Relatos inasibles - Fred B. Nadir - E-Book

Relatos inasibles E-Book

Fred B. Nadir

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Beschreibung

Relatos Inasibles es un viaje literario por los intersticios de la percepción y la memoria. En estas páginas, lo cotidiano se transforma en misterio, y cada historia deja una huella etérea en la conciencia del lector. Fred B. Nadir nos propone cuentos que se escapan de las formas convencionales, cargados de simbolismo, ironía, y sensibilidad. Desde un maniquí que espera ser amado hasta un caballo de calesita que anhela ser libre, estos relatos nos invitan a mirar más allá del espejo de la realidad.

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Seitenzahl: 127

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Fred B. Nadir

Relatos inasibles

(historias que se escapan, y otras que no tanto)

D Agostino, Eduardo Facundo Relatos inasibles : historias que se escapan, y otras que no tanto / Eduardo Facundo D Agostino. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores del Mundo, 2025.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-4947-75-8

1. Relatos. I. Título. CDD A860

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Índice

RELATOS INASIBLES, HISTORIAS QUE SE ESCAPAN(Y OTRAS QUE NO TANTO)

CORAZÓN EN EXHIBICIÓN

GAROSELLO

INDIVISIBLE ENCUENTRO

AKAR

BELLUM

CASTIGO DE LAS CASTAS

CONMOCIÓN

CUESTIÓN DE PRINCIPIO

DESTINO ENTUMECIDO

DÍA COMÚN

ECOS DEL SILENCIO

EL ALQUIMISTA DE AGUA

ENCIMADA TARDE

ENTREVISTA REDACTADA

EXTRAÑA COMPAÑÍA

GIRO INESPERADO

HIPOPOTOMONSTROSESQUIPEDALIOFOBIA

¿LA ESCALERA LINEAL DEL TIEMPO?

LA GAMA DE LA VIDA

LA PARODIA DE DAMOCLES

LA TORMENTA

MI NOMBRE ES ARMANDO

ODA A LA UÑA

OSCURA NOCHE

PROBABILIDAD

¿RETORNAR A LA VIDA O VIDA RETORNABLE? (la vida en el tambo)

TARJETA DE LA SUERTE

TÍTERES DE SOMBRA

VOCES Y SUS COCES

FÁBULA BESTIARIA

DESPEDIDA CRÍPTICA

ÍNDICE RESONANTE

A quienes florecen en mí

Entre bosquejos y esquejes me encuentro en este bosque narrativo, sembrando palabras, podando relatos, germinando al SER.

En este bosque habitable florecen emociones, valores, mociones y tensiones, nutridos por la compañía amorosa de mi familia y amigos que me sostienen incondicionalmente.

La palabra gracias no cierra ni resume: desborda.

Ojalá alguna de estas historias logre germinar, aunque sea como una semilla leve, en el interior de quien las lea.

Y en el corazón de este bosque, ellos:

A Marcela, mi compañera de vida, y a mis hijos Guillermina y Baltazar, con quienes tejí noches de cuentos y amor, por ser mi alegría y mi inspiración constante.

“Sé amable con los demás.

Hasta dónde llegues en esta vida dependerá de cuán cariñoso seas con los más jóvenes, cuán compasivo con los mayores, cuán comprensivo con los rivales, cuán tolerante con los débiles y con los fuertes; porque en esta vida…

algún día, habrás sido todos ellos”

Frase atribuida (sin confirmación) a George Washington 

Fred B. Nadir escribe desde las orillas del instante atemporal.

Entre lo que se escapa y lo que aún no ha llegado, en sus relatos, lo cotidiano se disuelve en lo poético, y lo fugaz se vuelve eterno.

No escribe para explicar, sino para invocar.

A veces, lo suyo no es una narrativa lineal, sino una danza con el asombro, el petricor y la memoria –por decir algunas palabras–.

RELATOS INASIBLES, HISTORIAS QUE SE ESCAPAN(Y OTRAS QUE NO TANTO)

Es un vericueto lúdico que enmarca el deseo de llevar al papel ideas algo circenses, envueltas en retóricas conocidas y, no pocas veces, coronadas por finales abruptos.

Como funambulista de la vida… intento sostener esta creación en equilibrio. Lo más difícil, al menos para mí, al empezar a escribir, es impregnar cada historia de una atmósfera tan intensa que ellas mismas lleguen a creer que existen, y le ofrezcan al lector la posibilidad de ser leídas en miríadas interminables.

“Asir” es tomar, agarrar, sostener. Relatos inasibles juega con palabras y cacofonías que se pueden escapar; ya que no todo se puede asir. Por ende, vivimos en un vasto universo vertiginoso e inasible. Lo inasible de la vida cotidiana puede ser el tiempo, las emociones que no se delimitan en sus contornos definidos, los recuerdos, que no son del todo exactos, o la misma identidad. Lo que se busca con estas narraciones es aquello que no se deja atrapar con facilidad: lo intangible, lo esquivo, lo movedizo.

Solo es necesario entre 500 y 1000 palabras, para formar frases simples y entender conversaciones cotidianas; entre 1000 y 2000 palabras, se logra una comunicación más fluida. Para un nivel avanzado, se requieren al menos 5000. Si bien, disponemos de más de 93000 palabras en español, y estando lejos de saberlas a todas, al sumergirte en estos relatos, quizá te encuentres con palabras que susurran desde rincones menos explorados del idioma. Te invito, entonces, a tener cerca un diccionario de papel o virtual si es que alguna palabra te sorprende. Igualmente, dispondrás de algunas definiciones al final de los primeros relatos.

Imagina que, mientras caminas, el mundo parece detenerse cuando descubres el reflejo de una gema sumergida en agua diáfana, dentro de una hoja reseca y otoñal que descansa sobre la roca gris. Las rocas negras, como guardianas, se alinean alrededor de este pequeño rincón en el borde de un cráter. Es allí, en ese preciso instante, cuando el volcán entra en erupción.

El reflejo luminoso, atrapado en el agua, se esparce. Ilumina tu rostro, transformándolo en una tonalidad anaranjada, como si el fuego mismo decidiera brotar de la joya y teñir la realidad. Los vapores volcánicos se elevan y abrazan la luz, expandiéndola a través del aire caliente. La luz golpea el metal en la hoja, y en ese brillo, tus ojos se reflejan una vez más.

Ahora, tú no eres solo el observador. Eres el resplandor, el agua, la hoja, las rocas, el cráter, el volcán. Te reconoces en todos esos elementos, fusionándote con la esencia misma del paisaje.

El individuo que observas desde fuera es también la conciencia que despierta dentro de ti. Tú eres todo y nada al mismo tiempo. Eres la imaginación hecha tangible, una constante danza entre la realidad y lo etéreo, reflejada en cada destello de luz y cada vibración del aire que te rodea.

Fred B. Nadir lo intuye: lo que se escapa también deja huella.

“HENCHIDO DE VALOR, HIENDO DE LAS SOMBRAS PARA TRASCENDER”.

CACOFONÍAS: consiste en la repetición o reiteración excesiva de sonidos que rompen con la cadencia natural de la oración, o distraen del sentido de la misma.

CIRCENSE: relativo al espectáculo del circo, o que es propio de él.

FUNAMBULISTA: acróbata que realiza ejercicios sobre la cuerda floja o el alambre.

VERICUETOS: lugar o sitio áspero, alto y quebrado, por donde no se puede andar sino con dificultad.

CORAZÓN EN EXHIBICIÓN

Desde dentro de la tienda, por sobre el escaparate, y a hurtadillas del ventanal, se exhibían las personas ajetreadas que caminaban y pululaban, atrapadas en un sinsentido de dogma urbano. Rodaban así las estaciones del año, anidando largo tiempo sobre las entradas de la tienda.

Todos los días se sucedían a sí mismos, sin sentir la pérdida ni el fenecer del día anterior. Me esforzaba en proyectar pensamientos, en imaginar si el tiempo, ese caminante legendario, sentía culpa a cada paso que daba, dejando atrás su estela de olvidos. También me esmeraba en jugar con las palabras, intentando decir —sin lograrlo— que todo acontecía dentro de un mismo acto inacabable, una repetición encerrada en sí, como un eco que rebota eternamente entre las paredes de una mente que no puede dormir.

Hasta que mágicamente ocurrió…

¡Podría asegurar que la vi! Vi su imagen algo tórpida, como si apenas se dejara ver a través del cristal que todavía mostraba su hálito fresco y otoñal.

En una actitud fingida se detuvo en el ventanal por un segundo, y yo, cual maniquí inamovible detrás del vidrio pulcro, observé su póstuma figura.

He aquí donde sigo perplejo. Como el maniquí fraguado y aburrido delante de mí. Interrumpido, en la latencia de un bostezo que todavía no se materializa, ahora forzosamente dormido.

Aún espero en la tienda, todos los días del año. Mi cuerpo articulado, que recuerda a la imagen de un humanoide, sigue helado y hostil; estático en posiciones anatómicamente posibles. Un cuerpo que exhibe harapos de moda y es, a su vez, objeto lúdico de escaparatistas.

Espero algún día tu presencia, donde tú mirarás mis vestimentas de oferta, y yo, desde dentro mío, espacio frío y adverso, esperaré impaciente una impronta mirada tuya a mis ojos pintados a mano alzada, para que recobre, y solo por un segundo, el latir fúlgido y galopante de un humano que todavía no aprendió a amar con su corazón de plástico.

AJETREO: actividad intensa que implica movimientos incesantes. Usado también en sentido figurado.

ESCAPARATE: espacio exterior de las tiendas, cerrado con cristales, donde se exponen las mercancías. Vitrina

HURTADILLAS: de manera furtiva, sin que nadie se dé cuenta.

GAROSELLO

Espejos, luces, guirnaldas, colores, niños; personas que, ubicadas en la periferia, se movían desde mi perspectiva giratoria. Desde su aparente quietud, la maquinaria —por obra de la inercia— dibujaba un mosaico en movimiento, trayendo con cada vuelta el saludo o la risa renovada de un familiar, más alegre que uno mismo a bordo. Es necesario rescatar a la memoria la música de fondo que sonaba al accionar la calesita, y terminaba al unísono, con el caminar sin fronteras. Era un festín ver la tropilla de plástico o madera antigua, domada por un grupo de pequeños chiquillos que disfrutaban del viaje reiterado. Se percibía como la alegría brotaba en la cara de los infantes, y esa emoción, era capturada por unas lágrimas, pincelando los ojos de los padres. Por un momento, la sonrisa del chiquillo se apagaba en cada vuelta, hasta que reconocían de nuevo, el rostro familiar segundos perdidos por el típico recorrido circular.

Así pasaban las horas sobre este elemento de diversión, en ese escenario lleno de ilusiones y carcajadas, y en ese capricho entendible de los pequeños por dar un paseo más. La reducida plaza, ese pulmón verdoso de la ciudad castigada por hollines de fábrica, se convertía cada nuevo día, en el centro de atención. Siempre cuidaba de los liliputienses jinetes, el calesinero Anzalot, un viejecito acendrado que devolvía su sonrisa incompleta, a los jóvenes también desdentados. Él tenía una sortija con una campanilla, donde la agitaba en el aire, captando la atención de los llaneros que estiraban la mano para tomarla como regalo. Ese mágico momento se capturaba en mis ojos simulados. Mi asiento, donde cargaba a cualquiera de los niños, estaba empotrado mecánicamente, y mis subidas y bajadas, imitaban al galopar de un caballo real.

—¿Alguna vez podré cumplir mi sueño de ser de verdad? —me preguntaba caviloso—. Tantos sueños regalados y sonrisas brindadas espontáneas, y yo, sin siquiera sentir con fidelidad, mi expresión siempre pintada y dispuesta a sonreír —dije por lo bajo.

Mis otros congéneres se hacían los de no escuchar. Es más, ni siquiera se daban la vuelta para mirarme.

—¡A veces fastidia siempre ir en la misma trayectoria! ¡O por lo menos, podríamos girar en sentido opuesto y galopar en retroceso! —Nadie acotó a mis pensamientos, aunque había algo en sus ojos que me decía que lo pensaban—.

Estaba dispuesto a conocer lo que había fuera del universo habituado y giratorio. Estaba listo a emprender viaje, sorteando las riendas metálicas y engranajes engrasados, así iría en busca de esa felicidad verdadera que me pertenecía.

Anzalot llevaba el carrusel por los pueblos, estando unas semanas en cada uno de ellos. Claro está que, al haber pocos niños en uno, aceleraría su retirada hasta el próximo lugar, así solventaría gastos y haría diferencias de dinero. El carrusel, al ser pequeño, los cuatro únicos caballitos éramos desmontados fácilmente. Eso facilitaba mucho el traslado de la maquinaria.

Llegamos a un nuevo pueblo. La estrella solar secaba la tierra a tal punto, que ni los girasoles volteaban a verla para no quemarse. Después de un par de horas de armado, nuestro cuerpo transpiraba, pero no era un sudor típico, sino más bien un hedor por el aceite que nos frotaban para lustrarnos. Empezó la atracción. El carrusel giraba; y en una de las 1000 vueltas, en mi ascenso del trote, pude ver (más bien oír) el relinchar de caballos que llegaban como ecos tras la colina. Esa sensación despertó mi espíritu de aventurero y estaba firme en mi decisión: ser un caballo real.

Al anochecer, cuando la música dormía junto al calesitero, con las luces del aparato apagadas, accedí a desprender mi existencia empotrada al suelo.

—¡Lo conseguí!— (aunque lo que verdad había conseguido era desprenderme de la superficie, pues aún llevaba el tutor metálico adherido al cuerpo)

La luna decoraba mi gran hazaña, al mismo tiempo que evidenciaba mi pelaje tordillo lustroso.

Cuando emprendí el salto a la verdadera tierra, el bastón de hierro crujió sobre la hierba seca nunca antes oída. Fue algo temeroso al principio.

Me debería de acostumbrar a saltar con este fierro que era el recuerdo de mi vida pasada. No fue nada fácil transformar ese trompo giratorio a un caminar recto. Tuve varias caídas donde me balanceaba de lado, y desde esa posición lateral, debía de erguirme hacia la dirección del relinche. Mi cuerpo todavía sentía las pulsaciones de la calesita, un ritmo extraño en este nuevo mundo. Al principio molestaba mucho mi incómoda barra tutora. Si bien era algo mío, no era parte corpórea de mí. Muchas veces gracias a este resorte de acero, me había salvado de hincarme en un campo repleto de cactus, o incluso había sido de mi auxilio en un lago para no ahogarme.

Al fin y al cabo, no fue tan mala idea traer esta barra, pensaba con gracia.

En ese ascenso por la colina, su cima estaba tan cerca, como la cercanía de luces que en ella posaba, hasta que, en un galope de calesita, mi bastón se empotró entre dos grandes piedras. Esta situación recordaba a mi vida fija pasada que quería olvidar. Puse toda mi atención y mi fuerza para salir que, en un movimiento exacto, la barra de metal se fracturó en la soldadura de mi cuerpo. Me sentía aliviado, pleno, algo feliz y liberado. Agradecí luego por haber encontrado estas piedras en el camino que fueron de mi ayuda para crecer.

Cuando atiné por levantarme, mis cascos nunca gastados, por fin tocaron ellos, tierra firme.

—¡Esto me ayudará a subir con más agilidad y rapidez! —grité con fervor.

Lo sucedido nuevamente había cambiado mi situación. Con las patas liberadas, todavía quedaban vestigios del galope artificial. Era un nuevo aprendizaje. Había que caminar primero, para luego trotar y por último galopar tras el viento. Saltaba pozos tapados y escondidos por arbustos, brincaba piedras de lajas filosas, charcos húmedos y movedizos, y hasta esquivé un nido de serpientes por el camino. Subía más y más hasta el relinche de los caballos que me invitaban al encuentro.

Tanto galopar me hizo sacar más filo a mis uñas donde me ayudarían a aferrarme a la meta. Ahora sí que estoy sudando de verdad.

El movilizarme, el esquivar espinas, o incluso beber agua, iba sacando la pintura blanca, evidenciado mi color de madera rústica.

El fin de la colina empinada iba llegando evidentemente a su fin. Pronto y en unos instantes, se volvería meseta el suelo, para correr con los animales libremente y en todas direcciones. Se asomaba el altozano iluminado con una intensidad creciente y esfumada. Pude sortear un gran árbol que me ocluía la visión. Las nubes esperaban en el cielo amarillo y se multiplicaban en el infinito. Cuando por fin pude correr una rama tupida y frágil.