Puedo porque pienso que puedo - Carolina Marín - E-Book
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Carolina Marín

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Beschreibung

Me esfuerzo y trabajo para ser cada día mejor. Siempre he creído que el mejor método para conseguir los objetivos es creer en mí misma a través del trabajo y el sacrificio, por eso mi lema es "Puedo porque pienso que puedo". Como júnior conseguí varias medallas en Europeos y Mundiales e incluso gané varios torneos internacionales frente a jugadoras profesionales. Ya en categoría sénior continué creciendo hasta conseguir las 26 medallas de mi palmarés, entre las que destacan la medalla de oro de los Juegos Olímpicos de Río 2016, los tres Mundiales (Copenhague 2014, Yakarta 2015 y Nanjing 2018) y los cuatro Europeos (Kazán 2014, La Roche-sur-Yon 2016, Kolding 2017 y Huelva 2018). En enero de 2019 viví uno de los momentos más difíciles de mi carrera al romperme el ligamento cruzado de la rodilla derecha. Gracias al trabajo que he realizado junto a todo mi equipo durante más de 7 meses regresé a las pistas sin ningún problema. Pero muy pronto nuevas dificultades vinieron a retarme... Sigo sin rendirme. "Puedo porque pienso que puedo" es el título de mi libro y el lema de mi vida. "La vida son etapas y estaba en una de ellas. En la de plenitud, quizá. Podríamos pensar que sería un día más. Un día de tantos. O tal vez podría estar a punto de enfrentarme a uno extraordinario: iba a disputar una final. Una de esas jornadas en la vida de un deportista para las que nos preparamos a conciencia. Estaba en Yakarta, allá lejos, en Indonesia, un país que adoro, donde he vivido grandes experiencias, y en el que me siento tan abrigada y bien recibida siempre que voy. Para mí es uno de esos lugares en los que a pesar de estar lejos te sientes en casa. Os sitúo: era el 27 de enero de 2019. Todo por empezar. A veces vivimos etapas tan buenas que nos metemos en la rutina y lo damos todo por hecho, pensando que lo bueno nos pertenece, forma parte de nuestra propiedad y que hay algo, sin saber qué es, que nos aleja de manera irremediable de las desgracias. Y no es así. De pronto, hay un día, una hora, un lugar, en el que la vida te pone los pies en el suelo de nuevo…".

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

Puedo porque pienso que puedo. El secreto de una campeona

© 2020, Carolina Marín

© De la redacción del texto, Santiago García Bustamante

© 2020, para esta edición HarperCollins Ibérica, S.A.

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Diseño de cubierta: Rudesindo de la Fuente

Imagen de cubierta: GettyImages

© De las imágenes de interior: archivo personal de la autora, Agencia EFE y Badmintonphoto

 

I.S.B.N.: 978-84-9139-520-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

 

PRIMERA PARTE

 

1. De pronto, todo cambia

El teléfono en silencio: una llamada que trunca la vida

Tokio 2020: el imposible de una pandemia

2. El mundo gira

El antes y el después de la gran lesión

Aquel partido y cómo forcé la máquina del cuerpo

La llegada a Madrid y el choque con la realidad

El cuerpo avisa, a pesar de que no queramos oír

3. Crecerse ante las adversidades

4. Recuperarse: ese camino más duro que el de cualquier preparación

«Calma, alegría y fuerza»

La psicología. El camino del perfeccionismo

5. Todo llega: el ansiado regreso

 

SEGUNDA PARTE

 

6. Mis comienzos

El control de la rabia ante la derrota

Mis padres: los imprescindibles

7. Quiero ser la mejor del mundo

Cuestión de carácter. ¿Que cómo soy?

La admiración por Nadal

Pau Gasol, un grande entre los grandes

La importancia de mi equipo

Las celebraciones

8. He venido a ganar la medalla de oro

Los gritos

El manejo del éxito

9. El trabajo, más importante que el talento

Odio el juego sucio

Sin motivación no hay rumbo y sé de lo que hablo

10. Tercer Mundial: hacer historia

Mi vida va muy rápida

11. Fernando, más que un entrenador y casi un padre

12. Así preparo las grandes citas

13. Los títulos, esa parte de mi historia

14. El futuro. Tan lejos y tan cerca

 

Apéndice. El otro «yo»: Carolina desde fuera, cómo la ve su equipo

Ganar el tercer Mundial ya era hacer historia

Soñar

 

ENCARTE FOTOGRÁFICO

 

PRIMERA PARTE

 

 

 

 

 

 

 

«Siento mucho orgullo por mi hija como padre. Disfruto mucho con ella, por su manera de ser, por su simpatía y su capacidad de irradiar alegría siempre. Y como deportista es increíble, porque es una luchadora nata y muy competitiva. Nunca tira la toalla y lo da todo en la pista».

 

Padre de Carolina.

1.

DE PRONTO, TODO CAMBIA

 

 

 

 

 

EL TELÉFONO EN SILENCIO: UNA LLAMADA QUE TRUNCA LA VIDA

 

Era una de esas noches en las que no podía más. Había llegado de un torneo. Cansada, como tantas veces. Ya en Madrid, decidí quedarme a dormir en la residencia Blume, así lo hago normalmente los días de entre semana y en mi casa cuando es fin de semana. ¡Costumbres! Sobre las diez y media silencié el teléfono y lo puse boca abajo para que no me molestara la luz. El cuerpo necesitaba descanso. Y la mente. Eso que hacemos muchas personas, tantas veces, cuando quieres ponerte en off.

Era el 13 de febrero de 2020. Mal día para los supersticiosos. Yo no lo soy, pero sí sé que ya es un día inolvidable para el resto de mi vida, aunque en aquel entonces aún no lo podía imaginar. Ese teléfono de pronto no paró de recibir llamadas, a pesar de que yo no lo podía ver. Doce llamadas de Fernando, mi entrenador, otra de Clara, mi amiga, y una más de Rocío, mi prima. Hasta que alguien llamó a la puerta de la habitación. Era Clara. «Tienes que mirar el teléfono». Fue uno de esos momentos en los que no sabes lo que ocurre, pero sabes que algo está a punto de pasar. Y ese algo no me iba a gustar.

No daba crédito. La cabeza me iba a mil intentando hilar las ideas en esas décimas de segundo en las que vas marcando el número. La voz de Fernando trataba de despejarme las dudas al otro lado: «Caro, no te asustes, pero tengo que contarte que tu padre ha tenido un accidente y está grave, en una situación crítica. ¿Dónde estás?». Colgué el teléfono y me desmoroné. En esos momentos no se encuentran pensamientos positivos en los que apoyarte. No podía ser. Mi padre. ¡59 años! Es como si de pronto todo te pasara muy rápido por la cabeza y a la vez demasiado despacio. Falta el oxígeno. Quieres despertarte y que todo haya sido un sueño. Una puñetera pesadilla, pero que alguien te saque de esa realidad.

Fernando había ido a mi casa a buscarme. Me contaría después que hasta había tirado piedrecitas a la ventana, pero, claro, yo no estaba allí. Coordinamos cuál sería la mejor manera de llegar a Huelva rápido. En coche, tren o como fuera. No tenía mucha claridad de ideas en ese momento. Me atormentaba pensar que podía perderle. A él, a mi padre.

En realidad, todo había ocurrido unas horas antes, sobre las siete de la tarde. Mi padre es repartidor de material de papelería y todos los días suele pasar sus ocho o nueve horas de trabajo en una furgoneta repartiendo en fábricas, colegios y empresas por la zona de Huelva. En ocasiones se queda en el almacén para ordenar cosas. Parece ser que esa fatídica tarde mi padre, que siempre está dispuesto a todo, se puso a cambiar una bombilla subido a una escalera. No sé a qué altura estaba, ni lo sabré, tampoco sé si se mareó o se desmayó, ya he aprendido que hay cosas que se quedan en incógnitas para toda la vida, pero ahora sé, por las pruebas que se le hicieron posteriormente, que no había ninguna afección craneal previa que pudiese haber generado el accidente. Se cayó para atrás y, con tan mala suerte, aunque no me gusta hablar de la mala suerte, que sufrió un traumatismo que le causó un enorme hematoma en la cabeza. Lo cierto es que estuvo al borde de la muerte. Tanto, como que me tuve que despedir de él.

Pero eso fue después. Fernando no tardó en llegar a la residencia donde yo había pretendido dormir, donde había puesto el teléfono boca abajo para olvidarme del mundo y el mundo horrible vino a mi encuentro. Decidimos que la mejor manera de llegar a Huelva era ir en avión y el primero salía a las seis y media de la mañana. Entonces sí que dormir fue imposible. Qué amargura de horas. El paso del tiempo en esas circunstancias era un auténtico infierno. Llegué a Huelva sobre las nueve y media. Cuando vi a mi padre dentro de la Unidad de Cuidados Intensivos, con tubos por todos lados y veinte máquinas alrededor, pensé que le perdía de verdad. Esa imagen no la voy a olvidar en la vida. A la hora salió un neurocirujano a informarnos de la situación. Era muy complicada. Teníamos que decidir si operarle, y no aseguraban que saliera con vida de la intervención ni tampoco que, de hacerlo, esta tuviera éxito. La otra opción era no intervenir, pero la cabeza se le seguiría llenando de líquido. Que tengas que decidir sobre la vida de tu padre es horrible. Os lo aseguro. La operación resultaba muy delicada porque el hematoma era muy grande y también la inflamación del cerebro. Necesitaba tener la mente fría y no entrar en bloqueo. En esa sala de espera estábamos mi madrina, mi prima Rocío, mi abuela (su madre) y una tía. No había un momento que perder llorando, o al menos sentí que no era el momento. Mis padres están separados desde que tengo doce años y soy hija única. Sentí encima todo el peso de la decisión y el médico, de alguna manera, también me urgió a decidir. Parecía ser que no había mucho tiempo. Les dije que necesitaba hacer una llamada y hablé con Diego, mi fisio. Se lo conté y este a su vez llamó a un amigo suyo que es médico. Me dijo que él, en mi caso, tiraría para adelante con la operación. No lo dudé. Volví dentro, entré a hablar con el médico y le dije: «Mi padre se opera. Y, por favor, cuanto antes». Después fue cuando me vine abajo y me entraron todos los miedos a la vez. Entonces sí que me harté a llorar. ¿Y si no salían las cosas bien?

Les pedí que me dejaran entrar a verle antes. Sola. Él y yo. Mi padre estaba sedado, intubado, inconsciente, no creo que se enterara de nada, pero yo necesitaba hablar con él, necesitaba despedirme, aunque fuera en cinco minutos. Le di las gracias por todo lo que había hecho por mí, por haberme dejado ir a Madrid con catorce años y le dije que me sentía orgullosa por ser su hija y tener el padre que tengo. Que tuviera mucha fuerza y fuera un luchador y que si salía adelante su hija le iba a estar esperando y si su cuerpo y su alma decidían no seguir hacia adelante que descansara en paz. Necesitaba decirle adiós.

A las tres de la tarde le metieron en el quirófano. Estábamos preparados para una intervención larga, pero dos horas y media después habían acabado. Nos dijeron que la intervención había sido dura, que el hematoma había dañado mucho y el cerebro estaba muy inflamado y con un gran derrame de sangre. El día a día nos iría diciendo. Y así ha sido.

Pasaron los días. Estuvo bastante sedado. Me quedé en Huelva para poder estar con él y pronto decidí que quería empezar a entrenar. Fernando me dijo que no me preocupara, que se adaptarían a mí, así que llamó al equipo y se vinieron todos a Huelva. De esta manera yo podía entrenar por las mañanas y luego quedaba libre por la tarde para acudir a las dos visitas que se le podían hacer a mi padre en la UCI. Las tres primeras semanas estuvo sedado y, a la cuarta, empezó a abrir los ojos. Me pareció increíble, después de haberme despedido de él.

Me fui a competir sin tener la cabeza demasiado centrada y regresé a Huelva con la idea de preparar el All England, que es un torneo muy importante para nosotros. Y luego se precipitaron los acontecimientos con la pandemia del coronavirus, como nos pasó a todos.

Estaban planificadas cinco semanas seguidas de competiciones, con la condición de que, si mi padre sufriese alguna variación, me volvería. Porque lo importante para mí era él. Primero está la salud de los tuyos, en este caso de él, que me lo ha dado todo, que tuvo la generosidad de dejarme volar cuando era una niña para que cumpliera mi sueño, y luego el resto.

La crisis sanitaria del COVID-19 hizo el resto. Estaba en Inglaterra y ya escuchábamos y leíamos cómo estaba la situación. Jugué la semifinal, que por cierto perdí, en Birmingham, y regresamos a España con retraso en el vuelo y ciertas dificultades. En Madrid tuvimos que esperar durante dos horas metidos ya en el avión. Las cosas se estaban poniendo complicadas. Llegué a Sevilla y de ahí a Huelva, pero esa noche no pude visitar a papá. Tuve que esperar al día siguiente.

Después vino esa época que pasará a la historia como la del confinamiento. Han sido los dos meses y medio más duros de toda mi vida, emocionalmente hablando. He pasado por todas las fases: frustración, desesperación, agobio… Y todas las he sentido al límite. Mucho más que en cualquier partido de bádminton al que me haya enfrentado en toda mi carrera deportiva. Sin duda, con mi padre he sentido emociones desconocidas a las que todavía me cuesta enfrentarme. Esa es la realidad. Es duro que tu padre muchos días no sepa ni quién eres, que no se pueda poner en pie y, ni por supuesto, caminar, por no entrar en más detalles. Enfrentarme a esa inesperada realidad me cuesta.

He pensado mucho en la gente que ha sufrido durante todo este tiempo, en las personas que han perdido a sus seres queridos o en aquellos que han tenido que lidiar con el virus en soledad. Por eso me ponía de los nervios cuando algún amigo se quejaba de estar aburrido en pleno confinamiento. ¡Ya me hubiera gustado a mí haber podido aburrirme!

De pronto, la vida ha vuelto a cambiar sin previo aviso, como pasa casi siempre. Y nos obliga a aprender a marchas forzadas. Cuando el estado de alarma lo permitió, me trasladé a Madrid, con el corazón «partío». Con la necesidad de volver a mi profesión y con la mala sensación de sentir que me alejaba de un problema que seguía ahí, mi padre.

Sigo trabajando esas emociones que me han estado estrangulando todo este tiempo. Lo hago con María, la psicóloga de mi equipo. Acabaréis conociendo a todas las piezas de ese engranaje que me mantiene en pie, que hace que todo gire. El objetivo es canalizarlas para sacarles partido en la pista. Tengo que ser capaz de convertir todo esto en algo bueno. Lo necesito. Debe ser así la digestión. En eso me han educado y he trabajado toda mi vida, en que a las cosas que te afectan, que te hunden, que te duelen… hay que ser capaz de darles la vuelta y convertirlas en algo bueno, sacarles partido y, desde luego, ahora ese es mi objetivo.

El coronavirus nos ha transportado a situaciones desconocidas, dramáticas e insospechadas. Algo tan raro como que por primera vez desde que cumplí ocho años estuve tres meses sin coger una raqueta. ¡Tres meses! Parada. Hasta llegaron a desaparecer esa especie de callos que tengo en la mano y a los que estoy tan acostumbrada. Tuve que volver a empezar de cero. Ni con la gravedad de la lesión viví algo así.

De hecho, apenas pude entrenar «físico», porque me quedé en Huelva, en casa de mi madre, y allí no tenía material. El mismo lunes que comenzó el confinamiento tuve la suerte de hacerme con una bicicleta estática que me dejó una amiga de mi madre, y Fernando me pudo mandar con un transportista dos máquinas que por casualidad tenía en casa. Con eso he podido salvar la parte física. Pero luego vino la odisea de volver al punto en el que estaba antes. También es cierto que la crisis sanitaria nos enseñó que no había prisa. No sabíamos cuándo íbamos a competir, así que lo importante era recuperar la forma sin lesionarse en el camino. ¡Y sin desesperarse! Un cambio radical de mentalidad que, sin duda, ponía el colofón a esa travesía del desierto del último año y medio, que pronto os relataré.

Desafortunadamente, después de meses de lucha, a finales de julio de 2020, en lo más tórrido del verano y cuando lo peor de la crisis del coronavirus parecía haber pasado, perdí a mi padre. Lo perdí del todo. Y aunque se me había ido yendo a poquitos, y aunque ya me había despedido de él, a mi modo, creo que este ha sido y será el golpe más fuerte de mi vida. Cuando vuelva a las Olimpiadas, que volveré, y cuando vuelva a ganar una medalla, en lo cual confío, lo haré por él, gracias a él, y pensando en él. Gracias, papá.

 

 

TOKIO 2020: EL IMPOSIBLE DE UNA PANDEMIA

 

¡Quién me lo iba a decir! Tokio, ya os contaré, fue durante muchos meses de mi vida la motivación para salir adelante. Y luego el tiempo, las circunstancias, la propia vida se encargaron de descomponer lo que había sido mi llegada a meta. Y lo curioso es que no importó. Cuando anunciaron que los Juegos Olímpicos se posponían para mí fue un alivio. Y creo que para muchos deportistas. Son cuatro años de preparación y de sueños y ya estaba viendo que las cosas no se estaban desarrollando de manera justa. Por ejemplo, en China habían estado confinados antes, y eso hizo que todo el equipo chino se hubiera trasladado a Inglaterra para pasar el confinamiento y hacer allí la cuarentena. Cuando volvieron ya se podía entrenar. En España o Italia pasó lo contrario, no se podía ni entrenar, y en India me enteré de que estaban igual. Los deportistas se podrían enfrentar a la cita más importante en condiciones de igualdad muy diferentes. Sé que era difícil para el Comité Olímpico Internacional dar una respuesta a esto, porque hay muchas cosas que dependen de unos juegos, pero me pareció acertado el aplazamiento. Y en mi caso, para ser honesta, más. Entre la lesión, mi padre y el confinamiento, sentí alivio al saber que disponía de más tiempo para prepararme e ir a los Juegos algo descargada de emociones y poder disfrutarlo. Sigue siendo la meta, la que me sustentó en su momento y la que mantiene la ilusión, a pesar de la situación. Los Juegos son palabras mayores y eso no cambia.

 

 

 

 

 

 

 

«Carolina mostraba desde sus inicios gran parte de esas virtudes que ahora la hacen diferente y única en competición. Hay una frase que le digo mucho, y es que veo a una Carolina diferente: cada vez que estoy con ella observo un desarrollo continuo debido a que nunca está satisfecha con lo que tiene.

Las virtudes que le han permitido alcanzar estos éxitos son una gran ambición, su inconformismo y su capacidad de trabajo. La combinación con Fernando Rivas es la clave del éxito porque él ha sido capaz de mantener y desarrollar esas capacidades durante muchos años.

Ahora estoy viviendo la época de entrenador más gratificante, no por el hecho de trabajar con una gran deportista, que también, sino por hacerlo con un increíble equipo profesional y humano».

 

Ernesto GARCÍA,

Exseleccionador nacional de bádminton y miembro del equipo técnico de Carolina.

2.

EL MUNDO GIRA

 

 

 

 

 

EL ANTES Y EL DESPUÉS DE LA GRAN LESIÓN

 

La vida son etapas y estaba en una de ellas. En la de plenitud, quizá. Podríamos pensar que sería un día más. Un día de tantos. O tal vez podría estar a punto de enfrentarme a uno extraordinario: iba a disputar una final. Una de esas jornadas en la vida de un deportista para las que nos preparamos a conciencia. Estaba en Yakarta, allá lejos, en Indonesia, un país que adoro, donde he vivido grandes experiencias, y en el que me siento tan abrigada y bien recibida siempre que voy. Para mí es uno de esos lugares en los que a pesar de estar lejos te sientes en casa. Os sitúo: era el 27 de enero de 2019. Todo por empezar.

A veces vivimos etapas tan buenas que nos metemos en la rutina y lo damos todo por hecho, pensando que lo bueno nos pertenece, forma parte de nuestra propiedad y que hay algo, sin saber qué es, que nos aleja de manera irremediable de las desgracias. Y no es así. De pronto, hay un día, una hora, un lugar, en el que la vida te pone los pies en el suelo de nuevo. Las cosas no siempre tienen que salir bien, pero lo más curioso de esto es que en vez de ser agradecidos por las muchísimas veces que la vida nos sonríe, nos mira cara a cara, nuestra tendencia natural es la contraria. A la mínima, cuando nos asalta esa piedra en el camino, nos preguntamos. ¿Por qué a mí? Una cuestión de este tipo solo puede tener una respuesta: ¿y por qué no?

Ya os he dicho que hacía poco había comenzado el año y, como siempre, yo tenía el propósito de avanzar con el mejor pie, la mejor de las suertes. Era el 2019. La vida estaba en orden. Llevé a cabo las que ya son rutinas habituales antes de afrontar una final. Estaba preparada y lástima que no era tan consciente en ese preciso instante de lo afortunada que era, del privilegio vital en el que me movía.

Era joven, con salud, la vida me sonreía, había conseguido ser deportista de alto nivel dentro de mi disciplina y había logrado numerosos trofeos, calmando así esa sed inicial de todo aquel que se adentra en el deporte y de alguna manera quiere el éxito, porque en el deporte al final necesitamos los resultados para seguir evolucionando, para poder dar un paso detrás de otro. Clasificarnos, ir a la siguiente competición, cumplir un objetivo para llegar al siguiente. La vida está segmentada en retos, en metas… Y, en ese momento, la verdad es que iba en camino de ser la mejor jugadora de la historia de bádminton. Y todo esto que os cuento es en el ámbito deportivo, que es una parcela de mí. Una parcela muy grande en la que invierto mucho tiempo y mucho esfuerzo, porque el alto nivel exprime las energías, las ideas, las ilusiones y el talento. Quizá no hay otra manera de estar y de ser.

Pero hay más, claro que hay mucho más, existe esa otra faceta personal y quizá más desconocida, que es la de la vida familiar, que no es fácil de cultivar, porque vivo en una vorágine tremenda que me aparta del mundo en muchas ocasiones. Y no es sencillo, pero ellos saben estar ahí, lejos y cerca. Me dejan crecer y nunca sola. Es esa maravillosa sensación de que saben impulsarme el vuelo, pero están por si en algún momento me caigo.

Y el equipo. En la misma palabra está implícito todo. El equipo muchas veces es el hogar al que acogerse. Además de ser la clave de los éxitos es el punto de apoyo en los momentos difíciles, que los hay, y en los fracasos, que también vienen, aunque no se quiera.

Total, que ahí estamos, volvemos a Indonesia, a Yakarta, a ese momento. El único pensamiento que había en mi cabeza era seguir cosechando triunfos. Seguir alimentando ese palmarés que ya era envidiable, y tenía la sana intención de que siguiera siéndolo.

Dentro del orden de mis rutinas dejé el hotel y me encaminé al pabellón donde se iba a jugar la final. Ese día mi rival era la india Saina Nehwal. No era la primera vez que me enfrentaba a ella. Ahora que lo pienso, ahora que revivo los momentos, doy marcha atrás en los pasos, es curiosa la sensación… Llegué, como siempre, con bastante antelación. Así me gusta hacerlo, me da cierta paz, cierta tranquilidad, que necesito para tener mi espacio, para poner mi cabeza en orden antes de afrontar ese momento final y decisivo y porque hay algo que me encanta y es que allí se respira bádminton por todos los sitios. Indonesia es un país que vive este deporte de forma especial.

Lo disfruto con mucha intensidad. Allí me adoran y es mutuo. Ocurre también en otros países de Asia, donde el bádminton es un deporte de referencia, y eso se respira en el ambiente. Hay un respeto especial por los deportistas. Un culto. Es una pasada. Es como si las energías estuvieran totalmente sintonizadas.