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¡Debe proponerle matrimonio por honor y deber! El príncipe Rafiq de Couteveille cree que Alexa Considine es la amante de un delincuente, y que utilizarla para vengar la muerte de su hermana será un placer... Lexie no puede comprender por qué atrajo la atención del príncipe de Moraze, ella simplemente quiere unas vacaciones tranquilas. Pero Rafiq es irresistible, y pronto se encuentra en su cama. Para horror y vergüenza de Rafiq, ¡Lexie es virgen!
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Seitenzahl: 173
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 2008 Robyn Donald Kingston
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Seducida por un príncipe, n.º 1985 - abril 2022
Título original: Innocent Mistress, Royal Wife
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-637-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
RAFIQ de Couteveille miró directamente a Therese Fanchette, la maternal mujer de mediana edad cuya aguda mente supervisaba la seguridad de su país, una isla en el océano Índico.
Con tono ecuánime preguntó:
–¿Exactamente qué tipo de relación tiene esta Alexa Considine con Felipe Gastano? ¿Son amantes?
Therese respondió con voz neutra:
–Comparten una habitación en el hotel.
O sea que eran amantes.
Rafiq bajó la mirada hasta la foto que tenía en su escritorio. Rasgos finos, altura media, delgada, la mujer se estaba riendo con el hombre que él tenía en la mira desde hacía dos años. No parecía el tipo de mujer de Felipe Gastano, pero, pensó con frío enfado, tampoco Hani, su hermana ahora fallecida, había sido su tipo.
–¿Qué has averiguado sobre ella?
–No demasiado. Pero acabo de hablar con una fuente de información de Nueva Zelanda. He grabado la conversación, por supuesto, y haré un informe escrito una vez que haya verificado la información –Therese se ajustó las gafas y revisó sus notas–. Alexa Considine tiene veintiséis años, y en Nueva Zelanda se la conoce como Lexie Sinclair. Hasta hace un año era veterinaria en una consulta rural al norte del país. Cuando su hermanastra, Jacoba Sinclair, la modelo, y el príncipe Marco de Illyria se comprometieron, salió a la luz que la señorita Considine es en realidad la hija del fallecido dictador de Illyria.
–¿Paulo Considine?
Cuando Therese asintió, Rafiq alzó las cejas.
–¿Cómo es posible que la hija de uno de los hombres más odiados y temidos del siglo XXI haya crecido en Nueva Zelanda?
–Su madre huyó allí cuando sus hijos eran muy pequeños. Debió tener buenas razones para estar aterrada de su marido. Según los medios de comunicación, las niñas no tuvieron idea de su verdadera identidad hasta que fueron adultas.
–Cualquiera que conociera a Considine habría tenido motivos para temerle. Sigue… –dijo Rafiq con la mirada una vez más en la fotografía.
–Alexa Considine se ha pasado le último año trabajando con los campesinos de Illyria, curando a sus animales y dando clases en la Facultad de Veterinaria que ella misma ayudó a erigir bajo el patronazgo del príncipe Alex de Illyria –Therese alzó la mirada–. Parece que él aprovechó la evidente inocencia de Alexa de los pecados de su padre para romper el viejo sistema de feudos de sangre en su país.
Sí, Alex de Illyria era lo suficientemente inteligente como para manejar la situación en favor suyo, pensó Rafiq. Su mente maquinaba a toda velocidad.
Así que Felipe Gastano había llevado a Alexa Considine a Moraze. ¿Qué diablos tenía en la cabeza la familia de ella que lo había permitido? Los primos de Alexa Considine eran sofisticados hombres de mundo. Debían saber que Gastano era un hombre peligroso, y que usaba su inteligencia, su atractivo y el marchito glamour de un título nobiliario ficticio para encandilar a la gente. La prensa del corazón decía del conde Felipe Gastano que era un gran amante. Rafiq conocía a una mujer que se había suicidado después de que Gastano le arrebatase el respeto a sí misma seduciéndola y luego introduciéndola en las drogas.
Tal vez Alexa Considine tuviera algo de su padre en sus genes. A pesar de su trabajo a favor de los campesinos, quizás fuese un estorbo para la familia real de Illyria.
Posiblemente no necesitase protección, porque ella sabía muy bien cómo cuidar de sí misma…
Pero él tenía que tener más información para ver cómo sacarle más provecho a la situación.
–¿Alexa Considine y Gastano son amantes desde hace mucho tiempo?
–Desde hace unos dos meses.
La mirada oscura de Rafiq se fijó en el atractivo rostro de su enemigo. Dudaba que Gastano sintiera algo más que cínica lascivia depredadora por cualquier mujer. Tenía fama de orgulloso. Siempre había exigido belleza en sus amantes.
Pero Alexa Considine, Lexie Sinclair, no era bella. Atractiva, sí, incluso muy atractiva, pero no tenía la descarada sensualidad que solía buscar Gastano.
Entonces, ¿por qué la había elegido para que calentase su cama?
Rafiq frunció el ceño y estudió la foto de la mujer que iba del brazo de Gastano. Había sido tomada en una fiesta en Londres. Y ella estaba riendo mientras miraba la cara atractiva de Gastano.
Hijo ilegítimo de un aristócrata, el hombre había asumido el título de «conde» después de que el conde real, su hermanastro, hubiera muerto de una sobredosis. Era posible que Gastano hubiera pensado que los contactos de Sinclair con los ricos y poderosos Considine, aunque se hubieran malogrado, podrían darle el nivel social que había buscado toda su vida.
Eso tenía sentido.
Y ahora la arrogancia de Gastano y su convicción de que no sospecharían de él, lo habían puesto en manos de Rafiq.
Rafiq miró con escalofrío hacia el emblema de su familia que había en lo alto de la pared. Se trataba de un caballo con una corona con un brillo carmesí, que simbolizaban los preciados diamantes de fuego encontrados sólo en Moraze.
Rafiq dejaría de ser el hijo de su padre, o el hermano de Hani, si no aprovechaba aquella situación.
La venganza era una ambición desagradable, pero no permitiría que la muerte de Hani hubiera sido en vano.
En cuanto a Alexa Considine, era posible que hubiera sido inocente antes de conocer a Gastano, aunque le parecía poco probable. Su hermanastra había trabajado en el notorio mundo amoral de la pasarela, así que tal vez Alexa Considine tuviera una actitud moderna en cuanto al sexo, y hubiera tenido una serie de amantes.
Pero si no era así, él le haría un favor. Felipe Gastano era un amante poco considerado, y una vez que su mundo empezara a desmoronarse, él haría todo lo posible para salvarse. Y ella estaría más segura fuera de escena.
Además, pensó Rafiq con fría satisfacción, le daría gran placer quitársela a Gastano, para demostrarle al muy canalla, antes de que la trampa se cerrase a su alrededor que su poder y su influencia tenían límites.
Decidido, dijo:
–Esto es lo que quiero que hagas.
Madame Fanchette se inclinó hacia adelante, frunciendo el ceño mientras él le daba las instrucciones. Cuando Rafiq terminó, ella dijo serenamente:
–Muy bien. ¿Y el conde?
–Obsérvalo de cerca. Pon a tu mejor gente en ello, porque es cauteloso como un gato.
Rafiq se puso de pie y caminó hacia la ventana. Miró la ciudad que se extendía abajo.
–Pero, afortunadamente, también es un hombre con una enorme autoestima, y un sofisticado desprecio por la gente que vive en pequeños y aislados países, lejos del libertinaje del mundo en el que acecha.
Rafiq miró a la mujer con vestido color crema a través de ojos entrecerrados. El vestido tenía un corte bien ideado para que mostrase las piernas y destacase su cintura estrecha y sus pequeños pechos erguidos. El vestido de seda evidentemente llamaba la atención masculina. Pero la cara de Alexa Considine no hacía juego con la pronunciada sensualidad de la prenda.
Las fotos no habían mentido; ella no era una belleza de primera, pensó Rafiq desapasionadamente, aunque como cualquier mujer de las que asistían a la inauguración oficial del hotel más lujoso y exclusivo de Moraze, Alexa Considine estaba soberbiamente arreglada. Estaba muy bien maquillada y su cabello castaño dorado tenía un corte que realzaba sus facciones. Y podía decirse que ella llamaba la atención, no sólo por el vestido, y tampoco porque estuviera sola.
Gastano, Rafiq notó, estaba al otro lado de la habitación, coqueteando con una estrella de cine de cierta notoriedad.
Interesante…
A diferencia de las otras mujeres, Alexa no llevaba joyas. Y tenía un aire inocente, como si nadie hubiera besado aquella tentadora boca, lo suficientemente sensual como para que cualquier hombre de sangre caliente fantasease con rozarlos.
Rafiq sintió que su ingle se tensaba. Controló la punzada de deseo y miró con detenimiento aquella cara de elegante estructura ósea y expresión impasible. Era muy poco probable que sus facciones mostrasen la verdad. La fuente de información de madame Fanchette en Nueva Zelanda había dicho que Alexa no tenía ninguna aventura, pero eso no quería decir que ella fuera inocente.
Y ciertamente ella era la querida de Felipe Gastano, así que ese aire serio y poco mundano tenía que ser falso, un mero truco que le venía dado por la genética.
No obstante Rafiq se sintió atraído por aquel aire de autodominio de la mujer. Era un desafío.
¿Cómo sería desbaratar la compostura de aquellas facciones, provocar un brillo de deseo en sus ojos, sentir aquellos labios amoldarse a sus…?
Le llevó una gran fuerza de voluntad apartar sus ojos de Alexa Considine y fingir mirar a la multitud.
Rafiq había controlado personalmente la lista de invitados, y todos lucían su más alta sofisticación como carta de presentación.
Alexa, de pie en aquel salón lleno de gente, estaba atrayendo miradas. Rafiq tuvo que controlar un perturbador deseo de pasar entre la gente y sacarla de allí.
Mientras él la observaba ella se dio la vuelta y caminó hacia la puerta que daba a la noche tropical. Al pasar, la luz de las arañas iluminaron los reflejos dorados de su pelo.
Gastano miró desde el otro extremo, dijo algo a la estrella de cine y salió en busca de su querida. Rafiq tuvo que reprimir la rabia que lo impulsó a seguir a Gastano y se comportó como si fuera un hombre que tuviera el control total de su cuerpo.
Su servicio de seguridad se ocuparía de aquel tema, por supuesto, pero él quería ver juntos a Alexa Considine y Gastano. De ese modo sabría la verdad sobre la relación entre ellos.
Era una noche perfecta para el flirteo, pensó con cinismo: las estrellas eran tan grandes como lámparas, y en el aire se olía el perfume exótico de las flores de las granjas de Moraze.
Rafiq se detuvo en la sombra de un árbol con flores y observó al conde ir hacia Alexa Considine, y se reprimió el impulso de seguirlo para retarlo a una lucha de poder masculino.
Aquel impulso lo sobresaltó. Hasta en sus amoríos era un hombre controlado, y aquella actitud posesiva con una mujer que ni siquiera conocía, y a quien pensaba usar, era una sorpresa desagradable.
Por supuesto no podía ser algo personal… Bueno, lo era, pensó con rabia. Pero era entre él y Gastano, se dijo.
Notó la reacción de ella cuando se acercó el conde, y buscó en su rostro alguna emoción que le revelase algo.
Aunque Rafiq tenía la paciencia de un cazador, debió hacer algún leve movimiento que llamó la atención de la mujer, porque ésta alzó la mirada por encima del hombro del conde. Sus ojos se agrandaron momentáneamente, pero luego pestañeó.
No fue un gesto de miedo ni de sorpresa, sino probablemente una señal de alerta.
Pero no tenía que temer nada. Aquella mujer parecía controlar muy bien sus reacciones. No tenía que preocuparse por sus sentimientos. Ella los controlaba totalmente.
Tenía una expresión distante en el momento en que Gastano bajó la cabeza hacia ella.
La voz del conde era demasiado baja para poder escucharla, pero su tono inconfundiblemente íntimo.
La mujer alzó la voz.
–No, no he cambiado de idea.
El conde volvió a hablar, y entonces Rafiq pudo escuchar unas pocas palabras. Se puso rígido.
En inglés el conde dijo:
–Ven, no te enfades, muchacha querida –y la miró significativamente.
Ella hizo un comentario crispado y pasó por delante de él en dirección a Rafiq.
–Hola –dijo ella en inglés–. Soy Lexie Sinclair. ¿No hace una noche maravillosa? –sin darle tiempo para contestar, se giró para incluir al conde en la conversación y preguntó en tono agradable–. ¿Se conocen ustedes?
Era muy buena en destrezas sociales, pensó Rafiq.
En voz alta Rafiq dijo:
–Por supuesto –no le dio la mano sino que inclinó la cabeza a modo de saludo–. Gastano…
–Ah, señor, ¡cuánto me alegro de volver a verlo! –dijo el conde con tono falso–. Debo felicitarlo por esta gran inversión. Puedo decirle desde ya que este hotel será un gran éxito. Ya he conocido a dos estrellas de cine que lo han puesto por las nubes, y al menos un miembro de la casa real está planeando traer aquí a su querida unos días.
Miró a la mujer y siguió hablando:
–Alexa, te presento a Rafiq de Couteveille. Él es quien dirige esta encantadora isla, y a sus ciudadanos. Pero te advierto que tengas cuidado con él. Es un rompecorazones. Señor, ésta es Alexa Considine, quien prefiere que la llamen Lexie Sinclair. Quizás ella pueda decirle por qué.
Con una inclinación de cabeza a ambos, Gastano se fue adentro.
Rafiq se dio cuenta de que ella estaba enfadada. Tomó su brazo, e ignorando su sobresaltada resistencia, caminó hacia el borde de la terraza con escalones de piedra.
Una mezcla de irritación y aprensión había llevado a Alexa a tomar la decisión de usar a aquel extraño. Si hubiera sabido que él era el heredero gobernante de Moraze no se habría atrevido. Probablemente hubiera roto el protocolo. Él había sido amable al ignorar su falta de modales.
Entonces, ¿por qué había sentido ella que su acercamiento a él había puesto algo peligroso en acción?
Alexa reprimió unas ganas terribles de salir corriendo y lo miró de lado. Dejó escapar una profunda exhalación.
La luz de la luna resaltaba el rostro anguloso de Rafiq de Couteveille.
Era muy atractivo, pensó ella con involuntario interés. Su corazón se aceleró. Tenía un aire distinguido e intimidante con aquel traje de noche a medida. A su lado, el glamour de Felipe parecía superficial.
–Es un honor conocerlo –dijo ella.
–Mi nombre es Rafiq –le sonrió clavándole sus ojos oscuros.
El latido del corazón de Lexie se aceleró más aún, y ella sintió que el estómago se le encogía. Tratando de controlar su reacción, intentó recordar qué había leído sobre el hombre que gobernaba aquella isla pequeña e independiente.
No recordó mucho. No aparecía en los titulares, ni en la prensa del corazón. Felipe se había referido a él con desprecio como «el falso príncipe de un lugar insignificante a miles de kilómetros de la civilización».
Pero el desprecio de Felipe por aquel hombre era un error. Rafiq de Couteveille tenía un aura de poder que se basaba en una formidable seguridad masculina.
Su mente intentó apartarse del recuerdo de aquella mañana, cuando, cansada del viaje desde Europa, había descubierto que Felipe había organizado una estancia de una semana con ella en la misma habitación.
Había sido un shock. Ella ya había decidido que no estaba enamorada de Felipe, y su regreso a Nueva Zelanda terminaría con su relación entre ellos.
El viaje de una semana a Moraze había sido planeado como unas vacaciones en las que ella quería estar sola, siete días para que ella pudiera reorientar su vida hacia su profesión de veterinaria rural en Northland. Había sido una sorpresa que Felipe la hubiera ido a esperar al aeropuerto. Y cuando habían ido al hotel donde se alojaba él, y los habían llevado a una suite con flores por todas partes, y con una botella de champán en un cubo plateado, ella se había dado cuenta, con incomodidad y desagrado, que él había preparado todo para seducirla.
No obstante había tratado de actuar civilizadamente, y le había dicho educadamente que no, que no compartiría aquella fantasía sensual con él.
Él no había discutido. Felipe no discutía nunca. Se había tomado su rechazo con deportividad y había dicho que no importaba, que él dormiría en uno de los cómodos sofás. Había sido entonces cuando se había enterado de que él había cancelado la reserva que ella había hecho para ella sola en un hotel más modesto, algo más alejado. Y cuando había querido solucionar las cosas, le había resultado imposible conseguir una habitación individual en el hotel de Felipe. Era temporada alta y todos los hoteles estaban llenos, le habían dicho.
No había sido la primera vez que Felipe había sugerido que hicieran el amor, pero antes sólo había habido alguna leve insinuación, por lo que ella nunca se había sentido presionada.
No obstante a ella le había sorprendido que él aceptase su rechazo de tan buen grado. Le daba cierta desconfianza… Oh, ella no tenía miedo, pero en aquel momento que estaba lejos de su hogar, se sentía vulnerable, mientras que antes siempre se había sentido cómoda con Felipe.
Bueno, casi siempre.
Felipe la había convencido de que lo acompañase a la fiesta, y luego la había dejado sola a la media hora. Ella no había entendido su actitud, a no ser que hubiera sido una especie de castigo. Una especie de venganza.
Se sintió más incómoda aún, porque se sentía fuera de lugar en aquel sitio, con aquellas caras que había visto en los periódicos y en las revistas del corazón. Otros eran totalmente extraños.
–¿Se encuentra bien? –le preguntó el hombre que tenía al lado. Su voz pareció acariciar su piel como el terciopelo.
–Sí, por supuesto –contestó ella.
–¿Debería disculparme por molestarla a usted y a su amigo? –preguntó Rafiq de Couteveille.
–No, en absoluto –contestó ella demasiado rápido. Miró hacia el estanque. Luego miró a Rafiq.
Y sintió un escalofrío. Él también estaba mirando el estanque. Su perfil era imponente.
Felipe y él eran muy atractivos, pero la diferencia entre ellos no podía ser más grande.
Felipe la había encandilado. Después del esfuerzo que le había llevado que los illyrios le dieran su aprobación, él la había aceptado sin comentarios, la había hecho reír, le había presentado a gente interesante…
Y hasta el día en que le había presentado el hecho consumado de aquella cama doble, ella lo había considerado una buena persona. Tal vez debería haber visto las señales antes.
Ahora se preguntaba si lo conocía en realidad.
–Le sucede algo. ¿Puedo ayudarla? –preguntó Rafiq.
¿Cómo lo había adivinado?, se preguntó ella.
–Estoy bien –dijo ella bruscamente. Después de todo, ella no conocía a ese hombre.
–¿Conoce bien a Gastano?
–Lo conozco desde hace un par de meses –respondió ella.
–Parece que está a punto de comprometerse con él.
–¿Qué? No sé de dónde saca eso –comentó ella, sorprendida.
Él la estaba mirando fijamente.
–¿No le resulta interesante la idea de domar a un hombre como ése?
–No me resulta interesante la idea de domar a ningún hombre.
Y no dijo nada más. Porque aquélla era una conversación un poco extraña como para tenerla con un hombre a quien no conocía.
–Se supone que es un deseo femenino universal –observó él.
Al parecer, a Rafiq de Couteveille le resultaba divertido aquello, pensó ella.
–¿Qué le hace pensar que estábamos a punto de comprometernos?
–Lo oí en algún sitio. Quizás haya sido un error de quien lo haya comentado, o yo lo entendí mal… Entonces, ¿cuál es su deseo?
Lexie sintió una punzada de excitación. Él estaba coqueteando con ella…
Ella pensó que lo mejor sería marcharse. Pero la idea de aquella habitación con una cama doble era como una amenaza.
Lexie sonrió.
Él curvó los labios, pero no le devolvió la sonrisa.
¿Se daría cuenta de lo que le estaba pasando a ella?
Rápidamente, antes de que hiciera una tontería y se pusiera de puntillas y lo besara, Lexie agregó:
–Sólo una tonta le contaría a un hombre su más íntimo deseo.
–Mi más íntimo deseo en este momento es descubrir cómo sabe tu boca –respondió él, tuteándola.
Lexie se quedó helada y lo miró.
Él sonrió.
–Pero no si eso va contra tus principios –agregó Rafiq cínicamente.
–No… Bueno –ella titubeó.
–Entonces, ¿lo probamos?
Él tomó su silencio por asentimiento y bajó la cabeza para besarla.
Fue un beso suave al principio.
Pero cuando ella se derritió en sus brazos él la besó más profundamente.
Sobresaltada por su propio deseo, casi se entregó a la adrenalina que la quemaba.