Seducción programada - Lori Foster - E-Book
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Seducción programada E-Book

Lori Foster

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Beschreibung

Guy Donovan siempre había visto a Annie Sawyers como a su hermana pequeña. Pero Annie ya tenía un hermano; lo que ella quería era un marido. ¡A Guy, para ser exactos! Así que, cuando él anunció que estaba a punto de comprometerse con la mujer equivocada, Annie planeó seducirlo. Cosa que no sería tan difícil si Guy no se resistiera tanto...

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Seitenzahl: 207

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Lori Foster. Todos los derechos reservados.

SEDUCCIÓN PROGRAMADA, Nº 3 - junio 2013

Título original: Annie, get Your Guy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicados en español en 2001.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3127-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

i

Annie Sawyers se quedó boquiabierta al ver el enorme montón de revistas, artículos y libros que su amiga acababa de llevarle. No tenía ni idea de que el tema pudiera ser tan... extenso.

–Santo Dios. ¿Todos tratan de sexo?

Lace resopló mientras dejaba el enorme montón en el suelo.

–Todos sin excepción.

–Pero... Yo creí que el sexo era... Bueno, ya sabes, algo claro y elemental.

Lace se echó a reír.

–La variedad es la sal de la vida. Y, créeme, es una lectura fantástica.

–¿Los has leído todos?

–Todos estos y mucho más.

Lace era una conocida sexóloga y, además, la mejor amiga de Annie. Hacía poco que se había casado con el hermano mayor de Annie, para sorpresa de toda la familia. Y no porque no adoraran a Lace, sino porque Daniel era un tipo bastante estirado. Por esa razón él y Lace se complementaban perfectamente.

Lace se incorporó y sonrió a Annie.

–Si después de esto no te sientes inspirada, yo me rindo.

Annie no dijo nada, pero la inspiración no era un problema. Era la confianza en sí misma como mujer, y una falta de respuesta por parte de los hombres, lo que le hacía sentirse tan insegura.

–No lo sé, Lace. Quiero decir, no creo que Guy quiera que yo me sienta particularmente inspirada en el terreno sexual.

–¡Pues claro que no quiere! Que es la razón por la que vas a seducirlo.

Annie abrió los ojos como platos.

–Pero yo nunca he seducido a nadie. La última vez que intenté hacer eso con Guy, pensó que le estaba desafiando a luchar. ¡Y me dejó ganar! ¿Sabes lo humillante que fue eso?

Lace pestañeó sorprendida y entonces le preguntó:

–¿Cómo es posible que confundiera...?

–¿Debería tal vez haberme quitado la ropa primero? ¿Crees que ayudaría si me...?

–¡No! No hagas eso –Lace le sonrió lánguidamente–. Yo te ayudaré. Tus técnicas de seducción se volverán incomparables. Irresistibles. Provocativas. Te prometo que Guy no tendrá nada que hacer.

–No sé... –Annie se sentía un tanto aturdida–. ¿Y si hago eso, y si me entrego por entero...?

–Annie.

–¿Y él se ríe de mi técnica y me da unas palmaditas en la cabeza? Es lo que suele hacer normalmente, ¿sabes?

Annie frunció el ceño. Detestaba sentirse tan insegura en aquel terreno. Era una estupenda mujer de negocios, fuerte, independiente, capaz, pero no era ni bella ni sexy como Lace. No era femenina.

No era seductora.

Sobre todo, Guy no se fijaba en ella como mujer, puesto que la veía como a una hermana pequeña. Ella lo amaba locamente, cada día más, mientras que él se contentaba con darle consejos de hermano y algún que otro sermón acerca del decoro. No parecía darse cuenta de que sus esfuerzos para parecer más atractiva, más femenina, no iban dirigidos a los hombres en general, sino solamente a él. A Guy lo único que le preocupaba era protegerla, al igual que a sus dos autoritarios hermanos. Era más de lo que cualquier mujer podía soportar.

Lace la miró con paciencia.

–Annie, tal vez Guy no se haya dado cuenta de que estás interesada en él. Lleva ya mucho tiempo con tu familia. Y como tú eres la única mujer en una casa llena de hombres, es natural que haya adoptado la misma actitud que tu padre y hermanos. A lo mejor sólo necesita que lo animes un poco...

Annie suspiró. Guy era su mejor amigo, su confidente, y en algunos aspectos la conocía más que su familia. Llevaba toda la vida enamorada de él. Sin embargo, lo que decía Lace tenía cierto sentido.

–Supongo que podría ser.

Guy llevaba viviendo en casa de los Sawyers desde los primeros años del instituto. Daniel y él estudiaban juntos el segundo curso cuando el padre de Guy tuvo que tomar la jubilación anticipada por problemas de salud. Los padres de Guy se habían mudado a vivir a Florida. Guy y Daniel eran muy amigos, practicaban deportes y salían juntos. Ambos eran muy populares, y sus futuros habían sido planeados. Era lógico que Guy quisiera terminar los estudios en su ciudad natal. De modo que los Sawyers lo habían invitado a quedarse a vivir con ellos.

Lace asintió.

–Guy ha adoptado a tu familia como si fuera la suya propia. Y ahora que yo estoy también en la familia, veo cómo tienden a colocarte en un pedestal. No les gusta pensar que vayas a saltar de ese pedestal en busca de entretenimientos depravados.

Lace se echó a reír. Siempre le había divertido el modo en que los hombres de la familia mimaban a Annie.

–Me imagino que Guy siente que nadie puede tener pensamientos sexuales acerca de ti. Eres demasiado pura –añadió en tono remilgado.

–¡Pero yo no quiero ser pura!

A los oídos de Annie, esa palabra se había convertido en casi un insulto.

–Ser pura es bastante aburrido, ¿no? –coincidió Lace–. Pero como siempre has rechazado a otros hombres interesantes, sin querer has contribuido a perpetuar esa imagen. Eres la inocencia y la dulzura personificadas, y creo que a los hombres de la familia les gusta que seas así. Sé que a Daniel le gusta. No quiere darse cuenta de que eres una mujer, a pesar de lo que yo me esfuerzo para que abra los ojos.

Annie gimió de frustración. Si ni siquiera Lace, a la que Daniel adoraba con locura, había sido capaz de convencer a su hermano, ¿cómo iba ella a convencer a Guy?

–Por supuesto que rechacé a esos hombres –Annie dijo entre dientes–. El único al que quiero es a Guy. Me enamoré perdidamente de él a los dieciocho años.

Lace se sentó con las piernas cruzadas. Tenía unas piernas largas y torneadas.

–Detalles, por favor.

Annie se quedó mirando a Lace mientras consideraba lo que la otra le pedía. Los recuerdos de años atrás eran muy valiosos para ella, y jamás los había compartido con nadie. No se había atrevido a contárselo a ninguna de sus amigas, sobre todo porque todas ellas habían estado prendadas de Guy. Y se imaginaba lo que habría ocurrido de haber intentado hablar de ello con Max o con Daniel. Sus hermanos eran demasiado dominantes.

Suspiró y decidió confesarse con Lace.

–Guy me pilló llorando en el patio trasero de la casa. Era el Día de la Madre y yo estaba disgustada por alguna razón. Ni siquiera recuerdo a mi madre, ya que cuando ella murió yo era muy pequeña. Pero aquel día me sentí tan sola. Papá siempre se iba fuera ese día, al igual que hacía todas las vacaciones, como si no pudiera soportar el peso de los recuerdos después de perder a mamá, pero sé que el Día de la Madre era especialmente duro para él. Daniel estaba estudiando y Max probablemente metiéndose en algún lío –desvió la mirada–. Y yo me sentía tan... sola.

–Lo entiendo.

Como siempre Lace le habló en tono suave y compasivo. Annie agradecía mucho poder tener una cuñada en la que confiar. Lace era una persona única y especial.

–Guy se sentó en la silla columpio del porche conmigo y empezó a darme palmadas en la espalda de ese modo tan torpe en que lo hacen los hombres cuando no saben qué hacer con una chica. Le molestaba mucho cada vez que lloraba, supongo que porque no lo hacía muy a menudo. Cuando una chica se cría sólo con chicos se vuelve dura.

Lace hizo una mueca.

–Sé que te tratan más como a un hermano que como a una hermana.

–Lo hicieron lo mejor que pudieron, sobre todo porque papá estaba tan encerrado en sí mismo. Y en general todo iba bien y lo pasábamos fenomenal. Yo aprendí a hacer todo lo que ellos hacían; pescaba, nadaba en el lago, jugaba con ellos al baloncesto. Siempre me incluían a mí. Bueno, excepto aquel día cuando los pillé jugando a las prendas con un grupo de chicas del vecindario. Creí que Daniel iba a darme un sopapo por espiarlos.

–El muy hipócrita.

Annie se echó a reír.

–Se ponían nerviosos si me mostraba de algún modo femenina. La primera vez que me puse unas medias, o cuando me abrí los agujeros en las orejas, se pasaron días metiéndose conmigo. Y recuerdo cuando le pedí a Max que fuera por mí a la tienda a comprarme tampones. Me preguntó que para qué los quería y yo lo miré muy enfadada y él se puso como un tomate.

–¿Fue a comprarlos entonces?

–Oh, desde luego. Max habría hecho cualquier cosa por mí, pero no le gustó hacerlo. Después de eso obligaba a Daniel a comprarme lo que necesitara –se rió de nuevo–. Cuando Max se dio cuenta por primera vez de que había empezado a desarrollar, me acusó de que me habían crecido los pechos, como si yo lo hubiera hecho para pincharlo. Salió y me compró unos cuantos chalecos. Cuando me negué a ponérmelos, tomó la costumbre de caminar delante de mí para que nadie se diera cuenta de mi desarrollo.

Lace tuvo que morderse el labio para no echarse a reír a carcajadas.

–Max es un granuja.

Annie negó con la cabeza.

–Como si alguien pudiera darse cuenta de tal nadería –se miró los pechos; los tenía pequeños.

–Bueno, entonces estabas en el patio llorando y Guy estaba intentando consolarte...

El recuerdo llenó a Annie de satisfacción.

–Me dio unas palmadas en el hombro y después me abrazó y me pidió que no llorara. Me dio un beso en la mejilla, como había hecho docenas de veces. Yo me volví hacia él y Guy aspiró hondo. Al momento me agarró la cara con las dos manos y me dio un beso increíble...

–¿Quieres decir...?

–Sí... –Annie asintió con entusiasmo–. Con lengua y todo.

Lace ahogó una sonrisa.

–Iba a preguntarte si había sido tu primer beso, Annie, no los detalles.

–Ah –Annie frunció el ceño–. No, no fue mi primer beso, pero desde luego fue la primera vez que sentí deseo.

–Ajá. Entonces te llegó al alma, ¿no?

–Y que lo digas.

Había sido un beso apasionado, lleno de avidez. En aquel momento la había sorprendido un poco porque era la primera vez que había sentido la lengua de un hombre, la primera vez que había entendido lo que era desear tanto a un hombre. Guy la había abrazado muchas veces en el pasado, pero esa vez fue distinta porque no lo sintió como un amigo, sino como un hombre; como un hombre excitado, caliente, fuerte y tremendamente sexy.

Desde entonces había sido suya. Aún le gustaba acurrucarse en la cama y saborear el recuerdo cada vez que Guy fracasaba en verla como mujer. Pero al menos en aquel momento, aquel día, él la había deseado. Casi tanto como ella a él.

Lace estaba muy pensativa.

–¿Qué hiciste tú cuando él te besó?

–No estoy segura. Sé que lo miré fijamente y me quedé como paralizada. Guy empezó a tartamudear y a disculparse, y a retroceder como si pensara que iba a saltar sobre él. Entonces, de repente, se marchó y no volvió a hablar de ello. Desde entonces, es casi como si me hubiera evitado. Excepto cuando quiere echarme algún sermón.

Lace resopló.

–Daniel y él se parecen mucho.

–¿Entonces Guy no te ha besado aparte de esa vez?

Era difícil intentar explicar cómo había sido su relación en los últimos años. Annie tenía veinticinco, pero Guy la seguía tratando como si aún tuviera dieciocho y como si fuera algo prohibido para él. Entendía sus reservas cuando ella era aún joven e inexperta.

¿Pero en el presente? Bueno, seguía siendo inexperta, pero eso él no lo sabía con seguridad. Y a sus veinticinco años no era ya tan joven. Pero cada vez que se acercaba un poco a él, Guy empezaba a evitarla y a poner impedimentos y eso a ella la ponía mala.

–Una vez –empezó a decir Annie–, el día de Año Nuevo de hace dos años, lo pillé por sorpresa. Estábamos en el sótano buscando más sillas plegables porque la fiesta había resultado ser algo más concurrida de lo esperado. Cuando el reloj empezó a dar las doce y oímos los gritos, Guy se echó a reír porque sabía que todo el mundo estaba arriba besándose. Yo no le di oportunidad de pensárselo. Yo... Bueno, más o menos me lancé sobre él.

–¿Y?

–Me dejó besarlo durante unos treinta segundos –contestó Annie con desesperación–. Después retrocedió tambaleándose, como si yo le hubiera dado un mamporro. Me acusó de estar borracha aunque sabía que no había bebido ni una gota de alcohol en toda la noche. Entonces me urgió a que subiera las escaleras, y él me siguió a una buena distancia. Se pasó el resto de la noche pegado a la chica a la que había invitado y sin dejar de echarme miradas incendiarias, como si yo fuera una obsesa.

–¿Eso es todo?

–No. Ha habido un montón de ocasiones, pero normalmente sólo han ocurrido porque yo lo he pillado desprevenido. Como cuando cumplí veintiún años y él me regaló este colgante –instintivamente se tocó la pequeña y brillante perla negra que colgaba de una cadena de plata que nunca se quitaba–. Esa vez me eché a sus brazos e intenté besarlo. Él se echó a reír, pero sólo hasta que alcancé sus labios. Entonces me devolvió el beso.

–Bueno, vamos progresando.

–Durante tres segundos.

–No me digas más. ¿Echó a correr otra vez?

–Sí. Como si le hubiera prendido fuego al trasero.

–Los hombres pueden llegar a ser tan difíciles.

Como Lace no sólo era sexóloga, sino que también estaba casada con Daniel, Annie se figuró que sabía mucho de hombres difíciles.

–No es así con otras mujeres, sabes.

–Tiene treinta y cinco años, Annie. Sin duda no esperarás que sea un santo.

–No. ¡He oído hablar a muchas mujeres de él! Según ellas, es un amante fabuloso, pero a mí ni siquiera quiere mirarme.

Annie tomó un libro del montón y se recostó en el sofá.

–Me estoy muriendo aquí. Mi sexualidad se va a atrofiar si Guy no se da cuenta pronto.

–Me da la sensación de que pronto caerá.

–Y mientras tanto yo aquí pudriéndome –Annie abrió el libro y miró unas cuantas fotos, entonces ladeó el libro para verlas mejor–. ¡Santo Cielo!

–Interesantes, ¿verdad?

En realidad eran más que interesantes; resultaban de lo más eróticas. Y provocativas.

–¿Es posible hacer esa postura? –dio la vuelta al libro, intentando averiguar qué parte del cuerpo pertenecía a quién.

–Confía en mí, es posible.

–No parece muy cómoda.

Lace echó un vistazo a la foto y se encogió de hombros.

–Es... creativa, creo yo.

–Guy jamás querrá probar nada de esto.

Lace se echó a reír.

–Lo hará. Confía en mí.

Annie quería desesperadamente hacerlo. No pasaba un día en que no imaginara lo que podría ser estar casada con Guy, dormir con él cada noche, tener derecho a tocarle donde ella quisiera.

El pensar en el cómo y el dónde la había dejado en vela más de una noche.

Deseaba compartir su vida con él, compartirlo todo.

–Tú eres la terapeuta.

–Sólo sexoterapeuta, Annie. Y como tú aún no has llegado a la parte del sexo, tengo que reconocer que no puedo anticipar las reacciones de las personas en situaciones distintas. Tan sólo me estoy basando en la intuición femenina cuando te digo que Guy acabará interesándose. Si pensara en ti como en un hermana pequeña, como él dice, ninguno de esos apasionados besos habría tenido lugar. Incluso tú debes darte cuenta de eso.

–¿De verdad lo crees?

–Sí pero, cariño, desear y amar son cosas distintas. ¿Crees que podrás soportarlo si Guy te hace el amor, pero no está enamorado de ti?

Ésa era la parte difícil. A diferencia de Annie, Guy salía con mujeres a menudo. Él podía elegir y la mayoría de ellas eran del tipo de Lace; mujeres de negocios sexys y sofisticadas, con un estilo propio, cuerpos de diosa y toneladas de confianza en sí mismas.

Annie no tenía un cuerpo diez. Estaba bien hecha, y no se avergonzaba de su cuerpo, pero desde luego aún no había vuelto loco a Guy. Y aunque su pequeña librería era su mayor orgullo, algo que amaba con toda su alma, no era un trabajo demasiado elegante.

Le parecía que si Guy iba a enamorarse de ella, ya lo habría hecho. Pero no podía darse por vencida. Y en ese momento, tan sólo quería centrarse en hacer las cosas paso a paso.

–Lo cierto es que, Lace, cuando me imagino viviendo mi vida sin él, me siento muy triste. Quiero que tengamos algo, aunque no dure. ¿Y quién sabe? Tal vez si hacemos el amor y él no me quiere después de eso, yo me olvide de él. Podría ser una especie de exorcismo. Pero al menos debo intentarlo –entonces hizo una mueca–. Es decir, si tú crees que él podría desearme. No me apetece pensar que voy a hacer totalmente el ridículo.

Lace arqueó las cejas.

–Los hombres son bastante básicos en algunas cosas, Annie. Guy ya ha demostrado interés físico, y aunque tú siempre lo estás negando, eres una monada. Yo creo, pero sólo es aventurar, que te deseará en cuanto le des un empujoncito en la dirección adecuada.

–Tal vez –Annie concedió.

Estaba acostumbrada a emular el comportamiento de los hombres con los que se había criado, a perseguir lo que deseaba con todas sus fuerzas, sin dejar que nada la descorazonara.

–Pero la seducción... No sé nada de eso.

La idea de explorar el atlético cuerpo de Guy, de besarlo todo lo que quisiera, le pareció de lo más tentadora.

Pero había inconvenientes. Si metía la pata y perdía el respeto que Guy sentía por ella, encima de todo lo demás, no se creía capaz de soportarlo.

Lace le dio unas palmadas en el brazo.

–Ése es mi terreno. Así que con mi ayuda, y la de los libros, lo harás sin problemas. Te prometo que los hombres no son tan difíciles de seducir. El único problema es escoger el lugar y el momento adecuados.

Annie abrió la boca para ofrecerle una sugerencia, como que cuanto antes fuera mejor, cuando sonó el timbre de la puerta. Miró a Lace y arqueó las cejas. No quería interrupciones, sobre todo porque estaban llegando a la mejor parte. Miró hacia la puerta con el ceño fruncido.

–Perdona. Voy a ver quién es.

Nada más abrir la puerta, su hermano Daniel entró de un modo muy poco característico en él.

–Escuchadme, Guy viene detrás de mí. Estará aquí de un momento a otro. No le digáis que acabo de llegar, pero tenía que hablar con vosotras antes de que llegara él. Como sabía que venía para acá, he corrido para adelantarme.

Annie lo miró con los ojos como platos.

–¿Qué demonios pasa?

Daniel, su sensato hermano mayor, estaba muy nervioso por algo.

–Guy se va a casar.

Aquel repentino comentario estuvo casi a punto de tirar a Annie al suelo; sin saber cómo, Annie encontró una silla y se sentó.

–¿Cómo?

Claramente asombrado, Daniel se pasó una mano por los cabellos.

–Me dijo que está pensando en pedirle a Melissa que se case con él –antes de que Annie pudiera responder a eso, Daniel gesticuló con gran frustración–. Lo sé, lo sé. Es la mujer menos adecuada para él. Intenté hacérselo ver, pero no quiso escucharme. Entonces aquí es dónde entras tú, hermana. En algunas cosas tú tienes más confianza con Guy que yo. Tienes que hacer que se lo piense bien, Annie. Razona con él. Intenta que se tome su tiempo...

Daniel se calló de pronto, como si se hubiera dado cuenta de lo callada que estaba su hermana.

–¿Qué pasa? Pareces a punto de desmayarte.

Annie intentó contestarle; lo intentó. Movió la boca, pero no le salió nada. ¿Casarse? Todos sus planes se desvanecían antes de poder siquiera llevarlos a la práctica.

Gracias a Dios que Lace salió en su ayuda.

–Tu petición requiere emplearse a fondo, Daniel.

–¡Lace! –miró a su esposa con sospecha y una pizca de deseo–. ¿Pero tú no estabas de compras hoy?

–Lo estaba. Compré un par de libros que tu hermana no vende en su tradicional establecimiento –le dedicó una de sus pícaras sonrisas, suficiente para hacerle recelar.

Daniel entrecerró los ojos.

–¿Libros sobre qué?

Annie quería mucho a su hermano, y sabía que él amaba a Lace. Pero para él, Lace era todo lo que no era Annie; sexy, seductora, madura y muy femenina, desde su melena rubio platino hasta el final de sus largas y sensuales piernas. Cuando se conocieron, Lace lo había vuelto loco; después, para alivio de Annie, Lace había correspondido al amor de Daniel. Los dos formaban una pareja perfecta, pero Daniel se mostraba escéptico en cuanto a la intervención de Lace para convertir a Annie de marimacho en mujer fatal.

Él no quería que Annie cambiara.

Lace se encogió de hombros.

–Libros sobre sexo, por supuesto.

–¿Cómo?

Con una sonrisa provocativa que le empañó las gafas a Daniel, Lace le explicó:

–Estamos recopilando información actual sobre la seducción, cariño –entonces se inclinó hacía él y le susurró al oído–. En realidad para la seducción de Annie.

En el silencio que siguió a la afirmación de Lace, Guy apareció a la puerta.

–¿Quién está intentando seducir a Annie?

Nadie, Annie quiso gritar, pero su único amor la distrajo momentáneamente.

El viento que soplaba en la calle le había despeinado los cortos cabellos de color castaño claro. Tenía las orejas y las mejillas coloradas del frío. Llevaba unos vaqueros que se ceñían suavemente a sus largas y musculosas piernas. Se había puesto una cazadora y Annie vio que por debajo asomaba una arrugada camisa de franela. No parecía que se hubiera afeitado ese día y tenía los ojos enrojecidos, como si no hubiera dormido mucho la noche anterior.

Parecía cansado, pero tan sexy que a Annie le entraron ganas de darle la mano, agarrar un libro y meterse con él en el cuarto más cercano.

Annie se puso de pie despacio mientras lo devoraba con su ávida mirada.

–Nadie está intentando seducirme.

Lace sonrió, se examinó una uña y anunció:

–Es Annie la que va a seducir a alguien.

Tanto Daniel como Guy se quedaron de piedra.

–¿Cómo? –preguntaron al unísono.

Annie le echó a Lace una mirada recriminatoria, la cual Lace ignoró. Ése era el problema de tener una amiga que estaba un tanto chiflada, y que era demasiado inteligente e imaginativa. Annie sabía que Lace no la delataría. En realidad, se dijo que probablemente estaba ayudándola a avivar la curiosidad de Guy. Pero Guy no mostró curiosidad, sino que más bien se quedó horrorizado. ¿Y mencionarlo delante de Daniel? Su hermano no era un hombre frívolo, a pesar de que Lace no dejara de decirle lo contrario.

–Tengo veinticinco años –dijo Annie, intentando calmar a los dos hombres que la miraban con la misma fascinación morbosa con que se contempla el descarrilamiento de un tren–. Me parece que mi vida sexual es sólo asunto mío.

Guy se volvió, cerró la puerta y después se cruzó de brazos.

–¿Qué vida sexual?

Buena pregunta.

De nuevo Lace fue la que habló.

–No esperarías que permaneciera virgen toda la vida, ¿no?

–Se me antojaba algo agradable –dijo Guy entre dientes.

Daniel se volvió hacia Lace; tenía la cara colorada.

–Todo esto es idea tuya, ¿verdad?

–Yo desde luego no he despertado su interés, si es a eso a lo que te refieres.

Daniel farfulló de indignación mientras Guy abría los ojos como platos.

–¿Annie está interesada en ese sentido?

Parecía horrorizado, y entonces, para desgracia de Annie, empezó a mirarla detenidamente, como si buscara pruebas físicas. Annie se encogió de vergüenza.

Lace se encogió de hombros, sin dejar de sonreír, con un aire de suficiencia.

–Suele pasar.

Guy se fijó en los libros y revistas y entonces se adelantó.

–Dios mío. Tienes aquí todo un arsenal –agarró un ejemplar del Kama Sutra y a media que pasaba las páginas su mirada se volvía más torva; miró a Annie directamente–. ¿A cuántos hombres planeabas seducir? ¿A una docena?

Annie notó que se ponía colorada. Pero como no sabía qué decir, dijo lo primero que se le ocurrió.

–Si fuera necesario...

–¿Por qué? –preguntó Guy al mismo tiempo que Daniel decía:

–¡Y un cuerno!

Ella miró a los dos hombres con rabia.

–No tengo por qué daros explicaciones a ninguno de los dos.

Daniel pasó junto a Lace y agarró otro de los libros titulado El mejor arte erótico del año. Leyó el índice y miró a Annie sorprendido.

–¿Santo cielo, Annie, qué estás haciendo con esto?

Como Annie no sabía aún lo que estaba haciendo, se encogió de hombros y sonrió levemente. Lace se puso de puntillas y se asomó por encima del hombro de su marido.

–Ah, el de arte erótico. Compré ese para que Annie pudiera comparar. Sabes, la mayoría de las mujeres creen que sus fantasías son extrañas, o distintas, o incluso retorcidas. Quería que Annie tuviera una idea de cuáles son las fantasías más populares, para que no se sintiera insegura.

Daniel miró a Lace con cara de pocos amigos. Guy estaba a punto de sufrir una apoplejía.

Pero Lace no dejó que su callada condena la afectara.

–Porque tiene fantasías, ¿sabéis?