Rescate por amor - Emma Darcy - E-Book
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Rescate por amor E-Book

Emma Darcy

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Beschreibung

Tenía que salvarla y estaba dispuesto a cualquier cosa… A los dieciséis, Ric Donato había amado a Lara Seymour, pero pertenecían a mundos diferentes y la frustración había llevado a Ric a rebelarse. El tiempo lo obligó a crecer y no volvió a mirar atrás. Años después, era un hombre de éxito que conseguía todo lo que deseaba. ¿Todo? Cuando Lara volvió a aparecer en la vida de Ric, estaba más bella que nunca, y tan lejos de sus posibilidades como siempre. Llevaba una vida sofisticada junto a otro hombre y parecía tenerlo todo... pero en realidad era todo una mentira y Ric lo sabía.

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Seitenzahl: 120

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Emma Darcy. Todos los derechos reservados.

RESCATE POR AMOR, Nº 1550 - julio 2012

Título original: The Outback Marriage Ransom

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0719-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

El primer día en Gundamurra

La avioneta se dirigía hacia una pista de tierra. Además de los edificios del rancho ovejero de Gundamurra, no había nada más, sólo un paisaje desierto, interminable, con algún árbol pelado. Ric habría deseado llevar con él la cámara fotográfica que había robado. Allí podría hacer unas fotos preciosas.

–Estamos en medio de ninguna parte –suspiró Mitch Tyler–. Empiezo a pensar que hemos cometido un error.

–No –dijo Johnny Ellis–. Cualquier cosa es mejor que estar encerrados. Aquí, al menos, podremos respirar.

–¿Qué, arena? –se burló Mitch.

La avioneta aterrizó, levantando una nube de polvo.

–Bienvenidos a Gundamurra –dijo el policía que los escoltaba–. Y si queréis sobrevivir, recordad que de aquí no se puede salir.

Ninguno de los tres le hizo caso. Tenían dieciséis años y, a pesar de lo que la vida les había deparado, iban dispuestos a sobrevivir como fuera. Además, Johnny tenía razón, pensó Ric. Seis meses trabajando en un rancho ovejero tenía que ser mejor que un año en un reformatorio.

Él, por ejemplo, no soportaba la autoridad. Y esperaba que el tipo que dirigía el rancho no fuese un tirano.

¿Qué había dicho el juez cuando los sentenció? Algo sobre recuperar los valores morales. Un programa que les enseñaría la realidad de la vida. En otras palabras, que tendrían que trabajar para sobrevivir, no estafar a los demás. Para él, era fácil decir eso, sentado en su estrado, con su sueldo del gobierno...

Pero en su mundo no había seguridad.

Nunca la hubo.

Robar lo que uno quería era la única forma de conseguirlo. Y Ric deseaba muchas cosas.

Aunque robar un Porsche para impresionar a Lara Seymour había sido una soberana estupidez. La había perdido, eso seguro. Una chica rica como ella nunca saldría con un tipo condenado por robo.

La avioneta se detuvo al lado de un jeep Cherokee, conducido por un hombre muy alto, de hombros anchos, con el rostro surcado de arrugas y el pelo gris. Debía tener más de cincuenta años, pero su apariencia era formidable. Aunque a él el tamaño le daba igual. Si se le ocurría ponerle una mano encima...

–Mira, John Wayne –se burló Mitch, tan irónico como siempre. Podía ser una pesadez convivir con él.

–Pero sin caballo –comentó Johnny, con una sonrisa en los labios.

Sería más fácil convivir con él, pensó Ric.

Johnny Ellis seguramente había decidido que ser afable reportaba múltiples beneficios, aunque era lo suficientemente grande y fuerte como para pelearse con cualquiera. Tenía los ojos pardos y el pelo rubio, que le caía sobre la frente.

Lo habían pillado vendiendo marihuana, aunque él juraba que sólo era para unos amigos músicos, que la habrían comprado en cualquier otro sitio.

Mitch Tyler era un tipo muy diferente, acusado de pegarle una paliza a un hombre que había violado a su hermana. Aunque no arguyó eso en los tribunales porque, según él, no quería ensuciar el nombre de una adolescente. Era alto, pelo oscuro, ojos azules... su actitud era siempre de una violencia contenida.

Ric era de tez bronceada, herencia de sus abuelos italianos, pelo oscuro, ojos castaños y el típico aspecto que gustaba a las chicas. A cualquier chica. Incluso a Lara Seymour. Pero el aspecto físico no lo era todo en la vida. Había que tener dinero. Y las cosas que podían comprarse con dinero. Era la única forma de luchar contra la diferencia de clases.

La puerta de la avioneta se abrió en ese momento y el policía les dijo que tomaran sus mochilas. Unos minutos después, los tres empezarían una nueva vida, de la que no sabían nada.

La presentación hizo que Ric se pusiera un poco tenso.

–Aquí están sus chicos, señor Maguire. De las calles de la ciudad al campo, a ver si aprenden, aunque sea a golpes.

El señor Maguire, que parecía más grande de cerca, miró al policía con cara de pocos amigos.

–Aquí no hacemos las cosas así.

Lo había dicho sin levantar la voz, pero en su tono había una autoridad impresionante.

–Soy Patrick Maguire. Bienvenidos a Gundamurra. En el idioma aborigen, significa «buen día». Y espero que algún día os parezca que así fue el día que pusisteis los pies aquí.

Ric pensó que no le importaría darle una oportunidad a aquel tipo.

–¿Cómo te llamas? –le preguntó a Mitch.

–Mitch Tyler –contestó él, estrechando su mano.

Johnny alargó la mano también.

–Johnny Ellis. Encantado de conocerlo, señor Maguire –dijo, con una de sus encantadoras sonrisas.

Ric vio que él sonreía también. No era ningún tonto, pensó al sentir sobre sí la sabia mirada del hombre.

–Ric Donato –murmuró, estrechando su mano. Fue un apretón cálido, que borró en parte la angustia de estar en aquel sitio.

–¿Nos vamos? –preguntó Maguire.

–Yo estoy listo –contestó Ric.

Estaba dispuesto a comerse el mundo.

Y a conseguir a Lara.

No podía quitársela de la cabeza. Quizá no lo conseguiría nunca. Clase, eso era lo que ella tenía. Por el momento, no podía estar a su altura, pero lo estaría algún día.

De una forma o de otra, llegaría donde quería llegar.

Capítulo 1

Dieciocho años después...

Ric Donato estaba en su despacho de Sidney con su secretaria de dirección, Kathryn Ledger, echando un vistazo a las fotografías de los famosos que habían acudido al festival de cine australiano. Ése sería el número de aquella semana. Los fotógrafos, algunos tan famosos como las estrellas, otros simples paparazzis, se las enviaban por Internet y su equipo elegía las mejores para venderlas a revistas de todo el mundo.

Clase, siempre clase, pensaba Ric con considerable ironía. Eso era lo que vendía su agencia, en Australia, en Los Ángeles, en Nueva York, en Londres.

Las tristes fotografías que él había hecho como reportero de guerra le habían conseguido muchos premios y respeto en la profesión, pero el atractivo de esas fotografías era limitado. Pronto aprendió que eran las fotos bonitas las que se vendían en todas partes. La gente quería ver clase, dinero, fama. No querían saber nada del sufrimiento y la muerte.

Concentrarse en eso le había dado buenos resultados. A los ricos y famosos les gustaba su agencia porque garantizaba que sus vidas privadas permanecerían de ese modo, privadas. Incluso alertaban a los fotógrafos que trabajaban para él sobre cuándo podían hacerles alguna foto interesante, mientras que éstas fueran beneficiosas para ellos. Y las revistas pagaban mucho dinero.

Todo el mundo estaba contento.

La fórmula mágica del éxito.

Clase.

Era el pasaporte al paraíso, al menos en términos de dinero y aceptación en los mejores círculos. Eso era algo que Ric había sabido por instinto a los dieciséis años, que olvidó a partir de los veinte y aprendió de nuevo a tiempo para construir lo que se había convertido en un imperio que valía millones de dólares.

Kathryn descargó otra fotografía del aeropuerto, más estrellas de Hollywood, pensó Ric, mirando sin mucho interés... hasta que una cara llamó su atención.

¿Lara?

Tenía la cabeza agachada y llevaba gafas de sol. ¿Eso que había sobre su pómulo izquierdo era un moratón? También tenía los labios un poco hinchados...

Entonces miró al hombre que la acompañaba. Era Gary Chappel, su marido, heredero y presidente del imperio de residencias sanitarias que había levantado su padre. Millonario y tan atractivo que podría haber sido modelo.

Pero en aquella foto no parecía tan atractivo. Con los labios apretados y un brillo amenazador en los ojos, tenía un aspecto temible.

Lara caminaba con la cabeza baja y él la sujetaba por la cintura con una mano y del brazo con la otra.

–Mira esta foto. Esto sale en las páginas de cotilleos –murmuró Kathryn.

Gary y Lara Chappel, una pareja de la alta sociedad australiana, eran considerados como uno de los matrimonios más atractivos del país. Ric había visto muchas fotografías suyas, pero nunca como aquélla.

–¿La borro? –preguntó su ayudante.

–¡No!

Kathryn levantó la mirada, sorprendida.

–No es una fotografía bonita, Ric.

–Hazme una copia y compra los derechos.

–Pero...

–Si no la compramos nosotros, lo hará otra agencia y, como tú misma has dicho, acabará en las páginas de cotilleos. No quiero que nadie publique esto –dijo él entonces.

–Nosotros no tenemos por qué proteger a nadie –le recordó Kathryn.

Su secretaria estaba entrenada para lidiar con todos los asuntos de la empresa cuando él no estaba en Sidney y Ric confiaba en su buen juicio. Pero aquello era personal. Muy personal. Y no podía tomárselo a broma.

Curioso que siguiera importándole después de tantos años y sin haber vuelto a tener contacto con Lara Seymour desde que lo llevaron a Gundamurra... Sin embargo, aquella fotografía, en la que claramente se la veía maltratada por su marido, le resultaba insoportable.

Pero Kathryn lo miraba como si hubiera perdido la cabeza...

Kathryn Ledger, ojos verdes, pelo castaño cortado a la última, bonita cara, bonita figura siempre con elegantes trajes de chaqueta. Una chica muy atractiva, en resumen, y con la cabeza bien amueblada. Ric sentía un gran aprecio por Kathryn y le deseaba lo mejor en su próxima boda.

Sin embargo, nunca le atrajo como mujer, nunca sintió por ella lo que había sentido por Lara Seymour.

Para él, Lara era la viva imagen de la femineidad: delgada, idealmente proporcionada, con una melena rubia que caía por su espalda como una cascada de oro, un rostro de facciones aristocráticas, ojos de un azul tan brillante como el cielo en verano, una sonrisa que era a la vez tímida e invitadora, una piel perfecta que él soñaba con acariciar.

Había entendido la expresión «cuello de cisne» al ver cómo Lara movía la cabeza. Además, caminaba como una bailarina.

Todo en ella hablaba de la mística femenina, de lo inalcanzable, empujándolo a... pero eso pertenecía al pasado.

–Lara y yo nos conocemos hace tiempo, Kathryn –dijo en voz baja–. Y a ella no le gustaría que se publicara esta foto.

–¿Lara Chappel y tú? –preguntó su ayudante, incrédula.

–Lara Seymour...

–¿Es ella la razón...? –Kathryn no terminó la frase, mirando de nuevo la pantalla–. Déjalo. Te haré una copia de la foto.

–¿La razón de qué?

–No es asunto mío, Ric.

–Dilo de todas formas.

Ella se encogió de hombros.

–La gente habla de ti, ya sabes. Eres uno de los solteros más cotizados del mundo. Podrías haberte casado con cualquier mujer y sin embargo...

–¿Sin embargo qué?

–Nunca has tenido una relación seria.

–Porque tengo cosas más importantes que hacer, Kathryn –sonrió Ric.

–Ya, claro –murmuró ella, ocupándose en imprimir la fotografía.

Sí, le resultaba fácil salir con cualquier chica atractiva, pero la atracción nunca duraba mucho. Sus relaciones solían terminar pronto, cuando se daba cuenta de lo «encantadas» que estaban esas mujeres con lo que él podía darles. No lo conocían, sólo estaban interesadas en él por su dinero, por su poder, por sus contactos.

Desde luego, había conseguido lo que quería: llegar arriba, a lo más alto. El mundo era suyo. Tenía apartamento en Londres, en Nueva York y en Sidney, éste con una magnífica vista del puerto. También tenía coches de lujo, un Jaguar en Londres, un Lamborghini en Nueva York, un Ferrari en Sidney.

Entonces recordó el Porsche que una vez robó para impresionar a Lara. Podría haber comprado uno, pero no quería. ¿Por qué acordarse de las frustraciones, de la derrota? Aunque él ya no era un crío, como entonces. ¿O sí?

¿Alguien podía escapar del pasado?

Kathryn le dio la fotografía y Ric la miró, sintiendo que volvía a aquel momento, cuando Lara Seymour era lo más importante de su vida, lo único que deseaba.

–¿Tienes un sobre? –preguntó.

–Sí, claro.

–Hazme cinco copias más y guárdalas en la caja fuerte. Luego, borra la fotografía.

Ella asintió.

–¿Cuánto debo pagar por el copyright?

–Me da igual –suspiró Ric, guardando la fotografía en el sobre–. Intenta negociar un buen precio, pero no importa lo que cueste. Quiero ese negativo.

–Muy bien –murmuró su ayudante, mirándolo con expresión de sorpresa.

También eso le daba igual. Tenía la impresión de que Lara estaba pasando por un mal momento con Gary Chappel... y la fotografía había sido tomada en el aeropuerto. ¿Estaría Lara intentando huir?

La violencia doméstica tenía lugar en todo tipo de familia y, a menudo, se escondía por vergüenza. Y por miedo. Su propia madre había sido víctima de un maltratador y murió cuando él era un niño. Entonces había sido demasiado pequeño para protegerla y cada vez que lo había intentado se había llevado una paliza. Al menos, su padre había ido a la cárcel por ello, pero Ric nunca olvidaría el miedo que sintió al testificar contra él.

Si Lara estaba teniendo un problema parecido...

Ric apretó los puños mientras bajaba al garaje en el ascensor. No era asunto suyo, se dijo. Pero no podía hacer como si no supiera nada.

Ya no era un niño.

Era un hombre rico.

Con clase y dinero para quemar, si le apetecía.

Y estaba a la altura de Gary Chappel.

Se alegraba de llevar su traje favorito de Armani porque había quedado a comer con Mitch Tyler. Los abogados siempre llevaban traje de chaqueta y Mitch era uno de los abogados más prestigiosos de Sidney. También él había llegado donde quería. Y Johnny Ellis, que tenía varios discos de platino, y no sólo en Australia.

Después del tiempo que pasaron en Gundamurra seguían en contacto y se veían siempre que les era posible.

Ninguno de los tres se había casado.

Mientras subía a su Ferrari, Ric se preguntó si Johnny y Mitch habrían tenido los mismos problemas que él con las mujeres. En realidad, seguramente ellos se entendían mejor de lo que podría entenderlos cualquier mujer. Y le gustaría pedirle ayuda a Mitch sobre el asunto de Lara... si ella quería su ayuda.