Santo Tomás de Aquino - G. K. Chesterton - E-Book

Santo Tomás de Aquino E-Book

G.K. Chesterton

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Beschreibung

Quien esté familiarizado con Chesterton sabrá que sus biografías no son nada convencionales. Es este caso, concluye la vida de santo Tomás en el capítulo 5, cuando todavía queda un tercio de la obra, cosa lógica si hay que debatir con nuestro propio tiempo. Estamos ante un libro de filosofía, de historia, de antropología, de sociología del conocimiento y de crítica cultural, además de una delicia intelectual. Bien se dijo de Chesterton que era un maestro de la paradoja, porque este es un libro sobre nuestro tiempo, tanto o más que sobre la Edad Media.

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Seitenzahl: 350

Veröffentlichungsjahr: 2016

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G. K. CHESTERTON

SANTO TOMÁS DE AQUINO

Traducción, notas y comentarios de Juan Carlos de Pablos

Tercera edición

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Saint Thomas Aquinas

© 2016 by de la versión española por JUAN CARLOS DE PABLOS

© 2019 by EDICIONES RIALP, S.A.

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Realización eBook: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-6189-6

ISBN (versión digital): 978-84-321-5294-8

SUMARIO

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

PRESENTACIÓN. CHESTERTON Y SANTO TOMÁS DE AQUINO

BREVE CRONOLOGÍA DE SANTO TOMÁS

SANTO TOMÁS DE AQUINO, DE G. K. CHESTERTON

NOTA INTRODUCTORIA

I. SOBRE DOS FRAILES

1. Contrastes entre santo Tomás y san Francisco 15

2. Lo común en santo Tomás y san Francisco 17

3. Algunas aportaciones de la doctrina de santo Tomás 19

4. La revolución de las órdenes mendicantes 24

II. EL ABAD FUGITIVO

1. La época de santo Tomás de Aquino 28

2. La familia de Tomás 30

3. Las decisiones del joven Tomás de Aquino 31

III. LA REVOLUCIÓN ARISTOTÉLICA

1. El ambiente intelectual de la época 34

2. Defensa del aristotelismo 37

3. Consecuencias del triunfo del aristotelismo 42

4. Conclusión: cómo manejar la discusión intelectual 44

IV. UNA MEDITACIÓN SOBRE LOS MANIQUEOS

1. Tomás visita la corte de san Luis 46

2. El problema maniqueo 47

3. La actitud ortodoxa hacia la vida 51

4. Conclusión: filosofía, teología y santidad 53

V. LA VIDA REAL DE SANTO TOMÁS

1. Introducción: la santidad 56

2. Retrato humano de santo Tomás 56

3. La santidad de santo Tomás 59

4. Otras cualidades de santo Tomás 62

5. El final de su vida 63

VI. APROXIMACIÓN AL TOMISMO

1. La filosofía de santo Tomás, adecuada para el hombre de la calle 65

2. Algunas dificultades previas 66

3. Estilo y método de santo Tomás 68

VII. LA FILOSOFÍA PERENNE

1. Santo Tomás, antropólogo y científico 71

2. La respuesta tomista sobre el problema del ser 73

3. Otros problemas filosóficos 76

4. Conclusión: el encuentro con la realidad 79

VIII. LA SUCESIÓN DE SANTO TOMÁS

1. Realidad y conocimiento 80

2. Una filosofía operativa 81

3. La reacción al tomismo 83

4. El renacer del tomismo 85

AUTOR

PRESENTACIÓN CHESTERTON Y SANTO TOMÁS DE AQUINO

Nadie entenderá la filosofía tomista —ni de hecho la filosofía católica— sin percatarse de que su elemento primario y fundamental es absolutamente la alabanza de la vida, la alabanza del ser, la alabanza de dios como Creador del mundo.

CHESTERTON, Santo Tomás de Aquino, 4-11.

Pasión por la verdad

Poco antes de recibir el encargo de la editorial Hodder & Stoughton de escribir este libro sobre santo Tomás de Aquino, Chesterton había escrito un artículo publicado en The Spectator[1], en el que decía que «para entender su importancia, hay que compararlo con los dos o tres credos cósmicos alternativos: él es todo el intelecto cristiano hablando con el paganismo o el pesimismo. Discute, a través de los siglos, con Platón o con Buda, y él gana. Su mente era tan amplia, y de un equilibrio tan hermoso, que para sugerirla habría que hablar de un millón de cosas». Por fortuna para nosotros, Chesterton aceptó el encargo, aunque lo limitó a ocho capítulos. Estas palabras muestran el contexto intelectual de santo Tomás —cuya “Philosophia perennis” trasciende límites de espacio y tiempo—, pero también el planteamiento de fondo de Chesterton al realizar la biografía, que trasciende ampliamente la vida de un fraile del siglo XIII, para sostener sobre todo un diálogo profundo con nuestro propio tiempo, su filosofía y su ciencia.

Quien esté familiarizado con Chesterton sabrá que sus biografías no son nada convencionales. Es este caso, Chesterton concluye la vida de santo Tomás en el capítulo 5, cuando todavía queda un tercio de la obra, cosa lógica si hay que debatir con nuestro propio tiempo. Como siempre, los grandes temas históricos que interesan a Chesterton superan lo inmediato (aunque si alguien valoró lo pequeño fue él mismo). Estamos ante un libro de filosofía, de historia, de antropología, de sociología del conocimiento y de crítica cultural, además de una delicia intelectual. Bien se dijo de Chesterton que era un maestro de la paradoja, porque este es un libro sobre nuestro tiempo, tanto o más que sobre la edad media. Es más, se diría que —como casi siempre ocurre con el escritor inglés— es un pretexto para habla de “su tema”. ¿Pero puede acaso tener un solo tema un autor cuyas obras completas abarcan 40 volúmenes? Sí, si se plantea de manera transversal —por utilizar una palabra de moda—, aunque en este aparezca de lleno.

Chesterton sentía pasión por la verdad. Dsde muy joven, experimentó la necesidad de conocer a fondo el mundo que le rodeaba y la razón de su existencia. Fascinado por él, asombrado con todas y cada una de las cosas que le rodeaban —«dame algún tiempo, Señor...»—[2], Chesterton se plantea —como todo el mundo alguna vez— el sentido de su existencia. Y llega —tras una penosa etapa que llamará de solipsismo, influido por el ambiente de la época, no tan distinto del nuestro—, que si algo está claro es que él mismo no ha podido darse el ser, que tiene que venir de alguna parte. Indaga y lee mucho, de todo, pero sobre todo, la novelística de autores positivos como Dickens, Stevenson, Browning... Pinta —estudia dibujo en la Slade School of Arts de Londres— y escribe. Y llega a la conclusión de que la vida es como una obra de arte peculiar: hace falta un artista, un creador, para la realización de tantas maravillas existentes, que —como afirma en su Autobiografía— no somos merecedores de ellas, ni siquiera del diente de león, que en realidad no es sino una hermosa... Mala hierba.

El planteamiento de Chesterton contrasta con el mundo moderno, lleno de “autosuficientes sujetos de derechos”, apegados a su propio criterio. La obsesión de Chesterton es la búsqueda de la verdad y él la ha encontrado en un Dios creador. Cuenta en Ortodoxia que él quería —igual que todos los demás— encontrar “su verdad” y —por su humildad— vino a encontrar la Verdad: que se sentía como el piloto que cree haber descubierto un continente nuevo cuando de pronto comprende que su recorrido ha sido volver a casa: el resultado de su original búsqueda iba a ser —de manera inopinada— el cristianismo, inventado hacía casi dos mil años, la única forma de pensar que respondía satisfactoriamente a las condiciones que él mismo estableció para una verdad verdaderamente humana[3]. La diferencia es que —libre de los prejuicios de su tiempo— iba a ser capaz de encontrarla, reconocerla y manifestarla en público durante el resto de su vida, primero como gozoso acercamiento, luego como una defensa pública. Siempre con estilo original: buen humor, expresión brillante y profundidad de razonamiento.

El ser humano posee un deseo de verdad que no siempre llega a realizar. Con su agudeza habitual y un cierto sentido psicológico original, Chesterton se da cuenta de que —sin embargo— los seres humanos aman más la parte de verdad que ellos mismos han descubierto, que la verdad plena: «No solo no negaré que casi todas las teologías o filosofías contienen una verdad, sino que lo afirmo rotundamente, y de eso es de lo que me quejo. Todas y cada una de las doctrinas o sectas que conozco se conforman con seguir una verdad, bien sea teológica, teosófica, ética o metafísica. Y cuanto más universales afirman ser, tanto más parece que lo único que hacen es simplemente coger algo y aplicarlo a todo»[4].

Chesterton comprendió esto desde el principio. En la introducción de su primera colección de ensayos —The defendant, “El demandado”, publicada en España como El acusado—, escrita en 1901, ya podemos leer: «Se ha demostrado más de un centenar de veces que, si verdaderamente queremos enfurecer incluso mortalmente a la gente, la mejor manera de hacerlo es decirles que todos son hijos de Dios»[5].

El propio GK da una explicación:

La religión nos ha proporcionado el más extraño de los telescopios y el de mayor alcance: el telescopio a través del cual podemos ver la estrella que habitamos. Para la mente y los ojos del hombre común, este mundo se halla tan perdido como el Edén o la Atlántida sumergida. Una extraña ley recorre la historia humana, y consiste en que los hombres siempre tienden a minusvalorar lo que les rodea, a minusvalorar su felicidad, a minusvalorarse a sí mismos. El gran pecado de la humanidad, el que simboliza la caída de Adán, es esta tendencia no a la soberbia, sino a una extraña y horrible humildad. Este es el gran pecado, el pecado por el que el pez se olvida del mar, el buey se olvida del prado, el oficinista se olvida de la ciudad y cada hombre, al olvidar su propio entorno, en el sentido más completo y literal, se olvida a sí mismo. Este es el verdadero pecado de Adán, y se trata de un pecado espiritual. Es extraño que muchos hombres verdaderamente espirituales, como el general Gordon,[6] se hayan pasado las horas especulando sobre la exacta ubicación del Jardín del Edén. Pero lo más probable es que aún sigamos en el Edén; solo son nuestros ojos los que han cambiado[7]

Ese pecado que enturbia la mirada del ser humano —su conocimiento, su voluntad— es el que impide a los seres humanos el encuentro pleno con la verdad. Y empieza por lo más corriente, por el sentido común, por no reconocer —a las cosas y situaciones más corrientes— su verdadero valor. A esta capacidad de asombrarse del misterio de la realidad que nos rodea, Chesterton le llama misticismo y también sentido común:

El poder que hace que los hombres acepten los fenómenos materiales de este universo, sus ciudades, civilizaciones y sistemas solares, no es más que un prejuicio vulgar, como el perjuicio que les hizo aceptar las peleas de gallos o la Inquisición. El místico, para el que cada estrella es como un cohete repentino, cada flor un terremoto del polvo, es el hombre de mente clara. El misticismo, o el sentido del misterio de las cosas, es la forma más gigantesca de sentido común[8].

Filosofía del sentido común

Este no es un libro de filosofía tomista, pues conceptos como materia y forma, o ente y esencia, por ejemplo, son explicados en función de lo que interesa a Chesterton. Y Chesterton escoge mostrarnos por qué santo Tomás fue un revolucionario en su tiempo y por qué aún lo sigue siendo, al proporcionar una explicación filosófica a ese pecado que hemos mencionado, a ese pesimismo y falsa humildad tan actuales. Así, los detalles que aporta de la vida de santo Tomás son ciertamente escasos en medio del gran proceso de contextualización que supone explicar el ambiente espiritual —o atmósfera, como suele escribir en inglés— de la época en la que vivió: tiempos revueltos en los que perduraba e incluso florecía el pesimismo pagano, a pesar del revulsivo que había supuesto el cristianismo. La filosofía platónica, transmitida sobre todo por san Agustín, se alejaba de la realidad material del mundo, y serán dos santos cristianos, dos de los más grandes personajes de la historia humana —san Francisco y santo Tomás—, quienes, cada uno en su medio —uno en la relación con la naturaleza y otro en el ámbito de la filosofía— contribuirían a recuperar el orden trastocado, sentando las bases de un sano materialismo cristiano, aunque —como dice el propio Chesterton— «tal vez resulta demasiado paradójico decir que estos dos santos nos salvaron del terrible destino de la espiritualidad» (pp. 1-11), entendida como espiritualismo. La plenitud de la Edad Media —tan denostada en nuestro tiempo— fue, para Chesterton, una especie de edad dorada. Primero porque en ella el cristianismo terminó de absorber lo mejor de la cultura clásica (y por tanto, nace propiamente la cultura occidental), pero también porque —en muchas facetas de la vida, a pesar de ciertos excesos— existía un orden social más equilibrado, como mostrará en algunos destellos parciales.

La singular capacidad de Chesterton le permite rastrear esas grandes corrientes subterráneas de la historia, encontrando —como hemos dicho— el periódico afloramiento de las ideas espiritualistas y su consecuencia, el maniqueísmo —presente también en el calvinismo y el jansenismo—: el hecho de considerar lo material como subordinado a lo espiritual, con numerosos detalles de un ascetismo casi perverso. Como se podría objetar la relación entre esto y el materialismo de nuestros días, Chesterton tiene la respuesta preparada, basada en santo Tomás: los sentidos son la puerta de acceso a la realidad. El mundo material —a pesar de estar subordinado a la gran cadena del ser— tiene su propia autonomía, y la inteligencia —el mundo de las ideas— no tiene derecho a negar realidad al cauce que Dios ha establecido para nuestro conocimiento. Como la tendencia racionalista es muy grande en el ser humano —particularmente en aquellos que se dedican a pensar—, con el Renacimiento volvería la primacía de lo intelectual sobre lo material, concretado en el famoso «Pienso, luego existo» cartesiano. La tentación de conceder la superioridad al ámbito mental es tan grande que la mayoría de la historia reciente —aunque parezca materialista— está teñida de idealismo, y Chesterton nos muestra de modo somero los principales pasos. Por ejemplo, la duda acerca de la capacidad de nuestros sentidos para percibir cualquier cosa —Descartes, Berkeley, Hume—, el necesario estudio de las condiciones de posibilidad del conocimiento —Kant—, que acaba en el idealismo —Hegel— y de ahí, por oposición, al materialismo —Marx—. Al final, el filósofo termina estudiando el lenguaje —Wittgenstein— y los juegos de lenguaje —Vattimo—, completamente alejado de la vida cotidiana de las personas, a las que dejan en herencia una conmoción profunda, tan profunda como el pesimismo dominante.

Destacar el idealismo parece contradictorio, pues vivimos tiempos de un materialismo fuera de lo común, asociado a un optimismo y confianza en la ciencia también fuera de lo corriente. Quizá lo más correcto sería señalar que —tanto entre la gente corriente como entre los intelectuales— lo más frecuente son los bandazos impulsivos de un día para otro —según las noticias—, pasando del optimismo en la ciencia y la democracia al pesimismo nihilista y los pronósticos del más oscuro futuro. Sin embargo, el argumento de Chesterton es impecable: la causa de todo es la relevancia de una equívoca preponderancia del espíritu, que conduce a una manera errónea de relacionarnos con el entorno que nos rodea: efectivamente, el materialismo actual nos empuja hacia nuestro interior, a buscar en nuestra subjetividad lo que el mundo exterior parece que no puede darnos: es el triunfo del relativismo, extendido entre todos los estratos de la sociedad, y la actitud que le sigue como su correlato habitual, el pesimismo.

Es cierto que la modernidad nace proclamando —de manera optimista, pero ingenua— la era de la razón, aunque en seguida autores como nietzsche advirtieron el callejón sin salida al que se dirigía el mundo moderno. Apegados a la parte de verdad que cada uno ha descubierto, los filósofos modernos se distancian de la vida cotidiana, llegando a conclusiones verdaderamente terribles, obligándonos a «creer lo que ninguna persona normal creería si de improviso se propusiera a su sencillez, como que la ley está por encima de lo correcto, que lo correcto no tiene nada que ver con la razón, que las cosas solo son lo que nos parecen, o que todo es relativo a una realidad que no existe. El filósofo moderno asegura —como una especie de estafador— que, concediéndole eso, lo demás será fácil: él enderezará el mundo, con tal que una sola vez se le permita hacer esa única torsión a la mente» (6-02). El primer problema es que ninguno de los filósofos ha arreglado nada, antes al contrario. Y el segundo, que esa maniobra mental tiene sus consecuencias en la vida de la gente, contagiada de los mismos principios como vemos a nuestro alrededor, anda sobrada de subjetivismo y escasa de sentido común, perdida la sana relación con las cosas.

Por fortuna para ellos —y para todos—, ni escépticos subjetivistas ni materialistas deterministas se comportan como tales, de modo que es precisamente su incoherencia lo que les permite sobrevivir. Para Chesterton, es un síntoma más de la falta de sensatez que nos rodea. Solo hay una manera de salir de la maraña racionalista: recuperar el contacto con la realidad y el sentido común, y santo Tomás es el único capaz de mostrar un camino para salir de este atolladero al que nos han traído el pensamiento y la ciencia modernos:

La esencia del sentido común tomista es que hay dos agentes trabajando —la realidad y el reconocimiento de la realidad— y su encuentro es una especie de matrimonio. Y se puede decir con toda razón que es un matrimonio, porque es fructífero: la única filosofía realmente fructífera que existe hoy en el mundo. Produce resultados prácticos, precisamente porque es la combinación de una mente aventurera y un hecho extraño. [...] En cualquier caso, sobre ese matrimonio —o como se quiera llamar— se fundamenta todo el sistema de santo Tomás: Dios hizo al hombre para que fuera capaz de entrar en contacto con la realidad. Y lo que dios ha unido, que no lo separe ningún hombre (8-4 y 5).

Con otras palabras, es imprescindible aceptar la autoridad de los sentidos, toda vez que había sucedido un hecho verdaderamente radical en la historia de la humanidad:

El Cuerpo había dejado de ser lo que era cuando Platón y Porfirio y los viejos místicos lo dieron por muerto: había colgado de un patíbulo, se había alzado de un sepulcro. Ya no era posible que el alma despreciara a los sentidos, que habían sido órganos de algo que era más que hombre. Platón podría despreciar la carne, pero Dios no la había despreciado. Los sentidos verdaderamente se habían santificado, como se bendicen uno por uno en el bautismo católico. “Ver es creer” ya no era la perogrullada de un idiota o de un individuo corriente —como en el mundo de Platón—, pues se había mezclado con condiciones reales de creencia real (4-27).

Las conclusiones son tremendas para la filosofía:

Santo Tomás pudo decir sinceramente —por haber visto simplemente un palo o una piedra— lo que dijo san Pablo por haber visto abrirse los arcanos celestiales: “No fui desobediente a la visión del cielo”[9]. Porque —aunque el palo o la piedra sean una visión terrenal—, santo Tomás encuentra a través de ellos su camino al cielo. Y la cuestión está en que es obediente a la visión, y no se desdice de ella. Casi todos los demás sabios que han guiado o extraviado a la humanidad se desdicen de ella —de la visión—, con una excusa u otra. Disuelven el palo o la piedra en soluciones químicas de escepticismo: en el disolvente del tiempo y del cambio, en las dificultades de la clasificación de unidades únicas, en la dificultad de reconocer la variedad y al mismo tiempo admitir la unidad (7-19).

El reconocimiento de la realidad —ese mundo objetivo y exterior, pero cognoscible por nosotros— muestra nuestro verdadero lugar en el conjunto de la creación y nos permite disfrutar de la inmensidad de cosas que posee, al tiempo que nos hace conscientes de nuestras limitaciones. La paradoja que Chesterton destaca es que la filosofía realista nos conduce a la humildad, pero este reconocimiento no nos hace peores, sino más capaces de disfrutar de la vida y de nuestro lugar en el cosmos: «La mente conquista una nueva provincia —como un emperador— pero solo tras responder al timbre como un criado» (8-3).

Chesterton disfruta también como sociólogo, advirtiendo relaciones insospechadas y llamando la atención sobre cómo se comportan los seres humanos en diversos contextos, su escasa capacidad para recordar y dejarse arrastrar por los oropeles de la moda y los tiempos que corren. Los hombres —en su ignorancia— vuelven de manera recurrente a los mismos viejos errores, de modo que lo que llaman revoluciones suelen ser vueltas hacia atrás, hacia alguna idea ya conocida y cien veces rebatida. De ahí que para Chesterton la verdadera Reforma no fue la de Lutero —en realidad, un retorno al peor pesimismo agustiniano—, sino la de santo Tomás y san Francisco, que hizo posible el mundo moderno aunque aún no se reconozca.

Esta edición y el estilo de Chesterton

Chesterton es un pensador brillante y profundo. Aunque sus libros de ensayo no son fáciles de leer, nos hemos propuesto hacerlo asequible para el público medio y de lengua española, que es al que pensamos que Chesterton se hubiera dirigido hoy. Como él mismo dirá a propósito de santo Tomás, cuando nos encontramos con un autor de otro tiempo y otra lengua, encontramos los obstáculos de la lengua y del ambiente en el que desarrolló sus ideas. Y no es fácil traducir a Chesterton, por su peculiar estilo, lleno de frases entrelazadas y juegos de palabras. Si, además, el traductor no está muy familiarizado con el pensamiento de Chesterton, la cosa puede complicarse más.

Chesterton escribía párrafos muy extensos —a veces de más de una página—, en los que desarrolla varias ideas. Además del estilo denso y los largos párrafos, Chesterton posee una increíble capacidad para realizar giros en sus argumentos que frecuentemente desconciertan al lector —que puede perderse fácilmente—, aunque él tiene una idea muy clara de dónde quiere llevarnos, y efectivamente lo consigue.

Para solventar estas dificultades —expresadas en la frustración de muchos lectores españoles— proponemos y ensayamos un nuevo método de trabajo con sus escritos. Se caracteriza —además de cuidar la claridad de la traducción castellana con fidelidad al pensamiento y estilo de Chesterton— por dos aspectos: el primero es mostrar la estructura del texto, a través de títulos y subtítulos que se corresponden con los distintos apartados y subapartados dentro de cada capítulo. El segundo consiste en separar los largos párrafos originales de Chesterton en unidades menores que constituyan unidades de pensamiento, facilitando así el seguimiento del hilo conductor del discurso.[10] Para ser fieles al sentido original de Chesterton, cada párrafo original va acompañado por su número[11].

Esta versión tomó como punto de partida las traducciones de St. Thomas Aquinas de Honorio muñoz[12] y, sobre todo, de maría Luisa Balseiro[13]. Al final, se distancia tanto de ellas que podría considerarse una versión original, aunque queremos manifestar nuestro agradecimiento por la base inicial de trabajo. Sobre el objetivo primordial de hacer asequible a Chesterton al mayor número de personas, hemos seguido el criterio de Tomás González Cobos y José Elías Rodríguez Cañas en su introducción a La Taberna errante (Acuarela, 2009): «Para esta nueva versión en castellano de The Flying Inn hemos utilizado como base la traducción de Mario Pineda de 1942. No obstante, no se trata de una corrección o revisión, sino de una reescritura siguiendo con frecuencia el texto de Pineda, pero sobre todo el original en inglés de Chesterton».

Aunque el pensamiento de Chesterton era lo prioritario, se ha tratado lógicamente de respetar su estilo, tratando de sortear dos obstáculos: el primero es la abundancia de frases subordinadas. En nuestra opinión, Chesterton abusa de las frases cortas, unidas por punto y coma, así como por expresiones adversativas: pero, aunque, sin embargo... Para solventarla, hemos unido algunas frases, recurrido a las frases entre guiones, a los dos puntos —cuando son explicaciones o implicaciones— y a la socorrida ‘y’ griega.

El otro obstáculo que oscurece este texto en particular es su estilo enfático, que se debe probablemente a la forma en la que fue compuesto: los últimos libros de Chesterton fueron dictados a su secretaria, Dorothy Collins, y el resultado —en versión original— es un tono parecido al de un discurso o conferencia, que se recibe a un ritmo distinto al de un texto escrito. Por esto, muchos de los solo, único, mero, siempre, exactamente y puntualizaciones parecidas han desaparecido en nuestra versión, para evitar que los árboles no nos dejen ver el bosque. Y verdaderamente es importante que lo secundario no nos distraiga de lo principal, pues la filosofía de santo Tomás no siempre es fácil de entender: hemos procurado un equilibrio entre las expresiones originales de Chesterton y la máxima sencillez en castellano. Los lectores juzgarán el resultado.

Otra característica de las obras de Chesterton es que por sus páginas desfilan continuamente toda la historia, la literatura y el arte, a través de referencias a los personajes más diversos. Como profesor universitario, he tenido en mente a mis estudiantes de Ciencias Sociales a la hora de anotar el libro: he pretendido que un joven de tipo medio con formación teóricamente superior sea capaz de situarse en lo que lee, lo que me ha obligado a realizar tres tipos de notas al pie:

Una gran parte son datos biográficos de los personajes citados por el propio Chesterton: aunque escribía para el hombre corriente, podemos añadir que lo hacía para el hombre corriente capaz de leerlo en su tiempo, es decir, mucho más culto que muchos universitarios de hoy. Así que las notas son exhaustivas, salvando a Shakespeare, Miguel Ángel o Napoleón (y seguro que muchos tampoco son capaces de localizarlos temporalmente).Una segunda parte son cuestiones relativas al texto de Chesterton, que tratan de explicar algún juego de palabras o el sentido de una frase. La finalidad es que el lector de lengua española no pierda determinadas ocasiones de encontrar al mejor Chesterton. No siempre se ha hecho, obviamente, y desde luego, muchas menos veces de las que me hubiera gustado llamar la atención sobre esos giros o expresiones característicos del maestro.Por fin, muchas notas tienen que ver con las cuestiones filosóficas o teológicas que afectan a la teoría de santo Tomás o están relacionadas con la comprensión del texto. Un público poco familiarizado con la filosofía podría perder gran parte del contenido sustancial del libro si no existieran estas aclaraciones. Chesterton llega siempre a las conclusiones finales pero frecuentemente se salta —imitando a santo Tomás— muchos pasos intermedios, dificultad añadida para quien tenga menos formación o capacidad para rellenar esos huecos.

El resultado final me parece ahora ambivalente: un texto lo más claro posible —sin traicionar las palabras de Chesterton— y una posiblemente agotadora sucesión de notas al pie de página. Al propio Chesterton no le gustaban los “aparatos críticos”, porque le parecían propios de sabios y eruditos, con quienes no se identificaba. Además, porque poseyendo una excelente memoria, carecía de ella para localizar esos detalles de menor importancia: captaba lo esencial —de esa manera diferente que hace tan originales sus obras— pero fallaba en detalles como la exactitud de las palabras, lo que supuso más de una crítica de los críticos. Hoy en día, Chesterton es un clásico y el ambiente cultural —siendo continuación del que le tocó vivir— es diferente. Además, nuestras memorias están cargadas de deportistas, actores y cantantes, políticos y personajes de la actualidad —por no hablar de datos y contraseñas— y hay mucho menos tiempo para leer y reflexionar. El aparato de apoyo concluye con una nota histórica de santo Tomás, pues Chesterton se mueve hacia adelante y hacia atrás, haciendo apenas caso a la cronología: no hay en todo el libro ni una sola fecha: no hace falta, para eso estamos nosotros.

Una vez desbrozado el camino, será el momento de deleitarse con las comparaciones de Chesterton: entre Francisco y Tomás, entre Francisco y Domingo, entre Tomás y Lutero; con las descripciones de personajes y ambientes —atentos a los colores, especialmente en el banquete en la corte de san Luis—; con la tensión narrativa que imprime Chesterton —experto en historias de detectives— a los distintos episodios, desde su decisión de ser dominico a la Reforma protestante, pasando —en mi opinión, la mejor por la disputa con Siger de Brabante. Encontraremos sus famosas digresiones, que nos desconcertarán hasta que comprendamos a dónde quiere llevarnos. Y sobre todo, los brillantes juegos —conceptuales y de palabras, a veces un tanto barrocos— que tanto hacen disfrutar a los seguidores de Chesterton. En algún lugar los he denominado chestertonadas, y realmente considero que la palabra es adecuada. ¿Cómo calificar, si no, esta descripción de santo Tomás?: «Pertenecía a cierto tipo, no tanto común en Italia, como común entre italianos fuera de lo común» (05-02). Pero no olvidemos que Chesterton justifica cada afirmación suya, no se limita a crear aforismos que cansan; al contrario, son piedras preciosas que uno encuentra mientras recorre el camino de un discurso racional y riguroso, a veces como conclusión del mismo.

Chesterton y santo Tomás, una relación particular

En mi opinión, podemos distinguir tres etapas —o quizá tipos de tres intereses generales— asociados a determinados períodos más o menos solapados en los escritos de Chesterton. La primera época supone el estallido de la realidad, el reconocimiento del mundo material, tal como hemos visto en los fragmentos citados de El acusado (1901), que culmina en Ortodoxia (1908), aunque escribirá sobre esto a lo largo de toda su vida, en artículos para publicaciones periódicas. Sin embargo, ese exultar del mundo, esa especie de reconciliación personal, fue el resultado de su búsqueda personal por situarse en él. De ahí que, desde Herejes (1905), pero sobre todo a partir de Lo que está mal en el mundo (1910), tuviera lugar una indagación sistemática en los errores del mundo moderno a nivel general, de toda la sociedad que culmina en Esbozo de sensatez (1927) si pensamos en cuestiones económicas, políticas y sociales, o bien en el propio Santo Tomás (1933) si atendemos al mundo de las ideas. La tercera etapa se inaugura con su incorporación a la iglesia católica en 1922, y se caracteriza por un planteamiento claramente definido a favor de mostrar dónde están las soluciones a los problemas del mundo actual: San Francisco de Asís (1923), El hombre eterno (1925), La cosa (1929), El pozo y los charcos (1935), y el mismo Santo Tomás, constituyen los hitos más importantes de esta tercera parte de escritos.

Según Maisie Ward, amiga personal y editora de muchas de las obras de Chesterton, este fue uno de sus libros más importantes[14]. No es difícil entender por qué, una vez mostrada la relevancia de la filosofía tomista para el sentido común en el mundo de hoy. Pero también resulta —en mi opinión— que en este libro confluyen esas tres corrientes de intereses: la relevancia del mundo material —planteada ahora de modo teórico, en vez de con ejemplos prácticos, como en la multitud de sus artículos—, el análisis crítico del mundo moderno, y la solución cristiana como la mejor forma de utilizar la razón y los materiales disponibles a nuestro alrededor.

En una presentación como esta, es obligado recoger el comentario que hizo sobre este libro Étienne Gilson, uno de los más reputados autores tomistas del siglo XX, pues

Considero que se trata del mejor libro jamás escrito sobre santo Tomás. Solo un genio obtendría tal logro. Nadie dudará en admitir que se trata de un libro “inteligente”, pero los pocos lectores que nos hemos dedicado durante veinte o treinta años al estudio de santo Tomás, y que, tal vez, hayamos publicado dos o tres volúmenes al respecto, hemos de admitir que el conocido “ingenio” de Chesterton ha puesto estos estudios en ridículo. Él ha intuido todo aquello que ellos han tratado de demostrar y ha expresado todo lo que los demás trataban de expresar mediante fórmulas académicas. Chesterton ha sido uno de los más profundos pensadores que jamás haya existido; era profundo porque tenía razón, y no podía evitarlo; pero podría no haber tratado de ser modesto y caritativo, de modo que dejó concluir, a quienes pudieran entenderle, que estaba en lo cierto y que era profundo; a los demás les pidió perdón por tener razón y disimuló su profundidad por medio de su ingenio. Y eso es todo lo que han visto en él[15].

Hay que entender bien el sentido de las palabras de Gilson: este libro no es la mejor explicación de la filosofía de santo Tomás, sino una obra extraordinaria en su capacidad de conjugar la divulgación filosófica con la profundidad, para ayudar a situar al hombre corriente en el contexto histórico que le ha tocado vivir. La obra genial de un alegre periodista —como el propio Chesterton se definía—[16] sobre un genio del pensamiento humano. Hasta cierto punto —y salvando las necesarias distancias—, podemos pensar que Chesterton hace con santo Tomás lo mismo que santo Tomás hizo con Aristóteles. Llegamos así al último punto de nuestra presentación.

Muchos admiradores de Chesterton hemos compartido una misma y peculiar sensación: es frecuente sentir que —cuando escribe sobre un tercero— muchas cosas buenas que dice de él podrían aplicarse al propio Chesterton. Pues bien, si en algún caso ocurre de manera especial, es en este libro. Está escrito en 1933, tres años antes de su fallecimiento; su última obra fue precisamente la Autobiografía. Quizá es exagerado afirmar que es un ensayo previo para ella, pero las similitudes entre Chesterton y santo Tomás son tan grandes como sus propios cuerpos. Ambos libros constituyen el balance final de dos gigantes físicos, intelectuales y espirituales que han cumplido la misma misión: recordar a los hombres el amor por la verdad y la sabiduría del sentido común.

Al final del capítulo 4, se nos dice que santo Tomás triunfa por la relación que existe entre su teología, su filosofía y su vida santa. Lo curioso es que Chesterton pone multitud de ejemplos que tienen su paralelo en su propia vida, y que recuerdan la misma necesidad de llegar a las últimas consecuencias. Él mismo siguió —primero, desde fuera de la fe— un camino similar de reconocimiento del mundo material, cuando vino a descubrir que santo Tomás también lo había recorrido, y de manera espectacular, luchando contra los mismos temas y planteamientos vitales que el joven Chesterton. Y es que la idea de que el pensamiento realista conduce al sentido común y a la plenitud no solo es la síntesis de santo Tomás, sino también del pensamiento de Chesterton: la maravilla de la creación, la importancia de las cosas y la estrecha interacción que existe entre todo, pues nada hay desconectado del resto.

El estilo constituye, evidentemente, una notabilísima diferencia. Chesterton insiste en la sobriedad filosófica de santo Tomás y su lenguaje nada rebuscado, en comparación con el de los filósofos actuales. Y Chesterton, periodista, narrador y ensayista, posee igualmente un estilo completamente diferente. Sin embargo, Chesterton resalta sus cualidades de poeta, porque el mismo Chesterton también lo era. Por otra parte, la precisión conceptual de santo Tomás es diferente de las brillantes asociaciones que Chesterton es capaz de realizar en muchos lugares, pero ambas tratan sobre lo mismo:

El movimiento tomista en la metafísica —como el movimiento franciscano en la moral y las costumbres— fue un ensanche y una liberación, fue rotundamente un desarrollo de la teología cristiana desde dentro. No fue, rotundamente, un encogimiento de la teología cristiana bajo influencias paganas, ni humanas siquiera. El franciscano era libre para ser fraile, en vez de verse atado para ser monje. Pero era más cristiano, más católico, incluso más asceta. Y el tomista era libre para ser aristotélico, en vez de verse atado para ser agustiniano. Pero era todavía más teólogo —un teólogo más ortodoxo, más dogmático—[17] por haber recuperado a través de Aristóteles el más desafiante de todos los dogmas: la unión de dios con el hombre y, por lo tanto, con la materia (1-25).

Hay otra posible diferencia en cuanto a su vida que puede igualmente no serlo tanto. Santo Tomás fue cristiano desde el principio, mientras Chesterton realizaba un largo recorrido antes de ser católico. Pero si lo consideramos desde la perspectiva de los dones recibidos, las similitudes son mucho mayores que las diferencias: ambos tenían un carácter bondadoso y sencillo, y ambos estuvieron dotados de una extraordinaria combinación de inteligencia y humildad tan fuera de lo común que —en lugar de crecerse interiormente— les sirvió para reconocer desde el principio el valor de los sentidos, el valor del entorno material y la realidad objetiva: el joven Chesterton piensa en cristiano aunque sea materialista. El joven Tomás piensa en materialista, aunque sea cristiano.

En el capítulo 6 se dirá que santo Tomás es como un contemplativo que desarrolló una intensa vida activa, otro trasunto del propio Chesterton que —siendo principalmente un escritor empeñado en rebatir errores— siempre estuvo implicado en actividades directas de acción social, sobre todo desde que se fundó en 1925 la Liga Distributista y se lanzó el GK’s Weekly, una empresa periodística que le costaba dinero y quebraderos de cabeza, pero permitía la difusión de sus ideas y las de sus compañeros intelectuales. Ambos se vieron implicados en controversias y polémicas a las que no podían ni querían renunciar, compartiendo siempre un profundo respeto a dos cualidades esenciales: primero a las personas, sin la prepotencia que después han desarrollado los intelectuales modernos (como se verá en el texto); y después, el método, pues «de nada vale decirle a un ateo que es ateo, [...] ni imaginar que se pueda obligar a un adversario a reconocer que está equivocado, demostrándole que lo está sobre principios que son ajenos, pero no son suyos» (3-31).

Lo cierto es que la pasión por la verdad los unía: «La falsedad nunca es más falsa que cuando le falta poco para ser verdad: cuando la puñalada roza el nervio de la verdad, la conciencia cristiana grita de dolor» (03-27). Chesterton —como el cuchillo afilado— llega siempre al nervio de las cuestiones. Se nos cuenta en el libro el milagro del Cristo de Nápoles, cuando desde la Cruz, Jesús ofrece a Tomás una recompensa por lo bien que ha escrito sobre Él. Y santo Tomás responde: “Os quiero a Vos”. De manera menos mística, pero igualmente intensa, Chesterton —que amaba la verdad con todas sus fuerzas— es igual de ambicioso.

Concluyo con palabras del propio Chesterton, reconociendo el mismo prodigio otra vez: «Aristóteles había descrito al hombre magnánimo, que es grande y sabe que es grande. Pero Aristóteles jamás habría recobrado su propia grandeza de no ser por el milagro que creó al hombre más magnánimo: aquel que es grande y sabe que es pequeño» (3-25).

Juan Carlos de Pablos

[1] CHESTERTON, “Santo Tomás de Aquino”, en The Spectator, 27 de febrero de 1932.

[2] «Dame algún tiempo; si abres tantas puertas y me haces tantos dones, Señor, no lo tendré para apreciarlos todos». Chesterton, Cuaderno de notas juvenil, citado por Maisie Ward en G. K. Chesterton, Ed. Poseidón, Buenos aires 1960).

[3] CHESTERTON, Ortodoxia, 1-4, altafulla, 2002.

[4] CHESTERTON, Autobiografía, Acantilado, 2010, pp. 16-24.

[5] CHESTERTON, El acusado, Ed. Espuela de Plata, 2012, pp. 1-5.

[6] Charles G. GORDON (1833-1885), general británico y administrador colonial.

[7] CHESTERTON, El acusado, op. cit., 2012, pp. 1-4.

[8] CHESTERTON, The Daily News, 30 de agosto de 1901.

[9]Hch, 26, 19.

[10] Obviamente, hay diversas formas de organizar la estructura y la separación de los párrafos; hemos optado por una que proporcione claridad sin darlo todo por hecho.

[11] Esta numeración de los párrafos originales de Chesterton se ha hecho acorde con las obras originales de Chesterton, disponibles en el Proyecto Gutenberg (http://www.gutenberg.org/) o en la página de martin Ward (http://www.cse.dmu.ac.uk/~mward/gkc/books/). Tiene la ventaja añadida de poder citar las expresiones originales de Chesterton localizándolas exactamente en una obra, olvidándonos de la página de una edición concreta. Antes o después, se hará esto con todas las obras de Chesterton.

[12] Tomo IV de las Obras Completas, publicado por Plaza & Janés, 1952.

[13] Biblioteca Homo Legens. Madrid 2006. Las notas de esta traductora se han conservado indicando su origen: [N. De MLB].

[14] Maisie WARD, G. K. Chesterton, ed. Poseidón, Buenos Aires 1960, p.473.

[15] Ibíd., p. 475.

[16] E. GARCÍA-MÁIQUEZ, “El periodista eterno”, en La superstición del divorcio, Ed. Espuela de Plata, Sevilla 2010, p. 9.

[17] Chesterton utiliza la expresión “dogmático” no en el sentido de intransigente, sino de más cercano a la verdad, es decir, más cerca del dogma o verdad de fe.

BREVE CRONOLOGÍA DE SANTO TOMÁS

Fecha

Principales acontecimientos

1225

Nace en el castillo de Roccasecca, cerca de Aquino (en el sur de la región italiana del Lacio), en el seno de una numerosa y noble familia de sangre germana. Su padre, Landulfo, estaba emparentado con el Emperador Federico II.

1230

Estudia en la abadía de Montecassino, donde su tío era abad.

Aprendió gramática, moral, música y religión, hasta que el emperador Federico II decretó la expulsión de los monjes.

1239

Estudios del joven Tomás en la Universidad de Nápoles, donde, a través de las artes liberales, se introduce en la lógica aristotélica.

1244

Atraído por la vida de los dominicos —fundados en 1215— de Nápoles, sintiéndose intensamente llamado a la vida austera e intelectual de estos frailes mendicantes, ingresa excepcionalmente rápido en la Orden, gracias a la amistad con el Maestro General, Juan de Wildeshausen.

Surge la oposición de su familia, que tenía planificado que Tomás sucediera a su tío al frente de la abadía de Montecassino. Reclusión en el castillo de Roccasecca.

1245

Tomás continúa sus estudios en la Universidad de París —famosa por sus estudios de filosofía y teología—, donde conoce a Alberto Magno y Alejandro de Hales, conocedores de la filosofía de Aristóteles.

Entre sus compañeros se halla el franciscano Buenaventura de Fidanza, amigo singular y particular polemista de Tomás.

1248

Período en la Universidad de Colonia, junto a Alberto Magno.

1252