¿Que nos hace humanos? - Salvador Macip - E-Book

¿Que nos hace humanos? E-Book

Salvador Macip

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Salvador Macip (Blanes, 1970) es médico, investigador y escritor. Estudió Medicina en la Universidad de Barcelona, en la que se doctoró en Genética Molecular y Fisiología Humana. Durante nueve años fue investigador en el campo de la oncología en el Hospital Mount Sinai de Nueva York. Desde 2008, dirige un grupo de investigación sobre el cáncer y el envejecimiento en la Universidad de Leicester, donde es catedrático del departamento de Biología Molecular y Celular. Desde 2020 también es catedrático e investigador de los Estudios de Salud de la Universitat Oberta de Catalunya. Ha publicado más de cuarenta libros de diferentes géneros, como novela, ensayo y literatura infantil, que han recibido varios premios y han sido traducidos a nueve idiomas. Colabora regularmente en los medios haciendo divulgación científica.

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«Una advertencia que es al mismo tiempo una llamada a una ciencia abierta, democrática y sujeta a objetivos compartidos... a objetivos humanos.» JAUME CLARET, Quadern d’El País, junio del 2022.

«¿Qué nos hace humanos? es el nuevo libro del médico, investigador y escritor Salvador Macip. Un ensayo muy lúcido que, sin rechazar la polémica, busca una respuesta desde la ciencia a una pregunta clásica de la filosofía.» DAVID BUENO, La República, julio de 2022.

SALVADOR MACIP (Blanes, 1970) es médico, investigador y escritor. Estudió Medicina en la Universidad de Barcelona, en la que se doctoró en Genética Molecular y Fisiología Humana. Durante nueve años fue investigador en el campo de la oncología en el Hospital Mount Sinai de Nueva York. Desde 2008, dirige un grupo de investigación sobre el cáncer y el envejecimiento en la Universidad de Leicester, donde es catedrático del departamento de Biología Molecular y Celular. Desde 2020 también es catedrático e investigador de los Estudios de Salud de la Universitat Oberta de Catalunya. Ha publicado más de cuarenta libros de diferentes géneros, como novela, ensayo y literatura infantil, que han recibido varios premios y han sido traducidos a nueve idiomas. Colabora regularmente en los medios haciendo divulgación científica.

¿QUÉ NOS HACE HUMANOS?

Notas para un biohumanismo racionalista

Salvador Macip

Edición digital: septiembre de 2022

Primera edición: junio de 2022

© 2022, Salvador Macip Maresma, por el texto

Derechos de edición negociados a través de Asterisc Agents

© 2022, Cristina Zelich Martínez, por la traducción

© 2022, ATMARCADIA, SL, por esta edición

Muntaner, 3 1r 1a

08011 – Barcelona

www.arcadia-editorial.com

Diseño de la cubierta: Víctor García Tur, a partir del diseño originalde Astrid Stavro/Atlas

Revisión lingüística: Rosa Julve

Composición: LolaBooks

Producción del Epub: Booqlab

ISBN: 978-84-125427-9-0

No se permite la reproducción total o parcial de esta publicación a través de cualquier medio, en cualquier lengua, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjanse a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesitan fotocopiar o escanear fragmentos de esta obra: www.conlicencia.com

Para Amadeu Ros,por todas las puertas que me ha abierto.

Whatever knowledge is attainable, must be attained by scientific methods; and what science cannot discover, mankind cannot know.

BERTRAND RUSSELLReligion and Science (1935)

[Todo conocimiento accesible debe ser alcanzado por métodos científicos; y lo que la ciencia no puede descubrir, la humanidad no logra conocerlo.]

PÓRTICO

Los humanos somos los habitantes más avanzados de este planeta, y esto a veces nos hace pensar que nos rigen normas distintas de las del resto de los organismos.1 En realidad, somos animales definidos por una serie de características biológicas que tienen poco de únicas, a pesar de que a menudo elijamos ignorarlo. Pero para entender la condición humana y decidir hacia dónde queremos que vaya nuestra especie es esencial saber qué es lo que nos hace ser así; tenemos que conocer bien las bases que conforman el ser humano para poder explicar cómo funcionan las culturas que hemos construido a lo largo de milenios y hacerlas crecer en la dirección más adecuada. Dicho de otra manera, para superar la tiranía de la biología, paso esencial para el progreso de las sociedades modernas, primero tenemos que descubrir cómo y por qué nos determina el comportamiento.

El objetivo principal de este ensayo es, precisamente, intentar entender mejor nuestra singularidad. Analizaremos algunos rasgos esenciales de los humanos, a partir de nuestras características genéticas, bioquímicas y celulares, siempre enmarcados en el contexto de la historia, la cultura y la evolución. La hipótesis de partida es que las respuestas a muchas de las grandes preguntas que tradicionalmente se ha hecho la filosofía se pueden construir mejor utilizando las herramientas que nos proporciona la ciencia. Por este motivo, defenderemos que el humanismo2 debe injertarse en el proceso científico y, más allá del pensamiento abstracto, debe basar cualquier discurso que utilice en datos contrastables.

De la misma manera que la biomedicina se crea cuando utilizamos el conocimiento científico para mejorar y hacer avanzar la salud humana de una forma más efectiva de lo que nunca podría hacer la medicina por sí sola, es necesario utilizar las disciplinas biológicas para reforzar también el humanismo y uno de sus componentes principales, la razón, entendida como la aplicación de la lógica a la interpretación de la información obtenida empíricamente. Esta nueva arma, que podría denominarse biohumanismo racionalista,3 se utilizaría entonces para, primero, entender mejor al ser humano y sus estructuras sociales, y, después, encontrar la manera para hacerlas progresar incentivando el estado del bienestar y la igualdad social. Para aproximarse a este objetivo, el libro está estructurado en varios bloques construidos en torno a conceptos básicos de los estudios humanísticos, y pretende integrar ideas de diferentes áreas del conocimiento que son, en realidad, vasos comunicantes que se alimentan los unos de los otros.

Una de las consecuencias de analizar la humanidad bajo el prisma de este biohumanismo racionalista podría ser caer en un determinismo fatalista que nos lleve a aceptar las limitaciones que tenemos para diseñar sociedades más justas, con la excusa de que la prisión que representa nuestra naturaleza no nos permitirá nunca alcanzar nuestros objetivos. Pero la conclusión principal debería ser la contraria, tal como proponíamos al principio: que, a pesar de que la biología determina todo lo que hacemos, no hay razón alguna para obedecerla siempre y, por lo tanto, podemos escapar de estos límites que nos predefinen. No debería parecernos algo nuevo: ya empezamos a saltarnos las normas que se nos imponían a partir del momento en el que priorizamos conceptos como los derechos humanos por encima de la supervivencia del más apto.

El biohumanismo racionalista debe impulsarnos a seguir por esta vía, señalando las guías naturales que nos marcan el camino para, una vez que las hayamos reconocido, poder abandonarlas libremente. Estas páginas solo pretenden ser una ayuda para ello, intentando entender qué nos hace humanos y apuntando posibles estrategias para seguir avanzando.

S. M.Leicester, 2019-2022

1.A veces se dice que somos los más evolucionados, pero esto es algo discutible, porque hay seres vivos exquisitamente adaptados a ecosistemas complejos que pueden resistir condiciones mucho más extremas que nosotros, lo cual es precisamente un triunfo de la evolución. La cúspide de la pirámide evolutiva, por lo tanto, es difícil de definir porque depende de los parámetros que se consideren más relevantes, y el antropocentrismo normalmente tiende a sesgar esta selección. Pero sí que nos podemos considerar los más avanzados, en el sentido de que disponemos de una capacidad única para entender y modificar el entorno de manera ventajosa para nosotros.

2.La palabra humanismo se ha utilizado para muchos conceptos diferentes. En este libro lo definiremos como el movimiento que, colocando al ser humano en el centro, intenta entender el mundo en el que vivimos y promover sociedades mejores y más justas para todos.

3.El nombre sirve también como homenaje al humanismo racionalista, uno de los movimientos que apareció durante la Ilustración para poner fin al oscurantismo religioso que definió la Edad Media.

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¿QUÉ NOS HACE HUMANOS?

0.1 La pregunta más esencial

Hacernos preguntas, sean sencillas o complejas, es una de las actividades primordiales del ser humano. Algunas son vitales para tomar decisiones en nuestra actividad diaria y tienen una utilidad inmediata, mientras que otras apelan a la necesidad intelectual de descodificar la realidad. Entre estas, hay algunas que hace milenios que intentamos contestar porque son particularmente ambiciosas y, por lo tanto, difíciles de resolver. Son aquellas que interrogan la esencia misma de lo que significa existir. Estas preguntas han sido, y siguen siendo todavía, uno de los motores que más han hecho avanzar el conocimiento, la inquietud que hace que busquemos nuevas fronteras.

Es cierto que una gran parte (quizá la mayor) de la investigación en todos los campos del saber actualmente tiene o busca una aplicación práctica, una finalidad concreta a corto o medio plazo, normalmente relacionada con la mejora de la situación actual (más salud, más confort, menos sufrimiento, menos obstáculos, menos estrés…).1 Son objetivos primordiales en las sociedades desarrolladas del siglo XXI, que en general pecan de ser sustancialmente hedonistas. Pero en el centro de todas estas innovaciones (tecnológicas, biológicas, económicas, etc.) sigue existiendo la necesidad básica de entendernos a nosotros mismos y a nuestro entorno. Queremos saber cómo son las cosas y, quizá por encima de todo, cómo somos nosotros.

Por eso la pregunta más esencial de todas siempre será: «¿qué nos hace humanos?». Es la cuestión central de este libro y este primer capítulo estará dedicado a establecer los parámetros que la definen y la limitan.

0.2 La ciencia es la única herramienta que tenemos para conocer la realidad

La ciencia es filosofía. La filosofía, desde sus inicios, ha planteado una serie de preguntas fundamentales relacionadas con nuestra singularidad y muchas, todavía no resueltas, las han heredado los científicos. La misma definición etimológica de filosofía, el amor por el saber, se puede aplicar literalmente a cualquier ciencia moderna. Todo lo que hacen los científicos tiene precisamente como objetivo primordial ampliar el saber humano.

Muchos filósofos a lo largo de la historia han intentado contestar a las preguntas más esenciales con teorías que a menudo se apoyaban solo en intuiciones. Eran hipótesis imposibles de validar, por ello acababan teniendo la misma relevancia que una aseveración religiosa basada solo en la fe. Por ejemplo, los escolásticos estuvieron al menos seis siglos2 rigiendo el pensamiento occidental con su manera de hacer deducciones a partir de creencias, no de hechos observables. Durante todo ese tiempo se utilizó la religión para descodificar el universo, y esto provocaba que los sabios se toparan una y otra vez con un muro de restricciones. De esta manera se perdió mucho tiempo y se malgastaron numerosas mentes brillantes. Por este motivo se podría decir que la separación de poderes más importante que ha habido en la historia de la humanidad no ha sido entre Iglesia y Estado, sino entre Iglesia y Ciencia, momento a partir del cual el saber empezó a ser capaz de volver a crecer.

La irrupción del método científico, popularizado inicialmente por Aristóteles,3 pero que solo se implementó sistemáticamente a partir del siglo XIX4(o quizá incluso a partir de Popper),5 deslegitimó las disquisiciones sin fundamentos empíricos emitidas desde varias disciplinas, y estableció las normas para hacer avanzar el conocimiento que hemos seguido desde entonces, basadas en la observación directa como la manera principal de adquirir información. Así es como ahora intentamos resolver los problemas que ya preocupaban a los sabios griegos hace más de dos mil quinientos años, pero utilizando las herramientas que la revolución iniciada hace quinientos años con el positivismo lógico6 importó de la ciencia a la filosofía. Actualmente, por vez primera, parece que tenemos la oportunidad de obtener respuestas coherentes (y, si no definitivas, al menos parcialmente satisfactorias) a las preguntas esenciales de siempre.

Bertrand Russell decía que la ciencia es lo que sabemos y la filosofía lo que no sabemos.7 Si aceptáramos esta definición, tendríamos que admitir que el espacio de la filosofía está condenado a irse reduciendo progresivamente, hasta que solo quede espacio para las preguntas para las cuales nunca podremos obtener una respuesta8 y para aquellas que ni siquiera podemos formular porque quedan fuera de los límites de nuestro lenguaje.9 Sin embargo esto sería otorgar a la filosofía el mismo nivel que a la mística o las religiones, que sirven para inventar respuestas para aquello que no se puede conocer. Sería más justo considerar que la filosofía estudia aquello que todavía no sabemos (pero es cognoscible). Por lo tanto, la filosofía buscaría ampliar los límites del saber planteando retos nuevos, pero estaría obligada a utilizar la ciencia como herramienta para resolverlos. Visto de esta manera, filosofía y ciencia ni son enemigas ni excluyentes, sino dos fases del mismo proceso de generar conocimiento; pensamiento y empirismo condenados a trabajar juntos. Por lo tanto, la ciencia tiene que considerarse como un componente esencial de la filosofía moderna.

0.3 La genética es la primera respuesta

Volviendo a la pregunta central de este libro, podríamos considerar que hay dos elementos básicos que explican, en primera instancia, qué nos hace humanos: uno que compartimos con muchos otros seres vivos (aunque con unos órdenes de magnitud diferentes), la inteligencia; y uno que al parecer es exclusivo de nuestra especie, la consciencia.10 Aun no siendo los únicos, son los factores que mejor nos definen. Por lo tanto, la primera pregunta que tenemos que hacernos es: ¿de dónde salen esta inteligencia especial y esta consciencia única?

Una respuesta reduccionista podría limitarse a señalar los genes. Al fin y al cabo todos los seres vivos están definidos (tanto a nivel de la especie como del individuo) por la información que contiene su genoma. El primer nivel de la explicación podría ser este: cualquier característica única de una especie tiene que estar codificada de alguna manera en los genes. Al fin y al cabo, la vida es información. Estamos vivos (y nos mantenemos vivos) gracias a unos bits de datos contenidos en una molécula denominada ADN. En algún lugar del genoma humano tiene que haber una serie de genes que determinen estas dos funciones esenciales. De esta manera, una respuesta alternativa a la pregunta «qué nos hace humanos» sería la información.

Todavía podemos afinar más y centrarnos en la identificación de la información genética que nos diferencia de los animales más próximos en la cadena evolutiva, los simios. Aquí es donde está la última frontera entre los humanos y el resto de los animales. Con los simios compartimos una serie de genes que nos diferencian de los demás mamíferos, hasta el punto de tener una semejanza en el genoma de un 99%.11 Así pues, en el 1% restante debería estar la esencia de la humanidad.

Se ha calculado que los humanos tenemos 3.230 genes imprescindibles.12 Es decir, que cualquier modificación en uno de estos genes haría que un embrión humano no llegara a desarrollarse. Esto representa solo un 15% de los 20.000 genes, aproximadamente, que tiene nuestro genoma, y delimita un tipo de información primaria sin la cual no existiríamos, no tendríamos entidad física. Puede parecer una cifra extrañamente pequeña, pero hay que tener presente que la cantidad de genes no lo explica todo en la naturaleza: a pesar de la complejidad del ser humano, nuestro genoma no es ni mucho menos el más largo de los que conocemos.13

Sea como sea, no parece ser esta la respuesta que buscamos, porque la esencia que nos separa de los animales no tiene por qué estar necesariamente entre estos genes imprescindibles para desarrollarnos. Lo que todavía no se ha definido es cuáles son los genes sin los que solo seríamos simios, no solo en el aspecto, sino en el comportamiento.14 Este tipo de información genética seguramente no sería esencial para nuestra construcción física (naceríamos igualmente, estaríamos vivos), pero sí para el desarrollo mental. Probablemente no se trata de uno o dos genes que marcan toda la diferencia, sino de una red de decenas o centenares de genes que actúan de forma coordinada, cada uno contribuyendo solo en una parte pequeña al fenotipo.15 Al fin y al cabo, la mayoría de los rasgos complejos en los humanos se determinan de esta manera.

Existe otra posibilidad más interesante: que no sean solo los genes en sí mismos los que decidan los factores básicos de la esencia de la humanidad, sino cómo se modulan. En realidad, los genes solo forman un 1% del ADN. El 99% restante antes se denominaba ADN basura, pero ahora con el tiempo se ha comprendido que este nombre no es adecuado, ya que desempeña una importante función reguladora del otro 1%. Un 80% de este ADN regulador y sin genes experimenta modificaciones bioquímicas, lo que nos hace sospechar que tiene funciones complejas que no comprendemos del todo.16 Esto explicaría que lo que nos hace humanos no sea la medida del genoma, sino cómo lo utilizamos, la colección de reóstatos que marcan el nivel de funcionalidad de los genes en cada momento. En otras palabras, es posible que algunos simios tengan los mismos genes para definir funciones cerebrales como la inteligencia o la consciencia, pero que los tengan activados y regulados de manera diferente, y que solo esto ya defina el abismo que nos separa.

De todas maneras, la genética solo puede ayudarnos a localizar el libro de instrucciones de la humanidad, que es solo el paso inicial. Incluso si en algún momento llegamos a saber qué genes (y cuáles de sus elementos reguladores) participan en la inteligencia y la consciencia, todavía no habremos comprendido cómo funcionan realmente estos rasgos diferenciales. En una fase posterior, tendríamos que investigar las complejas diferencias bioquímicas, las variaciones de neurotransmisores definidas por estos genes que actuarían de efectores de los fenotipos humanos.17

0.4 La información es poder

Esta capacidad que hemos adquirido de leer y, por lo tanto, de almacenar información genética ya ha empezado a plantearnos problemas, tanto prácticos como éticos. Gracias a los avances constantes en el diseño de las máquinas que secuencian el ADN, actualmente estamos generando incontables terabytes de datos biológicos, conseguidos con un coste cada vez más bajo. Ante todo es necesario encontrar un lugar donde guardarlos. Para ello se utilizan una serie de bancos, a menudo de acceso público y gratuito, donde la información está más o menos anonimizada. Los científicos los utilizan constantemente, lo que permite acelerar investigaciones muy diversas, por ejemplo para diseñar nuevos tratamientos para enfermedades tan dependientes de los genes como el cáncer. También la policía ha empezado a utilizarlos,18 y esto ha abierto la puerta a una serie de problemas de privacidad y, yendo más lejos, al riesgo de que los gobiernos autoritarios hagan un uso abusivo de ellos.19

Todavía podemos imaginar aplicaciones más extremas. Hasta los años setenta del siglo pasado, el software biológico estaba guardado en lo que se consideraba como una especie de memoria ROM, la que se puede leer, pero no cambiar. La llegada de las tecnologías de ADN recombinante20 revolucionó esta idea y, a partir de entonces, hemos ido perfeccionando las herramientas que nos permiten modificar y reescribir la información genética. Por lo tanto, ahora podemos plantearnos «escribir» todo un genoma humano partiendo de cero. No estaríamos hablando de editar datos, sino de coger la pluma y redactar una novela entera sobre hojas en blanco. Esto se ha conseguido ya con una forma de vida simple,21 pero naturalmente será mucho más complicado hacerlo con un genoma como el nuestro. Dentro de unos años, los problemas técnicos quizá se habrán superado y podremos generar un genoma pieza por pieza, el primer paso para crear un humano sintético: si transfiriéramos esta información genética a un óvulo y lo estimuláramos adecuadamente, podría generar un embrión y, de esta manera, acabaría naciendo un bebé que habría sido diseñado totalmente por nosotros. Es decir, aprovechando el hardware que nos da la naturaleza (un óvulo, un útero), podríamos escribir nuevas piezas de software (un genoma) para reinterpretar la vida.

En cualquier caso, aunque la posibilidad sea de momento solo teórica, esto nos obliga a replantear algunas definiciones clásicas de qué es un ser humano. En el siglo XXI, no es necesario que la esencia de la humanidad resulte de un proceso heredero de milenios de evolución ni de un designio divino, porque pronto podremos reproducirla manualmente en un laboratorio (incluso antes de entenderla por completo). Si asumimos que la vida es información, dejamos de ser especiales y únicos para convertirnos en piezas que se pueden fabricar en serie.22 Ni siquiera necesitaríamos una muestra de ADN para clonar a alguien: podríamos ir a las bases de datos y extraer de allí una secuencia antigua, la de cualquier persona que haya vivido, aunque haga siglos que esté muerta, y crear desde cero un duplicado físico.23

0.5 Máquinas de genes y células

Los genes contienen la información que nos hace como somos, pero una definición más física del ser humano nos obliga a saltar a un nivel estructuralmente superior, a los elementos mínimos de la vida: las células. Las células funcionan como piezas de Lego que, unidas de forma adecuada, pueden formar estructuras muy complejas.24 Así pues, los humanos son máquinas complicadas construidas con unos treinta billones de elementos relativamente sencillos que funcionan con una complejidad perfectamente coordinada.

Desde el punto de vista práctico, este cambio de perspectiva ha sido revolucionario para la gestión de la salud. Ahora sabemos que enfermamos porque nuestras células enferman. Esto ha abierto la puerta a la era de la biomedicina, que entiende que para curar a un individuo tenemos que solucionar los problemas de las unidades que lo forman.

La definición celular del ser humano también tiene implicaciones importantes desde el punto de vista filosófico. Darnos cuenta de que cada organismo no es una unidad indivisible, sino que se puede fragmentar en millones de pequeños módulos independientes que tienen un sentido vital por sí solos,25 permite enfrentarnos de otra manera a las disquisiciones clásicas sobre la consciencia y el pensamiento.

0.6 Encontrar nuestro lugar en la escala evolutiva