Seducir al enemigo - Emma Darcy - E-Book

Seducir al enemigo E-Book

Emma Darcy

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Beschreibung

Daniel Wolfe oyó a Annabel Parker relatar su versión de los hechos la noche en que su hermano, un prominente político, fue encontrado muerto en la habitación de un motel. La periodista, decidida a sacar a la luz pública los manejos delictivos de Barry Wolfe, se mantenía firme en que no había habido nada de naturaleza sexual entre ambos. Pero Daniel sabía que era mentira. Su hermano, un mujeriego empedernido, jamás se habría citado con esa mujer en la habitación de un motel... a menos que el sexo estuviera por medio. A pesar de no poder negar el hecho de que le parecía intelectualmente estimulante y físicamente atractiva, Daniel estaba dispuesto a ser intransigente en su búsqueda de la verdad. Pero era demasiado tentador permitir que empleara sus métodos de seducción con él...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1997 Emma Darcy

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Seducir al enemigo, n.º 1163 - octubre 2019

Título original: Seducing the Enemy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-659-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ESTÁ acabado».

La idea le produjo una inmensa satisfacción a Annabel Parker mientras volvía a leer el resumen de su artículo para el Australian National. Está vez, había puesto a Barry Wolfe entre la espada y la pared. El actual ministro de Economía y Hacienda no podría refutar los hechos ni las cifras. No tenía necesidad de añadir una palabra más a lo que había escrito, lo había sentenciado ya.

Annabel sonrió al leer el encabezamiento de su artículo: «Sendero de Corrupción». El atractivo y carismático Barry Wolfe llevaba demasiados años engañando a la gente. Era un hombre lleno de encanto; con su sonrisa hechicera, lograba que todo el mundo lo creyera, lo perdonara y lo amase. Ya era hora de que pagara por lo que había hecho.

Con la evidencia circunstancial que presentaba, Annabel estaba segura de que Wolfe acabaría delante del tribunal de la comisión anticorrupción. Ese hombre iba a necesitar algo más que su cara bonita y su pico de oro para librarse del peso de la ley; además, el juez que presidía la comisión no era una mujer susceptible a sus encantos.

Iba a resultar interesante ver si Daniel Wolfe, abogado, saldría en defensa de su hermano. Eran polos opuestos: Daniel, ejercía leyes; su hermano, las pasaba por alto. El famoso abogado se había ganado su gran reputación a base de ganar casos perdidos. Se decía que podía transformar el negro en blanco. En cualquier caso, Annabel dudaba que incluso el formidable Daniel, abogado en Sydney, lograra sacar a su hermano de aquel apuro.

«Está acabado».

Annabel estaba segura de aquello.

Después de pasar meses siguiendo las pistas de dudosas transacciones de dinero y toda aquella tarde escribiendo el artículo, Annabel sintió una gran sensación de logro al grapar las páginas que acababa de imprimir y al meterlas en el archivador, que cerró con llave.

Trabajar en casa tenía sus ventajas, pero significaba que el artículo no llegaría a manos del editor hasta el día siguiente. De todos modos, le resultó fácil imaginar su entusiasmo al ver las consecuencias de semejante escándalo.

A Annabel no le importaba que subieran las cifras de ventas del periódico, pero sí le interesaba atacar la corrupción. La gente como Barry Wolfe se llenaban los bolsillos a costa del país.

Estaba a punto de apagar el ordenador cuando sonó el teléfono que tenía encima de su mesa de trabajo. Las agujas del reloj marcaban las diez y cuarenta y dos minutos. Lo tardío de la llamada la hizo fruncir el ceño.

Isabel…

El instinto le dijo que debía de ser su hermana gemela… y, a juzgar por la hora, debía tener problemas.

–Anna… –fue un grito desesperado y frenético.

–Sí. ¿Qué te pasa, Izzie? –el uso de sus diminutivos de la infancia enfatizó el lazo de unión que había entre ambas.

–¡Está muerto!

Annabel trató de asimilar lo que acababa de oír.

–Está muerto y no sé qué hacer.

El pánico se apoderó de Annabel. Debía de tratarse del marido de Isabel.

–¿Neil?

–¡Oh, Dios mío! Neil me va a echar de casa. Me quitará a los niños y jamás volveré a verlos –dijo Isabel con voz histérica y sollozando.

Neil no estaba muerto. Ni nadie de la familia. ¿Se trataba de algún accidente automovilístico?

–¡Isabel! –gritó Annabel para que su hermana se centrara–. ¿Quién está muerto?

–Vas a odiarme.

–¡Tonterías! No puedo ayudarte si no me cuentas qué ha pasado. ¿Dónde estás? ¿Qué ha ocurrido? ¿Quién está muerto?

–Yo… estoy en un motel cerca de tu casa… el Northgate. Estamos en la habitación veintiocho.

¿Su hermana gemela estaba con un hombre en un motel? Neil Mason iba a estrangularla. Una esposa adúltera supondría un enorme revés a la defensa de los valores de la vida familiar que Neil había utilizado para apoyar su campaña política.

–Debe de haber sido un infarto –dijo Isabel llorando–. Yo no quería… Discutimos y él, de repente, se agarró el pecho y se desvaneció. Le hice el boca a boca, lo intenté todo…

–¿Cuánto hace que se desvaneció?

–Unos quince o veinte minutos.

–¿Estás segura de que está muerto?

–Sí. No le siento el pulso, no respira, no se mueve… Murió en cuestión de segundos.

–Sal de ahí ahora mismo, Izzie. Ven andando a mi casa, es mejor que arriesgarse a tomar un taxi. Yo te llevaré a tu casa.

Su hermana lanzó otro sollozo.

–Ya da igual, alguien nos sacó una foto y se me puede identificar perfectamente. Anna, por favor, ven, te necesito a mi lado. No podría enfrentarme a esto yo sola.

A Annabel se le encogió el corazón.

–¿Era un hombre casado?

–No.

–En ese caso, ¿por qué os han sacado una foto?

–No lo sé. Estaba asustada. Quería marcharme y discutimos. Él se rió de mí. La situación empeoró y entonces…

¿Se trataba de un chantaje? ¿Había seguido alguien a su hermana con el propósito de atacar la puritana política de Neil?

–Izzie, ¿quién es tu Romeo muerto?

–Sabía que te parecía un ladrón, Anna, pero también era…

–¿Quién es? ¡Dime su nombre!

–Barry Wolfe.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

CÓMO que está muerto? –preguntó Daniel Wolfe con angustia e incredulidad, a pesar de no tener motivos para dudar de la palabra del periodista que le había llamado por teléfono.

Jack Mitchell era un reportero serio y de gran prestigio, nada dado al sensacionalismo. En las entrevistas que Daniel le había concedido en varios juicios renombrados, Jack Mitchell siempre se había mostrado objetivo y fiel a los hechos. El problema era que a Daniel le resultaba inconcebible que Barry estuviera muerto.

–Ha ocurrido en el motel Northgate –respondió el periodista–. No está lejos de donde estás tú, en Neutral Bay.

Daniel respiró profundamente con el fin de recuperar la compostura.

–Sí, lo sé –le vino a la mente un complejo de edificios de estilo español.

–Estaba con una mujer. Aún no conozco los detalles, pero no sería la primera vez que un hombre muere haciendo el amor, Daniel.

–¿Un infarto?

Seguía pareciéndole increíble. Solo un par de semanas atrás había participado en una prueba de surf. Estar en buena forma física había sido muy importante para Barry.

–Eso parece. El encargado del motel ha sido quien ha notificado a la policía su muerte. Yo ya estoy de camino a Northgate; es una noticia importante, Daniel. Puedes estar seguro de que empezará a llamarte más gente.

–Sí –como el otro miembro famoso de la familia, Daniel estaba seguro de que se hablaría de él–. Gracias por… avisarme.

–Siento haberte dado esta mala noticia, pero no podía hacer otra cosa.

–Te lo agradezco de verdad.

Daniel colgó el teléfono despacio mientras intentaba aceptar los hechos. Después, conectó el contestador automático. Era mejor no contestar ninguna llamada hasta haber pensado muy bien qué iba a decir.

Barry estaba muerto a los cuarenta y dos años, en el punto álgido de su vida.

Daniel sacudió la cabeza. Barry siempre había sido un poco Peter Pan, con una incontenible vitalidad que le sacaba de sus problemas, una sonrisa traviesa en su rostro y un brillo en los ojos desafiante. Era casi imposible imaginarlo muerto. Que hubiera fallecido con una mujer a su lado… ¿Y con qué mujer?

Debía de tratarse de una mujer casada. ¿Por qué si no un motel? Barry nunca había mostrado discriminación en sus conquistas, ningún respeto por el anillo de matrimonio. Nada de lo que hiciera en su vida sexual podía sorprenderlo; sin embargo, las circunstancias de su muerte conducirían inevitablemente al escándalo.

A su padre le costaría soportarlo.

Su madre probablemente reiría y lo consideraría un final apropiado para la vida de su querido hijo, el placer hasta el fin. Con cuatro maridos a sus espaldas, Marlene se dedicaba a los jovencitos y, sin duda, le gustaría acabar sus días como lo había hecho su hijo.

Daniel no esperaba mucho sufrimiento por parte de ninguno de los dos padres. No era justo, pensó Daniel, como había hecho en numerosas ocasiones a lo largo de los años al reflexionar sobre la falta de disciplina con que la caprichosa madre de Barry lo había tratado y la fría tolerancia de su padre respecto a él. No era culpa de Barry ser como había sido; a pesar de que era imposible negar sus muchos defectos, que le habían llevado a aquel trágico final.

No obstante, le parecía mal no hacer nada cuando todos los buitres se arremolinarían alrededor de su cadáver para sacar lo que pudieran de él. Debía ir al motel para conferir cierta dignidad a la situación. Quizá también pudiera hacer algo por la mujer que había estado con él, nadie merecía ser destrozado en público.

El contestador automático se puso en marcha tras una llamada. Daniel se levantó y salió de su oficina, donde había estado preparando su sesión del día siguiente en un juicio. Aquella noche debía dedicársela a Barry, ya que nadie más iba a hacerlo.

Era casi medianoche cuando llegó al motel, que estaba rodeado de coches de policía, vehículos de cadenas de televisión, reporteros y fotógrafos, además de grupos de curiosos atraídos por aquella desacostumbrada actividad.

Daniel se acercó a la zona que la policía había acordonado que impedía a la gente acercarse a la ambulancia. Después de identificarse, un policía lo acompañó al interior de la habitación en la que su hermano había fallecido.

Los diez minutos siguientes le parecieron irreales. Lo único que realmente asimiló fue el hecho de que Barry estaba realmente muerto. Los paramédicos se llevaron al difunto en una camilla y, bajo la vigilancia de Daniel, se mantuvo un mínimo decoro hasta que la ambulancia desapareció.

A la mujer la habían trasladado a una habitación contigua. Un policía le preguntó a Daniel si quería estar presente en la declaración que iban a tomarla. Decidido a oír lo que fuera y a tomarlo lo mejor posible, Daniel accedió inmediatamente.

El corazón le latió con fuerza al identificar a la mujer. ¡Isabel Mason! La supuestamente purísima esposa de uno de los políticos más puritanos del gobierno actual. Desde luego, Barry se había ido al otro mundo de forma espectacular. Ese escándalo iba a alcanzar proporciones épicas.

Le sorprendió verla tan compuesta: sentada a la mesa, bebiendo una taza de té o café. Habría esperado verla bañada en lágrimas o histérica, pero ni siquiera le temblaba la mano. Una mujer policía estaba sentada a su lado, pero a Daniel le pareció que no necesitaba consuelo.

–¿Señorita Parker?

Isabel Mason miró directamente al policía, respondiendo a ese nombre.

–¿Podemos empezar ya?

¡Se habían dirigido a ella! ¿Cómo era posible que se le hubiera ocurrido utilizar un nombre falso?

–Sí –respondió ella secamente. Después, miró fijamente a Daniel, claramente esperando a que lo identificaran.

–Es el hermano del fallecido, Daniel Wolfe –explicó el policía–. Señor Wolfe, la señorita Annabel Parker.

¿Annabel Parker? ¿La periodista que había estado haciendo preguntas e investigando unos dudosos negocios de Barry?

La mujer volvió la mirada al policía y empezó a relatar su encuentro con Barry.

Daniel se sentó. Ya le había quedado claro que esa mujer no era Isabel Mason, a pesar de tener el mismo glorioso cabello pelirrojo que le acariciaba los hombros. Y los mismos rasgos, aunque en esa mujer la estructura ósea era más pronunciada y limpia. Pero la diferencia más pronunciada estaba en su personalidad. La mente de esa mujer tenía una fuerza brutal, a años luz de la suave y manejable feminidad de la esposa de Neil Mason.

Mientras aquella mujer hablaba, Daniel se fijó en sus labios. Pronunciaba las palabras con precisión, sus labios firmemente esculpidos, sin rastro de vacilación ni incertidumbre. Daniel escuchó lo que decía, fascinado por la objetiva y clara lógica del relato del incidente. Ladrillo a ladrillo, construyó los convincentes cimientos de su también convincente conclusión. Fue una actuación de primera.

Tan pronto como le vino a la mente la palabra «actuación», ella volvió a mirarlo, desafiándolo con los ojos a que la desmintiera.

Daniel no dijo nada, la mujer le tenía tan intrigado que lo único que quería hacer era mirarla. Una mujer magnífica. Una persona única. Jamás había conocido a nadie como ella.

Iba vestida de negro, con un jersey que realzaba sus extraordinarios redondos pechos. Una falda corta y estrecha mostraba unas largas y bien formadas piernas enfundadas en unas medias negras. Era alta, apropiada para él. ¿Qué se sentiría abrazado a esa mujer que rezumaba tan misteriosa energía? Toda una aventura digna de vivir.

Annabel Parker había logrado engañarlos a todos.

Ni el mismo Barry podría haberlo hecho mejor, y eso que había sido un genio manejando a la gente. El relato del incidente estaba carente de sexo por completo. El único escándalo que de él podía derivarse era de tipo político, y eso ya se veía venir.

¡Bravo, Annabel Parker!

La verdad, fuera la que fuese, había quedado oculta.

Daniel sabía que la mujer mentía.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

LIBERTAD…

Annabel lanzó un suspiro de satisfacción. Era maravilloso no tener que estar en guardia todo el tiempo. Le invadió una inmensa sensación de tranquilidad en aquel hermoso lugar al norte de Queensland, a miles de kilómetros del frenesí y los escándalos de Sydney. Desde ese rincón de su cabaña, donde solo una rejilla contra insectos se interponía entre ella y el esplendor de la vista, podía ver el mar detrás de la exuberante vegetación y sentirse al margen de la corrupción de la sociedad del hombre.

Por supuesto, era una ilusión. La cabaña era parte de un complejo turístico que se beneficiaba precisamente de crear esa ilusión. No obstante, habían cuidado muy bien que armonizara con la naturaleza.

Aquel era el único lugar del mundo donde dos maravillas de la naturaleza se tocaban: El Gran Arrecife y la selva Daintree. Y el complejo turístico Coconut Beach Rainforest ofrecía disfrutar de esa experiencia con las comodidades del mundo moderno.

Solo se oía a los pájaros y a los animales. No había televisiones ni teléfonos en las cabañas de los que allí se hospedaban. Tampoco había periódicos.

Paz… un paraíso para Annabel.

Las semanas siguientes a la muerte de Barry Wolfe habían sido muy ajetreadas y tensas. Por suerte, todo había quedado atrás: la frenética sustitución de ella por su hermana en el motel aquella fatídica noche, la tensión de tener que hacer una declaración a la policía y la interminable inquisición a la que los medios de comunicación la habían sometido.

Annabel pensaba que se había ganado de sobra aquel descanso.

Isabel ya estaba a salvo. Las dos podían relajarse. Si la fotografía que habían sacado a su hermana gemela y a Barry Wolfe entrando a la habitación del motel hubiera podido cuestionar su declaración, ya habría salido a relucir o la habrían utilizado para un chantaje. El peligro había pasado. Neil Mason no descubriría jamás que su esposa había coqueteado con la infidelidad. Barry Wolfe estaba muerto y bajo tierra.

Annabel no le había deseado la muerte; sin embargo, no la lloraba. El mundo era un lugar mejor sin él.

Quizá había sido demasiado escrupulosa al no permitir que se publicara su artículo. El editor casi había echado espuma por la boca. Había trabajado muy duro para poner al descubierto los ilegales manejos de Barry Wolfe y cabía la posibilidad de que hubiera sido poco profesional por su parte no dejar que se publicara el artículo; no obstante, cuando a la mañana siguiente de la muerte de Wolfe hubo que decidir si se publicaba o no, hacerlo le había parecido de una insensibilidad innecesaria.

El hombre estaba muerto. Y no era eso solo, su hermana y ella se habían visto implicadas en el escenario de su fallecimiento. Era demasiado personal. Además, no se ganaba nada desde un punto de vista moral con la pública destrucción de la carrera política de Barry Wolfe dado que esa carrera política había muerto con él.

Lo único que ella había querido había sido descubrir la verdad y que la corrupción llegara a su fin. Y eso estaba hecho.

Además, a pesar de haber impedido la publicación de su artículo, se había visto obligada a referirse a su trabajo de investigación, ya que los medios de comunicación le habían exigido que revelase el motivo de su encuentro, percibido como clandestino, con Barry Wolfe. Eso en sí, además de detalles de su trabajo, habían disparado una investigación.

El fallecimiento del ministro de Economía y Finanzas había expuesto la corrupción de sus camaradas. Sin que su persona pudiera protegerlos, los implicados ahora se veían obligados a dar explicaciones al nuevo ministro, que exigía responsabilidades.

Pero Annabel ya no tenía que preocuparse por eso, había logrado lo que se había propuesto. Ahora, podía respirar aquel aire fresco y disfrutar.

El ocaso teñía el mar. Era hora de ir al comedor, cerca de la playa, para cenar. Aunque los senderos estaban apropiadamente iluminados, Annabel prefería ir antes de que oscureciera del todo para saborear el ambiente de la selva que la rodeaba.

Su cabaña estaba encima de una colina. El día anterior, a su llegada, el mozo había hecho un comentario sobre su aislamiento y le había preguntado si le preocupaba estar tan sola. Annabel le sonrió y negó con la cabeza. La soledad era justo lo que deseaba.