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Cualquier línea que escriba tiene la savia del árbol. Ya lo dijo Aurelio Arturo: "Cada hoja, una sílaba". Las raíces, troncos, ramas, flores, frutos y semillas… nuestra vida toda se parece al árbol. Ellos son padres, madres, alimento, sombra. Somos como los árboles en un constante ciclo de nacer, crecer, florecer y morir. Unos no renacemos. Otros no florecemos. Todos morimos. Y al marcharnos nos entierran en un ataúd de madera, para que no quede duda de su generosidad y cobijo de principio a fin. Estos poemas son un reconocimiento no solo a los árboles, sino también a todas las voces que los han exaltado. Liliana Isabel Velásquez H.
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Seitenzahl: 32
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Rumor de árboles
Liliana Isabel Velásquez H.
Poesía
Editorial Universidad de Antioquia®
Colección Poesía
© Liliana Isabel Velásquez H.
© Editorial Universidad de Antioquia®
ISBN: 978-958-501-057-4
ISBNe: 978-958-501-054-3
Primera edición: agosto de 2021
Motivo de cubierta: Deva, de la serie “Árboles que hablan”. Luis Salinas. Técnica mixta, fotografía sobre madera, 120 x 152 cm
Impresión y terminación: Imprenta Universidad de Antioquia
Hecho en Colombia / Made in Colombia
Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia
Editorial Universidad de Antioquia®
(+57) 4 219 50 10
http://editorial.udea.edu.co
Apartado 1226. Medellín, Colombia
Imprenta Universidad de Antioquia
(+57) 4 219 53 30
A mis padres monte
Los bosques que brotan de ti hacen la música bellísima que escucha el que duerme
Gerardo Rivera
Cada planta y cada árbol en la pradera parecieran estar danzando, mas para aquellos con ojos comunes solo parecen inertes y sin vida
Rumi
Prólogo
Ahora lloro sentado a tu raíz
Espero imprudentemente la noche que nos ama
La palabra y el olvido de los hombres
Tarsicio Valencia Posada
Desde años atrás, brotan de mi mano muchos textos. Lentamente fui sabiéndolos poemas, al compartir lecturas y comer del pan de los verbos cómplices en torno a una mesa. Alguna vez la poeta Anabel Torres, al leerlos, dijo: “Estas palabras son poesía”. Los fui agrupando en lo que llamé series: amor, muerte, autorretrato, familia, ciudad, noche, tiempo, mujer, paisaje. En suma, la naturaleza, y, de ella, la flora, la fauna, la tierra. Y, en ella, unos dicen agua, otros dicen aire, yo digo árbol. Desde siempre admiré los árboles, los trepé de niña, jugué en los columpios y tomé sus frutos. ¿Cuál es la fábrica del viento? Sí, las tantas hojas y hojas que nacen de jardines y bosques.
Como hija del monte, tuve la fortuna de crecer entre verdes innumerables, rodeada de frutales, maderables y rastrojos. Mis padres, campesinos de antes, heredaron una finca, que dio sustento a una docena de vástagos; luego la heredó mi hermano, quien también ha sido aserrador, reforestador y carpintero.
Cuando madre nos parió, fuimos arrojados de su mundo acuoso para nacer a la tierra. Ahora que soy huérfana siento un riesgo, cada vez más cercano, de perder también a la Pacha Mama: la tala, la ganadería, la ambición del hombre acabarán tarde o temprano con nuestra naturaleza. Creemos que ella está a nuestra merced y que nos pertenece, mientras vivimos en sofocadas ciudades que han sido arrebatadas a los bosques en un suicidio ciego y colectivo. ¿Por qué nuestra ceguera? Es necesario entonces retornar a los árboles, cantar para ellos, volver la mirada hacia ellos.
Son gigantes en pie que nadie conoce
cual desaparecidos sin nombre
que pocos extrañan.
Huele a tierra arrasada,
¿me alimentará este fruto?
Sé que les debo a los árboles mi primer aliento, los tantos cuadernos, los libros que leo, la silla y el lápiz. Cualquier línea que escriba tiene la savia del árbol. Ya lo dijo Aurelio Arturo: “Cada hoja, una sílaba”. Las raíces, troncos, ramas, flores, frutos y semillas... nuestra vida toda se parece al árbol. Ellos son padres, madres, alimento, sombra. Somos como los árboles en un constante ciclo de nacer, crecer, florecer y morir. Unos no renacemos. Otros no florecemos. Todos morimos. Y al marcharnos nos entierran en un ataúd de madera, para que no quede duda de su generosidad y cobijo de principio a fin.
Estos poemas son un reconocimiento no solo a los árboles, sino también a todas las voces que los han exaltado, como ya lo dijo Hugo Jamioy:
Somos árbol-hombre, somos gente, somos pueblo,
nacidos del fondo de la tierra,
árboles caminando [...]
Este rumor de árboles es también un ofrecimiento; como dice el poeta Niño:
Yo no tenía dinero para comprarte algo lujoso.
Yo simplemente quise regalarte un bosque.