Regreso a la ciudad - Nikki Benjamin - E-Book

Regreso a la ciudad E-Book

Nikki Benjamin

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Beschreibung

Había un bebé huérfano en Belle... y el hijo pródigo de la ciudad iba a convertirse en su padre. Simon Gilmore había regresado a la ciudad y eso suponía un problema para Kit Davenport, que acababa de ganar la custodia del bebé de su mejor amiga. Aunque había sabido que estaba fuera de su alcance, Kit siempre había sentido algo muy especial por Simon. Pero no podía entender por qué había abandonado a su hijo... Pues porque no había tenido la menor idea de que era suyo. Hasta que entró a aquella cafetería y se vio reflejado en el rostro del pequeño Nathan. El único obstáculo era el deseo que Simon sentía por la guardiana del niño. Tendría que demostrarle que ellos tres debían estar juntos...

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Seitenzahl: 223

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Barbara Wolff. Todos los derechos reservados.

REGRESO A LA CIUDAD, Nº 1519 - octubre 2012

Título original: The Baby They Both Loved

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1141-6

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Kit Davenport miró al reloj de la cocina del restaurante Casa Belle. Eran casi las diez y media, y no esperaba a su camarera, Bonnie Lennox hasta las once.

Normalmente, Bonnie entraba a las siete, cuando abrían para servir los desayunos; pero esa mañana, su hija pequeña acababa la guardería e iban a dar una fiesta.

Por otro lado, el cocinero, George Ortiz, había llamado para decir que llegaría tarde por culpa de la artritis. El pobre hombre, tenía artritis en las manos y en las rodillas y, a veces, le dolían tanto que apenas podía moverse.

No era la primera vez que tenía que llevar el comedor sola. Su madre, Dolores, había sido la dueña del pequeño restaurante de Belle, un pueblo de Montana, hasta su muerte el pasado diciembre y Kit se había criado allí. Afortunadamente, todavía no habían abierto el Paso de Logan del Parque Nacional del Glaciar por lo que los turistas no habían empezado a llegar y casi todos los clientes eran gente del pueblo a los que ya conocía.

Kit se las había arreglado para tomar nota, freír huevos, preparar panqueques, servir las mesas, recogerlas y fregar sin problemas. Pero, empezar a preparar las comidas ella sola, podía ser demasiado. Especialmente cuando, al mismo tiempo, tenía que cuidar de Nathan Kane, su ahijado de dos años.

Al principio había estado muy entretenido con la actividad a su alrededor, pero ya empezaba a cansarse de estar en el corral que Kit le había puesto en una esquina de la barra.

Echó un vistazo a las pizzas que ya estaban en el horno y pensó que tenía que empezar a descongelar el pan de ajo. Pero, primero, tenía que servir otro desayuno.

—Sólo un ratito más, cielo —le dijo a Nathan con una sonrisa al pasar por su lado.

Él la llamó con su lenguaje especial. Más quejoso esa vez que la anterior. También agitó su oso de peluche para llamar su atención. Ella ni siquiera se paró por miedo a que el niño le pidiera que lo tomara en brazos con más insistencia.

—Es un niño buenísimo —le dijo Winifred Averill a Kit mientras le dejaba el desayuno sobre la mesa—. Qué pena lo de su madre; pero Lucy siempre fue muy alocada. Tuvo suerte de tenerte a ti como amiga. Si no, a saber qué habría sido de este pobre niño.

—Sí, señora, Nathan es muy bueno —dijo Kit, ignorando el comentario posterior. Winifred era una mujer de unos ochenta años que siempre decía lo que pensaba. Sus comentarios podían ser molestos, pero no lo hacía con mala intención—. Y yo fui la afortunada al tener a Lucy por amiga. Iluminó mi vida con su carácter alegre y siempre se preocupó mucho por su hijo. Para mí fue un honor cuando me pidió que fuera la madrina del niño y me nombró su tutora en el testamento.

—Es difícil creer que su padre evitara toda responsabilidad. Y eso que es un chico de buena familia; eso por no mencionar lo bueno que él parece.

—Sí, es difícil de creer —contestó Kit.

—Es una pena que no pueda crecer aquí, en Belle. Pero a ti nunca te gustó el pueblo tanto como a tu madre. Siempre deseando ir a la ciudad, ¿verdad, Kit?

—Sí, señora.

—Te empeñaste en ir a la universidad y conseguiste una beca para estudiar Psicología. Y todo para poder escuchar los problemas de la gente. Igual que tu madre hacía en Casa Belle, pero sin tener que ir a la universidad —riéndose suavemente, Winifred revolvió los huevos con las patatas—. Voy a echar de menos este lugar cuando lo cierres al final del verano.

—Espero encontrar a un comprador para no tener que cerrar. De hecho, ya me han preguntado un par de personas.

Era cierto que le habían preguntado; pero nadie había mostrado el interés suficiente.

Kit no quería tener que cerrar Casa Belle; pero tampoco quería renunciar a la vida que había conseguido en Seattle. No le había importado dejar los estudios para ayudar a su madre con el restaurante cuando cayó enferma, luego, se había quedado con el sólo propósito de mantenerlo abierto hasta que pudiera venderlo. Después, su amiga Lucy había muerto en aquel trágico accidente y, de repente, se había encontrado con un niño a su cargo.

—Hace un par de años, yo misma habría comprado este sitio —continuó la anciana, interrumpiendo los pensamientos de Kit—. Pero, ahora, no tengo tanta energía como a los ochenta y cinco.

—Eso es comprensible, señora —dijo Kit ocultando una sonrisa—. ¿Quiere más café?

—Sólo un poquito —respondió ella—. Si no es mucha molestia.

—Claro que no.

Kit se giró para agarrar la cafetera cuando la puerta se abrió. Otro cliente.

No había llegado muy lejos cuando los murmullos de los que estaban en las mesas inundaron la sala. Después, oyó la voz de Winifred:

—Vaya, vaya, vaya. Hablando del rey de Roma... —dijo con un tono entre sorprendido y divertido.

Kit dejó la taza sobre la barra y se volvió hacia la puerta con curiosidad.

En seguida lo reconoció. Alto, moreno, guapo, con su pelo negro rizado un poco largo, sus brillantes ojos azules resaltando en su cara morena, ni un gramo de grasa en su cuerpo atlético... Parecía que todos lo habían reconocido porque iba de mesa en mesa, saludando y estrechando manos con una sonrisa infantil en la cara.

Simon Gilmore se tomó su tiempo charlando con unos y con otros. Ella se había quedado petrificada al lado de la mesa de Winifred y lo miraba con preocupación. Le hubiera gustado tomar a Nathan en brazos y llevárselo de allí corriendo, pero no podría huir de él siempre. Además, el hecho de que hubiera vuelto a Belle no significaba que hubiera ido a ver al niño.

Hacía tres años, Simon se había marchado de la ciudad a toda prisa al descubrir que Lucy estaba embarazada. Y no había vuelto desde entonces. Y lo que era más importante, ni él ni sus acaudalados padres habían reconocido nunca su relación con el niño. No habían ayudado a Lucy mientras ésta estaba viva. Y, desde su muerte, hacía tres meses, nadie se había acercado a preguntar por el niño. Ni Michael ni Danna, los propietarios de uno de los ranchos de ganado más importantes del estado, ni su único hijo, Simon.

Por otro lado, también estaba el testamento de Lucy. Ella había decidido que Kit fuera la encargada de criar a su hijo si a ella le ocurriera algo que la incapacitara.

Aunque todavía tenían que formalizar la adopción, ya se consideraba su madre. Cualquiera que intentara apartarlo de ella, incluido Simon Gilmore, tendría que pelear duro.

Aunque estaba muy decidida, eso no impedía que se sintiera conmocionada al velo de nuevo. No podía evitar sentir una cierta vulnerabilidad proveniente del pasado; Lucy no había sido la única que se había sentido atraída por él.

Sin embargo, recordó cómo él había jugado con los sentimientos de su mejor amiga durante varios años y cómo la había dejado cuando descubrió que estaba embarazada. Eso fue lo único que necesitaba para recobrar la compostura.

Cuando estaba casi a la altura de ella, se encontró con sus ojos. Primero se quedó parado, después, se dirigió a ella con una mirada de determinación en los ojos y una sonrisa un tanto pícara en los labios.

Ella sintió algo raro en el estómago y permaneció quieta sin poder moverse ni decir nada.

—Kit Davenport... ¡Qué sorpresa encontrarte aquí! —dijo él con voz profunda, mostrando una sorpresa que parecía sincera—. He echado de menos tu preciosa cara.

Después, para total consternación de Kit, Simon Gilmore se inclinó sobre ella y le dio un beso en los labios, como si fueran antiguos amantes que volvían a encontrarse de nuevo. Y tanto trastorno le causó que, durante un segundo, cerró los ojos y a punto estuvo de besarlo.

Sólo la risa encantada de Winifred la salvó de perderse de aquella manera. Echó la cabeza hacia atrás y, al mismo tiempo, apoyó las manos sobre el pecho de Simon, apartándolo con fuerza.

—No —dijo en voz baja—. No vuelvas a hacer eso, ¿vale?

—¡Vaya!, lo siento —se apresuró a decir él un poco confundido—. No pretendía molestarte —se excusó mientras se metía las manos en los bolsillos—. Es sólo que me alegro mucho de verte. Quizá me dejé llevar.

—No pasa nada —dijo ella, un poco más calmada, sin atreverse a mirarlo.

No quería hacer una escena y tampoco quería hablarle mal; no podía permitirse que él se convirtiera en un enemigo.

—Lo siento —insistió él—. ¿Has venido a pasar el verano o sólo de visita?

Ella intentó ignorar la admiración que vio en los ojos azules de él mientras la miraba de arriba abajo. Sin embargo, fue más difícil pasar por alto la respuesta involuntaria de su cuerpo.

Hizo un esfuerzo en concentrarse en lo que acababa de decirle. ¿No sabría que su madre había muerto? ¿Sería posible que tampoco supiera nada de la muerte de Lucy?

Parecía que sí. Sus padres viajaban mucho, especialmente en los meses de invierno. De hecho, no recordaba verlos mucho por el pueblo después de las vacaciones.

Kit tuvo que hacer un esfuerzo para no mirar hacia el corral de Nathan, para no atraer la atención de Simon sobre el niño.

—Sí, estoy aquí por el verano —ya se enteraría de todo lo que no supiera en el bar de Douglas—. ¿Por qué no te sientas y te traigo un café? —le dijo ella, indicándole una mesa vacía.

—Prefiero el mostrador, si no te importa.

—Como quieras.

Mientras él se sentaba en uno de los taburetes, ella pasó detrás del mostrador.

—¿Qué te pongo?

—Café, por favor.

—¿Quieres también un desayuno? —preguntó intentando sonar simpática. Quería que Simon se fuera cuanto antes, pero temía que sospechara algo si ella seguía tan tensa.

—No; sólo café, gracias.

Ella estaba a punto de servirle, cuando el niño gritó para mostrar su descontento. El susto hizo que Kit derramara un poco de café sobre el mostrador, justo al lado de la mano de Simon. El comedor se quedó en silencio, después, estalló en sonoras risas.

—Perdona —se disculpó ella, limpiando el café que había derramado.

Mientras miraba, observó la cara de Simon con el rabillo del ojo. Él se había sorprendido tanto como ella con el grito del niño y, como era lógico, había mirado hacia el corral. Parecía que, hasta ese momento, no se había dado cuenta de que estaba allí.

Al principio, la expresión de su rostro era de curiosidad. Después, sus facciones reflejaron verdadera confusión.

Una cosa era ver a un niño en un corral, agitando un oso de peluche para llamar la atención, y, otra, muy distinta, que ese niño tuviera el mismo pelo brillante y los mismos ojos azules que uno mismo.

Kit limpió el trapo en el fregadero. Estaba mirando a Simon abiertamente y vio cómo su cara iba quedándose pálida.

De su garganta escapó un sonido que ella no entendió, después, se volvió hacia ella. Durante unos segundos la miró sin decir nada.

Para Kit, el parecido entre los dos era imposible de pasar por alto. Sin embargo, Simon no pareció hacer la conexión. O, quizá, no quiso hacerla, pensó, sintiendo que se ponía furiosa.

—¿Así que hay un nuevo miembro en la familia?

—En cierto modo, sí —dijo ella, logrando ocultar su enfado.

No podía pensar que aquel niño era su hijo biológico. Aquel beso en los labios era lo más cerca que había estado de él nunca. ¿Cómo podía pensar que había tenido un hijo igual que él?

—¿Es tu hijo? —preguntó él, relajándose un poco.

—Ahora, sí.

—¿Qué quiere decir eso? O es tu hijo o no lo es —de nuevo volvía a estar confundido y, también, un poco exasperado.

Ella lo miró seria. ¿No se enteraba o no quería enterarse?

—Nathan es mi hijo, ahora. Pero su madre verdadera era Lucy Kane. Desgraciadamente, murió en un accidente de tráfico a finales de febrero. Yo soy su tutora legal —tomó aliento para ver si su voz dejaba de temblar—. Voy a adoptarlo.

—¿Ese niño es el hijo de Lucy Kane? —preguntó él, lentamente.

Su sorpresa era más que evidente.

—Sí, es el hijo de Lucy.

—¿Pero Lucy murió en un accidente de tráfico?

Cada vez parecía más atónito.

—Sí, era tarde y había una placa de hielo en la carretera; perdió el dominio del automóvil y se estrelló contra un árbol.

Parecía que le acabaran de dar un golpe. Su cara estaba totalmente pálida y se agarraba con tanta fuerza al mostrador que tenía los nudillos blancos. Parecía realmente conmocionado cuando volvió a mirar al niño de nuevo. Intentó decir algo, pero no lo logró.

Entonces, sin decir nada, se levantó y se dirigió hacia la salida. Allí se paró. Tenía los hombros caídos, como si llevara un gran peso encima. Se giró una vez más a mirar al niño. Después, abrió la puerta y salió.

Nunca había pensado en cómo reaccionaría Simon al enterarse de la muerte de Lucy. Aquel dolor que había visto en sus ojos justo antes de cerrar la puerta no había sido fingido. De hecho, la sinceridad de su angustia la había tomado totalmente por sorpresa.

¿Cómo podía aparentar tanto tormento después de haber sido capaz de abandonar a Lucy y de no mostrar ni una pizca de interés por el bienestar de su propio hijo?

Realmente, la reacción de Simon habría estado más acorde con alguien que acababa de descubrir que tenía un hijo y que el amor de su vida había muerto. Sin embargo, ella sabía que Lucy le había dicho que estaba embarazada.

Aquello no tenía ningún sentido.

—Así que el hijo pródigo ha vuelto —comentó Winifred—. Ya era hora.

Kit olvidó sus elucubraciones y se acercó a la mesa de la mujer con la nota.

—Perdone que no le trajera el café.

—En realidad, no necesitaba más cafeína. De todas formas, tenías las manos llenas —dijo la mujer entre risas, mientras sacaba un monedero del bolsillo de la chaqueta.

—Sí —admitió ella.

—Seguro que vuelve —le advirtió—. Será mejor que estés preparada.

Ella pensaba lo mismo.

En aquel instante la campana de la puerta volvió a sonar. Esperaba que no fuera tan pronto. Para su alivio, se trataba de Bonnie que entró llena de energía, con los rizos saltándole sobre los hombros y sus ojos joviales brillantes.

—Hola a todos —dijo en voz alta.

Los pocos clientes que quedaban la saludaron a coro. Kit la miró agradecida, después, se dirigió hacia el corral y tomó al niño en brazos.

—¿Has tenido mucho lío? —preguntó la mujer mientras se colocaba un delantal.

—No mucho. ¿Qué tal la fiesta de Allison?

—Estaba preciosa y ganó un premio por el mejor dibujo —su sonrisa mostraba el orgullo que sentía—. Me pareció ver a Simon Gilmore sentado en un todoterreno negro que había aparcado dos calles más abajo. ¿Me engañaban mis ojos o se ha atrevido a mostrar su cara bonita por el pueblo?

—Definitivamente, ha vuelto. De hecho, acaba de estar aquí.

—¿Y? —preguntó mirando a Kit sin aliento.

—No sabía lo de Lucy.

—¿Vio a Nathan?

—Sí; pero se mostró, realmente, conmocionado. Como si no supiera de su existencia.

—¿Cómo es eso posible?

—Sinceramente, no lo sé. Pero su reacción no tenía nada que ver con lo que Lucy nos contó que había dicho hacía tres años.

—¿Qué te dijo? —preguntó Bonnie.

—No mucho. Se limitó a hacerme preguntas. Las respuestas parecían sorprenderlo. Y mucho. Pero no me dio ninguna explicación. Solamente, se levantó y se marchó sin decir ni una palabra.

—¿Crees que te causará problemas con la adopción de Nathan?

—No lo sé —respondió Kit, caminando hacia la cocina, pensativa.

Bonnie la siguió en silencio.

Kit tenía un mal presentimiento. El presentimiento de que «sí sabía». Y lo que sabía hizo que apretara a Nathan más fuerte y con más ansiedad que nunca.

Capítulo 2

Simon Gilmore no paraba de darle vueltas a la cabeza e iba comprendiéndolo todo. El tiempo pasaba lentamente, un minuto tras otro, pero no podía hacer otra cosa que permanecer sentado detrás del volante de su recién estrenado cuatro por cuatro y mirar al frente.

Con cuatro frases, Kit Davenport le había dado la vuelta a su mundo.

Cuando la vio en el restaurante, habían venido a su mente sus tiempos jóvenes y lo primero que le apeteció fue besarla; como si eso fuera lo más natural del mundo. Pero, luego, ella lo había puesto al corriente. Cada una de sus revelaciones había sido dolorosa por sí sola. Todas juntas le habían dejado paralizado el corazón y el alma.

La muerte trágica y repentina de Lucy, una chica preciosa y llena de vitalidad, le había afectado mucho. Aunque ella lo había dejado hacía tres años, habían compartido muy buenos momentos juntos. Con el tiempo, había superado el dolor de la ruptura y había logrado pensar en ella sin sentir angustia. De hecho, había ido al pueblo con la idea de volver a verla y charlar con ella para poder quedar como amigos.

Pero nunca iba a volver a ver a Lucy Kane de nuevo. Y, en lugar de volver a ser su amigo, se encontraba al borde de un precipicio.

Simon había visto suficientes fotografías de él mismo de pequeño como para darse cuenta de que el crío que había visto en Casa Belle era su viva imagen. También era la prueba de que la traición de Lucy había sido mucho más deliberada y despreciable de lo que jamás había podido imaginar.

Nathan Kane tenía que ser el niño que Lucy había llevado en su vientre hacia tres años. Pero en aquella noche de agosto, lo había mirado a los ojos y le había dicho que no era suyo. Le había pedido que aceptara el trabajo de reportero que le ofrecía el Seattle Post al acabar periodismo y que se olvidara de ella porque estaba enamorada de otra persona.

¿Le habría dicho la verdad?, se preguntó Simon. ¿Realmente se habría estado acostando con otra persona aquel verano? Estaba tan segura de que el hijo no era de él... y él había tenido tanto cuidado de utilizar siempre preservativo... casi todo el tiempo.

Después de un maravillosos verano juntos hacía tres años, Simon hubiera querido casarse con Lucy y llevársela con él a Seattle. Al principio, a ella le había parecido bien; después, había dejado caer una bomba: no sólo estaba embarazada, sino que el hijo era de otro.

Destrozado, Simon se había marchado a lamerse su heridas y había permanecido alejado hasta ese día. Lejos de su pueblo, de sus amigos y de sus padres.

Sus padres...

Dejó escapar un juramento.

Ahora entendía por qué esas prisas para que volviera a casa. Su insistencia en que regresara a Belle por «asuntos familiares». Su padre no se había molestado en explicarle de qué asuntos se trataba; sólo le había ordenado que fuera, inmediatamente.

Afortunadamente, tenía un mes de vacaciones después de dos años viajando por todo el mundo, tomando fotografías y escribiendo historias para el periódico.

No estaba mal, pensó, porque lo que pasaba en Belle le iba a llevar más de una semana, que era el tiempo que había pensado que iba a pasar en el rancho.

Por el tono y la impaciencia de sus padres, se había imaginado que algo duro le esperaba. Por eso había parado en Casa Belle. Para tomarse un buen desayuno. Allí había disfrutado de muchos desayunos desde que tenía... bueno, la edad de Nathan.

Sus pensamientos volvieron al niño pequeño que seguro era su hijo. Ahora entendía el enfado en la voz de sus padres. Probablemente, acababan de enterarse de que el huérfano que estaba al cuidado de Kit Davenport era su hijo, es decir, el nieto de ellos.

Y, seguramente, que debieron pensar lo que Kit había pensado: que había abandonado a Lucy y se había evadido de sus responsabilidades.

¿Por qué le habría hecho aquello Lucy? ¿Habría pensado de verdad que él no era el padre del hijo que esperaba?

Pensándolo detenidamente, llegaba a la conclusión de que no creía que hubiera estado con ningún otro hombre aquel verano. De hecho, habían pasado hasta el último minuto juntos. Kit Davenport, la mejor amiga de Lucy también había pasado mucho tiempo con ellos.

Kit y Lucy eran amigas íntimas y compartían todos sus secretos. Si la hostilidad que le había mostrado Kit era indicativo de algo, era de que pensaba que él sabía lo de el niño.

Unos golpecitos en la ventanilla del coche llamaron su atención. Al girarse, vio a Winifred Averill mirándolo de manera acusatoria.

Justo lo que necesitaba. Una charla de una de las mujeres más anciana de Belle.

Bajó la ventanilla y saludó a la mujer.

—Buenos días, señorita Averill. Me alegro de verla. ¿No estaba desayunando hace un rato en Casa Belle?

—Buenos días, joven. Yo no sé si me alegro tanto de verlo. Porque tengo entendido que durante los últimos años ha descuidado sus asuntos.

No debería sorprenderle que la mujer pensara lo peor de él. El tono de la conversación con sus padres la noche anterior indicaba que ellos habían pensado lo mismo.

—¿Me creería si le dijera que me acabo de enterar de lo del pequeño? —le respondió él, intentando no parecer que estaba a la defensiva.

Winifred le sostuvo la mirada un rato. Después asintió satisfecha.

—Lo sabía. Siempre te he considerado un chico formal. Pero ahora estás aquí y sabes cuáles son tus responsabilidades. Me imagino que harás lo que debes con el pequeño y con Kit. Creo que eso es lo que importa.

—Realmente, lo haré lo mejor que pueda —le aseguró, aunque no sabía muy bien por dónde iba a empezar.

La señorita Averill pareció leerle el pensamiento.

—Quizá lo mejor sea que vayas a suavizar las cosas con Kit —le sugirió la anciana—. Ha tenido que pasar por mucho durante estos seis últimos meses. Primero su madre se puso enferma. La pobre Dolores sólo duró dos semanas desde que le descubrieron el cáncer en diciembre. Después, Lucy Kane se estrelló contra un árbol y se encontró con un niño a su cargo. Está intentando vender el restaurante para poder volver a la universidad en Seattle; pero parece que le va a costar. Yo diría que no le vendría nada mal un hombro fuerte en el que apoyarse.

—No sabía lo de la madre de Kit.

—No me extraña porque tus padres pasan más tiempo fuera que en el pueblo. Lo mejor es que vuelvas a Casa Belle y hables con Kit. Pasa unos minutos conociendo a ese pequeño tuyo. Es muy bueno, como su papá —añadió con una sonrisa antes de alejarse por la acera.

Abrumado otra vez por la realidad a la que se enfrentaba, Simon subió la ventanilla y sacó la llave del contacto. Seguiría el consejo que le acababan de dar e iría a hablar con Kit antes de volver al rancho. Iba a tener que darle muchas explicaciones a sus padres cuando los viera y esperaba, para entonces, tener alguna respuesta.

Si alguien podía decirle algo sobre Lucy y Nathan, ésa era Kit Davenport. Caminó la corta distancia que lo separaba del restaurante con renovada energía.

En el comedor quedaba poca gente y nadie le dedicó más de una mirada cuando volvió a entrar. Inmediatamente, vio que el corral estaba vacío y que Kit no estaba tras la barra.

En lugar de ella, una mujer algo más mayor salió al comedor a saludarlo.

Simon la reconoció.

—Hola, Bonnie Lennox, me alegro de verte —la saludó él con cordialidad.

—¿Qué tal estás, Simon Gilmore? Kit me dijo que estuviste aquí hace un momento.

Aunque su tono era amistoso, su mirada era recelosa.

—Sí. Nuestro comienzo no fue muy bueno y me largué como un ratón asustado. Pero, he tenido tiempo de tranquilizarme y pensar un poco —dijo con una gran sonrisa—. ¿Podrías decirle que me gustaría hablar con ella?

—Bueno, no sé si será posible —dudó Bonnie, mientras se secaba las manos en el delantal. Parecía bastante incómoda—. Estamos un poco atrasadas con las comidas y pronto empezará a llegar la gente...

—Está bien, Bonnie. Hablaré con él —dijo Kit, desde la puerta de la cocina, con el niño en brazos—. George ya ha llegado. Él puede encargarse de las comidas.

Simon se imaginó que Kit habría estado escondida en la cocina y no podía culparla. Al mirarla, se preguntó qué actitud adoptaría con él.

No había cambiando mucho en aquellos tres años, pero los pocos cambios eran más que evidentes. Se había cortado el pelo que solía llevar por los hombros y se había dado mechas claras que resaltaban sus delicadas facciones. Sus grandes ojos verdes eran mucho más bonitos de lo que recordaba. Ella nunca había sido del montón, pero, en aquel momento, la encontraba realmente bonita. Parecía más segura, pero, también, mucho menos alegre.

—Podemos hablar arriba, aunque no estoy segura de que sea necesario —hizo un esfuerzo por mirarlo a los ojos.

Simon ya había estado allí arriba en más de una ocasión, pero siempre con Lucy. Nunca solo.

—Bueno, yo diría que sí es necesario —dijo él.

Él entendía y aceptaba sus reservas. Pero no quería lastimarla y se lo iba a demostrar. Estaba allí para ayudarla, no para hacerle daño.

—No me puedo imaginar el motivo —preguntó ella mientras subían por las escaleras de madera.

—No te andes con rodeos, Kit. No es tu estilo —le advirtió él.

—Yo no... —empezó a protestar ella.

—Sí, lo estás haciendo —afirmó Simon mientras miraba al niño por encima del hombro de Kit—. Sabes muy bien que estoy aquí por Nathan. Él es mi hijo y he venido a recogerlo.

A mitad de la escaleras, Kit perdió el equilibrio al oírlo. Afortunadamente, él la agarró y evitó que se cayera. Con las manos en sus brazos, la sujetó con fuerza mientras ella recobraba el equilibrio. La mirada que le dirigió iba cargada de más hostilidad que gratitud. Aun así, el contacto de su piel, cálido y suave había logrado que el estómago diera un brinco inesperado.