Salti, la alondra. Lo imposible es posible - Alex Donovici - E-Book

Salti, la alondra. Lo imposible es posible E-Book

Alex Donovici

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Beschreibung

Para ser valiente, solo hay que tener un gran corazón. Esto es lo que aprenden los animales del bosque cuando, ante el asombro de todos, Salti, una alondra de patitas cortas y sin alas, logra salvar el bosque. Juntos descubren que lo imposible es posible cuando se trata de luchar por la familia y los amigos. Alex Donovici, autor de esta historia, es coautor de los cuentos de la gran escritora rumana Cristina Donovici. Con sus maravillosas ilustraciones, la galardonada Stela Damaschin-Popa (nominada a la Lista de Honor IBBY y al Astrid Lindgren Memorial Award) evoca aún más magia en este mundo fantástico.

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Título original: Tup. Imposibil e doar un cuvânt

© 2019 Curtea Veche Publishing

www.curteaveche.ro

Autor: Alex Donovici

Ilustraciones: Stela Damaschin-Popa

Traducción: Carmen Ternero Lorenzo

Director editorial: Juan José Ortega

© 2022 Ediciones del Laberinto, S. L., para la edición mundial en castellano

www.edicioneslaberinto.es

ISBN: 978-84-1330-780-0

THEMA: YFP / BISAC: JUV002040

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com <http://www.conlicencia.com/>; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Lo imposible es posible

la alondra

Para Alexandra,la historia más bonita de mi vida.

Para todos los niños que sabenque lo que de verdad importa es el corazón,y no la apariencia.

Parte I

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La mañana en que el mundo cambió

Queridos niños, si os dijera que una pequeña alondra sin alas salvó a todos los animales del bosque, ¿me cree-ríais? Pues eso hizo. Si queréis saber cómo ocurrió, sen-taos, poneos cómodos y escuchad la historia de Salti, la alondra.

Había una vez un bosque enorme y precioso en el que los pájaros y todos los animales vivían felices. Eso fue antes de que unos hombres fueran a talar los árboles altos. En el borde de un claro anidaba una alondra. Sí, una alon-dra, ya sabéis, ese pajarito que canta tan bien, como muy pocos pájaros saben hacer. Todas las mañanas, la alondra alzaba el vuelo hacia el Sol y le cantaba. Al Sol le gustaba tanto oírla cantar que, agradecido, difundía su luz y calor por todo el bosque. Y todos los animales sentían su abrazo amable y cálido.

Cuanto más feliz era, mejor cantaba nuestra alondra. Tenía seis huevos en el nido y los miraba con todo su cari-ño, esperando impaciente a que nacieran los polluelos. El milagro ocurrió una mañana, justo después de haberle cantado al Sol, como hacía todos los días. Los polluelos

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fueron saliendo de sus cascarones uno a uno y ensegui-da empezaron a piar alegremente y a abrir los pequeños picos esperando comida. Todos menos uno. Un huevo seguía moviéndose por el nido, rodando por todas partes, como si el polluelo no tuviera fuerza suficiente para rom-per el cascarón por más que lo intentara. La mamá alon-dra lo miraba muy preocupada, con labios temblorosos. Uy, no, perdón, con el pico tembloroso. Como quería ayu-darlo, le dio un picotazo al cascarón para ver si se rompía. Y se rompió. Un trozo cayó al suelo y la mamá alondra por fin vio a su última cría, una hembra, que sacaba la cabeza a la luz del Sol. Pero la pequeña alondra seguía sin

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poder salir del huevo, así que la madre siguió picoteando el resto del cascarón, apartando los trozos de uno en uno, hasta que por fin pudo salir. Y la felicidad se convirtió en tristeza. Aunque piaba con alegría, la pequeña alondra no tenía alas y sus patitas eran muy cortas, demasiado cor-tas. Mientras que sus hermanos brincaban alegremente por todos lados, ella apenas se podía mover.

Como era una buena madre, nuestra alondra se ocupó de todas sus crías por igual. Aunque las otras cinco estu-vieran correteando por todas partes y la más pequeña se pasara casi todo el tiempo sentada en el nido. Todas las mañanas les llevaba semillas y las alimentaba para que no pasaran hambre. Y a la hora de acostarse, les cantaba hasta que se quedaban dormidas.

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Buu Buhu, la Sombradel Bosque

Cada vez que la mamá alondra volvía a casa, su alondrita sin alas era la primera que se acercaba a saludarla. Y como siempre estaba contenta y dando saltitos con sus pequeñas patas, su mamá la llamó Salti.

Un día, Salti le preguntó:

—Mamá, ¿le cantas al Sol todos los días?

—Sí, Salti, todas las mañanas.

—¿Y por qué?

—Para darle las gracias por el calor que nos da, por ayu-darnos a estar juntos, por el día que empieza y por la noche que hemos pasado sin ningún peligro… y sin Buu Buhu, la Sombra del Bosque.

—¿Qué es… Buu Buhu?

—Buu Buhu es una sombra aterradora. Es grande y negra, y lanza llamas en la oscuridad con sus enormes ojos naran-jas. Tiene garras largas y fuertes, y el pico afilado. Sale todas las noches y se come a los polluelos y a las crías de los ani-males que no están durmiendo en sus nidos o madrigueras.

—¿La has visto alguna vez, mamá? Tiene que dar mucho miedo.

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—No, cariño. Si hubiera visto alguna vez algo así, me habría ido muy lejos de aquí. Así que no, nunca he visto esa cosa tan horrible, pero todo el mundo sabe que existe. ¡Cuidado con Buu Buhu, la Sombra del Bosque!

Salti y sus hermanos escucharon atentamente la histo-ria y se asustaron, aunque también se sentían aliviados por tener a su mamá, que los protegía, les decía cuándo tenían que cobijarse en el nido y cuándo podían salir a jugar.

Sin embargo, a la mamá alondra se le fue haciendo cada vez más difícil cuidar de todos sus polluelos. Los que tenían alas salían a jugar, alejándose un poco más cada día, y ya eran capaces de beber ellos solos las gotas de rocío de las hojas y cazar hormigas, mientras que la más pequeña, sin alas y con las patitas tan cortas, apenas conseguía llegar al borde del nido, así que ella recogía agua y se la dejaba en el nido dentro de una cáscara de bellota. Pero la mamá alondra se fue dando cuenta, con desesperación, de que no podría cuidar de todos. Si se quedara siempre con su hijita sin alas, no podría