Desafío en el desierto - Julieanne Howells - E-Book

Desafío en el desierto E-Book

Julieanne Howells

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Beschreibung

¿Una simple estratagema o una verdadera boda real? Fingir un compromiso con el futuro rey de Nabhan no formaba parte del plan de Lily Marchant para demostrar la inocencia de su hermano, pero el inquietante príncipe heredero era muy insistente. La química entre ellos hacía fácil hacerse pasar por su prometida en público… y casi imposible resistirse en privado. La impulsiva Lily estaba lejos de ser la pareja apropiada, pero hacía que Khaled se sintiera más vivo de lo que se había sentido en años. La idea de un matrimonio de estado le resultaba cada vez menos atractiva con cada minuto que pasaba en su arrolladora compañía.

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Seitenzahl: 195

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Julieanne Howells

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Desafío en el desierto, n.º 2931 - junio 2022

Título original: Desert Prince’s Defiant Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-693-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LOS SALONES de la mansión Surrey estaban a rebosar con la flor y nata de la sociedad. Nadie habría declinado la invitación a aquel acontecimiento benéfico. Valía la pena el desembolso de tan generosa donación solo por compartir un rato con el anfitrión, el glamuroso Príncipe Triste.

Oficialmente era Su Alteza Real el príncipe heredero Khaled bin Bassam al Azir, pero a menos que hubiera que dirigirse a él directamente, nadie usaba su título oficial. En especial la prensa. Preferían llamarlo por su rasgo más característico, le hacía más justicia.

–Por supuesto que le hace justicia –dijo una periodista en medio de un grupo de invitados–. ¿Alguien recuerda alguna imagen del príncipe sonriendo?

–Ni una –convino el marido de la mujer–. Siempre con ese aspecto melancólico, pobre diablo.

–De pobre nada. Aunque Nabhan esté en el desierto, no solo tiene petróleo sino que se ha convertido en un gran centro financiero. ¿Y cuántos años tiene? ¿Treinta y dos? Está en la flor de la vida y tiene el mundo a sus pies.

–Tienes razón –dijo el marido y tomó una copa de champán de un camarero que pasaba cerca–, pero ¿cuándo se toma un rato para disfrutar?

Hacía siete años que la mala salud del rey lo había obligado a retirarse de la vida pública. Su único hijo había asumido las funciones de príncipe y monarca y, desde entonces, no había parado de trabajar.

–Todo habría sido diferente si su hermano mayor no hubiera muerto en aquel accidente –aseguró el marido–. Aunque no fue ninguna sorpresa que acabara tan mal. Siempre fue muy imprudente.

Varios del grupo se mostraron de acuerdo.

–Tuvo que ser terrible perder a su hermano así.

–Con razón el príncipe parece tan atormentado.

Temiendo que la atención se desviara, la columnista intervino.

–¿Habéis oído los rumores? Al parecer, está buscando esposa.

Hubo exclamaciones y todos los ojos se volvieron hacia ella.

–El palacio lo ha negado, por supuesto, pero ¿quién se lo cree? Lleva más de seis meses solo –afirmó lanzando una mirada significativa a su audiencia–. ¿Se han dado cuenta de que ha desaparecido a las once? Tal vez la chica esté escondida aquí –añadió y se llevó la mano al pecho mientras su mirada se perdía en la distancia–. Podremos decir que estuvimos presentes en la fiesta en que el Príncipe Triste le pidió matrimonio a su futura princesa. ¡Qué romántico!

–¿Romántico? –repitió su marido, que recibió una mirada asesina de su esposa por estropearle el momento–. Tendrá suerte si consigue arrancarle una sonrisa.

 

 

Para la mujer que estaba escondida en la zona privada de la mansión, el que el príncipe sonriera o no era lo que menos le preocupaba. Tampoco el ambiente era romántico.

En aquel momento, el Príncipe Triste estaba en su habitación cambiándose de ropa. Lejos de lo que era de esperar, no disfrutaba de compañía femenina sino que estaba solo. Lily Marchant lo sabía con certeza.

Y lo sabía a pesar de no ser su futura esposa ni su novia, ni una de las invitadas a la fiesta que seguía celebrándose en el piso inferior. Ni siquiera, antes de aquella noche, había visto a aquel hombre en la última década.

Lo sabía porque contaba con una posición privilegiada desde las puertas de lamas del vestidor, el único sitio donde se le había ocurrido ocultarse en el último momento.

El príncipe se había quitado la chaqueta. La pajarita colgaba del cuello de su impecable camisa blanca, que estaba empezando a desabrocharse.

Lily sabía que lo correcto sería apartar la vista. Después de todo, aquel hombre no sabía que lo estaba observando. Pero se trataba del príncipe Khaled al Azir, con su físico de estrella de cine y su irresistible atractivo sexual. En otra época, antes de que madurara, había sido el epicentro de todas sus fantasías románticas.

Había heredado la piel morena y el cabello oscuro de su padre, nacido en Nabhan. De su madre inglesa había sacado unos pómulos marcados y unos intensos ojos grises. La mirada fría y altiva era una característica personal, así como su boca sensual, y el conjunto resultaba simplemente deslumbrante, incluso con la ropa puesta.

Lily se acercó sigilosamente a las venecianas y lo vio dejar un reloj de oro y unos gemelos de diamantes sobre la mesilla de noche. Probablemente valían una fortuna. Desde luego, mucho más de lo que su hermano y ella podían permitirse.

Tensó los labios al recordar por qué estaba allí. Todo por la clase de hombre en la que el príncipe se había convertido, alguien tan despiadado y sin corazón como para abandonar a su mejor amigo cuando más le necesitaba. Por ello, Nate había recurrido a ella. Todavía no se había recuperado de su llamada de aquella mañana.

–Hermanita, estoy en apuros y eres la única en la que puedo confiar –le había dicho.

No era su hermana, sino su hermanastra. Pero no importaba. Nate era la única familia que tenía o, al menos, que la trataba como tal. Todas sus amigas bebían los vientos por su atractivo hermanastro. Pero para ella, era simplemente Nate, la única persona que siempre la había tenido en consideración. Ya fuera para llevarla a comprar un vestido o para asistir a algún partido o entrega de premios, había sido el único adulto que había estado ahí para ella.

Nate era su héroe y lo ayudaría en todo lo que pudiera.

–Los fondos han desaparecido de la cuenta de la fundación y Khaled cree que soy responsable –le había dicho.

Los dos hombres eran amigos desde el colegio. Nate incluso trabajaba para él como director de la fundación benéfica para la que se estaba recaudando fondos esa noche. ¿Cómo podía Khaled pensar eso de él?

A través de las lamas de la puerta, Lily observaba a aquel supuesto villano cuando, de repente, se quitó la camisa dejando al descubierto una espalda perfectamente esculpida.

El ambiente en el vestidor se volvió asfixiante.

Había visto fotografías antes, ¿quién no? Era uno de los hombres más fotografiados y fotogénicos del planeta. Aunque todavía reconocía al adolescente que había sido, aquel Adonis de torso desnudo transmitía un gran poder y seguridad en sí mismo.

Mientras cruzaba la habitación, Lily lo siguió con la mirada… y se topó con una fila de trajes cuidadosamente colgados. Una percha crujió al moverse en la barra.

El príncipe se detuvo justo al lado de una mesa auxiliar junto a la ventana, donde estaba el ordenador portátil abierto. Allí donde no había habido nada cuando había entrado en la suite.

Se mordió una uña. ¿Por qué no había escondido aquel cachivache con ella?

Rápidamente trató de recordar el consejo de Nate para el caso de que ocurriera lo peor.

–Improvisa.

–¿Improvisa, cómo? –le había preguntado.

–No lo sé… Llora, haz que se apiade de ti, pero sobre todo que no te pille.

¿Cómo no iba a pillarla si era evidente que había un intruso? Sin embargo, pasó un dedo por el ordenador, se volvió y desapareció en el cuarto de baño, al otro lado de su escondite.

Lily contuvo un suspiro. Todavía tenía posibilidades de salir de aquello. El príncipe estaba ocupado. Desde el baño se oía el sonido del agua corriendo.

Nate necesitaba que se hiciera con el ordenador y la mejor ocasión para recuperarlo era asistir a la fiesta benéfica de la que era anfitrión. Quería buscar pruebas de cómo el dinero había sido sustraído. Tenía sus sospechas, pero no se las había contado.

Penny, la secretaria de Nate, estaba en la lista de invitados, pero se había puesto enferma.

–Hazte pasar por ella. Con un poco de suerte, nadie se dará cuenta –le había dicho.

Así que Lily había sacado su mejor vestido, había viajado durante una hora en tren desde Londres, más otros veinte minutos en taxi, sin dejar de practicar un discurso que al final no había tenido que dar. Gracias a la ausencia de control, había podido entrar en la mansión. Más complicado había sido acceder al ala residencial. Después de deambular por la planta baja, se había dirigido a la escalera, donde le había cortado el paso un guardia educado y bien vestido, pero intimidatorio.

Había necesitado un plan B.

Las puertas correderas habían sido abiertas completamente para permitir que entrara el aire fresco y que los invitados salieran a pasear. Lily había salido a la terraza y había encontrado una ruta alternativa al primer piso. Aunque no había sido fácil, había conseguido llegar a las estancias privadas del príncipe y allí había encontrado el ordenador de Nate, en el escritorio. Lo había cambiado de sitio a la mesa junto a la ventana y, como había perdido la bolsa para ocultarlo, estaba buscando algo donde llevárselo cuando había oído voces en el pasillo.

Apenas había tenido tiempo de correr al vestidor y cerrar la puerta antes de que el príncipe entrara en su suite. Y allí estaba en aquel momento, rodeada de trajes caros con un delicioso aroma a cítricos y madera, pensando en cómo salir sin que la vieran.

A punto estuvo de dar un salto cuando oyó sonar el teléfono de la mesilla.

Khaled volvió a aparecer, con una toalla cubriéndole las caderas. Contestó la llamada y miró directamente hacia su escondite mientras hablaba. Lily se echó hacia atrás y con el codo rozó una fila de zapatos. Dos de ellos cayeron, pero los pilló al vuelo antes de que fueran a dar contra la puerta, y resopló aliviada.

Khaled colgó el auricular.

–Estamos en punto muerto.

Su voz era grave y profunda, con una impecable dicción de clase alta. Un escalofrío recorrió su espalda. ¿A quién estaba hablando?

Echó un vistazo a través de las lamas de la puerta. ¿Había alguien más en la habitación?

–Mi coche está listo y tengo que vestirme. Así que o finjo que no sé que estás ahí o sales ahora mismo y nos ahorramos una escena.

Lily sintió un sudor frío. Sabía que estaba allí.

El príncipe se quedó mirando fijamente hacia el vestidor y suspiró antes de acercarse. La puerta se abrió y apareció a su lado mucho más alto, fuerte y desnudo que viéndolo a través de las lamas.

–Señorita Marchant, qué sorpresa tan agradable –dijo con ironía–. Por favor, acompáñame.

No hizo amago de hacerse a un lado, así que casi rozó su pecho con la nariz al salir de la oscuridad del vestidor. Parpadeó para acostumbrarse a la claridad y clavó los ojos en el Príncipe Triste, un hombre de metro ochenta de físico imponente, que en aquel momento no parecía especialmente triste. Había llegado la hora de recurrir a su capacidad de improvisación.

–Hola, Khaled –dijo airosa–. Tenemos que dejar de vernos así.

–Sí, la última vez que nos vimos estabas escondida en el armario, pero no había entrado en tu habitación –añadió, y le quitó los zapatos de las manos y los lanzó a la cama–. ¿Para qué los quieres? ¿Como recuerdo de tu visita?

–Lo siento mucho, sé que no debería estar aquí, pero me he perdido buscando… el aseo de señoras. Cuando oí que había alguien, me asusté y me escondí.

–¿De verdad? ¿Estabas perdida y no se te ocurrió preguntar a los guardias del pasillo?

–¿Guardias?

Lily tragó saliva y volvió la vista hacia la puerta, imaginándose a alguien temible al otro lado.

–Sí, varios, desde aquí a los salones de la fiesta.

Seguía demasiado cerca. Lily observó una gota caer de su pelo a su pecho.

–Si los hubiera visto, no habría entrado aquí.

–Y si te hubieran visto, te aseguro que te habrían cortado el paso.

–Pero no vi a nadie. Tal vez estaban… empolvándose la nariz o algo así.

–Todos pertenecieron a las fuerzas especiales. Dudo que alguno de ellos haya empolvado algo en su vida –dijo clavando su fría mirada gris en ella–. Así que entraste aquí por error. Por favor, aclárame una cosa antes de nada: ¿por qué estás en mi casa?

–Por la fiesta benéfica. ¿Qué otra cosa me habría traído aquí?

Él se cruzó de brazos sobre su pecho fornido. Debía de hacer mucho ejercicio; unos músculos así no eran regalo de la naturaleza.

–No estabas en la lista de invitados y era necesaria invitación para asistir.

–Una amiga iba a venir, pero se puso enferma y me dio su invitación. Sabía que quería venir.

–Ya veo. ¿Tienes algún interés en la causa?

–Por supuesto –mintió–. Es una causa muy digna que llevo en mi corazón desde hace tiempo.

–¿La fauna y flora en peligro de extinción de las marismas de Nabhan te preocupan? –preguntó sin dar crédito–. ¿Y cuánto tiempo hace que apoyas la causa?

–Eh… años –contestó agitando la mano en el aire.

–Señorita Marchant, hoy era la presentación de esa organización benéfica.

Abrió la boca para contestar, pero no se le ocurrió nada que decir excepto maldecir la flora y fauna de Nabhan. ¿Acaso no era un país desértico? ¿Cómo podía tener marismas?

–Me he debido confundir con otra causa.

–Es evidente.

Su tenue sonrisa no obtuvo respuesta. Había llegado la hora de salir de allí.

–Bueno, ha sido un placer la charla, pero tengo que irme.

Unos dedos fuertes la tomaron por el brazo.

–Me parece que no.

La reacción de aquel contacto llegó a sus piernas justo cuando tenía que moverlas. Estaba siendo arrastrada a la zona de estar de la suite. En otras circunstancias, habría admirado la decoración, pero en aquel momento lo único que podía percibir era el calor de aquel roce.

–Siéntate –le dijo, dirigiéndola hacia un sofá.

Khaled tomó el mando a distancia de la televisión, que estaba en un rincón de la habitación. Pasó por varios canales antes de que las imágenes de una cámara de seguridad aparecieran en la pantalla. Podía verse el exterior de la casa, el balcón del dormitorio y un muro cubierto de hiedra.

Él se sentó en el borde de la mesa. Lily trató de no fijarse en los centímetros de muslos que quedaron al descubierto al subirse la toalla.

–A ver si nos aclararnos. Dices que estás aquí porque llevas tiempo apoyando una causa benéfica que acaba de darse a conocer esta noche. Te he encontrado en mis habitaciones a las que, según tú, has entrado por accidente.

–Sí, así es. Ya lo he explicado, me había perdido.

–Entonces, haz el favor de explicarme esto –dijo y apretó un botón del mando.

En la pantalla apareció la figura de una mujer a gatas al pie del muro. Después de mirar hacia el balcón, se quitó las sandalias y sujetó las tiras con los dientes. Con un bolso de mano metido en el escote del vestido, se subió el vestido y lo pilló con el borde de las bragas. Luego, se agarró a la hiedra y comenzó a escalar.

Khaled resopló su desaprobación y Lily apartó la mirada. Sabía lo que iba a pasar a continuación.

A mitad de la subida, la escaladora perdió el pie y mientras trataba de sujetarse, las sandalias se le cayeron de la boca al rosal que había abajo. Cuando por fin alcanzó el balcón, el bolso escapó de su escote y acabó en el suelo, junto a las sandalias. Lo peor de todo fue que se le soltó el vestido y se le enganchó a la barandilla, dejando al descubierto un primer plano de su trasero cubierto de encaje.

–Qué atrevida –dijo–. ¿Qué eres, alguna fanática o algo así?

Khaled se quedó mirándola fijamente.

–¿O es que piensas hacerme creer que no eres tú?

Dudó entre ponerse a llorar o pedir clemencia.

–¿Acaso tengo pinta de poder escalar como…?

–¡Ya es suficiente! Te he dado la oportunidad de sincerarte, pero parece que estás decidida a continuar con esta tontería. No tengo tiempo para esto, así que tienes dos opciones. La primera, llamar a la policía y que ellos se ocupen.

Lily tragó saliva.

–¿Y la segunda?

–Tomar la más civilizada. Tengo que ocuparme de algunos asuntos en la capital. Ven conmigo y contesta unas preguntas sobre tu hermanastro.

Dada la situación, cualquier cosa era mejor que ser arrestada.

–He perdido el último tren, así que no me vendría mal que me llevaran a casa –dijo–. Tomaré la segunda opción, aunque no sé de qué tenemos que hablar.

Una extraña expresión como de triunfo se dibujó en su rostro.

–Por fin demuestras un poco de sentido común.

Khaled avisó a quien fuera que estaba al otro lado de la puerta y un hombre entró. Llevaba un elegante traje negro, pero la fortaleza de su cuerpo y su mirada atenta pertenecían a una clase de vida mucho más dura. Podía resultar reconfortante o temible, según se mirara. Enseguida se dio cuenta de que su rostro le resultaba familiar.

–Hola, Rais –le dijo al guardaespaldas de Khaled.

Era el mismo hombre que había protegido al príncipe años atrás, cuando era un adolescente. Contestó el saludo con una inclinación de cabeza.

–La señorita Marchant viene con nosotros –anunció Khaled–. Acompáñala al coche. Iré en cinco minutos.

Rais no pareció sorprenderse. Se limitó a esperar a que Lily se pusiera de pie y se hizo a un lado para que saliera de la suite.

El coche esperaba en un aparcamiento privado. Un guardaespaldas le abrió la puerta de la parte trasera. Tras varios intentos, consiguió abrocharse el cinturón.

Unos minutos más tarde apareció Khaled. Estaba muy guapo con un traje gris y una camisa azul, y un olor a cítricos y madera inundó el coche al subirse. Sintió una extraña sensación y se echó hacia la puerta para separarse de él y contener aquel azoramiento. El coche le había parecido enorme, pero la sola presencia de Khaled lo llenaba.

Al ponerse en marcha, lo miró de soslayo. Estaba revisando los mensajes de su teléfono. Tal vez todavía podía razonar con él.

–¿Podemos llegar a un acuerdo? –preguntó y al no obtener respuesta, continuó–. Admito que no estuvo bien esconderme. Lo cierto es que estoy muy avergonzada. Me iré a casa esta noche. Prometo vernos mañana en Londres.

–¿En Londres?

–Dijiste que tenías unos asuntos en la capital –replicó.

Algo en su expresión hizo que saltaran las alarmas.

–Así es, pero me refería a la capital de mi país.

–¿Tu país?

–Después del número que has montado, ¿pensabas que iba a dejar que te fueras de rositas mientras tu hermanastro sigue prófugo? No, si quiere que te deje en libertad, él tendrá que entregarse. Hasta que lo haga, estarás conmigo, así que te vienes a Nabhan.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SI FUERA posible hacer arder con la mirada a una persona, Lily Marchant parecía estar haciendo todo lo posible por prender la llama. Desde su asiento al otro lado de la cabina, tan lejos como le había sido posible en el Gulfstream V, lo observaba con el ceño fruncido.

Con el mal humor que tenía, Khaled podía haberle devuelto la mirada. Habían estado a punto de perder el permiso para despegar por el revuelo que había montado en su casa. Había tenido la oportunidad de confesar su absurdo comportamiento, pero se había empeñado en mantener aquella ridícula farsa. ¿Una invitada perdida? ¿Acaso lo tomaba por tonto? Tal vez, como el hipócrita de su hermanastro.

La furia de Khaled fue en aumento al pensar en Nate Marchant, su mejor amigo, aquel al que había nombrado director de su nueva organización benéfica por su facilidad para recaudar millones entre los más ricos. Nunca habría imaginado que se apropiaría de todos aquellos millones. Las excusas que había tenido que poner para justificar su ausencia esa noche…

Además de rabia se sentía dolido. Había sido traicionado por un amigo al que consideraba un hermano.

Un movimiento llamó su atención al otro lado del pasillo. Acababan de atravesar una turbulencia y Lily se había agarrado con fuerza al reposabrazos. ¿Acaso nunca había volado antes?

–Es normal –le explicó–. No hay nada que temer.

Como agradecimiento obtuvo otra mirada asesina. Tal vez todavía estaba resentida por la forma en que la había arrastrado a bordo. No iba a disculparse por eso. Se las había arreglado para armar un escándalo a la puerta del avión. Se había puesto a gritar al pincharse en la grava con los pies descalzos, exigiéndole que le devolviera las sandalias.

Le había exigido que se las devolviera y él, con ánimo vengativo, había ordenado que las tiraran después de recordarle que seguirían en sus pies si no hubiera invadido ilegalmente su casa. Después de dirigirle una mirada asesina, había acabado por perder la paciencia, y se la había echado al hombro como si fuera un fardo para recorrer los últimos metros hasta el avión.

Khaled tiró de su manga, todavía sintiendo aquella dulce y cálida presión. Frunció el ceño, alzó la vista y sus ojos volvieron a encontrarse. Esta vez, antes de que ella se volviera, captó un cierto temor en su expresión.

No pudo evitar sentirse culpable. ¿Por qué? No era responsable de su comportamiento. Si no hubiera entrado en sus habitaciones, estaría tan a gusto en su casa.

Se pellizcó el puente de la nariz mientras leía los documentos que tenía delante y que quería revisar antes de aterrizar. En circunstancias normales, estaría enfrascado en el trabajo, pero esa noche, su poder de concentración lo había abandonado o, mejor dicho, había sido anulado por aquella joven enfurruñada.

–¿Queréis que os traiga algo, señor?

Stella, la azafata, estaba a su lado. Llevaba al servicio de su familia desde que Khaled era un niño.

–Nada, gracias.

–Entonces, voy a ocuparme de la señorita Marchant. Parece un poco… desubicada.