mujer se puso pálida pálida, volteo a ver a todos lados de la calle, parecía que nadie se daba cuenta, de por sí la calle estaba casi vacía. Con una orden seca, imperativa, como quien está acostumbrado a intimidar con una voz entre dientes y unos ojos que fulminan, la mujer subió. Abigail echó a andar hacia Reforma Chapultepec. Cuando pasamos cercas de la residencia de Siqueiros, bromeé a Abigail:

“Mira en qué casita vivía tu ídolo.” Volteó a verme me hizo una seña para que fuera a su lado. Al pasar a donde está Genovevo con la nalga, le echó una ojeada al asiento, le tenía la mano en el mondongo. Me senté a un lado del volante para que Abigail me pudiera ver por el espejo retrovisor.

“Ya empezamos tal parece, el tiempo pasa rápido.”

Salimos a Reforma. Para esto gritó Genovevo: “Vamos a la Villa de Guadalupe”.

Llegamos a la altura del Auditorio Nacional con el tráfico de la mañana denso y nosotros con nuestro armastote tratando de avanzar. Abigail hábilmente avanza metiéndoles miedo a los pequeños autos que nos querían impedir pasar; atrás Genovevo tenía a la nalga tirada en el piso. Aventó la pistola hacia el frente, yo la recogí, mientras él le fajaba a güevo a la mujer de rostro de león. Quiso gritar, pero Genovevo le puso un santo madrazo entre la oreja y la mejilla, que ya no hizo otro intento. Entonces comenzó a sentir lo bueno, las olas de mierda llegaban al parabrisas de nuestro camión.

“¿Ya estuvo?”, me sacó de mis observaciones Abigail.

“Parece que sí.”

“Pues, a ver qué pasa. Pero cuéntame, conque uno de tus libros la ha pegado duro, todos hablan de él…”, miré cómo me veía. Abajo en las banquetas dándose en la madre por subir a los camiones. Su rostro no cambiaba mucho…

Subí hasta la galería para ver si me encontraba a la señora, pero lo que vi en el fondo debajo de las butacas fue a dos siluetas, eran unos novios que estaban cogiendo. Me bajé hacia las butacas que están a los lados, lo que llaman el anfiteatro; estaban dando Los inadaptados