Rosas Rotas - Eri Palafox - E-Book

Rosas Rotas E-Book

Eri Palafox

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Beschreibung

Una novela lésbica actual que se desarrolla en Exeter, Inglaterra; multifacética, que envuelve en su trama, en el romance, juega con los sentimientos, emociones y pensamientos; muestra y oculta, aviva la curiosidad, surge la incógnita, la inquietud. El suspenso brota en estallido unido a los conflictos internos, personales, psicológicos de los personajes en un marco de cultura, historia e historias contadas y sin contar, en donde explotan sus emociones, se tocan los extremos insospechados o las apaga la duda. Eri Palafox nos lleva de la mano y a veces nos suelta a nuestro arbitrio, con destreza, por las vidas entrelazadas para encontrar la salida, nos incita a dar rienda suelta a la imaginación, a la conjetura. Hasta encontrarnos con la sorpresa, con el asombro bien manejado.

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ROSAS ROTAS

Primera edición: noviembre 2022

ISBN: 978-607-8773-44-2

© Eri Palafox © Gilda Consuelo Salinas Quiñones (Trópico de Escorpio) Empresa 34 B-203, Col. San Juan CDMX, 03730 www.gildasalinasescritora.com  Trópico de Escorpio

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase al CeMPro (Centro Mexicano de Protección y Fomento de los Derechos de Autor, http://www.cempro.org.mx).

Distribución: Trópico de Escorpio www.tropicodeescorpio.com.mx  Trópico de Escorpio

Diseño editorial: Karina Flores

HECHO EN MÉXICO

 

Gracias…

A mi mami, Rocío Palafox, por enseñarme a luchar por mis sueños. Por creer siempre en mí. Por ser mi roca e impulso en cada paso. Por apoyarme en mis locuras y volvernos locas juntas. Porque por ella existo, y por sobre todas las cosas, por ser y estar.

A mi maestra, amiga y editora, Gilda Salinas, por sembrar en mí la semilla de escribir novelas. Rosas Rotas no existiría sin ella. Por ser la “Pepe grillo” de mis escritos, cuando en duda, un simple ¿qué me diría Gilda?, lo resuelve. Por confiar en mis letras y por hacerme mejor escritora, a través de sus enseñanzas.

A Dios, por su guía, amor y consejo.

A Simeón, por nunca soltar mi mano.

A mi abuelo, Jorge Palafox del Río, por contagiarme el amor por la escritura.

A mis amigos, Alice, Amri, Jan, Mich y Robert, por dejarme ser, hacer y deshacer. Por su apoyo, escucha y consejo en mis proyectos. Por jamás desalentarme y aceptarme tal cual soy.

A Letróleum, taller de creatividad literaria de Pemex, por animarme a escribir de nuevo.

A Rosas Rotas, por permitirme escribir su historia, y a cada uno de los personajes por acompañarme en esta gran aventura.

prólogo

Confieso que la novela no es mi género literario favorito, sin embargo, Rosas Rotas…

Atrapó mi interés desde la primera línea hasta la última debido a su claridad, sencillez, excelencia en sus letras, en su desarrollo, en el propio relato.

Multifacética, te envuelve en su trama, en el romance, juega con tus sentimientos y pensamientos; muestra y oculta, aviva la curiosidad, surge la incógnita, la inquietud.

El suspenso brota en estallido unido a los conflictos internos, personales, psicológicos de los personajes en un marco de cultura, historia e historias contadas y sin contar, en donde explotan sus emociones, se tocan los extremos insospechados o las apaga la duda.

Eri Palafox nos lleva de la mano y a veces nos suelta a nuestro arbitrio, con destreza, por las vidas entrelazadas para encontrar la salida, nos incita a dar rienda suelta a la imaginación, a la conjetura. Hasta encontrarnos con la sorpresa, con el asombro bien manejado.

Rocío Palafox Septiembre 2022 

1. en el silencio

“Recuerdos, recuerdos, recuerdos. Si tan sólo pudiera olvidar los míos”, pensaba Nickie mientras veía la fecha en el celular.

Era 28 de junio de 2018, el verano comenzaba en Inglaterra, una época de gran júbilo para la mayoría de los ingleses: Nickie observaba desde la ventana como salían a borbotones a buscar algo de pasto que les permitiera acostarse a tomar el sol. Algunos leían, hacían picnics o platicaban con sus amigos. Otros, desde el balcón, lo disfrutaban. Para ella eso no tenía sentido, le parecía una pérdida de tiempo, en especial en una ciudad tan histórica como Exeter, en donde había tanto por hacer y descubrir.

Ella era milenial, sin embargo, era diferente a los demás. Sus padres le habían enseñado a apreciar las cosas. Cenaban en familia donde conversaban sobre su día. No estaba ajena a la tecnología, aunque nada más podía usarla en casa, en horarios establecidos. Utilizaba la laptop para hacer la tarea, el móvil era para después de terminarla, el cual no debía llevar a la escuela ni acostarse con él a un lado.

En las noches, antes de dormir, su papá la maravillaba con leyendas de caballeros y dragones como las del rey Jorge y del rey Arturo, improvisaba castillos, vestuarios y modificaba las voces que daban vida a cada uno de los personajes que interpretaba.

Su mamá se unía a las representaciones que incluían reinas, princesas, damiselas, brujas o hadas, así se convirtió en Dulcinea del Toboso, en Julieta, en Irene Adler, en Elizabeth i, en Maléfica, en Aurora. También, viajaban juntos a mundos fantásticos desde la Tierra Media, Hogwarts, hasta el país de Nunca Jamás y el Reino de Fantasía. En ocasiones, ambos se transformaban en súper héroes y la hacían volar por toda la habitación, sosteniéndola de brazos y piernas.

Cada año, en verano, asistían a un sitio histórico diferente los fines de semana, como la catedral de Exeter, el castillo Rougemont, el puente medieval Exe y la casa que se movió. Esta última siempre le pareció simpática, no solo porque sí fue movida en 1961 de su ubicación original, sino también por la forma tan divertida en que se lo contó su padre. Así aprendió de historia y de literatura.

No pudo evitar sonreír cuando volvieron a su memoria los bellos momentos que pasó con ellos, mismos que ahora se mezclaban con unos más perturbadores, que deseaba, de una vez por todas, eliminar por completo. Apretó los ojos con tanta fuerza que las pupilas se inundaron de lágrimas. Olvidó sus recuerdos por un instante, aunque en el fondo, estaba segura de que regresarían a atormentarla.

Decidió dejar de pensar en el pasado y vio la hora en su smartwatch, marcaba las cuatro de la tarde; se apresuró a tomar su mochila, desencadenó la bicicleta y salió hacia la plaza de la catedral de Exeter. Fue un viaje corto, de tres minutos, encadenó la bicicleta y recorrió la plaza buscando el mejor sitio para dibujar. Eligió sentarse al final de la plazoleta, en medio, justo enfrente de la catedral.

Desde ahí, podía observarla en todo su esplendor. Esta vez sola, sin la compañía de sus padres, como la última vez. Sacó lápiz y papel, luego delineó con cuidado la imponente estructura gótica. Definió las dos torres normandas erigidas en cada extremo. Comenzaba la gran roseta cuando unos turistas la distrajeron, eran de esos que tomaban fotos estuve aquí sin tener el cuidado de informarse o de siquiera conocerla.

—¡Vaya! ¡Qué falta de respeto! —vociferó enojada acomodándose en el pavimento.

Sin darle más importancia, continuó el dibujo. Terminó la gran roseta y las espectaculares esculturas de los siglos xiv y xv que engalanan la fachada. Destacó las sombras. Firmó la hoja con una n, la arrancó de un tirón, la dobló en cuatro partes y guardó en el bolsillo trasero derecho del pantalón.

Suspiró hondo y retomó su camino. En esta oportunidad iría más lejos, pedaleó diez minutos por las impecables calles de la ciudad deteniéndose frente a un letrero que decía: Cementerio de Exwick. Pensó en regresar, los cementerios no le gustaban, le producían escalofríos, estaban solos.

Se armó de valor, respiró profundo y avanzó tan rápido como pudo a la tumba de sus padres, en la lápida podía leerse:

En memoria del señor y la señora Lockheart

1963 - 2005

En nuestros corazones, siempre.

Nerviosa, tomó una piedra cercana a la lápida, se sentó, dio un respiro y les habló:

—Hola, he vuelto. Hoy fui a la catedral. A la catedral de San Pedro dirías, papá —sonrió nostálgica—. Miren, les hice un dibujo.

Lo sacó del bolsillo y lo puso sobre la tumba, deteniéndolo con la piedra que tenía en la mano.

—Los extraño. Hay días que siento que no puedo seguir. He imaginado cómo hubieran sido sus consejos, sus abrazos, sus risas. Como hubiera sido mi vida con ustedes: sin dolor, sin sufrimiento.

»¿Por qué me dejaron? —les preguntó con reproche— Sé que no fue culpa suya, pero —le tomó varios segundos recuperar el aliento— ¿por qué no hicieron nada? No sé, tal vez si…

Se contuvo percatándose de lo absurdo del reclamo, secó las lágrimas, se despidió y se fue. Pedaleó sin parar hasta su departamento.

Llegó alrededor de las ocho y cuarto de la noche, no obstante, la luz de los largos días de verano seguía presente en cada rincón.

Megan, su mejor amiga, la esperaba afuera de la puerta, había llegado hacía cuarenta y cinco minutos y no le importó esperar, sabía lo difícil que era para Nickie ese día. Se abrazaron.

—Estarían muy orgullosos de ti. Mira todo lo que has logrado, tienes tu pub, tu departamento. Además, me tienes a mí, que más puedes pedir ¿eh?

La reconfortó Megan. Nickie le respondió con una sonrisa y la abrazó de nuevo.

Se conocían desde los cuatro años, John y Sally Lockheart, papás de Nickie, se hicieron amigos de Sara Wolfwound, madre de Megan, cuando se mudaron a Countess Wear, en el ‘97. Nickie y Megan se volvieron inseparables, compartieron risas, cantos, juegos, sueños, llanto. Los vecinos apreciaban mucho a los Lockheart, por eso en cuanto supieron de su muerte, la comunidad se desbordó colocando velas, muñecos de peluche, fotos, flores y pensamientos afuera de su casa. Sara acogió a Nickie en ese instante, era como una hija para ella.

Sacó las llaves del “depa”, llamado así porque era tan chico que apenas podía considerarse departamento. Abrió la puerta, un pequeño pasillo separaba a la estancia de la cocina. Colgaron sus mochilas en el perchero, se sentaron en el sofá de lado para quedar de frente la una de la otra. Megan, aún preocupada por su amiga, la alentó a cambiarse. Habían quedado de encontrarse en Queens Head a las nueve con Henry y Paul. Nickie accedió remilgosa, tomó una ducha, escogió un atuendo smart casual, se maquilló ligeramente, y se miró en el espejo por última vez antes de avisarle a Megan que ya estaba lista.

Ambas se dirigieron a Queens Head, llamado así en honor a las reinas que habían perdido la cabeza durante su reinado. Era fácil llegar ahí, el departamento de Nickie estaba arriba del pub y tenía acceso directo al salón principal a través de la puerta de Solo personal autorizado, al final de la barra. Henry y Paul ya habían llegado, las esperaban en la primera mesa del beer garden con una pinta de cerveza en cada mano. Nickie y Megan los saludaron, tomaron las cervezas y al mismo tiempo chocaron los vasos diciendo. “¡Salud!”

El saludo inesperado del mesero, “buenas noches, jefa”, hizo que Nickie volteara, entonces la vio.

2. deseo

Allí estaba “ella”, perfecta de la cabeza a la punta de los pies. Su manera de vestir, sentarse, peinarse y comportarse. Todo en absoluto, gritaba elegancia y sofisticación. No tenía un solo cabello fuera de lugar, ni una arruga ni una mancha ni un hilo en su ropa y ni qué decir de los zapatos, como nuevos.

—Inalcanzable —murmuró Nickie después de beber un trago.

Ella escogió la mesa de picnic más alejada del beer garden, tampoco había muchas, cuatro en total, acomodadas al azahar. Se sentó completamente erguida, hombros alineados atrás, piernas juntas y manos apoyadas en los muslos. Con un traje sastre de falda gris a la rodilla hecho a la medida de tweed con corte slim-fit, combinado con una blusa blanca lisa de botones y una mascada de seda estampada roja, con blanco y negro, amarrada con un nudo simple al frente de su cuello. Medias y zapatos de tacón negros de suede.

Nickie no dejaba de mirarla, observó cuán profundos e impenetrables eran sus ojos verdes. Eso la asustó e incrementó su curiosidad.

—Serás mía. No te dejaré escapar —expresó para autoconvencerse de acercarse a ella. Los nervios la habían paralizado.

En su fascinación, notó cómo una gota de vino se deslizó por su cuello, despacio, hasta perderse dentro de la blusa —se lamió los labios—. Decidida, repitió en silencio una y mil veces “tú puedes”. De un solo trago bebió la pinta de cerveza para ganar valor. Se levantó, volvió a verla y con paso decidido fue hacia ella.

Todo sonido desapareció. No más voces ni golpeteo de vasos. Tampoco el choque de las bolas de billar ni del clavado de los dardos. Tanto el tiempo como el espacio se detuvieron. Entró en otra dimensión en donde no había nadie, solo ellas dos. Sintió sus pasos lentos, demasiado lentos, llegar a ella le pareció una eternidad. Se acercó con una gran sonrisa.

—Hola, ¿es la primera vez que vienes?

Se sentó enfrente de ella con una pierna arriba y otra abajo. Ella volteó a verla, no podía creer su irreverencia. Se quedó pasmada.

—No te había visto antes —tomó la copa de vino y bebió un trago—. ¿Eres de por aquí?, ¿cómo te llamas? —ella siguió viéndola sin emitir palabra.

Como no respondía, Nickie comentó irónica:

—Hablas mucho ¿verdad? —le dio otro sorbo al vino. A la chica le pareció ingenioso el comentario, disimuló una sonrisa y dijo manteniendo la compostura:

—Haces demasiadas preguntas.

Nickie apoyó sus brazos sobre la mesa e inclinó el torso lo suficiente para dejar ver sus pechos a través del escote.

—¿Y? ¿Vas a contestarlas? —la vio directo a los ojos.

Ella dirigió la mirada hacia sus senos. Se mordió los labios. Regresó la vista a sus ojos y respondió escueta:

—Sí. Es la primera vez que vengo, soy de por aquí y me llamo Lindsey, Lindsey Woodhead.

De pronto ya no era tan inalcanzable y dejó de ser ella, para convertirse en Lindsey.

—Lindsey —repitió Nickie. Pretendió estirarse, acarició su cabello, continuó con el cuello, luego el pecho hasta detenerse entre las piernas. Lindsey seguía sus manos con detenimiento, imaginando cómo la acariciarían, lamió sus labios y soltó un gemido casi imperceptible.

Volvió a su rostro, observó los expresivos ojos marrón almendrados, lo terso de su apiñonada piel y lo carnoso de sus labios. Quiso besarla, no lo hizo. Reprimió las ganas.

Tan concentradas estaban entre sí que no se percataron de que la oscuridad de la noche le había ganado la batalla a la luz del día, ni que las mesas se fueron vaciando una a una hasta quedarse solas por completo. Tampoco notaron la ligera ventisca que trajo consigo el fresco aroma de los prados.