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Una noche de amor y un secreto que permanecería oculto Angel Urquart no estaba preparada para eso. ¿Un rodaje en una isla paradisíaca? Sí. ¿Trabajar con Alex Arlov? Definitivamente, no. Seis años antes, Alex la había tratado con una pasión con la que ella ni siquiera soñaba; pero a la mañana siguiente se comportó de tal manera que Angel decidió borrarlo de su memoria. El reencuentro con Angel avivó recuerdos que Alex creía perdidos; recuerdos de un deseo olvidado. Y no había motivo alguno por el que no pudiera disfrutar de otra noche de amor con ella. Pero Angel tenía un secreto que cambiaría sus vidas.
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Seitenzahl: 166
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Kim Lawrence
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Secreto al descubierto, n.º 2318 - julio 2014
Título original: A Secret Until Now
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4537-4
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Londres, verano del año 2008. Un hotel.
Los ojos de Angel se acostumbraron a la oscuridad de la suite. No podía ver el despertador, porque el cuerpo del hombre que estaba a su lado se lo impedía; pero, por el hilo de luz que se filtraba entre las cortinas, supuso que ya había amanecido.
Suspiró y lanzó una mirada al dormitorio en el que había despertado, tras una noche inolvidable. Aunque era la primera vez que se alojaba en aquel hotel, los muebles le resultaron tan familiares y deprimentes como cabía esperar. A fin de cuentas, todos los hoteles se parecían; especialmente para una persona que, durante muchos años, había dormido en docenas de habitaciones como aquella.
Pero esta vez había algo distinto. Y no eran las vistas del balcón ni el tamaño de la majestuosa cama, sino el simple hecho de que no estaba sola.
Justo entonces, el hombre cambió de posición y se ganó la escasa atención de Angel que no estaba ya puesta en él. Los músculos de su preciosa espalda se tensaron ligeramente y, al verlos, ella se estremeció. Estaba tan oscuro que no le veía bien la cara, pero su respiración seguía siendo profunda y regular.
¿Debía despertarlo?
Por sus ojeras, pensó que necesitaba dormir. Se había fijado en ellas cuando lo vio por primera vez. Se había fijado en su boca ancha y sensual y en sus ojos azules, absolutamente espectaculares. Angel no se consideraba una persona demasiado observadora, pero las circunstancias de su encuentro habían sido tan terribles que su cara se le había quedado grabada en la memoria.
Le había salvado la vida. Había impedido que muriera atropellada por un autobús.
Sin embargo, sus sentimientos no tenían nada que ver con el hecho de que le hubiera salvado la vida. Era tan masculino que el deseo se había apoderado de ella desde el primer segundo, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Cuando se quiso dar cuenta, descubrió que su universo se había reducido de repente a ese hombre y supo que debía ser suyo.
Lo demás no importaba.
No importaba nada en absoluto.
Angel, que siempre había sido una mujer cauta, lanzó la cautela por la ventana y se entregó a él de forma completamente consciente. No tenía excusas; ni siquiera se podía escudar tras el consumo de alcohol, porque no había tomado ni una copa. Simplemente, se había dejado llevar por un deseo tan intenso que, hasta esa misma noche, le habría parecido imposible.
Desde luego, el hombre que estaba en la cama era terriblemente sexy; pero había conocido a muchos hombres atractivos y no se había acostado con ellos. Angel no entendía lo que le había pasado. Solo sabía que no quería luchar contra esos sentimientos y que, aunque lo hubiera querido, habría sido tan inútil como intentar luchar contra su grupo sanguíneo o el color de sus ojos.
–Eres tan guapo... –susurró.
Angel se inclinó sobre él y le acarició suavemente el cabello. No había dormido en toda la noche, pero estaba llena de energía y no deseaba otra cosa que tocarlo, probarlo, volver a sentir el contacto de su piel morena.
Tras admirarlo durante unos momentos, alzó los brazos por encima de la cabeza y se estiró con elegancia felina, sintiendo músculos de los que no había sido consciente hasta entonces. ¿Quién podía dormir después de lo que había pasado? Ahora sabía que el hombre de sus sueños era real, y que lo había encontrado.
¿Sería el destino?
En otra época, la apelación al destino le habría parecido absurda; era tan poco romántica que, cuando alguien se lo echaba en cara, ella se lo tomaba como un cumplido. No quería ser como su madre, que se enamoraba y se desenamoraba en un abrir y cerrar de ojos; una mujer que, a pesar de despertar el instinto protector de los hombres con su aspecto frágil, tenía un corazón de acero.
Angel no provocaba ese tipo de emociones en los hombres, pero tampoco las quería provocar. Para ella, la libertad y la independencia eran lo más importante. Había tenido una infancia solitaria y se había acostumbrado a vivir sin más apoyos que su imaginación y su hermano, lo cual no significaba que no albergara fantasías sobre el amor. Y, ahora, sus fantasías se habían hecho realidad.
–Eres absolutamente precioso –susurró otra vez.
Se llamaba Alex. Lo había sabido poco después de que le salvara la vida. Luego, él se interesó por su nombre y ella contestó que se llamaba Angelina, aunque todos la llamaban Angel porque, al verla por primera vez, su padre había dicho que parecía un angelito.
De repente, Alex cambió de posición. Y su piel cetrina brilló como el oro en la penumbra del dormitorio.
Angel tuvo que resistirse al impulso de acariciarle el estómago. Era el ser más bello que había visto en toda su vida. De hombros anchos y piernas largas, no había en él ni un ápice de grasa que disimulara las formas de sus músculos. Era tan perfecto que parecía salido de un libro de anatomía; pero su perfección no podía ser más real, más cálida, más intensamente viril. Y, por si eso fuera poco, estaba en su cama, con ella.
Los músculos del abdomen de Angel se tensaron. Alex era tan perfecto como lo había sido la noche anterior, tan distinta a lo que había imaginado. No había sentido dolor. Ni el menor asomo de vergüenza.
Al pensar en ello, se acordó de lo que había escrito uno de sus antiguos profesores en el informe académico: «Angel no tiene sentido de la moderación. Para ella, no hay termino medio. Es todo o nada».
Obviamente, su viejo profesor no se refería al sexo, sino al hecho de que sus notas oscilaran entre el suspenso y el sobresaliente. Pero a Angel le pareció que su descripción encajaba con lo sucedido. Se había entregado a Alex sin moderación alguna, sin guardarse nada, sin ninguna reserva.
–Sé que no es buen momento, pero tenemos un problema.
Las palabras de su compañero de trabajo le sonaron a música celestial. Alex se giró hacia él y, rápidamente, dijo:
–¿De qué se trata?
Estaban en un entierro, pero Alex no dudó en abandonar la ceremonia y dirigirse a su despacho, del que prácticamente no había salido en el último mes. Se duchaba allí, comía allí y, de vez en cuando, se echaba en el sofá y descansaba un rato.
Alex era especialista en gestión de crisis. Solo se trataba de concentrarse, evitar cualquier tipo de distracción y ser eficaz, así que afrontó el problema con la eficacia de costumbre y, tras solucionarlo, decidió que ya estaba bien de dormir en la oficina. Se fue a casa, se acostó y durmió hasta la madrugada, cuando se volvió a levantar.
Por eso se quedó tan confundido cuando, horas más tarde, abrió los ojos y se encontró en una habitación desconocida. No recordaba haberse acostado otra vez. De hecho, no sabía dónde estaba.
–Buenos días...
Alex parpadeó, desconcertado. La voz sedosa que acababa de oír pertenecía a una mujer preciosa, la mujer más bella que había visto nunca. Estaba junto a él y, sorprendentemente, no llevaba nada salvo una melena de cabello negro que caía como una cortina sobre sus pechos desnudos.
Y, entonces, se acordó.
¿Qué diablos había hecho?
Apretó los dientes, sacó los pies de la cama y se sentó, dominado por un intenso sentimiento de culpabilidad y por un deseo desbordado, implacable, casi imposible de doblegar. Pero no se dejaría llevar por el deseo. Por muy tentadora que fuera aquella mujer, había cometido un error al acostarse con ella.
–Pensé que no te despertarías nunca...
Alex se puso tenso al sentir el contacto de sus manos en la piel. Tuvo que hacer un esfuerzo para girarse y mirarla a los ojos.
–Deberías haberme despertado –replicó–. Espero que no te hayas sentido obligada a quedarte aquí hasta que...
–¿Obligada? –preguntó ella, confusa.
Él se levantó y empezó a recoger su ropa.
–¿Quieres que te pida un taxi?
–Yo... No entiendo... –dijo ella–. Creí que, después de lo de anoche...
Alex la miró con frialdad.
–Lo de anoche fue fantástico, pero no estoy disponible.
Angel se quedó helada. ¿Disponible? ¿Qué significaba eso?
Él se volvió a sentir culpable, pero no quería prolongar la situación. Se había equivocado y punto. Hablar de ello no iba a solucionar las cosas.
–Yo creí...
Alex la interrumpió otra vez.
–Lo de anoche fue una aventura, nada más.
–Pero...
Alex suspiró.
–Mira, ya te he dicho que fue maravilloso... y lo he dicho en serio. Pero también fue un error que no se debe repetir.
Él se puso la camisa y, a continuación, se empezó a poner los pantalones. Entonces, un objeto cayó al suelo con un sonido metálico y rodó hasta detenerse justo delante de Angel, que se inclinó y lo recogió.
Era una alianza matrimonial.
–¿Es tuya?
Angel se la enseñó y él se la quitó con cuidado de no rozarla.
–¿Es que estás casado?
Alex estuvo a punto de decirle la verdad: que había estado casado, que ya no lo estaba y que llevaba la alianza en el bolsillo porque sus compañeros le habían dicho que debía olvidar el pasado y seguir con su vida.
Sin embargo, tomó la decisión de mentir. Sería más desagradable para él, pero mejor para ella; así, lo olvidaría con rapidez y hasta tendría la oportunidad de quejarse ante sus amigas por haberse acostado con un canalla.
–Yo...
–¡Maldito seas! –exclamó ella con un destello de ira en sus ojos verdes.
–Lo siento mucho, Angel.
Ella se levantó de la cama, corrió al cuarto de baño y cerró con un portazo. Minutos después, cuando volvió al dormitorio, Alex se había ido.
Angel lo odió con todas sus fuerzas. Lo odió incluso más de lo que había odiado al amante de su madre, que había intentado manosearla en su adolescencia. Pero no fue un odio tan intenso como el que sintió hacia sí misma.
¿Cómo era posible que hubiera sido tan estúpida?
Al cabo de un rato, salió de la habitación del hotel. Sus lágrimas de ira ya se habían secado y, por su aspecto, cualquiera habría dicho que no le pasaba nada. Había decidido que no volvería a pensar en él.
Sería como si no se hubieran acostado.
Sería como si él no existiera.
Era la única solución. Tenía que olvidar y seguir adelante.
–Son la segunda empresa de publicidad más grande de Europa, además de...
–¿Y tú qué tienes que ganar?
Alex, que había estado leyendo la letra pequeña de un contrato mientras Nico hablaba, lo interrumpió sin acritud alguna. A fin de cuentas, era su único sobrino; el hijo de su hermana mayor.
Nico se encogió de hombros.
–Bueno, me han dicho que me podrían ofrecer un empleo en prácticas...
Alex terminó de leer el contrato, firmó en la última página y dejó el documento encima de la mesa. Después, se recostó en el sillón, estiró las piernas y miró a Nico. A diferencia de otros miembros de su familia, le salía razonablemente barato; él no esperaba que fuera su banquero personal.
–Está bien, te has ganado mi atención. Te escucho.
Nico decidió ser completamente sincero con él. Quería mucho a su tío, pero también le tenía un poco de miedo. Los ojos azules de Alex, que tanto se parecían a los de su madre, podían ser fríos como un témpano, y daban la impresión de verlo todo.
–Ya sabes que mi padre me ofreció un trabajo –empezó a decir–, y sobra decir que le estoy muy agradecido...
–¿Pero?
–Pero me gustaría hacer algo que no tenga nada que ver con ser hijo suyo... o con ser sobrino tuyo –contestó el joven.
Alex asintió.
–Respeto tus intenciones, aunque no tu sentido práctico. Te recuerdo que yo nací con un pan bajo el brazo, como se suele decir.
–Un pan que tú transformaste en una panadería entera –bromeó Nico.
Alex pensó que eso era verdad. Gracias a él, la empresa que había fundado su bisabuelo griego se había recuperado de muchos años de mala gestión y se había convertido en un ejemplo de éxito económico. Pero Alex ya era millonario antes de que salvara la empresa, cuya dirección había dejado posteriormente al padre de Nico. No en vano, había heredado la fortuna de su bisabuelo ruso.
–¿Y eso es malo? –le preguntó.
–No, claro que no. Lo digo porque nadie cree que seas un niño rico que no ha trabajado en su vida.
Alex guardó silencio. Empezaba a entender la decisión de su sobrino.
–Tú no tienes que demostrar nada, pero yo... –Nico respiró hondo–. En fin, olvídalo. Siento haberte molestado... Supongo que solo quería impresionar al tipo de la empresa de publicidad. Deberías haber visto la cara que puso cuando le comenté que tienes una isla, Saronia. Los ojos se le iluminaron como si fueran dos linternas.
–Comprendo que quisieras impresionarlo, pero ¿por qué te disculpas? –preguntó Alex con desconfianza–. ¿Es que tu interés en esa empresa es de carácter romántico? ¿Te has encaprichado de alguna de sus modelos?
–No, no se trata de eso.
–Entonces, ¿sigues saliendo con esa actriz de televisión? ¿Cómo se llamaba? No recuerdo su nombre.
–Louise, se llama Louise –contestó Nico–. Tuvo una infancia difícil y cree que soy un niño mimado, así que...
–Le quieres demostrar que sabes ganarte la vida por tu cuenta –lo interrumpió.
–En efecto.
Mientras hablaba, Alex se metió en Internet para ver la página de la empresa en cuestión, y descubrió que representaba a uno de los gigantes de la industria de los cosméticos.
–Veo que llevan la campaña publicitaria de un perfume –dijo.
Nico asintió.
–Sí, pero eso solo es el principio. Pretenden hacer una serie de anuncios. Serán seis en total, cada uno con una historia distinta, como si fuera una miniserie romántica de televisión –le explicó–. De hecho, han contratado a un director de Hollywood para que la ruede; un tipo mayor, de treinta y cinco años.
Alex sonrió y dijo con ironía:
–¿Tan viejo?
Nico también sonrió.
–Quieren rodar los tres primeros anuncios en un lugar exótico, con playas, palmeras y mucho sol. Ya sabes, la típica isla paradisíaca.
–Y pensaste en Saronia, ¿verdad?
–Sí.
A Alex le pareció lógico que Saronia les interesara. Además de ser un pequeño edén, la isla había sido el escenario donde uno de sus abuelos, el mujeriego Spyros Theakis, había organizado sus legendarias fiestas privadas, a las que asistían muchas de las estrellas de cine de Hollywood. Y, a pesar del tiempo transcurrido, las fotos y anécdotas de aquellos días seguían dando que hablar.
Desgraciadamente, la mansión se quemó durante una tormenta eléctrica y nadie se tomó la molestia de reconstruirla. Luego, la fortuna de su abuelo empezó a declinar y la isla se quedó desierta.
Alex la había visitado por curiosidad mientras construía un hotel en el continente, a pocos minutos de distancia en barco. Emma lo acompañó y se quedó tan fascinada con la belleza del lugar que decidieron levantar una casa en él; pero sus planes quedaron en suspenso cuando ella cayó enferma.
Meses después de que Emma falleciera, Alex volvió a la isla. Tenía intención de acampar y quedarse un par de días, pero al final se quedó varias semanas. Aquel mismo año, encargó la construcción de una casa; no tan grande como la que había soñado con Emma, pero tampoco tan minúscula como decía su hermana, bromeando.
Cada vez que necesitaba descansar, se iba a Saronia. Era el único sitio del mundo donde podía tener la seguridad de que no habría teléfonos ni noticias ni fotógrafos. Y, por mucho que le agradara la ambición de su sobrino, no iba a permitir que un equipo de rodaje invadiera su santuario personal.
Sin embargo, siguió navegando un poco por la página web de la empresa. Hasta que, de repente, vio una fotografía que lo dejó helado.
Era de una mujer extraordinariamente bella, de labios rojos, cabello oscuro, sonrisa pícara y unos ojos intensos, de color esmeralda. Llevaba un vestido dorado que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel y estaba inclinada hacia delante, enseñando un escote tan tentador como generoso.
–¿Quién es esa mujer? –preguntó Alex, en voz baja.
–Angel. Es una modelo.
–Angel... –repitió Alex, sin salir de su asombro–. Angelina.
La sorpresa de Alex no se debía al hecho de haberla encontrado en las páginas de una empresa de publicidad, sino al hecho de que su cara lo hubiera excitado al instante. Habían pasado seis años desde aquella noche en el hotel y, sin embargo, su cuerpo había reaccionado como si aún estuviera allí.
Nico arqueó una ceja, extrañado con el desconcierto de su tío.
–Seguro que la viste en la campaña de ropa interior. Salió en todas partes.
–No, no la vi...
Alex pensó que él había hecho algo más que verla en ropa interior. La había visto desnuda, completamente desnuda.
–Es preciosa, ¿verdad? –declaró su sobrino–. Esa melena y esos ojos verdes... Quieren que sea la protagonista de la campaña. Se arriesgan mucho al contratar a una modelo que no está entre las más famosas del sector, pero...
Alex no escuchó el resto de las palabras de su sobrino. La visión de las curvas de Angel lo había excitado hasta el punto de que no se había levantado de su asiento por miedo a que Nico se diera cuenta de que tenía una erección.
El deseo lo había golpeado con un puño de hierro. Y, con el deseo, el sentimiento de culpa.
Cuando se acostó con Angel, solo habían pasado unas semanas desde la muerte de Emma; pero, en lugar de guardarle luto, había hecho el amor con la primera mujer que se había cruzado en su camino.
Sacudió la cabeza y se dijo que el sentimiento de culpa ya no tenía espacio en su corazón. Desde entonces, había mantenido varias relaciones amorosas, todas de carácter puramente sexual; pero siempre con mujeres que sabían lo que hacían y que solo estaban interesadas en divertirse un poco.
–Bueno, ¿qué me dices? –preguntó Nico mientras sacaba su teléfono móvil–. ¿Pueden rodar en la isla?
Alex volvió a mirar a Angel. A pesar de lo ocurrido, aquella mujer le había dado la mejor noche de amor de toda su vida y, si el destino le estaba ofreciendo la posibilidad de repetirla, ¿quién era él para negarse?
–Sí –contestó.
Nico se llevó tal sorpresa que se le cayó el móvil al suelo.
–¿Sí? ¿Has dicho «sí»...?
–Exactamente.
Los ojos de Nico brillaron con una alegría tan juvenil que Alex se sintió viejo, aunque solo le sacaba doce años.
–¿Lo dices en serio? No será una broma, ¿verdad? –declaró, nervioso–. No, claro, tú no...
Su tío arqueó una ceja.
–¿Qué ibas a decir? ¿Que yo no bromeo? ¿Que no tengo sentido del humor?
–No, es que...
–Olvídalo, Nico.
Alex pensó que quizás tuviera razón. Cabía la posibilidad de que hubiera erradicado su sentido del humor y su conciencia al mismo tiempo.