Secretos de la alta sociedad - Karen Booth - E-Book

Secretos de la alta sociedad E-Book

Karen Booth

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Miniserie Deseo 218 Chispas en la oficina..., ¡fuego en el dormitorio! La exmodelo noruega Astrid Sterling por fin había encontrado su lugar en Sterling Enterprises, la empresa inmobiliaria de su difunto exmarido. El problema era que Clay Morgan, el arquitecto con el que tenía que trabajar codo con codo en un proyecto importante, no hacía más que darle la espalda. Cuando ella lo acompañó a una entrega de premios en Los Ángeles donde él era finalista, su situación laboral cambió radicalmente. Clay resultó ganador y ambos acabaron celebrándolo apasionadamente en la suite del hotel en el que se alojaban. Pero la paz duró poco tiempo, ya que Astrid guardaba un secreto bajo llave que pondría en peligro su relación...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 203

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2020 Karen Booth

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Secretos de la alta sociedad , n.º 218 - noviembre 2023

Título original: High Society Secrets

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411805544

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Clay Morgan era todo lo que se podía soñar: un hombre como un rascacielos, con unos ojos grises azulados y una melena casi negra que parecía pedir a gritos que Astrid Sterling la acariciara. Lo observó desde el otro lado de la sala del bullicioso cóctel en el que se encontraban, mientras él permanecía apartado de la multitud, observando a los demás. Asimilándolo todo. Él era arquitecto, poseía una mente brillante, un cerebro capaz de crear algo de la nada. Era una maravilla verlo en acción, un lujo que Astrid se permitía contemplar todos los días en el trabajo. Pero Clay también era un hombre muy frío, o al menos así se mostraba con ella. No había hecho nada para merecer un trato así. Nada. Y poco a poco la estaba volviendo loca.

Esa noche, Astrid había asistido a una fiesta de Grant Singleton, en su casa de La Jolla, en California. Era el director general de la empresa para la que Astrid trabajaba, Sterling Enterprises, una promotora inmobiliaria fundada por el exmarido de Astrid, el cual había fallecido hacía dos meses. Ella ahora poseía el diecisiete por ciento de la empresa, así que no era una empleada cualquiera. Aunque Clay la trataba como si lo fuera.

Astrid aceptó una copa de champán de una bandeja cuando uno de los camareros de la fiesta se la ofreció. Tras darle las gracias, echó un vistazo por encima del hombro hacia los grandes ventanales mientras daba un pequeño sorbo. Las palmeras se inclinaban por el viento, frente a un cielo oscuro iluminado por la luna. La escena era como Clay: sombría y misteriosa, pero no por ello dejaba de atraerle. Deseaba estar con él a solas, lejos de la oficina, con la esperanza de poder encontrar así algunas respuestas. ¿Por qué era tan frío y cerrado? ¿Por qué la trataba con tanto desdén?

–Unas vistas preciosas. –La voz del camarero la sacó de sus pensamientos.

Astrid se dio la vuelta y se encontró con la mirada insinuante del hombre que portaba una bandeja en la mano. Ella sonrió por inercia, estaba acostumbrada a que los hombres la mirasen como si fuese un objeto. Le ocurría docenas de veces al día. Curiosamente, cuando era una adolescente desgarbada y torpe, habría hecho cualquier cosa por ese tipo de atención masculina. Cuando su cuerpo empezó a desarrollarse tomando formas más redondeadas, su vida cambió por completo. Comenzó una exitosa carrera como modelo que le hizo viajar por todo el mundo, dejando atrás Noruega, su país natal. Y así fue como conoció a Johnathon Sterling. El matrimonio con él no duró mucho tiempo, pero Astrid había disfrutado de unos bonitos años de amor y se había quedado con el recuerdo de los buenos momentos.

–Gracias de nuevo –le dijo al camarero, impaciente por volver a centrarse en Clay.

Era una de las pocas veces que podía verle fuera del trabajo y quería estudiar sus interacciones con los demás, sobre todo con su hermana Miranda, que acababa de llegar. La relación de Astrid con Miranda era complicada, pues había sido la última esposa de Johnathon cuando este murió. Por desgracia, Astrid había descubierto un terrible secreto sobre el comienzo del nuevo matrimonio de su exmarido. Ella pretendía mantenerlo enterrado para siempre, pero Miranda le caía bien y el hecho de ocultarle la verdad la estaba carcomiendo por dentro.

–Avíseme si necesita alguna cosa más –dijo el camarero antes de marcharse.

«Lo que necesito es el manual de instrucciones de Clay Morgan».

Al otro lado de la sala, Grant golpeaba suavemente una cuchara contra su copa de champán, reclamando la atención de todos. Tara, la primera de las esposas de Johnathon Sterling, se colocó a su lado. Las tres mujeres con las que estuvo casado controlaban ahora Sterling Enterprises. El anuncio que Grant estaba a punto de hacer probablemente les afectaría a todas.

–Primero, quiero darles las gracias a todos por venir esta noche. Tengo varios anuncios importantes que hacer. –Los ojos de Grant se iluminaron; le encantaba su trabajo y además se le daba muy bien su papel de director.

Clay se metió las manos en los bolsillos del pantalón y se apoyó en una columna cercana. Astrid no pudo evitar observarle de reojo. Estaba segura de que él era totalmente ajeno al efecto que causaba en ella.

–Como muchos de ustedes saben –continuó Grant–, hace unas dos semanas Sterling Enterprises pasó la primera ronda para el proyecto del paseo marítimo con el ayuntamiento. No podríamos haberlo hecho sin la dedicación de todo el equipo, incluidos Clay Morgan, Astrid Sterling y, por supuesto, Tara. –Grant le tendió la mano a Tara, un pequeño gesto, pero que mostraba la profunda conexión que había entre ellos. Se habían enamorado, a pesar de que Tara había jurado montones de veces que no había nada entre ellos–. Lo que me lleva a mi siguiente anuncio: Tara y yo no solo planeamos dirigir la empresa como codirectores ejecutivos a partir de hoy, sino que nos hemos comprometido. Vamos a casarnos.

Los invitados quedaron gratamente sorprendidos y no tardaron en aplaudir y en felicitar a la pareja. Astrid se mantuvo al margen y no pudo ignorar que Clay hacía lo mismo. Ella tenía sus propias razones para mostrarse reticente ante la supuesta feliz noticia. Tara, Miranda y ella habían hecho un trato. Se suponía que formaban una coalición dentro de Sterling, y todo había sido idea de Tara, un plan urdido después de que Johnathon dividiera su participación mayoritaria en la empresa entre sus tres esposas. Su compromiso matrimonial con el actual director ponía en jaque los intereses de todas. Si Tara no mantenía su palabra de lealtad con las esposas, el poder de Miranda y Astrid sobre la empresa podría ser arrebatado.

La exmodelo se abrió paso entre la multitud hasta llegar a Miranda, que estaba de pie, no muy lejos de la feliz pareja, esperando su turno para felicitarlos.

–¿Lo sabías? –preguntó Astrid.

Miranda negó con la cabeza.

–Tenía mis sospechas. Se conocen desde hace años y, las pocas veces que los he visto juntos, siempre he notado cierta conexión entre ellos.

–¿Pero codirectores? –dijo Astrid en voz muy baja–. Entre eso y el compromiso, me parece que Tara se ha posicionado en el lado de Grant, cuando se suponía que debía hacerlo en el nuestro.

–Lo mejor será que hablemos con ella. Así sabremos a qué atenernos.

Las dos mujeres se acercaron a Tara, que estaba claramente emocionada por la noticia que acababan de anunciar.

–¿Podemos hablar contigo? –dijo Astrid dirigiéndolas hacia un rincón apartado para tener intimidad.

–Sí. Por supuesto. ¿Qué pasa? –preguntó Tara.

–En primer lugar, felicidades –empezó Miranda.

–Sí, felicidades. Me alegro mucho por los dos… –Astrid estaba un poco molesta, parecía que era la única que pensaba en los negocios en ese momento–. Pero también tengo una pregunta.

–Déjame adivinar –dijo Tara–. Te preocupa el acuerdo que tengo con vosotras y que me una a Grant en la empresa.

–Os vais a casar y los dos sois codirectores de Sterling. Creo que es imposible estar más unidos –respondió Astrid con cara de enfado.

–¿No deberías habérnoslo consultado antes de asumir el cargo de codirectora? –preguntó Miranda.

–Técnicamente, sí. Y, por supuesto, podéis presentar vuestras objeciones, si es que tenéis alguna. Pero esto es bueno para las tres. Ya no estoy en la empresa tan solo de cara a la galería. Ahora tengo poder de verdad y puedo proteger nuestros intereses.

–Bueno… Espero que al menos sigas adelante con el proyecto del paseo marítimo. –Astrid seguía mostrándose un tanto desconfiada. Pero lo cierto era que no podía pensar en otra cosa que no fuera seguir trabajando codo con codo con Clay. Quería saber si de verdad no le gustaba y, si era así, necesitaba averiguar por qué no.

–Sí. Yo necesito algún tipo de garantía –añadió Miranda. Ella también tenía su propio interés en el paseo marítimo. Había sido el proyecto favorito de Johnathon antes de su muerte–. ¿Algún progreso en cuanto a lo de ponerle el nombre de Johnathon al parque?

–Todavía estoy trabajando en eso –dijo Tara.

En ese instante, Grant le hizo señas a Tara para que se aproximara. Clay se había acercado a hablar con él y se habían enzarzado en una discusión.

–Disculpadme –dijo Tara, sin esperar respuesta y caminando apresurada hacia los dos hombres.

–¿De qué estarán hablando esos tres? –preguntó Astrid.

–Creo que se trata de una buena noticia para mi hermano –dijo Miranda.

–Un último anuncio –dijo Grant antes de que Astrid pudiera hacer más preguntas–. Quiero felicitar a nuestro arquitecto estrella, Clay Morgan, por ser finalista del Premio Estatal al Arquitecto del Año.

Miranda empezó a aplaudir con efusividad, Astrid también, pero al mismo tiempo se le partía el corazón al ver la reacción de Clay. Le dedicó una sonrisa, pero era evidente, al menos para ella, que él no estaba disfrutando del momento. Era un gran logro. ¿Por qué parecía que Clay no disfrutaba con nada?

Astrid sintió la necesidad de hacer algo para que cambiara la expresión de su rostro, así que corrió hacia Clay siguiendo la estela de Miranda. Vio cómo los dos se abrazaban. Se notaba el cariño entre los hermanos. Así que aquel hombre no era un témpano de hielo, al menos no cuando se trataba de su familia. Miranda dio un paso atrás y las miradas de Clay y Astrid se cruzaron. Ella intentó descifrar lo que él estaría pensando, pero no pudo llegar a ninguna conclusión. Quería abrazarlo, pero Astrid estaba segura de que él se echaría atrás.

Solo se atrevió a ofrecerle un apretón de manos.

–Felicidades, Clay. Me alegro mucho por ti. Es un honor trabajar contigo en el proyecto del paseo marítimo. Estoy deseando que empecemos con la siguiente fase.

Clay miró su mano.

–Gracias. Pero voy a pedir que me saquen del proyecto.

El corazón de Astrid dejó de latir durante un par de segundos.

–Pero ¿por qué?

–No estoy seguro de que tú y yo hagamos un buen equipo trabajando juntos.

 

 

Le dolía muchísimo decirle eso a Astrid, pero era la verdad. No trabajaban bien juntos. Ella le distraía y le hacía cometer errores constantemente. Había metido la pata de tal manera con el paseo marítimo hacía unas semanas que podría haberles costado todo el proyecto. Por suerte, Tara había descubierto su error antes de la primera presentación. Definitivamente, el «Arquitecto del Año» no sufriría esos lapsus, y él deseaba ese premio más que nada. Aparte de su hija pequeña y su hermana Miranda, Clay no tenía a nadie más en el mundo, y su trabajo era una parte crucial de su vida.

Astrid, con sus piernas esbeltas, su personalidad dulce y su seductora melena dorada, se interponía entre él y el funcionamiento correcto de su cerebro. Llevaban más de un mes trabajando juntos y las cosas no mejoraban. De hecho, sentía que cada vez iban a peor. Cuando ella estaba cerca, sus manos parecían pies. Se volvía torpe y se le olvidaban las palabras. Sus labios carnosos y sus preciosos y enormes ojos castaños eran su ruina. No podía permitirse enamorarse de otra cara bonita de nuevo. Ya había pasado por eso una vez. Había bajado la guardia y se había casado con una mujer que al final los había abandonado a él y a su preciosa hija.

No volvería a caer en el mismo error. Su hija y su carrera eran demasiado importantes. Pero tampoco podía hacer desaparecer a Astrid de un plumazo. Ella era una compañera de la oficina que desempeñaba muy bien su trabajo, así que la única opción que le quedaba era apartarse él mismo de la ecuación. Era un sacrificio que tenía que hacer para salvar su propio pellejo.

–No puedes hablar en serio –le respondió Astrid–. Trabajamos muy bien juntos. Superamos la primera ronda en el proyecto del paseo, y además lo hicimos todo en un plazo muy ajustado.

–¿Estáis hablando del paseo marítimo? –los interrumpió Grant.

–Sí. Le estaba diciendo a Astrid que me estoy planteando dejar el proyecto. –En realidad, Clay hubiese preferido contárselo a Grant en una reunión privada el lunes por la mañana–. Creo que sería conveniente que me dedicara a otros trabajos más urgentes que tenemos por delante.

–Pensé que te gustaba –dijo Grant frunciendo el ceño–. Es un proyecto importante. Y con la nominación al premio, creí que sería una buena manera de darte a conocer.

Al oír la conversación, Tara pidió disculpas a la persona con la que estaba hablando y se acercó a ellos. Clay era una persona muy reservada. Y quiso que se lo tragara la tierra al darse cuenta del grave error que había cometido contando sus planes en medio de aquel cóctel.

–¿Todo bien por aquí? –preguntó Tara.

–Clay quiere salir del proyecto del paseo. –Grant recibió a su prometida de manera cariñosa agarrándola por la cintura, pero sin perder la cara de preocupación.

–No. De ninguna manera. Astrid y tú formáis un gran equipo. Os necesito a las dos en el proyecto. Ahora que voy a ser codirectora, justo estaba pensando en encomendarle a Astrid todo el trabajo que yo he estado haciendo.

Si Tara supiera que con esos argumentos le estaba dando más motivos aún para apartarse… Hasta ese momento ella había estado en medio, haciendo de amortiguador entre Astrid y él. ¿Y pretendía que ellos dos trabajaran solos?

–Tan solo hay que adaptar el plan existente a las necesidades del ayuntamiento. Son pequeños detalles que cualquiera de los otros arquitectos más novatos puede hacer perfectamente. –Clay esperaba convencerlos.

Tara negó con la cabeza y se pellizcó el labio inferior entre los dedos.

–No estoy segura. –Se volvió hacia Grant–. Me sentiría mucho mejor si Clay siguiera estando al cargo. Ha estado trabajando en ello desde el principio. Creo que me pondría muy nerviosa si lo llevase otra persona.

Clay sí que se estaba poniendo nervioso.

–Es culpa mía –intervino Astrid, sorprendiendo a todos–. La verdad es que a Clay le cuesta trabajar conmigo. Pero no os preocupéis. Lo haré mejor. Resolveremos nuestras dificultades y todo el mundo podrá seguir con sus planes. Tara miró a Astrid y luego a Clay sin comprender del todo.

–Hay algo más que eso –dijo Clay.

–¿Y puedo saber el qué, exactamente? –inquirió Tara.

En realidad Clay no tenía manera de explicarlo. Y temía que no le quedaba más remedio que resignarse.

–Esto… es culpa mía, no de Astrid. Soy un poco maniático. –No quería quedar mal, pero tampoco quería que Astrid cargara con la culpa.

–Danos algo de tiempo –dijo Astrid–. Lo solucionaremos. Y si no lo hacemos, seré yo quien se retire del proyecto.

Clay gruñó para sus adentros. Eso tampoco era lo que él quería. Pero no tenía elección. Podría aguantar durante una o dos semanas más con Astrid al lado, después pensaría en el siguiente paso.

–Sí…, intentaremos solucionarlo –aceptó Clay.

–De acuerdo, entonces –dijo Grant, aparentemente satisfecho, y él y Tara volvieron de nuevo a la fiesta.

Clay sabía que esa noche debería estar contento. Tenía la nominación por la que había trabajado tan duro. Lo normal sería que se relajara un poco e incluso flirteara con Astrid, pero no podía evitar estar así de tenso.

–Espero no haberte puesto en un aprieto –dijo Astrid bajando la mirada. Dios mío, se sentía un imbécil. Una parte de él quería explicarle cuál era su problema realmente, pero ni siquiera él lograba comprenderlo del todo. Solo sabía que había una vocecita dentro de él que le decía que se mantuviera alejado.

–Te veré el lunes en la oficina –dijo Clay a modo de despedida.

–Me gustaría tener una reunión a primera hora para que podamos hablar de esto un poco más.

Él sacudió la cabeza.

–No hay necesidad de una conversación. No es por ti, es por mí. –Sacó las llaves del bolsillo. Necesitaba salir de allí, volver con su hija Delia y meterse en la cama. Tal vez tuviese la cabeza más despejada por la mañana. Buscó a su hermana entre la multitud, pero no la vio por ninguna parte. Le mandaría un mensaje cuando llegara a casa–. Que tengas un buen fin de semana –le dijo a Astrid mientras se dirigía ya hacia la puerta.

–Es imposible que sea solo por ti –respondió ella, caminando a paso rápido detrás de él.

–Créeme. Lo es. –Tiró de la puerta y, por costumbre, se hizo a un lado para que Astrid pasara. Maldita caballerosidad, qué oportuna. Necesitaba alejarse de esa mujer cuanto antes.

Ella se giró hacia él en cuanto cruzó el umbral. La brisa nocturna agitaba su pelo de manera hipnótica. ¿Cómo podía una mujer ser tan hermosa?

–Nunca es culpa de una sola persona. Y sé que tiene que haber una razón para que me trates como lo haces.

Clay se preguntó si no se habría pasado mostrándose frío con ella.

–Lo siento si no he sido el más divertido trabajando. Estoy bajo mucho estrés.

–Sé que a veces me paso de entusiasta y eso puede llegar a ser molesto. Pero es que estoy emocionada por tener un trabajo en el que me siento útil. Fui modelo durante años y nunca me sentí así de bien.

–Estoy seguro de que tus jefes estaban muy contentos con tu trabajo. –¿Cómo no iban a estarlo? Ella era tan malditamente sexy…

–Quizás. Lo cierto es que no lo sé. Pero sí sé que disfruto trabajando en Sterling y no quiero que eso cambie.

–Eres dueña de una parte de la empresa. Puedes hacer lo que quieras, ¿no? ¿De verdad necesitas trabajar?

–¿Y de verdad tú lo necesitas? –preguntó ella, arqueando las cejas.

No, no necesitaba trabajar, al menos no por dinero. Él y Miranda habían heredado una gran fortuna cuando murió su abuela. Pero sí necesitaba trabajar por su propia cordura. Mantenía su mente ocupada y dejaba de pensar en el pasado.

–¿Cómo sabes eso?

–He hecho algunas preguntas…

A Clay no le hacía ninguna gracia que circulara por ahí información sobre él.

–Pues será mejor que no las hagas. Tú y yo somos compañeros de trabajo. No hay razón para que sepas nada de mi vida personal. –La ira bullía en su interior. Necesitaba llegar a su coche.

–Lo siento. Solo intento entender.

–¿Entender el qué? ¿A mí?

–Clay casi se echó a reír.

–Sí, a ti. –Ella le agarró del codo, provocando una oleada de calor en él–. Quiero poder trabajar contigo. Quiero aprender de ti, colaborar e intentar empaparme al menos un poco de tus conocimientos.

Clay se quedó paralizado. No sabía qué contestar. Ella era tan sincera siempre. Para él, eso solo la hacía más peligrosa. ¿Por qué no podía darse por vencida, volver a entrar en la fiesta y olvidarse de todo?

–¿Por qué me odias, Clay? Por más vueltas que le doy, no consigo saber qué he podido hacer mal.

–No te odio. –«Es que no puedo dejar de pensar en ti».

–A veces parece que sí.

–Lo siento. No sé qué más decir. –Abrió su coche con el mando a distancia y caminó a paso rápido hacia su Audi. No iba a dejar que otra mujer le hiciera daño. Arrancó el motor y las luces se encendieron de inmediato. Astrid seguía allí de pie, moviendo la cabeza con incredulidad. Incluso bajo la luz de los faros estaba preciosa. Y por más que se decía lo contrario, no paraba de pensar en tomarla en brazos y besarla.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Astrid decidió que lo mejor sería empezar el lunes con una ofrenda de paz. Tal vez unos bollos recién hechos calmaran las aguas con Clay. Sabía que él a veces se escapaba por la mañana para comerse un dónut de la pastelería de enfrente de la oficina. No estaba segura de que su plan fuera a funcionar, pero al menos tenía que intentarlo.

Entró en el bullicioso y animado local, en el que flotaban olores celestiales a canela, chocolate y café. Era un lugar cálido y acogedor, donde parecía que la gente se sentía feliz. Entonces pensó en Clay. ¿Sería por eso por lo que le gustaba ir allí? ¿O se sentía fuera de lugar?

Astrid sabía muy bien lo que era sentirse así, empezando por su familia. Era la menor de seis hermanos y la única chica. Se podría decir que había estado fuera de lugar desde el principio. Al parecer, su madre siempre había querido una niña, pero su padre se había opuesto a la idea de tener más hijos. Ya había muchas bocas que alimentar y su casa de cuatro habitaciones en Bergen, en la costa suroeste de Noruega, estaba a reventar.

Tuvo que luchar mucho para que sus hermanos le prestaran atención y la incluyeran. Todos tenían sus vidas bastante bien resueltas cuando ella apareció, y se sentía como una intrusa que rompía el equilibrio familiar. No ayudaba el hecho de que su madre, tan cariñosa y llena de corazón, siempre estuviera regañando a sus hermanos para que la llevaran con ellos cuando iban a algún sitio y la dejaran participar en sus actividades. Hasta que no pegó el estirón a los once años y convenció a su hermano mayor para que la dejara jugar al fútbol con ellos, no se ganó un poco de respeto.

No podía ignorar el paralelismo entre el hecho de que Clay no la quisiera a su lado y el de que Tara asumiera el papel de su madre, instándoles a llegar a un entendimiento. Pero Astrid ya no era una niña, era una mujer adulta, y era tan dueña de la empresa como Tara. Lo resolvería por sí misma. No necesitaba la ayuda de nadie más. Solo necesitaba dónuts.

Mientras esperaba para recoger el café y los dónuts, le llamó la atención una cara conocida. Se trataba de Sandy, una mujer que había trabajado en Sterling como ayudante. Su trabajo había sido muy valioso y valorado, pero de repente había desaparecido de la oficina de un día para otro.

Cuando se acercó a la puerta, Astrid la miró de nuevo para asegurarse de que era ella realmente. Cuando la mujer la vio y apartó la mirada de manera rápida, Astrid supo que debía decirle algo:

–¿Sandy? ¿Eres tú?

Entonces, ella se giró, confirmando las sospechas de Astrid.

–Hola, señora Sterling. ¿Cómo está?