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Ser la madrina en la boda de su hermana fue el acto más feliz de la vida de Hope. Después de la preciosa ceremonia, Hope fue asaltada por el atractivo potentado Alex Matheson. A las pocas horas se había hecho adicta a su pasión y su sensual encanto. A Hope le pareció que pronto seguiría a su hermana al altar. Pero entonces empezaron los rumores. Como modelo internacional, Hope era blanco de las especulaciones de la prensa rosa. Decían que mantenía una aventura con un hombre casado, pero todo era un gran error. Tenía que convencer a Alex de su inocencia antes de perder al único hombre al que había amado en su vida...
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Seitenzahl: 216
Veröffentlichungsjahr: 2019
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Kim Lawrence
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Rumores, n.º 1160 - septiembre 2019
Título original: An Innocent Affair
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-418-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Si te ha gustado este libro…
LA TÍA Beth no lloró nada –insinuó en tono de crítica la suave voz–. Yo siempre lloro en las bodas.
Hope no creía que el pañuelo de encaje que la invitada sacudía con suavidad tuviera ningún uso serio. Escrutando con más atención su cara, no notó ningún churretón en su perfecto maquillaje.
–Incluyendo la tuya propia, supongo.
Se arrepintió de su ácido comentario en cuanto las palabras escaparon de sus labios; la inestabilidad del matrimonio de su prima era bien conocida. El problema era que no le caía bien Tricia y nunca le había caído bien; era hueca, pretenciosa y totalmente carente de espontaneidad. Pero llevar más de media hora con ella había tirado su nivel de tolerancia por los suelos.
–Roger está en Génova. Tiene negocios allí –se defendió su prima con presteza–. Lo echo de menos, pero no espero que entiendas la especial unión que trae el matrimonio.
Hope pasó por alto el insulto. Además, esa vez se había merecido la reprimenda. «Eres una burra», Hope Lacey, se regañó a sí misma con disgusto. El «negocio» de Roger era una versión de su esposa veinte años más joven y todo el mundo lo sabía. Su prima se había sonrojado.
–Entonces tendremos que sacar montones de fotografías para enseñarle a Roger lo bonito que salió todo, ¿no crees? Sonríe. Anna me ha ordenado que apunte con esta cámara a todo lo que se mueva. Insiste en que las fotos oficiales nunca dan una impresión exacta de la ocasión. Demasiado artificiales.
–Anna siempre ha sido un poco rara.
Hope se mordió la lengua para no soltar la respuesta que acudió a sus labios.
–Bueno, desde luego esta vez lo ha sido. Ya es raro dar a luz a gemelos veinticuatro horas antes de la boda de tu hermana.
Hope sabía que la ausencia de Anna ensombrecería la boda de Lindy. Las trillizas tenían una relación muy íntima y ese día, por encima de todos, Rosalind hubiera querido que estuvieran juntas.
–¡Gemelos!
Tricia se estremeció y, por su expresión, Hope supo que esperaba un recuento detallado del parto de su prima.
–Bueno, es menos dramático que trillizos.
Hope plantó una falsa expresión de interés en su cara mientras Tricia se lanzaba a contar los detalles. Pero le costaba mantener la expresión animada.
La historia que estaba escuchando no elevaba sus instintos maternales, que ya eran bien escasos.
«Podría ser que yo hubiera nacido para solterona», reflexionó. La sonrisa se borró de sus labios. Tricia todavía no había llegado a la parte de la rotura de aguas. ¡Aquello iba a ser una maratón! Pobre Tricia, pensó. Considerando la cantidad de mujeres que conocía aferradas a los flecos de un matrimonio casi muerto, le extrañaba que la institución fuera tan popular.
Veinte minutos más tarde, Hope se alzó el dobladillo de la falda de seda con una mano, agarró en la otra la copa de champán y se dirigió hacia el pequeño tenderete del jardín de sus padres, de donde emanaba la música.
Su atención se desvió enseguida antes de llegar a su destino. Aquel hombre no era la figura más alta del pequeño grupo en el que estaba, pero era la que más llamaba la atención. Cuando empezó a hablar, usando las manos para resaltar algún punto, sus dedos dibujaron gestos precisos en el aire. Hope apuntó la cámara hacia su cuello y empezó a disparar.
Cuando él volvió la cabeza y la miró directamente, por una vez, la seguridad de Hope la abandonó. Se dio la vuelta con rapidez con la misma sensación de culpabilidad de un niño al que le hubieran sorprendido espiando a sus mayores.
Un movimiento estupendo, maldijo para sus adentros intentando tapar la lente de la cámara.
–¡Maldita cosa!
Se agachó para recoger la tapa que había caído al suelo.
–¿Puedo ayudar?
Los dos alcanzaron la tapa de la lente al mismo tiempo y Hope sintió que sus dedos rozaban otros mucho más fuertes. Unas manos acordes con la poderosa imagen de aquel hombre, con uñas perfectamente cortadas. Las manos de un artista y no de un filósofo. Pero era la impresión de fuerza inmensa que emanaba de Alex Matheson lo primero que le llamó la atención. La intensa vitalidad que emanaba de él se traspasó por un fugaz momento a sus dedos.
–Gracias –abrió la palma boca arriba para recuperar la tapa–. No es mía –explicó con una sonrisa cálida.
Hope no encontró en su cara el inmediato reconocimiento al que estaba acostumbrada. Ella era una de las super modelos internacionales de elite y su cara parecía ser propiedad pública. Los desconocidos siempre hacían la misma farsa de intentar identificarla, y después de las desagradables noticias que habían salido en toda la prensa, no podía haber mucha gente en el país que no la conociera. Al menos él no la estaba condenando a priori, como muchos desconocidos, lo que dispuso a Hope a pensar bien de él.
–Es una buena cámara –su profunda voz tenía una cadencia susurrante increíblemente atractiva.
Los dos se incorporaron al unísono.
–A prueba de idiotas, o eso dice Adam. Adam es mi cuñado, o uno de ellos. Ahora tengo dos.
Aquella idea era todavía tan reciente para ella que la hizo sonreír.
–Conozco a Adam.
–Por supuesto que lo conoces –en aquella pequeña comunidad y siendo la persona que tenía a más gente contratada del pueblo, Alex conocía a la mayoría de la gente. Y no le cabía duda de que Adam y él se moverían en los mismo círculos sociales–. Anna ha tenido gemelos esta madrugada. Niños. Pero no ha querido que lo anunciemos, ha insistido en que hoy es el día de Lindy. Y Lindy y Sam se pasaron por el hospital a ver a los niños antes de ir a la iglesia, por eso llegaron tarde.
Alex asintió.
–Ya oí lo de los bebés. Tienes frío –comentó al verla estremecerse–. ¿Quieres que vayamos dentro?
Se dio la vuelta hacia la casa en vez del templete, pero a Hope no le importó; no había competencia posible entre la atracción de la música y la de Alex Matheson. Simplemente la tenía cautivada, con mayúsculas.
–Llevo ropa térmica bajo el vestido, pero si alguien te pide que hagas de madrina de boda en invierno, ya puedes tener las excusas preparadas.
–Creo que es bastante improbable, pero gracias por el consejo. Dime, ¿lo dices en serio?
La calidez que la envolvía era como una manta de terciopelo cuando se acercaron juntos hacia la casa. ¿O era el calor y el interés que despedían sus ojos grises? Alex tenía una forma de mirar directamente a los ojos un poco inquietante, pero a Hope le gustaba bastante. La gente menos vital se arracimaba en grupos en el informal jardín de la casa del siglo dieciocho de sus padres. La boda había sido intencionadamente íntima e informal.
–¿Qué si digo en serio qué?
Los ojos de Alex se deslizaron levemente hacia sus largos músicos resaltados por la tela rosa. Intentó imaginarse unos pantalones de franela bajo aquella fina tela y solo encontró una lujuriosa imagen de encaje y satén.
–¿Llevas ropa térmica?
La miró con seriedad, pero a Hope le gustó el brillo de humor de sus ojos. Era refrescante encontrar a un hombre al que no le desbordara su fama o por lo menos uno que estuviera interesado por ella. Porque él lo estaba, ¿no?
Una curiosa idea se le ocurrió de repente.
–¿Sabes quién soy yo? ¡Oh, Dios! Eso suena horrible –parpadeó–. Quiero decir que la gente, los hombres, suelen tratarme…
Se encogió de hombros en un vano intento por explicarse. ¿Cómo podía contar una chica que los hombres agradables tenían demasiado miedo a acercarse a ella y el tipo de hombres que la quería como un trofeo solo le producía desdén?
–¿Cómo a una diosa? –preguntó burlón–. Comprensible.
Sus ojos grises realizaron una lenta marcha de la punta de sus pies hasta su brillante cabeza. Y su expresión pareció de aprobación. Aquello en sí mismo no era desacostumbrado; a la mayoría de los hombres les gustaba mirar a Hope. Era el hecho de que ella le gustara gustarle lo que hacía extraña la experiencia.
–Pero no muy deseable.
Estaba interesado. Hope sintió una oleada de excitación por todo el cuerpo. Ella estaba acostumbrada a conocer a gente interesante e importante, pero había algo en aquel hombre especial.
–Entonces, ¿no me regañas por no haber mostrado la suficiente reverencia?
Hope lanzó una carcajada rica y profunda. Se detuvo de repente y frunció el ceño.
–No me acuerdo muy bien… No estabas casado, ¿verdad?
A Alex no pareció importarle aquella pregunta tan directa.
–Ni por lo más remoto –dijo con un leve estremecimiento en la comisura de su deseable boca.
–Bien. ¿Podemos ser amigos?
Hope Lacey, decidió Alex parpadeando, tenía una sonrisa que podría parar a un rinoceronte al ataque en su marcha. Era realmente encantadora y lanzada, pensó.
–Amigos.
Era una palabra agradable y sin complicaciones, pero los sentimientos que aquel hombre estaba despertando en ella no eran tan sencillos.
–La última vez que te vi, creo que te llamé señor Matheson.
Alex parpadeó; había intentado olvidar aquello.
–Eso hiciste.
Dudaba haber intercambiado con ella más de dos palabras en su encuentro anterior. Había muy poco en común entre un joven cercano a la treintena y una adolescente. Si no recordaba mal a Hope, era la hija más desgarbada de sus vecinos, Beth y Charlie Lacey.
–Yo era una adolescente entonces. ¿Y tú? ¿Cuántos tenías?
Alex tenía el tipo de cara a la que era muy difícil deducir la edad. ¡Y su cuerpo, desde luego no mostraba ninguna señal de decadencia!
–Ahora tengo cuarenta; la próxima semana los cumplo, para ser más exacto.
Era un hombre que iba directamente al grano, notó con aprecio Hope. Había muchas cosas apreciables en él. Sin ser guapo, era cautivador. Sus facciones eran fuertes y angulosas, sus altos pómulos tenían una ascendencia eslava y su mandíbula era cuadrada y firme. Se debía haber roto aquella nariz romana en algún momento de su vida, pero a Hope le agradaba aquella irregularidad.
–Yo tengo veintisiete. Es sorprendente cómo el tiempo ha borrado la barrera de la edad.
–¿Tú crees? –esbozó una cínica sonrisa y Hope se fijó con interés en su labio inferior jugoso.
–Desde luego –replicó ella con confianza–. A menos que quieras que te siga llamando señor Matheson.
–Llámame Alex, pero eso no servirá de nada para acortar la barrera de la edad. ¿Quieres que te llame yo Lacey?
–Ese es mi nombre profesional; mis amigos me llaman Hope.
Alguien murmuró una disculpa y Alex se apartó a un lado para dejar pasar. Tenía los hombros del tipo de los que podían bloquear cualquier pasillo; eran anchos, como su torso, y eso le hacía parecer más alto de lo que realmente era.
Hope medía uno ochenta, así que lo podía mirar directamente a los ojos. Alex apoyó un brazo en la pared mientras los invitados pasaban. Desde tan cerca, su presencia física era casi sobrecogedora.
–Apuesto a que no puedes comprar los trajes en las tiendas –cerró los ojos y lanzó un leve gemido–. Lo siento, no suelo ser nunca tan directa.
–Puedes ser tan directa como quieras conmigo, Hope. Me gusta la gente directa. Tienes razón, los trajes me los hago a medida.
Y también tendría que afeitarse dos veces al día, comprendió ella al notar la sombra de la barba. Se sintió sacudida y asustada por un repentino deseo de deslizar los dedos por su pelo moreno.
–Esto es una tontería –murmuró Hope con el ceño fruncido.
–Y peligrosa –acordó él con sequedad.
Hope lo miró con la vista nublada. Al mirarlo, la pupila de él se abrió hasta casi tapar el iris gris. Entonces ella deslizó la mirada despacio hacia su boca y se mordió los labios con nerviosismo. Debería ser ilegal que un hombre tuviera tanto atractivo sexual.
–¿Tú también?
Las líneas que enmarcaban su firme boca se acentuaron al sonreír levemente en respuesta. Hope reconoció al instante que no era el tipo de persona que dejara aflorar sus emociones a la superficie con facilidad.
–Tienes la corona torcida.
Alex inclinó la cabeza hacia su pelo de color maíz.
El asombro se desvaneció de su cara mientras colocaba en su sitio la corona de flores secas sobre los rizos rafaelistas que le había hecho el peluquero. La pequeña iglesia del pueblo había sido preciosamente decorada con orlas de las mismas rosas enlazadas con romero y lazos de rico terciopelo rojo.
–Ha sido un servicio precioso –murmuró soñadora–. Lindy estaba preciosa.
–Supongo.
–¿Qué supones? –repitió ella con indignación.
–Estaba mirándote a ti. Estabas como un ángel de Botticelli, resplandeciente.
Aquello fue lo bastante inesperado como para quitarle el aliento. Alex no era el tipo de hombre al que hubiera asociado con floridos cumplidos.
–Yo no soy ningún ángel.
–No –acordó él con aquella sensual voz ronca–. Eso sería aburrido. Y yo no soporto aburrirme ni aunque sea con un ángel.
–Parece que no te compensa con la falta de carácter, ¿eh?
–Tú tienes las dos cosas –dijo con calma.
–A alguna gente le cuesta creerlo.
–Yo aprendo rápido.
–Hablar contigo marea. ¿Eres siempre tan personal?
–Si quieres hablo de la economía y del tiempo.
–¿Y qué te parece si hablamos de lo bonito que ha sido el servicio?
–No me gustan las bodas, pero tengo que reconocer que esta no ha estado demasiado mal. Dime, ¿cómo conseguisteis mantener el acontecimiento en secreto? Pensaba que cuando se casaba la gente como Sam Rourke, la prensa de todo el continente estaría acampada frente a la iglesia.
Sam es muy bueno en dejar pistas falsas –dijo ella sonriendo con afecto al pensar en su nuevo cuñado. Sam era un actor de fama internacional y millones de mujeres derramarían alguna lágrima cuando se enteraran de que se había casado–. También se mandaron las invitaciones a nombre de Patrick S. Rourke, que es su verdadero nombre. Lo que me sorprende es que un hombre tan ocupado como tú pudiera acudir con tan poca antelación.
–No tenía otra cosa planeada. Volví de Arabia Saudí ayer. Tus padres han sido encantadores al invitarme.
Lo que no añadió era que había tenido toda la intención de hacer una breve aparición aunque no hubiera sido invitado.
–¿Has superado la recesión entonces?
La empresa de Alex fabricaba lujosos coches hechos a mano, con líneas nostálgicas del pasado, muy valorados y que se reconocían al instante.
–Por suerte sí –Alex podía permitirse sentirse confiado. Tenía una lista de espera de cinco años para cada uno de los tres modelos que producía–. ¿Y cuánto tiempo piensas quedarte en casa, Hope?
Podrían ser las serenas y firmes respuestas de la pareja que había prometido sus votos lo que le hubiera suavizado el cerebro. Sería mejor para los dos que ella se fuera a cualquier país exótico a hacer algún desfile antes de que respondieran ambos a aquella atracción. Se mirara como se mirara, Hope Lacey era demasiado joven para él, pensó Alex.
Casi había esperado que lo desilusionara al hablar con ella. Si era sincero, eso era lo que había querido. Una buena dosis de realidad le había parecido la cura perfecta para la fascinación que había sentido en cuanto la había visto entrar en la iglesia. Pero lejos de curarlo, había encontrado la realidad aún más atractiva; ella era sorprendentemente natural y madura. Cálida, divertida… Se detuvo. La lista podría ser agotadoramente larga.
–Voy a quedarme en casa todo el próximo mes.
¡El destino no pensaba hacerle ningún favor! Alex se fijó en la pequeña sonrisa burlona que surcó sus labios. Bueno, Hope tenía todos los motivos para sentirse segura de su habilidad de hechizar a un hombre, pensó.
–¿Has venido a descansar? –preguntó enarcando una ceja.
–Bueno, es siempre una tentación hacer todo lo que te ofrecen, pero llegas a un punto en el que comprendes que no tiene sentido quemarte para ahorrar hasta el último dólar disponible. Últimamente discrimino un poco más.
–Porque te lo puedes permitir.
Hope no le discutió aquello. El trabajo de modelo la había dejado financieramente asegurada de por vida.
–He tenido suerte y he trabajado duro. Esta película podría ser un nuevo comienzo para mí.
Había pasado un mes desde que había terminado la promoción por televisión y radio de la película.
–¿Interpretabas el papel estelar femenino frente a Rourke?
Hope asintió.
–Yo fui la que le presenté a Lindy, así que si algo sale mal en el Edén, me culparán a mí sin duda. Vamos, ven a buscar algo de champán antes de que se acabe.
Le rozó levemente el brazo y Alex la siguió a la cocina.
–Hope, cariño, aquí estás –Beth Lacey, con las manos hasta los codos en agua jabonosa, sonrió a su hija–. Hola, Alex. Espero que te lo estés pasando bien.
–Estoy muy bien cuidado.
–¿Te importa lavarme algunos vasos, Hope? Se han roto muchos y debería ir a avisar a Lindy para que se cambie.
–¡Claro, mamá!
Hope se ató un incongruente mandil de rayas sobre su traje de madrina.
–Saca el jabón –le dijo a Alex–. La tercera puerta –añadió inclinando la cabeza hacia el pasillo a sus espaldas antes de meter las manos en el agua–. ¿Por qué siempre que no te ayudan te pica la nariz?
–Déjame –se ofreció él. Antes de que Hope comprendiera lo que estaba a punto de hacer, le rozó la punta de la nariz aristocrática–. ¿Mejor?
Hope lanzó un murmullo de asentimiento.
«Lo estoy mirando con tal fijeza que debo parecer bizca», se regañó. Si ella pudiera destilar lo que aquel hombre producía en su tembloroso estómago, sería una rica alquimista. Sí, la alquimia tenía que ver en aquella mística magia que estaba sintiendo.
«¡Vamos, Hope!», se regañó. Algo muy terrenal y sensual se parecería más a la realidad.
Él apartó la mano, pero no del todo. Antes de hacerlo, deslizó los dedos por sus labios entreabiertos.
–No eres de plástico.
Aquel peculiar comentario la ayudó a Hope a liberarse del hipnótico hechizo que la ataba a aquel ligero contacto.
–¿Es esa tu idea de un cumplido? –su mano no se había apartado por completo; ahora la palma descansaba con ligereza en la base de su barbilla–. Porque si es así…
–Ya sabes lo que quiero decir, del tipo de rubias que son todo dientes y silicona.
Hope lanzó una carcajada.
–Tienes un poco estereotipada la profesión. Hay sitio para la individualidad y la variedad en la elite de mi profesión. De hecho, las dos cosas son esenciales.
Entonces le lanzó burbujas de jabón.
Su acción pareció asombrarlo. Quizá Alex Matheson no estuviera acostumbrado a que la gente jugara o bromeara con él. Alex notó el humor en sus profundos ojos azules y sus hombros se relajaron de forma visible.
Entonces se encogió de hombros.
–No sé mucho de actrices o modelos.
–¿Solo sabes de lo que te gusta? –sugirió ella descarada.
–Y de lo que no me gusta. Para serte sincero, la idea de la silicona me produce escalofríos.
Eso provocó en Hope una oleada de carcajadas.
–Eres tan raro –gimió secándose las lágrimas de la risa.
Alex se quitó una pompa de jabón del pelo sedoso y la miró intrigado.
–¿Raro?
–En el mejor sentido de la palabra.
–¡Vaya alivio!
–Lo cierto es que para las modelos de mucha elite, eso puede ser un inconveniente –le confió–. La ropa le queda mejor a una figura andrógina.
–Tú no eres andrógina –dijo deslizando los ojos fugazmente por su figura.
–No soy tipo sirena. Se pretende que sea más atlética, natural y sexy –dijo con naturalidad.
–¿Y lo eres?
–Juego mucho al tenis –replicó ella evasiva.
Su cautela provocó una sonrisa en la cara de Alex que lo hizo parecer más joven y menos severo. Debería sonreír más a menudo, pensó Hope.
–Quizá podríamos jugar alguna vez…
Hope podía sentir el jugueteo sensual, pero, para su asombro, se sonrojó.
–Supongo que te gustará ganar.
Alex apartó con dificultad su mirada de aquellas fascinantes mejillas escarlatas. Era mucho menos sofisticada de lo que daba a entender su imagen.
–¿No le gusta a todo el mundo?
–Pues yo carezco del instinto asesino necesario.
–¿Y crees que yo sí lo tengo? –preguntó Alex
Hope posó el último vaso en el escurridor y se secó las manos.
–Si te digo que sí me acusarás de catalogarte como hombre despiadado de negocios sin capacidad de compasión.
Mientras lo decía, Hope pensó lo fácil que era catalogarlo en aquella categoría. No era solo porque físicamente fuera formidable, la estampa de autoridad que emanaba de él parecía ser genética. Era un hombre acostumbrado a conseguir lo que quería.
Alex vio el destello de inseguridad en su preciosa cara inflamada.
–Bueno, yo pondría la línea en el homicidio.
–Eso es un consuelo.
–Parece que no sé mucho de tu tipo de vida.
–No te preocupes, yo tampoco sé gran cosa de construir coches.
–Podríamos intercambiar la información y mejorar nuestros conocimientos generales –sugirió él con voz sedosa.
–¿Estamos hablando de una cita? –preguntó ella con una temblorosa sonrisa de cautela.
La asustaba pensar lo mucho que significaba para ella lo que él contestara.
–Reunión, acuerdo, como quieras
Era madura para su edad y no había nada artificial en ella, pensó Alex.
–Eso suena mejor –contestó ella con frialdad y contención después de frenar el impulso de ponerse a bailar encima de la mesa.
–Bien.
El brillo de victoria en sus ojos que tanto la preocupaba había vuelto.
–¿Dónde dijiste que estaba el champán?
–¿Qué tal ha ido todo, Hope?
Charlie consiguió acercarse un momento a solas con su hija en cuanto los invitados empezaron a dispersarse.
–Mejor de lo que esperaba.
–Ya será agua pasada antes de que te enteres –la consoló.
Hope asintió. Ya había conseguido adoptar una actitud filosófica acerca de los rumores que habían estallado acerca de ella.
El mundo entero pensaba que había tenido una aventura con Lloyd Elliot, el productor de la película que acababa de interpretar. Hope había leído incontables artículos acerca de cómo ella había roto su matrimonio solo para progresar en su carrera. La despechada mujer de Lloyd, una tempestuosa cantante de Dallas, había concedido algunas entrevistas muy conmovedoras. Si Hope no hubiera sabido que ella y Lloyd llevaban años con vidas separadas, ella misma se hubiera sentido conmovida.
Cuando Hope había aceptado distraer la atención pública del verdadero nuevo amor de Lloyd, no había comprendido lo que aquella decisión iba a afectarla a ella y a su familia. Pero era demasiado tarde para arrepentirse, aunque si lo hubiera sabido, su decisión hubiera sido otra. Pero su familia conocía la verdad y, en poco tiempo, en cuanto Lloyd hiciera público el objeto de su amor, todo el mundo la sabría también.
–Será un alivio –admitió a su padre–. De todas formas, lo positivo es que averiguas quiénes son tus amigos de verdad.– Y hoy no ha sido tan malo como yo esperaba, a menos que me esté acostumbrando a la paranoia.
–Me pareció que estabas haciendo un nuevo amigo.
–Uno no significa demasiado –respondió Hope con sequedad.
–Pues creo que tu madre comentó que tenías a Alex Matheson detrás.
–Yo no lo diría así. Es un hombre interesante.
–Sin embargo, no es un hombre fácil de conocer. Es… distante. Nunca se ha involucrado de verdad en la vida del pueblo. Fíjate que lo conozco desde niño y sé que siempre aporta cantidades generosas a las asociaciones locales de caridad, pero…
Frunció el ceño al intentar poner en palabras sus dudas acerca de Alex Matheson. Las mujeres eran unas criaturas extrañas, pensó. Probablemente encontrarían atractivo el hecho de que un hombre fuera enigmático.
Hope estaba dividida entre la irritación y el afecto. Algunas veces sus padres se olvidaban del tiempo que llevaba en el gran mundo.
–Bueno, será una persona muy privada, pero al menos no me ha tratado como si fuese una mujer marcada. No hace falta que te preocupes tanto, papá. No estoy a punto de hacer algo tan estúpido.
«¿Lo estoy?» Se preguntó a sí misma. ¿No había algo muy atractivo en cometer una gran estupidez con Alex Matheson?
Charlie Lacey abrazó a su hija con fuerza.
–Ya sé que eres una chica sensata –dijo con voz llena de afecto.
«¿Lo soy?», se preguntó Hope recordando con un escalofrío la sensual expresión de la cara de Alex al irse.