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Un pequeño pueblo a las afueras de las grandes ciudades. Una oscuridad latente. Secretos y adicciones peligrosas. Un mundo totalmente desconocido. Layla Vaxwood ha vivido una mentira toda su vida. Rydian Kazz quiere que la suya lo sea. Ambos se necesitan y, sin saberlo, conectan de un modo diferente a los demás. Sus pasados se alinean más de lo que creen... Su destino es estar juntos para crear caos. Sus familias y amigos se interpondrán y la muerte caerá sobre el pueblo de Orson. Son dos males destinados a encontrarse; él es la muerte, ella la predice. ¿Lograrán combatir la oscuridad que habita en lo más profundo de sus mentes? ¿Los secretos por revelar y las consecuencias de sus actos? ¿Y el pasado que no parece querer huir del presente? Adéntrate a esta historia llena se secretos, males oscuros, romance y criaturas extrañas y sobrenaturales.
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Veröffentlichungsjahr: 2025
CATALINA MAZZOCCHI
Mazzocchi, Catalina Reyes del caos : lazos oscuros / Catalina Mazzocchi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6304-0
1. Novelas. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Epílogo
Agradecimientos
Para todos los que se refugianentre las páginas de un buen libro.
Y para Lolo, que me sonríe desde el cielo.
Por más que las personas de mi antiguo pueblo piensen que estoy loca y que soy una peste, he odiado la idea de mudarnos. Pero es necesario, luego del desastre que causé en mi antiguo instituto. Uno que espero no volver a repetir aquí.
Cuando estacionamos en nuestra inmensa y exagerada casa, mamá me sonríe y dice: “Bienvenida a nuestra nueva casa en el pueblo de Orson, cariño”. Le devolví la sonrisa sin ganas, no me gusta empezar todo de nuevo; tener que volver a hacer amigos, aprenderme las calles, entre otras cosas. Lo único bueno es que mi prima Samanta vive a diez calles de aquí. Es un pueblo chico. Observo las miles de cajas que desempacar y casi me infarto. Tendré que subir cada dos por tres las escaleras porque no podré llevar todas las cajas en un mismo recorrido. Maldición.
Tampoco entiendo por qué mamá ha comprado una casa de dos pisos para nosotras dos solas, ya que mi padre nos abandonó y se fue a quién sabe donde. Tal vez sea la costumbre de ser una familia grande.
Me despido de mamá avisándole que iré a recorrer el nuevo pueblo. Desempacaría cuando Sam venga a ayudarme.
Me subo a mi auto y arranco sin rumbo alguno con la canción ‘Feel so close’ retumbándome en los oídos. La cabeza me duele desde que nos hemos adentrado al pueblo, una sensación extraña me oprime el pecho por momentos. De seguro son los nervios, aunque se siente una energía pesada en el ambiente.
Luego de conducir unas calles más, me adentro por una que va hacia abajo, atravieso por un túnel y la diferencia del anterior vecindario es que este tiene casas construidas por la mitad, hay grafitis por todas partes y personas durmiendo en las aceras con varias mantas debido a la brisa fresca de la primavera.
Estaciono mi auto en una esquina y empiezo a observar locales de comida: muero de hambre. Un zumbido extraño se apodera de mis oídos e intento ignorarlo.
Me detengo en la vidriera de un local de hamburguesas y comienzo a leer las opciones. Mi vista se desvía al reflejo del cristal, en el cual veo a un chico observándome. Giro mi cabeza para mirarlo y me quedo hipnotizada mientras el corazón se me acelera y el dolor de cabeza aumenta.
Una corriente eléctrica se desliza por todo mi cuerpo, como si estuviésemos conectados de algún modo. Su presencia me atrae como un imán.
Su cabello rubio brilla bajo la luz del sol y su sonrisa de labios finos y rosados de dientes perfectos genera que trague grueso, nerviosa. Es bastante alto y sus ojos azules me miran atentos. Me analiza de arriba abajo. Está vestido completamente de negro.
Una punzada de dolor en la cabeza me toma desprevenida, hago una mueca. Unas visiones aparecen en mi mente de repente: sangre, golpes y dolor, mucho dolor.
Mis pensamientos son interrumpidos por dos chicos que se posan delante de mi, mientras me tiran el humo del cigarro que sueltan de su boca. Hago una mueca de asco al sentir el olor a tabaco.
Están llenos de tatuajes y piercings. Sus sonrisas divertidas me generan mala espina.
—¿Qué hace una chica demasiado linda en estos barrios? — pregunta el de pelo cobrizo.
—Y debe estar forrada en dinero si viste de esa forma… — el castaño me mira con ojos lujuriosos.
—Muy linda charla, pero debo irme —incómoda, empiezo a caminar pero uno de ellos me toma del brazo—. Suéltame — exijo con firmeza.
—No…
—Nik, suéltala —una voz desconocida se escucha a mis espaldas, al girarme veo al chico rubio de antes.
—Siempre arruinando la diversión, Rydian. —el de cabello cobrizo rueda los ojos y se lleva a su amigo de mala gana.
—Gracias… —volteo a verlo. Me dedica una sonrisa de lado.
—¿Qué hace una chica como tú en estos lugares? —lo observo confundida.
—¿A qué te refieres con ‘estos lugares’? —hago comillas invisibles en las últimas dos palabras—. ¿Y ‘a una chica como yo’?
—Son los barrios bajos, amor —ensancha su sonrisa y una de sus cejas rubias se levanta—. Y no pareces precisamente conocer el lugar por la manera en que observas todo, como si hubieses descubierto el más preciado de los secretos.
—Ah. —Me limito a responder y cambio el peso de un pie al otro.
—Claramente ibas a llamar la atención vistiendo ropa de marca Louis Vuitton y puedo asegurar que tu perfume te salió bastante caro. Toda una chica mimada metida en los barrios bajos, bastante inusual —arrugo el entre cejo—. Y para agregar, estacionaste semejante auto en la esquina.
—Para tu información, no soy una niña mimada, solo tengo a una madre que le va bien en el trabajo —me encojo de hombros algo indignada por sus palabras. Ignoro la punzada de dolor que vuelve a atravesar mi cabeza.
Suelta una inaudible risita y enarco las cejas. Debo levantar la cabeza para observarlo bien, es bastante alto.
—Si tú lo dices… ¿Cuál es tu nombre, niña no mimada?
—Layla Vaxwood.
—Rydian Kazz —me sonríe, divertido.
Nos quedamos en silencio unos segundos mientras lo observo. Es bastante atractivo, pero algo en él me genera una sensación de malestar, como si ocultara algo bastante oscuro. Tal vez sea una ilusión mía. Todos tenemos secretos.
—Creo que debería irme… —asiente y comienzo a caminar con una extraña sensación en el estómago.
Me despido y voy a pasos apresurados hacia mi auto, una vez dentro, arranco intentando recordar el camino por el que vine. El hambre se ha esfumado de mi sistema.
Adele resuena en mi auto mientras giro en una esquina. Observo por el espejo retrovisor y me doy cuenta que el auto Audi de color gris oscuro viene detrás de mí desde hace unas cuadras.
Me aterra el pensar que pueden ser los chicos que me interceptaron afuera del local de hamburguesas. Si no hubiera sido por ese chico, Rydian, me habrían robado.
Acelero y doblo en otra calle, al ver que el auto siguió de largo me relajo y suspiro aliviada. Ya me volví paranoica. Suspiro pesadamente y vuelvo por el camino correcto, pero una cuadra antes de llegar a mi nueva casa, el auto gris vuelve a aparecer detrás de mí.
Mierda.
Estaciono en la puerta de mi casa y me quedo adentro de mi auto. El vehículo que me “seguía”, estaciona en la mansión de tres pisos que está al lado de la mía.
Suspiro aliviada al saber que no van a robarme, es un vecino.
Me quedo helada en mi lugar al ver que no es cualquier vecino, es el chico rubio de hace unos minutos atrás. Rydian Kazz.
Me llamó mimada a mí pero yo no soy la que tiene una casa de tres pisos con una lujosa entrada y tres garajes.
¿Qué hacía en los barrios bajos? Porque al parecer conocía a esos dos chicos que me quisieron robar.
Despierto de mala gana al oír el terrible ruido que hace el despertador de mi teléfono. Estiro el brazo, y con torpeza, lo apago. Me quedo varios segundos observando el techo hasta ponerme de pie.
Aún es extraño estar en esta habitación. Intenté que luzca parecida a la de mi antigua casa: cama de dos plazas, colores claros predominantes, un escritorio, una estantería con varios libros y un enorme espejo al lado del armario. Me dirijo al baño a lavarme los dientes y prepararme. Opto en ponerme unos vaqueros oscuros y una camiseta blanca cubierta por un suéter color beige, ya que, de mañana, aún hace frío.
Bajo las escaleras de dos en dos y me tomo una taza de café rápidamente. Salgo de la casa en busca de mi auto, pero me quedo de pie en el medio de la acera al ver a mi chofer de mi anterior ciudad.
—¿Edward? Mamá te habrá dado mal los horarios, me voy con mi auto —frunzo el ceño y me sonríe. Su poco cabello negro está cubierto por una gorra del mismo color. No tiene familia por lo que accedió en acompañarnos. Era bastante cercano a mi padre en sus tiempos. Ahora vive en uno de los pocos edificios de aquí.
—Su madre dijo que no confía en su instinto de manejo ya que la tarde de ayer se metió en los barrios bajos, así que, sube, por favor —abre la puerta cordialmente y subo sin oposición alguna. Ya hablaré con mamá más tarde.
El camino es silencioso y tranquilo, menos por los rápidos latidos de mi corazón y el nerviosismo recorrerme el cuerpo por cada segundo que pasa. Suspiro con fuerza al ver la enorme estructura del instituto de Orson.
Al bajar del auto y despedirme de Edward, observo la construcción frente a mi: es de cuatro pisos y tiene una enorme puerta de entrada doble color azul. La pintura de las paredes parecen recién pintadas, como si antes de que comenzaran las clases le hubiesen pasado una mano. Trago grueso y veo como todos entran riendo y charlando acompañados.
A mi izquierda ubico un sector de estacionamiento, de un lado es exclusivamente para personal autorizado, ya sean profesores o directivos, y el otro lado le pertenece a los alumnos.
Escucho un gritito al otro lado de la calle. Me doy la vuelta y veo como Sam corre en mi dirección sin mirar si vienen vehículos antes de cruzar. Suelto una carcajada.
Se abalanza sobre mí y empieza a besarme los cachetes.
—¡Te extrañé! —grita y le correspondo el abrazo— ¡Oh, espera! —se separa bruscamente— ¡Eres una perra! ¡Me dijiste que venías la semana que viene!
—Olvidaba tus repentinos cambios de humor—suelto una risita—. Técnicamente tendríamos que haber llegado la semana próxima, pero sabes cómo es mamá de impredecible.
Luego de actualizarnos un par de cosas, me acompaña hasta la secretaría en busca de mis horarios y mi lugar de taquilla, para ir hacia ella.
Por dentro, es aún más espaciosa de lo que se veía de afuera; Los pasillos son anchos y extensos, a sus lados se encuentran cientos de casilleros color gris. Hay personas apoyadas en ellos, algunos recogiendo sus libros y charlando con sus compañeros mientras que otros me observan curiosos. Tal como dice el dicho: “Pueblo chico, infierno grande”.
Abro mi casillero mientras escucho a Sam hablarme de su nuevo novio, del cual me ha estado contando estas últimas semanas que hemos realizado video llamadas. Su cabello castaño se encuentra atado en una trenza y habla sin parar con cara de enamorada.
—Lo único que falta es que tus ojos verdes cambien a dos corazones. Si quieres te traigo un balde, por la baba, digo —bromeo y le dedico una sonrisa traviesa. Ubico un mechón de cabello pelirrojo detrás de mi oreja.
—Muy graciosa, Layla.
La campana toca y nos vamos a nuestra primera clase: Historia.
Elegimos uno de los lugares del fondo. Me siento en mi lugar y empiezo a acomodar mis cosas en la mesa. Al sentir que Samanta se sienta a mi lado, empiezo a hablarle. El estómago se me revuelve al observar de reojo como mis nuevos compañeros me observan. Detesto ser la nueva.
—Sam, ayer… —me quedo con la frase a medias al ver quien realmente está sentado a mi lado— ¿Y tú qué haces aquí?
—Mmm se supone que a la escuela vienes a estudiar —responde, obvio.
—¿Oh, en serio? Dime algo que no sepa —ruedo los ojos.
—Tú preguntaste, Layla.
—Me refiero a que no sabía que además de ser vecinos, íbamos a estar en el mismo instituto, Rydian.
—¿Vecinos? Eso es nuevo —enarca las cejas—. Y tan sólo hay dos institutos en este pueblo.
—Oye, ese es mi lugar —Sam se pone a la defensiva al ver que el rubio le robó su lugar al lado mío.
—Querrás decir que era tu lugar —le sonríe divertido al verla cruzarse de brazos, enojada.
—Rydian no empieces con tus idioteces y déjame sentarme al lado de mi prima.
—¿Primas? —indaga.
—¿Y ahora qué pasa? —un chico alto de cabello oscuro se nos une a la charla—. Hola, Warren.
—¿Y a ti qué te importa? Nadie te ha llamado, Derek.
—Muy buenos días, Sam, yo también estoy bien por si te lo preguntas —le guiña el ojo y luego su mirada se posa en mí —. Siento mucho la actitud de estos dos, me llamo Derek Moore, mejor amigo del rubio que tienes al lado.
—Layla Vaxwood —le sonrío con amabilidad.
—No entiendo cómo los he aguantado desde que estamos en jardín, váyanse a sus asientos y déjenme a mí y a mi prima en paz…
—¿Qué pasa con el grupito del fondo? —el profesor nos señala apenas entra al salón. Trago grueso y deseo que la tierra me trague al notar cómo todos se voltean a vernos.
—Rydian usurpó mi lugar —espeta Sam, furiosa. Observo al recién nombrado y parece no estar prestando atención, ya que está tranquilo rayando la mesa con garabatos extraños. Una punzada de dolor atraviesa mi cabeza y la ignoro, callando las voces.
—Warren, no es para tanto, siéntate conmigo y se acabó el problema. —Derek le sonríe divertido.
—Cállate, Moore.
—Señorita Warren, se sentará con el señor Moore y usted joven Kazz, se quedará en su lugar junto con la señorita Vaxwood, la nueva alumna. Bienvenida.
Sam maldice por lo bajo y se sienta al lado de Derek mientras éste le sonríe ampliamente, parece entusiasmado y divertido a partes iguales.
—Mi prima parece detestarlo. —susurro para mí misma.
—No lo detesta, el problema es que tuvieron una historia de amor-odio desde que tu prima llegó al instituto en jardín; se hacían bromas sin parar hasta que en tercero de secundaria Derek la besó delante de todo el colegio y luego no sé que ocurrió —Rydian se encoge de hombros y me sorprendo ante su relato. Sam jamás me ha contado nada.
—Ayer me llamaste mimada pero tú eres el que tiene una mansión. ¿Qué hacía un niñito millonario en esos barrios? —le pregunto lo mismo que él me preguntó a mí.
—Tal vez me perdí —se encoge de hombros. Lo extraño era que había reconocido a esos dos chicos que me quisieron robar, pero decido no preguntar más y seguir escuchando con atención.
La clase continúa y el profesor Newton sigue explicando el aburrido tema. Apoyo una de mis mejillas en la palma de mi mano y poco a poco voy cerrando los ojos hasta que…
Un punzante dolor me atraviesa la cabeza y visiones extrañas aparecen sobre una oscuridad con vida propia que absorbe el completo control de una persona. El aire se me atasca en la garganta y logro salir de aquella visión lanzando al suelo mis cuadernos sobre la mesa, generando bastante ruido.
Rydian me observa, ceñudo, y mis mejillas se encienden.
Miro al profesor quien no me ha prestado atención y sigue escribiendo, pero varios de mis compañeros se han girado para ver lo que sucede. Hay una chica de pelo ondulado con las puntas teñidas de verde que me observa disgustada. Frunzo el ceño, ya que si las miradas mataran, ya estaría diez metros bajos tierra.
Bien, imaginaba que no me recibirían del todo con los brazos abiertos al ser un pueblo chico, pero lo de ser invisible ya no será una opción al parecer.
—¿Estás intentando llamar mi atención o…? —indaga con sarcasmo y ruedo los ojos.
—Idiota —lo miro mal.
—Porque funcionó, aunque ya la tenías —enarco las cejas pero su expresión burlona no desaparece.
Me quedo sin palabras al ver que en su pómulo derecho hay una marca morada, como si hubiese recibido un golpe. Frunzo el ceño pero decido no preguntar, no es mi tema.
—Lo ataría a una silla, le pondría cinta en la boca y lo primero que haría es exprimirle los genitales para luego dárselos de comer al señor Rory, para después tirar su cuerpo dolorido a los tiburones —Sam empieza a hacer muecas de enfado mientras se imagina en cómo matar a Derek.
La hora de historia terminó y desde entonces Sam ha estado quejándose en que Derek no ha parado de hablar en toda la clase.
—No creo que tu gato quiera comerse… eso —la miro asqueada.
—Cómo sea. ¡Es hora de presentarte a mi noviecito!
Me toma de la mano y me arrastra hacia la cafetería. Nos dirigimos a una de las mesas vacías no sin antes tomar toda la comida chatarra que encontramos en el buffet.
Empezamos a comer las patatas fritas hasta que me sobresalto por el grito de mi prima. Levanto la vista y se está intentando sacar una papa del cabello. Suelto una carcajada y me aniquila con la mirada.
Escucho burlas detrás nuestro y me giro encontrándome con Derek muriéndose de la risa, junto a él está Rydian, que no aparta su mirada de la mía. Cuando siento que mis mejillas empiezan a tomar color, decido bajar la vista y devolverla hacia Sam.
—Voy a patearle el trasero al idiota de Derek —se levanta de su lugar y le tira la bandeja de papas en el cabello a él. Abro los ojos como platos, sorprendida de que se monten escenas como estas aquí. En mi antiguo instituto era todo menos liberal.
Y qué desperdicio de comida hacen estos dos.
Derek le guiña el ojo y Sam al verlo divertido se enoja y vuelve a sentarse frente a mí.
—Lo odio.
—¿A quién odias? —un chico pelinegro de ojos café con anteojos se sienta al lado de Sam y le deposita un beso casto en los labios.
—A nadie —Sam le resta importancia—. James ella es mi prima Layla, Layla él es mi novio James.
Ambos nos saludamos y empezamos a hablar de cosas triviales hasta que no sé en qué momento se da el tema, pero terminamos hablando de Rydian y Derek.
—Rydian es un chico raro y reservado, en cambio Derek vive sonriendo todo el día pero tiene actitudes extrañas igual que las del mejor amigo. —habla el novio de mi prima un tanto distraído.
—¿Qué tipo de actitudes? —pregunto, curiosa.
—Algunas veces se han ido del salón casi corriendo…
—Una vez Rydian vino todo golpeado —termina de decir Sam.
—Derek le rompió los huesos a su contrincante mientras jugaban al fútbol americano, fue sin querer pero de todas formas nunca nadie entendió cómo lo hizo ya que apenas lo tocó. En fin, son raros y populares a la vez —se expresa el pelinegro.
Luego de conversar un rato, nos fuimos a nuestra siguiente materia. Una vez que terminó el horario de clases, salgo del instituto y me subo al auto con Edward.
Llego a casa y me quedo mirando la casa de los vecinos, la de Rydian y su familia.
Unas visiones llegan a mi mente con fuerza, haciéndome sobresaltar: Sangre, golpes, gritos, ojos completamente negros y dolor, mucho dolor.
Me quedo espantada mirando aquella casa con una sensación de electricidad recorrerme el cuerpo.
—Esto está de locos —Sam habla entusiasmada a mi lado. Sonríe ampliamente.
Mi prima había escuchado sobre la fiesta que se hace cuando se empiezan las clases. Nos encontramos en el medio del salón de una mansión llena de luces de colores, gente bailando, bebiendo y besándose. Todo es un completo caos y la música no deja mucho que oír.
—¿Por qué James no vino? —indago levantando la voz.
—No le gustan las fiestas, prefiere quedarse leyendo —se encoge de hombros. Asiento lentamente, analizando sus palabras.
Se me hace difícil de ver que Sam y James sean novios, ambos son muy distintos y no coinciden en la mayoría de las cosas. Pero si ella es feliz, me alegro demasiado.
Mi prima me guía hacia una mesa donde en cada punta de ella se ubican vasos rojos con alcohol. Maldigo por lo bajo al haberme puesto un vestido negro demasiado corto y escotado, es algo incómodo.
Recuerdo este juego que te hace beber como una esponja.
—Mi prima y yo queremos jug… —corta sus palabras al ver quienes están jugando.
Derek y Rydian.
Ambos nos sonríen divertidos. Observo al rubio, que lleva puesta una camisa blanca y unos vaqueros negros. Sus ojos azules resaltan más de lo normal.
—Vaya, vaya, creí que te habías quedado con tu noviecito el aburrido —Derek se le acerca a mi prima retándola con la mirada.
—Más divertido que tú es —el pelinegro suelta una carcajada y Sam hace una mueca que deja en claro que ni ella misma cree sus palabras.
—Nadie lo es —le sonríe con arrogancia y le guiña un ojo.
—¿Lista para perder? —me habla Rydian con una sonrisa traviesa plasmada en el rostro.
—¿Listo tú para perder? —pregunto y se encoge de hombros, divertido.
—Ya lo veremos, Layla —acerca su rostro lentamente al mío al decir estas palabras. Se me corta la respiración por un segundo.
—¡Juguemos! Rydian con Sam y yo con Layla —ordena Derek.
Cada equipo se pone en una de las puntas de la mesa.
El juego consiste en que cada equipo tire, en su turno, una bola de ping pong a los vasos del otro equipo, y si le atinamos, el contrincante debe beber todo el contenido. El equipo que se beba todos los vasos pierde y el ganador debe hacerle un reto a cada jugador. En total, son diez vasos para cada equipo.
Empezamos a jugar y la primera en beber de uno de los vasos soy yo, maldito Rydian, quien ha embocado la pelota en el primer intento. Me sonríe divertido y le muestro el dedo del medio.
Derek y Sam se observan desafiantes y se pelean por cualquier idiotez.
Jugamos por un rato hasta que a cada equipo le queda un solo vaso. Es mi turno de intentar atinar la pelota, si lo logro, Derek y yo ganaremos.
—Tú puedes, compañera —me alienta el pelinegro a mi lado.
Tomo la pelota entre mis manos y me concentro en el vaso. Levanto la mirada y Rydian me mira con una ceja alzada, divertido.
Nos miramos por unos segundos hasta que decido lanzar la pelota, y…
—¡VAMOS CARAJO! —Derek festeja y chocamos las manos.
—Ahora los retos —hablo con malicia. Sam se queja y Derek se le burla. Rydian nos observa expectante.
La verdad es que beber tanto me ha soltado demasiado, quitándome la timidez. Desde que llegué, he notado varias miradas en mi dirección llamándome “la nueva”. Ya me da igual.
—Rydian —hablo y me observa con atención y curiosidad a la vez—. Te reto a… meterte en la piscina sin quitarte la ropa.
Sonríe de lado, divertido. Trago grueso.
—Samanta —exclama el pelinegro a mi lado, mirando con superioridad a mi prima. Ella lo observa furiosa de brazos cruzados—. Te reto a… aceptar que cenes mañana conmigo en mi casa.
—¿Qué? Ni muerta ceno contigo —se niega rotundamente—. Además, mañana tengo planes con James.
Derek rueda los ojos sin dejar de sonreír.
—Es parte del reto. Tu aburrido novio puede esperar.
—Está bien —Sam reprime el enfado y suspira resignada. Puede que sea demasiado competitiva, pero sabe aceptar una derrota.
De todas formas, no entiendo si disimula aquel odio que supone tener hacia Derek, cuando en realidad le agrada, o de verdad lo odia como dice.
Los cuatro salimos al patio de la enorme casa para que Rydian cumpla el reto que le hice. Aquí afuera también hay personas y todas se encuentran bailando y bebiendo de los vasos rojos de plástico.
—Hazlo —le señalo la piscina con superioridad. Jamás había ganado estos juegos, por lo que pienso aprovechar sentirme genial dando órdenes.
Rydian me dedica una sonrisa pequeña y burlona antes de lanzarse de cabeza al agua. Las personas que están bailando a nuestro alrededor se detienen y comienzan a aplaudirle.
Se queda unos segundos debajo del agua, y al salir, trago grueso intentando no mirar de más. El cabello rubio se le oscureció por el agua y gotas resbalan por su rostro. La camisa se le pegó al cuerpo, reflejando sus abdominales y cuerpo trabajado.
Bien, tal vez me arrepiento de darle un reto tan fácil. Creí que no lo haría.
A los demás ebrios parece encantarle la idea de Rydian y se tiran al agua, algunos con ropa mientras otros se quitan las prendas sin pudor alguno quedándose en ropa interior. El rubio frente a nosotros se quita la camisa para quedarse con el torso descubierto. Tiene los abdominales marcados, se nota que hace ejercicio. Recorro su cuerpo con la mirada y la V que se le empieza a notar debajo del ombligo hace que me despabile.
Se me acerca lentamente y acerca su cuerpo al mío a tal punto que puedo percibir su calidez. Tiene un tatuaje de demon debajo del pectoral.
—Me debes una —susurra erizándome la piel y me dedica una sonrisa traviesa.
—Perdiste, acéptalo, Rydian.
Un dolor punzante genera que cierre los ojos por un momento y comienzo a alejarme en busca de Sam, quien se marchó adentro cuando Rydian se lanzó a la piscina. Frunzo el ceño y maldigo por lo bajo al comenzar a oír los murmullos en mi cabeza. ¿Por qué aquí? Se supone que iban a apaciguar.
—¡Prima!
Sam me toma de la mano y me arrastra hasta el medio de la pista improvisada. Nota mi malestar y me entrega un shot de vodka. Me lo bebo sin dudar.
—Esperemos que funcione —carraspeo al sentir el líquido quemarme la garganta.
—¡Tú bebe! Yo te seguiré el paso aun más rápido.
Suelto una carcajada y comenzamos a beber shots de tequila o vodka. Mi garganta pide un descanso luego de unos minutos por lo que nos ponemos a bailar y cantar.
Sam y yo siempre hemos sido una buena combinación en las fiestas. Ella es la alocada y divertida mientras yo soy más tranquila y estructurada. Por lo que ambas nos necesitamos, ella suele hacer que me relaje y disfrute, y yo suelo cuidarla en sus momentos de locura.
Luego de un rato, Sam va al baño y yo voy a la barra a por otro trago. El barman tarda en atenderme y unos ruidos en el jardín llaman la atención de todos en la fiesta. Frunzo el ceño y comienzo a seguir a algunas personas que salen a ver lo que sucede.
Dos chicos se están golpeando bruscamente en el borde la piscina. Uno tiene la ceja y los nudillos partidos mientras el otro tiene el labio sangrando. ¿Qué les habrá ocurrido?
Un recuerdo que deseo olvidar me genera escalofríos e intento llevarlo a lo más profundo de mi mente. En mi antiguo instituto, estas peleas eran muy normales, y quien solía comenzarlas era mi antiguo novio, Dean Brown.
Un ruido a lo lejos desata el caos en la fiesta y comienzo a desesperarme al no ver a Sam por ningún lado. Las sirenas de policía me aturden y todos corren en cualquier dirección. Maldición, nos detendrán por estar en una fiesta un día de semana y bebiendo alcohol.
Mamá me matará si se entera que estoy en una fiesta, ya que le dije que iba a dormir a lo de Sam porque haríamos una pijamada sumamente tranquila sin nada extraño. Tampoco es como si mamá se preocupara tanto, pero de todas formas se molestaría, si es que está en sus días… alegres y sin alcohol cerca. Esperemos que su buena actitud dure un poco más.
La gente corre por todos lados intentando huir del lugar y yo me quedo quieta buscando a Sam con la mirada. Comienzo ponerme ansiosa al no ubicarla por ningún lado.
—¡Sam! —grito y empiezo a caminar intentando esquivar a los que corren desesperados.
Una chica pasa corriendo a toda velocidad y me empuja haciendo que pierda el equilibrio y me tropiece, pero antes de caer, unas manos firmes me toman de la cintura y me ayudan a ponerme de pie con cuidado. Me doy la vuelta y sus ojos azules me observan con atención.
Rydian.
—Gracias…
—Vámonos —me toma del brazo y me arrastra hasta la salida.
—No —me suelto y frunce el ceño—. Me falta Sam.
—Derek fue a buscarla. Debemos irnos, Layla.
Lo sigo dudosa y salimos por la puerta de atrás de la casa y saltamos el muro del patio de la mansión. Rydian vuelve a tomarme con cuidado de la cintura para ayudarme a caer bien de arriba del muro.
—¿Iremos en eso? —señalo una moto aparcada en la acera frente a nosotros.
—Sí, a menos que quieras irte caminando para que te detenga la policía.
—No, gracias —me subo detrás de él un tanto insegura.
La verdad es que jamás me he subido a una moto. Iba a posicionar mis manos en su cintura para no caerme, pero me percato que sigue con el torso desnudo y con una chaqueta negra encima.
Maldigo el momento en el que le dije aquel reto.
Rydian arranca sin avisar y me obliga a sujetarme de su torso. Trago grueso y el corazón se me acelera al notar lo rápido que conduce. Mis brazos rodean su abdomen duro y apoyo mi mejilla en su marcada espalda.
El camino es silencioso y tranquilo. Nada de policías ni personas ebrias. Suspiro aliviada.
Llegamos al vecindario y estaciona en la puerta de mi casa. Me bajo con cuidado.
—Gracias por traerme —le sonrío y me guiña el ojo.
—Cuando quieras, somos vecinos ahora.
Asiento lentamente y me dirijo a la puerta de entrada. Rydian espera a que entre para luego aparcar la motocicleta en su gigantesca casa y desaparecer.
Recuesto mi espalda en la puerta y suspiro. Tomo el teléfono y le mando un mensaje a Sam para preguntarle si llegó bien.
Empiezo a subir las escaleras hasta que recuerdo algo.
Se supone que yo me quedaba a dormir en la casa de Sam.
—¿Estás loca o qué te pasa? —me grita y un nudo se me forma en la garganta.
—Yo… —trago grueso—. No sé lo que ocurrió, Dean.
—¡¿Acaso crees que se ve atractivo que mi novia esté loca?! No eras así.
—¡No lo controlo, maldita sea!
Me lanza dagas con la mirada al notar que le levanto el tono de voz. Dean solía ser un novio amable y dulce, pero la popularidad se le subió a la cabeza. Y a mí la locura.
—¡Comenzaste a gritar el nombre de tu hermano muerto como si lo hubieses visto! —me congelo al oírlo—. Te juro que intento entenderte, pero necesitas ayuda, ayuda real, Layla, de profesionales. No eres normal. ¡Escuchas murmullos en tu cabeza! —me grita indignado.
La furia bulle por mis venas y le golpeo el pecho con las lágrimas a punto de deslizarse por mis mejillas. Enarca las cejas y me observa con sus ojos marrones.
—¡Todo lo que te importa es la maldita popularidad! ¿Es que acaso no lo ves? —suelto una carcajada y noto algo más que furia en mi interior, como si fuese una sombra u oscuridad con ansias de liberarse—. ¡Nadie se interesaría por ti si no fuese porque eres bueno en lacrosse! Tu padre…
Su expresión se transforma y lo que hace a continuación me toma por sorpresa. Dean me acorrala contra la pared de los vestidores, y con fuerza, me toma del cuello. La respiración se me corta por unos segundos.
—¡No hables de mi padre!
Los murmullos en mi cabeza aumentan y no son nada agradables. Son susurros de muerte y de que la oscuridad se aproxima.
—¡Suéltame! —grito con todas mis fuerzas y abro los ojos como platos al ver que lo lancé hacia el otro extremo del lugar, generando que se estrelle contra los casilleros.
Me observa sorprendido y aterrado a partes iguales. Mi respiración se encuentra agitada y las manos me tiemblan. Lo dejo en el suelo y me voy corriendo.
Despierto alterada y sudada. Cierro los ojos con fuerza intentando borrar ese recuerdo de mi mente. Observo la mesita a mi lado y el reloj marca las tres de la mañana. Suspiro con fuerza. Desde que llegué aquí, que despierto a esta hora. Me levanto y me dirijo a la ventana para abrirla así entra la brisa fresca de las noches de primavera. Al hacerlo, noto que en la casa de al lado, la de Rydian, tiene las luces encendidas todavía. Hay movimiento en la habitación frente a la mía por lo que me apresuro en cerrar la cortina y meterme de nuevo a la cama.
—Buen día, clase.
La profesora de literatura se adentra al salón como si hubiese tenido una mala mañana. Comienza a hablar y a explicar un tema. Yo miro a mi costado y Rydian está dibujando en su cuaderno sin prestar atención a la clase.
Alzo la cabeza un poco más para poder observar lo que dibuja. Frunzo el ceño y una sensación extraña me invade el cuerpo y el dolor de cabeza aumenta.
Dibujó a una persona arrodillada en el suelo con las manos cubriendo sus oídos, está sufriendo. Detrás de aquella persona hay una sombra intentando consumirla con unas enormes garras.
¿Qué carajos significa eso? Pero por algún extraño motivo, una sensación de familiaridad me recorre el cuerpo. Trago grueso y decido volver a mirar al frente.
—El trabajo será en parejas con su compañero de banco.
¿Qué? Apenas oí algo de lo que dijo.
Observo a Sam quien mira enfadada a Derek, él la mira divertido y entusiasmado. Por mi parte, volteo la cabeza hacia Rydian y sus ojos azules me observan atentos. Su cabello rubio se encuentra despeinado.
—En mi casa no creo que sea buena idea, así que a las seis estaré tocando tu puerta.
—De acuerdo —asiento y me guiña el ojo.
Algo en la mano de Rydian llama mi atención. Mejor dicho sus nudillos: están lastimados como si hubiese estado en medio de una pelea. Frunzo el ceño.
La visión que vi de su casa vuelve a estar presente en mi cabeza y todo me da vueltas.
Peligro.
Dolor.
Muerte.
Hablan voces en mi cabeza y yo la sacudo para que se esfumen. La respiración se me entrecorta y tardo unos segundos en recomponerme. Por suerte, nadie lo nota.
Siento que Rydian oculta muchas cosas.
Golpes. Golpes en la puerta.
Me levanto del sillón y voy a abrirla. Rydian me sonríe y pasa observando todo a su alrededor. Su vista se desvía a unas fotos apoyadas en una de las mesas, en donde mi familia estaba completa y feliz. Sin dramas.
—Tenías el pelo más zanahoria que ahora —se ríe y ruedo los ojos.
Nos sentamos en la mesa del comedor y empezamos a hacer el trabajo de literatura. Suspiro algo cansada luego de un rato de leer y escribir en la computadora. Nuestras miradas conectaron varias veces poniéndome nerviosa.
—¿Descanso? —pregunta y asiento.
—Por favor, sí.
Nos vamos hacia la cocina a prepararnos café para descansar un rato. Los hago rápidamente y tomo un paquete de cookies de chocolate y las coloco arriba de la isla de la cocina, en la cual me siento mientras Rydian se apoya en uno de los muebles frente a mí. Ambos con las tazas de café en nuestras manos.
—¿Por qué decidiste mudarte aquí, a Orson? —indaga dándole un sorbo a su bebida. Sus ojos fijos en mi.
Me tenso al instante ante esa pregunta y parece notarlo. Los recuerdos de mi antigua escuela y del desastre que causé llegan muy rápido a mi mente y detesto no poder borrarlos. Me atormentan cada noche.
—Con mamá queríamos cambiar de aires —asiente lentamente, analizando mis palabras y no parece del todo seguro ante mi respuesta—. ¿Tus padres?.
—Mi padre vive conmigo y con mi prima, pero mi madre se casó con otro hombre y se fue a vivir a otro lado. Hace años que no la veo ni charlo —Proceso sus palabras. Debió ser doloroso aunque no parece afectado en lo más mínimo—. ¿Los tuyos?.
Me observa con curiosidad y tardo unos segundos en responder.
—Mamá no está nunca ya que trabaja mucho, y mi padre… Nos abandonó luego de la muerte de mi hermano.
—Lo siento mucho.
—Yo igual, por lo de tu madre.
Silencio.
Ninguno de los dos habla pero mantenemos la mirada fija en el otro. Tomo un sorbo de café y me relamo los labios, la mirada de Rydian baja hacia ellos.
—Deberíamos seguir con el trabajo —musito, nerviosa, bajando de la isla.
—Sí, claro.
Luego de un rato pudimos terminar el trabajo y acompaño a Rydian a la puerta de casa. Levanto la cabeza para observarlo ya que es más alto. Me dedica una sonrisa de dientes perfectos.
—Nos vemos mañana, Layla —me guiña el ojo y le doy un beso en la mejilla en forma de saludo.
Al tocar su piel con mis labios, las voces empiezan a zumbar en mi cabeza mientras las visiones se hacen presentes. Lo observo marchar con un malestar que crece por cada segundo que pasa.
Las voces gritan:
“Peligro”.
Observo a mi alrededor y lo único que veo es gris: no hay árboles, cielo, aceras, animales, casas, nada. Absoluto y completo vacío.
Camino y camino por el lugar desolado intentando encontrar algo o a alguien. Grito con todas mis fuerzas deseando que lo que sea que haya, me oiga, pero parece que soy la única persona.
Escucho un ruido detrás de mí y volteo rápidamente; a lo lejos, logro ver un espejo de cuerpo completo. Camino hacia él pero por cada paso que doy, las voces en mi cabeza aumentan y se enloquecen hablando y susurrando todas a la vez. Y no dicen nada positivo.
Solo hablan de muerte, vacío y dolor. Acompañado por una creciente oscuridad.
Una vez que llego, me paro delante del espejo y observo mi rostro. Mi cabello cobrizo está enmarañado y mis ojos son completamente negros, vacíos, con una oscuridad terrorífica. Ya no los tengo azules.
Grito tan fuerte que el espejo se rompe en cientos de pedazos.
Despierto asustada con la respiración acelerada y sudada. El corazón me aporrea con fuerza contra las costillas. Me siento en la cama y lo que veo delante de mí me deja helada.
El espejo de cuerpo completo que está en mi habitación se encuentra hecho pedazos y con un poco de sangre en él, como si alguien lo hubiese golpeado. Frunzo el ceño y noto un leve dolor.
Levanto las sábanas blancas para ponerme de pie, pero al hacerlo, siento una incomodidad en mi mano derecha. Al mirarla, veo mis nudillos heridos y con sangre. Arden y duelen.
Fui yo la que rompió el espejo.
Maldición ¿Cuándo acabará? .
—Pasó otra vez —susurro para mí misma.
Las fotografías son un pequeño recuerdo del pasado que me atormenta cada día. Los ojos azules de mi madre, como los míos, iluminados por la luz del sol mientas sus brazos pálidos toman a un Rydian de ocho años por los hombros. Ambos sonriendo sin percatarse que unos años después, todo su mundo se vendría abajo.
Apreto la mandíbula con fuerza e intento olvidar aquella época. Me dirijo a la cocina y me tomo una pastilla para el dolor de cabeza y el dolor muscular. Ambos dos siempre están presentes por más que no quiera.
Deseo que mi padre no aparezca por esta semana. Ya que estos días suelen ser insoportables para él, debido a que se cumplen dos años desde que mamá se fue con otro hombre.
Jamás supe el por qué, pero puedo imaginarlo y estoy seguro que fue mi culpa.
El timbre resuena en toda la casa y me dirijo a la puerta principal. Derek me sonríe divertido y me abraza por unos segundos. Tiene ojeras debajo de sus ojos marrones.
—¿Qué te ocurre? —indago mientras caminamos hacia la cocina.
—Mi madre —rueda los ojos y suspira con fuerza—. Ya la conoces, desea que haga todo como ella quiere. Incluso, te resultará gracioso, pero me dijo que me aleje de ti luego de…
—Sí —hago una mueca—. Tal vez tenga razón.
Me observa serio.
—No seas imbécil, Rydian —espeta, indignado—. Eres mi mejor amigo desde tercer grado y te he acompañado con ese tema desde entonces. No me vengas a joder ahora.
—Pues ahora que vas a ser el líder, tal vez te hagas el otro —bromeo y me golpea el hombro.
Al entrar a la cocina, Keia nos recibe con una sonrisa y unos pancakes. Derek festeja e intenta arremeter rápidamente contra el plato pero mi prima se lo quita antes de que siquiera pueda tocar uno.
—¡Oye! —se queja y suelto una carcajada.
—El primero en probar uno debe ser mi primo —lo regaña y Keia acerca el plato hacia mí. Sonrío. Es como una hermana para mí. Tenemos la misma edad—. Ten, Ryds.
Nos quedamos en completo silencio cuando, por la televisión, están dando una masacre a dos pueblos de distancia de aquí. Nos observamos alarmados y suspiro con fuerza.
—Dicen que en las cámaras sólo se vio una sombra negra, veloz y extraña —musita Keia, leyendo el apartado. Su cabello negro lacio le llega hasta la altura de la mandíbula.
—Es… bueno, ¿no? —indaga Derek un tanto preocupado.
—Creen que es un asesino en serie que seguirá atormentando otros pueblos —leo una parte del nuevo apartado.
—¿Y lo es? —pregunta Keia, observándome directamente a los ojos. Sus ojos negros me recuerdan a los de mi padre.
—Supongo que lo sabremos con el tiempo —le respondo con un dolor de cabeza terrible.
Las sombras a mi alrededor son espesas y la voz de mi cabeza no para de decirme que me deje llevar, que por fin le haga caso a las infamias de mi mente. Observo mis manos con sangre en ellas. No me pertenece.
Mi cuerpo no me pertenece. Mi mente tampoco. Nada lo hace.
Camino por el sendero oscuro del bosque y las sombras a mi alrededor me van consumiendo. Recuerdos de mi pasado me atormentan, desde los golpes de mi padre hasta el portazo que mi madre dio antes de marcharse para siempre. Todo genera que sea una bomba de tiempo a punto de estallar. Me saturan los oídos y mi mente es como una enfermedad mental de la cual no logro escapar.
—Eres incapaz de sentir emoción alguna por lo que verdaderamente importa, Rydian.
—Inútil.
—No eres mi hijo.
—Monstruo.
—Asesinaré a todos los que amas si no me obedeces.
—Es tu culpa que tu madre nos abandonara.
—Eres mucho peor que la oscuridad que nos atormenta cada día.
Todo me da vueltas e intento dejar de oír las palabras que escuché a lo largo de mis dieciocho años, las cuales marcaron un antes y un después.
La sangre húmeda y espesa recorriendo mis manos generan que me percate del cuerpo inerte en el suelo. Mis pies descalzos acarician la tierra del bosque mientras la voz en mi cabeza no para de susurrar palabras sin sentido, hasta que una llama mi atención:
Demonio.
Abro los ojos con fuerza y la respiración acelerada. El frío me recorre la espalda al ver que estoy en el suelo del bosque con el torso desnudo. No entiendo cómo llegué aquí.
Tengo los músculos agarrotados y no logro recordar nada de mi día. Las estrellas y la luna son la única luz que iluminan mi visión. La brisa fresca de la primavera genera escalofríos en todo mi cuerpo.
Me pongo de pie algo aturdido y observo mis manos con atención al notar algo líquido y espeso en ellas. Abro los ojos como platos y comienzo a respirar aceleradamente al notar lo que es. Sangre. Sangre fresca.
Trago grueso y noto una herida de daga en mi torso. Un recuerdo de una persona atacándome hace acto de presencia y cierro los ojos con fuerza al sentir un dolor atroz atravesarme la cabeza. No entiendo nada.
—¡Rydian!.
La voz de Derek se oye a tan sólo unos metros, pero la maleza no me deja ver nada. Oigo pasos y detrás de mí lo veo. Me observa preocupado y sorprendido por mi apariencia. Las manos comienzan a temblarme y, detrás de él, aparece Keia con la misma expresión de preocupación.
—No… ¿Cómo lo supieron? —indago y trago grueso.
—Eres como un hermano para mí, Rydian. Lo presentí y te estuve rastreando hasta que todo indicó que estarías aquí —responde el pelinegro.
Avanza dos pasos hacia mí. Me tomo unos segundos para preguntar lo siguiente:
—¿Muy mal? —un destello de esperanza me recorre el cuerpo pero se desvanece al oír la respuesta de mi prima.
—Demasiado mal.
—Maldición —me tomo la cabeza y Derek posa una de sus manos en mi hombro para tranquilizarme.
—Ya encubrimos todo, amigo —me dedica una sonrisa pequeña—. No debes preocuparte.
Me abraza por unos segundos y nos marchamos los tres entre las sombras y un presentimiento de que esto es sólo el comienzo de algo grande y peligroso.
Huye.
Chico demonio.
Muerte.
Golpes.
Vacío.
Oscuridad.
Las voces en mi cabeza no han parado desde que he tenido aquella pesadilla que se sintió tan real y oscura. La cabeza me duele y siento un pequeño temblor en todo mi cuerpo. Lavo mi cara y me miro al espejo: hay ojeras debajo de mis ojos azules. Se nota que no he podido dormir bien.
Bajo las escaleras, ya vestida con unos vaqueros blancos, y me adentro en la cocina a servirme una taza de café. Bebo un sorbo que me calienta toda la garganta aliviando un poco el cansancio.
Mamá se me acerca de brazos cruzados con el uniforme empresarial de su trabajo y con una expresión nada agradable y de advertencia.
—¿Acaso estoy en problemas? —pregunto confundida mientras bebo de mi taza. Hoy parece que no ha tomado alcohol.
—¿Pesadillas otra vez? —alza una ceja y suspiro—. Te oí gritar y creo que todo el vecindario también.
—Si… Necesito un espejo nuevo.
—Creí que al mudarnos aquí todo frenaría, pero eso no pasó —frunce el ceño, pensativa. Su cabello pelirrojo con alguna que otra cana está atado en una coleta perfecta. Sus ojos verdes tienen un delineado negro que los hace resaltar, al igual que a todas las pecas de su cuerpo.
—Lo sé… No sé que me pasa. No me entiendo.
—Lee la reliquia familiar, el libro te ayudará a controlarte mejor. A tu abuela y a mí nos sirvió.
—De acuerdo, lo haré —me bebo el café de un trago y enjuago la taza rápidamente—. Debo irme a la escuela.
Me acerco a mamá y le doy un beso en la mejilla para luego irme al auto de Edward, quien me recibe con una sonrisa y anteojos de sol negros que combinan con su cabello del mismo color.
Al segundo de adentrarme en el instituto, Sam se me abalanza con una inmensa sonrisa y su cabello castaño trenzado. Sus ojos verdes están delineados y muy abiertos debido a la emoción.
—¡Tengo buenas noticias! —me apreta y sonrío.
—¿Cuáles? —le correspondo el abrazo.
—Mañana por la noche habrá otra fiesta y convencí a James de ir —deja de abrazarme y me mira feliz. Le devuelvo la sonrisa.
—Intento imaginarme a James en una fiesta y… no lo logro —la molesto y rueda los ojos—. Luego quiero saber cómo fue que lo convenciste.
—No seas mal pensada —me codea mientras ríe.
Iba a seguir molestándola pero recuerdo algo y abro los ojos como platos.
—¡Cuéntame de tu cena con Derek!
—Maldición creí que lo habías olvidado —hace una mueca de molestia y suspira con fuerza.
—Pues no, anda, cuéntame —insisto y comenzamos a caminar por el pasillo hasta el jardín.
Nos sentamos debajo de un árbol en el patio esperando a que toque la campana para ir a clases.