Rikki-Tikki-Tavi - Rudyard Kipling - E-Book

Rikki-Tikki-Tavi E-Book

Rudyard Kipling

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Beschreibung

Parte de El libro de las tierras vírgenes, "Rikki-Tikki-Tavi", narra la épica batalla entre una pequeña mangosta y dos terribles cobras negras que se apoderan del jardín familiar y aterrorizan a toda creatura que se cruza en su camino.

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RUDYARD KIPLING

Traducción DENNIS PEÑA TORRES

Ilustraciones CÉSAR SILVA PÁRAMO

Primera edición, 2019 [Primera edición en libro electrónico, 2019]

Coordinador de la colección: Luis Arturo Salmerón Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar Ilustración de portada: Daniel Roberto Silva Páramo

D. R. © 2019, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios: [email protected] Tel. 55-5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-6230-9 (ePub)ISBN 978-607-16-6200-2 (rústico)

Hecho en México - Made in Mexico

Desde el hueco en que ella entró

Rikki-Tikki llamó a Nag.

Dijo entonces la pequeña:

“¡Nag, sal y baila con la muerte!”

Cara a cara y frente a frente

(mantén el paso, Nag)

tras el baile uno muere

(cuando gustes, Nag).

Doble vuelta, paso y giro

(corre a esconderte, Nag)

¡Ja! ¡La encapuchada perdió el ritmo!

(¡Ay de ti, Nag!)

Ésta es la historia de la gran guerra que Rikki-Tikki-Tavi sostuvo, sin ayuda de nadie, en los cuartos de baño del gran búngalo, dentro del cuartel de Segowlee. El sastrecillo Darzee la ayudó y Chuchundra, la rata almizclera que nunca cruza el centro de la sala sino que siempre se escabulle pegada a la pared, la aconsejó, mas Rikki-Tikki fue quien en verdad llevó el peso de la lucha.

Era una mangosta, parecida a un gatito en el pelaje y la cola, pero su cabeza y costumbres se asemejaban más a las de una comadreja. Sus ojos y la punta de su inquieta nariz eran rosados; podía rascarse donde quisiera con la pierna de su elección, delantera o trasera; podía esponjar su cola hasta hacerla parecer escobilla de botellas, y su grito de guerra al escurrirse entre la hierba era: ¡rikk-tikk-tikki-tikki-tchk!

Cierto día una gran inundación veraniega la sacó de la madriguera donde vivía con sus padres, y la arrastró, pateando y aullando, hasta una zanja al lado del camino. Allí encontró un manchón de hierba flotando y se aferró a él hasta que perdió el sentido. Cuando volvió en sí yacía bajo el ardiente sol en medio de un sendero del jardín, calada hasta los huesos. De pronto escuchó la voz de un niñito que decía:

—Aquí hay una mangosta muerta. Vamos a enterrarla.

—No —dijo su madre—, llevémosla dentro a secarla. Quizá aún no esté muerta.

La llevaron a la casa y un robusto hombre la tomó con el pulgar y el índice y dijo que no estaba muerta sino medio ahogada, por lo que la envolvieron en algodón y la acercaron al calor de un pequeño fuego, entonces abrió los ojos y estornudó.

—Ahora —dijo el robusto hombre (un inglés que acababa de mudarse al búngalo)—, no la asusten y veremos qué hace.

Asustar a una mangosta es la cosa más difícil del mundo porque, de la cabeza a la cola, rebosa de curiosidad. El lema de toda la familia mangosta es “corre y busca”, y Rikki-Tikki hacía honor a su familia. Miró el algodón, no le pareció comida, corrió por toda la mesa, se sentó y se acomodó el pelaje, se rascó y saltó al hombro del niño.

—No te asustes, Teddy —le dijo su padre—. Sólo quiere ser tu amiga.

—¡Ay! Me hace cosquillas en la barbilla —gritó Teddy.

Rikki-Tikki husmeó por el cuello del niño, mirando hacia adentro, le olfateó la oreja y saltó al suelo a restregarse el hocico.

—¡Válgame—exclamó la madre de Teddy—, y el bicho era salvaje! Debe ser así de manso porque lo tratamos bien.