Raíces Cruzadas - Rodrigo Alfonso Diez Prat - E-Book

Raíces Cruzadas E-Book

Rodrigo Alfonso Diez Prat

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Beschreibung

¿Por qué la UC ha sido el equipo dominante del fútbol chileno en el último tiempo? ¿Qué tiene Universidad Católica que, a pesar de los años y los cambios de entrenador, sigue ganando y sumando títulos? En Raíces Cruzadas el periodista Rodrigo Diez intenta responder esas preguntas. Después de un cúmulo de entrevistas, mucha investigación y vivencias de hincha, estas páginas tratan de explicar por qué la UC juega como juega, por qué la apuesta por ese estilo tan propio se ha convertido en triunfos y cuál ha sido el aporte fundamental al fútbol chileno del centro de formación impulsado por Ignacio Prieto en los 80. En un relato ágil, entretenido y lleno de anécdotas y algunas revelaciones, este libro nos muestra por qué la pelota rueda pareja en San Carlos y nos revela el gran trabajo que hicieron los artífices de la UC tricampeona hace cerca de 40 años.

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RAÍCES CRUZADASAutor: Rodrigo Diez Prat Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile. Fonos: 56-224153230, [email protected] Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Primera edición: mayo, 2021. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N° 2021-A-3025 ISBN: Nº 978-956-338-525-0 eISBN: Nº 978-956-338-526-7

Introducción

En Católica los troncos lo pasan mal. La frase es de Danilo Díaz, legendario periodista deportivo y gran conocedor del fútbol. No recuerdo específicamente de qué estaba hablando esa vez en la radio, pero sí sé que buscaba graficar algo que es reconocido pero pocas veces analizado: la UC tiene un sello distintivo, una identidad, un estilo de juego con el que se identifica.

En la Católica hay que jugar bien. No se trata solo de ganar o de correr y meter. En la Católica hay que saber entregar el balón a un compañero y hay que entender el juego.

Se busca la asociación, los pases. Y para poder dar buenos pases muchas veces, hay que ser bueno para la pelota, tener buen pie o, en resumidas cuentas, buena técnica.

¿De dónde viene eso? ¿Por qué en la Católica la gran mayoría de los planteles campeones son aquellos que justamente privilegiaron ese tipo de fútbol, con muy pocas excepciones? ¿Quién es el que originó eso?

Universidad Católica no es el equipo más dominante del fútbol chileno en la última década por casualidad, es producto de un trabajo de más de cuarenta años, iniciado por Ignacio Prieto, y que incluso se puede rastrear más atrás, a Fernando Riera y Andrés Prieto.

Este libro pretende reivindicar el trabajo que se ha hecho en la UC y explicar cómo han producido los equipos campeones del último año y el histórico tricampeonato.

“El fútbol es muy simple –dice Ignacio Prieto– los de blanco se la deben pasar a los de blanco y no a los de azul”. Pero para que eso ocurra es necesario un trabajo persistente, que comienza cuando los futuros futbolistas tienen 11 o 12 años, ya que se trata de una forma de jugar más difícil y demandante: el juego posicional, que ha brillado en los más grandes estadios europeos de la mano de Cruyff, Guardiola, Pellegrini y Del Bosque, entre otros; que en Sudamérica ha tenido exponentes como Bielsa y Menotti; y que en Chile ha tenido su centro de formación en la Universidad Católica, impulsado por Ignacio Prieto y continuado por Fernando Carvallo, Juvenal Olmos, Juan Antonio Pizzi, Mario Salas, Gustavo Quinteros y Ariel Holan, sin desmerecer a otros que, si bien no consiguieron títulos, siguieron con una línea de juego que respetaba el estilo que aprendieron los jugadores cruzados en sus años de cadetes.

Inevitablemente este libro también habla del amor por la camiseta, a los colores y a lo que significa que la Católica juegue así. Tiene una cuota testimonial, ya que es imposible, al menos para mí, desligar lo que pasa en la cancha de lo que se produce en la cabeza y en el corazón. Pido disculpas de antemano si hay elementos demasiado personales que puedan aburrir a alguien, pero inevitablemente escribo esto también desde mi amor a la UC como hincha y porque creo que es necesario que se sepa y se conozca por qué ahora a los hinchas cruzados nos toca “bailar con la bonita”.

Tenía 12 años cuando supe que iba a ser hincha de la UC toda la vida. Ya me gustaba el fútbol y lo jugaba con mis amigos, pero la noche del clásico universitario que prácticamente le dio el título a la Católica en 1987, fue el momento del para siempre, que no lo iba a soltar más y que esta pasión no me iba a soltar a mí.

Desde entonces he pasado innumerables horas pegado a la radio, a la televisión y viendo a mi equipo en el estadio, lo que me ha permitido entender el fútbol más allá de los colores que amo.

Mucho se ha hablado de la UC de Pellegrini, de la de Olmos o la de Holan. Sin embargo, creo que la historia ha sido injusta o no le ha dado el reconocimiento necesario, a quien fue el fundador y creador del fondo futbolístico en que se sustentan los recientes éxitos cruzados y gran parte de lo bueno de lo ocurrido con el fútbol chileno en la última década. Ignacio Prieto es una figura determinante en lo que ha ocurrido con este deporte en la Católica y en todo Chile.

Cuántas veces, todos los años, algún comentarista de radio o TV se asombra por la cantidad de jugadores formados en la UC, ya sea porque los ve en la selección o en la liga chilena. Muchas veces. No es raro oírlo. Pero lo que nadie rescata es que esa contribución al fútbol chileno viene de la idea de Prieto, seguidor de Fernando Riera, que impregnó una forma de jugar a los futbolistas de la UC, que hizo que los formados en San Carlos fueran un aporte en muchos equipos y selecciones.

Fue él quien empujó a Alfonso Swett a construir el centro de formación en San Carlos de Apoquindo, un lugar que se ha transformado en la piedra angular del fútbol cruzado y también del balompié nacional.

Por eso escribo este libro. Me atrevo a decir que ni la Católica ni el fútbol chileno serían los mismos sin la filosofía de juego de Fernando Riera, perfeccionada por Nacho Prieto e institucionalizada por la UC.

Pero como el autor tiene su corazoncito y esto no es una tesis doctoral, inevitablemente este análisis futbolístico viene amarrado de memorias, recuerdos y sentimientos. Vivir una vida –o la mitad de una vida, espero– sintiendo y amando a la franja, no se puede dejar de lado a la hora de hablar de todo esto.

¿En qué momento se me ocurrió escribirlo? Cuando estaba en el estadio con mi hijo Pedro y escuchamos: “Hemos pasado momentos muy tristes y alegres, más tristes que alegres (…)”.

Pedro me miró después de esa parte de la canción que siempre cantan los cruzados en el estadio y me preguntó: “¿Por qué más tristes que alegres?”.

Claro, a sus diez años, con la UC tricampeona –y habiendo vivido los títulos de la selección chilena– el fútbol era solo alegría, triunfos y abrazos. Él no se acuerda de lo que pasó el 94, el 2011 o de los otros dolorosos segundos lugares.

Fue en ese momento que decidí escribir este libro. Necesitaba contarle a él y a todos los cruzados que se empiezan a apuntar a esta pasión, por qué los hinchas más viejos amamos tanto nuestros colores a pesar de todo lo que hemos sufrido.

La historia no empezó con Salas, San José, Quinteros y Holan; con el tricampeonato y los otros títulos. Logros que para otros equipos pueden no ser dignos de destacarse, pero para nosotros, que nos han costado tanto, tienen un sabor muy especial.

No hay que olvidar. No debemos olvidar. No queremos ser nuevos ricos como nuestros rivales y vivir solo de los triunfos actuales.

No.

Somos quienes somos porque supimos florecer en la adversidad. Por ahí le escuché a alguien que el hincha de la UC es el que tiene más aguante, porque a pesar de las derrotas, quedar en el camino y perder finales, San Carlos se sigue llenando y las camisetas se siguen vendiendo. A pesar del bullying en la pega y en el colegio, a que nos digan pechos fríos y segundones, seguimos dando la cara y nos ponemos la cruzada, felices.

Esas veces que lloramos, cuando maldijimos, cuando erradamente prometimos “nunca más”, son los momentos que nos hicieron ser como somos.

Si antes ser cruzado era identificarse con la Universidad y sus valores, hoy ser de la UC significa tener coraje, ser valiente y exigir que los jugadores hagan lo mismo. Ese es parte del orgullo de ser cruzado.

El mismo Gary Medel lo dijo alguna de las veces que perdimos un título: “Hoy más que nunca soy cruzado y no aliento por tener copas, como otros equipos, aliento por el amor a la camiseta”.

Lo bueno, en nuestro caso, es que no importa lo mal que estemos o lo oscuro que se vea el túnel. El futuro siempre va a estar iluminado porque hay una base que sustenta esa luz: nuestra forma de jugar, la forma en que tratamos la pelota y que los de blanco siempre buscarán dársela a los de blanco.

La fórmula del Nacho

Dieciocho años. Ni más ni menos. La cantidad de tiempo necesaria para que una persona sea considerada adulta. Ese fue el tiempo que la UC demoró en levantar su quinta estrella. La anterior había sido en 1966 con triunfo consagratorio en San Felipe y celebración en Alameda con Portugal, frente a la Casa Central de la UC. Ignacio Prieto llevaba la copa ese día como capitán y dieciocho años después la volvió a levantar, ahora como DT en el Estadio Nacional.

Una dura espera que incluyó un paso por segunda división y una larga sequía en clásicos universitarios.

Pero Prieto tenía un plan, el que le presentó a Alfonso Swett, dirigente mandón y visionario, cuando le encargó formar un equipo campeón. Sin embargo, aquí la cosa no sería abrir la billetera y fichar figuras. No. La idea era formar un grupo de jugadores que marcara época en el fútbol chileno.

Comprar para ganar era la fórmula que equivocadamente se había intentado los años anteriores, así que ahora había que refundar. Ya no se podía cambiar el estilo de juego todos los años de acuerdo con el técnico de turno, era el momento para que la UC tuviera una forma, una filosofía reconocible y para eso no había otra alternativa que formar jugadores en casa que hicieran suyo ese estilo, que se convirtieran en futbolistas jugando de esa forma. Había que apostar por un proyecto futbolístico a largo plazo.

Y vaya si lo hicieron, en un proceso que dio frutos más temprano que tarde, en 1984 y después en 1987. Varios de los integrantes de esos planteles siguieron haciendo campañas notables, con títulos incluidos, hasta fines de los 90.

Para que todo eso ocurriera, Ignacio Prieto volvió de jugar en Europa a Católica en 1977 y se retiró en 1979 para asumir como jefe del área formativa en 1981. Después de haber pasado por el exitoso Nacional de Uruguay –con el que ganó la Libertadores en 1971– jugó en Francia y fue ahí donde entendió qué había que hacer para que un proyecto deportivo fuera sustentable en el tiempo.

“El fútbol es muy simple –me dice en una oficina de San Carlos de Apoquindo–, los de blanco se la tienen que pasar a los de blanco y no a los de azul. Ese es todo el secreto”. Pero para lograr pasársela siempre a los compañeros, los jugadores tenían que aprender desde niños a pasársela al del mismo color, entremedio de un rival, entremedio de dos rivales y también entremedio de dos líneas de cuatro.

Esa fue la filosofía de juego que él trajo a la UC. “Control y pase, control y pase, control y pase”, como no se cansa de repetir.

En sus años en las inferiores conoció al grupo de jugadores que debía empezar a asumir protagonismo en el primer equipo y “por eso cuando asumí en 1983 dije: proyecto a cinco años para llegar al quinto año con el 85 % del plantel formado en casa”.

“A Ignacio no le gustaba que llegara cualquiera a reemplazar a un chileno –recuerda Luis Rosselli, compañero de Prieto en la Católica–. Tenía que ser bueno dentro y fuera de la cancha”. Por eso Ignacio Prieto prefería jugadores formados por él.

Cuando Nacho Prieto recibió el primer equipo de la Católica en 1983, el plantel venía de ser dirigido por Luis Santibáñez, con una forma de jugar que era completamente opuesta a lo que identificamos con la UC hoy.

Metidos atrás, pegando patadas y ganando apenas. Esa era la “filosofía” de juego.

Con Prieto eso se acabó. Limpió el plantel y promovió a juveniles que pintaban bien. En ese proceso aparecieron Olmos, Lepe, Parraguez, Tudor, Tupper, Barrera, Romero Olivares, Estay, entre otros canteranos que no solo le dieron títulos a la UC, sino que fueron importantes para la selección y para el fútbol chileno.

Para trabajar en las inferiores, Prieto confió en quien fue su compañero en el equipo campeón de 1966: Fernando Carvallo. Una elección que no fue antojadiza, ya que el Pino había recibido los mismos conceptos que él de manos de Luis Vidal y Fernando Riera.

“Fernando Riera es el impulsor de todo esto”, recuerda Carvallo. “Conceptos que yo le vi después a Cruyff, a Guardiola, a Menotti, a los grandes entrenadores, se los escuché antes a Riera”.

Fernando Riera ha sido considerado por muchos como el mejor técnico chileno de la historia. Después de dirigir en Chile tuvo un destacadísimo paso por Europa, en el Benfica, y en Argentina con Boca Juniors.

Ahí nace el estilo de juego de la Católica, según Carvallo. Y repite, sin saber, lo mismo que me dijo Ignacio Prieto: “Control y pase, control y pase, control y pase”. Fútbol bien jugado, a ras de piso, “con más preocupación por la técnica que por el físico. Ya te vamos a hacer correr, correr pueden todos, pero no todos pueden jugar bien”.

Y así la Católica empezó a crear una escuela, un patrón de juego.

Mientras, Ignacio Prieto seguía con su labor como DT del primer equipo.

La limpieza del camarín no fue fácil, como él mismo reconoce. “Estaba Miguel Ángel Neira, que era capitán, pero yo sabía que tenía que sacarlo. Alfonso Swett me pidió que Miguel Ángel siguiera. Siguió, pero le dije que no iba a ser titular”.

Neira se terminó yendo después de 1984. Igual que Lihn, Valenzuela y otros. “Fue difícil, pero había que hacerlo”.

Fue la renovación necesaria de un camarín que clamaba por sangre nueva, tanto en lo anímico como en lo futbolístico. Tenían que ser jugadores más jóvenes, que jugaran de memoria entre ellos, que llevaran en el ADN el nuevo estilo. Algo que era muy difícil de lograr con futbolistas que habían aprendido a jugar de otra forma.

Plaza Italia a poto pelado

Dentro de la campaña del 84 hay un factor que, aunque parezca extraño, ha sido más valorado incluso que el título: después de dieciséis años se le gana al archirrival, a la otra universidad.

Hay famosos hinchas de la UC, como Andrés Tupper, hermano de Raimundo y exdirigente, que alguna vez han admitido que pasaron toda la infancia, o toda su vida escolar, sin ganarle a la U. Dieciséis años. Una eternidad para cualquier fanático.

Es que para un hincha de la UC hay pocas alegrías más grandes que ganarles a los chunchos. Quizás es porque ha habido importantes definiciones entre los dos equipos –que mayoritariamente ha ganado la Católica– o por las historias que nos han contado nuestros abuelos de los clásicos universitarios.

En los 60 el partido entre ambas universidades paralizaba el país, especialmente después de que la Católica logró, inesperadamente, arrebatarle el título a los azules en 1961. El gran equipo del Ballet Azul se encontró al final del campeonato igualado en puntaje con la UC, forzando un partido de definición. Varios expulsados, patadas y juego muy intenso para un nuevo empate y otra definición, que ahora sí ganaron los cruzados por 3-2 con gol en los minutos finales de Fouillioux.

Fueron encuentros ásperos y duros que se complementaban muy bien con la competencia entre las barras antes de los encuentros, creando un espectáculo de horas en medio de una rivalidad que crecía.

Quizás desde esos días que el clásico universitario es tan importante para los hinchas de la UC. Ese es el partido que no se puede perder y el que más se goza cuando se gana. Por eso no puedo evitar pensar en cómo se sentían esos cruzados que pasaron tanto tiempo sin un triunfo.

Luis Alberto Roselli, el “Conejo”, estuvo cuatro años en Católica y nunca logró un triunfo frente a la U. El autor del gol más espectacular que se recuerde en un clásico universitario –la para de pecho, la pelota se levanta y le pega una media chilena desde fuera del área– dice que en esos años, fines de los 70, la diferencia institucional entre los dos equipos era “demasiado grande. Nosotros veníamos subiendo de segunda división y ellos tenían planteles más consolidados. Tenían mejores jugadores. Aunque hubo un partido en que casi acabamos con la paternidad, pero yo me perdí el gol del triunfo en el arco norte del Estadio Nacional”.

El dominio azul llevaba más de quince años, pero como toda maldición se tenía que acabar.

Y llegó el día: 20 de octubre 1984. Dos de Osvaldo Hurtado y el tercero de Gino Valentini. 3-2. El primer triunfo en un clásico universitario en dieciséis años.

El mismo Arica Hurtado me confesó que después de ese triunfo, él, Juvenal Olmos, Oscar Lihn y el hoy alcalde de Vitacura, Raúl Torrealba, se fueron a dar la vuelta olímpica a Plaza Italia. Pero era una vuelta olímpica con malicia: cada tanto se bajaban los pantalones y corrían a poto pelado celebrando.

Un alcalde de Vitacura, ¡de Vitacura!, celebrando a poto pelado en Plaza Italia. No quiero poner la imagen en la mente de nadie, pero es un hecho que sirve para graficar la euforia que vivió la hinchada ese día.

Ganarle a la U siempre ha sido especial y a eso hay que sumarle una espera que se debe haber sentido eterna.

Juvenal Olmos estuvo en la cancha esa noche y lo recuerda con vívida emoción: “Era extraño porque en las juveniles siempre le ganábamos a la U, y en Primera durante dos o tres años siempre estábamos a punto de ganarles y ellos se salvaban. Ahora no, por eso el triunfo fue muy especial”.

Se venía algo grande, se sentía en el ambiente. Se veía un equipo que entusiasmaba.

El mismo Andrés Tupper recuerda que gritó tanto ese gol “que casi perdí el conocimiento”. Y con él, varios. Muchos. Miles. El cabezazo de Valentini fue la antesala para el título de ese año, un campeonato tras dieciocho largos años de espera. Había niños y jóvenes que nunca habían visto a su equipo levantar la copa.

Pero había algo más.

Como dijimos antes, el trabajo de Ignacio Prieto no fue solo que el equipo jugara bien y ganara, fue abrazar una ideología futbolística. Basado en la escuela holandesa, la Católica empezó a practicar su versión del fútbol total, visionado por Riera en Chile y después patentando por Rinus Michels y perfeccionado por Cruyff en Holanda y en el Barcelona. Todos jugaban en varios puestos. No era raro ver, si uno afinaba la vista en el estadio, a Andrés Romero, lateral derecho, cambiándose de posición con Fabián Estay, volante por la derecha. O como Juvenal Olmos llevaba su sociedad con Osvaldo Hurtado a otro nivel y “Arica” pasaba al mediocampo, metía el pase, y Juvenal aprovechaba su potencia para llegar al gol en delantera. O el mismo Raimundo Tupper, ícono de la polifuncionalidad, que partió como centrodelantero; luego puntero derecho; después lateral por la derecha, por la izquierda; volante mixto e incluso creador. Le faltó ser central y arquero.

En las divisiones inferiores jugaban igual. Empezó a ser parte del ADN futbolístico cruzado. Se comenzó a ver un estilo propio de la UC.

Para garantizar que eso ocurriera, Prieto necesitaba que alguien continuara su visión en las divisiones inferiores mientras él estaba al mando del primer equipo. El elegido fue Fernando Carvallo, compañero de equipo en la Católica campeona del 66 y también seguidor del fútbol de Riera y Andrés Prieto. Solo había un problema: Carvallo todavía estaba jugando como profesional.

“Yo estaba haciendo la pretemporada –recuerda Carvallo– y Nacho me llama en la mañana: ‘Necesito que te vengas conmigo a trabajar en las inferiores’. ‘Pero si todavía estoy jugando’. ‘Las oportunidades se dan solo una vez’, me contestó Ignacio”.

Ese día Carvallo fue a entrenar en Unión Española, volvió a su casa, “almorcé, dormí una siesta y llamé al Nacho para decirle que sí. Al otro día fui a Santa Laura a anunciar que me retiraba y Honorino Landa no lo podía creer”.

Y ahí empezó una de las duplas más prolíficas que ha tenido la UC, no en la cancha, pero sí formando a quienes iban a estar en ella.

Fernando Carvallo lo explica: “Lo que enseñábamos eran los fundamentos del juego”, es decir: pasársela al compañero y que la pelota circulara. “La pelota tenía que estar en movimiento siempre. Nadie la podía dormir. Si alguien la controlaba para pararla, yo pitaba foul en los entrenamientos. La pelota siempre rodando”.