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No sería solo una noche con su enemigo… ¡sino toda la vida! Se suponía que la reina Agnesse no podía casarse con el príncipe Sebastien, que tenía fama de mujeriego. No obstante, se había visto obligada a asistir a una cena benéfica con él y allí había estallado la explosiva química que había entre ambos. Seb se había prometido que no se casaría jamás por lo infeliz que había sido en el pasado, pero sí estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por proteger a Agnesse. Ambos se habían enfrentado a desengaños por separado, pero en esos momentos el amor que empezaba a nacer entre ellos podía ayudarlos a afrontar su mayor desafío juntos… si de verdad se permitían creer en el amor.
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Seitenzahl: 176
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28036 Madrid
© 2023 Julieanne Howells
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Rivales en el altar, n.º 3019 - julio 2023
Título original: Rivals at the Royal Altar
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411800983
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
NO, no y no!
Su Majestad, la reina Agnesse de Ellamaa no estaba contenta.
No solo se le habían desbaratado sus planes en el último momento, sino, lo que era peor, mucho peor, su secretario le acababa de anunciar que habían sustituido al coanfitrión de la gala del día siguiente. El príncipe heredero de Grimentz no podía asistir al evento e iba a mandar a su primo en su lugar: el príncipe Sebastien. Este era conocido por ser el mayor playboy de la realeza, y, además, Agnesse había tenido un breve y desafortunado incidente con él.
–Al menos es guapo –comentó Keert.
Era cierto que tenía unos ojos verdes increíbles y una boca que invitaba al pecado, pero Agnesse no se iba a dejar engañar por su belleza.
–No quiero que ese donjuán se me acerque. ¿O es que ya se te ha olvidado de que le rompió el corazón a mi hermana?
–De eso han pasado cinco años, señora. ¿Y no fue solo un enamoramiento de juventud? La princesa Isobel solo tenía dieciséis años.
–Exacto. Era una niña.
Su secretario lo volvió a intentar.
–Solo tendrá que cenar a su lado y mantener una conversación educada.
–¿Mantener una conversación con ese… réprobo? –inquirió ella en tono demasiado alto.
De haber estado presente su madre, la habría reprendido al instante con una mirada fulminante.
–¿No le parece que está siendo un poco dura, señora?
–¿Dura? Ese hombre tiene la moral de un gato callejero –le respondió Agnesse, yendo y viniendo por la habitación.
Cualquier mujer se pondría nerviosa con tan solo oír hablar del príncipe Sebastien.
–Y le rompió el corazón a Isobel.
–Sí, señora, ya lo ha mencionado.
–Mi inocente hermana.
Keert arqueó las cejas.
Tal vez aquello sí que fuese una exageración. Su hermana mediana siempre había sido un poco salvaje, la maldición de sus padres y en esos momentos, con veintiún años, se había convertido en una devoradora de hombres, pero tal vez eso fuese la consecuencia de lo ocurrido con Sebastien von Frohburg.
–Tal vez el príncipe haya cambiado en todo este tiempo.
Agnesse se detuvo junto a su escritorio y cambió de posición su bolígrafo y su diario, dejándolos perfectamente alineados.
–Cinco años no son nada para un hombre como él –murmuró.
Tampoco era tiempo suficiente para que Sebastien le hubiese perdonado por lo que ella le había hecho. Agnesse no se enorgullecía de ello, de hecho, sentía vergüenza, pero el príncipe había despertado en ella un lado impulsivo que ni siquiera había sabido que tenía.
A Agnesse no le apetecía nada volver a verlo. De repente, se le ocurrió una alternativa.
–¿No podría ir Carl?
Su hermano, que tenía diecinueve años, ya la había acompañado durante el periodo oficial de luto por el fallecimiento de su padre.
–Es un evento conjunto de Ellamaa y Grimentz, señora. Tiene que haber un representante del principado y lo más natural es que sea el príncipe Sebastien.
Ella sabía que Keert tenía razón, ya que el evento iría en beneficio de una organización benéfica que había sido creada por su padre y por el príncipe heredero de Grimentz, Leo.
A pesar de que había habido veinte años de diferencia entre ambos y de que sus países estaban a cientos de kilómetros el uno del otro, los dos hombres se habían hecho amigos tras conocerse en una cumbre europea. Habían descubierto que a ambos les interesaba apoyar a los jóvenes en la búsqueda de empleo y habían decidido montar una organización benéfica que, durante los últimos años, había ayudado a miles de jóvenes desfavorecidos en toda Europa.
Agnesse dudaba que el príncipe Sebastien fuese tan altruista. Solo pensaba en su propio placer. De vez en cuando hacía alguna aparición pública junto a su primo, o lo reemplazaba en ciertas ocasiones, pero ¿a qué más se dedicaba? No era posible que la ausencia de Leo la obligase a tener que volver a hablar con él.
–¿Ha comentado el príncipe heredero por qué no puede asistir él?
–Se trata de un tema familiar, tengo entendido. Debe de ser bastante serio porque si no jamás habría causado baja con tan poca antelación.
–Tal vez esté lidiando con las repercusiones de otro escándalo de su primo –le respondió ella, suspirando con exasperación–. ¿Estás seguro de que no podemos proponer a Carl?
–Lo siento, señora, pero ya sabe lo que diría la prensa, que va acompañada de su hermano porque ningún otro hombre quiere acercarse a La Reina de Hielo.
A Agnesse eso no le importaba. Había aceptado el sobrenombre y había mantenido un comportamiento lo más altivo e inaccesible posible. Así había conseguido que solo los pretendientes más determinados intentasen acercarse a ella, para disgusto de su madre. ¿Cómo iba a casarse su hija y tener un heredero si no permitía que se le acercase ningún hombre?
Agnesse quería tener hijos, por supuesto, pero no se trataba de encontrar un marido solo para ella, tenía que escoger a un rey para su país. Debía encontrar a un hombre que pudiese ocupar aquel lugar y que aceptase que ella se debía a su pueblo, no a complacerlo a él.
En el fondo anhelaba vivir lo que habían tenido sus padres, que se habían casado por amor.
Pero no podía dejarse llevar por el corazón. Era la primera mujer que llegaba al trono de Ellamaa. La ley de sucesiones se había cambiado para que el hijo primogénito del rey ascendiese al trono, independientemente de su sexo. Pero todo el mundo tenía la mirada puesta en ella y había muchas personas que deseaban que fracasase. Para empezar, el primer ministro, que había votado en contra de modificar la ley sucesoria. Tras el fallecimiento de su padre, este le había dicho a Agnesse que no se preocupase de nada y que le dejase todo el trabajo a él y a su gobierno.
Pero su querido padre no la había educado así. Su padre había creído en ella y en su capacidad para reinar y Agnesse tenía que estar a la altura.
Su padre también había estado seguro de que encontraría una pareja dispuesta a ser su consorte, una pareja que la amaría tal y como era y no por lo que era. Alguien a quien ella también amaría. Agnesse no estaba tan segura. ¿Cómo iba a ser posible, si los hombres a los que conocía no conseguían despertar ningún sentimiento en ella?
Se había creído enamorada en una ocasión. Incluso había respondido casi sin aliento que sí a la propuesta de matrimonio de Eerik. Este había tenido por aquel entonces veintidós años, era el heredero de una dinastía bancaria, encantador y atento, y Agnesse había pensado que era el hombre de su vida, pero se había equivocado. Ella había tenido diecinueve años y, a pesar de que en esos momentos solo tenía veinticinco, tenía la sensación de que había pasado una eternidad.
Incluso se había entregado a él, pero la situación le había resultado incómoda y sorprendentemente dolorosa. Eerik le había dicho que solo tenía que relajarse y que sería mejor la siguiente vez, pero antes de que hubiese una siguiente vez, él había descubierto la realidad de lo que sería convertirse en su marido. Que tendría que caminar siempre un paso detrás de ella, estar a su sombra y que, a pesar de adquirir el título honorario de príncipe, jamás sería rey ni tendría poder.
Así que la había dejado. Había argumentado que lo hacía porque ella era un caso límite de trastorno obsesivo compulsivo y frígida, y que no le merecía la pena. Después, había repetido aquellas mismas palabras en una entrevista en televisión, en la que había declarado que la ruptura había sido culpa de ella y que, a pesar de las apariencias, había descubierto que era una mujer que solo tenía belleza exterior, que su carácter era difícil y frío. Nadie había rebatido aquellas declaraciones. La política de palacio era guardar silencio en todo lo relacionado con asuntos personales.
Sin embargo, Agnesse se había quedado devastada. Eerik la había rechazado y lo peor no había sido que la acusase de tener un trastorno obsesivo compulsivo. Ella sabía que no era cierto. Era exigente y le gustaba el orden, pero con todo el trabajo que tenía no había manera de funcionar de otro modo.
Pero había dicho que era frígida. ¿Sería cierto? Si lo era, Agnesse se temía no ser capaz de encontrar nunca el amor.
Su querido padre había intentado aconsejarla y consolarla, abrazándola y tachando a su exnovio de oportunista. Le había dicho que habían tenido mucha suerte de que Eerik se mostrase tal y como era antes de que hubiesen anunciado un compromiso oficial. Ella todavía era joven y cuando llegase el momento encontraría a un hombre bueno con el que compartir su vida, le había asegurado.
No obstante, Agnesse no había conseguido superar aquel dolor, ni el miedo a que volviesen a hacerle daño, a que volviesen a humillarla. Desde entonces, había rechazado a todos los hombres que se habían acercado a ella y lo había hecho sin mucho esfuerzo, ya que no se había sentido atraída por ninguno.
De todos modos, ella no era Isobel. Tal vez los hombres no la fascinasen nunca como a su hermana.
Entonces recordó que antes de Eerik había habido alguien, el príncipe… Pero eso había sido solo una tarde y al final de la misma él había truncado sus sueños incluso antes de empezar.
Había sido el último día de clase y ella, como delegada de su clase, había tenido que dar un discurso. Había esperado con nerviosismo junto al escenario. El príncipe Georg von Frohburg presentaba los premios y había ido acompañado de su hijo. El príncipe Sebastien había estado sentado en primera fila. Tal vez este se había dado cuenta del nerviosismo de Agnesse, porque le había guiñado el ojo y eso, en cierto modo, la había tranquilizado. Cuando ella había terminado de hablar, él la había aplaudido levantando mucho las manos, como si pensase que lo había hecho bien.
En la recepción posterior, Agnesse no había podido dejar de buscarlo con la mirada. En un momento dado, él la había mirado también y su expresión se había suavizado, había sonreído. Le había sonreído solo a ella, que, instintivamente, le había devuelto la sonrisa. Había sido un momento de intimidad en aquel salón abarrotado de gente y a Agnesse se le había acelerado el corazón. Entonces, otro invitado había atraído la atención de Sebastien y se había roto aquel momento.
Sin embargo, más tarde, ella había oído hablar a Sebastien con su padre sin que estos se diesen cuenta.
–Estás equivocado –había dicho él–. No me interesa esa chica. Tal vez tenga un rostro bonito, pero tal y como ha demostrado con su discurso, no está a mi nivel desde un punto de vista intelectual. Pobre de Ellamaa cuando llegue a reina.
Y ella se había dado cuenta de que las sonrisas y las miradas íntimas habían sido una cruel mentira y no un momento de conexión.
Su secretario se aclaró la garganta, haciendo que volviese al presente.
–Señora, ¿por qué no lo mira desde otro punto de vista? –le sugirió–. Piense en la imagen que dará al ir acompañada por el soltero más codiciado de Europa, como si este fuese detrás de usted.
–¿Y por qué iba a querer dar esa imagen? –le preguntó ella.
Keert había sido fiel a su padre durante veinte años y llevaba nueve meses sirviéndola a ella también, así que valoraba sus consejos, pero aquella sugerencia le pareció ridícula.
–Sería una dulce venganza ser una de las pocas mujeres que lo ha rechazado –le respondió él sonriendo de manera enigmática.
Agnesse lo miró fijamente. El gesto de su secretario era sereno, no supo si estaba utilizando sus habilidades para que accediese a algo que, de todos modos, era inevitable, o si en realidad tenía razón.
La idea de vengarse del príncipe le resultó… gratificante. Solo tendría que comportarse con cierta educación y desdén, y la prensa haría el resto.
La Reina de Hielo rechaza al irresistible galán. Les encantaría la historia.
A ella le gustó la idea. Lo haría por Isobel y por lo que le había hecho a ella tanto tiempo atrás. Aunque era probable que Sebastien no se acordase de lo segundo.
Ella no lo había podido olvidar.
Dado que los beneficios de la gala iban dedicados a jóvenes, su padre le había pedido que acudiese durante los últimos cuatro años. En esa ocasión tendría lugar en Viena y sería su primer acto oficial fuera de Ellamaa desde que se había convertido en reina.
El pecho se le encogió al recordar que el año anterior todavía había estado su padre. Este había sufrido un infarto y había caído fulminado en su propia habitación.
Su querido padre, que la había preparado durante toda la vida para ocupar aquel puesto a pesar de pensar que todavía tenían veinte años por delante.
De todas las personas que habrían podido acompañarla a su primer evento sin él, Sebastien von Frohburg era de los últimos de su lista. Ni siquiera habría estado en su lista. No podía soportarlo.
Era demasiado guapo, rico y con títulos, el príncipe que podía estar con cualquier mujer. El único problema era que no le duraban mucho, enseguida les rompía el corazón.
Protagonizaba un escándalo tras otro y Agnesse supuso que era una suerte que Isobel hubiese sido demasiado joven para él en el pasado y que, en esos momentos, que ya no lo era, ya no le gustasen los aristócratas y prefiriese salir con deportistas y estrellas del rock. Su hermana protagonizaba sus propios escándalos, para disgusto de su madre.
–Vaya, esto sí que es una sorpresa –comentó Keert, frunciendo el ceño al ver el mensaje que le acababa de llegar–. La condesa de Onzain acaba de aparecer de repente en la lista de invitados.
Estupendo. También iban a contar con la presencia de la mujer más coqueta del continente. Las cosas no podían ir peor.
–Y… sus dos hijas –añadió Keert mirando a la reina.
–¿Qué? –inquirió ella, olvidándose de sus modales por un instante–. ¿Las tres? Y el príncipe. ¿Todos en la misma habitación?
Keert puso gesto comprensivo mientras Agnesse se dejaba caer en un sillón.
Qué suerte que la condesa hubiese escogido precisamente aquel año para ir por primera vez a la gala benéfica. Iba a todas partes acompañada de sus dos hijas y se rumoreaba que el príncipe se había llevado a la cama a las tres, satisfaciéndolas a todas en espacio de un solo fin de semana.
–¿Voy a tener que hacer de árbitro de una pelea de gatos?
–Seguro que no. Tengo entendido que la relación entre la condesa y el príncipe es amistosa.
–Me alegro, aunque… supongo que es demasiado tarde para enviar a mi madre en mi lugar.
El silencio de Keert fue respuesta suficiente.
Agnesse se dijo que no tenía de qué preocuparse. Seguro que el príncipe solo estaba pendiente de ligar en la gala, ya que a ella acudirían representantes de toda la alta sociedad europea. Así que respiró hondo.
No, estuviese donde estuviese el príncipe en esos momentos, seguro que no estaría pensando en ella. Y la gala representaría para él la posibilidad de una exitosa noche de seducción.
–¿Voy a tener que pasar la velada con Agnesse Toivonen? ¿Esa arpía? ¡Ni pensarlo!
La airada respuesta retumbó en el despacho del príncipe heredero de Grimentz. Aquella reacción era tan poco habitual en el príncipe Sebastien von Frohburg que el resto de presentes se quedaron de piedra.
–Venga, no es tan mala –le dijo su primo Leo, que era quien le había pedido el favor–. A excepción de ese desafortunado incidente… es todo un modelo de prudencia.
Seb no estaba de acuerdo.
–¿No recuerdas sus insultos? Me llamó piojo y me dijo que no le llegaba a la suela del zapato.
Seb se interrumpió y respiró hondo. Aquellos comentarios le habían dolido. Por muchos motivos.
–Eso lo dijeron los medios de comunicación. No podemos estar seguros de que fuesen sus palabras exactas –argumentó Leo.
–No, pero todos sabemos que me dio un puñetazo con el anillo real puesto. Me ha dejado marcado de por vida y tú quieres que socialice con ella. No me puedo creer que me lo hayas pedido.
–Violetta está embarazada.
Al oír aquello, Sebastien dejó de pelear.
Violetta era la esposa de Leo desde hacía dos años y todo el mundo la adoraba, incluido Seb. Habría sido capaz de cualquier cosa por ella.
Además, la pobre Violetta había sufrido dos abortos en los dos últimos años y lo único que deseaba era darle un heredero a su marido. De no ser así, Max, el hermanastro de Seb, heredaría el trono. Y, si esto ocurriese, él sería el segundo en la línea sucesora, y eso era lo último que todo el mundo quería. Sobre todo, él.
–El pueblo no te quiere –le había advertido su padre–. Nunca te querrá. Además, no te necesita. Tienen a Leo y a Max. Tú no tienes nada que ofrecer.
Había muchas maneras de maltrato. Una de ellas era un padre diciéndole a su único hijo que no valía nada. Toda su familia lo había rechazado, salvo Leo. ¿Por qué iba a pensar el pueblo de un modo diferente?
Seb apartó aquellos pensamientos de su mente.
–¿De cuánto crees que está? –le preguntó a su primo.
–Pienso que de tres meses, pero todavía no me lo ha contado. Me parece que quiere hacerlo hoy.
Esa noche era el aniversario del primer intento de boda de Leo y Violetta, en el que ella había salido huyendo con el vestido de novia puesto. Por aquel entonces habían sido dos extraños obligados a casarse por sus familias y que después, irónicamente, se habían enamorado.
–Le ha dado la noche libre al servicio y va a cocinar ella –le contó Leo–. Va a preparar su especialidad: espaguetis alpomodoro.
–¿Y me estás pidiendo que me humille ante el mundo solo porque tu esposa va a cocinar?
–Solo cocina cuando tiene algo importante que contarme.
–La prensa va a volver a hablar del incidente –le dijo Seb, pasándose una mano por la mandíbula.
Leo hizo una mueca.
–Sé lo que te estoy pidiendo. Sé que va a ser duro y no te lo pediría en otras circunstancias, pero si Violetta me lo cuenta esta noche, no quiero dejarla sola mañana. Ya sabes cómo va a estar.
Sí, Seb sabía que, aunque aparentemente estuviese bien, en realidad estaría nerviosa. Y su primo tendría que ser fuerte por los dos. Seb sabía lo complicado que podía llegar a ser un embarazo, su propia madre había fallecido en el parto. Ese era uno de los motivos por los que no quería casarse. No se sentía capaz de vivir con el miedo y la culpa en caso de que algo fuese mal. Y podía ir mal.
Así que no podía negarse a hacerle aquel favor a Leo. Jamás decepcionaría a su primo, que había sido como un hermano para él cuando el resto de su familia lo había rechazado. Y todo porque su padre había cometido la temeridad de divorciarse de su primera esposa, cuyo linaje había sido impecable, para casarse con su secretaria, que le había dado un hijo. Seb podía ser príncipe, pero para los von Frohburg siempre sería el hijo de una trabajadora y jamás lo aceptarían. Desde que Leo se había casado, él había empezado a tener más relación con Max, pero solo porque había hecho mucho esfuerzo.
Se lo debía todo a Leo y tenía que estar a la altura. Podía pasar una noche con su némesis: la reina Agnesse de Ellamaa.
Un nombre tan rimbombante para una mujer que no valía nada. Bueno, era bella, extraordinariamente bella. Era de complexión delgada, tenía los ojos azules y el pelo brillante y dorado. Cualquier hombre podía perder el sueño por ella y muchos lo habían hecho. Para empezar, su exprometido, que había aparecido con lágrimas en los ojos delante de la prensa para anunciar el fin de su compromiso. Al parecer, habían tenido diferencias irreconciliables.