Seduciendo a la niñera - Cindy Kirk - E-Book
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Seduciendo a la niñera E-Book

Cindy Kirk

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Beschreibung

Jamás habría imaginado que desearía volver a entregar su corazón a otra mujer… Vivir tres años con el guapísimo viudo Dan Major había sido una fantasía hecha realidad para Amy Logan… aunque sólo hubiera sido en calidad de niñera de su hija de seis años. Pero Dan acababa de dejarla de piedra con una propuesta que toda mujer habría soñado… una propuesta que no podía aceptar. Dan necesitaba una esposa y Amy parecía la candidata ideal. Lo único que tenía que hacer era conseguir que se enamorara de él. Pero ella tenía otros planes. Aquel padre adicto al trabajo no tardaría en aprender las nuevas reglas del amor…

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Seitenzahl: 219

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Cynthia Rutledge

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Seduciendo a la niñera, n.º 1699- mayo 2018

Título original: Romancing the Nanny

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-169-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Fue lujuria», decidió Amy Logan mientras apretaba la masa sobre la corteza del pastel con fervor adicional. «Pura y simple lujuria».

Después de todo, sería antinatural vivir durante tres años con un hombre tan atractivo y no experimentar el impulso ocasional de verlo desnudo.

Con sonrisa irónica, pensó que probablemente tampoco ayudaba llevar años sin sexo. Ni el hecho de que al subir esa mañana a recoger la mochila de Emma, lo había sorprendido saliendo de la ducha.

Había estado perfectamente presentable con una toalla grande enroscada alrededor de la cintura. Y ya lo había visto sin camisa. Cada verano iba a la piscina del club de campo con Emma y ella al menos un par de veces.

Pero había algo diferente en saber que sólo unos momentos antes había estado desnudo. Algo en ver las gotas de agua deslizándose por su ancho torso, en oler esa deliciosa mezcla de jabón, champú y limpia piel masculina.

Respiró hondo. Incluso en ese momento, si cerraba los ojos, aún podía…

—¿Queda algo de café?

Abrió los ojos de golpe y se quedó quieta, agradecida de estar de cara a la pared. De lo contrario, el objeto de sus deseos podría pensar que tenía una experiencia sensual con una masa de tarta.

Con lo que esperaba que fuera una expresión ecuánime, se volvió.

Dan Major se hallaba en el centro de una cocina moderna y grande con el traje que era el favorito de Amy. El corte resaltaba sus hombros y las caderas estrechas, al tiempo que el azul marino enfatizaba el azul brillante de sus ojos. Todavía húmedo de la ducha, el pelo corto y oscuro le caía en una onda descuidada sobre la frente.

Superaba en unos cinco centímetros el metro ochenta y era, de lejos, el hombre más atractivo que jamás había conocido. Era lógico que quisiera verlo desnudo. Lo que no tenía sentido era por qué dicho deseo había tardado tanto en emerger.

El viudo apuesto y ella llevaban viviendo juntos casi tres años. Amy siempre había considerado a Dan un buen amigo. Pero en los últimos seis meses, había empezado a pensar en él de manera diferente, viéndolo no sólo como su jefe y amigo, sino también como un hombre deseable.

—¿Amy?

Lo vio sonreír y, con un sobresalto, se dio cuenta de que había estado mirándolo fijamente.

Sin decir una palabra, alargó la mano y levantó la cafetera.

—¿Te sirvo una taza?

—Puedo hacerlo yo —protestó él al retirar una silla y sentarse a la mesa.

Amy sonrió. Dan era el prototipo del hombre moderno, con una importante excepción. A pesar de tener sólo treinta y cuatro años y haber sido criado en una familia progresista en la que trabajaban los dos padres, rara vez ayudaba en las tareas de la casa.

Por desgracia, ella era la única culpable de eso. Había rechazado tantas veces sus ofrecimientos de ayuda, que él había dejado de preguntarlo. La verdad era que le encantaba mimarlo, igual que a Emma. Mantener su casa impecable y su ropa en perfecto estado la llenaba de una satisfacción inmensa.

Dan, que era un arquitecto de éxito en una de las firmas más grandes y prestigiosas de Chicago, alternaba el trabajo en los proyectos que llevaba entre la oficina y la casa.

Su agenda era tan variada, que Amy jamás sabía si estaría en casa, en el despacho o en alguna reunión con clientes. En realidad, eso no le afectaba. Ese año Emma iba a su primer grado y estaba fuera todo el día. La única diferencia era que si Dan se encontraba en casa, le preparaba el almuerzo y quizá le ofrecería un refrigerio por la tarde.

Después de todo, para eso le estaba pagando; aparte de cuidar de su hija pequeña, Emma. Y no sólo le pagaba, sino que lo hacía muy bien. Con el dinero extra que había ahorrado al no tener gastos de alojamiento, había logrado disponer del efectivo suficiente como para montar un pequeño negocio de catering.

El año anterior, al mostrarle a Dan su plan para el negocio, al principio él había quedado sorprendido, y luego se había mostrado preocupado. Le había preguntado sin rodeos si planeaba marcharse. Pero cuando le confirmó que sólo se trataba de algo adicional que quería hacer por su cuenta, le había prestado apoyo.

Poco después, decidió cambiar toda la cocina antigua de la enorme casa. Y lo mejor de todo, le había pedido su opinión y no había parpadeado cuando ella le había solicitado que pusiera electrodomésticos industriales.

Por el momento, limitaba sus esfuerzos de catering a pequeñas fiestas los fines de semana y a proporcionar postres a un par de restaurantes. Pero albergaba muchas esperanzas para el futuro. Algún día ganaría lo suficiente y podría tener su propio hogar…

—No me molesta en absoluto servirme mi propia taza…

La voz divertida de Dan atravesó su ensimismamiento y la devolvió al presente. Bajó la vista a la cafetera que aún sostenía en la mano. Con rapidez le sirvió una taza y la depositó ante él. No hacía falta preguntarle si quería leche o azúcar. Tenía memorizado lo que le gustaba y lo que no.

—¿Un bollo de canela? —preguntó—. Los hice esta mañana. O, si quieres, puedo prepararte unos huevos con beicon. No será más de un segundo…

—Me temo que tendré que conformarme con esto —miró el reloj de pared y bebió un presuroso sorbo de café antes de apartar la silla—. Tengo una reunión en la oficina a las nueve y ya debería haber salido.

Al oír el sonido de las patas de madera contra el suelo, Amy entró en acción. Sacó la taza de viaje del armario y la llenó con la sabrosa mezcla colombiana predilecta de Dan.

Al terminar, él ya estaba en el umbral. Se volvió.

—Debería regresar temprano, a eso de las cinco y media.

Amy lo estudió, como todas las mañanas, y frunció el ceño.

—Espera —tapó la taza y cruzó el cuarto. Pero en vez de darle el café, lo depositó en la encimera y se acercó—. Tu corbata necesita un retoque.

Sujetó la seda, aflojó el nudo y con habilidad adquirida, se lo rehizo. Pero en vez de retroceder, dejó que su dedos se demoraran.

Dan tenía prisa. Se lo había dejado bien claro. Su cabeza le dijo que diera un paso atrás, le entregara la taza y lo despidiera. Pero sus pies no se movían. El aire que los rodeaba se espesó. Era como si una red invisible los encapsulara.

La fragancia sutil de su colonia le tentó el olfato. El calor que emanaba de su cuerpo la bañó.

Quiso acercarlo y besarlo, aliviar la tensión que había crecido en su interior. A cambio, bajó las manos, las plantó en sus caderas redondeadas y lo inspeccionó de nuevo.

—Ya se te ve presentable.

Hacía tiempo que había aprendido los peligros de ser tonta. Y pensar que Dan, atractivo, con éxito, que podía tener a la mujer que quisiera de toda la ciudad de Chicago, pudiera sentirse atraído por ella, era el colmo de la tontería. Le caía bien, la admiraba y la apreciaba. Pero la electricidad que ella sentía era, definitivamente, unilateral.

—Gracias —bajó la mano y recogió la taza que ella había dejado en la encimera—. Y gracias por el café.

De algún modo, Amy logró esbozar una sonrisa relajada.

—De nada.

Desde la puerta lo observó subir al coche. Al alejarse, lo despidió con un gesto de la mano. Luego entró y se derrumbó en el sillón más cercano. ¿En qué diablos había estado pensando?

Dan no estaba interesado en ella. Y aunque hubiera una chispa ínfima de algo entre ambos, era imposible que pudiera competir con el recuerdo de Tess Major y ganar. Otras mujeres lo habían intentado y todas habían fracasado. Eso era lo que necesitaba recordar antes de hacer algo que viviría para lamentar.

 

 

El olor a pastel de melocotón llenó la amplia cocina y Amy sonrió mientras limpiaba las encimeras. Algunas mujeres necesitaban ropa elegante o viajes a lugares exóticos, pero lo único que necesitaba ella para ser feliz era una cocina limpia y ordenada.

—Algo huele bien aquí.

Giró en redondo. Dan se hallaba en la puerta que daba al comedor con una sonrisa en los labios.

—Llegas pronto —en cuanto las palabras salieron por su boca, deseó poder retirarlas. Había hecho que sonara como si no fuera bienvenido, cuando no podía haber nada más lejos de la verdad.

Lo que pasaba era que le gustaba tenerlo todo siempre listo y en su sitio cuando él volvía a casa. Pero eran las cuatro y media y no lo había esperado hasta una hora más tarde. La mesa no estaba puesta y Amy seguía jugando en la casa de una amiguita a cien metros de allí.

—Ése sí que es un recibimiento cálido —Dan sonrió y en su mejilla apareció el familiar hoyuelo.

La miró y Amy se obligó a no apartar la vista. Pero le costó. La expresión intensa en sus ojos azules le provocó un escalofrío.

—Dime una cosa, Amy —agregó él—. ¿Piensas alguna vez en mí cuando no estoy aquí?

Esa misma electricidad cargó el aire y ella tuvo que humedecerse los labios resecos. Se movió de un pie a otro, sin saber cómo contestar. Esa mañana la miraba como si la estuviera viendo por primera vez.

Era algo nuevo. En los años que llevaba trabajando para Dan, nunca antes le había hablado de esa manera. Siempre había existido un límite profesional que nunca se había cruzado.

—Claro que pienso en ti —logró responder al final con cierto tartamudeo.

Él sonrió y aguardó como si esperara que se explayara.

Pero ¿qué más podía decirle? Desde luego, no iba a desnudarle el alma y revelarle que le gustaría experimentar cierta acción física. Por no mencionar que el corazón se le había alojado en la garganta, impidiéndole hablar.

Por suerte, Dan no insistió. Cruzó el cuarto, dejó la chaqueta sobre una silla y se aflojó la corbata.

Amy sintió que se ruborizaba. Giró hacia la encimera y limpió una mancha inexistente con la esponja.

Él se detuvo justo detrás de ella, tan cerca que pudo percibir la fragancia picante de su colonia y sentir el calor de su cuerpo.

Se volvió y lo tuvo justo allí. Igual que esa mañana, pensó en lo grande y alto que era. O abrumadoramente masculino en todos los sentidos.

El corazón se le desbocó.

Él la estudió con lentitud y sus ojos se oscurecieron.

—Eres tan hermosa…

El cumplido salió de sus labios como miel templada.

No era cierto, desde luego. Las pecas en su nariz y los ocho kilos de más con los que siempre luchaba la convertían en una mujer saludable antes que hermosa. Pero de pronto, bajo esa mirada admiradora, por primera vez en sus veintiocho años se sintió hermosa.

—Gracias.

—De nada.

Fue a preguntarle si su reunión se había cancelado cuando él dio otro paso adelante y le rozó el cuerpo. En ese instante Amy olvidó respirar, y mucho más hablar.

Con el contacto más leve, Dan deslizó los dedos por la mata sedosa de su nuca, dejando que los dedos pulgares le acariciaran la piel suave debajo de la mandíbula.

La recorrieron unas oleadas de calor hasta quedar casi mareada. Iba a besarla; pudo verlo en sus ojos. Tiró la esponja sobre la encimera sin apartar la vista de él.

Bajó los labios y Amy dejó que se le cerraran los párpados. La anticipación le recorrió las venas…

La puerta de entrada se cerró de golpe.

Se sacudió como si hubiera recibido un disparo. La dominó el pánico. Emma no podía encontrarlos juntos. Alzó una mano para empujar a Dan pero sólo encontró aire.

Miró alrededor de la cocina y finalmente lo asimiló… estaba sola. Dan no había estado y tampoco había existido el beso que iba a darle. Se sonrojó. Ya había tenido sueños intensos con anterioridad, pero jamás con Dan como protagonista principal.

—Amy, estoy en casa —la voz infantil de Emma sonó desde el recibidor.

—En la cocina —indicó ella. Se frotó la boca con el dorso de la mano. Aunque sólo había sido un sueño, los labios aún le hormigueaban.

—¿Ya es la hora de cenar? —la pequeña de seis años entró en la cocina, con una marca de tierra en la mejilla y una mancha de hierba en una rodilla—. Tengo hambre.

Amy no pudo contener una sonrisa. Dan a menudo bromeaba con que el estómago de la pequeña era un pozo sin fondo. Podía comer y a los cinco minutos volver a tener hambre.

—En cuanto llegue tu padre, cenaremos. No debería tardar mucho.

Abrió los brazos y la joven corrió hacia ella. Con la edad de Emma, los abrazos habían escaseado. Y por ello se había jurado que cuando tuviera niños, les haría saber que eran queridos.

No podía imaginar algo mejor que tener una familia propia… un marido a quien amar, un hijo a quien cuidar y atesorar.

Abrazó a Emma. Un día sería madre. Pero, por el momento, tenía el amor de Emma.

La niña apoyó la cabeza en el pecho de Amy.

—Te quiero.

Las lágrimas saltaron de los ojos de Amy al oír la sinceridad de la pequeña.

—Yo también te quiero, tesoro.

Capítulo 2

 

Por el rabillo del ojo, Dan Major vio a una mujer elegante del otro lado del bar y se dio cuenta de que la conocía. Le sonrió y agitó la mano.

—¿Otra fan? —Jake Stanley sonrió—. ¿Cómo demonios lo haces?

Dan tomó unos cacahuetes del cuenco que había en el centro de la mesa alta y se los llevó a la boca.

Ver antiguas amigas sólo reforzaba la idea que tenía de por qué le costaba tanto salir con mujeres. Le gustaba la compañía pero las mujeres siempre querían más. Bree era un ejemplo perfecto. Aunque le había asegurado estar entregada a un estilo de vida de soltera, un par de meses más tarde había cambiado de discurso.

Suspiró y miró alrededor del bar. Aunque era jueves por la noche, el sitio estaba lleno de mujeres de las oficinas cercanas. Sospechó que era el motivo por el que Jake había insistido en que fueran.

«Buscar amor en todos los lugares equivocados…».

Por algún motivo, las palabras de esa vieja canción aparecieron en la cabeza de Dan. Pero no encajaban con su vida. Lo último que él buscaba para esa noche, o cualquier otra noche, era amor.

La verdad era que no le gustaba estar en el circuito de las citas. Pero cuanto más tiempo permanecía con una mujer, más parecía querer, más parecía necesitar. Aún tenía que encontrar a una que se contentara con mantener algo casual.

Bebió un sorbo de cerveza. No tenía nada en contra del matrimonio. Le había encantado estar casado con Tess. Desde la primera vez que había posado la vista en aquella vivaz rubia, había sabido que era ella. Cuando los dos dijeron «sí, quiero», felizmente había planeado pasar el resto de su vida con Tess. Sintió que se le atenazaba el corazón.

Desterró los recuerdos y sonrió al pensar en su hija. De todas las cosas que más valoraba en la vida, la pequeña de seis años figuraba en primer lugar. Y agradeció la presencia de Amy.

Hacía tres años que era la niñera de Emma y sabía que la quería como si fuera una hija propia. Había hecho de la casa un hogar para los dos.

«Hasta que encuentre a un hombre y decida marcharse», dijo una voz en su cerebro.

«Amy no me dejaría».

Le sorprendió la emoción que evocó ese pensamiento. Iba a decirse que Amy ni siquiera salía con hombres cuando se detuvo otra vez. Hacía poco había habido un chico…

Le había sorprendido que ella mencionara como de pasada que iba al cine con alguien que había conocido en su club de cocina. En todos los años en los que había vivido bajo su techo, no recordaba que hubiera salido con nadie. Nunca le había parecido el tipo de mujer dada a las citas.

No era que fuera fea o algo por el estilo. Todo lo contrario. Con su cabello castaño, sus ojos verdes y esas pecas que le cruzaban la nariz, tenía ese aspecto natural y americano que a cualquier hombre le resultaría atractivo. Y era inteligente. Así como siempre tenía una opinión sobre los últimos acontecimientos, también le gustaba escuchar. Cualquier hombre sería afortunado de tenerla como amiga o esposa.

Sintió un puño que le oprimía el pecho. Si se marchara, él se quedaría perdido. Nunca encontraría a otra niñera como Amy. Quizá tuviera que recurrir a lo que muchas veces le había sugerido Jake y volver a casarse. Experimentó un escalofrío.

Desde los quince años, Tess había sido la única mujer que había querido en su vida. Su esposa había sido hermosa, inteligente y una estrella creciente en el mundo de la moda con sus diseños innovadores. Durante los primeros cinco años de su matrimonio, la vida había sido maravillosa. Las carreras de ambos habían florecido y la casa antigua que habían comprado en Lincoln Park era perfecta para una familia que iría a más.

Pero después de nacer Emma, Tess había decidido que no habría más hijos. Adoraba a su hija, pero el embarazo había sido difícil y Emma era un bebé quisquilloso. Y cuando su nueva línea de ropa despegó como un cohete, su carrera comenzó a exigirle más de su tiempo y energía.

A regañadientes, él había aparcado su sueño de una familia numerosa, aunque no lo había abandonado por completo. Cuando Emma cumplió los dos años, había convencido a Tess de tener otro hijo, prometiéndole que dispondrían de una niñera a tiempo completo. Sintió una oleada de culpabilidad, mezclada con una abrumadora sensación de pérdida. Daría cualquier cosa por poder dar marcha atrás y decirle a Tess que no le importaba tener otro hijo, que sólo le importaba tenerla a ella en su vida.

—Recuerda mis palabras, sucederá —Jake, que parecía disfrutar de su papel de profeta agorero, devolvió a Dan al presente con su vaticinio de boda para Amy—. Es simple cuestión de tiempo.

—Amy no va a casarse —aunque no creyera plenamente en esas palabras, pronunciarlas en voz alta hizo que se sintiera mejor.

No podía marcharse. Dependía de ella para mantener en perfecto funcionamiento toda su casa. Y realmente le gustaba tenerla cerca. En el último par de años se habían hecho buenos amigos. No podía imaginar lo que sería no tenerla en casa.

—Se casará —Jake asintió para resaltar sus palabras—. Es preciosa, de un modo ligeramente regordete. Si perdiera algunos kilos, yo mismo podría estar interesado en salir con ella.

A pesar de conocer la predilección de su amigo por las mujeres delgadas como modelos, el comentario le crispó. Quizá porque sabía la lucha que mantenía Amy con el peso y lo consciente que era de esos kilos extra que la hacían más curvilínea que flaca.

—A Amy no le hace falta perder ni un gramo —afirmó—. Y aunque quisieras salir con ella, te conozco demasiado bien como para dejar que sucediera.

Jake simplemente rió.

—¿Puedo ofrecerles unas alitas? —el camarero se inclinó y deslizó la segunda copa delante de Jake.

El estómago de Dan crujió y se dio cuenta con sorpresa de que hacía horas que había comido. Miró el reloj y soltó un juramento. Metió la mano en el bolsillo, sacó un par de billetes y los dejó sobre la mesa.

—Yo quiero una ración de alitas asadas —Jake le dijo al camarero antes de mirar a Dan. Enarcó una ceja—. ¿Te vas?

—Llego tarde —recogió el maletín y se puso de pie—. Amy tendrá la cena puesta ya.

—Lo olvidé —Jake se reclinó en la silla con expresión inescrutable—. Superwoman lo hace todo… limpia la casa, cuida a la niña y te prepara las comidas. Si pudieras lograr que se desnudara, lo tendrías todo.

Dan soslayó ese comentario grosero, y el deje de envidia en el tono de su amigo, y simplemente sonrió.

Era verdad. Amy le tenía preparado el desayuno cada mañana y la cena cada noche. La casa siempre estaba impecable y, cuando recibía a amigos, ella trabajaba entre bambalinas para cerciorarse de que no quedara ni un detalle sin cubrir. Y lo mejor de todo, cuidaba de Emma como si fuera hija propia.

Mientras Amy estuviera en su casa, todo iría bien en su mundo.

 

 

—La cena ha estado fabulosa, Amy —Dan se limpió las comisuras de los labios con la servilleta de algodón y soltó un suspiro satisfecho—. Y ese postre…

—Estaba bueno, ¿verdad, papi? —los ojos azules de Emma centellearon como siempre que su padre se hallaba en la misma habitación que ella.

—Desde luego que sí, princesa —le dedicó una sonrisa cariñosa—. Amy es una gran cocinera.

Amy apartó la silla y se incorporó, incapaz de contener el rubor de placer del cumplido. No había nada con lo que disfrutara más que probando recetas nuevas.

Aunque ella no se había permitido ni un mordisquito de la tarta de melocotón. Su nuevo mantra era Un Momento En Los Labios, Siempre En Las Caderas.

—¿Queréis algo más antes de que empiece a recoger la mesa? —miró a Dan y luego a Emma.

—No, gracias —repuso la pequeña.

Amy le dedicó una sonrisa de aprobación. En los últimos meses había estado trabajando los modales con Emma, y era evidente que empezaba a dar frutos.

—¿Y tú? —miró a Dan. Llevaba tres años en la casa y tenía la firme convicción de que lo conocía mejor que lo que él se conocía a sí mismo. Como en ese momento, en que no pudo evitar ver las señalas de fatiga alrededor de sus ojos. Últimamente había estado trabajando demasiado… y descuidando la vida social.

El viernes anterior, había permanecido despierta en la cama hasta la una de la mañana, esperando que Dan llegara a casa antes de quedarse finalmente dormida. No estaba segura de la hora a la que había llegado, pero a la mañana siguiente había aparecido a la mesa a las ocho, listo para llevar a Emma al zoo tal como le había prometido. El sábado por la noche no había salido. Todos habían ido al parque a celebrar un picnic, para luego regresar a casa y jugar a diversos juegos de tablero en el porche hasta que llegó la hora de acostarse.

Estar en casa un sábado por la noche había representado una de las señales de que otra de las relaciones de Dan había llegado a su fin. No le había sorprendido. Melinda los había estado visitando mucho y tratando de ganarse a Emma. Amy podría haberle comentado que esa conducta le conseguiría todo lo opuesto de lo que pretendía. Si una mujer quería mantener el interés de Dan Major, debía actuar como si no le interesara. Ésa era la razón por la que había mantenido los labios bien cerrados sobre el creciente deseo que despertaba en ella. Por lo que a él se refería, Amy no quería otra cosa que una simple amistad. Era su ama de llaves, la niñera de su hija y su amiga.

De vez en cuando, se confiaba con ella, sabiendo que lo que decía jamás saldría de labios de ella. Disfrutaba de esos momentos y de la proximidad que…

—La Tierra a Amy.

La voz de Dan quebró su ensimismamiento.

Alzó la vista sobresaltada y vio que tanto Emma como él la miraban fijamente.

Emma soltó una risita.

—Estabas en el espacio.

Amy parpadeó y notó que se sonrojaba.

—¿En qué pensabas? —preguntó Dan con un destello de curiosidad en los ojos—. Tenías una sonrisa muy interesante en los labios.

«Pensaba en ti».

Las palabras subieron con vida propia hasta su lengua y cuando Emma volvió a soltar una risita, durante un segundo Amy temió haberlas pronunciado en voz alta. Buscó una explicación plausible.

—Pensaba en Steven.

—¿Steven? —Dan frunció el ceño—. ¿Quién es?

—Es su novio —afirmó Emma—. Amy y Steven sentados en un árbol, BESÁNDOSE. Primero llega el amor…

—¿Estabas besando a un hombre? —la expresión pasmada de Dan habría sido graciosa en cualquier otro momento—. ¿Delante de Emma?

—Claro que no —aseveró con rapidez, sonrojándose otra vez. Miró a Emma—. Y Steven es mi amigo, no mi novio.

—Hoy hablaste largo rato por teléfono con él —dijo Emma—. Y sonreías al colgar.

—Es mi amigo —enfatizó. Miró a Dan—. Te he hablado de él. Es un chico de mi club de cocina. Intercambiábamos recetas de lasaña.

—¿Recetas de lasaña? —en el rostro de Dan apareció el hoyuelo.

—Así es —Amy enarcó una ceja—. ¿Es que eso te resulta divertido?

—En absoluto —repuso él con suavidad—. Creo que es agradable que tengáis tanto en común.

Amy frunció el ceño, sin saber si hablaba en serio o si se burlaba de ella.

—A los dos nos gusta cocinar —repuso al fin.

—Los dos lleváis saliendo ya… ¿cuánto, dos meses? —preguntó él como con indiferencia.

—Algo así —respondió Amy. Seguía sin pensar en Steven como en un novio, ya que hasta hacía poco, casi todas las «citas» habían girado en torno a la cocina.

Algo centelleó en el fondo de los ojos de Dan, pero permaneció en silencio.

Inesperadamente, Emma miró a Amy.

—¿Lo quieres como mi papá quería a mi mamá?

La pregunta la pilló por sorpresa y respondió con sinceridad.