Todo por él - Karen Booth - E-Book

Todo por él E-Book

Karen Booth

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Beschreibung

Miniserie Deseo 219 El Día de Acción de Gracias terminó en una atracción inesperada con la viuda de su hermano. Durante meses, el promotor inmobiliario Andrew Sterling había estado centrado en destruir Sterling Enterprises y en acabar con su hermano. Pero la repentina muerte de Johnathan lo cambió todo, sobre todo cuando Andrew se enteró de que la viuda de su hermano estaba embarazada. Andrew nunca había mirado realmente a Miranda Sterling... hasta ahora. A medida que pasaban más tiempo juntos, empezaba a luchar contra los sentimientos que emergían en su interior y ponían en riesgo no solo su trabajo sino también su corazón.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2020 Karen Booth

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Todo por él, n.º 219 - diciembre 2023

Título original: All He Wants for Christmas

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411805551

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Andrew Sterling casi había olvidado lo agradable que podía ser noviembre en San Diego. Mientras bajaba las escaleras de su jet privado, una suave brisa le alborotó el pelo y el brillante sol californiano le calentó la cara. La temperatura era muy diferente a Seattle, su hogar adoptivo. Allí, el frío y la lluvia eran lo habitual en fechas cercanas al Día de Acción de Gracias, y el mal tiempo obligaba a permanecer en casa hasta bien pasadas las Navidades. El problema de San Diego era la cantidad de malos recuerdos que despertaba en Andrew: sueños truncados, lealtades destruidas, amores perdidos y, en definitiva, dos hermanos divididos para siempre. En cualquier caso, no tenía intención de quedarse mucho tiempo en la ciudad.

«Divididos para siempre». Esa era la parte que más le costaba superar a Andrew. La relación con su hermano era irreparable. Johnathon había muerto hacía tres meses, a los cuarenta y un años. Fue un accidente fortuito: el golpe de una bola en un campo de golf que fue directo a su sien. No había habido tiempo para despedirse, y en el caso de que lo hubiera habido tampoco es que hubiera sido una conversación fácil. Su relación no era muy buena; llevaban más de un año sin hablarse. Es más, Andrew incluso estaba orquestando un plan para hundir Sterling Enterprises, la empresa de Johnathon.

Había tenido sus motivos para embarcarse en algo así, pero eso no importaba ahora. Johnathon se había ido, y Andrew tenía que detener el plan que había puesto en marcha. Desactivar la bomba que había preparado. Pero, desgraciadamente, había alguien más interesado en encender esa mecha: Victor, el antiguo aliado de Andrew en el plan, quien había salido perjudicado en un negocio multimillonario con Johnathon. Y Victor no era de los que perdonaban y olvidaban, precisamente. La culpa y el arrepentimiento habían hecho que Andrew se echara atrás, pero su socio no tenía ningún vínculo familiar, ni tampoco conciencia… Victor no tenía piedad. Si no podía vengarse de Johnathon, destruiría su legado. Y por esa razón había regresado a esa ciudad que hacía tiempo que no soportaba.

Andrew cruzó el asfalto hasta el todoterreno que le esperaba en Gray Municipal, una pista de aterrizaje tan al sur de San Diego que casi estaba en México. Nadie esperaría que Andrew llegara a la ciudad por un lugar tan remoto y poco glamuroso. Había varios aeropuertos mucho más cerca de la ciudad, con mejores servicios e instalaciones para dejar su avión. Pero lo que él buscaba era entrar de la manera más discreta en San Diego y así evitar ser detectado por Victor.

El trayecto hasta el histórico US Grant Hotel, el cinco estrellas del centro de San Diego, duró media hora. Pero Andrew no entró por la puerta principal, sino que le llevaron al aparcamiento y utilizaron la entrada privada reservada a dignatarios y jefes de Estado. Él no era ni lo uno ni lo otro, pero tenía un gran equipo de seguridad y el dinero suficiente como para tener ese nivel de trato preferente. Acompañado por Pietro, uno de sus guardaespaldas, subieron en ascensor hasta la suite presidencial. Era puro lujo, con sus altas ventanas arqueadas, su techo de dos metros y medio y su impresionante decoración. Pietro hizo un rápido barrido de la sala de estar y luego subió al segundo nivel de la suite para inspeccionar el dormitorio y el baño. Mientras tanto, Andrew se paseaba pensativo. Estaba ansioso por ponerse manos a la obra, averiguar con la mayor discreción posible qué tramaba Victor y luego trazar un plan de actuación a partir de ahí.

–Arriba está todo bien –dijo Pietro–. ¿Quiere que vaya a ver a la señora Sterling?

–Sí. Pero, por favor, sé discreto. Ella aún no sabe lo que está pasando. –Andrew tragó saliva, pensando en Miranda, la viuda de su hermano. Ella, sin ser consciente, había desempeñado un papel crucial en la decisión de Andrew de detener el plan contra Sterling Enterprises.

Andrew había ido a verla dos semanas después de la muerte de Johnathon, y aquella visita no se había parecido en nada a lo que él esperaba. Ella tenía motivos para enfadarse o echarlo. Él no había asistido al funeral de Johnathon, demasiado conmocionado para hacer frente a la avalancha de emociones que le supuso la repentina muerte de su hermano. Miranda lo había recibido con los brazos abiertos y lo había invitado a su casa, aunque sí le dijo sin rodeos que su ausencia en la ceremonia le había dolido. Explicarle los motivos de por qué no había ido era muy complicado para Andrew, pero Miranda lo perdonó de igual modo, algo a lo que él no estaba acostumbrado.

Cuando la conversación con ella se relajó un poco, Miranda le contó que estaba embarazada y que su hermano se enteró de que iba a ser padre en su lecho de muerte. Andrew se sorprendió y la escuchó con atención, sobre todo cuando ella reflexionaba sobre su futuro, aquel en el que su hijo nunca conocería a su padre. Esa parte de la conversación le había calado muy hondo.

A la hora de irse, ella lo abrazó, lo besó en la mejilla y se refirió a él como si fuera de la familia. Y él le puso la mano sobre su barriga de embarazada y le dijo que esperaba que su bebé formara parte de su vida. Incluso ahora, más de dos meses después, aquel encuentro con ella seguía atormentándolo. Siempre había sabido que la familia era importante, pero nunca lo había sentido. No así. Hasta ese momento.

Y la decisión se tomó sola. Inmediatamente regresó a Seattle y le dijo a Victor que el plan para destruir Sterling Enterprises quedaba cancelado. Johnathon había muerto y la venganza ya no tenía sentido. Había ideado el plan para impedir que Sterling Enterprises ganara la licitación de un proyecto para San Diego, la remodelación del paseo marítimo, un gran espacio público con vistas a la bahía. Andrew había elegido ese proyecto por razones personales, ya que estaba seguro de que Johnathon también se había movido por lo mismo. Había sido el escenario de un capítulo muy doloroso de la larga rivalidad entre los dos hermanos: el día en que Andrew fue abandonado en el altar, o para ser más exactos, en el pabellón nupcial del paseo marítimo.

–Por favor, avísame si ves algo fuera de lo normal –le dijo Andrew a Pietro, obligándose a dejar atrás sus pensamientos.

–Por supuesto, señor.

–Me gustaría que tú y el equipo siguierais vigilando la casa de Victor en San Diego, sus lugares habituales y también los aeropuertos. Por favor, avísame si hay algún movimiento.

–Será el primero en saberlo, señor Sterling.

Andrew acompañó a Pietro hasta la puerta, la cerró tras de sí y echó el pestillo, luego sacó el teléfono para contactar con una mujer llamada Sandy. Ella había desempeñado un papel clave en el plan, era su topo dentro de Sterling Enterprises. Sandy había accedido a abortar el plan, pero Victor acabó ofreciéndole una gran suma de dinero y siguieron adelante con el trabajo a sus espaldas. Andrew nunca pensó que Sandy fuera de esas personas que se movían por dinero, pero al parecer sí lo era.

Por desgracia, Andrew solo pudo hablar con su buzón de voz:

–Sandy. Soy Andrew. Otra vez… No contestas al teléfono y Victor tampoco. Tenemos que poner fin a esta tontería. Si es cuestión de dinero, yo estoy dispuesto a pagar y negociar, pero para eso al menos uno de vosotros tendría que devolverme la llamada. –Andrew empezaba a desesperarse–. Y necesito asegurarme de que ninguno está pensando en tomar represalias contra Miranda Sterling. Si alguno de vosotros le toca un solo pelo de la cabeza, entonces sí que se acabaron las tonterías. Se trata de negocios. Nada más, ¿entendido?

Cortó la llamada y se quedó mirando el teléfono unos segundos mientras pensaba. El sol del atardecer se colaba por la ventana. Su corazón empezó a latir con fuerza. ¿Se había equivocado? ¿Había dejado entrever que Miranda significaba algo para él?

Se hundió en el sofá y se pasó la mano por el pelo. Todo iría bien. Tenía que salir bien. Pietro y su equipo vigilaban a Miranda y su casa. Ella estaría a salvo y él solucionaría el problema. Luego podría dedicarse a forjar una relación con ella y el bebé. Le ayudaría a superar la muerte de Johnathon, el hermano al que amaba y odiaba a la vez. Podría ayudarle a enterrar el pasado infeliz que llevaba arrastrando durante tantos años. Ahora mismo, sentía cómo los recuerdos le alcanzaban como si fuera un tsunami, empeñados en destruirle por dentro. Pero no iba a permitirlo.

 

 

Después de un largo día en su empresa de diseño de interiores, MS Designs, Miranda Sterling iba de camino a casa. Llegó a su barrio de La Jolla en su Range Rover, sin quitarse el mismo pensamiento de la cabeza: descalzarse y comerse un generoso plato de raviolis de langosta preparados por su chef personal, seguido de un baño de burbujas en su enorme bañera de hidromasaje. El embarazo tenía sus ventajas y ella iba a aprovecharse de todas ellas.

Justo cuando giraba en la entrada de su casa, su teléfono se iluminó con una llamada de Tara Sterling. Ella era su amiga y socia, pero también había sido la primera esposa de Johnathon, el marido de Miranda, recientemente fallecido. Tara y Miranda compartían el control de Sterling Enterprises junto con Astrid, la segunda esposa de Johnathon. Él había legado sus acciones de la empresa a sus tres esposas, aparentemente, como muestra de lo mucho que las había querido a todas.

–Hola, Tara. Acabo de llegar a casa. ¿Es importante o podemos hablar más tarde? Me muero de hambre y de ganas de quitarme estos zapatos –contestó Miranda mientras entraba en el garaje y apagaba el motor.

–Astrid y yo vamos de camino a tu casa. Tenemos que hablar de Andrew.

Todos estaban convencidos de que Andrew, el hermano de Johnathon, se estaba inmiscuyendo en el negocio. Miranda no estaba tan convencida. Sí, él y Johnathon habían sido rivales toda la vida, pero cuando conoció a Andrew no le pareció tan malvado como se lo habían pintado.

–¿Qué pasa ahora? Ya hemos hablado de esto. Tengo serias dudas sobre tu teoría. ¿De verdad crees que él es el causante de todos los problemas que hemos tenido con la licitación del paseo marítimo?

–Sí, lo creo. Ya estamos llegando a tu casa. Seguiremos hablando en cuanto lleguemos.

A Miranda no le gustaba que Tara y Astrid se autoinvitaran sin avisar. Era una señal más de que todo el mundo sabía que no tenía vida más allá del trabajo y el bebé. De todas maneras, daba igual, porque a ella le encantaba tener gente en casa. Y Tara y Astrid se habían convertido en amigas de confianza, a pesar de lo poco convencional de su relación.

Miranda entró en la casa. Nunca se acostumbraría a lo grande y vacía que la sentía ahora que Johnathon se había ido. Dos mil metros cuadrados era un espacio exagerado para dos personas, y mucho más para una sola, pero no se atrevía a desprenderse de su hogar. No solo tenía unas vistas impresionantes del Pacífico, sino que Miranda había decorado con esmero cada rincón. Aquella casa la reconfortaba en sus días más tristes. La hacía mirar hacia delante, centrándose en cosas buenas y proponiéndose pequeños hitos planificando cosas como la celebración de Acción de Gracias, la Navidad y, después de eso, la llegada de su niña.

Miranda metió tres raciones de raviolis a calentar en el horno. Tara y Astrid llegaron unos minutos después.

–Pasad. –Miranda se hizo a un lado y las dos mujeres entraron en el vestíbulo.

–¿Cómo te encuentras? ¿Va todo bien? –Astrid fue la primera en saludar a Miranda con un abrazo. Siempre se mostraba entusiasmada con el bebé que venía en camino, a pesar de todo lo que había sufrido durante años por no poder quedarse embarazada de Johnathon. Ahora que estaba prometida con Clay, el hermano de Miranda, se preguntaba si seguirían adelante con la fecundación in vitro o si Astrid se conformaría con ejercer de madre de Delia, la hija de Clay.

–Tengo hambre todo el rato. –Miranda les hizo señas para que atravesaran el amplio salón y llegaran a la cocina, donde el aroma celestial de los raviolis perfumaba el ambiente–. La comida estará lista en unos quince minutos. ¿Puedo ofreceros una copa de Chablis mientras tanto? –Miranda sacó una botella de la vinoteca que tenía en la isla central.

–Me encantaría, gracias –dijo Astrid mientras se acomodaba en uno de los taburetes.

–A mí también. Pero me gustaría abordar el tema de Andrew de inmediato. –Tara tomó asiento junto a Astrid.

–Bien. Dispara –respondió Miranda mientras descorchaba la botella.

–Ha vuelto a la ciudad. Un amigo lo ha visto en el Grant del centro. No podemos quedarnos de brazos cruzados y esperar a ver qué es lo que hace ahora –insistió Tara. A continuación, recordó a Miranda las malas acciones que estaban seguras que había cometido, incluyendo la transmisión de información errónea sobre las especificaciones del proyecto al equipo de Sterling por parte de alguien que supuestamente era del ayuntamiento–. Tenemos que pasar a la ofensiva.

Miranda sirvió dos copas de vino, luchando contra la frustración que sentía en aquel momento. Tal vez Andrew no fuera perfecto, pero no le parecía el demonio que todos los demás creían que era.

–No veo dónde entro yo en todo esto. Ni siquiera trabajo en Sterling.

–Exactamente por eso eres la candidata perfecta. No sospechará de ti –dijo Tara.

–Además, tú tienes mejor relación con él. Las demás no le conocemos bien –añadió Astrid.

Miranda tampoco conocía muy bien a Andrew. Él nunca había formado parte de la vida de Johnathon durante su matrimonio. Pero le gustaba pensar que sabía juzgar a las personas, y una parte de ella le decía que se estaban equivocando con él.

–¿Qué tenéis en mente?

–Que le llames para quedar con él y que intentes averiguar en qué anda metido.

–Me dijo que me llamaría si volvía a la ciudad –dijo Miranda–. No lo ha hecho. Tal vez haya una razón. Quizá no quiera verme. –No sabía por qué le molestaba tanto ese pensamiento.

–O tal vez se está centrando en su plan. El ayuntamiento adjudicará el contrato del paseo dentro de unas semanas. Si está intentando entrometerse, tiene que actuar ahora.

Miranda negó con la cabeza.

–Habéis perdido la cabeza. Realmente no lo veo.

–Quizá no quieras verlo –dijo Astrid, deslizando la mano por el mostrador hasta que sus dedos rozaron los de Miranda–. Yo tampoco quería creerlo, pero todas las pruebas apuntan en esa dirección. Sé que es difícil. Es el hermano del hombre que todas amábamos.

Miranda respiró hondo. Por lo que a ella respectaba, era una razón para darle a Andrew el beneficio de la duda. ¿Pero estaba siendo ingenua? Johnathon le había contado algunas cosas malas que Andrew había hecho. Actos vengativos y crueles. Por supuesto, Miranda estaba segura de que Johnathon siempre había respondido a cada ataque malintencionado con uno de los suyos. No era el tipo de hombre que recibiera golpes sin devolverlos.

Pasara lo que pasara, Miranda quería zanjar el tema. Si Andrew era inocente, quería poder decirlo con certeza. En última instancia, quería que su hijo conociera a su familia lo más posible. Miranda y su hermano Clay no tenían recuerdos de su padre. Ella no podía evitarle ese dolor a su hija, pero tal vez suavizaría el golpe si pudiera tener una relación con su tío.

–De acuerdo. Lo llamaré.

–¿Lo harás? –Tara había pensado que se mostraría más reacia.

–Sí. Me gustaría zanjar esta cuestión para que todos podamos seguir adelante. –Miranda agarró su teléfono de la isla central y buscó el número de Andrew.

Él contestó al cabo de unos segundos.

–¿Miranda?

Esta sintió un cosquilleo en la espalda al oír la voz de Andrew. Debían de ser las hormonas del embarazo. Se apartó de Tara y Astrid, poniendo un poco de distancia.

–Andrew, hola. ¿Cómo estás?

–Todo bien. ¿Y tú? Me sorprende tu llamada. –Su voz era cálida y relajante, como el baño que ella deseaba darse.

Miranda cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz. Sabía que lo que estaba a punto de decir podía hacerla parecer una acosadora.

–Me he enterado de que estás en la ciudad.

Había tanto silencio al otro lado de la línea que Miranda estuvo a punto de preguntarse si se había cortado la conexión.

–¿Quién te ha dicho eso? –Su tono era frío y cortante, y ya no parecía tan reconfortante como antes.

Tuvo que buscarse una excusa. No podía decir que habían sido Tara y Astrid.

–Tengo una amiga que te vio. Es algo cotilla. Creo que supuso que tú y yo estaríamos viéndonos –soltó Miranda, sin saber cómo había sonado eso.

–Estoy en la ciudad por negocios. Pensaba llamarte si tenía tiempo libre.

–Por supuesto. –Miranda miró por encima del hombro a Tara y Astrid, que estaban sentadas en el borde de sus asientos, pendientes de cada una de sus palabras. Se sentía presionada, más teniendo en cuenta que esperaban que sacara algo en claro–. ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí?

Andrew carraspeó, haciendo evidente que ella le había puesto en un aprieto.

–No mucho.

–¿Te gustaría quedar para cenar? –Era la invitación lógica. Ella no dejaba de pensar en comida, las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana–. Un hombre tiene que comer, ¿verdad?

–Supongo.

–Hace poco rediseñé por completo un asador de Harbor Island. Tiene unas vistas impresionantes de la bahía. Aún no he tenido ocasión de ver el restaurante de noche.

–Suena bien.

Algo en el tono de Andrew hizo que Miranda se preguntara si lo veía como una obligación. ¿Tendrían razón Tara y Astrid? ¿Se estaba engañando a sí misma con Andrew? Estaba a punto de averiguarlo.

–¿Qué tal mañana por la noche? ¿Nos vemos allí a las siete?

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Miranda se acercó al aparcamiento de Harbor Prime con un nudo en el estómago. Llevaba nerviosa desde que había hablado con Andrew. Se sentía como una funambulista haciendo su número más peligroso sin red. Tara y Astrid pretendían que Andrew respondiera a una serie de preguntas difíciles, mientras que Miranda quería seguir forjando una relación auténtica con él. Las dos cosas eran diametralmente opuestas. No tenía ni idea de cómo lo iba a hacer, pero de algo estaba segura: tenía que satisfacer los intereses de todos.

Entró en el local, sumamente complacida con lo bien que había quedado la reforma. A Miranda no le gustaba presumir de sus habilidades como interiorista, pero podía reconocer que había hecho un trabajo excepcional en Harbor Prime. Las vigas de madera que se entrecruzaban en el techo, ahora teñidas de ébano, acentuaban la arquitectura isleña del edificio. Las sillas que rodeaban las mesas estaban tapizadas con una preciosa tela de estampado botánico en tonos marrón y verde, lo que aportaba un toque de sofisticación al ambiente. Pero lo más impresionante del restaurante no era obra de Miranda: lo que se veía desde allí. A lo largo de toda la pared del fondo había ventanales que enmarcaban la magnífica vista nocturna de la bahía y el horizonte de la ciudad.

–Señora Sterling. –La recepcionista del restaurante salió de detrás de su puesto para estrechar la mano de Miranda–. Es un placer tenerla con nosotros esta noche.

–Me alegro de haber venido. Se ve muy distinto. –Miranda escudriñó el comedor, pero no vio a Andrew.

–Les hemos preparado una mesa con una vista excepcional.

–Creo que mi cita para cenar aún no ha llegado. –Miranda se sentía tonta refiriéndose a Andrew de esa manera, pero era lo primero que había salido de su boca.

–En realidad, el señor Sterling llegó hace diez minutos. Me adelanté y lo senté en su mesa. –La recepcionista extendió el brazo invitándola a pasar–. Por aquí.

Miranda la siguió a través del comedor, que bullía de música, aromas celestiales y el parloteo de los felices comensales. Cuando rodearon las mesas que había en el centro de la sala, Miranda lo vio de perfil mirando hacia el agua. Sintió una oleada de excitación que no calmó sus nervios. ¿Por qué se sentía así? ¿Las hormonas del embarazo? O tal vez era su corazón, que le recordaba que él estaba tan ligado al hombre que había amado y perdido.

Andrew se volvió y sus intensos ojos se clavaron en ella mientras dibujaba una tímida sonrisa. Se levantó de su asiento y abrió los brazos para recibirla, algo que ella aceptó con agrado.

–Miranda, me alegro de verte –murmuró entre sus cabellos. Su abrazo era cálido y reconfortante, y había una parte de ella que le hubiera gustado permanecer así durante horas. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien.

–Yo también me alegro de verte.

Andrew la soltó y dio un paso atrás, observando su barriga.

–El bebé ha crecido desde la última vez que te vi.

Miranda resistió el impulso de pasarse las manos por el vientre. Aún no se le notaba mucho y no le gustaba la idea de fijarse en los cambios de su cuerpo. Ser viuda ya era una posición vulnerable, y el hecho de estar embarazada la hacía aún más vulnerable.

–Voy todavía por la mitad…

–El embarazo te sienta bien. Estás estupenda. –Andrew se colocó detrás de su silla y se la acercó.

Miranda agradeció el gesto caballeroso y sus amables palabras más de lo que él hubiera podido imaginar.

–La amabilidad siempre abre puertas.

–Lo tendré en cuenta. –Andrew acentuó el final de la frase arqueando una ceja y se sentó frente a ella–. Mientras esperaba le pedí al camarero un poco de agua –comentó señalando una jarra que había sobre la mesa–. No sé si estará filtrada, así que quizá deberíamos pedir algo embotellado. Sé que las embarazadas tienen que vigilar cada pequeña cosa que comen o beben.

Era tan considerado. Miranda no sabía cómo podían sospechar que estuviera detrás del boicot a Sterling Enterprises.

–No creo que haya problema, pero gracias igualmente. –Miranda bebió un sorbo y su nerviosismo desapareció. Lo miró con atención y sonrió. No podía evitar fijarse en lo mucho que se parecía a su hermano y en lo mucho que se diferenciaban. Andrew era muy guapo, como Johnathon, con el pelo castaño despeinado, pero sus ojos eran de un tono azul verdoso mucho más complejo. Su barba era más pronunciada, sin llegar a ser una barba propiamente dicha. La mayor diferencia era que Andrew tenía un comportamiento mucho más introvertido. Nada en sus modales sugería que necesitara ser el centro de atención o que lo quisiera así. Johnathon, por el contrario, siempre había insistido en que todos giraran en torno a él.

Apareció el camarero y tomó nota de sus bebidas: un zumo de arándanos con soda para Miranda y un bourbon solo de la marca Michter’s para Andrew.

–¿No lo bebes con hielo? –preguntó Miranda.

–Este no. Es un lote pequeño. Demasiado delicioso para aguarlo.

–Ya veo.