Reinicia el cerebro de tu hijo - VICTORIA L. DUNCKLEY - E-Book

Reinicia el cerebro de tu hijo E-Book

VICTORIA L. DUNCKLEY

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Beschreibung

UN PLAN DE TRATAMIENTO SIN COSTE ALGUNO Y SIN FÁRMACOS PARA NIÑOS CON TRASTORNOS DEL COMPORTAMIENTO Y DE SALUD MENTAL Cada vez son más los padres que se enfrentan a unos hijos que se comportan mal sin razón obvia alguna. A muchos de estos niños, que están alterados y se muestran siempre irritables se les diagnostica un trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), trastorno bipolar, autismo u otros trastornos, pero con el tiempo se comprueba que no responden bien al tratamiento. Entonces se les medica, frecuentemente con malos resultados y efectos secundarios no deseados. Basándose en las investigaciones científicas más recientes y en su vasta experiencia clínica, la doctora Victoria Dunckley (psiquiatra infantil integral) ha liderado un programa de cuatro semanas de duración para tratar la causa subyacente frecuente: el síndrome de la pantalla electrónica (SPE). La doctora Dunckley ha comprobado que el uso diario de aparatos interactivos con pantalla (ordenadores, videojuegos, teléfonos inteligentes y tabletas) hiperestimula fácilmente el sistema nervioso de un niño, y desencadena en él una serie de síntomas persistentes. Pero, afortunadamente, también ha descubierto que un "ayuno" electrónico estricto mejora, por sí mismo, el estado de humor, la concentración, el sueño y el comportamiento, con independencia del diagnóstico recibido por el niño. Esta sencilla actuación, expuesta ahora en este libro, puede provocar un cambio transformador de la vida en la función cerebral, y todo ello sin suponer coste alguno ni administrar medicación a los niños. La doctora Dunckley hace concebir esperanza a los padres que sienten que su hijo ha recibido un diagnóstico erróneo o que se le ha recetado un fármaco inadecuado, pues les proporciona una explicación alternativa a las dificultades por las que atraviesa su hijo y un plan concreto para tratarlas.

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Victoria L. Dunckley

Reinicia el cerebro de tu hijo

Un plan de cuatro semanas para acabar

con las crisis emocionales, mejorar las calificaciones escolares

y potenciar las habilidades sociales de tu hijo.

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Los editores no han comprobado la eficacia ni el resultado de las recetas, productos, fórmulas técnicas, ejercicios o similares contenidos en este libro. Instan a los lectores a consultar al médico o especialista de la salud ante cualquier duda que surja. No asumen, por lo tanto, responsabilidad alguna en cuanto a su utilización ni realizan asesoramiento al respecto.

Colección Psicología

Reinicia el cerebro de tu hijo

Victoria L. Dunckley

1.ª edición en versión digital: noviembre de 2017

Título original: Reset Your Child's Brain

Traducción: Reset Your Child's Brain

Maquetación: Juan Bejarano

Corrección: M.ª Ángeles Olivera

Diseño de cubierta: Enrique Iborra

© 2015, Victoria Dunckley.

Publicado en Estados Unidos por New World Library.

(Reservados todos los derechos)

© 2017, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida

08191 Rubí - Barcelona - España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-9111-289-1

Maquetación ebook: [email protected]

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Para todos los padres, niños y adultos jóvenes con los que he trabajado y

que tomaron el camino menos trillado optando por librarse de las pantallas.

Vuestros esfuerzos, vuestras sinceras críticas constructivas y vuestras ideas

creativas ya han ayudado a muchos otros, y es de esperar que ayuden

a muchos más a través de este libro.

Os saludo a todos.

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Introducción

PARTE I

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

PARTE II

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

PARTE III

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Apéndice A

Apéndice B

Apéndice C

Agradecimientos

Bibliografía

Acerca de la autora

Introducción

ALGO MALVADO SE ACERCA

Hace varios meses, una colega a la que apenas conocía me llevó aparte mientras pasaba al lado de ella por el pasillo del trabajo. «¿Puedo hablar contigo?», me susurró encarecidamente. Sin esperar ninguna respuesta, se lanzó a explicarme la letanía de problemas que estaba teniendo con Ryan, su hijo de ocho años. A lo largo del último año, Ryan se había vuelto cada vez más deprimido, irritable y aislado. Las crisis nerviosas y las lágrimas por incidentes aparentemente nimios se habían convertido en algo cotidiano. Estaba pasando menos tiempo con sus amigos, y prefería quedarse solo en su habitación durante horas, jugando a juegos en su teléfono móvil. Estaba suspendiendo casi todas las asignaturas en la escuela y sus profesores estaban frustrados por su gran capacidad para distraerse y su falta de organización.

Ryan había sido evaluado y tratado por dos psiquiatras infantiles y tres terapeutas a lo largo de un período de seis meses. Al principio le diagnosticaron un trastorno por déficit de atención, luego autismo altamente funcional y finalmente trastorno bipolar. Se encontraba en su cuarta prueba con fármacos, pero su madre pensaba que cada medicación no le hacía sino empeorar.

«No sé qué hacer, llegada a este punto –me dijo–. Siento como si estuviéramos pasando algo por alto. Quería conocer tu opinión sobre toda esta medicación».

Esquivando la cuestión de la medicación, le expliqué que veo a chicos con el «problema» de Ryan cada día, y le di algunas bases sobre cómo los aparatos electrónicos con pantalla irritan el cerebro e hiperestimulan el sistema nervioso, en especial en los niños. Y le aconsejé que probara con un plan aparentemente radical antes de pensar en más cambios: eliminar todos los videojuegos, los aparatos electrónicos portátiles, los ordenadores y los teléfonos móviles de las manos de Ryan durante tres semanas: en esencia, someter a Ryan a un «ayuno electrónico».

A medida que fuimos hablando más, la explicación empezó a tener sentido para ella, especialmente cuando le vino a la cabeza que Ryan había recibido su primer teléfono móvil (uno «inteligente») el año anterior, poco antes del inicio de sus problemas. Desesperada por conseguir alguna mejora, mi colega se puso manos a la obra de inmediato y se ciñó al plan que le había bosquejado.

Cuatro semanas después me buscó y me informó, emocionada, de que a Ryan le estaba yendo «mucho, MUCHO mejor». Su rostro, su cuerpo e incluso su pronunciación parecían más relajados. Se vio inspirada a seguir con la «abstinencia electrónica», y seis meses después Ryan dejó de tomar todos sus medicamentos. Sus calificaciones habían mejorado y volvía a salir a jugar fuera de casa con sus amigos.

«Ha vuelto a ser él mismo», me dijo orgullosa.

¿Por qué habían diagnosticado tan mal el problema de Ryan, incluso profesionales muy reputados (dos de los cuales eran profesores en una importante institución académica de Los Ángeles)? ¿Y por qué le habían recetado tantos medicamentos, ninguno de los cuales pareció ser de ayuda? Lamentablemente, la experiencia de Ryan recibiendo un tratamiento ineficaz para un trastorno de la salud mental dista mucho de ser algo singular. Pero antes de entrar en las razones subyacentes, tengamos en cuenta algunas tendencias emergentes relativas a los trastornos de la salud mental infantil. En el simple período de diez años que va de 1994 a 2003, el diagnóstico de trastorno bipolar en niños se multiplicó por cuarenta.1 Los trastornos psiquiátricos infantiles como el TDAH (trastorno de déficit de atención con hiperactividad), los trastornos del espectro del autismo y los tics nerviosos van en aumento.2 Entre 2002 y 2005, las recetas de medicamentos para el TDAH crecieron un 40 %.3 La enfermedad mental es ahora la primera razón de entre los expedientes de discapacidad de niños, lo que representa la mitad de todas las solicitudes presentadas en 2012 en comparación con sólo el 5 o el 6 % de las solicitudes hace veinte años.4

Ahora piensa que este incremento en los problemas psicosociales y del desarrollo neurológico infantiles se ha dado al mismo ritmo que el aumento de la exposición a pantallas electrónicas en la vida cotidiana. Los niños no sólo están expuestos a cantidades cada vez mayores de tiempo frente a pantallas en el hogar y la escuela, sino que dicha exposición comienza a edades cada vez más tempranas. Los niños de entre dos y seis años pasan ahora entre dos y cuatro horas diarias pegados a una pantalla (durante un período en su vida en el que una cantidad suficiente de juegos saludables son vitales para su desarrollo normal).5 La enseñanza de informática durante los primeros años de educación escolar (incluyendo la etapa preescolar) se ha vuelto algo normal, a pesar de la falta de información a largo plazo relativa a lo que provoca esto sobre el aprendizaje y el desarrollo.6 Y según una encuesta a gran escala llevada a cabo por la Kaiser Family Foundation en 2010, los niños de entre ocho y dieciocho años pasan ahora una media de casi siete horas y media al día delante de una pantalla: un aumento del 20 % con respecto a cinco años antes.7

Los dispositivos portátiles y móviles son los responsables de la mayor parte del crecimiento reciente. Estos aparatos agravan la toxicidad debido al hecho de que se sostienen más cerca de los ojos y el cuerpo, se usan con más frecuencia a lo largo del día y tienden a utilizarse durante actividades que anteriormente facilitaban la conversación (como ir en coche o salir a comer fuera de casa). Desde 2005 hasta 2009, el número de niños que tenían teléfono móvil se duplicó. En la actualidad, alrededor de la tercera parte de los niños de diez años tiene su propio teléfono móvil.8 Las dos terceras partes de los adolescentes estadounidenses tienen teléfonos móviles, y el 70 % tiene un iPad, una tableta o un dispositivo similar con conexión a Internet.9 Y de acuerdo con un informe de Nielsen (una compañía que estudia los hábitos de consumo), los adolescentes estadounidenses escriben mensajes de texto más de cuatro mil veces al mes, o unas ciento treinta veces al día.10

Sin duda, la vida moderna cotidiana expone a retos únicos al cerebro, la mente y el desarrollo social de los niños a los que ni los progenitores ni los médicos se habían enfrentado antes. La explosión del uso de Internet, de los videojuegos, de la utilización de teléfonos móviles y de la redacción de mensajes de texto es un fenómeno relativamente nuevo, y todavía deben averiguarse todas las implicaciones de una exposición tan excesiva a la tecnología. Mientras escribo esto, el iPad y otras tabletas han arrasado en tan sólo unos pocos años. A pesar de las cada vez más pruebas que sugieren que la exposición a aparatos electrónicos con pantalla provoca daños por naturaleza (más allá del simple hecho de perder el tiempo y ser sedentarios), gran parte de las investigaciones sobre estas novedades siguen siendo dispares, muy técnicas o demasiado enfocadas en problemas limitados, como los juegos violentos o la adicción a Internet. La revisión de las investigaciones sobre el uso «normal» es difícil de valorar, en parte porque lo que es normal es algo que evoluciona constantemente, y en parte porque se están llevando a cabo estudios relevantes en diversidad de áreas que van desde la sociología a la física cuántica, haciendo que los hallazgos resulten difíciles de asimilar.

Para sumarse a la confusión, tenemos el desgraciado hecho de que el público recibe, diariamente, mensajes contradictorios en la prensa sobre los efectos que los aparatos electrónicos tienen sobre el cerebro. La gente no dispone de una forma fácil de determinar si se considera que cierto estudio tiene una metodología sólida, si cualquiera de los investigadores tenía conflictos de intereses económicos, si los medios explotan los hallazgos con fines sensacionalistas o si los generalizan en exceso, qué muestra la mayoría de los estudios no sesgados, o si se está oyendo hablar de un estudio de forma tan prominente debido a un comunicado de prensa generosamente financiado y orquestado con mucho cuidado. A los progenitores se les dan vagos consejos sobre la «moderación» del uso y se les suele llevar a pensar que limitar el tiempo que se pasa delante de una pantalla sólo se aplica a los videojuegos. Se les dice que eviten los juegos violentos, pero que los juegos educativos podrían aportar a un niño una «ventaja» sobre sus compañeros o incluso potenciar su inteligencia. Han oído hablar sobre la adicción a Internet y a los juegos, pero se les anima a que se sientan tranquilos si su hijo no cumple unos criterios estrictos de adicción.

Sin embargo, muchos progenitores perciben, de forma intuitiva, que las actividades con pantallas electrónicas tienen efectos no deseados sobre el comportamiento y el estado de humor de sus hijos, pero no están seguros sobre qué hacer al respecto. Se sienten impotentes debido a la enorme preponderancia de dispositivos electrónicos en el hogar y la escuela. Al mismo tiempo, los padres son sumamente conscientes de que se ha vuelto cada vez más frecuente que las familias tengan por lo menos un «hijo problemático» que esté sufriendo un trastorno en un grado suficientemente importante como para que un progenitor o un maestro busque ayuda. Como los problemas del niño suelen incluir crisis nerviosas, suspensos en la escuela o la pérdida de amistades, los padres se sienten ahora cada vez más desesperados para encontrar respuestas.

Así pues, ¿qué le está sucediendo realmente a nuestros hijos? Al igual que Ryan, muchos jóvenes muestran unos síntomas imprecisos pero perturbadores que confunden a los médicos, los maestros y los progenitores por igual, dando lugar a unos diagnósticos prematuros o erróneos en un intento equivocado por poner un nombre al problema y emprender acciones. En una palabra, estos niños están desregulados (es decir, tienen problemas para modular sus respuestas emocionales y sus niveles de excitación cuando están estresados). De hecho, en 2013, un nuevo y controvertido diagnóstico (el trastorno de desregulación disruptiva del estado de ánimo, o TDDEA) vio la luz en la anhelada quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, o DSM-5). La aparición de un niño con irritabilidad crónica, mala concentración, ataques de ira, crisis nerviosas o emocionales y un comportamiento rebelde y desafiante perturbador se ha vuelto inquietantemente común, y hay unas preocupaciones legítimas por el hecho de que estos niños puedan recibir un mal diagnóstico consistente en un trastorno bipolar u otros problemas y que les receten medicaciones antipsicóticas.11 Frente al incremento en estos diagnósticos, los psiquiatras pensaron que era necesario definir un nuevo trastorno que encajara de forma más precisa con los síntomas de estos niños, a pesar de la falta de pruebas definitivas de que estos síntomas representaran un verdadero trastorno mental orgánico.

Pero ¿qué pasa si este «trastorno» caracterizado por la desregulación no es una nueva plaga misteriosa, sino que está relacionada con el entorno? Si nos preguntamos: «¿Cuál ha sido el mayor cambio en el entorno de nuestro hijo en comparación con hace tan sólo una generación?», la respuesta no es el gluten, los pesticidas, los plásticos ni los colorantes alimentarios,* sino la aparición de Internet, los teléfonos móviles y la comunicación sin cables. ¿Podría el TDDEA realmente ser simplemente un subproducto del bombardeo constante procedente de dispositivos electrónicos con pantalla que provocan que el cerebro se cortocircuite?

¿Y qué sucedería si la eliminación sistemática de estos dispositivos con pantalla proporcionara un muy necesario alivio casi de inmediato?

El viaje de un médico

Fui consciente por vez primera de los efectos negativos del tiempo que se pasa frente a una pantalla a principios de la década de 2000 mientras trabajaba con pacientes especialmente sensibles. Se trataba de niños con trastornos psiquiátricos complicados por traumas psicológicos. Algunos de estos chicos vivían en hogares grupales, otros estaban en casas de acogida temporal y otros habían sido adoptados por una nueva familia. Independientemente de su situación en ese momento, todos compartían una serie de síntomas debidos a cambios universales que el cerebro y el organismo llevan a cabo cuando se enfrentan a repetidos traumas: en concreto una respuesta de «gatillo hipersensible» ante lo que se considera estrés que pone a su pequeño cuerpo en un estado casi constante de «lucha o huida». Este estado estaba marcado por la reactividad emocional, los problemas para obedecer las órdenes, las crisis nerviosas frente a pequeñas frustraciones y una elevada excitación psicológica («revolucionarse» con facilidad).

A través de la observación regular de estos niños sensibles a lo largo de meses y años, descubrí que incluso las pequeñas cantidades de entretenimiento con videojuegos desencadenaban esta respuesta de lucha o huida (la misma respuesta que estábamos intentando aliviar con terapia y mitigar con medicación). Empecé a aconsejar a los padres y a los empleados de los hogares grupales que evitaran que estos niños tuvieran acceso a cualquier videojuego. Estos niños ya se enfrentaban a suficientes problemas: ¿por qué añadir leña al fuego? Aunque mi consejo solía toparse con resistencias, cuando se siguió esta actuación, muchos de los síntomas más evidentes se redujeron con bastante rapidez.

Una intervención especialmente sorprendente se dio en un centro residencial para el tratamiento donde trabajaba con los niños (y los empleados) in situ. Cada semana, cuando el equipo de tratamiento se reunía, me veía bombardeada con todos los desgraciados sucesos que se habían dado a lo largo de la semana anterior y me veía presionada para realizar cambios en la medicación para alterar el comportamiento de los chicos. Cada «hogar» de este centro disponía de consolas de videojuegos que se usaban como incentivos por el buen comportamiento, y cada semana oía cosas como: «Jacob pegó a Robert en la cabeza mientras estaban jugando juntos a un videojuego el sábado» o «Joaquín fue el único niño que tuvo un buen comportamiento en el hogar el miércoles, así que le recompensamos con algo de tiempo de entretenimiento con videojuegos, pero se puso muy nervioso, volviéndose bastante agitado, y lanzó una silla».

Con frecuencia me exasperaba y preguntaba cosas como: «Ya para empezar, ¿por qué siquiera tenemos videojuegos en los hogares?». La mayor parte del tiempo mis quejas caían en saco roto, pero un día, parte de los empleados de un hogar se me acercaron después de la reunión semanal y me dijeron que ellos también sospechaban que los videojuegos suponían un problema. Los jefes del hogar celebraron una reunión y decidieron que querían intentar retirar los videojuegos para ver si esto ayudaba a mantener el hogar más tranquilo. Como era de esperar, un mes después, el número de «informes de incidentes especiales» (que se reservaban para comportamientos graves, como actos agresivos manifiestos) de ese hogar se redujo en un tercio. Lo interesante es que el personal también se dio cuenta de que los niños dejaron de preguntar por los videojuegos bastante rápidamente y recurrieron de forma natural a actividades más saludables. Años más tarde, uno de los empleados (un hombre) que había iniciado la retirada de los videojuegos se puso en contacto conmigo para preguntarme si seguía trabajando para hacer crecer la concienciación sobre el uso de esta actuación y se ofreció a escribir un testimonio. La enorme diferencia que aquello supuso en el comportamiento de los niños de ese hogar le marcó.

Otro grupo de pacientes que pronto vi que eran sensibles a jugar con videojuegos eran aquellos con tics nerviosos o con el síndrome de Tourette.** En el caso de estos niños, áreas hiperactivas del cerebro estaban provocando una actividad motora involuntaria. La exacerbación de los síntomas provocada en este grupo por los videojuegos era incluso más obvia. En el caso de algunos chicos, jugar a videojuegos aumentó la frecuencia general de sus tics nerviosos y su gravedad, y en el caso de otros, los tics se intensificaban mientras jugaban a videojuegos o estaban frente a un ordenador. Más de un progenitor me mostró un vídeo de su hijo jugando con el ordenador mientras sus tics nerviosos aumentaban enormemente. Una vez más, la retirada de los videojuegos provocó un alivio significativo y a veces nos ayudó a evitar la medicación.

En el caso de todos estos niños, había algo relacionado con jugar a videojuegos que parecía exacerbar sus síntomas neurológicos y psicológicos haciendo que su cerebro y su organismo se pusieran a toda velocidad. Aunque mis observaciones y esfuerzos se centraban concretamente en los videojuegos, con el tiempo se puso de manifiesto que las reacciones de lucha o huida se daban también con otros aparatos con pantallas interactivas, como los ordenadores portátiles y los teléfonos móviles inteligentes. Por último averigüé que estos efectos eran evidentes no sólo en niños con trastornos psiquiátricos importantes, sino también en chicos con «simples y clásicos» síntomas del TDAH. Por último, me di cuenta de que incluso los niños «normales» (sin ningún diagnóstico de problemas) podían experimentar síntomas menos extremos pero, no obstante, perturbadores, lo que significaba que no eran sólo los niños sensibles o aquellos con trastornos psiquiátricos los que eran vulnerables a los efectos adversos, sino que potencialmente lo era cualquier chico.

Con la certeza de que había establecido un vínculo importante, empecé a recetar la restricción de los videojuegos de forma más amplia y estricta (con resultados sorprendentes). Aunque quizás sólo una minoría de niños sean verdaderamente «adictos» a los videojuegos, observé cómo la amplia mayoría de los chicos mostraban ciertos síntomas relacionados con los videojuegos (unos síntomas muy parecidos a la exposición a las anfetaminas) que se resolvían al cabo de días o semanas de abstinencia completa. Observé lo que sucedía antes y después de la intervención, a la que di el nombre de ayuno electrónico, hice un seguimiento de las mediciones objetivas (como las calificaciones o la culminación de las tareas escolares), y vi lo que sucedía cuando los progenitores «reintroducían», inevitablemente, pantallas. Presté atención a lo que costó convencer a los padres de que el ayuno valía la pena, las ansiedades que mostraban sobre cómo hacerlo y el impacto que había tenido mi mensaje. Aprendí, mediante la observación de los niños a lo largo de un dilatado período de tiempo, lo que funcionaba y lo que no, y me di cuenta de que su desarrollo crecía a pasos agigantados en los casos en los que más se restringía el uso de pantallas. También observé cómo el tiempo que se pasaba frente a pantallas tenía una forma taimada de reintroducirse en las vidas de las familias y que (de forma muy parecida a la gestión de la dieta o de las finanzas) la gestión del tiempo pasado frente a pantallas era un proceso continuo.

Lo que resulta importante es que me di cuenta de que cuanta más información poseían los padres y cuanto mejor comprendían los mecanismos subyacentes entre el tiempo pasado frente a pantallas y los síntomas, mejor se les daba regular la exposición y más rápidamente podían mantener bajo control los problemas antes de que se salieran de madre. Cuando organicé un curso en Internet basado en mi experiencia (con el título de «Salva el cerebro de tu hijo»), recibí docenas de correos electrónicos de madres de todo el mundo, y también aprendí de esos ejemplos. Muchas de las madres decían que pensaban, de forma intuitiva, que las pantallas podían ser la causa de los síntomas de sus hijos, pero que sus preocupaciones eran ignoradas por el médico o el terapeuta de sus retoños. Oír acerca de las experiencias de otros progenitores les ayudó a mantenerse firmes y eliminar las pantallas, y me vi estimulada por el hecho de que mi mensaje estuviera tocando un aspecto sensible y estuviera teniendo un efecto tan positivo.

Quizás casualmente, incluso mientras seguía asesorando a los progenitores acerca de la reducción de la exposición de sus hijos a las pantallas electrónicas, empecé a experimentar, yo misma, una pronunciada sensibilidad a ellas. Si pasaba varias horas escribiendo, y especialmente si pasaba largos ratos en Internet leyendo investigaciones con atención, acababa como en una nube, olvidando cosas, siendo insolente con mi marido y durmiendo mal. Incluso si usaba el ordenador portátil durante mucho tiempo, me salía una erupción en la cara, alrededor de los ojos. Me vi forzada, por necesidad, a dar con formas de hacer que mi cerebro y mi cuerpo toleraran el tiempo que necesitaba trabajar frente a mi ordenador. Afortunadamente, ideé numerosas estrategias útiles de las que hablaré más adelante en este libro.

Por último, hace unos cinco años, empecé a ampliar mis estudios sobre el fascinante mundo de la medicina integral. Los médicos integrales aprenden a observar a los pacientes de forma holística y a descubrir, sistemáticamente, influencias ambientales (como la dieta, la falta de ejercicio o la exposición a toxinas) que podrían estar desencadenando y manteniendo los síntomas del paciente. La modificación de estos factores no sólo reduce el agravamiento, sino que deja libre al cuerpo para que se cure a sí mismo. En general, para la mayor parte de los trastornos crónicos, los facultativos integrales prefieren los métodos naturales frente a los farmacéuticos. Recetan medicamentos, pero intentan usarlos con moderación. Esto se debe a que, aparte de los desagradables efectos secundarios, estamos descubriendo ahora que muchos fármacos (incluyendo los psicotrópicos) merman varios nutrientes o provocan algún otro tipo de desequilibrio metabólico en el cerebro o el organismo. En psiquiatría, suele suceder que la medicación resuelve un problema pero provoca otro. Por ejemplo, los medicamentos que son de ayuda para la capacidad de atención suelen causar problemas con el sueño, y los fármacos que se ocupan del estado de ánimo suelen provocar aletargamiento o ganancia de peso. Así pues, no se puede hacer suficiente hincapié en la importancia de evitar una medicación innecesaria en los niños (cuyo cerebro y organismo son más sensibles). Con esto no quiero decir que los fármacos para los problemas psiquiátricos no sean adecuados para los niños en ningún caso: de hecho, tienen un papel importante, pero deberían usarse con mucha moderación, teniendo siempre presentes los riesgos y los beneficios, y siempre junto con otras intervenciones que minimicen la necesidad de su administración. Y, desde luego, no deberían usarse simplemente para contrarrestar la hiperestimulación debida a influencias ambientales que podamos controlar.

Es sorprendente ver cuántas enfermedades crónicas son provocadas por las elecciones relativas al estilo de vida; pero aunque conlleva más energía, tanto por parte del médico como del paciente, curar de una forma natural e integrada en lugar de, simplemente, conseguir un apaño rápido con una receta, es también sorprendente cuánto se puede revertir.

Cómo usar este libro

Este libro tiene la intención de exponer y explicar cómo el tiempo que se pasa frente a pantallas interactivas genera y exacerba los síntomas psiquiátricos, y proporciona a los progenitores una solución práctica y probada para revertir tales cambios. La Parte 1 presenta el fenómeno que llamo Síndrome de la Pantalla Electrónica (SPE): una constelación de síntomas producto de la exposición a aparatos electrónicos con pantalla que se caracteriza por un estado de hiperexcitación (lucha o huida) y de desregulación del estado de ánimo, y examina casos prácticos que van desde el niño gravemente alterado desde el punto de vista emocional hasta el chico con autonomía pero con problemas aislados de comportamiento o sociales. Estudiaremos cómo los dispositivos con pantallas interaccionan con los sistemas fisiológicos del niño, alterando la química cerebral, el nivel de excitación, las hormonas y el sueño, interfiriendo, por último, en el pensamiento, el estado de humor y las habilidades sociales. Veremos cómo estos cambios pueden, con el tiempo, hacerse pasar por trastornos psiquiátricos en todo su esplendor, tanto si el muchacho padece algún trastorno subyacente como si no, además de cómo un cerebro «liberado de las pantallas» mejora a lo largo de las siguientes semanas, meses y años.

La Parte 2 nos muestra el plan detallado y paso a paso que he utilizado con más de quinientos niños y padres para minimizar y revertir los efectos perniciosos del SPE. Este programa de cuatro semanas de duración y de probada eficacia consiste en una fase de preparación de una semana y de un ayuno electrónico de tres semanas, y puede «reiniciar» de forma eficaz el cerebro de un niño. Gran parte del plan depende de una planificación y estructuración adecuadas, y recibirás abundantes instrucciones prácticas sobre cómo prepararte para el éxito, además de cómo manejar cualquier dificultad con la que te encuentres, como gestionar la resistencia por parte de los demás. También aprenderás cómo ocuparte del tiempo frente a una pantalla después del Reinicio, tanto en el período inmediatamente siguiente como a largo plazo. La Parte 3 se ocupa de las preocupaciones que, inevitablemente, exponen los padres al embarcarse en el programa: qué hacer con el tiempo que se pasa, en la escuela, frente a una pantalla; cómo proteger a los niños si no es posible una falta total de exposición a pantallas; y cómo desarrollar una conciencia al respecto en la comunidad. También hay tres apéndices: uno bosqueja los distintos efectos fisiológicos del tiempo pasado frente a pantallas con un formato de tabla; otro describe los efectos potenciales sobre la salud de la radiación de tipo electrónico; y otro responde a las preguntas más frecuentes que oigo formular a los progenitores.

Aunque puede que te veas tentado a saltar directamente al mismísimo Reinicio (Parte 2), para sacarle todo el jugo al libro y para maximizar la eficacia del programa, recomiendo que leas antes la Parte 1. Cuanto más comprendas acerca de la naturaleza del SPE, más convicción y motivación tendrás para seguir hasta el final. Si, no obstante, estás ansioso por llegar al meollo, podrías leer la Parte 1 durante la primera parte del ayuno. Mi esperanza es que este libro te otorgue el poder para emprender las acciones y te inspire a implementar una estrategia para el tratamiento que sea eficaz, de amplio alcance, cien por cien segura y esencialmente libre.

Así pues ¿que puedes esperar del Reinicio? Basándome en la utilización de un ayuno electrónico estricto en más de quinientos niños, adolescentes y adultos jóvenes, y observando los cambios durante y tras el ayuno, he visto que en los niños con trastornos psiquiátricos diagnosticados, alrededor de un 80 % mostró una franca mejoría (una reducción de los síntomas de por lo menos el 50 %) en todas las categorías de síntomas y diagnósticos psiquiátricos. En aquellos niños sin un trastorno subyacente, el porcentaje puede ser incluso mayor, y entre aquellos que respondan de forma positiva, alrededor de la mitad mostrará una resolución completa de los síntomas (es decir, el cese de las rabietas, la irritabilidad crónica, la mala concentración, etc.), y la otra mitad mostrará una marcada mejoría. Puedes esperar ver a un niño más feliz, con una mejor concentración y organización, un mejor cumplimiento de las normas y unas interacciones sociales más maduras. Más allá del alivio de los peores aspectos del SPE, mi objetivo para tu hijo no es sólo la mitigación de los síntomas, sino la optimización del cerebro, la mente y el desarrollo social.

1 Moreno, C. et al. (2007): «National trends in the outpatient diagnosis and treatment of bipolar disorder in youth», Archives of General Psychiatry, vol. 64, núm. 9 (septiembre 2007), pp. 1032-1339; doi:10.1001/archpsyc.64.9.1032.

2 Atladóttir, H. O. et al. (2007): «Time trends in reported diagnoses of childhood neuropsychiatric disorders: A Danish cohort study», Archives of Pediatrics & Adolescent Medicine, vol. 161, núm. 2 (febrero 2007), pp. 193-198; doi:10.1001 /archpedi.161.2.193.

3 Cox, E. R., et al. (2008): «Trends in the prevalence of chronic medication use in children: 2002-2005», Pediatrics, vol. 122, núm. 5 (1 de noviembre de 2008), pp. 1053-1061; doi:10.1542/peds.2008-0214.

4 SSI Annual Statistical Report, 2012 (Washington DC: Social Security Administration, julio de 2013); http://www.ssa.gov/policy/docs/statcomps/ssi_asr/2012 /ssi_asr12.pdf.

5 Rideout, V. J.; Vandewater, E. A. y Wartella, E. A. (2003): «Zero to six: Electronic media in the lives of infants, toddlers and preschoolers»; http://eric.ed.gov/?id=ED482302. Christakis, D. A., et al. (2004). «Television, video, and computer game usage in children under 11 years of age», J Pediatr, vol. 145, núm. 5, pp. 652-656.

6 Campaign for a Commercial Free Childhood: «Facing the screen dilemma: Young children, technology and early education», octubre de 2012, http://www.commercialfreechildhood.org/screendilemma.

7 Rideout, V. J.; Foehr, U. G. y Roberts, D. F. (2010): «Generation M2: Media in the Lives of 8- to 18- Year Olds», Kaiser Family Foundation Study; http://kff.org/other/poll-finding/report-generation-m2-media-in-the-lives/.

8 Mediamark Research & Intelligence: «Kids' cell phone ownership has dramatically increased in past five years», enero de 2010, http://www.gfkmri.com/PDF/MRIPR_010410_KidsAndCellPhones.pdf.

9 Rideout, V. J.; Foehr, U. G. y Roberts, D. F. (2010): «Generation M2: Media in the Lives of 8- to 18- Year Olds».

10 Nielsen Report: «U.S. teen mobile report calling yesterday, texting today, using apps tomorrow», 14 de octubre de 2010, www.nielsen.com/us/en/insights/news/2010/u-s-teen-mobile-report-calling-yesterday-texting-today-using -apps-tomorrow.html.

11 Grohol, J. M. (2012): «What is disruptive mood dysregulation disorder?», Psych Central, 16 de mayo de 2012; psychcentral.com/blog/archives/2012/05/16/what-is-disruptive-mood-dysregulation-disorder/.

* Ciertamente, todos ellos son agresores de la salud mental, pero no constituyen el mayor cambio en una generación.

** El síndrome de Tourette se caracteriza por dos o más tics motores y uno o más tics vocales.

Capítulo 1

EL SÍNDROME DE LA PANTALLA

ELECTRÓNICA

Un trastorno no reconocido

«Al diagnosticar, piensa primero en lo fácil».

Martin H. Fischer

Ten en cuenta las siguientes preguntas:

■ ¿Parece que tu hijo está alterado gran parte del tiempo?

■ ¿Tiene tu hijo crisis nerviosas ante frustraciones de poca importancia?

■ ¿Tiene tu hijo ataques de ira a gran escala?

■ ¿Se ha vuelto tu hijo cada vez más rebelde, desafiante o desorganizado?

■ ¿Se vuelve tu hijo irritable cuando se le dice que ya es hora de dejar de jugar con videojuegos o de dejar el ordenador?

■ ¿Te has dado cuenta alguna vez si las pupilas de tu hijo estaban dilatadas después de haber utilizado dispositivos electrónicos?

■ ¿Lo pasa mal tu hijo para establecer contacto ocular después de haber pasado tiempo frente a una pantalla o en general?

■ ¿Describirías a tu hijo como alguien atraído por las pantallas «como una polilla a la luz»?

■ ¿Sientes alguna vez que tu hijo no es feliz como debería serlo o que no está disfrutando con actividades con las que solía disfrutar?

■ ¿Tiene tu hijo problemas para hacer o conservar amigos debido a un comportamiento inmaduro?

■ ¿Te preocupas por el hecho de que las cosas que le interesan a tu hijo se hayan reducido recientemente o que giren en torno a pantallas? ¿Sientes como si su sed de conocimiento y su curiosidad natural se hubiesen aplacado?

■ ¿Están empeorado las calificaciones de tu hijo o éste no tiene un rendimiento académico conforme a su potencial (y nadie sabe por qué)?

■ ¿Te han insinuado los profesores, pediatras o médicos que tu hijo podría padecer trastorno bipolar, TDAH, un trastorno de ansiedad o incluso psicosis, y no existe un historial familiar de estos problemas?

■ ¿Han dado distintos médicos diagnósticos diferentes o contradictorios relativos a tu hijo? ¿Te han dicho alguna vez que tu hijo necesita medicación pero esto no te parece bien?

■ ¿Padece tu hijo un problema previo, como autismo o TDAH, cuyos síntomas parecen estar empeorando?

■ ¿Parece tu hijo nervioso y cansado, como si estuviera agotado pero no pudiera dormir, o aunque duerma no siente que haya descansado?

■ ¿Parece tu hijo perezoso o con poca energía y presta poca atención a los detalles?

■ ¿Describirías a tu hijo como estresado, a pesar de la existencia de pocos o ningún factor estresante que puedas señalar?

■ ¿Está tu hijo recibiendo asistencia en el colegio que parece no resultarle de ayuda?

Si estas preguntas te resultan familiares, puede que, como muchos otros progenitores, te estés enfrentando a dificultades demasiado comunes en el mundo actual, tan saturado de aparatos electrónicos. En la actualidad, la educación de un niño que se esté enfrentando a problemas comportamentales, del estado de ánimo o cognitivos se ve plagada de confusión y frustración: ¿qué es lo que está provocando el problema? ¿Hacia dónde concentramos nuestros recursos? ¿Debe mi hijo someterse a pruebas médicas formales? ¿Deberíamos tener una segunda opinión?, ¿y de quién?: ¿un neurólogo?, ¿un psiquiatra?, ¿un psicólogo o un pedagogo?, etc. Muchos progenitores se sienten perdidos; no están seguros de lo que está sucediendo y suelen recibir consejos contradictorios, lo que hace que se sientan como si estuvieran tirando de ellos en distintas direcciones. Buscan diferentes opiniones, exploran en Internet en busca de información, preguntan a otros padres qué es lo que ha funcionado en su caso, y se angustian con respecto a si probar con medicaciones. Los progenitores suelen informar de que el proceso acaba haciéndoles sentir como si caminaran trazando círculos. Esta parálisis del análisis tiene un precio en términos de tiempo, dinero, recursos y la autoestima del niño.

Puede que te des cuenta de que las preguntas anteriores cubren una amplia variedad de disfunciones, pero todas ellas representan escenarios (relacionados con síntomas, el rendimiento o la eficacia del tratamiento) que pueden suceder cuando un niño empieza a operar desde una parte más primitiva del cerebro. Durante este estado tienden a pasar dos cosas: 1) los síntomas y el rendimiento empeoran, y 2) las intervenciones no funcionan muy bien. Así pues, el objetivo consiste en averiguar qué es lo que está provocando este estado. Independientemente de cuáles sean los problemas concretos de tu hijo, si no se están gestionando adecuadamente, se puede asumir con bastante seguridad que se está pasando algo por alto. ¿No estaría bien que ese algo pudiera ser la misma cosa para todos y cada uno de estos problemas? ¿No sería genial si abordar una cosa mejorara el rendimiento global, independientemente de si tu hijo padeciese muchos problemas diagnosticados o ninguno en absoluto?

Para ver cómo esto podría ser posible, ten en cuenta los siguientes tres casos:

Michael, que tenía seis años y al que diagnosticaron autismo, estaba recibiendo asistencia conductual en casa. Cuando, repentinamente, empezó a desarrollar síntomas obsesivo-compulsivos graves, el equipo que se ocupaba de su tratamiento me llamó para consultarme. Tras saber que estaba ganándose, a diario, tiempo jugando a videojuegos a modo de recompensa, convencí a su familia y al equipo que le trataba de que probaran el Programa de Reinicio antes de iniciar cualquier medicación. Cuatro semanas después, sus síntomas obsesivo-compulsivos habían disminuido considerablemente, y como premio extra estableció mejor contacto ocular y mostró un estado de ánimo más positivo.

Calla era una estudiante que estaba en primero de enseñanza secundaria y que se enfrentaba a unos graves altibajos en su estado anímico y al insomnio. Los médicos que proporcionaban tratamiento sospechaban que era bipolar, y su actitud desafiante y las aparatosas muestras de sus emociones habían hecho que hubiera acabado, hacía poco, en un aula reservada a los niños con problemas emocionales, lo que no hizo más que empeorar las cosas. Frustrada después de que cierto ensayo clínico con una medicación le provocara una rápida ganancia de peso, Calla y su madre acabaron en mi consulta. Tras mucho debatir, acordaron probar con el ayuno electrónico como parte de un plan general de tratamiento. Seis semanas después, la dulce muchacha que se encontraba enterrada bajo toda esa confusión salió a la superficie. Al cabo de seis meses, Calla dormía profundamente, obedecía las normas en casa y en la escuela, y había perdido casi cinco kilos. Hacia el final del curso escolar, volvió a las aulas para alumnos normales.

Sam, que tenía ocho años, era el típico chico sin ningún diagnóstico clínico formal que siempre había disfrutado aprendiendo, pero en el tercer curso de primaria, sus calificaciones en matemáticas y en nivel de lectura descendieron inexplicablemente, y empezó a sentir terror por ir al colegio. Se metía casi cada día en problemas por ser conflictivo, y tanto su profesor como el psicólogo escolar sugirieron a su madre que Sam podría estar padeciendo el TDAH. Pese a ello, al cabo de dos meses de completar el Programa de Reinicio, Sam entregaba más tareas escolares, obtenía informes brillantes de su profesor sobre su «cambio de actitud» y hacía progresos constantes en matemáticas y lectura.

Aunque los cuadros clínicos de cada uno de los muchachos variaba, cada uno de ellos se encontraba, en esencia, en un estado de desregulación (es decir, carecía de la capacidad de modular su estado de ánimo y de capacidad de atención, y/o su nivel de excitación de una forma adecuada para el entorno o estímulo dado). Algo estaba irritando el sistema nervioso de estos niños, haciéndoles difícil gestionar su vida cotidiana. Los tres niños se sentían abatidos y fuera de control, sus familias se sentían como rehenes de aquello que se había apoderado de su hijo, y sus equipos de apoyo se debatían por identificar qué estaban pasando por alto. Pese a ello, los tres muchachos respondieron a la misma sencilla intervención. El hecho de que el sistema nervioso de cada niño volviera a la normalidad con un ayuno electrónico sugiere que el tiempo pasado frente a pantallas desempeñaba un papel en el desarrollo del declive de cada chico.

El amanecer de un nuevo trastorno

Al igual que muchos otros aspectos de nuestro estilo de vida con un ritmo acelerado pero frecuentemente sedentario, el tiempo frente a pantallas está introduciendo nuevas variables en la ecuación de la salud. El tiempo que se pasa frente a las pantallas afecta a nuestro cerebro y nuestro cuerpo a múltiples niveles, manifestándose en forma de distintos síntomas de la salud mental relacionados con el estado de ánimo, la ansiedad, la cognición y el comportamiento. Como los efectos del tiempo pasado frente a pantallas son complicados y variados, he encontrado útil conceptualizar la constelación de fenómenos comunes en forma de un síndrome: lo que yo llamo Síndrome de la Pantalla Electrónica (SPE). Lo que resulta importante es que el SPE puede darse en ausencia de un trastorno psiquiátrico pero pese a ello emular a uno, o puede darse frente a un trastorno subyacente y exacerbarlo.

El SPE es, en esencia, un trastorno de desregulación. Como es tan estimulante, el tiempo que se pasa frente a pantallas interactivas hace que el sistema nervioso se desplace hacia un modo de lucha o huida que conduce a la desregulación y la desorganización de distintos sistemas biológicos. A veces, esta respuesta al estrés es inmediata y obvia, como mientras se juega a videojuegos. En otros momentos, la respuesta al estrés es más sutil, dándose gradualmente a partir de una interacción repetitiva con pantallas, como cuando escribimos mensajes de texto o utilizamos las redes sociales con frecuencia. O puede que se demore, cociéndose bajo la superficie pero estando suficientemente controlada, aunque entre en erupción una vez que se han acumulado años de tiempo frente a pantallas. Independientemente de ello, a lo largo del tiempo, el comportamiento de lucha o huida y la hiperestimulación del sistema nervioso producto de los dispositivos electrónicos acabará desembocando en un niño con desregulación. El cuadro «Las características del Síndrome de la Pantalla Electrónica en los niños» (página siguiente) proporciona una buena idea de cómo se muestra el SPE.

Una forma de pensar en el síndrome consiste en considerar a los dispositivos electrónicos como estimulantes (en esencia, no muy distintos a la cafeína, las anfetaminas o la cocaína): el uso de aparatos electrónicos con pantalla pone al organismo en un estado de elevada excitación e hiperconcentración, seguido de una «colisión». Esta hiperestimulación del sistema nervioso puede provocar variedad de alteraciones químicas, hormonales y del sueño de la misma forma en que pueden causarlos otros estimulantes; y al igual que el consumo de drogas puede afectar al consumidor mucho tiempo después de que todos los restos de la droga hayan desaparecido del organismo, los dispositivos electrónicos pueden afectar al sistema nervioso mucho después de que el aparato culpable haya sido usado. Además, al igual que con el consumo de drogas, puede que el rendimiento no se vea afectado de inmediato, y puede que en algunos casos hasta mejore al principio, pero luego empeora. De hecho, el abuso y la adicción a las drogas estimulantes como la cocaína y la metanfetamina tienen un cuadro clínico muy similar al del SPE, incluyendo cambios en el estado de humor, problemas de concentración e intereses limitados fuera de la sustancia o la actividad elegida.

Las características del Síndrome

de la Pantalla Electrónica en los niños

1. El niño muestra síntomas relacionados con el estado de ánimo, la ansiedad, la cognición, el comportamiento o las interacciones sociales debidos a la hiperexcitación (y a un sistema nervioso hiperexcitado), que provocan una disfunción significativa en la escuela, en el hogar o con los compañeros. Los signos clínicos y los síntomas clínicos imitan a los del estrés crónico o la falta de sueño, y pueden incluir un estado de ánimo irritable o deprimido, o cambios de humor rápidos, unas rabietas excesivas o inapropiadas para la edad, una baja tolerancia a la frustración, un autocontrol deficiente, un comportamiento caótico, conductas rebeldes y desafiantes, un mal espíritu deportivo, inmadurez social, un contacto ocular deficiente, insomnio/sueño no reparador, dificultades de aprendizaje y una mala memoria a corto plazo. También pueden darse tics nerviosos, tartamudeo, alucinaciones y una actividad convulsiva sutil o franca. La irritabilidad y unas funciones intelectuales superiores* deficientes se dan en la mayoría de los casos y son sellos distintivos del trastorno.

2. Los síntomas del SPE pueden darse en ausencia o presencia de otros trastornos psiquiátricos, neurológicos, comportamentales o del aprendizaje, y pueden imitar a o exacerbar prácticamente cualquier trastorno relacionado con la salud mental.

3. Un niño con SPE suele ser descrito por sus progenitores y profesores como «estresado», «revolucionado», «nervioso» o «fuera de sí». Los miembros de la familia suelen remarcar que «tienen que tener un cuidado exquisito» con el niño.

4. Los síntomas mejoran ostensiblemente o se resuelven con un ayuno electrónico: es decir, la eliminación estricta de los dispositivos electrónicos con pantallas interactivas durante varias semanas. Para que tenga un impacto duradero suele ser necesario un ayuno de tres semanas de duración, pero en algunos casos puede que no resulte suficiente.

5. Los síntomas suelen volver a darse con la reintroducción de dispositivos electrónicos tras un ayuno, especialmente si el tiempo de exposición a pantallas vuelve a los niveles anteriores. Tras un ayuno, algunos niños pueden tolerar pequeñas cantidades de tiempo frente a pantallas, mientras que otros parecen recaer de inmediato si vuelven a verse expuestos.

6. Con frecuencia, el niño se verá intensamente atraído hacia los dispositivos con pantalla y tendrá dificultades para alejarse de ellos.

7. Ciertos factores incrementan el riesgo de sufrir el SPE. Entre ellos se incluyen pertenecer al sexo masculino; las edades más jóvenes; los problemas preexistentes de tipo psiquiátrico, del desarrollo neurológico, de aprendizaje o del comportamiento; los factores psicosociales estresantes concurrentes o pasados; las tendencias adictivas o un historial familiar de adicciones; una edad joven al verse expuesto por primera vez; y unas mayores cantidades de exposición a lo largo de la vida. Entre los posibles factores de riesgo se incluyen los problemas médicos sensibles a los cambios en el entorno, como el asma, las sensibilidades alimentarias o químicas y la disfunción sensorial. En general, los chicos (de sexo masculino) con TDAH y/o trastornos del espectro del autismo corren un riesgo particularmente alto.

Es el medio, no el mensaje

Ahora que hemos definido ampliamente el SPE, permíteme aclarar algunos términos y abordar algunas preguntas candentes que puede que los lectores se hagan, llegados a este punto.

Por ejemplo, si los problemas de salud mental surgen debido al tiempo pasado frente a pantallas, la primera pregunta suele ser: ¿se debe a la simple cantidad de tiempo pasado frente a pantallas, debido al tipo de actividad, o debido a la naturaleza de lo que se ve? La verdad es que las investigaciones sugieren que todas las actividades con una pantalla proporcionan una estimulación antinatural al sistema nervioso y pueden provocar efectos adversos. Pero contrariamente a la creencia popular, el contenido no es tan importante como la cantidad, y el tiempo pasado frente a pantallas interactivas provoca más disfunciones que el tiempo frente a pantallas pasivas.

En un sentido estricto, el término tiempo frente a una pantalla hace referencia a cualquier cantidad de tiempo pasada frente a cualquier dispositivo electrónico con una pantalla, e incluye ordenadores, televisores, videojuegos, teléfonos inteligentes, iPads, tabletas, ordenadores portátiles, cámaras digitales, libros electrónicos, etc. Incluye cualquier actividad, ya sea de trabajo, de la escuela o por placer. Esto engloba el tiempo que se pasa escribiendo textos, con videoconferencias, navegando por Internet, jugando, enviando correos electrónicos, participando en medios sociales, usando aplicaciones, haciendo compras en la red, escribiendo y procesando textos, leyendo de un dispositivo e incluso desplazándose por una pantallas para mirar las fotografías almacenadas en un teléfono móvil.* Incluye actividades como jugar al Scrabble o al solitario electrónicos, los juegos o aplicaciones electrónicos «educativos» y leer un libro electrónico.

El tiempo frente a pantallas interactivas versus pasivas

En términos de impacto, puede que la distinción más importante sea entre el tiempo frente a pantallas interactivas y pasivas. El tiempo frente a una pantalla interactiva hace referencia a actividades con pantallas en las que el usuario interacciona regularmente con un dispositivo, ya sea una pantalla táctil, un teclado, una consola, un detector de movimiento, etc. El tiempo frente a una pantalla pasiva hace referencia a ver películas o programas de televisión en un televisor desde el otro lado de una sala o habitación. En la actualidad, los progenitores suelen dejar a sus hijos ver programas de televisión o películas en un iPad, un ordenador o un dispositivo portátil, pero como ver los medios de esta forma es más estimulante y desregulador (por razones en las que entraré más adelante), considero que esto es tiempo frente a una pantalla interactiva.

En general, tanto el tiempo frente a pantallas interactivas como pasivas está relacionado con problemas de salud. Las investigaciones indican que ambos tipos están implicados en la obesidad, los problemas en la capacidad de atención, una mayor lentitud en el desarrollo de la capacidad de lectura, depresión, problemas de sueño, una menor creatividad y un estado de ánimo decaído, por nombrar sólo algunos.1 Lo que es, de algún modo, contrario a la intuición en el caso del SPE es que el tiempo frente a una pantalla interactiva es mucho peor que el tiempo frente a una pantalla pasiva. Muchas familias con las que trabajo ya limitan el tiempo frente a pantallas pasivas (como la televisión), pero no el tiempo frente a pantallas interactivas. Esto se debe a que relacionamos la visión pasiva con la inactividad, la apatía y la pereza. De hecho, se suele animar a los progenitores a que proporcionen tiempo frente a pantallas interactivas (especialmente antes que tiempo frente a pantallas pasivas), con el razonamiento de que seguro que este tipo de actividad hace que el cerebro del niño se implique. Se fuerza a los niños a que piensen y resuelvan cosas en lugar de simplemente mirar, así que debe ser mejor, ¿no? Pero la interacción es, en sí misma, uno de los principales factores que contribuye a la hiperexcitación,2 así que antes o después, cualquier beneficio potencial de la interactividad se ve superado por las reacciones relacionadas con el estrés. Además, la interactividad es lo que mantiene al usuario enganchado al proporcionarle una sensación de control, la capacidad de realizar elecciones y una gratificación inmediata, pero lamentablemente, estos atributos son los mismos que activan los circuitos de recompensa y conducen a un uso prolongado, compulsivo e incluso adictivo.3

Las crecientes investigaciones que comparan ambos tipos de tiempo frente a pantallas respaldan esta teoría de que el tiempo frente a pantallas interactivas es más desregulador para el sistema nervioso que el tiempo frente a pantallas pasivas. Un estudio de 2012 que medía los hábitos de más de dos mil niños de jardines de infancia y de enseñanza primaria y secundaria averiguó que la cantidad mínima de tiempo frente a pantallas relacionada con las alteraciones en el sueño era de sólo treinta minutos para el tiempo frente a pantallas interactivas (uso de ordenadores o videojuegos) en comparación con las dos horas en el caso del tiempo frente a pantallas pasivas (uso de la televisión).4 Una investigación de 2007 demostró que el sueño y la memoria se veían afectados de forma significativa tras una única sesión de excesivo tiempo de juego con videojuegos, mientras que una sesión de tiempo excesivo viendo la televisión provocaba sólo una leve alteración del sueño y no tenía efectos sobre la memoria.5 Y una importante encuesta de 2001 a adolescentes estadounidenses demostró que la utilización de dispositivos interactivos antes de irse a dormir estaba fuertemente relacionada con problemas para quedarse y mantenerse dormido, mientras que el uso de medios pasivos no lo estaba.6 En particular, este estudio también reveló que los adolescentes y los adultos jóvenes de menos de treinta años eran el grupo de edad que era más probable que usaran dispositivos interactivos antes de irse a la cama, y también experimentaban la mayor cantidad de alteraciones del sueño. Además, entre aquellos que experimentan problemas con el sueño, el 94 % informó de un impacto en por lo menos un área de actividad: el estado de ánimo (85 %), la escuela/el trabajo (83 %), la vida hogareña/familiar (72 %) y la vida social/las relaciones (68 %). No es casual que éstas sean las mismísimas áreas de actividad que aborda el Programa de Reinicio. Y por último, sabemos que el daño cerebral real se da a partir de un uso excesivo de Internet y de los videojuegos y que se parece en gran medida al que se da como producto del abuso de las drogas y el alcohol,7 así que algo de la naturaleza interactiva, ya sea directa (mediante la hiperexcitación) o indirectamente (mediante procesos adictivos), hace que el tiempo frente a pantallas interactivas sea más intenso, además de distinto.

Al implementar el ayuno electrónico en el Programa de Reinicio, por lo general permito pequeñas cantidades de televisión o películas bajo ciertas condiciones (tal y como se discutirá en el capítulo 5). Si se cumplen estas condiciones, el ayuno sigue siendo muy eficaz. Por otro lado, permitir incluso pequeñas cantidades de videojuegos o juegos de ordenador suele hacer que el Reinicio resulte inútil. Por tanto, para el Programa de Reinicio, estamos principalmente preocupados por el tiempo frente a pantallas interactivas. Además, la mayoría de los padres se sienten abrumados ante la idea de confiscar todos los aparatos electrónicos, así que permitir una pequeña cantidad de visión pasiva de contenidos adecuados y tranquilos proporciona un respiro a los progenitores. Dicho esto, no me tomo los efectos de la televisión a la ligera, en especial en los niños muy pequeños,* y aplaudo a cualquiera que elimine todo el tiempo frente a pantallas pasivas, además de cumplir con el resto de los requisitos del ayuno. Con respecto al uso de ordenadores con fines escolares, suelo permitirlo durante el Reinicio, pero hay ciertas excepciones y normas (tal y como se comenta en los capítulos 5 y 10).

Ideas equivocadas comunes sobre el tiempo problemático frente a pantallas

Las ideas erróneas abundan cuando se trata del tiempo frente a pantallas, incluso entre los profesionales de la salud mental. Para empezar, no son sólo los videojuegos violentos los que pueden provocar desregulación, sino cualquier videojuego, incluyendo los educativos o los juegos aparentemente benignos, como los rompecabezas o los juegos de construcción. Otro mito es que son sólo los niños «adictos» a los videojuegos, al uso de Internet o las redes sociales los que experimentan problemas, o que el tiempo pasado frente a pantallas sólo se convierte en un problema cuando los progenitores no lo restringen. De hecho, muchos niños muestran síntomas como consecuencia del tiempo frente a pantallas sin ser adictos per se, y algunos chicos se hiperestimulaban y desregulaban con sólo cantidades mínimas de exposición a pantallas. Veo a muchas familias en las que los progenitores limitan el uso en grados que se encuentran al nivel o por debajo de lo que recomienda la Academia Estadounidense de Pediatría (American Academy of Pediatrics): no más de una o dos horas diarias frente a pantallas,8 pero si algo o la mayor parte de ese tiempo es interactivo, puede generar un problema fácilmente.

Lo cierto es que cada niño se ve afectado de forma distinta. Compa-rar el tiempo que tu hijo pasa frente a pantallas con el de sus com-pañeros tampoco es de ayuda, ya que no proporciona información necesariamente si es menos que el de los demás. El niño promedio recibe una exposición a dispositivos electrónicos con pantallas que es varias veces superior en comparación con hace sólo una generación, por no mencionar el bombardeo constante de comunicación inalámbrica que suele acompañarle.

Este hecho merece que se enfatice que el «uso moderado» de hoy equivale a exponer a tu hijo a niveles de uso de aparatos electrónicos nunca antes vistos en la historia.

Ésa es la razón por la cual advierto a los padres contra intentar distinguir entre tiempo «bueno» y «malo» frente a pantallas o entre «demasiado» y «sólo un poco». Aunque es comprensible, esta mentalidad resulta peligrosa. El objetivo del Reinicio es proporcionar al cerebro un borrón y cuenta nueva y un descanso adecuado para volver a su estado natural. Lo cierto es que probablemente haya muchas variables (demasiadas como para ordenarlas) entre distintas actividades con pantallas y el temperamento y las vulnerabilidades de cada chico. Pero incluso aunque pudiéramos distinguirlas todas, estas diferencias tal vez carecerían de sentido en el contexto general. Entre los distintos tipos de tiempo problemático frente a pantallas, las investigaciones están descubriendo más similitudes que diferencias. Así pues, al abordar un Reinicio, lo más fácil y productivo que podemos hacer es agrupar dentro del mismo saco todo el tiempo frente a pantallas interactivas.

Libros electrónicos, dibujos animados y carga cognitiva

Así pues, ¿por qué leer un libro antes de irse a dormir es relajante mientras que hacerlo con un libro electrónico puede tener el efecto contrario? En cualquier caso, estamos leyendo los mismos contenidos, independientemente de que sean una historia de aventuras o un relato histórico. Lo que pasa es que es el propio medio el que afecta a la forma en la que procesamos y sintetizamos la información, que es lo que los investigadores llaman carga cognitiva. Los progenitores suelen preguntar si los libros electrónicos de distintas marcas «cuentan» como dispositivos electrónicos. Después de todo, estos aparatos concretos no emiten luz, usan «tinta» electrónica y se supone que se leen igual que un libro tradicional de papel. Pero no es así. Los estudios muestran que la lectura es más lenta y que el recuerdo y la comprensión se ven dificultados al usar un libro electrónico, lo que sugiere que el cerebro no procesa la información tan fácilmente.9 Por el contrario, las investigaciones sugieren que el feedback sensorial de un libro real nos ayuda a incorporar información: el peso, la textura y la presión que se siente al sujetar un libro; el suave crujir de su lomo y el pasar sus páginas; la acumulación de hojas pasadas, que nos aporta una sensación de cuánto hemos avanzado en el relato: todo ello reduce la carga cognitiva necesaria para captar la información. Por último, mientras los monitores de tinta electrónica cansan menos la vista que las pantallas LCD, siguen siendo difíciles de procesar visual y cognitivamente porque están formadas por píxeles, visualizamos un «flash» al refrescar la pantalla entre páginas y no proporcionan una información tridimensional.

La carga cognitiva elevada también es la razón por la cual elimino los dibujos animados con un ritmo rápido durante el ayuno. Si se permite algo de televisión, lo que se vea debería tener, por encima de todo, un ritmo pausado. Los dibujos animados de cualquier tipo tienen, en la actualidad, un ritmo mucho más acelerado. Los cambios de escena, los movimientos entre escenas y los giros en la trama se despliegan muy rápidamente, y el cerebro debe digerir todo esto. Una investigación reciente mostró que tan sólo nueve minutos de visionado de unos dibujos animados con un ritmo acelerado afectaban a la memoria, a la capacidad de obedecer órdenes y a la de postergar la gratificación en los niños en comparación con el visionado de unos dibujos animados con un ritmo más lento.10 Tampoco consiste sólo en el ritmo. Los colores intensos, los sucesos fantásticos y los ruidos súbitos o fuertes también contribuyen a la sobrecarga sensorial y cognitiva.

La controversia con los campos electromagnéticos y la salud

¿Desempeñan los campos electromagnéticos (CEM) creados por el hombre un papel en el SPE o en otros problemas de salud? Nadie niega que los CEM creados por el hombre, y que surgen de los aparatos electrónicos además de la comunicación inalámbrica (como el WiFi o las frecuencias de los teléfonos móviles), tienen efectos biológicos. Es un principio básico de la física que los campos electromagnéticos cercanos se influyen entre sí. La pregunta es si esos efectos biológicos son significativos. En otras palabras: ¿se traducen unos niveles diarios más elevados de exposición a los CEM en forma de verdaderos problemas de salud que la persona media no hubiera experimentado en caso contrario?

En la actualidad, las investigaciones relativas a los tipos de campos provocados por la comunicación inalámbrica siguen siendo relativamente «recientes», y los hallazgos no son siempre congruentes. Sin embargo, existe una creciente recopilación de estudios científicos objetivos y no patrocinados por la industria (que incluyen investigaciones de instituciones muy respetadas como las universidades de Columbia, Yale y Harvard) que sugieren que podrían ser nocivas.11 Parte de ellas son muy técnicas y difíciles de comprender: por ejemplo, algunas pruebas indican que los campos muy débiles pueden ser más perjudiciales que los más fuertes. Lo que resulta interesante es que algunos de estos hallazgos son sorprendentemente similares a los encontrados en los estudios sobre el tiempo pasado frente a pantallas, así que puede que se estén dando mecanismos sinérgicos, en especial en el caso de personas con una constitución sensible. Personalmente, creo que existen pruebas bastante claras de que, como mínimo, los CEM creados por el hombre provocan inflamación. También creo que valorar cómo pueden interaccionar con el sistema nervioso (que es, después de todo, eléctrico y genera su propio campo electromagnético) se suma a nuestros conocimientos sobre el impacto que los aparatos electrónicos tienen sobre nosotros. Mi mejor apuesta sería que los CEM constituyen una parte del estrés procedente de los dispositivos electrónicos, y que la proporción varía ampliamente dependiendo de la constitución química y eléctrica del individuo.

Con independencia de ello, el principio de precaución dicta que cuando la ciencia relativa a los riesgos de una nueva tecnología no es todavía completamente concluyente (y en este caso no lo será durante décadas) deberíamos proceder con precaución y minimizar la exposición siempre que sea posible, en especial cuando se trata de niños. Al mismo tiempo, cuando uno comprende del todo la ciencia de los CEM y cree que podría incluso existir un posible riesgo para el niño en crecimiento, esto abre una nueva caja de Pandora, especialmente teniendo en cuenta el desarrollo explosivo de las comunicaciones inalámbricas en lugares públicos, como las escuelas.