Rendida al vikingo - Joanna Fulford - E-Book
SONDERANGEBOT

Rendida al vikingo E-Book

Joanna Fulford

0,0
3,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 3,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Sería una esposa muy combativa… Lara Ottarsdotter era una muchacha pelirroja con mucho genio. Su habilidad para el manejo de la espada había ahuyentado a muchos pretendientes. Un día, el guerrero vikingo Finn Egilsson llegó buscando venganza para un enemigo común, y el padre de Lara, en su desesperación, le ofreció barcos y hombres de apoyo a cambio de que hiciera a Lara su esposa. Finn no tenía ganas de pasar otra vez por el matrimonio, pero su esquiva novia encendió toda su pasión con un solo beso. Por su valor, estaba claro que Lara nunca iba a rendirse en la batalla, pero muy pronto Finn se dio cuenta de que lo que deseaba realmente era su rendición y su entrega… en el lecho conyugal.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 324

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Joanna Fulford

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Rendida al vikingo, n.º 572 - marzo 2015

Título original: Surrender to the Viking

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Internacional y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6043-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Los editores

Dedicatoria

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciséis

Diecisiete

Dieciocho

Diecinueve

Veinte

Veintiuno

Veintidós

Veintitrés

Publicidad

 

 

Siempre nos embarcamos en la aventura de leer un libro con una alegre expectativa, y en este caso no será menos la aventura ni el regocijo a bordo del drakkar vikingo. La única tristeza es que nuestra autora, Joanna Fulford, ya no estará entre nosotros para seguirnos guiando por su mundo de sugerencias, amores sinceros, suaves matices, encendidas pasiones. Pero permanecerá entre nosotros viva para siempre en sus libros, y este en concreto es su mejor despedida. Por eso tenemos el gusto de recomendároslo.

 

¡Feliz lectura!

 

Los editores

 

 

 

En recuerdo de Jane Croft, escritora con el seudónimo de Joanna Fulford.

 

 

Dedicatoria de Brian, su esposo:

A Leonie Martin, Rosie Gilligan, Sue Pacey, Carol Vardy, Ann Norman, Gaynor Roberts y Graham Godfrey, que apoyaron a Jane durante toda su carrera literaria, y a mí desde entonces.

 

Uno

 

 

La bruma cubría las oscuras aguas del fiordo y se enganchaba en las ramas de los árboles que había al pie del promontorio, y los primeros rayos de sol teñían de rosa y oro las lejanas montañas. En cualquier otro momento, Lara habría disfrutado de aquella vista y de la paz que acompañaba al comienzo de un nuevo día. Sin embargo, estaba muy concentrada practicando lo que le había enseñado Alrik. Su hermano estaba ausente, pero ella había estado levantándose muy temprano todos los días para practicar y aprovechar bien sus enseñanzas, hasta que la empuñadura de la espada se había convertido en algo tan familiar como la rueca o el uso.

Nadie iba a despertarse todavía, y el promontorio estaba lo suficientemente lejos como para que no la descubrieran. Si su padre supiera lo que había estado haciendo aquellos meses, se disgustaría, y ya había suficiente tensión entre ellos dos. Casi no se habían dirigido la palabra desde su última discusión, hacía una semana…

—Tienes dieciocho años ya, y vas a convertirte en una solterona si sigues asustando a todos los pretendientes que piden tu mano —le había dicho el Jarl Ottar.

—Los hombres asustadizos no son atractivos, ¿sabes?

—No seas descarada conmigo, niña —respondió su padre—. Lo que tienes que hacer es corregirte y tener un poco más de encanto femenino.

—¿No soy encantadora, padre?

—He visto lobas con un temperamento más suave que el tuyo. Ningún hombre quiere casarse con una bruja deslenguada.

—Pues entonces, que se casen con mujeres más dóciles.

—Una mujer tiene que ser obediente.

Lara se indignó.

—Asa era obediente, ¿verdad?

Su padre frunció el ceño.

—Tu hermana hizo lo que debía. Sabía cuál era su deber para con la familia.

—No te escudes en la familia. Obligaste a Asa a casarse para satisfacer tus ambiciones políticas.

—Era necesario conseguir una alianza para evitar más años de guerra.

—Es como si la hubieras echado a un pozo lleno de víboras, pero a mí no me vas a usar como a ella.

Lara tomó impulso hacia delante y clavó la hoja de la espada en la forma imaginaria de su cuñado. Le habría gustado mucho poder destriparlo de verdad, pero, desgraciadamente, estaba fuera de su alcance. Además, tenía que ser realista: si se encontraran en combate, él la habría matado con facilidad. Ella nunca tendría la fuerza ni la destreza con la espada que tenía un guerrero, pero el hecho de aprender los rudimentos de la defensa propia le causaba un sentimiento de poder, como ver huir a sus pretendientes.

—Cumpliré mi promesa, Asa —murmuró—. Te lo juro.

Envainó la espada y recogió su capa. La gente ya estaría despertándose, y tenía que volver; además, no iba a ignorar todas las tareas que le correspondían, y que siempre llevaba a cabo con diligencia para no suscitar críticas. Sonrió. Los hombres, cuando estaban cómodos y bien atendidos, se quejaban poco. Y, de todos modos, a ella le gustaba estar ocupada. La ociosidad nunca le había sentado bien.

Estaba a punto de marcharse, cuando vio un barco que rodeaba el promontorio que había por debajo de ella. Aunque tenía la forma esbelta y la proa curva de un barco de guerra, era más pequeño que el resto de los drakkars, los dragones del mar, que ella había visto, y llevaba una tripulación de unos veinte hombres. No había viento, así que el barco avanzaba a remo. Lara reconoció la habilidad de aquella tripulación, que trabajaba como un solo hombre. Miró a los remeros y a la figura que iba en el steering oath: era un guerrero con una cota de malla. Lara frunció el ceño y, al mirar con más atención, se dio cuenta de que todos los hombres la llevaban. Su curiosidad aumentó; el esfuerzo de remar era muy grande en circunstancias normales y, con la cota de malla, sería diez veces mayor. Si iban así preparados, era porque habían sufrido un ataque, porque esperaban que iba a suceder o porque eran ellos quienes iban a atacar.

 

 

Observó atentamente el fiordo, pero no divisó ningún otro drakkar. No parecía que estuvieran persiguiéndolos. Eso no significaba que pensaran atacar el poblado, pero, de todos modos, no era recomendable ser confiado. Por ese motivo, el poblado estaba siempre vigilado. Su padre nunca corría riesgos.

Unos segundos más tarde, oyó el sonido del cuerno del vigía, que anunciaba la llegada de un barco. Para verlo por sí misma, siguió el sendero que descendía por el promontorio, atravesando un bosquete de álamos, hasta la orilla. Al borde del bosque podía permanecer oculta, y había un buen punto de observación.

 

 

Cuando llegó al final del bosque, el drakkar estaba acercándose al embarcadero. Media docena de hombres armados vigilaban su llegada. Lara oyó el aviso del vigía, que fue respondido al instante. Y, obviamente, la respuesta debió de ser satisfactoria, porque la tripulación recibió el permiso para bajar a tierra.

Dos hombres saltaron al muelle de madera y amarraron el barco, mientras sus compañeros se preparaban para desembarcar. Aunque Lara estaba a unos cincuenta metros, comprobó que su primera impresión era la correcta: aquel era un barco de guerra, y sus hombres iban armados hasta los dientes. Parecía que su líder era el hombre que guiaba el steering oath. En aquel momento, estaba de espaldas a ella, dando órdenes, órdenes que fueron obedecidas sin cuestión. Él destacaba, incluso, entre un grupo de hombres tan grandes como aquel. Era más alto que el resto y, como ellos, tenía el cuerpo atlético y poderoso de un guerrero. Además, se comportaba con la confianza del que estaba acostumbrado a mandar y ser obedecido. Seguramente, era un noble.

Lara sonrió ligeramente, con ironía, al pensar en que la mayoría de los hombres de aquella clase pensaban que se merecían la obediencia absoluta. Era intrínseco en ellos, como la arrogancia.

Mientras ella seguía observando la escena, el guerrero se dio la vuelta. Lara creyó ver una cara bien afeitada, de rasgos fuertes y bien definidos, y una melena rubia. Era… destacable, sí. Tenía que admitirlo. Y, probablemente, él mismo lo sabía muy bien.

El guerrero debió de notar que lo estaban observando, porque recorrió con los ojos la fila de árboles. Al verla, se quedó mirándola fijamente y, a los pocos instantes, su seriedad fue sustituida por la diversión en su semblante. Lara miró hacia abajo, y se dio cuenta de que, como llevaba la capa en la mano, la espada que tenía colgada del cinto se veía perfectamente. Aquello la sobresaltó; se sintió molesta consigo misma por haberse delatado. Además, también sintió indignación por haber sido causa de diversión para aquel extraño.

Sin embargo, si él pensaba que iba a causarle desconcierto, estaba muy equivocado. Alzó la barbilla, le devolvió la mirada y la sostuvo durante un momento. Después, calmadamente, se dio la vuelta y se alejó.

 

 

Finn permaneció donde estaba, siguiendo con la mirada a la chica hasta que ella desapareció entre los árboles. Su presencia allí había sido inesperada y deslumbrante a la vez, como si hubiera aparecido un hada curiosa que quería investigar su llegada. Su melena castaña y su vestido verde, del color del bosque, reforzaron aquella impresión. El hada era muy bella, pero muy altiva. Su expresión era de desafío, como la espada que llevaba al costado. Él se sintió muy intrigado; en otras circunstancias, habría investigado más.

—Mi señor, ¿querríais acompañarnos?

La voz del vigía devolvió a Finn a la realidad.

—Eh… sí, claro, por supuesto.

Dejó a media docena de hombres en el barco y, junto a los demás, siguió a su escolta. Había poca distancia hasta la residencia del jarl Ottar, una impresionante edificación de madera que reflejaba el alto estatus de su propietario. A su alrededor había otras construcciones: establos, un granero, cochiqueras, talleres y una forja. Finn y sus hombres observaron el poblado con admiración.

—Es un sitio muy bonito —comentó Unnr—. Parece que el jarl Ottar es un hombre muy rico.

—Esperemos que valore las viejas alianzas —dijo Sturla.

—Pronto lo sabremos, ¿no?

Sus dudas se disiparon rápidamente. En cuanto se anunció su presencia, Ottar salió a recibirlos. Era un hombre de unos cuarenta años, y tenía el pelo rojizo, con algunas canas. Sin embargo, era fuerte y vigoroso, y tenía unos ojos azules llenos de bondad y de astucia. Sonrió a los recién llegados y abrazó calurosamente a su líder.

—Bienvenido, Finn Egilsson, y bienvenidos también vuestros compañeros.

—Os lo agradezco, mi señor.

—Vuestro padre era un gran guerrero, y un aliado fiel. Me sentí orgulloso de llamarlo «amigo».

—Él también hablaba de vos con gran afecto y respeto.

—Os parecéis mucho a él.

—Mi hermano, Leif, también.

—Cuando me enteré de la muerte de vuestro padre, sentí una gran tristeza —dijo Ottar, moviendo la cabeza—. No había muchos como él. Sin embargo, me alegro mucho de ver a uno de sus hijos en mi casa —añadió. Después, se giró hacia los sirvientes y les gritó que llevaran comida y cerveza—. Cuando hayáis repuesto fuerzas, podréis contarme qué os trae por aquí.

 

 

Cuando volvió Lara, la primera persona a la que vio fue a Alrik. Su hermano tenía dos años más que ella, y era mucho más alto. Ambos tenían el mismo pelo rojizo, un rasgo familiar, y los ojos azules. Alrik observó su capa, que ella mantenía bien cerrada sobre el vestido, con un brillo de diversión en la mirada.

—Has estado practicando otra vez, ¿eh? —le dijo, en un susurro conspirativo—. No te preocupes, no voy a decir nada.

—Ya lo sé —respondió ella, y miró a su alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie cerca—. Tengo que ir a esconder la espada. Tenemos visita.

—Sí, me ha parecido oír el sonido de un cuerno.

—Acaba de arribar un barco.

—¿Comerciantes?

—No, es un barco de guerra.

Alrik frunció el ceño.

—¿Cuántos hombres?

—Yo he contado veinte.

—Interesante.

—¿No quieres saber por qué han venido?

Él sonrió.

—Quieres decir que tú quieres saber por qué han venido.

—De acuerdo, reconozco que siento curiosidad. ¿Tú no?

—Pues sí, claro que sí —dijo él, y le apretó el brazo—. Vamos, ve a esconder tu secreto. Yo voy al salón.

Con esas palabras, Alrik se marchó apresuradamente. Lara se dirigió hacia las dependencias de las mujeres; la sala estaba vacía en aquel momento, así que se quitó la capa y guardó cuidadosamente la espada al fondo de su arcón, tapándola con el resto de la ropa. Después, se alisó el vestido, se apartó algunos mechones de pelo de la cara y fue a averiguar qué estaba sucediendo.

Cuando llegó al salón principal, vio que los sirvientes iban de un lado a otro, llevando fuentes llenas de comida y jarras de aguamiel. Su padre y su hermano estaban conversando con los invitados. Los sirvientes estaban cumpliendo su cometido a la perfección, así que ella pudo quedarse en un segundo plano, escuchando.

 

 

Finn y sus hombres aplacaron el hambre con pan y fiambres, y con varias jarras de aguamiel. Ottar no trató de iniciar ninguna conversación seria hasta que hubieron comido. Entonces, les indicó a los sirvientes que llenaran de nuevo las jarras, y miró a sus invitados.

—Bien, y, ahora, ¿vais a contarme a qué debo el honor de vuestra presencia?

—No es solo el placer lo que nos ha traído hasta aquí —respondió Finn—, sino, sobre todo, la agitación política que hay en Vingulmark. La casa real no se ha tomado demasiado bien su derrota en Eid.

Ottar lo miró con suma atención.

—¿Estabais allí?

—Leif y yo luchamos junto a Halfdan Svarti. También nuestro primo Erik, y los hombres que veis ante vos. La batalla fue muy ardua, pero al final, vencimos al ejército del rey Gandalf. Heysing y Helsing murieron. Solo sobrevivió el príncipe Hakke.

—Habría sido mejor al revés —dijo Ottar—. Siempre he pensado que él es el más peligroso de los hijos de Gandalf.

—Muchos estarían de acuerdo. Hakke es muy vengativo. Lo siguiente que hizo fue secuestrar a la prometida de Halfdan, lady Ragnhild, para casarse con ella por la fuerza. Por suerte, pudimos rescatar a la dama a tiempo, pero, en mitad del caos, Hakke se nos escapó.

—Mala suerte.

—Pues sí. Esperó pacientemente hasta que pudo tomarse la venganza. Quemó el poblado de mi hermano.

—Eso es una traición en todo orden.

—El poblado y la residencia de mi hermano estaban en Vingulmark, una parte de las tierras cedidas a Halfdan. Fue un regalo del rey a mi hermano, un regalo muy generoso. Sin embargo, por su situación, era también muy vulnerable.

—Lo entiendo.

—Hakke quería rodear todo el poblado y atraparnos dentro antes de prenderle fuego. De no ser porque recibimos un oportuno aviso, lo habría conseguido. Además, nos superaban con mucho en número; así pues, decidimos separarnos para obligar al enemigo a separarse si quería perseguirnos.

—Conociendo a Hakke, eso fue lo que hizo.

—A mis hombres y a mí nos persiguió un gran barco de guerra comandado por Steingrim. Nos hubieran alcanzado con toda seguridad pero, por suerte, bajó la niebla y conseguimos perderlos.

—Mejor para vos.

—Steingrim no va a rendirse con facilidad. Para tener alguna oportunidad de vencerlo, necesitamos refuerzos.

—Ah.

—Esperaba que vos pudierais ayudarnos, mi señor.

Ottar asintió.

—Lo que pueda hacerse, se hará.

—Os lo agradezco.

—Sois hijo de un amigo y un aliado. Vuestros enemigos son los míos.

—No olvidaré esto —dijo Finn—. Ni tampoco espero que me hagáis semejante favor a cambio de nada. Espero que me digáis lo que puedo hacer por vos.

Ottar se quedó silencioso y pensativo. Después, miró a Finn a los ojos y sonrió.

—Lo pensaré. Mientras, os invito a vos y a vuestros hombres, a permanecer aquí unos días, como invitados míos. Esta noche habrá una cena, y mañana daremos una fiesta en condiciones —dijo. Después, miró a su alrededor y se fijó en la persona a la que estaba buscando—. Ah, estás ahí. Ven aquí, niña.

Finn creyó que su anfitrión estaba llamando a uno de los sirvientes, pero, cuando vio a la muchacha en cuestión, la reconoció al instante. A tan corta distancia, se confirmó su impresión de que había visto un hada; la chica tenía los pómulos altos y marcados, la barbilla pequeña y unos preciosos ojos azul verdoso. Su pelo no era castaño, como él había creído distinguir, sino rojizo y con ondas, y le caía en una melena gloriosa por los hombros y la espalda. Tenía la cintura muy delgada, tanto, que él habría podido abarcarla con las manos; sin embargo, también poseía las curvas seductoras de la feminidad. El vestido verde que a él le había llamado la atención estaba confeccionado con lana fina, y tenía como adorno un cinturón bordado en oro. Lo único que faltaba era la espada.

—El jarl Finn y sus hombres van a quedarse con nosotros unos días —dijo Ottar—. Encárgate de que todo esté a punto.

—Sí, padre.

Ottar continuó diciendo:

—Esta es mi hija menor, Lara.

Finn hizo una reverencia.

—Es un honor.

Ella lo observó con frialdad; después, inclinó la cabeza.

—El honor es mío, mi señor.

El tono era amable, pero también altivo. Las palabras no fueron acompañadas de una sonrisa; la muchacha no se ruborizó, ni bajó la mirada, tal y como él hubiera imaginado. Era como si cumpliera con las normas básicas de cortesía, pero no le preocupara en absoluto si agradaba o no agradaba a los demás. Su experiencia con las mujeres era muy distinta; claro que, en realidad, las mujeres a las que él frecuentaba tenían un gran interés en agradar a los hombres. Aquella era la hija de su anfitrión, así que le correspondía a él hacer un esfuerzo.

—No sabía que el conde Ottar tuviera una hija tan bella.

—¿No? —preguntó ella.

Finn se quedó asombrado, pero se recuperó enseguida.

—No, lamento decir que no.

—¿Y por qué lo lamentáis?

—Podía haber traído un regalo adecuado.

—No necesito regalos.

—Un regalo no tiene por qué responder a una necesidad. Puede ser una señal de consideración.

—Sí, es cierto, pero como acabamos de conocernos, ese gesto sería excesivo.

Finn sabía que, seguramente, debería dejar pasar el asunto, pero no pudo resistir la tentación de continuar un poco más.

—Entonces, ¿no os gustaría un collar de cuentas de ámbar o un broche de oro?

—Eso depende de quién me lo diera. Si fueran mi padre o mi hermano, apreciaría mucho el regalo.

—Pero no si proviniera de un visitante.

—No, mi señor, sospecharía que había algún motivo oculto.

—Oh, ¿qué motivo?

—Tendría que preguntarme a mí misma qué se espera a cambio de mí.

Una respuesta clara, atrevida y desafiante. Y, nuevamente, él pensó que debería dejar aquella conversación, pero el desafío le resultó irresistible.

—Un regalo no debería exigir contrapartida alguna.

—No, pero sé por experiencia que normalmente es así.

—Entonces, ¿es tan grande vuestra experiencia?

—Lo suficientemente grande como para que recele de los regalos, y de quien los hace.

La muchacha habló con cortesía, pero aquello fue todo un desaire. Obviamente, inmune a los cumplidos, y a él también. Además, no era un ardid para aumentar su interés. Al contrario; Finn estaba seguro de que él no le resultaba agradable en lo más mínimo, y no sabía si sentir diversión o fastidio.

Antes de que pudiera dar con una respuesta, Ottar intervino.

—Por favor, disculpad a mi hija, jarl Finn. Tiene un ingenio agudo, y una lengua muy afilada —dijo, y miró a la chica con el ceño fruncido—. Por eso está soltera a los dieciocho años, y es probable que siga así.

Finn se estremeció por dentro al oír aquello, pero la muchacha no se inmutó. A él le pareció, incluso, que veía el brillo de la diversión en su mirada. Sin embargo, fue algo tan efímero, que no lo supo con certeza.

—Sí, disculpadme, mi señor. Voy a llevarme mi lengua ofensiva a otro lugar —dijo ella. Inclinó la cabeza con respeto, y añadió—: Padre.

Ottar frunció el ceño. Estaba a punto de decir algo, pero, evidentemente, debió decidir no hacerlo, aunque su irritación era obvia. Finn se sintió más intrigado que nunca. Lo que había ocurrido durante aquellos diez minutos había sido una buena actuación, pero, ¿para qué? Siguió con la mirada a Lara mientras ella se dirigía a la salida. La muchacha avanzaba sin prisas, con calma, y él sonrió ligeramente; debía de saber que iba a observarla. En cualquier momento, miraría hacia atrás. Las mujeres siempre miraban hacia atrás, lo cual significaba que no eran tan altivas como fingían ser.

Lara no miró hacia atrás y, unos segundos más tarde, estaba conversando con un par de sirvientes. Cuando ellos se marcharon a cumplir las órdenes que les hubiera dado, ella salió de la estancia por la puerta trasera. No miró atrás. Finn suspiró con cierta irritación.

 

Dos

 

 

Cuando se alejó del salón, Lara se relajó un poco. Todavía faltaban varias horas para que tuviera que volver a ver a los visitantes otra vez y, entonces, su papel estaría limitado a asegurarse de que la cena se sirviera adecuadamente. No tendría que participar en la conversación. Y eso, después de aquellos diez minutos, era todo un alivio. Finn era un hombre educado y cortés, pero también tenía una gran opinión de sí mismo.

Se le daba muy bien defender sus puntos de vista; en algunos momentos de su entrevista, Lara había tenido la sensación de que el invitado de su padre se divertía, incluso. Seguramente, no era cierto; ella siempre se encargaba de que ningún hombre disfrutara en su compañía.

Al torcer la esquina del edificio, un pequeño cuerpo impactó contra sus piernas como una bala de cañón. El proyectil rebotó y cayó al suelo boca arriba.

—¿Qué ha sido…

Lara se interrumpió al darse cuenta de que se trataba del hijo del administrador.

—Yngvi. Tenías que ser tú.

Él se incorporó y se sentó, algo aturdido. Lara suspiró y se agachó para mirarlo.

—¿Estás bien?

El niño asintió.

—Creo… creo que sí —dijo y, mientras Lara le ayudaba a levantarse, le pidió disculpas—. Lo siento, mi señora. Drifa y yo estábamos jugando al lobo.

Su hermano pequeño asintió.

—Yo quería atraparlo.

—Ya, ya lo veo.

—¿Os he hecho daño, señora?

—No, no. Pero vas a ser tú el que te hagas daño si sigues torciendo las esquinas de ese modo, a ciegas.

—Sí, mi señora.

Lara sonrió.

—Bueno, vamos, marchaos.

Los niños echaron a correr. Al verlos alejarse, Lara agitó la cabeza, pensando que su advertencia había caído en saco roto. Yngvi solo tenía seis años, pero era muy dado a correr riesgos y, allá donde iba, su hermano Drifa iba tras él.

Llegó al cobertizo del telar y siguió tejiendo la tela azul que había comenzado algunos días antes. Mientras trabajaba, recordó los días en que Alrik, Asa y ella jugaban juntos. Eran días felices, despreocupados. Sin embargo, aquella época de su vida había sido muy corta. Que Yngvi y Drifa jugaran mientras fuera posible, porque iban a crecer muy pronto. Cuando ella era niña, siempre soñaba con hacerse mayor. En aquellos tiempos, le parecía que todo iba a ser muy sencillo: se casaría, tendría hijos y se ocuparía de la casa de su marido. Nunca se le había ocurrido cuestionarlo, porque era lo que hacían todas las chicas. Con el paso de los años, había llegado a entender la realidad: el matrimonio era una trampa, y una cara bonita no garantizaba un buen corazón.

Sin motivo, recordó al jarl Finn. De mala gana, tuvo que reconocer que tenía una figura imponente y que no era fácil de olvidar. Además, aunque ellos dos hubieran mantenido una conversación ridícula, a ella sí le habían interesado mucho las cosas que él había tratado con su padre. Aunque sabía que el rey Halfdan había conseguido la victoria en Eid, era la primera vez que conocía a alguien que hubiera estado presente en la batalla. Le habría gustado hacerle preguntas a Finn sobre lo ocurrido; esa habría sido una interesante conversación. Le habría preguntado también por el secuestro y el rescate de lady Ragnhild. Parecía una aventura emocionante, llena de acción y de peligro y, además, tenía un componente romántico.

Lara interrumpió aquellos pensamientos. El romanticismo solo era para las niñas bobas que no sabían nada. Sin embargo, el rey debía de querer mucho a su dama si estaba dispuesto a llegar tan lejos por rescatarla. Claramente, Halfdan no era un hombre de halagos vanos y regalos pomposos. Ragnhild era una mujer afortunada, porque era raro conocer hombres como aquellos. La mayoría eran tontos engreídos que ansiaban la fama y los honores. Y algunos de ellos eran muy crueles. Para ellos, las mujeres eran objetos de usar y tirar. El marido de Asa era buena prueba de ello.

Su hermana había sido utilizada como peón en un juego político. La habían casado para sellar un pacto entre antiguos enemigos. Parecía que el jarl Finn también tenía enemigos muy poderosos. La quema de un poblado era una venganza brutal, y habían tenido suerte de recibir un aviso oportuno. Ella no le deseaba aquel destino a nadie, aunque fuera una persona tan molesta como él. Por suerte, no iba a estar por allí mucho más tiempo; en cuanto hubiera conseguido los hombres que necesitaba, seguiría su camino.

 

 

Con aquel pensamiento, fue mucho más fácil para Lara llevar a cabo sus obligaciones aquella noche. Como la llegada de los invitados había sido imprevista, ella había tenido que improvisar la cena. No era exactamente un banquete, pero, por lo menos, había comida, cerveza y aguamiel suficientes para todos. Y, tal como ella había pensado, su padre iba a agasajar convenientemente al jarl Finn al día siguiente, con una gran fiesta.

—He organizado una cacería —le dijo él—. Algunos de los hombres van a salir al amanecer. No estaría mal un jabalí asado, y algo de venado también.

—Cualquiera de las dos cosas estaría bien —respondió ella.

—Pues ocúpate de todo lo demás.

—Por supuesto. Ya he hablado con los sirvientes para que preparen la cerveza y el pan extra.

—Hay que reconocer, niña, que sabes llevar muy bien la casa.

«Sí, claro. Es lo que me han estado enseñando desde que era pequeña».

Hizo un esfuerzo por contener aquel sarcasmo y sonrió.

—Gracias, padre.

Él la miró desconfiadamente, sospechando que era una respuesta irónica, pero ella mantuvo una expresión inocente, así que él gruñó y le tendió la copa. Lara se la rellenó.

—Deberías estar utilizando ya toda esa capacidad tuya en la casa de tu marido —continuó su padre—. Ese es tu papel.

—Mientras, estoy contenta practicando aquí.

Él soltó un resoplido y se alejó. Lara continuó.

—Vuestro padre tiene razón —dijo Finn, mientras le tendía la copa para que ella le sirviera más cerveza.

—¿Con respecto a qué? —preguntó ella.

—A que la comida es excelente.

La jarra se detuvo en el aire un instante, y Lara alzó la mirada, sin dejarse engañar por el despreocupado tono de voz. Aquello no era en absoluto lo que él había querido decir, pero sería mejor que ella fingiera que lo había creído.

—Me alegro de que os haya gustado, milord.

—Claramente, sois una buena organizadora.

—A las mujeres se les enseña a que sean excelentes organizadoras.

—Sí, supongo que sí. Pero, de todos modos, dar de comer a veinte bocas de más es una tarea difícil.

«Vaya, era la primera vez que oía algo así».

—Normalmente, los hombres no piensan en esas cosas. Parece que piensan que la comida va a aparecer como por arte de magia en el momento preciso. Entonces, comen y no vuelven a acordarse de nada hasta que llega la siguiente comida.

Él se echó a reír.

—Hay algo de cierto en lo que decís, aunque, como soy responsable de la tripulación de un barco, yo he aprendido lo importante que son las provisiones.

Su sorpresa aumentó.

«Entonces, no es un completo idiota», pensó.

—Sí, me imagino que sí.

—Yo disfruto de la comida tanto como cualquier otro. Además, una tripulación bien alimentada se queja mucho.

—Así pues, el camino para llegar a su corazón pasa por su estómago.

—Los botines de guerra también tienen algo que ver.

Lara se animó. Aquella era la oportunidad que había estado esperando.

—Vos estabais en Eid, ¿verdad?

—Sí. ¿Cómo lo sabéis?

—Os he oído hablar con mi padre.

A él le brillaron los ojos.

—¿Habéis estado escuchando a escondidas?

—Por supuesto. Era una conversación interesante.

No parecía que le diera vergüenza admitirlo, y Finn notó que una sonrisa le tiraba de los labios.

—Da la sensación de que una batalla no es un tema de conversación muy apropiado para una mujer.

—¿Y por qué no?

—Porque es algo brutal y sangriento. Una mujer bella debería pensar en otras cosas.

Lara suspiró.

—¿Como los collares de ámbar y los broches de oro? ¿O, tal vez, en el coqueteo y el romanticismo?

—¿No es en eso en lo que piensan normalmente las mujeres jóvenes?

Lara se quedó en silencio, entre decepcionada y enfadada. Por un momento, había pensado que él era distinto a los demás. Apartó la mirada.

—Disculpadme por hacer una pregunta inapropiada. Es que esperaba una respuesta inteligente. Debería haber tenido más sentido común.

 

 

Mientras Finn la veía alejarse, dejó escapar una carcajada seca y suave, que resumía su incredulidad y su irritación consigo mismo. No se le había pasado por alto el repentino brillo de entusiasmo que había aparecido en los ojos de Lara cuando le había preguntado por Eid. Si él no la hubiera alejado, tal vez ella habría bajado la guardia y podrían haber tenido una conversación animada e interesante. Sin embargo, había hablado sin pensar, y la muchacha se había cerrado en banda de nuevo. Se arrepentía de haber sido tan torpe. ¿Acaso la experiencia no le había enseñado nada?

—Guapa chica —dijo Unnr.

Finn alzó la mirada y asintió.

—Si tú lo dices.

—Pero difícil. Las pelirrojas siempre son difíciles.

—Eso he oído.

«Difícil» era un eufemismo, pensó Finn. «Volátil» era más acertado. Y, cuando ese rasgo estaba combinado con la inteligencia y la rapidez mental, la mezcla resultaba muy estimulante. Era un desafío muy seductor.

—Hace falta un hombre valiente para domarla —continuó Unnr—. Mi hermano mayor, Sveinn, se casó con una pelirroja. Preciosa, pero con un genio endemoniado cuando se enfadaba.

Sturla frunció el ceño.

—¿Se arrepintió de haberse casado con ella? —preguntó.

—No, no. A Sveinn siempre le han gustado los desafíos. Él nunca hubiera encajado con una mujer tímida.

—Bueno, pues a cada cual lo suyo.

—Yo estoy con Sveinn —dijo Vigdis—. Una mujer con un genio vivo hace más interesante la relación.

Todos emitieron murmullos de aprobación.

Unnr continuó:

—Es verdad. A Sveinn le gustaba Halla desde el principio, ¿sabéis? Porque es una preciosidad. Pero mi hermano no entendió lo profundos que eran sus sentimientos hasta que ella fue por él con un hacha.

Vigdis asintió.

—Entiendo que algo así haga que te decidas.

—Pues sí. Mi hermano se enamoró como un loco.

—Entonces, ¿se lo dijo enseguida?

—No, no. Hasta que no consiguió tirarla al suelo y quitarle el hacha, no pudo convencerla. Al final, hicieron las paces, y se casaron a la semana siguiente. Ahora tienen cinco hijos.

Ketill cabeceó con admiración.

—Tu hermano es todo un romántico.

Sus compañeros asintieron.

—Sí, a mí también me lo parece —dijo Unnr—, aunque, claro, él nunca lo admitiría.

—Pero los actos hablan más que las palabras, ¿no?

—Exacto. Y el amor es una cosa muy curiosa. Mira mi primo Snorri, por ejemplo…

 

 

Mientras los demás escuchaban las historias de Unnr, Finn se alejó del grupo. La conversación había tomado una dirección inesperada y le había hecho recordar cosas que prefería olvidar. Sin embargo, Unnr tenía razón: el amor era algo extraño. Entraba por los ojos y se metía en el corazón. Y, al quitarlo, dejaba una herida que nunca se curaba. La traición siempre era fea, adoptara la forma que adoptara. El hermano de Unnr tenía suerte con su esposa: era evidente que el engaño no formaba parte de su naturaleza. Uno siempre sabía qué podía esperar de un hacha. Además, era algo que podía verse llegar.

Él, por el contrario, no había sabido nada de la traición hasta que fue demasiado tarde.

Debería haberse percatado de las señales, pero el amor que sentía por Bótey lo había cegado. Cuando, por fin, se dio cuenta de lo ciego que estaba, el amor había dejado paso a los celos y a la rabia. Ella sabía cuál iba a ser su reacción, así que había puesto toda la distancia posible entre ellos. Sin embargo, no había sido suficiente, y la había alcanzado.

Matar a su rival era un asunto de justicia natural, un acto por el que nadie iba a condenarlo. Uno hombre debía defender sus derechos y vengarse de aquellos que le hacían mal. Así eran las cosas, y él no sentía remordimientos por haber matado al amante de su esposa. Sin embargo, lo que había ocurrido después sí le atormentaba y, al menos en su propia opinión, lo que le había valido una condena de por vida.

 

 

Sus hombres y él durmieron en el salón aquella noche. O, más bien, durmieron sus hombres, y ruidosamente. Para Finn fue mucho más difícil. No podía dejar de darle vueltas a lo que iba a suceder en el futuro más inmediato. Tenía que ocuparse de Steingrim. De lo contrario, el mercenario los perseguiría y los mataría. Finn no tenía intención de consentir que siguieran llevándoles ventaja. Cuando tuviera las espadas extra que necesitaba, atacaría al enemigo.

Se preguntó qué tal estaría su hermano, y si había conseguido poner a salvo a su mujer. Seguramente, sí; una vez que Leif se había propuesto algo, lo conseguía, aunque alguien tratara de impedírselo.

Al pensar en Astrid, la guapa mujer de su hermano, recordó a Lara. Era extraño que no se hubiera casado aún, a los diecisiete años; no podía ser por falta de pretendientes. Seguramente, entre ellos había hombres de los que no se arredraban ante el desafío que ella representaba. Cualquier hombre que tuviera sangre en las venas. Así pues, Lara debía de haberlos rechazado. ¿Habría usado un hacha?

Finn sonrió para sí. No era difícil imaginarse aquella escena. No parecía que al hada le gustaran mucho los hombres. Él no le gustaba, claramente. Había algunos motivos para aquel desagrado, pero eso no explicaba el porqué de su antipatía por el sexo masculino en general, y Finn sentía curiosidad por averiguarlo.

Cuando su matrimonio terminó, había tardado bastante tiempo en volver a mantener una relación sexual. Al principio, eran favores pagados, sin complicaciones y mutuamente satisfactorios. Más tarde, tuvo aventuras más largas con cortesanas de palacio. Más complicadas y más caras, pero también más placenteras, mientras habían durado. Él estaba a favor de dar y recibir placer, y de recompensar con generosidad a las mujeres objeto de su atención, pero nunca ofrecía nada más que eso. Así, no había malentendidos, y nadie salía herido.

¿Había sufrido Lara una decepción amorosa, y su actitud era un modo de defenderse de otros posibles dolores? Él no sabía por qué seguía pensando en ella involuntariamente. Lamentaba haber pronunciado unas palabras tan desafortunadas antes, porque le habían costado una conversación entretenida. Él nunca había conocido a una mujer que pusiera en cuestión sus opiniones, ni que defendiera su posición con tanta facilidad y le hiciera pensar para responder. Además, Lara no intentaba flirtear y, claramente, le molestaba que él lo hiciera. Eso también era nuevo; las mujeres siempre disfrutaban flirteando con él, y la mayoría de las veces se le insinuaban descaradamente.

No podía imaginarse que Lara quisiera pasar ni cinco minutos a su lado. Y, seguramente, eso era lo mejor que podía ocurrir, porque cualquier aventura con ella estaba fuera de lugar. Él no iba a aprovecharse de la buena voluntad de su anfitrión; eso no sería honorable, y pondría en peligro su misión.

Sin embargo, Lara estimulaba su curiosidad y, para ser sincero, algo más que eso. Vigdis tenía razón: una mujer con genio era mucho más interesante que una mujer tímida. Finn sonrió de nuevo. Si Lara hubiera sido una mujer de la corte, él habría aceptado el reto. Por experiencia, sabía que todas las mujeres podían ser cortejadas y seducidas. Todos los rebeldes podían ser vencidos, al final.

 

Tres

 

 

En algún momento, entre aquellos pensamientos, Finn se quedó dormido y no volvió a despertar hasta el amanecer. Sus hermanos de armas seguían roncando a su alrededor. Él se levantó silenciosamente para estirar las piernas, con cuidado de no molestar a los demás, y salió por una puerta lateral. Olía a rocío y a tierra húmeda. Aquella noche había llovido, pero las nubes habían pasado, y parecía que iba a ser un día resplandeciente. Sin embargo, no tenía importancia, puesto que él debía hacer muchas cosas. Estaba enumerándolas mentalmente cuando percibió un movimiento por el rabillo del ojo.

Se giró y, automáticamente, posó la mano en la empuñadura de la espada. No sería tan raro que Steingrim se hubiera aproximado a escondidas a ellos mientras dormían. Sin embargo, en vez de encontrarse con la corpulenta figura de su enemigo, lo que vio fue una figura femenina y esbelta. Al darse cuenta de quién era, se relajó. Ella no lo había visto a él, y caminaba desde los edificios, por un sendero estrecho, hacia los árboles. Por un segundo, Finn vaciló, debatiendo consigo mismo. Al final, ganó la curiosidad.

 

 

Lara llegó al promontorio pocos minutos después de haber salido del dormitorio de las mujeres. Se quitó la capa, desenfundó la espada y comenzó a calentar los músculos como le había enseñado Alrik. Después, se concentró y comenzó a realizar los ejercicios, dejando que cada movimiento fluyera hacia el siguiente, cada vez más rápidamente, hasta que la hoja de la espada se hizo casi invisible y el aire silbaba al pasar. Izquierda, derecha, thrust, parry… Al ver que había alguien a pocos metros de ella, al borde del bosque, se detuvo en seco. La sorpresa pronto se convirtió en una mezcla de emociones incómodas.

¡El jarl Finn! ¿Cómo había podido encontrarla? Debía de estar disfrutando muchísimo de aquel descubrimiento. Seguro que antes del mediodía todo el mundo sabría lo ocurrido. Sería el hazmerreír, y su padre se pondría furioso…