Salvaje y ardiente - Kim Lawrence - E-Book
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Salvaje y ardiente E-Book

Kim Lawrence

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Beschreibung

Adam Deacon tenía su vida completamente planeada. Era un eminente cirujano con una prometida adecuada, a punto de asentarse en la vida familiar... O eso creía, hasta que conoció a Anna y descubrió el significado de la palabra tentación... Anna era todo lo contrario que Adam. No era nada convencional, era imprevisible y, para él, increíblemente provocativa. Ella sacó el lado salvaje que Adam no sabía que poseía y, de repente, se encontró atormentado ante la idea de comportarse mal... por primera vez en su vida.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1997 Kim Lawrence

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Salvaje y ardiente, n.º 1029 - abril 2021

Título original: Wild and Willin

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-587-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ADAM Deacon volvió al cabeza para contemplar el progreso de la joven en la pista de baile. Se consideraba a sí mismo demasiado mayor como para estar interesado por tal chiquilla, pero dudaba ser el único hombre presente incapaz de apartar los ojos de aquellas rítmicas contorsiones flexibles. Cada sinuoso movimiento sensual de aquella figura estilizada se acompasaba a la percusión de la popular melodía que estaba tocando la banda.

–¿Quieres bailar? –preguntó su compañera observando su concentración con una sonrisa especulativa.

–No es mi tipo de baile.

Desvió la atención hacia su compañera.

Rosalind era inteligente y bonita y no había escuchado una sola palabra de lo que había dicho en varios minutos. Ella era demasiado astuta como para no notarlo, pero demasiado educada como para mencionarlo.

–Es buena, ¿verdad?

Adam aparentó no haberla entendido.

–¿Conoces a la niña salvaje?

Deslizó la mirada hacia la pista de baile justo a tiempo de ver a la chica enlazar los brazos alrededor del cuello de su compañero para darle un beso en la boca.

–¡Niña salvaje! –Rosalind emitió una carcajada–. ¡Qué apropiado! Sí, podría decir que la conozco.

Esbozó una sonrisa misteriosa.

La música se había parado y Rosalind le hizo un gesto a la chica que se lo devolvió y empezó avanzar entre la multitud de bailarines.

–Te la presentaré.

A Adam no le gustó. Aunque le había divertido la actuación, su interés acababa ahí. Nunca había entendido por qué a los hombres maduros les atraían las muchachas jóvenes con personalidades sin desarrollar. No tenía deseos de conocer a una adolescente con una vena exhibicionista. La idea de mantener una conversación le hizo fruncir el ceño mientras ponía una expresión impenetrable al acercarse la esbelta morena.

Más cerca ahora, pudo notar que no era preciosa. Sus facciones no estaban tan perfectamente proporcionadas como su cuerpo. La pronunciada nariz y jugosa boca eran demasiado grandes para su pequeña cara oval. Eran sus ojos los que capturaban la atención. Muy separados, de un cálido castaño y alargados como los de una gacela, estaban enmarcados por extravagantes pestañas. Pero no había nada de la timidez de aquella criatura en su mirada.

–¿Estás bien, Anna? –preguntó Rosalind con ansiedad.

Era raro notar cualquier evidencia externa de la antigua lesión de su hermana, una lesión que había interrumpido de forma trágica una prometedora carrera como bailarina de ballet.

Los agudos ojos profesionales de Adam se habían fijado en que la chica apoyaba la mayor parte de su peso en una sola pierna. Automáticamente bajó la mirada hacia sus piernas apenas ocultas por el corto vestido negro, era una diminuta franja de tela que se amoldaba a sus pequeños senos altos y ondeaba levemente en el dobladillo muy alto. No podía ver ninguna señal de lesiones en la fina línea de sus piernas. De hecho, parecían en perfecta forma.

–¡No te agites! –replicó Anna con impaciente buen humor.

Adam alzó la mirada para encontrarse con un notable par de ojos castaños todavía brillantes de la excitación de la actuación que lo miraban con diversión y sin pizca de vergüenza.

–Reconócelos otra vez –contestó estirando un elegante tobillo frente a ella.

–Estabas cojeando –acusó Adam con la cara seria para que no se hiciera ideas equivocadas acerca de su interés.

Su pose era precoz incluso en una época en que la infancia aún era más corta.

–Normalmente no se nota. Y antes de que lo digas tú, Lindy querida, ya sé que no debería bailar así, pero ha merecido la pena. Me encantaba esa canción.

Lanzó un suspiro de placer.

–¿Has oído alguna vez la palabra moderación? –preguntó Rosalind a su hermana con evidente afecto.

Sabía que estaba perdiendo el aliento; Anna era una criatura de extremos. A veces envidiaba la falta de inhibición de su hermana, pero la mayoría de las veces le preocupaba que su espontaneidad pudiera ocultar a la gente su gran sensibilidad. La ausencia total de artificio la hacía parecer temerosamente vulnerable para una mujer cautelosa como Rosalind.

–¿Y has oído tú lo de aburrimiento mortal? –la atención de Anna se desvió hacia el hombre alto y silencioso al lado de Lindy–. O bien te has colado o te ha traído Lindy. Yo misma mandé las invitaciones –comentó mirándolo con cándido interés que provocó un parpadeo de desaprobación en Adam.

–Anna, este es Adam Deacon. Esta es Anna, mi hermana.

–¿Quieres decir que todavía sois más? Hubiera creído que tus padres habrían desistido después de tener tres.

–¿No le gustan los niños, señor Deacon? –preguntó Anna.

–De forma moderada sí.

–Parece tu tipo de hombre, Lindy –se burló con delicadeza.

Rosalind, con sus ojos de color miel, pelo castaño y serenos ojos azules, nunca perdía el control. Anna esperaba que su hermana conociera algún día a un hombre que sacudiera su equilibrio. ¿Sería aquél el apropiado? Si era sí, tendría que guardarse sus fantasías para sí misma.

Rosalind la miró con desaprobación. El sentido del humor de Anna podía llegar a ser provocativo cuando quería.

–Adam es el nuevo cirujano ortopédico en St. Jude –explicó–. Y no es mi pareja –añadió con una sonrisa de disculpa en dirección a Adam–. Pensé que estaría bien que conociera a gente de la localidad. Y sólo somos tres, Adam; Anna es la mayor, a pesar de las apariencias.

–Mis disculpas –dijo él asombrado por aquella información.

Sabía que Rosalind tenía veintiséis años, pero aquella provocativa criatura podría haber pasado por una adolescente.

–Yo era la enana.

–Ya lo veo.

–Eso no ha sido muy amable.

Para alguien que trabajaba de cara la público, aquel hombre tenía un aire distante que era bastante atractivo. ¿Se escondería un hombre cálido e interesante bajo la austera apariencia? ¿Sería de humor aquel brillo de sus ojos? Eso esperaba. Hubiera sentido mucho que se tratara de un estirado. Sin embargo era muy guapo, concedió.

Aquella mujer no tenía la apariencia distante de su hermana, que era una mujer muy serena. No había nada encubierto acerca de la sexualidad de la morena. Sin pretenderlo, sus ojos se deslizaron sobre su esbelta figura.

–Bailas bien.

Recordó las ondulaciones en la pista de baile y sintió una contracción en la garganta.

Anna se estremeció. Se había dado cuenta de que había estado observándola desde el extremo de la sala, pero aquel escrutinio más cercano le aceleró el pulso,.

Había sido difícil no fijarse en él incluso en la sala atestada de gente. Era alto y esbelto con un pelo rubio que brillaba bajo los neones. Era el tipo de persona que causaba impacto desde que entraba en una habitación y los gráciles movimientos de sus largas extremidades habían capturado su imaginación.

Se había dicho a sí misma que probablemente sería un estrecho o un tímido, pero al verlo más de cerca en ese momento, se dio cuenta de que no era ninguna de las dos cosas. De cerca, su aire de autoridad era más pronunciado, así como la forma fluida con que se movía. Sus ojos eran de un verde misterioso y su piel levemente bronceada. Si se le sumaba la boca firme y nariz aguileña resultaba, en resumen, perfecto. Si una era del tipo de persona que se dejaba impresionar por tales cosas.

Ella, por supuesto, no era tan superficial, pero era lo bastante humana como para sentir un mudo placer cuando su hermana había asegurado que aquel soberbio espécimen no era su pareja. Se preguntó si alguna vez sentiría lo suficiente por un hombre como para ponerlo por encima de su relación con sus hermanas. Lo dudaba.

–¿Sabes bailar? –bromeó.

–Con menos abandono que tú.

–Me puedo adaptar.

–¿Me estás pidiendo que baile?

–¿Debería esperar a que me lo pidieras tú?

Anna esbozó una leve sonrisa y ladeó la cabeza en un gesto que desveló su cuello de cisne que dejó el sano juicio de Adam desbordado. Él había dejado atrás la impulsividad juvenil hacía años, pero de alguna manera se encontró demasiado intrigado como para retroceder ante el reto de sus modales provocativos.

–¿Crees que lo haría?

La oleada de consciencia que pasó entre ellos fue casi física por su fuerza. El destello en los ojos abiertos de ella reveló que también había captado la sensación.

–Si la música que pusieran mantuviera tu dignidad, creo que te hubieras decidido a hacerlo.

–¿Crees que tengo dignidad?

Su boca se arqueó en una curva sarcástica y sus ojos sonrieron casi a regañadientes.

–Dios, ¿hace siempre tantas preguntas? –preguntó Anna a su silenciosa hermana–. Creo que tu dignidad es imponente. Estoy segura de que tienes a todas las enfermeras volando a cumplir el mínimo de tus deseos.

–Tienes una idea muy desfasada de la relación entre médicos y enfermeras.

Rosalind los contempló alejarse con gesto de preocupación. Ella también había notado la inexplicable electricidad que había flotado Adam Deacon y su hermana. Se había quedado sin aliento sólo de escuchar sus provocaciones, pero había sido la silenciosa comunicación de sus cuerpos lo que le había preocupado más. ¿Cómo podría advertirle a Anna sin hacer de hermana entrometida?

Él sabía bailar, lo que fue la primera sorpresa agradable para Anna. La segunda fue el efecto que su proximidad le causó en el sistema nervioso. Los estremecimientos que le sacudían todo el cuerpo le hacían olvidar la tirantez de la rodilla. Todas las parejas de la pista estaban bastante abrazadas, lo que le permitió apreciar la dureza del cuerpo de su compañero y su musculosa figura.

–Bailas muy bien, Adam.

Alzó la cabeza para mirarlo. Estaba intrigada por los ángulos planos de su cara y su expresión sardónica que caía casi en la desaprobación.

–¿Eres siempre tan amistosa, señorita Lacey?

Su tono consiguió que la palabra amistosa tuviera una connotación desagradable. Bailar podría ser un entretenimiento inocente, pero Adam había descubierto que no lo era tanto cuando su pareja era aquella inquietante joven.

«¿Qué diablos estoy haciendo?», se preguntó enfadado.

–Estás aquí para conocer a la gente de la localidad –señaló Anna contestando a su muda pregunta.

Reconocer la repentina hostilidad en el tono de voz hizo que la sonrisa se desvaneciera de su cara y la sensación embriagadora se disipara. No había nada agradable en su repentino cambio de humor. Anna había experimentado la extraña sensación de haberse embarcado en una de las mayores aventuras de su vida y normalmente tenía mucha intuición. Pero parecía que se había equivocado.

–Yo soy de aquí, pero si has bailado conmigo sólo por educación, será mejor que lo dejemos. Creía que te apetecía bailar.

Empezó a separar las manos de su torso, pero él le soltó la cintura para retenérselas con una mano.

–Y me apetecía. Pero no estoy acostumbrado a que las mujeres tomen la iniciativa. Me gusta pedirlo a mí.

Su voz era como el rico y amargo chocolate y le hizo lanzar a Anna un leve suspiro de aprecio. Un estirado con inclinaciones machistas. ¡Vaya desperdicio!

–Creo que es un alivio que no seas el novio de mi hermana.

–¿Sueles intentar seducir a los amantes de tus hermanas? Creo que debería dejarte claro que no hace falta que pierdas el tiempo. No estoy interesado en aventuras de una noche.

¡Seducir! Su arrogancia condescendiente hizo que Anna alzara la barbilla con agresividad y que se sonrojara con violencia. Si él no entendía la sinceridad y el candor, eso era su problema. Ella lo encontraba atractivo y no entendía por qué debía ocultarlo. Había creído que sería interesante conocerlo, pero eso no quería decir que pretendiera meterse en la cama con él.

–Lo cierto es que creo que Lindy necesita a alguien que le saque su cara más relajada y menos seria. Tú eres demasiado reprimido y sombrío para ella… probablemente para cualquiera –murmuró con voz sedosa mirando fijamente sus largos dedos alrededor de sus muñecas.

Adam Deacon pareció asombrado y después enfadado como si el gatito ronroneante que tenía entre las manos se hubiera convertido en un gato furioso. Sólo había pretendido anular las ondas de sofocante incitación que ella estaba emanando, por su bien y por el de ella, no enfadarla.

–Un poco de represión, por no decir discriminación, puede ser bueno. Tu hermana es una doctora estupenda con un excelente futuro. Quizá deberías imitar su decoro.

¡El muy pomposo!

–¡Decoro! –explotó–. Me gustan las doncellas medievales como me puede gustar cualquier cosa, pero prefiero vivir en este siglo en que las mujeres no dependen de los hombres. Las primeras impresiones me suelen producir bastantes decepciones.

La primera impresión que debía haberle causado era la de un cierto tipo de ramera promiscua, y su ansiedad por que no le contaminara era demasiado evidente.

–Dime, doctor, ¿ha sufrido tu personalidad alguna operación quirúrgica o es congénita? ¿No encuentras un poco hipócrita venir ahora con esas dosis de moral cuando te he hecho sentir deseo desde que has entrado en esta sala?

–Creo que eres el tipo de mujer que sólo es feliz cuando excita a todos los hombres a su alrededor. Todo lo que haces emana sexualidad a gritos.

–¡Eso es ridículo!

Ella siempre había creído que lo que la gente veía en ella era todo lo que había, pero nunca se le había ocurrido que alguien pudiera verla así.

–El vestido –Adam deslizó la mirada por el tirante estrecho de su hombro–. La forma en que te mueves… Es todo una invitación y no muy sutil.

–Esto es una fiesta. He venido dispuesta a divertirme.

–Ya me he dado cuenta.

–La música se ha parado. De eso no te has dado cuenta –dijo ella con una falsa sonrisa dulce.

Adam le dirigió una mirada de disgusto y farfulló algo rudo entre dientes.

Cuando Anna se dio la vuelta para irse, él siguió a su lado.

–¿Sientes la atracción magnética de mi personalidad? –preguntó dirigiéndose a la puerta de la terraza.

¡Necesitaba con urgencia aire fresco! Dios, qué decepción había sido aquel hombre, pensó furiosa por haber dejado volar la imaginación y haber creído que el cuerpo perfecto contendría la personalidad perfecta.

–Separarnos en direcciones opuestas llamaría más la atención de todo el mundo –masculló él con sarcasmo.

–Pero a mí me encanta la notoriedad.

–Los doctores notorios raramente avanzan profesionalmente.

–Pues tú no parecías interesado en que te catalogaran como notorio, sólo tonto.

–Soy reprimido y tonto, ¿verdad?

Cuando ella se encogió de hombros, él la asió por la espalda para volverla hacia sí.

–Probablemente seas demasiado mayor como para cambiar ya –observó con simpatía ella–. Pero a algunas mujeres les gustan los hombres aburridos y previsibles.

–¡De verdad que eres…!

Con un rugido de rabia le tomó la cara entre las manos y se sumergió en la dulce humedad de su boca. Después tendría tiempo de arrepentirse, pero en ese momento, sólo era consciente de su intenso deseo.

Sorprendida ante aquella reacción, Anna se quedó completamente inmóvil por un momento. Él estaba exigiendo una respuesta por su parte y, aunque debería haberse sentido repelida por su violento asalto, sólo sintió el urgente deseo de darle todo lo que le pedía.

Con los sentidos más despiertos que en toda su vida, se sintió bombardeada por una miríada de sensaciones: el sabor de su boca, cálida y fragante, los fuertes latidos de su corazón y la impresión de algo duro entre sus piernas. Se agarró a él porque las rodillas le temblaron. Y no sólo las rodillas; todo su cuerpo estaba vibrante y ardiente. De puntillas, con el cuerpo arqueado, lo único que pudo hacer fue rodearle el cuello con los brazos.

Con un gemido gutural, Adam le rodeó la cintura con las dos manos y la apartó físicamente de él. Anna tuvo que inspirar varias veces para calmarse. Él la estaba mirando como si tuviera dos cabezas. Sus ojos entrecerrados brillaban con una desagradable mezcla de horror y disgusto.

–Y tú me acusas a mí de ser poco sutil –se quejó Anna con voz ronca para ocultar su confusión.

El beso que le había dado, sólo para calmar su frustración, la había conmovido hasta el alma.

Anna se pasó una mano por el pelo corto recordando la forma en que sus dedos le habían acariciado la nuca y sin querer dirigió la mirada hacia ellos. Con los nudillos blancos, los tenía apretados a ambos lados de su cuerpo.

–Tú das los besos con mucha ligereza. Pensé que uno más no importaría.

–Me gusta decidir a quién se los doy.

Se alegró de ver el leve sonrojo en los duros ángulos de sus pómulos.

–Ha sido un error –¿Cómo habría cometido aquella estupidez?, se preguntó Adam irritado–. Pero no noté que me rechazaras. Más bien al contrario.

–¡Qué típico de los hombres culpar al de enfrente! –dijo Anna ignorando la verdad de su acusación–. Y no me gusta que me mires así . Estoy segura de que habrás pasado años perfeccionando esa mirada y puedo apreciar lo bonito del arqueo de tus labios, pero hace falta mucho más para dejarme impresionada. Y en cuanto a lo de no rechazarte, no quería inflamarte. A algunos hombres les excita ese tipo de cosas.

–Espero que no tengamos que profundizar en la sordidez de tus conocimientos carnales. Los recuerdos baratos y horteras no son de mi gusto.

–¡Baratos y horteras! –se le inflamó el pecho de indignación–. Al menos no soy una pretenciosa, creída y puritana aburrida –gritó en alto.

–¡Anna!

El sonido de su nombre hizo que Anna se diera la vuelta para encontrase a sus dos hermanas a pocos pasos de distancia.

–Adam, yo… –se acercó apresurada a disculparse Rosalind seguida de Hope.

–No te atrevas a disculparte por mí –dijo Anna furiosa.

–Adam es nuestro invitado.

–Pero no el mío. Yo sólo invito a la gente que me gusta –respondió de forma infantil.

–¿Y la tía Eddie? –le recordó Hope.

–La familia no cuenta. Tiene que venir; es el aniversario de bodas de mamá y papá.

–Adam, esta es Hope –interrumpió Rosalind la discusión de sus hermanas con una mirada de reprobación.

Anna observó con cinismo cómo él reconocía a su famosa hermana. Hope, conocida como Lacey en el mundo profesional, había conseguido fama y dinero como super modelo. Le sacaba bastantes centímetros a Rosalind y sus largas extremidades eran bastante atléticas.

Hope tenía los rasgos básicos de cualquier mujer atractiva con algo más indefinible. Su pelo color castaño estaba aclarado con mechas rubias y tenía las pestañas teñidas, pero la belleza del resto de sus rasgos era completamente natural.

Los hombres la piropeaban cuando la veían en la televisión y en las portadas de las revistas, pero Anna había comprobado que a la mayoría los intimidaba enfrentarse a ella en la realidad.

–Es un auténtico placer.

Adam Deacon no era de aquel tipo, notó al ver la mirada de interés en los ojos de su hermana cuando la estrechó la mano. Anna entrecerró los ojos. ¡Qué simple! El hecho de que su hermana le pudiera mirar directamente a los ojos jugaba en favor de él pues Hope solía tener complejo de alta.

–Lindy me ha dicho que también eres médico –aquella sonrisa había lanzado cientos de productos al mercado–. ¿Qué le has estado haciendo a Anna para sacarla de sus casillas? –no pudo evitar preguntar.

–Me ha besado.

–Eso ha sido muy atrevido por tu parte.

La mirada que Lindy intercambió con Adam estaba cargada de censura.

–Nadie le ha contado lo del gancho izquierdo –dijo Hope con una carcajada.

–Ya está bien de solidaridad fraternal –murmuró Anna–. En cuanto a ti, Hope, pensé que te ibas pasar toda la tarde hablando por teléfono con Nueva York.

–¿No estarás intentando cambiar de tema por casualidad, ¿verdad, Anna?

–Tengo cosas que hacer –respondió ella con sequedad antes de darse la vuelta apresurada.

Sus hermanas podían quedarse con Adam Deacon.

 

 

Organizar una fiesta sorpresa para sus padres había sido un trabajo de titanes. Al menos mantener el secreto en una comunidad tan pequeña donde todo el mundo los conocía, pero Anna se había visto recompensada con creces al ver las caras de sus padres cuando se habían sentado a una mesa de dos iluminada con velas y habían descubierto que todo el hotel estaba reservado para la ocasión.

A Anna no le importaba que se sintieran extasiados de ver a sus hermanas. Al fin y al cabo, ella siempre estaba con ellos, pero era una heroicidad ver a Lindy, que trabajaba en un hospital de Londres y a Hope que a veces viajaba a varios países diferentes en la misma semana. Y sus visitas habían sido cada vez menos frecuentes desde que se había ido a vivir a Nueva York.

Ahora Anna se aseguró de que todo el mundo tuviera una copa para brindar por la pareja antes de reunirse en el podium con sus hermanas para decir unas palabras.

Charlie Lacey respondió con lágrimas de emoción rodeando a su mujer con el brazo.

–¿Qué puedo decir? ¡Anna ha guardado un secreto por primera vez en su vida! –extendió la mano para que se aplacaran las risas–. Soy un hombre afortunado –dijo simplemente mirando a las cuatro mujeres de su vida.

 

 

Anna sonrió con falsedad cuando más tarde su madre le presentó a un agradable doctor amigo de Lindy que iba a vivir en la localidad.

–Ya nos conocemos –dijo Anna frunciendo el ceño.

–¡Tenéis tanto en común!

Beth Lacey esbozó una sonrisa de satisfacción.

–¿De verdad?

Hablaron los dos al mismo tiempo y Anna tuvo que contener una sonrisa.

–Por supuesto que lo tenéis, los dos os dedicáis a la medicina.

–¿Eres también médico?

–Lo hubiera sido si no se hubiera interesado por otras cosas –le informó su orgullosa madre–. Estudió para enfermera y después…

–No ejerzo –cortó en seco Anna–. Encuentro ese sistema jerárquico un poco agobiante para mi gusto. Me he especializado en otra cosa.

–¿En qué?

–Masaje terapéutico y aromoterapia.

–¿Qué… emprendedor!

«Sucio, estrecho de mente y paternalista bastardo», pensó al ver su sonrisa desdeñosa.

–Supongo que no serás una defensora de los tratamientos alternativos.

Anna estaba muerta de indignación.

–¿Un tratamiento… que implica que se obtiene algún beneficio?

–Os dije que tenías mucho en común –Beth resplandeció de placer–. Os dejaré solos para que podáis hablar.

Anna observó como la asombrada mirada de Adam seguía a su madre.

–No, no es una estúpida –le informó–. Es sólo que sigue queriendo ligarme con todos los hombres libres que encuentra y supongo que te habrá clasificado en esa categoría. Ya le he dicho que si está tan desesperada por mi habitación, me iré de la casa, pero nada le hace desistir de intentar casarme. Es injusto, ella no interfiere en la vida de Lindy o en la de Hope, aunque quizá sea porque no las tiene al lado.

–¿Vives en casa de tus padres?

Adam sonaba incrédulo.

–Cuando no estoy haciendo el amor con cualquier hombre en un radio de cincuenta kilómetros a la redonda, sí. Te recuerdo que viví un par de años en Londres antes de empezar enfermería. No llegué a sacar el título.

–A algunas personas les cuesta terminar cualquier cosa que empiezan.

Su expresión neutral no la engañó.

–Nosotras no tenemos tu respetabilidad sólida como una roca, querido –murmuró Anna con ganas de abofetearle.

–No era una crítica, era sólo una observación.

–¡Todo lo que dices tú es una crítica!

–Es una fiesta estupenda. Ya está. ¿Te parece bastante halagador? Creo que la has organizado tú.

En ese momento un joven de la pista de baile chocó con la espalda de Anna empujándola contra Adam. La bebida que tenía en la mano se derramó por la camisa de él al mismo tiempo que su mejilla chocaba contra la tela mojada y él estiraba los brazos para sujetarla.

El masculino aroma especioso, los fuertes latidos de su corazón y la tensión que contenían aquellos músculos duros de su torso hicieron que la cabeza le diera vueltas.