Rebelión en la granja - George Orwell - E-Book

Rebelión en la granja E-Book

George Orwell

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Beschreibung

Quizás la empresa más difícil de acometer sea la de hacernos conscientes. El mundo en que vivimos parece decididamente abocado a distraernos, a impedirle a los individuos un momento de lucidez para mirar su entorno, observar cómo funciona la sociedad. Los verdaderos poderes visionarios de George Orwell radican en su capacidad para mirar no sólo los objetos, sino principalmente la sombra que proyectan. Rebelión en la granja es una fábula en la que la adjudicación de las aflicciones y las necesidades humanas a los animales protagonistas venció la resistencia racional de los primeros lectores a mirar lo que no querían mirar. Lo que nos cuenta Orwell ya estaba en los periódicos: la historia sobre los crímenes estalinistas en la Unión Soviética.

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Rebelión en la granja

Rebelión en la granja (1945)George Orwell

Editorial CõLeemos Contigo Editorial S.A.S. de [email protected]ón: Febrero 2022

Imagen de portada: RawpixelTraducción: Benito RomeroProhibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

Índice

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

I

El señor Jones, de la Granja Manor, cerró los gallineros en la noche, pero estaba demasiado ebrio para acordarse de cerrar las ventanillas. Con el círculo de luz de la linterna rebotando de un lado a otro cruzó el patio, se quitó las botas frente a la puerta trasera, se sirvió una última copa de cerveza del barril que estaba en la cocina y se fue directo a la cama, donde ya roncaba la señora Jones.

Tan pronto se apagó la luz en la recámara, comenzó la agitación en todos los edificios de la granja. Durante el día se extendió el rumor de que el viejo Mayor, el cerdo que obtuvo el premio Middle White, había tenido un sueño extraño la noche anterior y quería comunicarlo a los demás animales. Habían acordado reunirse todos en el granero principal tan pronto el señor Jones estuviera fuera de combate. El viejo Mayor (así le llamaban siempre, aunque fue presentado en la exposición con el nombre de Willingdon Beauty) era tan apreciado en la granja que todos aceptaban perder una hora de sueño para oír lo que él tenía que decirles.

En un extremo del granero principal, sobre una especie de plataforma elevada, Mayor ya estaba acomodado en su lecho de paja, bajo una linterna que colgaba de una viga.

Tenía doce años de edad y últimamente se había puesto bastante obeso, pero todavía era un cerdo imponente de aspecto sensato y bondadoso, a pesar de que nunca le habían cortado los colmillos. En un breve lapso los demás animales comenzaron a llegar y a acomodarse, cada cual a su modo. Primero llegaron los tres perros, Bluebell Jessie y Pincher, y luego los cerdos, que se acostaron en la paja frente a la plataforma. Las gallinas se colgaron en el alféizar de las ventanas, las palomas revolotearon hasta los tirantes de las vigas, las ovejas y las vacas se tumbaron detrás de los cerdos y comenzaron a rumiar. Los dos caballos de tiro, Boxer y Clover, llegaron juntos, caminaban despacio y plantaban con cuidado sus enormes cascos peludos, porque algún animalito podría estar oculto en la paja. Clover era una yegua fuerte, que se acercaba a la mitad de su vida y con aspecto maternal que nunca había logrado recuperar la silueta después de su cuarto potrillo.

Boxer era una bestia enorme, de casi dieciocho palmos de altura y tan fuerte como dos caballos comunes juntos.

Una franja blanca que bajaba hasta a su hocico le daba un aspecto estúpido, y, aunque no era muy inteligente, sí era respetado por todos debido a su entereza de carácter y su tremenda fuerza para trabajar. Después de los caballos llegaron Muriel, la cabra blanca, y Benjamín, el burro.

Benjamín era el animal más viejo y de peor talante de la granja. Rara vez hablaba, y cuando lo hacía, acostumbraba hacer algún comentario cínico; por ejemplo, decía que «Dios le había dado una cola para espantar las moscas, pero que él hubiera preferido no tener ni cola ni moscas»

Era el único de los animales de la granja que nunca reía.

Si se le preguntaba la razón, replicaba que no veía nada por qué hacerlo. Sin embargo, aunque no lo admitía abiertamente, sentía afecto por Boxer; por lo general los dos pasaban el domingo en el pequeño prado detrás de la huerta, pastando juntos, sin hablar jamás.

Apenas se habían acomodado los dos caballos, cuando una nidada de patitos que habían perdido a su madre entró en el granero piando débilmente y correteando de un lado a otro tras un lugar donde no hubiera peligro de que los pisaran. Clover formó una especie de pared con su enorme pata delantera y los patitos se acurrucaron dentro y se durmieron de inmediato. En el último momento, Mollie, la bonita y tonta yegua blanca que tiraba del coche del señor Jones, entró contoneándose y mascando un terrón de azúcar. Se colocó al frente, moviendo sus blancas crines, en espera de atraer la atención hacia los lazos rojos con que había sido trenzada. Quien llegó al último fue la gata, que buscó, como de costumbre, el lugar más cálido, y por fin se acomodó entre Boxer y Clover; allí ronroneó satisfecha durante el discurso de Mayor, sin oír una sola palabra de lo que éste decía.

Todos los animales estaban presentes excepto Moses, el cuervo amaestrado, que dormía sobre una percha detrás de la puerta trasera. Cuando Mayor vio que todos estaban acomodados y esperaban con atención, se aclaró la garganta y comenzó:

—Camaradas, ya se han enterado del extraño sueño que tuve anoche. Pero el sueño lo mencionaré después.

Primero tengo que decir otra cosa. No creo, camaradas, que esté con ustedes muchos meses más y antes de morir siento que es mi deber transmitirles la sabiduría que he adquirido. He vivido muchos años, he tenido tiempo suficiente para meditar mientras yacía a solas en mi pesebre y siento que puedo afirmar que entiendo el sentido de la vida en este mundo tan bien como cualquier animal viviente. De esto quiero hablarles.

»Piensen, camaradas: ¿Cuál es la naturaleza de esta vida nuestra? Aceptémoslo: nuestras vidas son miserables, laboriosas y cortas. Nacemos, nos dan la comida suficiente para mantenernos con vida y, a quienes podemos trabajar, nos obligan a hacerlo hasta el último átomo de nuestras fuerzas; y en el preciso instante en que ya no servimos, nos matan con una crueldad atroz. Ningún animal en Inglaterra conoce el significado de la felicidad o el descanso después de cumplir un año de edad. Ningún animal es libre en Inglaterra. La vida de un animal no es más que miseria y esclavitud; ésta es la pura verdad.

»Pero, ¿esto se simplemente parte del orden de la naturaleza? ¿Se debe a que nuestra tierra es tan pobre que no puede conceder una vida decente a quienes viven en ella?

No, camaradas; mil veces no. El suelo de Inglaterra es fértil, su clima es bueno, es capaz de producir comida en abundancia a muchos más animales que los que la habitan en la actualidad. Nuestra sola granja puede mantener una docena de caballos, veinte vacas, centenares de ovejas; y todos ellos viviendo con una comodidad y una dignidad que en este momento casi está más allá de nuestra imaginación. Entonces, ¿por qué seguimos en esta situación lamentable? Porque los seres humanos nos roban casi todo el fruto de nuestro trabajo. Camaradas, ahí está la respuesta a todos nuestros problemas. Todo se resume en una sola palabra: el Hombre. El hombre es el único enemigo real que tenemos. Si desaparecemos al hombre de la escena, la causa que provoca nuestra hambre y nuestro exceso de trabajo será abolida para siempre.

»El hombre es el único ser que consume sin producir.

No da leche, no pone huevos, es demasiado débil para tirar del arado y no corre lo bastante rápido para atrapar conejos. Sin embargo, es amo y señor de todos los animales. Los pone a trabajar, les da el mínimo necesario para evitar que mueran de hambre y lo demás se lo guarda para él. Nuestro trabajo labra la tierra, nuestro estiércol la abona y, no obstante, ninguno de nosotros posee algo más que su pellejo. Ustedes, vacas, que están frente a mí, ¿cuántos miles de litros de leche han dado este último año? ¿Y qué ha pasado con esa leche que debía alimentar terneros fuertes? Hasta la última gota ha ido a parar a las gargantas de nuestros enemigos. Y ustedes, gallinas, ¿cuántos huevos han puesto este año y cuántos pollitos han salido de esos huevos? Los demás han terminado en el mercado y se han convertido en dinero para Jones y su gente. Y tú, Clover, ¿donde están los cuatro potrillos que has tenido, que debían ser el apoyo y el regocijo en tu vejez? Todos fueron vendidos al cumplir un año; no volverás a verlos nunca. A cambio de tus cuatro partos y todo tu trabajo en los campos, ¿qué has conseguido, excepto tus escasas raciones y un pesebre?

»Ni siquiera nos permiten alcanzar el término natural de nuestras vidas miserables. No me quejo por mí, porque he sido afortunado. Tengo doce años y he tenido más de cuatrocientas crías. Tal es el destino natural de un cerdo.

Pero ningún animal escapa de la cruel navaja final. Ustedes, los cerdos jóvenes sentados frente a mí, dentro de un año cada uno gritará mientras le arrancan la vida en el matadero. A ese horror llegaremos todos: vacas, cerdos, gallinas, ovejas; todos. Ni siquiera los caballos y los perros tienen mejor destino. Tú, Boxer, el mismo día que tus grandes músculos se debiliten, Jones te venderá al descuartizador, quien te cortará el pescuezo y te cocerá para los perros de caza. En cuanto a los perros, cuando envejecen y se quedan sin dientes, Jones les amarra un ladrillo en el pescuezo y los ahoga en el estanque más cercano.

»Entonces, ¿no es tan claro como el cristal, camaradas, que todos los males de esta vida provienen de la tiranía de los seres humanos? Con sólo eliminar al Hombre nos pertenecerá el producto de nuestro trabajo. Casi de la noche a la mañana, podríamos volvernos ricos y libres.

Entonces, ¿qué debemos hacer? Trabajar noche y día, con cuerpo y alma, para derrocar a la raza humana! Ese es mi mensaje, camaradas: Rebelión! No sé cuándo ocurrirá esa rebelión; quizá dentro de una semana o dentro de cien años; pero lo que sí sé, con la misma seguridad de que veo esta paja bajo mis patas, que tarde o temprano se hará justicia. Fijen su mirada en eso, camaradas, durante los pocos años que les quedan de vida! Y, sobre todo, transmitan este mensaje a quienes vengan después, para que las generaciones futuras sigan en la lucha hasta vencer.

»Y recuerden, camaradas: su determinación jamás debe fallar. Ningún argumento los debe desviar. Nunca escuchen cuando les digan que el Hombre y los animales tienen intereses comunes, que la prosperidad de uno también es la de los otros. Sólo son mentiras. El Hombre no atiende los intereses de ningún ser, excepto los propios. Y entre nosotros los animales, la unidad debe ser absoluta, debe haber una perfecta camaradería en la lucha. Todos los hombres son enemigos. Todos los animales son camaradas.»

En ese momento se produjo un tremenda alboroto.

Mientras Mayor hablaba, cuatro grandes ratas habían salido de sus madrigueras y se habían sentado sobre sus cuartos traseros; escuchándolo. De repente, los perros las vieron y las ratas salvaron sus vidas sólo gracias a una desbocada carrera hasta sus agujeros. Mayor levantó su pata para pedir silencio.

—Camaradas —dijo—, aquí hay un punto que debe aclararse. Los animales salvajes, como los ratones y los conejos, ¿son nuestros amigos o nuestros enemigos? Pongámoslo a votación. Planteo esta pregunta a la asamblea:

¿Son camaradas las ratas?

Se pasó a votación de inmediato y se decidió por una mayoría abrumadora que las ratas eran camaradas. Sólo cuatro votantes discreparon: los tres perros y la gata, que, como se descubrió después, había votado por ambos lados.

Mayor prosiguió:

—Falta decir muy poco. Simplemente repito que nunca deben olvidar su deber de enemistad hacia el Hombre y sus costumbres. Todo lo que camine sobre dos pies es un enemigo. Lo que use cuatro patas, o tenga alas, es un amigo. Y también recuerden que en la lucha contra el Hombre no debemos llegar a parecernos a él. Incluso cuando lo hayan vencido, no adopten sus vicios. Ningún animal debe vivir en una casa, dormir en una cama, vestir ropas, beber alcohol, fumar tabaco, tocar dinero ni dedicarse al comercio. Todas las costumbres del Hombre son malas. Y, sobre todas las cosas, ningún animal debe abusar de los de su propia especie. Débiles o fuertes, inteligentes o sencillos, todos somos hermanos. Ningún animal debe matar a otro animal. Todos los animales son iguales.

»Y ahora, camaradas, les contaré mi sueño de anoche.

No soy capaz de describirlo. Era un ensueño de cómo será la tierra cuando el Hombre haya desaparecido. Pero me hizo recordar algo que había olvidado hace mucho tiempo. Hace muchos años, cuando yo era un lechoncito, mi madre y las otras cerdas solían tararear una vieja canción de la que sólo sabían la tonada y las tres primeras palabras. Conocí esa canción cuando era pequeño, pero la había olvidado desde hace mucho tiempo. Sin embargo, anoche regresó en el sueño. Y además, también regresaron las palabras de la canción; estoy seguro que animales de épocas lejanas cantaron esas palabras y luego se olvidaron durante muchas generaciones. Ahora les cantaré esa canción, camaradas. Soy viejo y mi voz es ronca, pero cuando les haya enseñado la tonada ustedes mismos la cantarán mejor que yo. Se llama «Bestias de Inglaterra».

El viejo Mayor se aclaró la garganta y comenzó a cantar. Tal como había dicho, su voz era ronca, pero cantó bastante bien; era una tonada conmovedora, una combinación de «Clementina» y «La cucaracha». La letra decía así:

¡Bestias de Inglaterra, bestias de Irlanda!¡Bestias de toda tierra y clima!¡Escuchen mis noticias jubilosas de un futuro extraordinario!

Tarde o temprano llegará el día, la tiranía del Hombre será derrocada y sólo las bestias pisarán los fértiles prados de Inglaterra.

Ya no usaremos argollas en el hocico, ni arneses en el lomo. Los bocados y las espuelas se oxidarán para siempre y ya no restallarán los crueles látigos.

Más riquezas de las que podamos imaginar, el trigo, la cebada, la avena, el heno, el trébol, las habichuelas y la remolacha serán nuestras ese día.

Lucirán radiantes los campos de Inglaterra y más puras serán sus aguas; la brisa soplará más suave el día en que seamos libres.

Por ese día todos debemos trabajar aunque fallezcamos antes de que suceda; Caballos y vacas, gansos y pavos, ¡todos deben luchar por la libertad!

¡Bestias de Inglaterra, bestias de Irlanda!¡Bestias de todo país y clima!¡Escuchen mis noticias jubilosas de un futuro extraordinario!

Al entonar esta canción los animales alcanzaron la más salvaje excitación. Poco antes de que Mayor terminara, todos habían comenzado a cantarla. Hasta el más estúpido había captado la melodía y algunas frase y, los más inteligentes, como los cerdos y los perros, aprendieron la canción en pocos minutos. Más tarde, después de varios ensayos previos, toda la granja comenzó a cantar estruendosamente «Bestias de Inglaterra» al unísono. Las vacas la mugían, los perros la ladraban, las ovejas la balaban, los caballos la relinchaban y los patos la graznaban. Estaban tan encantados con la canción que la repitieron cinco veces seguidas y hubieran seguido cantando toda la noche si no los interrumpen.

Por desgracia, el escándalo despertó al señor Jones, que saltó de la cama con la certeza de que había un zorro rondando en el patio. Tomó la escopeta, que siempre estaba en un rincón de la habitación, y disparó una carga en la oscuridad. Los perdigones se incrustaron en la pared del granero y la reunión se deshizo con rapidez. Todos escaparon a su lugar de dormir. Las aves saltaron a sus perchas, los animales se acostaron en la paja y en un momento toda la granja estaba durmiendo.

II

Tres noches después, el viejo Mayor murió en paz mientras dormía. Su cuerpo fue enterrado al pie de la huerta.

Esto sucedió a principios de marzo. Durante los tres meses siguientes hubo mucha actividad secreta. El discurso de Mayor había hecho que los animales más inteligentes de la granja vieran la vida desde una perspectiva completamente nueva. Ellos no sabían cuándo ocurriría la Rebelión que predijo Mayor; ni tenían razones para pensar que sucediera durante sus propias vidas, pero percibieron con claridad que era su deber prepararse para ella. Fue natural que el trabajo de enseñar y organizar a los demás recayera en los cerdos, pues se les reconocía en general como los animales más inteligentes. Entre ellos destacaban dos cerdos jóvenes llamados Snowball y Napoleón, a quienes el señor Jones estaba criando para vender. Napoleón era un verraco grande de aspecto bastante feroz, el único de raza Berkshire en la granja; era de pocas palabras y tenía fama de siempre hacer su voluntad. Snowball era más vivaz que Napoleón, hablaba con mayor facilidad y era más imaginativo, pero los demás pensaban que le faltaba carácter. Los demás puercos machos de la granja eran jóvenes. El más conocido entre ellos era uno pequeño y obeso llamado Squealer, de mejillas muy brillantes, ojos vivaces, movimientos ágiles y voz estridente. Era un orador brillante, y cuando debatía algún tema difícil, saltaba de un lado a otro y movía la cola de un modo muy persuasivo. Los demás decían que Squealer era capaz de convertir lo negro en blanco.