Reglas de seducción - Emilie Rose - E-Book
SONDERANGEBOT

Reglas de seducción E-Book

Emilie Rose

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El rico y guapo Toby Haynes había apostado con su mejor amigo que conseguiría seducir a la romántica Amelia Lambert y llevársela a la cama. Y cuando ella lo dejó después de una sola noche, Toby juró que la recuperaría y entonces sería ella la abandonada… Al volver a encontrarse en Mónaco, Amelia acabó en los brazos de Toby y comenzó una auténtica persecución. Lo que Toby no imaginaba era que Amelia tenía sus propias armas de seducción… y eran muy tentadoras.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 182

Veröffentlichungsjahr: 2011

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2007 Emilie Rose Cunningham.

Todos los derechos reservados.

REGLAS DE SEDUCCIÓN, N° 1575 - junio 2011

Título original: The Playboy’s Passionate Pursuit

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2008

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-405-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capitulo Uno

Capitulo Dos

Capitulo Tres

Capitulo Cuatro

Capitulo Cinco

Capitulo Seis

Capitulo Siete

Capitulo Ocho

Capitulo Nueve

Capitulo Diez

Promocion

Capítulo Uno

«Por favor, que no sea él».

El pánico se adueñó del corazón de Amelia Lambert, antes de que comenzara a latir a un ritmo frenético. Su mirada se posó en la espalda del hombre que estaba junto al mostrador y un nudo de pánico se formó en su estómago.

Aquel cabello rubio oscuro, aquellos anchos hombros, trasero firme y largas piernas sólo podían ser de una persona, alguien a quien no quería volver a ver nunca: Toby Haynes, su error más estúpido.

¿Por qué estaba en Mónaco? Se suponía que iba a tener tiempo para prepararse para su llegada. Veinticuatro días, para ser exactos.

Se le pasó por la cabeza ocultarse tras una de las columnas de mármol del ostentoso vestíbulo del hotel Reynard hasta que se fuera, pero antes de que pudiera llevar a la práctica su pensamiento, él se dio la vuelta y sus miradas se encontraron. Entonces, él sonrió. Aquella media sonrisa engreída que le había hecho ganarse el título del piloto más sexy de la competición NASCAR cinco años seguidos.

Odiaba aquella sonrisa y lo que le provocaba. Odiaba cómo su piel se estremecía y sonrojaba, cómo su temperatura subía y cómo su materia gris parecía anestesiarse ante su presencia.

Mirándola como si fuera la única persona en kilómetros a la redonda, él se acercó lentamente, con la llave del hotel en una mano y una bolsa de piel negra en la otra, y se detuvo a un metro de ella.

-Hola, dulce Amelia.

Los pulmones se le encogieron ante su mirada escrutadora. Aquel hombre tenía un gran magnetismo, teniendo en cuenta además que tenía una personalidad adicta a la adrenalina. Por no mencionar que era el amante soñado de toda mujer en la cama. Aunque lo cierto era que Toby Haynes era un pájaro de cuidado. Por suerte, ya se había dado cuenta, aunque demasiado tarde.

Echó la cabeza hacia atrás para mirarlo a sus ojos azul plateado y trató de tragar el nudo que se había formado en su garganta, con poco éxito.

-¿Qué estás haciendo aquí, Toby?

-Vincent me ha pedido que cuide de ti y de tus amigas hasta la boda. Nunca me he preocupado de cuidar a nadie, pero por ser tú haré una excepción.

Sintió que el estómago se le caía a los pies y que el caos estallaba en su cabeza al intentar descifrar el sentido de sus palabras. Vincent era Vincent Reynard, heredero de la cadena de hoteles Reynard y uno de los patrocinadores del equipo de coches de carreras de Toby, además del novio de la mejor amiga de Amelia, Candace. Vincent se estaba haciendo cargo de las facturas de Candace y de sus tres damas de honor durante el mes que estaban pasando en Mónaco para organizar una boda de ensueño. La ceremonia tendría lugar en cuatro semanas.

-¿Por qué tú?

-Soy el padrino.

-¿Eres el padrino de Vincent?

-Así es.

Retorcería el cuello de su amiga por ocultarle aquel detalle tan importante.

-Soy dama de honor de Candace.

-Eso quiere decir que vamos a compartir algunas obligaciones. Vamos a estar muy unidos.

Aquéllas eran malas noticias. Recordó a Neal, su difunto y amado prometido, el hombre al que había amado con todo su corazón, y se sintió como una traidora. Lo mismo que había sentido aquella mañana al darse la vuelta y ver el atractivo rostro de Toby junto a su almohada.

Los recuerdos la asaltaron y contuvo un escalofrío al ver en su retina la imagen de su cuerpo desnudo junto al suyo. La había hecho sentirse viva en un día en el que lo único que había deseado había sido meterse en una cueva y esconderse.

La temperatura de su cuerpo subió y sus hormonas se agitaron. Aquellas mismas hormonas habían hecho que acabara en la cama con él diez meses antes. Era un error que nunca repetiría. Toby Haynes, al igual que su padre, parecía dispuesto a seguir la ruta más rápida hacia la tumba.

-¿No deberías estar compitiendo en algún circuito?

-Tengo unos días libres.

-¿En mitad de la temporada de la NASCAR?

-Sí -respondió forzando una sonrisa.

Amelia no seguía las carreras, pero su trabajo como enfermera en un hospital de Charlotte, en Carolina del Norte, cerca de un circuito de carreras suponía tener que ocuparse de varios pilotos cada año y algo había aprendido de aquel deporte. Disponer de tiempo libre en mitad de la temporada no era bueno ni aconsejable. Podía suponerle una pérdida de puntos o de dinero, algo que hacía que la mayoría de aquellos tontos dejaran el hospital antes de lo debido y, por lo general, en contra de las órdenes del médico. El disponer de todo un mes libre quería decir que Toby había roto una norma fundamental o que había tenido un accidente.

Hizo un rápido recorrido por su cuerpo musculoso. No parecía herido. Se le veía en forma, firme y viril.

-¿Qué has hecho?

Él apretó la mandíbula.

-¿Por qué piensas que he hecho algo?

-Porque eres temerario y arriesgado. Conduces como un loco y no te pierdes las carreras. -¿Así que me has estado viendo, eh? -preguntó sonriendo.

Su rostro se sonrojó. Tan sólo había visto parte de una carrera. Después del primer golpe había apagado la televisión. Aun así, solía salir en las noticias y había hecho anuncios tanto para la televisión como para la prensa escrita. No podía evitar ver su atractivo rostro por mucho que lo intentara.

-Tengo cosas mejores que hacer que ver a un montón de hombres tratando de matarse -respondió frunciendo el ceño y levantando la barbilla.

-¿Como qué?

-No es asunto tuyo. Vete a casa, Toby. Candace, Madeline, Stacy y yo podemos cuidar de nosotras. No necesitamos un canguro. Todo lo que tienes que hacer es ir al ensayo y a la boda.

-No puedo hacerlo. Mi amigo Vincent me lo ha pedido y se lo debo.

Amelia había conocido a Toby el año anterior después de un horrible accidente en el que Vincent se había quemado el veinte por ciento de su cuerpo. Vincent había sido llevado al hospital donde Amelia y Candace trabajaban en la unidad de quemados. Durante su estancia, Vincent se había enamorado de Candace. Toby había sido un visitante frecuente e irritante.

-Vincent dijo que el accidente no fue culpa tuya. Las líneas de la boca de Toby se hicieron más profundas.

-Soy responsable de mi equipo y de todo aquél que esté a mi alrededor.

Había aprendido de su padre bombero que cuando la adrenalina hacía su aparición, las personas atrevidas tan sólo pensaban en la emoción que les producían las acciones arriesgadas. Necesitaban esa sensación tanto como un drogadicto su dosis.

Toby alzó la mano a la mejilla de Amelia. Ella se apartó, pero no fue lo suficientemente rápida para evitar la electricidad de su roce.

-Te guste o no, estaré cerca hasta la boda.

El vello de su cuerpo se erizó y dio un paso atrás.

-Decías que no te gustaba seguir a nadie.

Toby la miró de arriba abajo y lentamente se apartó. Amelia sintió que se le endurecían los pezones y se cruzó de brazos sobre el pecho para ocultar lo evidente.

-Depende del motivo. Créeme, no protestaré.

-No confíes en que lo retomemos donde lo dejamos.

-Dime algo, Amelia -dijo pronunciando lentamente su nombre, al igual que había hecho cuando se acostaron-. Lo pasamos bien juntos. Si tenía alguna duda, el oírte decir mi nombre una y otra vez hizo que desaparecieran. Así que, ¿por qué dejar a un hombre así? ¿Y por qué ese menosprecio desde entonces?

Ella contuvo una punzada de culpabilidad y rápidamente miró a su alrededor para asegurarse de que ninguno de los otros huéspedes del hotel estaban escuchando. Había rechazado los regalos de Toby y no le había devuelto sus llamadas porque tenía miedo de que sus dulces palabras la hicieran perder el sentido común, además de la ropa. El riesgo de enamorarse de un hombre como su padre era demasiado alto. No quería terminar como su madre, con un matrimonio desdichado.

Quería un hombre como Neal. Amable y atento, había sido el hombre ideal hasta que falleciera tres años atrás de leucemia. No quería un hombre que volviera a casa junto a ella para sanar su cuerpo magullado una y otra vez. Muchos matrimonios no podían soportar aquella clase de estrés. Era una circunstancia que había visto en su trabajo con demasiada frecuencia. Con las tasas de divorcio al cincuenta por ciento, tenía que usar los cinco sentidos para elegir a la pareja perfecta y no acabar en la columna equivocada.

-Toby, lo que pasó aquella noche no debía haber sucedido. Me pillaste en un mal momento. Había tenido una semana complicada, había bebido demasiado y cometí un error. No volverá a pasar.

Por la expresión de su rostro, adivinó que no le había gustado que lo calificara como un error.

-Tan sólo tomaste dos copas.

-No suelo beber y mi nivel de tolerancia es muy bajo.

-Quizá la primera vez fuera un error, pero no las tres siguientes. Querida, me deseabas y no sólo aquella noche. Llevábamos tonteando unos meses. No puedes negarlo. Te pillé mirándome más veces de las que puedo contar.

Sus palabras hicieron que sintiera la sangre a punto de hervir.

-Entonces, no podrás contar muchas. Y para tu información, también me gustan los dulces, pero no suelo darme el gusto demasiado a menudo porque no es bueno para mí. Tampoco lo eres tú.

-Fui muy bueno para ti todas las veces. Incluso la primera vez y eso que fui muy rápido. Aunque no te escuché protestar.

Su voz sensual y su intensa y apasionada mirada hizo que sintiera que las rodillas se le doblaban.

No debería pensar en aquella noche. Bastante malo era que aquel recuerdo la asaltara durmiendo como para tener que soportarlo durante las horas del día.

-Toby, he oído hablar de tus conquistas. Las mujeres son como las carreras para ti. Ganas una y entonces recoges tus cosas pensando en la siguiente. Me tuviste y ya es hora de olvidarlo.

-No puedo hacerlo. No hemos terminado.

La convicción en sus palabras hizo que un escalofrío recorriera su cuerpo. Con tan sólo unas palabras, había conseguido que subiera la temperatura de su cuerpo. Si no conseguía mantenerlo alejado, pronto tendría serios problemas.

-¿Acaso estás buscando esposa?

-No -dijo él sobresaltado.

-Porque yo estoy buscando un marido e hijos, una casa con su valla blanca, su perro y demás. No voy a negar que fuiste un agradable entretenimiento, pero estoy buscando al hombre perfecto con quien compartir el columpio del porche durante los próximos treinta años.

Amelia se giró y se fue al ascensor.

Toby cerró los puños y apretó los dientes. Las mujeres no eran las que dejaban plantado a Toby Haynes. Era él el que decidía dejarlas y siempre las dejaba cuando aún deseaban más.

Al infierno con la apuesta. Aquello no tenía nada que ver con la apuesta que había hecho para mantener entretenido a Vincent durante los interminables meses de injertos de piel e intensa rehabilitación. Aquello tenía que ver con Amelia Lambert, la primera mujer que había alterado su sistema infalible.

Era ella la que lo había dejado deseando más. Pero no era nada definitivo como su sueño de una casa y un final feliz puesto que él no creía en las relaciones duraderas. Había visto a muchas mujeres irse cuando las cosas se podían difíciles y a muchos hombres explotar cuando la presión se hacía insoportable. Pero quería más de aquel ardiente sexo con ella.

Quería volver a tenerla. Y lo que era más, ella también lo deseaba. Tan sólo unos minutos antes, había visto cómo sus hambrientos ojos verdes lo desvestían y su cuerpo había reaccionado. Unos cuantos revolcones más en la cama y estaría listo para acabar aquella relación.

Se tomó unos minutos para admirar su esbelta figura, bajo una blusa rosa y minifalda blanca en lugar de su habitual uniforme del hospital. El pelo, una melena ondulada del color de la canela, se agitaba sobre sus hombros a cada paso. Toby sintió que la sangre se concentraba en su entrepierna al recordar aquellos suaves mechones esparcidos sobre su vientre y muslos. Una experiencia que esperaba repetir en breve.

Se dio un golpe para salir de su ensimismamiento. Aquel brusco movimiento hizo que sintiera que el suelo bajo sus pies se movía y puso una mano sobre la fría columna. El vértigo desapareció tan pronto como había aparecido, lo que le hizo recordar el motivo por el que estaba allí.

No podía conducir. El doctor le había dicho que cuando la boda pasara, podría volver a ponerse tras el volante. Perder cinco carreras suponía que tanto él como su equipo podían ser eliminados del campeonato, a menos que ocurriera un milagro. Y él no creía en milagros.

Llevaba siendo uno de los diez mejores de los últimos ocho años y no le gustaba perder. Cada triunfo era una prueba de que su padre estaba equivocado, de que Toby Haynes no era basura. Mala suerte que el viejo bastardo no hubiera vivido lo suficiente para verlo y tragarse sus palabras.

Toby dio unos pasos y acortó la distancia con su objetivo.

-Espera. Tenemos que hacer planes. ¿Qué demonios es eso de la fiesta de compromiso?

Amelia se detuvo de repente y se giró.

-¿Por qué?

-Porque Vincent quiere una y me ha pedido que me encargue. Candace me ha enviado la dirección de una página web en donde dice que tú y yo tenemos que ser los anfitriones de un aperitivo también. Tengo los correos electrónicos. Ven arriba a mi habitación y los leeremos juntos.

Se había informado y sabía perfectamente cuáles eran sus obligaciones como padrino de boda. Cuando todavía pensaba que estaría participando en las carreras todos los fines de semanas, había pensado contratar al mejor organizador de bodas de Mónaco para dar un par de buenas fiestas que los novios no pudieran olvidar. El dinero no era ningún problema. Pero ya que estaba allí, podía aprovechar la ocasión para volver a seducir a Amelia.

Amelia se cruzó de brazos y lo miró desafiante. No había nada que le gustara más que un reto y la dulce enfermera había sido un reto desde el primer día cuando ella había intentado echarlo de la habitación de Vincent en el hospital después de las horas de visita. En aquel entonces, no había conseguido salirse con la suya y ahora, tampoco dejaría que lo hiciera. Lo que Toby quería, Toby lo conseguía. No había dejado que unos pocos obstáculos le impidieran pasar de la nada a multimillonario.

Él se encogió de hombros.

-Si no estás interesada, estoy seguro de que podré ocuparme yo solo. Seguro que venden barriles en Mónaco, ¿no? Además estoy seguro de que el conserje puede recomendar un par de buenas strippers para la despedida de soltero.

Amelia abrió la boca horrorizada.

-No se sirven barriles de cerveza en una fiesta de compromiso, Toby, y no creo que a Candace le gustara tener strippers.

Le había gustado la expresión de espanto de Amelia. Le había hecho recordar los sonidos que había emitido al hundir la cabeza entre sus piernas por primera vez.

-¿No?

-Dame la lista y regresa a los Estados Unidos y a tus carreras. Yo me ocuparé de todo.

-No, he dado mi palabra y nunca falto a ella. Si sus acciones hacían que la gente lo infravalorara, no era problema suyo. Y si Amelia pensaba que había renunciado a perseguirla porque se estaba haciendo la difícil, entonces no se había dado cuenta de lo mucho que a él le gustaba ganar.

-Hablando de trabajo en equipo, me vendría bien tu ayuda -continuó Toby-. La línea aérea perdió mi equipaje. Déjame llevar la bolsa a mi habitación y luego llévame de compras.

-No soy tu asistente de compras.

No, pero era de esa clase de mujeres que siempre ayudaban a quien lo necesitaba. Lo había aprendido en los meses en que la había seguido por los pasillos del hospital.

-Admítelo, te gustaría quitarme los pantalones. Otra vez -dijo haciéndola enojar-. Ya llevas aquí un día y sé que las mujeres enseguida os fijáis en las tiendas.

El brillo en sus ojos le hizo adivinar que no iba a ser una victoria sencilla.

-Estoy segura de que Gustavo, el conserje, puede darte un mapa. Si quieres que hablemos de la fiesta y del aperitivo, puedo sacar tiempo para que nos veamos esta tarde en la cafetería del jardín. Pero ahora mismo tengo planes.

Unos planes que no lo incluían a él.

Debía de estar frustrado por su falta de éxito. Sin embargo, aquel revés sólo lo animaba a seguir tratando de ganar.

La puerta del ascensor que llevaba al ático se abrió y ella entró. Toby la siguió.

-¿Adónde vas? -preguntó Amelia sorprendida.

-A mi suite.

Ella se cruzó de brazos y se giró mirando a las puertas. La rápida subida le hizo tambalearse y apoyó un hombro en la pared para mantener la postura. Nada más abrirse las puertas, Amelia salió al pasillo enmoquetado. Toby se enderezó, encontró el equilibrio y la siguió despacio, mirando a su alrededor para orientarse.

Había nueve puertas en aquella planta y dos salidas de emergencia, seis suites, una piscina y un jacuzzi para el uso de los huéspedes del ático. Amelia introdujo su llave en la ranura de la última puerta y una sonrisa se dibujó en los labios de Toby. Su habitación era la de al lado.

«Gracias, Vincent».

Él introdujo su llave en la cerradura electrónica.

-Da unos golpes en la pared cuando estés lista para mí, querida.

-No gastes saliva -dijo Amelia antes de meterse en su habitación.

Toby sonrió abiertamente. Permanecer retirado durante un mes del deporte para el que vivía había dejado de parecerle una tragedia. De hecho, empezaba a alegrarse.

Capítulo Dos

Amelia cerró la puerta dando un portazo. Caminó hasta el salón y se encontró con su mejor amiga. O mejor dicho, la que hasta ese momento había sido su mejor amiga.

-¿Hay algo que se te haya olvidado contarme?

Candace se colocó un mechón de su pelo rubio detrás de una oreja y parpadeó inocente. -¿Como qué?

-Como que Toby Haynes sea el padrino de Vincent y que voy a tenerlo pegado durante todo un mes y no sólo durante el fin de semana de la boda.

-Ah, eso -dijo Candace colocando los papeles que tenía en las manos.

-Lo sabías y no me lo dijiste.

Candace sabía del tremendo error que Amelia había cometido diez meses antes. Ella era la única persona a la que se lo había contado y sólo porque había tenido que dar una explicación para cambiar su turno a los días en los que Toby estaba participando en alguna carrera.

-No lo supe hasta hace dos días. Pero hace meses que lo vuestro acabó, Amelia. Deberíais ser capaces de mostraros civilizados. Aunque si todavía hay algo entre vosotros, quizá podáis comprobar adonde os lleva.

-Estás haciendo de casamentera conmigo. ¿Cómo has podido?

-Cariño, Neal está muerto y tú no.

-No necesitas recordármelo. Amaba a tu hermano y todavía lo amo.

-Yo también lo quería. Te quería mucho. Hiciste que su último año de vida fuera el mejor. Amelia, no tenemos por qué olvidarlo, pero han pasado tres años y tenemos que seguir con nuestras vidas. Pasas casi todo el tiempo sola en tu apartamento, leyendo novelas de amor y viendo películas románticas. Necesitas salir más.

-¡No con Toby Haynes!

-Es el único hombre con el que has estado saliendo desde Neal.

-No he estado saliendo con él. Tan sólo nos acostamos.

-Os saltasteis algunos preliminares, eso es todo.

Además, Vincent quiere que lo vigilemos.

-¿A Toby? ¿Por qué?

-Por el accidente.

Sorprendida, Amelia sacudió la cabeza.

-¿Qué accidente?

-El que tuvo Toby el último fin de semana. Le causó una contusión de tercer grado. Vincent dice que Toby es uno de esos hombres que nunca reconocería encontrarse mal, así que le ha pedido a Toby que venga y que cuide de nosotras. Pero somos nosotras las que tenemos que estar pendientes de él.

Amelia se pasó la mano por el pelo.

-Parece estar bien.

-Pero ya sabes por haber trabajado en neurología antes de ser transferida a la unidad de quemados lo que pueden engañar los golpes en la cabeza. Una de nosotras, preferiblemente tú, Madeline o yo, debemos estar con él cuando salga del hotel, puesto que conocemos los síntomas que pueden presentarse -dijo Candace-. Y tengo el nombre de un neurólogo de Mónaco. Toby ha de hacerse revisiones regularmente -añadió y metiendo la mano en su bolso, sacó una tarjeta y se la ofreció a Amelia.

Amelia la tomó sin demasiado entusiasmo.

-Me sorprende que no me pidieras que compartiera su suite.

-Esperaba que te ofrecieras voluntaria. Amelia entrecerró los ojos.