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Beschreibung

En este libro, la filósofa Nancy Fraser y los sociólogos Klaus Dörre, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa abordan estas cuestiones y ensayan vías para resolverlas. En forma de una controversia constructiva, que busca la innovación, la integración de saberes y la gestión de conflictos, discuten y analizan en profundidad las estructuras capitalistas de nuestras sociedades, en las que radican los síntomas de la crisis del discurso democrático, y proponen estrategias no solo para abordar esos retos actuales con los instrumentos de los que disponemos, sino para hacer viable una transformación de la democracia.

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Hanna Ketterer y Karina Becker (eds.)

¿Qué falla en la democracia?

Un debate con Klaus Dörre, Nancy Fraser, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa

Traducción de ALBERTO CIRIA

Título original:Was stimmt nicht mit der Demokratie? Eine Debatte mit Klaus Dörre, Nancy Fraser, Stephan Lessenich und Hartmut Rosa

Traducción:Alberto Ciria

Diseño de la cubierta:Dani Sanchis

Edición digital:Martín Molinero

© 2019, Suhrkamp Verlag, Berlín

© 2023, Herder Editorial, S.L., Barcelona

1.ª edición digital, 2023

ISBN: 978-84-254-4966-6

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Índice

INTRODUCCIÓN. ¿QUÉ FALLA EN LA DEMOCRACIA?

Hanna Ketterer y Karina Becker

AGRADECIMIENTOS

PRIMERA PARTE. ARTÍCULOS

1. DEMOCRACIA EN VEZ DE CAPITALISMO, O: ¡QUE EXPROPIEN A ZUCKERBERG!

Klaus Dörre

1. ¿Qué es la democracia?

2. Tensiones entre el capitalismo y la democracia

3. ¿Qué socava la democracia?

4. ¿Tiene futuro la democracia (transformativa)?

2. LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA. SOBRE LAS CONTRADICCIONES POLÍTICAS DEL CAPITALISMO FINANCIERO MÁS ALLÁ DEL POLITICISMO

Nancy Fraser

1. La contradicción política del capitalismo «en cuanto tal»

2. La historización de la contradicción política del capitalismo

3. Contradicciones políticas del capitalismo financiero

4. La crisis hegemónica del capitalismo financiero

3. LA DIALÉCTICA DE LA DEMOCRACIA. DEMARCACIONES Y TRASPASOS DE LÍMITES EN EL CAPITALISMO DEL BIENESTAR

Stephan Lessenich

¿Qué está fallando en la democracia?

La democracia en el capitalismo del bienestar

Primera dialéctica de la democracia: arriba versus abajo

Segunda dialéctica de la democracia: dentro versus fuera

Tercera dialéctica de la democracia: hombre versus mundo

¿Qué hacer entonces?

4. DEMOCRACIA Y BIEN COMÚN. INTENTO DE REDEFINICIÓN DESDE LA TEORÍA DE LA RESONANCIA

Hartmut Rosa

1. Bien común como forma de relación con el mundo

2. Crisis de la democracia como crisis de la resonancia

3. El establecimiento de la democracia como esfera de resonancia

SEGUNDA PARTE. CONTROVERSIAS

UNA CONVERSACIÓN ENTRE KLAUS DÖRRE, NANCY FRASER, STEPHAN LESSENICH, HARTMUT ROSA, KARINA BECKER Y HANNA KETTERER

• ¿Dónde radica la crisis, en la democracia, en el capitalismo o en ambos?

• Sobre la praxis democrática: Igualdad, autoeficacia y la cuestión de los intereses

• Sobre la relación entre democracia, presión para crecer y explotación de la naturaleza

• ¿Cómo se puede (r)establecer una democracia sólida?

BIBLIOGRAFÍA

NOTAS

INFORMACIÓN ADICIONAL

Introducción

¿Qué falla en la democracia?

Hanna Ketterer y Karina Becker

Todo el mundo habla de que la democracia está en crisis. Desde la derecha hasta la izquierda del espectro político, en los medios y en las conversaciones cotidianas de la calle, a nivel local y a nivel global, parece cosa segura que en la democracia hay algo que falla. Desde la última crisis financiera y económica de 2008-2009, en los centros de la producción capitalista y en el sur global los movimientos y partidos populistas, principalmente los de derechas, registran enormes éxitos con el aumento de afiliados y de votantes, a costa de los «partidos nacionales» tradicionales. En algunos casos esas fuerzas también han logrado entrar en el sistema parlamentario, desde donde marcan una política nacional interior y exterior que cada vez asume más rasgos restrictivos, autoritarios y excluyentes. Además, en muchos países, como en Hungría, Turquía o los Estados Unidos, asistimos a la implantación de regímenes de poder y de gobiernos autocráticos y a una gradual eliminación efectiva de la división de poderes, así como a una política de austeridad impulsada por agentes internacionales, como el Fondo Monetario Internacional o la Unión Europea, que ya no se limitan a poner en cuestión la soberanía del poder legitimado democráticamente, sino que intervienen directamente sobre ella, como sucedió en el caso de Syriza. Todo esto se lleva a cabo en el contexto de un capitalismo mercantil y financiero promovido políticamente, que rebasa las fronteras y que parece restringir cada vez más los márgenes de soberanía de las políticas nacionales. La situación se agudiza por culpa de un estancamiento secular, que se perfila claramente al menos en los centros históricos de la primera industrialización de la producción capitalista: con bajos índices de crecimiento, los salarios se congelan, los márgenes de distribución tienden a reducirse y la desigualdad social aumenta. Además, todo esto se desarrolla dentro de unas relaciones insostenibles de la sociedad con el entorno natural, lo cual debilita las condiciones naturales y sociales de reproducción.

¿Se trata entonces realmente de una crisis de la democracia? O preguntándolo de otro modo: ¿hasta qué punto no nos hallamos más bien ante una crisis más general de las sociedades capitalistas modernas? ¿Qué relación guardan la democracia y el capitalismo? ¿Dónde radica la crisis que diagnosticamos, y qué caminos podemos recorrer hacia unos futuros más democráticos, hacia un futuro que sea sostenible social y ecológicamente? Poniendo el foco en el norte global o en los centros de la producción capitalista, el presente volumen aborda estas preguntas en el marco de un análisis de la democracia desde la teoría y la crítica sociales. Este libro no se limita a reproducir y a secundar el discurso de una crisis de la democracia, sino que, por el contrario, lo de-construye críticamente, y plantea la pregunta de quién o qué está en crisis en la democracia, y por qué la democracia está en crisis. Aquí ofrecemos, por un lado, un análisis profundo de las estructuras capitalistas de la sociedad, en las cuales radican los síntomas de la crisis del discurso democrático. Pero con ello también se plantearán, por otro lado, una serie de preguntas fundamentales, por ejemplo, la pregunta por la posibilidad de responder a los retos actuales dentro de las relaciones capitalistas dominantes con los procedimientos e instrumentos de la democracia.

Este análisis teórico y sociológico de las preguntas planteadas sobre la democracia se basa en el método de la controversia constructiva,1 que busca la innovación, la integración de saberes diferenciados y la gestión de conflictos. Para ello se establece como principio metódico el diálogo: en una confrontación dialógica de tesis opuestas sobre un tema, los participantes en la controversia constructiva deben cuestionar sus propias tesis y las de los otros y ponerlas a prueba, viendo si hay incluso posibilidad de rechazarlas (antítesis). La experiencia individual de un conflicto cognitivo se considera aquí el punto de partida para el proceso de aprendizaje individual y colectivo. Ese proceso suscita en el individuo la necesidad de saber, y así lo conduce hacia una mejor comprensión de la cuestión central (síntesis).

En este volumen presentamos una controversia constructiva acerca de la cuestión de la crisis de la democracia. Esa controversia se desarrolló, en forma de coloquio, entre acreditados expertos en los ámbitos de la teoría social, la sociología, la crítica del capitalismo y la teoría de la democracia. El núcleo del coloquio fue un taller de un día celebrado en Jena en mayo de 2018, cuyo tema eran los artículos de Klaus Dörre, Nancy Fraser, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa recogidos en la primera parte de este volumen. Las dos preguntas centrales de los autores son: 1) ¿Qué está fallando en la democracia? 2) ¿Cómo se puede (r)establecer una democracia sólida? Además, durante los preparativos para el taller, se redactaron sobre cada artículo dos breves comentarios críticos, a cargo de expertos en teoría de la democracia. Las editoras incluyeron esos comentarios críticos en la organización y en la moderación del taller. La controversia en Jena, en la que además de Klaus Dörre, Nancy Fraser, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa participaron también algunos comentadores y un público interesado en sociología, fue grabada y transcrita, y se reproduce en una versión resumida en la segunda parte de este volumen. A diferencia de la edición original de Suhrkamp, en este volumen no se recogen los comentarios breves de Michelle Williams y Christos Zografos sobre Klaus Dörre; de Banu Bargu y Brian Milstein sobre Nancy Fraser; de Viviana Asara e Ingolfur Blühdorn sobre Stephan Lessenich y de Robin Celikates y Lisa Herzog sobre Hartmut Rosa, pero se pueden descargar de forma gratuita en la página web de la editorial Herder;2 también a través del código QR que aparece más abajo. Antes de dar un avance, a modo de reflexión, de los resultados esenciales de la controversia constructiva,3 expondremos a continuación sucintamente las tesis de partida sobre la crisis de la democracia, tal como las exponen Klaus Dörre, Nancy Fraser, Stephan Lessenich y Hartmut Rosa en sus respectivos artículos.

¿Qué está fallando en la democracia? Una respuesta en cuatro tesis

Klaus Dörre comienza su artículo «Democracia en vez de capitalismo, o: ¡Que expropien a Zuckerberg!» con el diagnóstico actual de las antidemocracias democráticas o de las democracias desdemocratizadas. Argumentando a partir del teorema de la «ocupación de tierras» que formuló Rosa Luxemburg, y siguiendo una línea intermedia entre el reformismo amoldado al sistema y las concepciones revolucionarias leninistas, Dörre constata que «la democracia como forma de gobierno se está sacrificando en el altar de un capitalismo expansionista».4 Eso lo lleva a la conclusión de que la democracia solo puede existir si sus contenidos, procedimientos e instituciones se amplían a campos y a sectores que ahora mismo están excluidos de los procesos de cogestión y decisión. Esto apuntaría a una política de igualdad básica que esté garantizada institucional y constitucionalmente. Esta política tendría por programa la exigencia de una democracia transformadora que no sea solo socialmente restaurativa, sino que también acabe provocando una transformación socioecológica. La democracia transformadora se centraría en el autogobierno del demos, elevaría a rango constitucional la sostenibilidad socioecológica y aspiraría a una política democrática e inclusiva de clases, que empezaría en los Estados nacionales, pero con la perspectiva de ampliarse luego al nivel europeo e internacional. Esa democracia sería transformadora sobre todo por un motivo: las preguntas por el cómo, el qué y el para qué de la producción pasarían a ser asuntos de procesos de negociación colectiva. Al poner en cuestión el régimen de propiedad capitalista, la «opción neosocialista» socavaría las bases del capitalismo.

El artículo de Nancy Fraser «La crisis de la democracia. Sobre las contradicciones políticas del capitalismo financiero más allá del politicismo» plantea un contrapunto a las teorías hegemónicas de la democracia, que en sus intentos explicativos diagnostican una crisis de la democracia, pero la achacan exclusivamente a las disfuncionalidades de sus instituciones y procedimientos. Basándose en las perspectivas teóricas de Karl Marx y Karl Polanyi, así como en las tesis de las teorías feministas, Fraser muestra que la crisis de la democracia no es más que una vertiente de una «crisis general» de la sociedad capitalista. Todas las fases del capitalismo, desde el capitalismo del monopolio dirigido por el Estado hasta el actual capitalismo financiero, se caracterizan por una contradicción política, que radica en que la acumulación capitalista necesita unos poderes públicos que, sin embargo, al mismo tiempo, ella misma debilita y desestabiliza. Por eso, Fraser llega a la doble conclusión de que, en primer lugar, en el capitalismo la democracia «forzosamente estará restringida y será débil». En segundo lugar, la única manera de hallar salidas para la crisis de la democracia es repensar las estructuras e instituciones propias de la sociedad capitalista.

El artículo de Stephan Lessenich «La dialéctica de la democracia. Demarcaciones y traspasos de límites en el capitalismo del bienestar» problematiza la «dialéctica inherente a la democracia»,5 que consiste en un proceso de fijaciones y supresiones estructurales de límites, y que se opone a la exigencia normativa de la democracia como «universalización del reconocimiento mutuo como iguales y con los mismos derechos».6 Siguiendo la tradición de la teoría de Offe del capitalismo tardío, y ampliando su propio trabajo sobre la sociedad de la externalización,7 Lessenich describe cómo en la democracia que se desarrolló con el «capitalismo social» durante la posguerra,8 la participación democrática se reduce a la participación social. En la democracia del Estado de bienestar, ciertas limitaciones socioculturales, que discurren tanto a lo largo del eje vertical como a lo largo del eje horizontal de las relaciones sociales de dominio, ponen en peligro la participación. Si en el eje vertical los derechos de participación se retienen arriba para que no se amplíen hacia abajo, en el eje horizontal los derechos de participación y de ciudadanía se retienen dentro y se deniegan «a los que venían después y a los recién llegados de todo tipo».9 Además, Lessenich señala una dinámica socioecológica de supresión de límites, que es transversal a la dialéctica que va de arriba abajo y a la que va de dentro afuera, y que tendría efectos destructivos sobre la capacidad reproductiva de la naturaleza. La democracia, en sentido normativo, solo sería realizable mediante una «democratización de la democracia».10 Serían necesarias «nuevas subjetividades democráticas»,11 que asumieran la responsabilidad social sobre unas relaciones progresistas, inclusivas y sostenibles entre los géneros, con la naturaleza y con el mundo.

En su artículo «Democracia y bien común. Intento de redefinición desde la teoría de la resonancia», Hartmut Rosa interpreta la crisis actual de la democracia como una crisis de resonancia, cuya causa él ve en la estabilización dinámica de las sociedades modernas. Este es el diagnóstico social que Rosa desarrolló y analizó en colaboración con Dörre y con Lessenich en el marco del Seminario de la Fundación Alemana para la Investigación Científica sobre las Sociedades del Poscrecimiento, aunque de ese diagnóstico se hicieron luego distintas interpretaciones. Para Rosa, lo que constituye la comunidad democrática no son los valores compartidos, sino las relaciones de resonancia entre sus ciudadanos. Como dos prerrequisitos que se complementan mutuamente, el civismo y el bien común forman parte de una democracia lograda. Por civismo se entiende la capacidad y la voluntad de resonancia de los ciudadanos, es decir, la capacidad individual de escuchar la voz del otro y de responder a ella, de tal modo que en ese proceso uno se transforme a sí mismo. El bien común se realiza donde los ejes social, material y vertical de resonancia se imponen frente a las presiones institucionales y estructurales de crecimiento. La democracia es una esfera de resonancia, y Rosa considera que sus condiciones institucionales de posibilidad se dan ya en el ensayo de una democracia aleatoria, y también en la ampliación y aseguramiento de una esfera pública intacta mediante «espacios cívicos de encuentro», así como fortaleciendo los medios públicos y jurídicos.

Resultados de la controversia

En el coloquio presencial que se celebró en el taller de Jena quedó muy claro que «el todo es más que la suma de las partes». Aunque el planteamiento de la controversia constructiva prevé una implementación de mayor rigor metodológico,12 nosotros procedimos creando un espacio de diálogo para aclarar y precisar tanto las diferencias como las afinidades teóricas y analíticas.13 El resultado fue que no solo quedaron más claras las posiciones y las líneas de cada uno, sino que también se formularon nuevas síntesis, tanto individuales como colectivas. Aquí queremos indicar a los lectores que no hace falta haber leído los cuatro artículos principales de Dörre, Fraser, Lessenich y Rosa, que conforman la primera parte de este volumen, para entender la controversia que los completa en la segunda parte.14 Confiamos además en que la lectura de la controversia suscitará un interés aún mayor por los artículos principales.

¿Cuáles son entonces, desde nuestro punto de vista, los resultados principales de esta controversia constructiva sobre la crisis de la democracia? Constatamos tres cosas: hay un amplio consenso en que nos hallamos ante una crisis que no es tanto una crisis de la democracia cuanto del capitalismo. Sobre todo, es controvertida la pregunta de qué es lo que caracteriza a una praxis democrática lograda. Esa pregunta se desarrolló siguiendo las categorías procesuales de «política de intereses/conflicto» frente a «búsqueda del bien común/resonancia». Hubo consenso cuando se debatieron los objetivos de una futura democracia transformadora: una democracia transformadora debe plasmarse en la reintegración de la actividad económica en la sociedad.

En primer lugar, sobre el diagnóstico y el discurso de la crisis: a lo largo de la controversia, Rosa señaló con mayor precisión las causas estructurales de la crisis de la democracia, que él había diagnosticado como una crisis de resonancia. En la controversia, Rosa formula radicalmente que hay una contradicción estructural entre la promesa democrática de una configuración colectiva de la comunidad y las presiones para acumular capital. Aunque Dörre, por razones analíticas y normativas, rechaza el discurso sobre la «crisis de la democracia», sin embargo, su análisis sí desvela una crisis. Pero esta crisis radica en el régimen de apropiación y acumulación del capitalismo financiero de la democracia representativa parlamentaria más que en la lógica específica de las instituciones y los procedimientos democráticos. Fraser y Lessenich hacen análisis similares: mientras que Lessenich habla de una relación de tensión entre el capitalismo y la democracia, Fraser considera que donde confluyen ambas esferas de la economía y la política se genera una contradicción fundamental. Por eso, ella concluye que al capitalismo es inherente una tendencia fundamental a la crisis.

En segundo lugar, sobre la praxis de una democracia lograda. En el taller de Jena, Dörre y Rosa protagonizaron un intenso debate, en el que defendieron posturas antagónicas sobre lapolítica de intereses y la búsqueda del bien común. Pero Fraser y Lessenich lograron atemperar con sus intervenciones ese antagonismo, permitiendo así nuevas síntesis. Rosa considera que la política de intereses y el antagonismo de clases son consecuencias de una construcción fallida de la democracia parlamentaria. Cuando en la esfera política las relaciones de resonancia consisten en «combatir», en vez de en «escuchar y responder»,15 la democracia parlamentaria se vuelve imposible. Frente a eso, Dörre insiste en su propia idea de que la democracia presupone el conflicto, y que la lucha antagónica de intereses es la forma de negociar socialmente en qué debe consistir sustancialmente el bien común. Mientras que Dörre somete la argumentación de Rosa a una crítica general de las teorías deliberativas de la democracia, Fraser lanza la pregunta por lo específicamente democrático que tiene el «escuchar y responder» del que habla Rosa en su análisis, y exige reflexionar sobre una reapropiación colectiva del mundo como demanda a la democracia.16 Fraser señala la diferencia entre la perspectiva de la izquierda hegeliana, que analiza la sociedad capitalista tal como es actualmente, y una perspectiva normativa, que decreta cómo debería ser en el futuro. Fraser asume una posición intermedia entre Rosa y Dörre, y propone hablar de «interés general» en lugar de «bien común», lo cual sintoniza bastante con el intento de Lessenich de reinterpretar el concepto de interés rechazando las concepciones dominantes de la economía liberal, para la cual el «libre desarrollo de cada interés particular» es «la condición del libre desarrollo de todos los intereses».17

En tercer lugar, sobre el objetivo de la democracia transformadora. Sigue siendo un asunto discutible en qué prácticas consistiría básicamente una democracia lograda en el futuro. Sin embargo, hay bastante unanimidad acerca de las propuestas concretas para las reformas institucionales y acerca del objetivo de una democracia transformadora. Todas las visiones de las democracias futuras —desde la «democratización de la democracia» (Lessenich), pasando por la «democracia transformadora» (Dörre) y la «configuración colectiva de la comunidad» (Rosa), hasta el «anticapitalismo» (Fraser)— buscan básicamente reintegrar la economía capitalista en la sociedad y en los procesos deliberativos democráticos. Al mismo tiempo, para Fraser es importante reflexionar a fondo sobre la relación entre la comunidad política y la economía, o entre la reproducción y la producción, así como redefinir esa relación. Para Fraser, Dörre y Rosa tiene una importancia esencial que la comunidad democrática pueda decidir sobre cómo y sobre qué debe producirse y consumirse, y sobre cómo debe distribuirse el «plusproducto». Al mismo tiempo, se trata de políticas que garanticen las condiciones materiales de vida y en las que los derechos básicos a esas garantías se traduzcan en demandas individuales, tanto monetarias como no monetarias. Sin embargo, al final no pudo aclararse definitivamente cuál es su importancia relativa.

Las siguientes páginas ofrecerán un abundante acopio de herramientas analíticas y normativas a quien quiera investigar a fondo la dialéctica de la democracia. El lector hallará una diversidad de perspectivas concretas, que muestran cómo podría ser una democracia en sociedades de mayor sostenibilidad social y ecológica. Esas perspectivas también son producto de un método que apuesta por las virtudes de la imaginación social colectiva y sin el cual toda transformación social carecería de una importante fuente de inspiración.

Hanna Ketterer y Karina Becker

Agradecimientos

Damos las gracias a Alberto Ciria por la traducción de este volumen, y a Johanna Sittel y Fabricio Rodríguez por su ayuda en el lectorado. Este libro es el fruto de una controversia científica que se desarrolló en inglés y en alemán tanto por escrito como en reuniones presenciales. El hecho de que ahora podamos revivir aquí esa controversia es algo que hay que agradecer no solo a todos los autores que participaron en ella, sino especialmente también a los traductores (simultáneos) Jan-Peter Herrmann, Loren Balhorn, Carla Welch, Frank Lachmann, Karl Bredthauer y Marlen van der Ecker. Ellos posibilitaron un diálogo que superó las barreras lingüísticas, pero su aporte, sin embargo, no queda del todo visible en este volumen. Damos las gracias especialmente a Henri Band, que con sus labores de traducción y con su dedicación nos ayudó muchísimo en el trabajo de lectorado. Expresamos también nuestra gratitud hacia Laura Mohacsi y Cora Puk, que contribuyeron en no poca medida a que este libro pudiera salir publicado a tiempo. Gracias a Ilka Scheibe, Alexander Lariviere, Anna Mehlis y Felix Gnisa por el apoyo necesario en la preparación y la realización del taller, así como en los trabajos posteriores. Por último, agradecemos a todos los participantes en el taller los interesantes debates que ofrecieron, y en especial damos las gracias a las personas más cercanas, que siempre nos acompañaron en los altibajos de la controversia.

Primera parte

Artículos

1. Democracia en vez de capitalismo, o: ¡Que expropien a Zuckerberg!

Klaus Dörre*

¿Qué está fallando en la democracia? La respuesta más breve posible sería que nada o no demasiado. Eso podría sorprender, ya que al fin y al cabo todo el mundo habla de la crisis de la democracia. «¿Está muriendo la democracia?», pregunta la prestigiosa revista norteamericana Foreign Affairs.1 «Democracia bajo presión: la polarización y la represión están aumentando a nivel mundial», corrobora la Fundación Bertelsmann, secundando esa misma opinión ante lo que ve en 129 países emergentes y en vías de desarrollo. Aunque la mayoría de la población mundial (4 200 millones) sigue viviendo en Estados con constituciones democráticas, estaría aumentando el número de personas que padecen sistemas autocráticos (3 300 millones). Aún más preocupante es que «cada vez en más democracias se restringen los derechos civiles y se debilitan los estándares del Estado de derecho». Desde que en 2006 se empezaron a hacer estadísticas, 40 Estados —entre ellos algunos con larga tradición democrática— habrían vulnerado el Estado de derecho, y en 50 países se habrían restringido las libertades políticas.2

Estos datos revelan una tendencia al autoritarismo, y eso sin tener en cuenta las revueltas que los populismos de derechas están promoviendo en los antiguos centros capitalistas. ¿Pero basta ya eso como prueba para hablar de una crisis de la democracia? Lo dudo. Las modernas democracias de masas, con sociedades civiles plurales y diversificadas, democracias con derechos políticos igualitarios y con gobiernos salidos de elecciones libres, democracias que básicamente respetan el derecho internacional y los derechos humanos, pese a todas sus indiscutibles debilidades, aún siguen siendo la mejor forma de gobierno de todas cuantas se han conocido hasta ahora. Por eso es dudoso ese discurso tan difundido de que hay una crisis de la democracia en un sentido normativo, pues al menos subliminalmente sugiere que las instituciones y los procedimientos democráticos ya no están a la altura de los nuevos retos sociales. Pero afirmar tal cosa también es problemático desde un punto de vista analítico. No hay una crisis de la democracia. Lo que sucede más bien es que la democracia como forma de gobierno se está sacrificando en el altar de un capitalismo expansionista que, con vistas a su propio aseguramiento, necesita recurrir cada vez más a prácticas autoritarias.

Por mucho que esta situación ponga en marcha una transformación del Estado, eso no significa que el capitalismo democrático vaya a ser sustituido rápidamente por formas estatales autoritarias. Lo que sucede más bien es que estamos asistiendo a una transición a diversas modalidades de democracias desdemocratizadas o de antidemocracias democráticas. Por eso puede suceder que en un plebiscito popular el pueblo griego vote en su amplia mayoría contra la política europea de austeridad y elija un gobierno que luego, en contra de su intención declarada, deberá cumplir los dictados de austeridad que le imponen las instituciones europeas. Esa es la coyuntura de una democracia que está desdemocratizada porque, en el fondo, ya no tiene competencias para tomar decisiones. También por eso puede suceder que —como vemos en los casos de Hungría, Polonia, Rusia o Turquía— el electorado vote mayoritariamente a favor de un gobierno que enseguida comienza a abolir derechos democráticos elementales. Estos casos revelan que se está produciendo una evolución hacia sistemas no democráticos pero que están legitimados democráticamente. Cosa distinta son luego los casos de democracias que se inhabilitan a sí mismas. Como reacción al terror islámico y con apoyo mayoritario del electorado, el gobierno francés decretó el estado de excepción, convirtiendo así la restricción de los derechos democráticos, justificada para garantizar la seguridad interior, en un prerrequisito para la conservación de la democracia. Por último, los consorcios de tecnología inteligente están causando con sus prácticas comerciales una destrucción lenta y discreta, pero progresiva, de las esferas públicas democráticas: Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, se ha convertido en la ambigua figura simbólica de este desarrollo.

¿Cómo explicar esta polifacética tendencia a abolir derechos democráticos y a eliminar instituciones democráticas con ayuda de procedimientos democráticos? Paso a bosquejar a continuación el esbozo de una respuesta. Mi tesis es que la democracia, que inicialmente era una esfera distinta pero relativamente compatible con la ampliación del mercado y la acumulación de capital, se ha convertido en objeto de las apropiaciones del capitalismo financiero. Por eso ha dejado de ser, incluso en sus antiguos centros, la forma política y estatal preferida, en la que un capitalismo expansivo se puede desarrollar óptimamente.3 De aquí se deduce que, a la larga, la democracia solo existirá si sus contenidos, procedimientos e instituciones se amplían a campos y sectores a los que hasta ahora no tenía acceso la voluntad democrática. Por eso, la democratización conduce en último término a una ruptura con el capitalismo. A continuación razonaré esta tesis haciendo unas reflexiones sobre la teoría de la democracia (1), luego examinaré la tensión que existe entre el capitalismo y la democracia (2) y pasaré a esbozar el proceso de desdemocratización (3) para, finalmente, analizar el futuro de una democracia transformativa (4).

1. ¿Qué es la democracia?

El concepto de democracia se puede entender tanto teórica como políticamente de formas muy distintas. Etimológicamente la palabra «democracia» está compuesta de los términos griegos dēmos (pueblo) y kratein (gobernar). Así pues, «democracia» significa el gobierno del pueblo, el gobierno de la mayoría o de muchos.4 En la historia de las ideas ese concepto se puede rastrear hasta la Antigüedad. Pero las modernas democracias de masas son totalmente distintas de aquellas comunidades antiguas que, pese a que excluían a los esclavos, eran democracias campesinas de productores.5 En su forma moderna, la democracia permite que grandes poblaciones socialmente heterogéneas participen en el proceso político. Implica una socialización contradictoria de lo político, que sin embargo se basa en la privatización de la economía y de la reproducción social. En los países de la primera industrialización, la socialización de lo político se produce en el marco de instituciones democráticas, que constituyen el núcleo de los Estados constitucionales democráticos. De ellos forman parte la soberanía popular, la igualdad política de individuos y asociaciones con independencia de su confesión, raza y sexo, el sufragio universal igualitario, una amplia participación ciudadana y la protección frente a la arbitrariedad estatal. Pero esto aún no nos dice nada sobre los rasgos reales que asume esta forma de gobierno. Entre un gobierno en nombre del pueblo y un autogobierno del pueblo se abre un amplio abanico de posibles formas gubernamentales.

Tanto desde el punto de vista de la historia de las ideas como institucionalmente, las democracias se basan en la confluencia de al menos dos líneas tradicionales: por un lado, el liberalismo, con su énfasis en la libertad y el pluralismo; por otro lado, un igualitarismo republicano que prioriza la igualdad y la soberanía popular. Ambas líneas ponen acentos muy distintos en el programa de la revolución burguesa, resumido en el lema de Liberté, Égalité, Fraternité. Sobre lo que más se discrepa es sobre la Égalité. Aquí no podemos exponer, ni siquiera a grandes rasgos, la genealogía de la democracia liberal y social. Deberá bastar con una mirada superficial al desarrollo en la posguerra. Pese a las tendencias restaurativas, que impedían una remodelación profunda de la democracia y de la economía, en la época de posguerra la igualdad tuvo cabida en los capitalismos de la Europa continental en la medida en que los intereses de clase de los asalariados se institucionalizaron en los diversos regímenes del Estado de bienestar, aunque lo hicieran asimétricamente.6 De este modo, la democracia era más que un pluralismo liberal. Incluía derechos civiles sociales, regímenes laborales organizados, normas tarifarias y posibilidades de cogestión. En sus diversas modalidades, eran Estados que proporcionaban a los asalariados una propiedad colectiva que les aseguraba las condiciones de su subsistencia privada, internalizando así los costes sociales.7 La democracia y el capitalismo parecían compatibilizados, porque un Estado integral era capaz de optimizar los acuerdos entre el capital y el trabajo, o más en general entre la economía y la sociedad. Esto es lo que se expresa con el término «capitalismo democrático».8

Sin embargo, a raíz de la implosión del socialismo burocrático estatal y de la crisis de los capitalismos del Estado de bienestar —una crisis que ya había comenzado antes—, el discurso democrático ya se ha desviado claramente hacia la tradición liberal. Pero en modo alguno eso se debe exclusivamente a la dominancia de paradigmas mercantiles radicales, tal como han tematizado numerosas investigaciones.9 Bajo la impresión que causaron las revoluciones de la Europa del este, en las que las exigencias de democratización que planteaban los movimientos de oposición venían asociadas con la introducción de formas económicas capitalistas, pero también con el impulso que daban las experiencias de los nuevos movimientos sociales y de sus formas de protesta, los debates de las teorías de la democracia centraron su foco en el valor específico y en la capacidad transformativa de las instituciones y los procedimientos democráticos.10 Quienes no se conformaban con afirmar las ideas liberales buscaban las modalidades de una democracia deliberativa y procedimental.

El valor específico de los procedimientos democráticos, al que la teoría marxista no prestó la atención debida y que sobre todo los regímenes del (pos)estalinismo y del socialismo nominal menospreciaron criminalmente, es un legado que en el siglo XXI la teoría crítica de la democracia no debe desaprovechar. Pero aun partiendo de esto, hay motivos para pensar que las teorías de la democracia deliberativa, en cierto modo, arrojan al niño junto con el agua de la bañera.11 La lógica de una democracia primariamente orientada a establecer acuerdos y basada en los procedimientos no define sobre qué deben versar los procedimientos democráticos. Es el soberano, el pueblo estatal, el que decide mayoritariamente cómo debe llenarse políticamente ese vacío. Tal como argumenta Jürgen Habermas, en una democracia así «el vacío del concepto positivo de ley no debe rellenarse normativamente con los intereses de una clase privilegiada», sino que «las condiciones de legitimidad de la ley democrática han de buscarse en la racionalidad de los propios procedimientos legislativos».12

Lo que Habermas designa aquí «privilegiar» no significa otra cosa que garantizar con el derecho constitucional los intereses colectivos de las clases asalariadas. Eso es exactamente lo que había demostrado el politólogo marxista Wolfgang Abendroth, en su discusión con el intérprete conservador de la Constitución Ernst Forsthoff, con el ejemplo de la Ley orgánica de la República Federal Alemana.13 Para Habermas, la concepción que tiene Abendroth de una democracia basada en la socialización antagónica es una continuación de los supuestos básicos de la filosofía marxista de la historia; sin embargo, «hoy la confianza en los supuestos de fondo, tanto de la filosofía marxista de la historia, como de otras filosofías de la historia, se ha desvanecido en buena parte».14 El rechazo de Habermas al (presunto) privilegio de los intereses de clase, que en el mejor de los casos son subdominantes en la realidad social, tiene muchas consecuencias teóricas. De este modo, la cuestión democrática se desvincula de hecho de la cuestión social. Como consecuencia de eso, la Égalité se devalúa tácitamente en la teoría de la democracia. Quizá pueda implantarse a resultas de procedimientos orientados a acuerdos, pero no está garantizado que eso vaya a ocurrir. Eso lo decidirá el soberano. De este modo, la democracia se reduce a sus procedimientos y sus legitimaciones. La fuente de su fuerza es una razón comunicativa que ya subyace en los procesos para llegar a acuerdos.

Entender la democracia como conjunto de procedimientos deliberativos con el objetivo de llegar a acuerdos plantea el problema básico de que así se perpetúan metateóricamente unos presupuestos de la democracia como forma de gobierno que de ningún modo se han dado siempre en la historia. Las reflexiones de Habermas se basan en la premisa tácita de que se puede perpetuar el rápido crecimiento económico, al tiempo que el Estado de bienestar se encarga de distribuir de forma más o menos justa la sobreproducción social y de «pacificar los conflictos de clases».15 Los prerrequisitos decisivos para la generación de crecimiento económico y para un relativo equilibro de fuerzas entre las principales clases sociales ya no se problematizan como bases de la estabilidad institucional del Estado de bienestar y de la democracia. Se da por supuesto que la economía crece constantemente y que a todos les toca una porción mayor de la tarta. En lo que respecta a la presuposición de una conexión estrecha entre el crecimiento económico, la redistribución del Estado de bienestar y la estabilidad de la democracia, las ideas de Habermas no se diferencian de las de la corriente principal de la teoría liberal de la democracia. Una «economía libre» —escribe, por ejemplo, el politólogo Hans Vorländer— crea «bienestar mejor que otras formas de economía. Y parece que el bienestar ya es casi una garantía de democracia».16

2. Tensiones entre el capitalismo y la democracia

¿Pero qué sucede cuando la estrecha conexión entre el crecimiento económico y la democracia deja de funcionar? Esta pregunta debe ser respondida, ahora que los antiguos centros capitalistas han llegado a un punto de inflexión histórica. Las economías nacionales de estos países «ya dejaron atrás [...] la época del crecimiento rápido»,17 y se están convirtiendo cada vez más en capitalismos de poscrecimiento, con unos índices de crecimiento relativamente bajos. Las fases de prosperidad duradera, que todavía sigue habiendo —como demuestra la década posterior a la gran crisis financiera y económica de 2008-2009—, discurren de forma muy dispar tanto a nivel regional como a nivel nacional, y conllevan una distribución cada vez más desigual de la riqueza generada. Además, bajo las condiciones de una economía fósil, todo aumento del producto interior bruto (PIB) implica un consumo acelerado de energía y de recursos, así como un aumento de emisiones que perjudican el clima. Durante mucho tiempo el PIB se aceptó incuestionadamente como indicador del aumento de riqueza social, y las élites políticas lo siguen considerando un presupuesto de la estabilidad social y democrática. Pero, en las sociedades civiles, se han vuelto frágiles las legitimaciones del tipo de crecimiento basado en el alto consumo de recursos, en la producción industrial y en el consumo masivo. Por eso se vuelve a sentir más intensamente lo que la máquina de crecimiento capitalista ocultó durante algunas décadas: el capitalismo expansivo está en tensión con las democracias establecidas territorialmente y ligadas a la fijación de las fronteras del Estado de bienestar nacional.

Sociedad antagónica y democracia política

Marx, cuya comprensión de la democracia se suele reducir a la equívoca fórmula —de la que a menudo se ha abusado— de la revolucionaria «dictadura del proletariado»,18 explicó lúcidamente esta tensión, argumentando que, en las sociedades burguesas y capitalistas, las democracias son sistemáticamente imperfectas. Para él, la democracia como «el enigma resuelto de todas las constituciones»19 tiene una doble figura. Desde un punto de vista lógico, la democracia como forma estatal es la más idónea para integrar a las clases subalternas y asegurar el dominio de la burguesía. La democracia otorga márgenes para una acción empresarial creativa. De ese modo, la democracia tiene en cuenta debidamente la presión que ejerce la competencia para revolucionar permanentemente los medios de producción, al tiempo que fomenta la mistificación de la explotación capitalista.20 Pero, al mismo tiempo, la democracia también puede tener siempre efectos imprevistos, pues se basa en una socialización antagónica de la política. No es solo una forma integrativa de gobierno, sino que al mismo tiempo ofrece un marco institucional que puede servir para la emancipación de los dominados y para la superación del capitalismo.21

Si echamos un vistazo a la historia, observamos que tampoco fueron en modo alguno las clases burguesas las que implantaron el parlamentarismo y la democracia. La burguesía temía la dinámica de los movimientos democráticos, y ya durante las revoluciones europeas de 1848 había dejado de «ser una fuerza revolucionaria».22 Sin embargo, los defensores del orden social tuvieron en adelante que «aprender la política del pueblo».23 Ciertamente, fue necesaria la Comuna de París (1871) para hacer que las fracciones de las clases dominantes de las naciones europeas dirigentes aceptaran los Parlamentos y el sufragio universal como males inevitables.24 En Alemania se necesitó la Revolución de Noviembre de 1918 para derrocar la monarquía e implantar libertades políticas elementales, como el sufragio femenino. Eso sucedió en paralelo a la implantación de derechos sociales elementales, como la jornada laboral de ocho horas, bajo el impulso de movimientos de trabajadores organizados que, pese a todas sus diferencias internas, actuaron movidos por un convencimiento socialista o comunista. Durante el surgimiento de la República de Weimar, el voto general, igual, libre y secreto pasó a ser una segunda opción o un «plan B» de las élites dominantes para impedir una evolución hacia la República de los Consejos y hacia la dictadura del proletariado.25 Pero las instituciones democráticas siguieron siendo inestables, y al final acabaron siendo víctimas del gobierno nacionalsocialista, bajo el cual también la alta burguesía fue sometida a un «Bonaparte» —que en adelante fue fascista—.26

Como ya sucediera antes con el fascismo italiano, el fascismo alemán puso un violento fin a un interregno que, desde el punto de vista de las élites capitalistas, impedía una revitalización de la economía y de la sociedad. La modalidad autoritaria del gobierno no se anticipó a ninguna revolución proletaria, como pensaba el hereje comunista August Thalheimer. El fascismo reaccionó a un reformismo socialista más o menos exitoso. Dentro del marco democrático la «clase capitalista» solo podía gobernar «bajo la presión constante de la clase trabajadora».27 Eso habría de cambiar. En cuanto hubo ocasión de eliminar las instituciones de una embrionaria democracia social, se pasó a la acción violenta, con el consentimiento tácito de una parte considerable de la alta burguesía. No obstante, el New Deal en los Estados Unidos y la democracia industrial en Suecia demuestran que para salir de la crisis también eran posible vías distintas y democráticas.