Seduciendo al jugador - Jennifer L. Armentrout - E-Book

Seduciendo al jugador E-Book

Jennifer L. Armentrout

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Beschreibung

La famosa estrella del béisbol, Chad Gamble, es un conquistador tanto dentro como fuera del campo de juego. Y, ahora mismo desea conquistar a Bridget Rodgers. Sin embargo, ella, una impetuosa pelirroja de curvas voluptuosas y respuestas ingeniosas, no desea ser flor de un día... Y eso a Chad no le interesa en absoluto. Cuando unos paparazis los sorprenden en una situación comprometida, el mánager de Chad le da un ultimátum: o limpia su imagen o ya puede despedirse de su contrato multimillonario. Así, para salvar su carrera deportiva, Chad tendrá que convencer a todo el mundo de que Bridget no es solo otro ligue más, sino su novia. A ella, por su parte, no le resultará nada fácil verse obligada a fingir que tiene una relación seria con Chad Gamble; sobre todo teniendo en cuenta que existe una intensa atracción física entre ellos. A lo largo del mes que deberá durar la farsa, ambos tendrán que emplear toda su fuerza de voluntad para no acabar en la cama… o enamorándose.

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Título original: Tempting the Player, publicado en inglés, en 2012, por Entangled Publishing, Estados Unidos

Primera edición en esta colección: septiembre de 2023

Copyright © 2012 by Jennifer L. Armentrout. This translation published by arrangement with Entangled Publishing, LLC through RightsMix LLC.

All rights reserved

© de la traducción, Aida Candelario, 2023

© de la presente edición: Agua Editorial, 2023

Agua Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-126509-9-0

Diseño de cubierta: Pablo Nanclares

Realización de cubierta y fotocomposición: Grafime Digital S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

A todos los lectores: gracias.

Índice

Capítulo unoCapítulo dosCapítulo tresCapítulo cuatroCapítulo cincoCapítulo seisCapítulo sieteCapítulo ochoCapítulo nueveCapítulo diezCapítulo onceCapítulo doceCapítulo treceCapítulo catorceCapítulo quinceCapítulo dieciséisCapítulo diecisieteCapítulo dieciochoCapítulo diecinueveCapítulo veinteCapítulo veintiunoCapítulo veintidósAgradecimientos

Capítulo uno

Mientras Bridget Rodgers observaba la antigua envasadora de carne, no dejaban de venirle a la mente imágenes de la película Hostel. Según su amiga, el club Cuero y Encaje, al que solo se podía acceder con invitación y sobre el que corrían tantos rumores, era el lugar de moda. Sin embargo, a juzgar por las ventanas tapiadas con cemento y las paredes exteriores cubiertas de grafitis (que probablemente fueran símbolos de bandas), además de por la tenue luz parpadeante de la farola que había junto al edificio, Bridget supuso que la mayoría de los clientes de este club acababan en carteles de personas desaparecidas o en las noticias de la noche.

—No puedo creerme que te dejara convencerme de esto, Shell. Es probable que seamos víctimas de algún ricachón pervertido antes de medianoche.

Bridget se enderezó el grueso cinturón de cuero que llevaba alrededor de la cintura del vestido. El cinturón era morado, por supuesto, y el vestido de punto era de color rojo oscuro. Su look característico era bastante llamativo; pero, al menos, eso ayudaría a la policía a identificar su cadáver luego.

Shell la miró con una mueca divertida en la cara.

—Ni te imaginas lo que he tenido que hacer para conseguir una invitación a este club. —Agitó el papelito, del tamaño de una tarjeta de visita, frente al rostro de Bridget—. Vamos a divertirnos haciendo algo diferente. Los bares de siempre son un muermo.

Teniendo en cuenta lo famoso que era el Cuero y Encaje, cabría esperar que estuviera situado en un barrio mejor de la ciudad que Foggy Bottom. Entre el aspecto espeluznante y antiestético del edificio y la niebla que se formaba cada noche en esa zona, costaba creer que ese sitio estuviera destinado a los ricos y poderosos de Washington.

El club se había convertido en una especie de leyenda urbana, y su nombre probablemente había contribuido a ello. Cuero y Encaje. ¿En serio? ¿Quién había pensado que era buena idea? Se suponía que era un club sexual: un lugar para poner en contacto a gente con «intereses similares», una especie de Match.com para los aficionados al sexo salvaje o algo así, pero Bridget no se lo creía. Y, aunque fuera verdad, ¿qué más daba? En realidad, todos los clubes y bares ofrecían sexo de una forma u otra. Por eso la mitad de los solteros salían de fiesta los fines de semana.

Por eso ella solía salir antes de fiesta los fines de semana.

—Vamos, quítate esa cara de amargada —le dijo Shell—. Necesitas hacer algo nuevo y divertido. Necesitas desestresarte.

—Te refieres a emborracharme…

—Y, con suerte, echar un polvo —añadió Shell con una sonrisa pícara.

La risa de Bridget formó nubecitas de vaho en el aire.

—Eso no va a resolver mis problemas.

—Es verdad. Pero, sin duda, te distraerá.

Era cierto que necesitaba liberar un poco de estrés a la antigua usanza. Aunque le encantaba su trabajo y la idea de tener que buscarse otro le daba ganas de acurrucarse en un rincón a llorar, no le bastaba para pagar las facturas (en concreto, el préstamo de estudios), que se llevaban gran parte de su sueldo mensual. Había llegado a odiar el momento en el que su teléfono sonaba y en la pantalla aparecía un número con el prefijo 800, lo que significaba que era una llamada comercial.

El banco donde había solicitado el préstamo era un puñetero buitre.

Bridget suspiró y observó de nuevo el edificio. Eso era sin duda el símbolo de una banda.

—Bueno, ¿y cómo conseguiste una invitación?

—En realidad, no fue muy emocionante —contestó Shell mientras miraba con el ceño fruncido la tarjeta que tenía en la mano.

—Vale —aceptó Bridget, que enderezó los hombros y se giró hacia su amiga. Sonrió al ver que la otra chica, que era más baja que ella y llevaba un ajustado minivestido negro, estaba tiritando. A veces, contar con más relleno tenía sus ventajas. El aire de principios de octubre era fresco, pero a ella no le entrechocaban las rodillas—. Si este sitio es un rollo o alguien intenta sacarme un ojo, nos largamos enseguida de aquí.

Shell asintió con gesto solemne.

—Trato hecho.

Los tacones de ambas repiquetearon sobre el asfalto agrietado mientras se dirigían a toda prisa hacia lo que parecía ser la entrada principal. En cuanto estuvieron a la vista de la ventanita cuadrada que había en la puerta, esta se abrió y apareció un hombre con una camiseta negra y tan corpulento como un luchador profesional.

—Tarjeta —bramó.

Shell dio un paso adelante y se la tendió. El portero la cogió, le echó un vistazo rápido y luego les pidió los carnés de identidad, que también revisó antes de devolvérselos. A continuación, les abrió la puerta: por lo visto, habían pasado la prueba de popularidad y edad.

Aunque, claro, las dos tenían casi veintisiete años y ya nadie las confundiría con menores de edad. Qué lástima. A veces, hacerse mayor era una mierda.

La entrada al club consistía en un estrecho pasillo con luces de riel. Las paredes eran negras. El techo era negro. La puerta que había más adelante era negra. Aquella ausencia de color y alegría apesadumbró un poco a Bridget.

Cuando llegaron a la segunda puerta, esta también se abrió y apareció otro tío enorme… con una camiseta negra. Bridget estaba empezando a sospechar que no se trataba de una coincidencia. Shell soltó un gritito al pasar junto al segundo portero mientras lo inspeccionaba con la mirada, y él hizo lo mismo con el triple de intensidad.

Tras echarle un primer vistazo a la planta baja del club, Bridget se quedó impresionada. Quienquiera que hubiera diseñado ese sitio había hecho un gran trabajo. En el interior, nada indicaba que eso hubiera sido anteriormente una fábrica.

La iluminación era tenue, pero no la típica penumbra que hacía que todo el mundo tuviera buen aspecto a las tres de la madrugada. A veces, eso suponía un agobio para cualquier chica. Varias mesas grandes rodeaban una pista de baile elevada de la que debía resultar bastante peligroso bajar y subir estando borracho, pero que estaba llena de gente. Unos sofás grandes y largos bordeaban las paredes, pintadas de color rojo sangre. Una escalera de caracol conducía a la planta de arriba, pero unos gorilas bloqueaban el paso en el rellano superior.

Por lo que Bridget pudo ver, arriba parecía haber recintos privados. Estaba segura de que en aquellos cubículos sombríos tenían lugar muchas travesuras.

Detrás de la escalera había una larga barra que atendían ocho camareros. Jamás había visto tantos camareros trabajando en la misma barra a la vez. Eran cuatro hombres y cuatro mujeres. Todos iban vestidos de negro y estaban preparando bebidas y charlando con los clientes.

El local estaba concurrido, pero no excesivamente abarrotado, como sí lo estaban la mayoría de los clubes de la ciudad. Y, en lugar de percibirse un olor rancio a humo de cigarrillos, cerveza y sudor, en el aire se notaba un aroma a clavo.

Ese sitio no estaba nada mal.

Shell se giró hacia ella, aferrando su bolsito negro con una mano, y le dijo:

—Esta va a ser una noche inolvidable. Ya lo verás.

Bridget sonrió.

* * *

Chad Gamble agarró otro vaso de chupito y se lo bebió. El fuerte sabor del alcohol hizo que le ardieran los ojos, pero, como le ocurre a cualquier familia en la que hay un auténtico alcohólico, haría falta un barril entero de esa mierda para emborracharlo.

Y, a juzgar por las personas presentes esa noche en el club, cada vez le parecía más probable acabar emborrachándose que echando un polvo. Ninguna mujer le había llamado la atención. Naturalmente, muchas mujeres guapas ya se habían acercado a él y a su amigo Tony.

Pero a Chad no le había interesado ninguna.

Y Tony estaba demasiado ocupado dándole la tabarra.

—Tío, tienes que aflojar un poco el ritmo. Si sigues apareciendo en la prensa, el equipo se va a cabrear contigo.

Chad soltó un gruñido mientras se inclinaba hacia delante y le hacía señas a Jim, el camarero. No estaba seguro de si ese era su verdadero nombre, pero, joder, llevaba dos años llamándolo así y el camarero nunca lo había corregido.

—¿Otra copa? —le preguntó Jim.

Chad le echó un vistazo a Tony y suspiró.

—Que sean dos chupitos.

El camarero soltó una risita mientras cogía una botella de vodka Grey Goose.

—Tengo que darle la razón a Tony en este tema. Si firmas un contrato con los Yankees, medio mundo te considerará un traidor.

Chad puso los ojos en blanco.

—¿O indicará que soy muy inteligente y estoy increíblemente centrado en mejorar mi carrera?

—Indicará que tu mánager es un cabrón avaricioso —repuso Tony mientras tamborileaba con los dedos sobre la barra—. Ambos sabemos que los Nationals te pagan suficiente.

Jim, el camarero, resopló.

Los Nationals le pagaban más que suficiente. Tanto que, cuando le llegara el momento de retirarse, tendría la vida resuelta. Joder, ya tenía tanto dinero que no sabía qué hacer con él; pero solo tenía treinta años y podría seguir siendo lanzador durante otros seis años, puede que incluso más. Ahora mismo, todavía estaba en la cima de su carrera. Chad lo tenía todo: un talento divino para lanzar bolas rápidas magníficas y con gran puntería, experiencia en el juego y (en palabras de su mánager) un rostro que conseguía atraer a las mujeres a los partidos de béisbol.

Pero el dinero y las ofertas de equipos rivales no eran el problema con los Nationals.

El propio Chad era el problema… o, más bien, su «intenso estilo de vida fiestero», o como fuera que lo hubieran llamado en las páginas de cotilleos. Según el Washington Post, Chad se acostaba con una mujer diferente cada noche; aunque, por muy divertido que sonara eso, no era cierto en absoluto. Por desgracia, había tenido tantas relaciones que la gente se creía cualquier cosa que escribieran sobre él. Su reputación era tan famosa como su destreza como lanzador.

Sin embargo, cuando a los aficionados les interesaba más a quién se estaba tirando en lugar de cómo estaba jugando el equipo, eso suponía un problema.

Los Nationals querían que Chad siguiera con ellos, y eso era lo que él también quería. Le encantaba esa ciudad, el equipo y los entrenadores. Su vida estaba ahí: sus hermanos y la familia Daniels, que habían sido como unos padres para él. Si se marchara de la ciudad, tendría que despedirse de todos ellos, pero el equipo le había exigido que debía «sentar la cabeza».

Sentar la puta cabeza, como si fuera una especie de universitario descontrolado. ¿Sentar la cabeza? En cambio, había decidido sentar el culo en ese taburete. Un culo magnífico, por cierto, según le habían dicho muchas veces.

Chad se bebió el chupito y volvió a dejar el vaso de golpe sobre la barra.

—No me voy a ir a ningún sitio, Tony. Ya lo sabes.

—Me alegra oírlo. —Tony hizo una pausa—. Pero ¿y si los Nationals no te renuevan el contrato?

—Claro que lo harán.

Tony negó con la cabeza.

—Más te vale que no se enteren de lo que pasó en esa habitación de hotel el miércoles por la noche.

Chad soltó una carcajada.

—Venga, tío, tú estabas allí conmigo el miércoles por la noche y sabes perfectamente que no pasó nada en esa habitación de hotel.

Su amigo esbozó una sonrisita burlona.

—¿Y quién se lo va a creer si esas tres señoritas dicen lo contrario? Y ya sé que no eran precisamente unas «señoritas», pero, con tu reputación, el equipo se creerá cualquier cosa. Tienes que evitar llamar la atención.

—¿Evitar llamar la atención? —Chad resopló—. Creo que no me has entendido. No quieren que no llame la atención. Quieren que siente la cabeza.

—Joder —masculló Tony—. Bueno, tampoco es que te hayan pedido que te cases.

Chad lo fulminó con la mirada.

—En realidad, estoy seguro de que quieren que encuentre «una buena chica», deje de ir a clubes y…

—¿Clubes como este? —lo interrumpió Tony con una risita.

—Exactamente. Tengo que renovar mi imagen por completo, signifique lo que signifique eso.

Tony se encogió de hombros.

—Eres un donjuán, Chad. Así que deja las conquistas para el campo de juego.

Chad abrió la boca, pero luego volvió a cerrarla. En realidad, no podía negar esa afirmación. A los hermanos Gamble no les iba eso de sentar la cabeza. El traidor de su hermano Chase ya no contaba. Aunque Chad adoraba a su futura cuñada, Maddie, y consideraba que Chase y ella hacían muy buena pareja, ni Chad ni su otro hermano, Chandler, iban a encadenarse a una mujer en un futuro próximo.

—Como digas que eres el rey del juego o algo así, te tiro de ese taburete de un guantazo —le advirtió Tony.

Chad soltó una carcajada.

—Creo que necesitas echar un polvo y relajarte un poco. Aunque decida cambiar de equipo, no voy a romper contigo.

Tony le enseñó el dedo corazón mientras sus ojos oscuros recorrían la parte del club situada detrás de ellos. Entonces, se echó hacia atrás de repente, con los labios fruncidos.

—Vaya, no había visto nunca a esas dos. Qué interesante…

Chad giró la cintura y buscó qué había captado el interés de Tony. Debía ser algo muy bueno, porque a su amigo le habían interesado tan poco como a él las opciones disponibles esa noche.

Observó a una rubia alta y delgada con una gargantilla de cuero que bailaba con una mujer más baja. Ambas miraban directamente a Chad y a Tony, pero eran clientas habituales. Se fijó en algunas mujeres más, pero no vio nada nuevo. Estaba a punto de darse la vuelta cuando divisó una melena del color del vino tinto.

Joder. Siempre había tenido debilidad por las pelirrojas.

Chad se giró por completo.

La mujer se encontraba junto a una rubia que estaba colocando una bebida sobre una de las mesas altas, pero sus ojos volvieron a posarse en la pelirroja. Era tan alta que su cabeza probablemente le llegaría a Chad a los hombros, y él medía casi dos metros. Su piel pálida parecía porcelana inmaculada y seguramente se sonrojaría con facilidad. Desde donde estaba, no distinguía de qué color eran sus ojos, pero estaba convencido de que debían ser verdes o color avellana. Tenía los labios carnosos y arqueados. Una boca como esa estaba hecha para que la besaran, y atormentaría los sueños de cualquier hombre mucho tiempo después.

Chad bajó la mirada y…, joder, sí, su pene, que había permanecido dormido toda la noche, despertó de repente. El vestido rojo terminaba justo debajo de los codos y encima de las rodillas, pero le gustó todo lo que vio…, y mucho. La tela se tensaba sobre unos pechos amplios. Chad sintió deseos de quitarle el cinturón que le rodeaba la cintura y usarlo para otras cosas. Aquella mujer tenía la clase de cuerpo que lucían las modelos pin-up de los años cincuenta: el cuerpo de una mujer de verdad. Y ese cuerpo exigía que recorrieran sus curvas con las manos y la lengua, si te atrevías…, y desde luego que él se atrevía.

—Madre mía —murmuró Chad.

Tony soltó una risita grave.

—La pelirroja, ¿eh? Yo la vi primero. Apuesto a que puede con todo.

Chad le lanzó una mirada hostil a su amigo.

—La pelirroja es mía.

—Cálmate, tío. —Tony alzó las manos en señal de rendición, sin dejar de reírse—. También me gusta la rubia.

Chad le sostuvo la mirada el tiempo suficiente para que su amigo captara que no estaba de coña antes de centrar su atención de nuevo en la pelirroja. Ahora estaba sentada a la mesa y jugueteaba con la pajita de su bebida. Un cliente habitual se detuvo ante su mesa en busca de carne fresca. Se llamaba Joe, aunque Chad no recordaba su apellido, y trabajaba para el Gobierno, haciendo vete a saber qué. Chad nunca había tenido ningún problema con aquel tío, pero ahora tuvo que emplear todo su autocontrol para no levantarse y apartarlo de allí a la fuerza.

Joe dijo algo y la rubia se rio. Cuando la pelirroja se sonrojó, a Chad se le puso el pene duro como el granito. Estaba deseando saber hasta dónde se extendía aquel sonrojo. No…, necesitaba saberlo. Su vida dependía de ello.

—Joder —soltó mientras miraba a Tony—. ¿Te he comentado alguna vez que Joe me parece un cretino?

Tony se rio entre dientes.

—No, pero me imagino por qué opinas eso.

Chad asintió con la cabeza con aire distraído mientras observaba a la pelirroja con los ojos entornados. Fuera quien fuera, aquella mujer no se iba a ir a casa con Joe esa noche. Se iba a ir con él.

Capítulo dos

La gente que frecuentaba Cuero y Encaje era muy… amigable. Dos hombres y una mujer ya se habían acercado a la mesa de Bridget y Shell y se habían puesto a charlar y a coquetear con ellas abiertamente. Si a Bridget le gustaran las mujeres, aquella belleza rubísima que le había echado el ojo a Shell sin duda habría sido su tipo, pero los dos hombres apenas le habían interesado, lo cual era extraño, porque eran guapos y encantadores. Uno de ellos la había colmado de atenciones, pero se había aburrido como una ostra.

Era muy probable que tuviera la vagina averiada o algo así.

Suspiró y se terminó la bebida mientras Shell practicaba sus técnicas de seducción con un tío moreno llamado Bill o Will. La retumbante música que surgía de los altavoces le impedía oír lo que su amiga y aquel tío se decían, pero Bridget supuso que era muy probable que tuviera que pedir un taxi para volver a casa.

O, aún peor, usar el metro. Estaba convencida de que ese sitio era uno de los círculos del infierno de Dante.

Cuando llegara a casa, le hincaría el diente a la tarta de chocolate que había descubierto esa tarde en el supermercado y se pondría a leer el libro que había robado descaradamente de la mesa de Maddie cuando salía del trabajo. No tenía ni idea de qué iba el libro, pero la portada era verde (le encantaba ese color) y el tío de la ilustración estaba como un tren. Ah, y también tenía que darle de comer a Pepsi, el gato callejero que había encontrado en una caja de Pepsi cuando era pequeño.

Un momento…

Era viernes por la noche, estaba en un club, un hombre guapo la estaba mirando con cara de «quiero llevarte a casa y espero durar más de cinco minutos»… y ella estaba pensando en tarta, un libro para jóvenes adultos y darle de comer a su gato.

Se estaba convirtiendo en la señora de los gatos con solo veintisiete años. Qué bien.

—Voy a la barra —anunció Bridget, pues supuso que al menos podría emborracharse, y así le daría igual cómo acabara la noche—. ¿Alguno de los dos quiere otra copa?

Tras esperar una respuesta durante unos segundos, puso los ojos en blanco y se levantó. Agarró su bolso color malva, rodeó la mesa y se dirigió hacia la barra, que en ese momento estaba más concurrida que cuando habían llegado. Se abrió paso junto a una mujer con el pelo negro, corto y de punta, y se apoyó contra la barra.

Para su sorpresa, un camarero apareció de la nada.

—¿Qué te pongo, encanto?

¿Encanto? Qué… encantador.

—Ron con cola.

—Ahora mismo.

Bridget le dio las gracias con una sonrisa y luego recorrió la barra con la mirada. Había varias parejas y unas cuantas personas solas o hablando con la gente que había junto a la barra. Entonces, vio a un tío de ojos y pelo oscuro y tuvo la sensación de que lo conocía de algo.

Cuando el camarero depositó un vaso alto delante de ella, abrió el bolso para sacar el dinero.

—Invito yo —dijo de pronto una voz grave y melodiosa. Una mano grande se apoyó en la barra junto a Bridget—. Ponlo en mi cuenta.

El camarero se giró para atender a otra persona antes de que ella pudiera negarse educadamente. Nunca aceptaba bebidas de desconocidos. Los caramelos ya eran otra historia.

Se giró a medias mientras seguía con la mirada aquellos dedos largos hasta la manga de un jersey oscuro arremangado hasta el codo. La tela ceñía un brazo grueso y musculoso que conectaba con unos hombros anchos que a Bridget le resultaron vagamente familiares. Fuera quien fuera aquel tío, era sorprendentemente alto. A pesar de que ella medía casi metro ochenta, tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos, y eso la entusiasmó.

Sin embargo, en cuanto le vio la cara, el entusiasmo se desvaneció y lo sustituyeron un millar de emociones diferentes que no supo identificar. Conocía a aquel hombre. Pero no solo porque todos en la ciudad supieran quién era, sino que ella lo conocía de verdad.

No resultaba fácil olvidar un rostro como aquel ni los atributos que compartía con sus hermanos. Sus labios amplios y expresivos parecían firmes e inflexibles. Dominantes. Poseía una mandíbula marcada y pómulos anchos. Tenía la nariz ligeramente torcida debido a que había recibido un pelotazo en la cara tres años antes. De algún modo, esa imperfección lo volvía aún más sexi. Sus densas pestañas, muy negras, enmarcaban unos ojos del color del agua del fondo del océano. Llevaba el pelo castaño oscuro corto por los lados y más largo por arriba y peinado formando una masa revuelta que daba la impresión de que acababa de levantarse de la cama.

El puñetero Chad Gamble: el lanzador estrella de los Nationals, el mediano de los hermanos Gamble y el hermano mayor de Chase Gamble, que resultaba ser el novio de Madison Daniels, la jefa y compañera de trabajo de Bridget.

Madre del amor hermoso.

Madison le había contado muchas cosas de él. En cierto sentido, Bridget sentía que ya lo conocía. Su amiga había crecido con los hermanos Gamble y llevaba toda la vida enamorada de uno de ellos, aunque Bridget nunca había visto a Chad en persona, no tan de cerca, al menos. No se movían en los mismos círculos, evidentemente. Y, ahora, ¿Chad estaba ahí, en un local que se rumoreaba que era un club sexual, y acababa de invitarla a ella a una copa?

¿Se había confundido? ¿Estaba borracho? ¿Había recibido demasiados pelotazos en la cara? Y, por el amor de Dios, qué cara tan magnífica tenía.

A juzgar por lo que Maddie le había dicho de él y los cotilleos que publicaba la prensa, Chad era un famoso mujeriego. Bridget había visto en los tabloides la clase de mujeres con las que salía. Todas eran modelos altas e increíblemente guapas. Desde luego, esas mujeres no se dedicaban a pensar en tartas y libros de temática paranormal.

Sin embargo, Chad la estaba mirando como si supiera lo que hacía. Eso la sorprendió y la intrigó.

—Gracias —logró decir por fin, tras quedarse mirándolo embobada a saber cuánto tiempo.

La sonrisa relajada de Chad le provocó un revoloteo en el vientre.

—De nada. No te había visto nunca por aquí. Me llamo…

—Ya sé quién eres.

Bridget se sonrojó intensamente. Ahora parecía una auténtica acosadora. Se planteó decirle de qué lo conocía, pero luego se le ocurrió ver adónde conducía eso. Era posible que, en cuanto Chad se enterara de lo que tenían en común (es decir, que podrían volver a encontrarse algún día), se despidiera de ella de inmediato. Ese hombre no destacaba precisamente por mantener su atención centrada en el mismo sitio mucho tiempo, salvo en el campo de juego.

—Quiero decir que he oído hablar de ti. Eres Chad Gamble.

La sonrisa de Chad se volvió más amplia.

—En ese caso, me tienes en desventaja. Yo no sé quién eres.

Bridget seguía sonrojada cuando se giró y cogió su vaso, en un intento de que el alcohol la ayudara a armarse de valor.

—Bridget Rodgers.

—Bridget —repitió él y, Dios santo, pronunció su nombre como si lo estuviera saboreando—. Me gusta ese nombre.

Ella no supo qué responder, lo cual era asombroso. Siempre había sido una persona muy sociable, pero ahora estaba desconcertada. ¿Qué hacía alguien como él, un dios entre los hombres, hablando con ella? Tomó un sorbo y maldijo esa repentina incapacidad para entablar conversación.

Chad se situó entre ella y un taburete vacío que había detrás de él. Sus cuerpos estaban tan cerca que Bridget percibió un aroma intenso con toques de jabón.

—¿El ron con cola es tu bebida favorita?

Bridget suspiró con nerviosismo y asintió con la cabeza.

—Me gusta mucho, pero el vodka también está entre mis preferencias.

—Ah, una mujer que comparte mis gustos. —Chad posó la mirada en sus labios y una oleada de calor se propagó por el cuerpo de Bridget al mismo tiempo que notaba una tensión en las entrañas—. Bueno, cuando te termines ese ron con cola, tendremos que pedirnos unos chupitos de vodka.

Bridget se colocó el pelo detrás de la oreja mientras intentaba contener lo que sin duda era una enorme sonrisa de idiota. Aunque suponía que esa conversación no llevaría a ninguna parte, era lo bastante madura para admitir que le gustaba que un hombre como él le prestara atención.

—Me parece bien.

—Genial. —Los ojos de Chad volvieron a ascender, se encontraron con los suyos y le sostuvieron la mirada un momento. Entonces, se inclinó hacia ella y ladeó la cabeza—. ¿Sabes una cosa? —le susurró con tono cómplice.

—¿Qué?

—El asiento que hay detrás de ti acaba de quedarse vacío. —Le guiñó un ojo y, Dios mío, qué sexi estaba cuando hacía eso—. Y hay otro libre detrás de mí. Creo que es una señal.

Bridget soltó una carcajada suave y, entonces, no pudo evitar sonreír.

—¿Una señal de qué?

—De que deberíamos sentarnos a hablar.

Bridget notó que el corazón le latía como un loco en el pecho, de un modo emocionante, como cuando era adolescente y el chico por el que estaba colada se había puesto a hablar con ella en una fiesta. Pero eso era diferente. Chad era diferente. Podía percibir la mirada ardiente con la que la observaba.

Echó un vistazo hacia la mesa en la que Shell seguía con aquel tío llamado Bill o Will.

—Entonces, tendremos que hacerle caso al universo.

Bridget se sentó y él hizo lo mismo a la vez que acercaba el taburete con la excusa de oírla mejor, aunque ella sabía que solo era una treta. Ya tenía cierta experiencia en cuanto a conocer a hombres en bares se refiere, pero Chad era increíblemente hábil. Nada de lo que le había dicho sonaba cursi en absoluto. Su voz rebosaba confianza en sí mismo y algo más que Bridget no supo precisar.

Al estar sentados tan cerca, la rodilla de él presionaba contra el muslo de ella.

—Bueno, ¿a qué te dedicas, Bridget?

Iba a decirle dónde trabajaba, pero entonces decidió no hacerlo. Estaba segura de que el hecho de que conociera a Maddie y a Chase cambiaría las cosas.

—Trabajo en el centro, de ayudante ejecutiva. Sí, ya lo sé: eso solo es una forma rebuscada de decir «secretaria», pero me encanta mi trabajo.

Chad apoyó un brazo en la barra y empezó a juguetear con el cuello de su botella de cerveza.

—Oye, mientras a ti te guste lo que haces, da igual lo que sea.

—¿A ti todavía te gusta jugar al béisbol? —Cuando a él se le dibujó una expresión de extrañeza en la cara, añadió—: Me refiero a que, después de un tiempo, los jugadores profesionales siempre dicen o que les encanta jugar o que lo odian.

—Ah, ya lo pillo. A mí me sigue encantando jugar. Los temas políticos, no tanto, pero no cambiaría lo que hago por nada del mundo. Juego a un deporte que me gusta, y me pagan por ello.

—¿Los temas políticos? —repitió Bridget con curiosidad.

—Lo que pasa entre bastidores —le explicó él tras tomar un trago de cerveza—. Los mánager, los directores, los contratos… Esas cosas no me interesan nada.

Bridget asintió con la cabeza mientras se preguntaba qué pensaría Chad del acalorado debate que ocupaba últimamente la sección de deportes de los periódicos sobre si firmaría un contrato con los New York Yankies. No era aficionada al béisbol, y había leído esa sección un día durante un almuerzo especialmente aburrido. Por lo general, iba directa a la sección de cotilleos y, ahora que lo pensaba, Chad solía aparecer mucho por esas páginas.

Mientras Bridget se terminaba su copa, él le hizo un montón de preguntas sobre su vida, y parecía realmente interesado en lo que le contaba. Cuando ella le preguntó por sus estudios, fingió no saber a qué instituto y universidad había ido, aunque sí que lo sabía, ya que eran los mismos a los que había ido Madison.

—Bueno, ¿vienes mucho por aquí? —le preguntó Bridget cuando hubo una pausa en la conversación.

Entonces, posó la mirada en la boca de Chad. Le estaba costando mucho esfuerzo no dirigir la vista hacia allí e imaginarse cómo sería sentir esos labios contra los suyos, saborearlos…

—Una vez al mes, más o menos —contestó él—. Creo que mi amigo Tony viene más a menudo.

Entonces, Bridget comprendió por qué aquel tío de pelo oscuro le resultaba familiar. Era otro jugador de béisbol.

—¿Todo el equipo suele venir aquí?

Chad soltó una carcajada profunda.

—No, a la mayoría de mis compañeros no les van este tipo de sitios.

—Ah, ¿no? Pero ¿a ti sí?

Bridget supuso que era probable que algunos de los jugadores estuvieran casados.

—Por supuesto. —Chad se inclinó hacia ella y apoyó un brazo sobre el respaldo del taburete de Bridget—. Entonces, ¿no naciste en Washington?

—No, soy de Pensilvania.

—Pues Pensilvania ha perdido un tesoro.

—Ja, ja —se burló Bridget, aunque, en el fondo, se sentía halagada. Pero, por supuesto, se llevaría esa información a la tumba—. Lo estabas haciendo muy bien, hasta que has soltado esa frase.

Chad se rio entre dientes.

—En ese caso, mantengo lo que he dicho, aunque estoy de acuerdo: esa frase ha sido penosa. —Puso una mueca de máxima concentración mientras con un dedo se daba golpecitos en la barbilla—. Veamos, ¿qué frase habría estado mejor? ¿Qué tal…?

—No, no. Dejemos las frases buenas. ¿Cuál es la peor frase de tu repertorio? Eso será más divertido.

—¿Mi peor frase? —preguntó Chad con un brillo en los ojos—. ¿Das por hecho que tengo una?

Bridget hizo un gesto con una mano para señalar a su alrededor mientras se inclinaba hacia él y apoyaba la barbilla sobre la otra mano, con el brazo contra la barra, adoptando lo que esperaba que fuera una pose seductora. Le faltaba un poco de práctica.

—Teniendo en cuenta que has admitido que vienes aquí a menudo, pues sí, creo que tienes frases mucho peores, casanova.

Y, entonces, Bridget le guiñó un ojo. Le guiñó un ojo de verdad. Rogó que él no le reprochara sus espantosas tácticas para coquetear, porque estaba segura de que había sido un intento patético.

Chad soltó una carcajada ronca y profunda que ella sintió que le retumbaba a lo largo de la espalda.

—No me gustaría malgastar mis peores frases con alguien tan sexi como tú.

Bridget no pudo contenerse, y se le escapó una carcajada.

—Buena respuesta, señor. Buena respuesta.

Ahora sonreía de oreja a oreja como una idiota; aunque, al menos, la sonrisa de Chad era igual de amplia. Caray, se había olvidado de lo divertido que era salir por ahí y coquetear con un tío listo y sexi.

Chad le hizo una reverencia en broma.

—Muchas gracias.

Dos chupitos de vodka aparecieron misteriosamente delante de ellos. Chad se rio cuando ella tuvo que bebérselo en dos tragos.

—Tramposa —se burló con una expresión traviesa en los ojos.

Bridget se abanicó con una mano mientras se reía.

—No sé cómo lo haces. Esta cosa es muy fuerte.

—Años de práctica.

—Está bien saber que tienes otros talentos aparte de jugar al béisbol.

—Tengo muchos talentos —contestó él con la mirada clavada en sus labios.

Chad le pidió un vaso de agua al camarero y luego se lo acercó a Bridget. Ella le dio las gracias con una sonrisa y tomó un sorbo.

La mirada de Chad la cautivó, y se sintió como si fuera una de las protagonistas de las novelas románticas que le gustaba leer.

—¿Sabes qué? Si usas otra frase más como esa, ganarás un juego de cuchillos.

Entonces, Chad se inclinó hacia ella, de modo que apenas los separaban unos centímetros. A Bridget se le aceleró el corazón cuando la sonrisa de él se volvió al mismo tiempo misteriosa y juguetona.

—Muchísimos talentos.

Bridget se sonrojó, aunque lo achacó al alcohol.

—Deberías saber que soy inmune a la palabrería de bar.

Eso era mentira, por supuesto, como demostraba con claridad su pulso acelerado, pero le dio igual.

Chad alargó una mano y le rozó una mejilla acalorada con los nudillos. Ella se estremeció.

—Me gusta cómo te sonrojas.

Bridget sintió que las mejillas se le ponían todavía más rojas mientras cogía el vaso de agua.

—Oye, creía que habíamos decidido dejar de lado las frases malas para ligar.

Lo miró de reojo y descubrió que la estaba observando con atención. De hecho, estaba casi segura de que Chad no le había quitado los ojos de encima durante más de unos pocos segundos.

—Eso no es divertido —protestó él, pero la risa todavía hacía que se le formaran arruguitas en las comisuras de los ojos. Entonces, le preguntó, mientras dirigía la mirada hacia el camarero—: ¿Otra copa?

Ella asintió con la cabeza y pidió algo más suave. Siguieron hablando y, antes de darse cuenta, Bridget perdió a Shell de vista por completo, ya que los clientes del club se habían congregado alrededor de la barra y ocultaban las mesas. Chad se había acercado más a ella, y ahora tenía toda la pierna pegada a la suya. El contacto hacía que le hormigueara la piel bajo el vestido.

Bridget apartó la mirada y se fijó en una pareja que estaba bailando cerca de ellos. Bueno, si se le podía llamar bailar a eso. Prácticamente estaban echando un polvo de pie y con la ropa puesta. La mujer llevaba una minifalda de tela vaquera muy subida y había enroscado una pierna alrededor de la estrecha curva de la cadera del hombre. Su pareja había introducido una mano bajo el dobladillo deshilachado de la falda mientras restregaban las caderas uno contra el otro. Bridget tragó saliva y volvió a centrar su atención en su copa.

—No puedo creer que esté empleando mis mejores armas contigo y tú no aprecies mis esfuerzos. Has herido mis sentimientos —se quejó Chad mientras se llevaba la mano al corazón fingiendo estar dolido.

Aquel tono de broma hizo que a Bridget se le dibujara una sonrisa.

—Sí, se nota que tienes problemas de autoestima.

Chad soltó una carcajada, y su sonido profundo y retumbante se fue apagando poco a poco. Entonces, se inclinó hacia ella y su expresión se volvió seria por primera vez esa noche.

—¿Puedo ser sincero contigo, Bridget?

Ella enarcó una ceja.

—¿Quiero que lo seas?

La mano de Chad le recorrió el cuello, donde el pulso le latía enloquecido, y luego sus largos dedos le rodearon la nuca.

—Te vi antes de que tú me vieras a mí. Vine a esta parte de la barra solo para hablar contigo.

Todo pensamiento coherente se esfumó de la mente de Bridget. ¿Lo decía en serio? ¿Cuánto llevaría bebiendo antes de que se conocieran? No se trataba de que ella tuviera poca autoestima. Sabía que era guapa, pero también sabía que los cuerpos como el suyo habían pasado de moda hacía décadas y que ese club estaba abarrotado de mujeres que parecían supermodelos. La clase de mujeres con las que solía ver a Chad en fotos una y otra vez.

Pero ahora él estaba hablando con ella, tocándola.

Sus labios estaban tan cerca que sus alientos se mezclaron. El ruido constante de las conversaciones y la música que los rodeaba se desvaneció.

Tal vez fuera cosa del alcohol o del hecho de que se trataba de Chad Gamble. Como cualquier mujer con ovarios, Bridget había fantaseado muchas veces con aquel playboy, pero todo eso le parecía irreal. Era hiperconsciente de lo que estaba ocurriendo y, al mismo tiempo, le resultaba inverosímil.

—Y, para que quede claro, eso no era una frase para ligar. —Chad ladeó la cabeza—. Quiero besarte.

Capítulo tres

—¿Ahora? —preguntó Bridget.

Los músculos se le tensaron, pero de inmediato se le aflojaron bajo los hábiles dedos de Chad.

—Ahora —contestó él.

Bridget echó la cabeza hacia atrás y su cuerpo se relajó contra aquella mano, se inclinó hacia las caricias y cedió ante ellas. Chad estaba tejiendo una seductora red a su alrededor que desdibujaba la realidad. Se le secó la garganta cuando los dedos de Chad le hicieron inclinar más la cabeza y empezó a notar una tensión en la boca del estómago.

—Eh…

—Solo un beso —murmuró él.

Se le cerraron los ojos cuando el aliento de Chad le rozó una mejilla. Bridget abrió y cerró las manos sobre su regazo, sin saber qué hacer con ellas.

Besar a Chad en un bar abarrotado no debería excitarla tanto. A ella no solían gustarle ese tipo de demostraciones de afecto en público y normalmente se burlaba de la gente que lo hacía (sobre todo, cuando se trataba de Madison y Chase, porque parecían incapaces de quitarse las manos de encima), pero eso…, eso era diferente, y, antes de ser consciente de lo que hacía, aceptó.

Sin embargo, no notó los labios de Chad sobre los suyos como esperaba.

Chad le rozó la curva de la mandíbula con la punta de la nariz, lo que hizo que contuviera la respiración, y luego bajó más la cabeza. Como ella tenía la cabeza inclinada hacia atrás, su cuello quedaba al descubierto. Bridget cerró los puños y, entonces, la ardiente boca de Chad se posó sobre la zona donde el pulso le latía muy rápido.

Todo el cuerpo de Bridget se estremeció como si él estuviera haciendo algo mucho más travieso en lugar de lo que en general se considera un gesto tierno. Fue un beso rápido, pero, cuando Chad empezó a levantar la cabeza, le mordisqueó el cuello y, luego, Bridget notó que le pasaba la lengua por la piel, aliviando el leve dolor. Un gemido escapó de sus labios entreabiertos.

—¿Lo ves? Solo ha sido un beso —dijo Chad con voz profunda y ronca.

Cuando Bridget abrió los ojos, descubrió que él la estaba observando con los ojos entornados.

—Eso ha…

La sonrisa de suficiencia de Chad se ensanchó mientras deslizaba sus labios sobre los de ella, rozándola apenas, lo que hizo que jadeara.

—¿Qué? ¿Ha estado bien?

—Ha sido agradable —murmuró ella.

Chad soltó una risita y de nuevo le rozó los labios con los suyos.

—Vaya, tengo que conseguir que sea algo más que agradable.

Los latidos del corazón de Bridget se aceleraron aún más.

Cuando el pelo de Chad, suave como la seda, le rozó la parte inferior de la barbilla, Bridget sintió el imperioso deseo de acariciar aquellos mechones oscuros, pero no se atrevió a moverse. Chad había deslizado los dedos en su melena y ahora le acunaba la nuca con una mano.

Hubo un momento de pausa, tan cargada de expectación y tensión ante lo desconocido que el corazón le empezó a latir a un ritmo irregular y, entonces, volvió a notar la boca de Chad contra su pulso y el cuerpo se le quedó rígido. Pero al instante Bridget se dejó llevar por las sensaciones que le producían aquellos labios cálidos y suaves. Él rodeó con la lengua la zona que había besado y luego siguió avanzando, repartiéndole besitos por el cuello, y le mordisqueó la piel con suavidad, lo que la hizo estremecer. Volvió a rozarla con los dientes al llegar a la unión entre el cuello y el hombro y soltó una risita contra su piel cuando ella jadeó de nuevo.

—¿Eso ha sido agradable? —le preguntó.

Bridget apretó los puños, con la respiración entrecortada, y contestó:

—Ha estado bien.

La boca de Chad se movió contra aquella zona sensible.

—Estás acabando conmigo, Bridget. Tenemos que conseguir algo mejor que bien o agradable.

Chad le apartó con la boca el amplio cuello redondo del vestido y dejó al descubierto más piel para sus exploraciones extrañamente tiernas y absolutamente sensuales. Le depositó un beso en la clavícula y, de repente, posó la mano libre en la rodilla de Bridget. Cuando sus dedos se deslizaron bajo el dobladillo del vestido y se curvaron alrededor de su muslo, se acordó de la pareja que había visto en la pista de baile, en lo que sin duda estaría haciendo la mano del hombre bajo la minifalda vaquera, y luego dejó de pensar. Se había adentrado en un mundo en el que solo importaban las sensaciones y el deseo…, y descruzó las piernas.

Un sonido casi animal brotó de la garganta de Chad y, si hubiera habido menos ruido en el club, la gente se habría girado a mirar. La silenciosa invitación debía haberlo afectado mucho, porque le apretó la parte inferior del muslo con más fuerza y, cuando la besó debajo de la barbilla, Bridget sintió que le abrasaba la piel.

Chad levantó la cabeza y la expresión de sus ojos no solo la enardeció…, la hizo literalmente arder. Él le tomó una mano y le rodeó los dedos con suavidad.

—Te deseo. Joder, no voy a andarme con rodeos. Te necesito. Ahora mismo.

Y ella lo deseaba a él. Un calor líquido había invadido todo su cuerpo, sus venas propagaban lava fundida por todo su ser. Ningún hombre la había hecho reaccionar con tanta rapidez.

Bridget se humedeció los labios con un rápido movimiento de la lengua, lo que hizo que los ojos azules de Chad brillaran con más intensidad. Se le formó un nudo en el estómago y el corazón le dio un vuelco.

Chad se levantó, sin soltarle la mano, pero sin ejercer más fuerza. Le estaba dando la oportunidad de negarse. Y esperó.

—Sí —aceptó Bridget.