¿Qué es esa cosa llamada ciencia? - Alan F. Chalmers - E-Book

¿Qué es esa cosa llamada ciencia? E-Book

Alan F. Chalmers

0,0

Beschreibung

Esta accesible exposición de los intentos científicos modernos por destronar el pensamiento empirista se ha convertido, en el transcurso de los últimos veinticinco años, en un éxito de ventas a la vez que el texto universitario de referencia, traducido a más de quince lenguas. Las grandes teorías de la Filosofía de la ciencia del siglo pasado –el falsacionismo, los paradigmas de Kuhn, la teoría anarquista de la ciencia de Feyerabend, los movimientos realistas y antirrealistas– están explicadas con acierto, utilizando un mínimo de terminología técnica. La presente edición, revisada y ampliada, presenta un tratamiento conciso y esclarecedor de los desarrollos más importantes ocurridos en este campo durante las dos últimas décadas, y confirma su reputación de ser el mejor libro de texto de introducción a la Filosofía de la ciencia.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 475

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Siglo XXI / Ciencias Naturales / Filosofía y Pensamiento

ALAN F. CHALMERS

¿QUÉ ES ESA COSA LLAMADA CIENCIA? Nueva edición corregida y aumentada

Traducción de José A. Padilla Villate (modificaciones y revisión completa de la 3.a edición) Pilar López Máñez (Caps. 9-12 de la 2.a) Eulalia Pérez Sedeño (1.a ed.)

Esta accesible exposición de los intentos científicos modernos por destronar el pensamiento empirista se ha convertido, en el transcurso de los últimos veinticinco años, en un éxito de ventas a la vez que el texto universitario de referencia, traducido a más de quince lenguas. Las grandes teorías de la Filosofía de la ciencia del siglo pasado –el falsacionismo, los paradigmas de Kuhn, la teoría anarquista de la ciencia de Feyerabend, los movimientos realistas y antirrealistas– están explicadas con acierto, utilizando un mínimo de terminología técnica.

La presente edición, revisada y ampliada, presenta un tratamiento conciso y esclarecedor de los desarrollos más importantes ocurridos en este campo durante las dos últimas décadas, y confirma su reputación de ser el mejor libro de texto de introducción a la Filosofía de la ciencia.

Alan F. Chalmers, (Bristol, Inglaterra, 1939) se licenció en Ciencias Físicas en la Universidad de su ciudad natal y se doctoró con una tesis sobre la teoría electromagnética de James Clerk Maxwell en la Universidad de Londres. Desde 1971 ha sido profesor en diversas universidades australianas. Su área de interés principal es la filosofía de la ciencia. En 1997 fue elegido miembro de la Academy of Humanities.

Eulalia Pérez Sedeño es catedrática de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Universitatea. Profesora de investigación en Ciencia, Tecnología y Género del CSIC, preside la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia de España. Actualmente es directora de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología.

Diseño interior y cubierta: RAG

Motivo de portada: El Cubri

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original: What is this thing called science?

© A. F. Chalmers, 1976, 1982, 1999

© University of Queensland Press

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 1982, 2010 para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 9788432320552

Índice
PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN
PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN
PREFACIO A LA TERCERA EDICIÓN
INTRODUCCIÓN
1. LA CIENCIA COMO CONOCIMIENTO DERIVADO DE LOS HECHOS DE LA EXPERIENCIA
UNA OPINIÓN DE SENTIDO COMÚN AMPLIAMENTE COMPARTIDA SOBRE LA CIENCIA
VER ES CREER
EXPERIENCIAS VISUALES QUE NO ESTÁN DETERMINADAS SÓLO POR EL OBJETO VISTO
LOS HECHOS OBSERVABLES EXPRESADOS COMO ENUNCIADOS
¿POR QUÉ DEBERÍAN LOS HECHOS PRECEDER A LA TEORÍA?
LA FALIBILIDAD DE LOS ENUNCIADOS OBSERVACIONALES
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
2. LA OBSERVACIÓN COMO INTERVENCIÓN PRÁCTICA
LA OBSERVACIÓN: PASIVA Y PRIVADA O ACTIVA Y PÚBLICA
GALILEO Y LAS LUNAS DE JÚPITER
LOS HECHOS OBSERVABLES SON OBJETIVOS PERO FALIBLES
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
3. EL EXPERIMENTO
NO SÓLO HECHOS, SINO LOS HECHOS PERTINENTES
LA PRODUCCIÓN Y PUESTA AL DÍA DE LOS RESULTADOS EXPERIMENTALES
LA TRANSFORMACIÓN DEL FUNDAMENTO EXPERIMENTAL DE LA CIENCIA: EJEMPLOS HISTÓRICOS
EL EXPERIMENTO COMO BASE ADECUADA DE LA CIENCIA
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
LA INFERENCIA DE TEORÍAS A PARTIR DE LOS HECHOS: LA INDUCCIÓN
INTRODUCCIÓN
LÓGICA PARA BEBÉS
¿PUEDEN DERIVARSE LAS LEYES CIENTÍFICAS A PARTIR DE LOS HECHOS?
¿QUÉ CONSTITUYE UN BUEN ARGUMENTO INDUCTIVO?
OTROS PROBLEMAS QUE PRESENTA EL INDUCTIVISMO
EL ATRACTIVO DEL INDUCTIVISMO
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
5. INTRODUCCIÓN DEL FALSACIONISMO
INTRODUCCIÓN
UNA CUESTIÓN LÓGICA FAVORABLE AL FALSACIONISMO
LA FALSABILIDAD COMO CRITERIO DE TEORÍAS
GRADO DE FALSABILIDAD, CLARIDAD Y PRECISIÓN
FALSACIONISMO Y PROGRESO
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
6. EL FALSACIONISMO SOFISTICADO, LAS NUEVAS PREDICCIONES Y EL DESARROLLO DE LA CIENCIA
GRADOS DE FALSABILIDAD RELATIVOS EN VEZ DE ABSOLUTOS
EL AUMENTO DE LA FALSABILIDAD Y LAS MODIFICACIONES AD HOC
LA CONFIRMACIÓN EN LA CONCEPCIÓN FALSACIONISTA DE LA CIENCIA
AUDACIA, NOVEDAD Y CONOCIMIENTO BÁSICO
COMPARACIÓN DE LAS CONCEPCIONES INDUCTIVISTA Y FALSACIONISTA DE LA CONFIRMACIÓN
VENTAJAS DEL FALSACIONISMO SOBRE EL INDUCTIVISMO
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
7. LAS LIMITACIONES DEL FALSACIONISMO
PROBLEMAS RESULTANTES DE LA SITUACIÓN LÓGICA
SOBRE LA BASE DE LOS ARGUMENTOS HISTÓRICOS, EL FALSACIONISMO ES INSUFICIENTE
LA REVOLUCIÓN COPERNICANA
INSUFICIENCIAS DEL CRITERIO FALSACIONISTA DE DEMARCACIÓN Y LA RESPUESTA DE POPPER
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
8. LAS TEORÍAS COMO ESTRUCTURAS. 1: LOS PARADIGMAS DE KUHN
LAS TEORÍAS COMO ESTRUCTURAS
INTRODUCCIÓN A THOMAS KUHN
LOS PARADIGMAS Y LA CIENCIA NORMAL
CRISIS Y REVOLUCIÓN
LA FUNCIÓN DE LA CIENCIA NORMAL Y LAS REVOLUCIONES
MÉRITOS DE LA CONCEPCIÓN DE KUHN DE LA CIENCIA
AMBIVALENCIA DE KUHN ACERCA DEL PROGRESO POR MEDIO DE REVOLUCIONES
EL CONOCIMIENTO OBJETIVO
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
9. LAS TEORÍAS COMO ESTRUCTURAS. 2: LOS PROGRAMAS DE INVESTIGACIÓN
INTRODUCCIÓN A IMRE LAKATOS
LOS PROGRAMAS DE INVESTIGACIÓN DE LAKATOS
LA METODOLOGÍA DENTRO DE UN PROGRAMA Y LA COMPARACIÓN DE LOS PROGRAMAS
NUEVAS PREDICCIONES
PRUEBA DE LA METODOLOGÍA FRENTE A LA HISTORIA
PROBLEMAS QUE PRESENTA LA METODOLOGÍA DE LAKATOS
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
10. LA TEORÍA ANARQUISTA DE LA CIENCIA DE FEYERABEND
RECAPITULACIÓN
ARGUMENTACIÓN DE FEYERABEND CONTRA EL MÉTODO
DEFENSA DE FEYERABEND DE LA LIBERTAD
CRÍTICA DEL INDIVIDUALISMO DE FEYERABEND
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
11. CAMBIOS METÓDICOS DEL MÉTODO
EN CONTRA DEL MÉTODO UNIVERSAL
DATOS OBSERVADOS CON EL TELESCOPIO EN LUGAR DE LOS OBSERVADOS A SIMPLE VISTA: UN CAMBIO DE NORMAS
CAMBIO A TROZOS DE TEORÍA, MÉTODO Y MODELO
UN INTERLUDIO DESENFADADO
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
12. EL PUNTO DE VISTA BAYESIANO
INTRODUCCIÓN
EL TEOREMA DE BAYES
BAYESIANISMO SUBJETIVO
APLICACIONES DE LA FÓRMULA DE BAYES
CRÍTICA DEL BAYESIANISMO SUBJETIVO
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
13. EL NUEVO EXPERIMENTALISMO
INTRODUCCIÓN
EL EXPERIMENTO CON VIDA PROPIA
DEBORAH MAYO SOBRE LA PRUEBA EXPERIMENTAL RIGUROSA
APRENDIZAJE POR EL ERROR Y REVOLUCIONES DESENCADENANTES
EL NUEVO EXPERIMENTALISMO EN PERSPECTIVA
APÉNDICE: ENCUENTROS FELICES ENTRE TEORÍA Y EXPERIMENTO
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
14. ¿POR QUÉ EL MUNDO HABRÍA DE OBEDECER LEYES?
INTRODUCCIÓN
LAS LEYES COMO REGULARIDADES
LAS LEYES COMO REPRESENTACIONES DE POTENCIAS O DISPOSICIONES
LA TERMODINÁMICA Y LAS LEYES DE CONSERVACIÓN
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
15. REALISMO Y ANTIRREALISMO
INTRODUCCIÓN
ANTIRREALISMO GLOBAL: LENGUAJE, VERDAD Y REALIDAD
ANTIRREALISMO
ALGUNAS OBJECIONES TÍPICAS Y LA RESPUESTA ANTIRREALISTA
REALISMO CIENTÍFICO Y REALISMO CONJETURAL
IDEALIZACIÓN
REALISMO NO REPRESENTATIVO O REALISMO ESTRUCTURAL
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
16. EPÍLOGO
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
BIBLIOGRAFÍA

«Al igual que todos los jóvenes, me proponía ser un genio, pero afortunadamente intervino la risa.»

Clea,

PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN

Este libro pretende ser una introducción simple, clara y elemental a los modernos puntos de vista sobre la naturaleza de la ciencia. Al enseñar filosofía de la ciencia, bien a estudiantes de filosofía o a científicos que desean familiarizarse con las recientes teorías sobre la ciencia, me he dado cuenta cada vez más de que no se dispone de un solo libro, ni siquiera de un número pequeño de libros que se puedan recomendar al principiante. Las únicas fuentes de que se dispone sobre las opiniones modernas son las originales. Muchas de estas fuentes son demasiado difíciles para los principiantes, y de todos modos son demasiado numerosas como para que un amplio número de estudiantes pueda acceder con facilidad a ellas. Este libro no sustituirá a las fuentes originales para quien desee dedicarse al tema en serio, por supuesto, pero espero que proporcione un punto de partida útil y fácilmente accesible que por lo demás no existe.

Mi intención de presentar las discusiones de una manera simple resultó ser razonablemente realista en unos dos tercios del libro. En la época en que había llegado a esa etapa y había comenzado a criticar los modernos puntos de vista, me encontré, con sorpresa, con que, en primer lugar, discrepaba de aquellas opiniones más de lo que había pensado y, en segundo lugar, con que a partir de mi crítica estaba surgiendo una alternativa bastante coherente. Esa alternativa aparece bosquejada en los últimos capítulos del libro. Sería muy agradable pensar que la segunda mitad de este libro no sólo contiene resúmenes de las opiniones actuales sobre la naturaleza de la ciencia, sino también un resumen de la futura.

Mi interés profesional por la historia y la filosofía de la ciencia comenzó en Londres, en un clima que estaba dominado por las ideas del profesor Karl Popper. Mi deuda para con él, sus escritos, sus lecciones y sus seminarios, y también para con el difunto profesor Imre Lakatos, debe resultar evidente en el contenido de este libro. La forma que tiene la primera mitad debe mucho al brillante artículo de Lakatos sobre la metodología de los programas de investigación. Un rasgo notable de la escuela popperiana era la insistencia que hacía en que se tuviera una idea clara del problema en el que se estuviera interesado y en que se expresaran las propias opiniones sobre él de una manera simple y sencilla. Aunque debo mucho al ejemplo de Popper y Lakatos a este respecto, cualquier habilidad que tenga para expresarme de un modo simple y claro procede en su mayor parte de mi contacto con el profesor Heinz Post, que fue mi supervisor en el Chelsea College mientras trabajaba allí en mi tesis doctoral, en el Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia. No me puedo librar de la incómoda sensación de que me devolverá su ejemplar de este libro con la petición de que redacte de nuevo los pasajes que no entiende. Entre mis colegas de Londres —tengo una deuda especial con ellos—, la mayoría de los cuales eran estudiantes en esa época, Noretta Koertge, que ahora se encuentra en la Universidad de Indiana, me ayudó considerablemente. Antes me referí a la escuela popperiana como a una escuela, pero, no obstante, hasta que no llegué a Sidney procedente de Londres no me di cuenta de en qué medida había estado en una escuela. Para mi sorpresa, descubrí que había filósofos influidos por Wittgenstein, Quine o Marx que pensaban que Popper se había equivocado en muchas cuestiones y algunos que incluso pensaban que sus opiniones eran positivamente peligrosas. Creo que aprendí mucho de esa experiencia. Una de las cosas que aprendí fue que en realidad Popper se equivoca en un número de problemas importante, como se argumenta en las últimas partes de este libro. Sin embargo, esto no altera el hecho de que el enfoque popperiano sea infinitamente mejor que el enfoque adoptado en la mayor parte de los departamentos de filosofía que he conocido.

Debo mucho a mis amigos de Sidney que me ayudaron a despertar de mi sueño. No quiero sugerir con esto que acepte sus opiniones en vez de las popperianas. Ellos saben bien que no. Pero puesto que no me gusta perder el tiempo con absurdos oscurantistas sobre la inconmensurabilidad de los marcos conceptuales (aquí los popperianos aguzarán el oído), la medida en que me he visto obligado a reconocer y contraatacar las opiniones de mis colegas y adversarios de Sidney me ha llevado a comprender la fuerza de sus opiniones y la debilidad de las mías. Espero que no desconcertaré a nadie haciendo una mención especial a Jean Curthoys y Wal Suchting.

Los lectores afortunados y atentos detectarán en este libro la singular metáfora procedente de Vladimir Nabokov y advertirán que le debo algún reconocimiento (o disculpas).

Concluyo con un cálido saludo a aquellos amigos que no se han preocupado del libro, que no quieren leer el libro y que me han aguantado mientras lo escribía.

Alan Chalmers

Sidney, 1976

PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN

A juzgar por las respuestas a la primera edición de este libro, parece que los ocho primeros capítulos del mismo cumplen muy bien la función de ser “una introducción simple, clara y elemental a los modernos puntos de vista sobre la naturaleza de la ciencia”. También parece ser bastante universalmente aceptado que los cuatro últimos no la cumplen. Por consiguiente, en esta edición revisada y ampliada he dejado los capítulos 1-8 prácticamente intactos y he reemplazado los cuatro últimos por seis totalmente nuevos. Uno de los problemas de la última parte de la primera edición es que había dejado de ser simple y elemental. He tratado de conseguir que mis nuevos capítulos sigan siendo simples, aunque temo que no lo haya conseguido del todo al tratar de las difíciles cuestiones de los dos últimos capítulos. Pero aunque haya tratado de conseguir que el análisis sea simple, espero no haber dejado por ello de ser polémico.

Otro problema de la última parte de la primera edición es la falta de claridad. Aunque sigo convencido de que la mayor parte de lo que me proponía allí iba por buen camino, ciertamente no fui capaz de expresar una postura coherente y bien argumentada, como han dejado claro mis críticos. No todo esto puede ser atribuido a Louis Althusser, cuyas tesis estaban muy de moda en el momento en que escribí este libro y cuya influencia puede todavía ser discernida en cierta medida en esta nueva edición. He aprendido la lección y en el futuro tendré buen cuidado de no dejarme influir excesivamente por la última moda de París.

Mis amigos Terry Blake y Denise Russell me han convencido de que los escritos de Paul Feyerabend son más importantes de lo que previamente estaba dispuesto a admitir. Le he concedido más atención en esta nueva edición y he tratado de separar el grano de la paja, el antimetodismo del dadaísmo. También me he visto obligado a separar su sentido importante del “sinsentido oscurantista de la inconmensurabilidad de los marcos”.

La revisión de este libro está en deuda con las críticas de numerosos colegas, críticos y corresponsales. No intentaré nombrarlos a todos, pero reconozco mi deuda y expreso mi agradecimiento.

Dado que la revisión de este libro ha desembocado en un nuevo final, el sentido original del gato de la cubierta se ha perdido. Sin embargo, el gato parece tener bastantes partidarios, a pesar de su falta de bigotes, por lo que lo he conservado, y simplemente pido a los lectores que reinterpreten su sonrisa.

Alan Chalmers

Sidney, 1981

PREFACIO A LA TERCERA EDICIÓN

Esta edición representa una reelaboración importante de la edición anterior. Muy pocos de los capítulos originales han quedado indemnes y muchos han sido reemplazados. Hay también varios capítulos nuevos. Los cambios eran necesarios por dos razones. En primer lugar, el curso introductorio de filosofía de la ciencia, que he tenido a mi cargo durante los veinte años siguientes a la escritura primera de este libro, me ha enseñado a hacer mejor mi trabajo. En segundo lugar, los desarrollos importantes ocurridos en la última década, o dos últimas décadas, en la filosofía de la ciencia deben encontrar su lugar en todo texto introductorio.

Una corriente actualmente influyente dentro de la filosofía de la ciencia comprende el intento de erigir una concepción de la ciencia basada en el teorema de Bayes, un teorema del cálculo de probabilidades. Una segunda tendencia, el “nuevo experimentalismo”, implica dedicar más atención que la prestada hasta hoy a la naturaleza del experimento y al papel que representa en la ciencia. Los capítulos 12 y 13, respectivamente, contienen una descripción y una valoración de estas escuelas. Trabajos recientes, en especial el de Nancy Cartwright, han destacado cuestiones acerca de la naturaleza de las leyes que aparecen en ciencia, y por ello se incluye un capítulo sobre este tópico en esta nueva edición. Igualmente aparece otro capítulo con el fin de presentar el estado actual del debate entre las interpretaciones realista y antirrealista de la ciencia.

Sin pretender haber llegado a una respuesta definitiva a la pregunta que formula el título de este libro, he tratado de estar al día en el debate contemporáneo y de presentárselo al lector de un modo no demasiado técnico. Al final de cada capítulo se pueden encontrar sugerencias sobre lecturas complementarias que serán un punto de partida útil y al día para aquellos que deseen estudiar estas materias con mayor profundidad.

No haré el intento de nombrar a todos los colegas y estudiantes que me han enseñado cómo mejorar este libro. Aprendí mucho en el congreso internacional que tuvo lugar en Sidney en junio de 1997, “What is this thing called science? Twenty Years On” (¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Veinte años después). Doy las gracias a los patrocinadores del congreso, The British Council, la University of Queensland Press, la Open University Press, Hackett Publishing Company y Uitgeverij Boom, y a los colegas y viejos amigos que acudieron a las sesiones y participaron en ellas. La ocasión sirvió de mucho para elevar mi moral y estimularme a emprender la considerable tarea que suponía reescribir el texto. Una gran parte del trabajo fue realizada durante mi estancia como investigador en el Instituto Dibner de Historia de la ciencia y la tecnología del MIT, por lo cual estoy muy agradecido. No podía desear un mejor ambiente de apoyo ni más adecuado a un trabajo que exigía concentración. Agradezco también a Hasok Chang la cuidadosa lectura del manuscrito y sus provechosos comentarios.

Ya no tengo idea clara de qué es lo que hace sonreír al gato, pero creo detectar que persiste una cierta señal de aprobación, lo cual me tranquiliza.

Alan Chalmers

Cambridge, Mass., 1998

INTRODUCCIÓN

La ciencia goza de una alta valoración. Aparentemente existe la creencia generalizada de que hay algo especial en la ciencia y en los métodos que utiliza. Cuando a alguna afirmación, razonamiento o investigación se le da el calificativo de “científico”, se pretende dar a entender que tiene algún tipo de mérito o una clase especial de fiabilidad. Pero, ¿qué hay de especial en la ciencia, si es que hay algo? ¿Cuál es este “método científico” que, según se afirma, conduce a resultados especialmente meritorios o fiables? Este libro constituye un intento de elucidar y contestar preguntas de este tipo.

Tenemos muchísimas pruebas procedentes de la vida cotidiana de que se tiene en gran consideración a la ciencia, a pesar de que haya cierto desencanto con respecto a ella debido a las consecuencias de las que se le hace responsable, tales como las bombas de hidrógeno y la contaminación. Los anuncios publicitarios afirman con frecuencia que se ha mostrado científicamente que determinado producto es más blanco, más potente, más atractivo sexualmente o de alguna manera preferible a los productos rivales. Con esto esperan dar a entender que su afirmación está especialmente fundamentada e incluso puede que más allá de toda discusión. De manera similar, un anuncio de la Ciencia Cristiana aparecido recientemente en un periódico se titulaba: “La ciencia habla y asevera que se ha demostrado que la Biblia cristiana es verdadera”, y luego seguía contando que “incluso los propios científicos lo creen hoy en día”. Aquí tenemos una apelación directa a la autoridad de la ciencia y de los científicos. Bien podríamos preguntar: “¿en qué se basa esa autoridad?”. El gran respeto que se tiene por la ciencia no se limita a la vida cotidiana y a los medios de comunicación populares. Resulta evidente también en el mundo académico y universitario. Muchos campos de estudio son descritos por quienes los practican como ciencias, presumiblemente en un intento de hacer creer que los métodos que usan están tan firmemente basados y son potencialmente tan fructíferos como una ciencia tradicional como la física o la biología. La ciencia política y la ciencia social son ya tópicos. Los marxistas insisten con entusiasmo en que el materialismo histórico es una ciencia. Además, han aparecido en los programas universitarios Ciencia de la Biblioteca, Ciencia Administrativa, Ciencia del Habla, Ciencia Forestal, Ciencia Láctea, Ciencia de los productos cárnicos y animales e incluso Ciencia Mortuoria*. Todavía está activo el debate acerca del rango de la “ciencia de la creación” y es de señalar en este contexto que los participantes en ambos lados del debate suponen que existe una cierta categoría especial de “ciencia”. En lo que no están de acuerdo es en la cuestión de si la ciencia de la creación llena o no los requisitos de una ciencia.

Muchas de las llamadas ciencias sociales o humanas subscriben un razonamiento que reza aproximadamente como sigue: “Se puede atribuir el éxito indiscutible de la física en los últimos tres siglos a la aplicación de un método especial, el ‘método científico’. Por consiguiente, para que las ciencias sociales y humanas puedan emular el éxito de la física será preciso primero comprender y formular este método y aplicarlo después a ellas.” Este razonamiento suscita las dos preguntas fundamentales siguientes: ¿qué es este método científico que se supone sea la clave de este éxito de la física? y ¿es lícito transferir este método de la física y aplicarlo en otros campos?

Todo esto hace resaltar el hecho de que las cuestiones concernientes a la especificidad del conocimiento científico, en cuanto opuesto a otros tipos de conocimiento, y a la identificación exacta del método científico, aparecen como fundamentalmente importantes y cargadas de consecuencias. Sin embargo, como veremos, no es en absoluto sencillo dar respuesta a las preguntas suscitadas. Un buen intento por resumir las intuiciones que por lo general se tienen respecto de las respuestas a estas preguntas es, quizás, la idea de que lo específico de la ciencia es que se deriva de hechos, en vez de basarse en opiniones personales. Puede ser que así se recoja la idea de que, mientras que pueden darse opiniones personales distintas sobre los méritos relativos de las novelas de Charles Dickens y D. H. Lawrence, no hay lugar a diferencias similares acerca de los méritos relativos de las teorías de la relatividad de Galileo y de Einstein. Se supone que los hechos determinan la superioridad de la innovación de Einstein sobre visiones anteriores de la relatividad y que, sencillamente, está en un error quien no lo aprecie así.

Como veremos, la idea de que el rasgo específico del conocimiento científico es que se deriva de los hechos de la experiencia puede sostenerse sólo en una forma muy cuidadosamente matizada, si es que en verdad puede sostenerse. Tropezaremos con razones para dudar de que los hechos obtenidos en la observación y en la experimentación sean tan directos y seguros como se ha supuesto tradicionalmente. Encontraremos también que hay fuertes argumentos favorables a la afirmación de que el conocimiento científico no puede ser probado ni rechazado de forma concluyente por una referencia a hechos, aun en el caso de que se disponga de esos hechos. Algunos de los argumentos que apoyan este escepticismo se basan en un análisis de la naturaleza de la observación y en la del razonamiento lógico y sus capacidades. Otros tienen su origen en una mirada detenida a la historia de la cienciaya la práctica científica contemporánea. Un rasgo característico de los desarrollos modernos en las teorías de la ciencia es que se ha ido prestando una atención creciente a la historia de la ciencia. Para muchos filósofos de la ciencia, uno de los embarazosos resultados de este hecho es que los episodios de la historia de la ciencia que, por lo general, se consideran más característicos de los principales adelantos, ya sean las innovaciones de Galileo, Newton, Darwin o Einstein, no se corresponden con lo que las típicas concepciones filosóficas de la ciencia dicen que debieran ser.

Una reacción ante la constatación de que las teorías científicas no pueden ser probadas o refutadas de manera concluyente, y de que las reconstrucciones de los filósofos tienen poco que ver con lo que en realidad hace progresar a la ciencia, consiste en renunciar completamente a la idea de que la ciencia es una actividad racional que actúa de acuerdo con un método especial. Una reacción en cierto modo parecida llevó al filósofo Paul Feyerabend (1975) a escribir un libro titulado Against method: Outline of an anarchistic theory of knowledge (En contra del método: Esbozo de una teoría anarquista del conocimiento). De acuerdo con la tesis más radical que se puede leer en los escritos más recientes de Feyerabend, la ciencia no posee rasgos especiales que la hagan intrínsecamente superior a otras ramas del conocimiento tales como los antiguos mitos o el vudú. El elevado respeto por la ciencia es considerado como la religión moderna, que desempeña un papel similar al que desempeñó el cristianismo en Europa en épocas anteriores. Se insinúa que la elección entre distintas teorías se reduce a una elección determinada por los valores y deseos subjetivos de los individuos.

El escepticismo de Feyerabend respecto de los intentos de racionalizar la ciencia es compartido por otros autores de tiempos más recientes que escriben desde un punto de vista sociológico o desde la perspectiva llamada “posmoderna”.

Este libro se resiste ante este tipo de respuesta a las dificultades que encuentran las concepciones tradicionales de la ciencia y del método científico. Intenta aceptar lo que hay de válido en los desafíos de Feyerabend y muchos otros, pero dando una justificación de la ciencia que recoja sus rasgos específicos y característicos a la vez que responda a dichos desafíos.

*La lista está tomada de un informe hecho por C. Trusedell, citado en J. R. Ravetz (1971, p. 387n).

1. LA CIENCIA COMO CONOCIMIENTO DERIVADO DE LOS HECHOS DE LA EXPERIENCIA

UNA OPINIÓN DE SENTIDO COMÚN AMPLIAMENTE COMPARTIDA SOBRE LA CIENCIA

Me aventuré a sugerir en la Introducción que la concepción popular del rasgo distintivo del conocimiento científico es captada por el lema “la ciencia se deriva de los hechos”. Esta idea es sometida a un escrutinio crítico en los cuatro primeros capítulos de este libro. Encontraremos que no se puede sostener gran parte de lo que comúnmente se supone que está implicado en dicho lema; no obstante, veremos que no está del todo descaminado e intentaré formular una versión defendible de él.

Cuando se afirma que la ciencia es especial porque se basa en los hechos, se supone que los hechos son afirmaciones acerca del mundo que pueden ser verificadas directamente por un uso cuidadoso y desprejuiciado de los sentidos. La ciencia ha de basarse en lo que podemos ver, oír y tocar y no en opiniones personales o en la imaginación especulativa. Si se lleva a cabo la observación del mundo de un modo cuidadoso y desprejuiciado, los hechos establecidos de tal manera constituirán una base segura y objetiva de la ciencia. Si, además, es correcto el razonamiento que nos conduce desde esta base fáctica a las leyes y teorías que forman el conocimiento científico, podrá suponerse que el propio conocimiento científico resultante está establecido con seguridad y es objetivo.

Las observaciones anteriores son la esencia de un relato bien conocido y que se refleja en gran parte de la literatura que versa sobre la ciencia. “La ciencia es una estructura asentada sobre hechos”, escribe J. J. Davies (1968, p. 8) en su obra sobre el método científico, tema que ha sido elaborado por H. D. Anthony (1948, p. 145):

No fue tanto las observaciones y experimentos realizados por Galileo lo que originó la ruptura con la tradición, como su actitud hacia ellos. Para él, los hechos extraídos de ellos habían de ser tratados como hechos y no relacionados con una idea preconcebida... Los hechos observacionales podían encajar o no en un esquema admitido del universo, pero lo importante, en opinión de Galileo, era aceptar los hechos y construir una teoría que se ajustara a ellos.

Aquí, Anthony no sólo da expresión clara a la opinión de que el conocimiento científico se basa en los hechos establecidos por la observación y el experimento, sino que da un sesgo histórico a la idea, algo en lo que no es en absoluto el único. Un aseveración extendida dice que es un hecho histórico que la ciencia moderna nació a comienzos del siglo XVII al adoptarse, por primera vez, la estrategia de tomar en serio los hechos observacionales como base de la ciencia. Quienes aprueban y explotan esta historia mantienen que los hechos observables no habían sido tomados en serio como fundamento del conocer antes del siglo XVII. En vez de esto, así reza el conocido recuento, el conocimiento se basaba en la autoridad del filósofo Aristóteles y en la de la Biblia. La ciencia moderna se hizo posible sólo cuando esta autoridad fue desafiada con una llamada a la experiencia por precursores de la nueva ciencia como Galileo. Capta bellamente esta idea la siguiente versión de las muchas veces contada historia de Galileo y la torre inclinada de Pisa, debida a Rowbotham (1918, pp. 27-9),

La primera prueba de fuerza entre Galileo y los profesores de la Universidad estaba relacionada con sus investigaciones sobre las leyes del movimiento, ilustradas por la caída de los cuerpos. Un axioma aceptado de Aristóteles decía que la velocidad de los cuerpos en caída era regulada por sus pesos respectivos: así, una piedra que pesara dos libras caería dos veces más rápida que una que sólo pesara una libra, etc. Nadie parece haberse cuestionado lo correcto de esta regla hasta que Galileo la negó. Declaró que el peso no tenía nada que ver en el fenómeno, y que ... dos cuerpos de pesos distintos ... alcanzarían el suelo en el mismo momento. Cuando los profesores se mofaron de la declaración de Galileo, éste decidió someterla a una prueba pública. Invitó como testigos del experimento que iba a efectuar desde la torre inclinada a toda la Universidad. La mañana del día fijado, Galileo, en presencia de las gentes de la Universidad y de la ciudad subió a la cima de la torre llevando consigo dos bolas, una que pesaba cien libras y la otra sólo una. Balanceando cuidadosamente las bolas en el borde del parapeto, las rodó hasta que estuvieron juntas; se las vio caer por igual, y al instante siguiente, con un fuerte ruido, golpearon juntas el suelo. La vieja tradición era falsa, y la ciencia moderna, en la persona del joven descubridor, había reivindicado su posición.

Empiristas y positivistas forman las dos escuelas que han intentado formalizar lo que he llamado visión común de la ciencia, la que afirma que el conocimiento científico se deriva de los hechos. Los empiristas ingleses de los siglos XVII y XVIII, en particular John Locke, George Berkeley y David Hume, sostenían que todo el conocimiento debía derivarse de ideas implantadas en la mente por medio de la percepción sensorial. Los positivistas tenían una visión algo más amplia y menos orientada hacia lo psicológico de lo que significan los hechos, pero compartían la opinión de los empiristas de que el conocimiento debía derivarse de los hechos de la experiencia. Los positivistas lógicos, una escuela filosófica que se originó en Viena en los años veinte de este siglo, retomó el positivismo introducido por Auguste Comte en el siglo XIX e intentó formalizarlo, prestando mucha atención a la forma lógica de la relación entre conocimiento científico y los hechos. Empirismo y positivismo comparten el punto de vista de que el conocimiento científico debe de alguna manera derivarse de los hechos alcanzados por la observación.

Hay dos aspectos bastantes distintos involucrados en la afirmación de que la ciencia se deriva de los hechos. Uno concierne a la naturaleza de esos “hechos” y cómo los científicos creen tener acceso a ellos. El segundo atañe a cómo se derivan de los hechos, una vez que han sido obtenidos, las leyes y teorías que constituyen el conocimiento. Investigaremos estos dos aspectos por separado, dedicando éste y los dos capítulos siguientes a una discusión de la naturaleza de los hechos sobre los que, se alega, se basa la ciencia, y el capítulo 4 a la cuestión de cómo pudiera pensarse que el conocimiento científico se deriva de ellos.

Se pueden distinguir tres componentes en la postura adoptada por el punto de vista común respecto de los hechos que se supone son la base de la ciencia. Éstos son:

(a) Los hechos se dan directamente a observadores cuidadosos y desprejuiciados por medio de los sentidos.

(b)Los hechos son anteriores a la teoría e independientes de ella.

(c) Los hechos constituyen un fundamento firme y confiable para el conocimiento científico.

Como veremos, cada una de estas afirmaciones se enfrenta con dificultades y, en el mejor de los casos, sólo puede ser aceptada de forma muy matizada.

VER ES CREER

En parte porque el sentido de la vista es el que se usa de un modo más extenso en la práctica de la ciencia, y en parte por conveniencia, restringiré mi análisis de la observación al dominio de la visión. En la mayoría de los casos no será difícil ver cómo se podría reformular el argumento presentado de manera que fuera aplicable a la observación mediante los otros sentidos. Una simple concepción popular de la vista podría ser la siguiente. Los seres humanos ven utilizando sus ojos. Los componentes más importantes del ojo humano son una lente y la retina, la cual actúa como pantalla en la que se forman las imágenes de los objetos externos al ojo. Los rayos de luz procedentes de un objeto visto van del objeto a la lente a través del medio que hay entre ellos. Estos rayos son refractados por el material de la lente de tal manera que llegan a un punto de la retina, formando de este modo una imagen del objeto visto. Hasta aquí, el funcionamiento del ojo es muy parecido al de una cámara. Hay una gran diferencia, que es el modo en que se registra la imagen final. Los nervios ópticos pasan de la retina al córtex central del cerebro. Éstos llevan información sobre la luz que llega a las diversas zonas de la retina. El registro de esta información por parte del cerebro humano es lo que corresponde a la visión del objeto por el observador. Por supuesto, se podrían añadir muchos detalles a esta sencilla descripción, pero la explicación que se acaba de ofrecer capta la idea general.

El anterior esquema de la observación mediante el sentido de la vista sugiere dos cuestiones que forman parte de la visión común o empirista de la ciencia. La primera es que un observador humano tiene un acceso más o menos directo a algunas propiedades del mundo exterior en la medida en que el cerebro registra esas propiedades en el acto de ver. La segunda es que dos observadores que vean el mismo objeto o escena desde el mismo lugar “verán” lo mismo. Una combinación idéntica de rayos de luz alcanzará el ojo de cada observador, será enfocada en sus retinas normales por sus lentes oculares normales y dará lugar a imágenes similares. Así pues, una información similar viajará al cerebro de cada observador a través de sus nervios ópticos normales, dando como resultado que los dos observadores “vean” lo mismo. En secciones subsiguientes veremos por qué este tipo de representación es seriamente engañoso.

EXPERIENCIAS VISUALES QUE NO ESTÁN DETERMINADAS SÓLO POR EL OBJETO VISTO

En su expresión más fuerte, la opinión común mantiene que los hechos del mundo exterior nos son dados directamente a través del sentido de la vista. Sólo tenemos que ponernos frente al mundo y registrar lo que hay en él para ver. Puedo constatar que hay una lámpara sobre mi escritorio o que mi lápiz es amarillo con simplemente mirar lo que hay delante de mis ojos. Como hemos visto, una opinión tal puede apoyarse en la descripción de cómo funciona el ojo. Si esto fuera todo, lo que se ve estaría determinado por la naturaleza de lo que se mira, y todos los observadores tendrían la misma experiencia visual al enfrentarse a la misma escena. Sin embargo, hay muchas pruebas que indican que, sencillamente, esto no es así. Dos observadores normales que vean el mismo objeto desde el mismo lugar en las mismas circunstancias físicas no tienen necesariamente idénticas experiencias visuales, aunque las imágenes que se produzcan en sus respectivas retinas sean prácticamente idénticas. Hay un sentido importante en el que no es necesario que los dos observadores “vean” lo mismo. Como dice N. R. Hanson (1958), “hay más en lo que se ve que lo que describe el globo ocular”. Algunos ejemplos sencillos ilustrarán la cuestión.

La mayoría de nosotros, cuando miramos por primera vez la figura 1, vemos el dibujo de una escalera en la que resulta visible la superficie superior de los escalones. Pero no es éste el único modo de poderlo ver. También se puede ver sin dificultad como una escalera en laque resulta visible la parte inferior de los escalones.

Además, si se mira el dibujo durante algún tiempo, por lo general se encuentra, involuntariamente, que cambia la visión frecuentemente de una escalera vista desde arriba a una escalera vista desde abajo y viceversa. Y, no obstante, parece razonable suponer que, puesto que el objeto que contempla el observador sigue siendo el mismo, las imágenes de la retina no varían. El hecho de que el dibujo se vea como una escalera vista desde arriba o como una escalera vista desde abajo parece depender de algo más que de la imagen que hay en la retina del observador. Sospecho que ningún lector de este libro ha puesto en duda mi afirmación de que la figura 1 parece una escalera de algún tipo. Sin embargo, los resultados de los experimentos realizados con miembros de varias tribus africanas, cuyas culturas no incluyen la costumbre de dibujar objetos tridimensionales mediante dibujos bidimensionales con perspectiva, indican que los miembros de estas tribus no habrían considerado que la figura 1 es una escalera sino una disposición bidimensional de líneas. Presumo que la naturaleza de las imágenes formadas en las retinas de los observadores es relativamente independiente de su cultura. Además, parece seguirse que las experiencias perceptuales que los observadores tienen en el acto de ver no están especialmente determinadas por las imágenes de las retinas. Hanson (1958, capítulo 1) contiene otros ejemplos fascinantes que ilustran sobre este aspecto.

Un rompecabezas infantil nos proporciona otro ejemplo; el problema consiste en encontrar el dibujo de una cara humana entre el follaje en el dibujo de un árbol. Aquí, lo que se ve, esto es, la impresión experimentada por una persona que ve el dibujo corresponde en principio al árbol, con su tronco, sus hojas y sus ramas. Pero una vez que se ha encontrado la cara humana, esto cambia. Lo que antes se veía como follaje y partes de las ramas se ve ahora como una cara humana. De nuevo, se ha visto el mismo objeto físico antes y después de la solución del problema, y presumiblemente la imagen que hay en la retina del observador no cambia en el momento en que se encuentra la solución y se descubre la cara. Y si se ve el dibujo un poco después, un observador que ya haya resuelto el problema podrá ver rápidamente y con facilidad la cara. Pareciera como si, en cierto sentido, lo que ve un observador resulta afectado por su conocimiento y su experiencia.

Se puede sugerir la siguiente pregunta: “¿Qué tienen que ver estos ejemplos artificiales con la ciencia?”. La respuesta es que no resulta difícil proporcionar ejemplos procedentes de la práctica científica que ilustren la misma cuestión, a saber, que lo que ven los observadores, las experiencias subjetivas que tienen cuando ven un objeto o una escena, no está determinado únicamente por las imágenes formadas en sus retinas sino que depende también de la experiencia, el conocimiento y las expectativas del observador. Este aspecto está implícito en la constatación indiscutible de que uno tiene que aprender para llegar a ser un observador competente en ciencia. Cualquiera que haya vivido la experiencia de tener que aprender a mirar a través de un microscopio no necesitará que nadie le convenza de este hecho. Es raro que el principiante discierna las estructuras celulares apropiadas al mirar al microscopio el portaobjeto preparado por el instructor, mientras que éste no encuentra ninguna dificultad en distinguirlas cuando mira el mismo portaobjeto en el mismo microscopio. Es significativo, en este contexto, que los microscopistas no tropezaban con grandes impedimentos a la hora de observar cómo se dividen las células bajo circunstancias adecuadamente preparadas, una vez que sabían qué tenían que buscar, mientras que, antes de este descubrimiento, la división celular permaneció no observada, aunque sabemos ahora que ha tenido que estar allí en muchas de las muestras examinadas al microscopio, con la posibilidad de ser observada. Michael Polanyi (1973, p. 101) describe los cambios efectuados en la experiencia perceptual de un estudiante de medicina cuando se le enseña a diagnosticar mediante el examen por rayos X.

Pensemos en un estudiante de medicina que sigue un curso de diagnóstico de enfermedades pulmonares por rayos X. Mira, en una habitación oscura, trazos indefinidos en una pantalla fluorescente colocada contra el pecho del paciente y oye el comentario que hace el radiólogo a sus ayudantes, en un lenguaje técnico, sobre los rasgos significativos de esas sombras. En un principio, el estudiante está completamente confundido, ya que, en la imagen de rayos X del pecho sólo puede ver las sombras del corazón y de las costillas, que tienen entre sí unas cuantas manchas como patas de araña. Los expertos parecen estar imaginando quimeras; él no puede ver nada de lo que están diciendo. Luego, según vaya escuchando durante unas cuantas semanas, mirando cuidadosamente las imágenes siempre nuevas de los diferentes casos, empezará a comprender; poco a poco se olvidará de las costillas y comenzará a ver los pulmones. Y, finalmente, si persevera inteligentemente, se le revelará un rico panorama de detalles significativos: de variaciones fisiológicas y cambios patológicos, cicatrices, infecciones crónicas y signos de enfermedades agudas. Ha entrado en un mundo nuevo. Todavía ve sólo una parte de lo que pueden ver los expertos, pero ahora las imágenes tienen por fin sentido, así como la mayoría de los comentarios que se hacen sobre ellas.

Frente a una misma situación, un observador versado y experimentado no tiene experiencias perceptuales idénticas a las de un novato. Esto choca con una comprensión literal de la afirmación de que las percepciones se dan directamente a través de los sentidos.

Una respuesta usual a lo que estoy diciendo acerca de la observación, apoyado por la clase de ejemplos que he utilizado, es que los observadores que ven la misma escena desde el mismo lugar ven la misma cosa, pero interpretan de diferente modo lo que ven. Deseo discutir este punto. En cuanto a lo que se refiere a la percepción, con lo único que el observador está en inmediato y directo contacto es con sus experiencias. Estas experiencias no están dadas de modo unívoco ni son invariantes, sino que cambian con las expectativas y el conocimiento. Lo que viene unívocamente dado por la situación física, y estoy dispuesto a admitir esto, es la imagen formada en la retina del observador, pero el observador no tiene contacto perceptual directo con la imagen. Cuando los defensores de la opinión común suponen que hay algo unívocamente dado en la percepción, que puede interpretarse de diversas maneras, están suponiendo, sin argumentarlo y a pesar de las muchas pruebas en contra, que las imágenes en la retina determinan por sí solas nuestras experiencias perceptuales. Están llevando demasiado lejos la analogía de la cámara.

Una vez dicho esto, trataré de aclarar lo que no pretendo afirmar en esta sección, para que no se piense que estoy defendiendo algo diferente de lo que pretendo defender. En primer lugar, no afirmo en absoluto que las causas físicas de las imágenes en nuestras retinas no tengan ninguna relación con lo que vemos. No podemos ver precisamente lo que queremos. Sin embargo, mientras que las imágenes de nuestras retinas forman parte de la causa de lo que vemos, otra parte muy importante de esa causa está constituida por el estado interno de nuestras mentes o cerebros, el cual dependerá a su vez de nuestra educación cultural, nuestro conocimiento y nuestras expectativas, y no estará determinado únicamente por las propiedades físicas de nuestros ojos y de la escena observada. En segundo lugar, en una gran diversidad de circunstancias, lo que vemos en diversas situaciones sigue siendo bastante estable. La dependencia entre lo que vemos y el estado de nuestras mentes o cerebros no es tan sensible como para hacer imposible la comunicación y la ciencia. En tercer lugar, en todos los ejemplos que se han citado aquí, los observadores ven en cierto sentido la misma cosa. Yo acepto, y presupongo a través de todo este libro, que existe un solo y único mundo independiente de los observadores. De ahí que, cuando unos cuantos observadores miran un dibujo, un trozo de un aparato, una platina de microscopio o cualquier otra cosa, en cierto sentido todos ellos se enfrentan y miran la misma cosa y, por tanto, ven la misma cosa. Pero de esto no se sigue que tengan experiencias perceptuales idénticas. Hay un sentido muy importante según el cual no ven la misma cosa y en él se basan algunas de mis reservas respecto de la opinión de que los hechos se dan, directamente y sin problemas, al observador a través de los sentidos. Queda por ver en qué medida esto socava la idea de que los hechos adecuados para la ciencia puedan ser establecidos por los sentidos.

LOS HECHOS OBSERVABLES EXPRESADOS COMO ENUNCIADOS

El significado del término “hechos” es ambiguo en el uso normal del lenguaje. Se puede referir tanto al enunciado que expresa el hecho como al estado de cosas al que alude el enunciado. Por ejemplo, es un hecho que hay montañas y cráteres en la Luna. Aquí, el hecho puede tomarse como refiriéndose a las montañas y cráteres mismos; alternativamente, el enunciado “hay montañas y cráteres en la Luna” puede admitirse como lo que constituye el hecho. La segunda acepción es claramente la apropiada cuando se dice que la ciencia se basa en los hechos y se deriva de ellos. El conocimiento acerca de la superficie lunar no se basa en las montañas y cráteres de la superficie lunar, ni se deriva de ellos, sino que parte de los enunciados fácticos sobre montañas y cráteres.

Además de distinguir los hechos, entendidos como enunciados de los estados de cosas descritos por dichos enunciados, es claramente necesario diferenciar los enunciados de hechos de las percepciones que puedan dar lugar a la aceptación de esos enunciados de hechos. Por ejemplo, no hay duda de que Darwin encontró muchas especies nuevas de plantas y animales durante su famoso viaje en el Beagle, y fue por tanto sujeto de experiencias perceptuales nuevas. Sin embargo, de haberse limitado a esto, no habría hecho ninguna contribución significativa a la ciencia. Sólo al formular enunciados que describían las novedades y ponerlos a disposición de otros científicos contribuyó de manera importante al desarrollo de la biología. En la medida en que el viaje del Beagle proporcionó hechos nuevos a partir de los cuales se podía derivar una teoría de la evolución, o a los que una teoría de la evolución podía referirse, eran enunciados los que constituían los hechos. Quienes pretenden aseverar que el conocimiento se deriva de hechos deben tener enunciados en la mente, y no percepciones ni objetos como montañas y cráteres.

Hecha esta aclaración, volvamos a las afirmaciones (a), (b) y (c) acerca de la naturaleza de los hechos, con las cuales terminaba la primera sección de este capítulo. Tal como están, aparecen inmediatamente como muy problemáticas. Dado que los hechos que podrían constituir una base adecuada para la ciencia deben ser en forma de enunciados, comienza a aparecer bastante equivocada la afirmación de que los hechos se dan directamente por medio de los sentidos. Pues aunque pasemos por alto las dificultades destacadas en la sección anterior y supongamos que las percepciones se dan directamente en el acto de ver, no es claramente verdad que los enunciados que describen estados de cosas observables (los llamaré enunciados observacionales) sean dados al observador por medio de los sentidos. Es absurdo pensar que los enunciados de hechos entran en el cerebro por medio de los sentidos.

Antes de que un observador pueda formular y hacer valer un enunciado observacional, debe estar en posesión del entramado conceptual apropiado y debe saber cómo aplicarlo adecuadamente. Queda claro que esto es así cuando contemplamos la manera como un niño aprende a describir el mundo (esto es, a hacer enunciados fácticos sobre el mundo). Piénsese en uno de los padres enseñando a un niño a reconocer y describir manzanas; muestra una manzana al niño, la señala y pronuncia la palabra “manzana”. El niño aprende enseguida a repetir, imitándola, la palabra “manzana”. Dueño ya de esta habilidad particular, quizás algún día después se encuentra con la pelota de tenis de un hermano, la señala, y dice “manzana”. El padre interviene entonces para explicarle que la pelota no es una manzana, mostrándole, por ejemplo, que uno no puede morderla como una manzana. Nuevos errores del niño, como tomar un bombón por una manzana, requerirán explicaciones algo más complicadas de su padre. Para cuando el niño pueda decir con éxito que algo es una manzana si en efecto lo es, habrá aprendido mucho sobre las manzanas. Parecería, por tanto, que es un error suponer que debemos observar hechos acerca de las manzanas antes de derivar conocimiento de esos hechos, puesto que los hechos apropiados, formulados como enunciados, presuponen una buena cantidad de conocimiento sobre las manzanas.

Pasemos del habla de los niños a algunos ejemplos más relevantes para nuestra tarea de comprender la ciencia. Imaginemos a un experto en botánica, acompañado de alguien, como yo mismo, bastante ignorante de la botánica, en un viaje de campo por el sotobosque australiano, con el fin de recoger hechos observables acerca de la flora nativa. No hay duda de que el botánico será capaz de recoger hechos mucho más numerosos y con más discernimiento que los que yo pueda observar y formular. La razón es clara; el botánico puede utilizar un esquema conceptual más elaborado que el mío, y ello es debido a que sabe más de botánica que yo. Conocimientos de botánica son un prerrequisito para la formulación de enunciados observacionales capaces de constituir una base de hechos.

Así pues, el registro de hechos observables requiere algo más que la recepción de estímulos en forma de rayos de luz que inciden en el ojo; requiere el conocimiento del entramado conceptual apropiado y de cómo aplicarlo. En este sentido, los supuestos (a) y (b) no pueden ser aceptados tal y como están. Los enunciados de hechos no se determinan directamente por estímulos sensoriales y los enunciados de la observación presuponen un conocimiento, de manera que no puede ser verdad que establezcamos primero los hechos y derivemos después de ellos el conocimiento.

¿POR QUÉ DEBERÍAN LOS HECHOS PRECEDER A LA TEORÍA?

He tomado como punto de partida una interpretación bastante extrema de la afirmación que dice que la ciencia se deriva de hechos. He supuesto que implica que los hechos deben establecerse previamente a la derivación a partir de ellos del conocimiento científico. Primero establecer los hechos y después edificar la teoría que se ajuste a ellos. Tanto el hecho de que nuestras percepciones dependen en cierta medida de nuestros conocimientos previos, y por tanto de nuestra preparación y nuestras expectativas (discutido antes en este capítulo), como el hecho de que los enunciados observacionales presuponen el entramado conceptual adecuado (discutido en la sección anterior) indican que es ésta una exigencia que no se puede satisfacer. En verdad, si se la somete a una inspección cuidadosa, es una idea bastante tonta, tan tonta que dudo que haya algún filósofo de la ciencia dispuesto a defenderla. ¿Cómo podremos establecer hechos significativos acerca del mundo por medio de la observación si no contamos con alguna guía respecto de qué clase de conocimiento estamos buscando o qué problemas estamos tratando de resolver? Para hacer observaciones que supongan alguna contribución significativa a la botánica, necesitaré, para empezar, saber mucho de botánica. Aún más, no tendría sentido la mera idea de que la adecuación del conocimiento científico tendría que ser probada por los hechos observables si, en sentido estricto, los hechos relevantes deben preceder siempre al conocimiento que pudiera apoyarse en ellos. Nuestra búsqueda de hechos relevantes necesita ser guiada por el estado actual del conocimiento, que nos dice, por ejemplo, que se consiguen hechos relevantes midiendo la concentración de ozono en varios lugares, mientras que no se logra nada midiendo la longitud de los cabellos de los jóvenes de Sidney. Así pues, abandonemos la exigencia de que la adquisición de datos deba venir antes que la formulación de leyes y teorías que constituyen el conocimiento científico y, una vez que lo hayamos hecho, veamos qué podemos salvar de la idea de que la ciencia se basa en los hechos.

Según nuestra nueva posición, reconocemos francamente que la formulación de enunciados observacionales presupone un conocimiento significativo, y que la búsqueda de hechos observables relevantes se guía por ese conocimiento. Ninguna de las dos declaraciones socava necesariamente la afirmación de que el conocimiento tiene una base fáctica establecida por la observación. Consideremos primero la cuestión de que la formulación de enunciados observacionales significativos presupone el conocimiento del entramado conceptual apropiado. Advertimos que una cosa es la disponibilidad de los recursos conceptuales necesarios para la formulación de enunciados observacionales, y otra la verdad o falsedad de esos enunciados. Al mirar mi libro de texto de física del estado sólido puedo leer dos enunciados observacionales, “la estructura cristalina del diamante tiene simetría de inversión” y “hay cuatro moléculas por celda en un cristal de sulfuro de zinc”. Es necesario un cierto grado de conocimiento acerca de la estructura de los cristales y cómo se caracterizan para la formulación y comprensión de estos enunciados. Pero aunque uno no cuente con ese conocimiento, podrá ser capaz de reconocer que hay otros enunciados similares que pueden ser formulados usando los mismos términos, tales como “la estructura cristalina del diamante no tiene simetría de inversión” o “la estructura cristalina del diamante tiene cuatro moléculas por celda”. Todos estos enunciados son observacionales en el sentido de que su verdad o falsedad puede ser establecida por la observación, una vez que se dominan las técnicas apropiadas de observación. Cuando se hace así, sólo los enunciados que extraje de mi libro de texto se ven confirmados por la observación, mientras que las alternativas construidas a partir de ellos resultan refutadas. Esto sirve para ilustrar que el hecho de que el conocimiento sea necesario para la formulación de enunciados observacionales significativos deja abierta la cuestión de cuáles enunciados están soportados por la observación y cuáles no. Por consiguiente, la idea de que el conocimiento debe basarse en los hechos que resultan confirmados por la observación no resulta dañada al reconocer que la formulación de los enunciados que describen dichos hechos dependen del conocimiento. Sólo hay problemas si uno persiste en la tonta exigencia de que la confirmación de hechos relevantes para un campo del saber deba preceder a la adquisición de todo conocimiento.

Por lo tanto, la idea de que el conocimiento científico debe basarse en los hechos establecidos por la observación no tiene por qué resultar perjudicada por el reconocimiento de que la búsqueda y la formulación de esos hechos depende del conocimiento. Si la verdad o falsedad de los enunciados observacionales puede establecerse directamente en la observación, entonces, independientemente de la manera como se llegue a formular esos enunciados, pareciera que los enunciados observacionales confirmados de este modo proporcionan una base fáctica significativa para el conocimiento científico.

LA FALIBILIDAD DE LOS ENUNCIADOS OBSERVACIONALES

Hemos hecho algunos progresos en nuestra búsqueda de una caracterización de la base observacional de la ciencia, pero no estamos todavía libres de problemas. En la sección anterior, nuestro análisis presuponía que los enunciados observacionales se pueden establecer con seguridad por la observación de un modo no problemático. Pero ¿es lícito tal supuesto? Hemos visto que pueden surgir problemas debido a que observadores diferentes no tienen necesariamente las mismas percepciones al ver la misma escena, y ello puede conducir a desacuerdos acerca de los estados de cosas observables. La importancia para la ciencia que tiene este punto se apoya en casos bien documentados de la historia de la ciencia, tal como la disputa sobre si los efectos de los llamados rayos N, descritos por Nye (1980), son observables o no, y el desacuerdo entre astrónomos de Sidney y de Cambridge, descrito por Edge y Mulkay (1976), sobre cuáles eran los efectos observables en los primeros años de la radioastronomía. Hasta ahora hemos dicho poco que muestre cómo, en vistas de tales dificultades, se puede establecer una base observacional segura para la ciencia. Otras dificultades, en relación con la fiabilidad de la base observacional de la ciencia, surgen de algunas de las maneras en que se recurre al conocimiento presupuesto para estimar la idoneidad de los enunciados observacionales y que pueden hacer que éstos sean falibles. Ilustraré este punto con ejemplos.

Aristóteles incluyó el fuego entre los cuatro elementos de los que están hechos todos los objetos terrestres. La suposición de que el fuego es una substancia distinta, si bien ligera, persistió durante cientos de años y sólo la química moderna fue capaz de derribarla. Quienes trabajaban con este supuesto creían observar el fuego directamente cuando veían ascender las llamas en el aire, de modo que, para ellos, “el fuego se elevaba” era un enunciado observacional soportado frecuentemente por la observación directa. Hoy desechamos tales enunciados observacionales. La cuestión es que si es defectuoso el conocimiento que proporciona las categorías que usamos para describir las observaciones, también lo serán los enunciados observacionales que dan por supuestas estas categorías.