Seirei Gensouki: Crónicas de los espíritus Vol. 1 - Yuri Kitayama - E-Book

Seirei Gensouki: Crónicas de los espíritus Vol. 1 E-Book

Yuri Kitayama

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Beschreibung

Rio es un niño huérfano que malvive en uno de los peores barrios de la ciudad. De repente, al cumplir la edad de siete años, descubre que es la reencarnación de Haruto Amakawa, un estudiante universitario japonés con un trágico pasado. Mientras se recupera de esta impactante revelación, Rio descubre que posee unos misteriosos poderes que usa para ayudar a la resolución del secuestro de una influyente persona en el Reino. Como recompensa a sus actos, le permiten inscribirse en la academia más prestigiosa de todo el país, reservada únicamente para los aristócratas. 

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Volumen 1

Yuri Kitayama

Ilustraciones: Riv

Contenido

Prólogo

Capítulo 1: Vida pasada

Capítulo 2: Otro mundo

Capítulo 3: Falsa acusación

Capítulo 4: Inscripción en la Academia Real

Capítulo 5: Cinco años después

Capítulo 6: Prueba de campo

Capítulo 7: La verdad entre las mentiras

Epílogo

Notas finales

Prólogo

En un mundo no muy lejano a la Tierra…

Había un niño.

Un niño que sabía que aquel mundo putrefacto no tenía salvación.

Un mundo donde los fuertes comían, mientras que los débiles eran comidos. Esa era la irracional ley que lo regía. Rebuscar entre las sobras, mendigar por las calles, ser atacado violentamente y ser obligado a delinquir… Todos los días, aquel niño era tratado como un esclavo. Pero, aunque su mente ya estaba agotada por todos esos abusos, aquel niño seguía teniendo sed de algo más.

Quería vivir… Vivir y matar a cierto hombre. Y, para conseguirlo, no dudaría en beber incluso aguas fecales si ello le permitía acercarse a su objetivo.

Aquel niño acabó aferrado a un único deseo…

El sol de la mañana brillaba a través de la ventana de una habitación, iluminando tenuemente su interior. El olor a óxido impregnaba cada centímetro del lugar. Por el suelo había cadáveres diseminados bañándolo en sangre y, en uno de los rincones, había un saco. El tamaño de aquel saco era suficiente para que cupiera un niño pequeño.

—¡Mmm! ¡Mmm!

Un sonido sordo salió del interior del saco, que no dejaba de retorcerse. Al ver aquello, el corazón de aquel niño retumbó en su pequeño pecho. Contuvo la respiración en un intento de dejar de temblar y se acercó al saco. Y, tal y como sospechaba, al abrirlo y mirar en su interior pudo ver a una hermosa niña acurrucada dentro de él. Llevaba puesto un hermoso vestido similar al que vestían las sacerdotisas. Su cabello era de color lavanda y sus ojos, púrpuras.

«Ah, lo sabía», pensó aquel chico.

Por supuesto que lo sabía…

«Este mundo…», pensó.

«…No tiene salvación».

Capítulo 1: Vida pasada

1

Varios años antes, en un caluroso y luminoso día de verano, en una zona residencial de Japón, el sol brillaba sobre el asfalto de una calle.

En aquel lugar, un niño y una niña se despedían con lágrimas en los ojos.

—¡No te vayas, Haru! —imploró la niña mientras lloraba y se aferraba a aquel niño frente a la furgoneta de mudanzas. La niña se llamaba Miharu Ayase y tenía siete años.

—No llores, Mii —dijo el niño—, estoy seguro de que nos volveremos a ver, ¿vale? —añadió mientras abrazaba a la chica, intentando que dejara de sollozar.

Él se llamaba Haruto Amakawa y en aquel momento también tenía siete años.

Haruto estaba a punto de mudarse al campo junto a su padre. Sus padres se estaban divorciando y no sabía cuándo podría volver a ver a Miharu, ya que no tenían planes de regresar pronto. Su madre, en cambio, se quedaría viviendo por la misma zona junto con su hermana pequeña y, dado que sus padres ya habían rescindido el contrato de alquiler, había poco que un niño como él pudiera hacer.

En aquel momento, el padre de Haruto y los padres de Miharu observaban la escena con tristeza.

—¡No! ¡No quiero que te vayas, Haru! —suplicó Miharu entre sollozos.

Ver sus lágrimas hizo que Haruto deseara también llorar, pero no lo hizo. Quería aparentar que era fuerte delante de Miharu. Es por ello por lo que siguió fingiendo delante de ella, mientras le decía que todo iría bien y que se volverían a encontrar. Aunque, en el fondo, también quisiera dejar escapar sus propias lágrimas.

Haruto amaba a Miharu… y Miharu amaba a Haruto.

¿Fue la suerte o el destino lo que los unió? Sus padres se mudaron al mismo edificio cuando acababa de ser construido y alquilaron sus respectivos apartamentos, uno al lado del otro. Después de eso, tuvieron a sus hijos el mismo año y durante la misma estación. Gracias a esa serie de acontecimientos, las dos familias acabaron siendo amigas. Incluso el nombre de ambos fue elegido por la misma razón, y es que el nombre de ambos contenía la palabra «haru», que en japonés significa primavera, la estación en la que ambos nacieron. Dado que los padres de Haruto trabajaban a tiempo completo, a menudo dejaban al niño en casa de Miharu y fue de esa forma como los dos se criaron juntos desde pequeños. Debido a todas estas circunstancias, los dos eran el más claro ejemplo de lo que era un amigo de la infancia.

Fue probablemente esa la razón por la que los dos se sintieron atraídos el uno por el otro, incluso antes de que ellos mismos fueran conscientes de ello. Aunque no tenían ni idea de lo que significaba el amor en aquel momento, sabían que eran realmente especiales el uno para el otro. No importaba si tenían o no una razón para enamorarse, lo hicieron.

Estaban, simple y llanamente, locos el uno por el otro.

—Haru, Haru… Por favor, quédate conmigo…

Haruto deseaba hacer algo para detener las lágrimas de Miharu. Verla así de triste hacía que él también entristeciera. Se sentía impotente, ¿qué podía hacer? Ni tan siquiera pudo impedir tener que despedirse de su querida amiga de la infancia. Con ese pensamiento, Haruto apretó su puño.

Haruto era feliz simplemente estando junto a Miharu, pero eso ya no era posible para él. En cambio, tarde o temprano, llegaría el día en el que podrían estar juntos de nuevo. Un día en el que podría estar junto a Miharu y caminar a su lado para siempre. Era por eso que lo único que podía hacer en aquel momento era transmitirle sus sentimientos.

—¡Cuando crezca, volveré y entonces, nos casaremos! —declaró Haruto, haciendo acopio de todo el valor que tenía para hacer la primera y última confesión de su vida—. De esa manera, siempre estaremos juntos ¡y así podré protegerte con mi vida!

Al decir esas palabras pudo escuchar los latidos de su propio corazón.

—¿Te… parece bien? —preguntó Haruto con voz temblorosa.

Parecía que Miharu había dejado de llorar en algún momento y se había quedado mirando fijamente a Haruto.

—Sí —contestó después de un rato, con una deslumbrante y brillante sonrisa—. ¡Sí! ¡Yo también quiero casarme contigo!

Verla sonreír hizo a Haruto la persona más feliz del mundo, y pensó que cumpliría aquella promesa sin lugar a duda. No importaba cuántos años pasaran… él la protegería, protegería aquella sonrisa. Y así, con esa promesa y un pequeño beso de despedida, Miharu y Haruto se separaron.

Aquella era una promesa débil y fugaz, sin ningún poder vinculante. Era una promesa inocente hecha cuando todavía no eran conscientes de lo que les depararía el futuro… Pero aquella promesa se quedó grabada en lo más profundo del corazón de Haruto y le sirvió como apoyo para seguir con su vida hasta un extremo casi insensato.

Después de que los dos se separaran, el joven Haruto hizo todo lo posible para seguir adelante, soñando todos los días con el momento en el que él y Miharu pudieran reencontrarse al fin. Quería verla… pero si quería conseguirlo no podía dudar. Cuanto más se esforzara, más cerca estaría de poder verla de nuevo. Y con ello en mente, se volcó en sus estudios y en las tareas de la granja familiar en la que vivía. Su abuelo era un hombre estricto, que le enseñó incluso antiguas artes marciales que le permitían entrenar no solo su cuerpo, sino también su mente, algo raro de ver hoy en día. Gracias a ello, Haruto pudo convertirse en una persona diligente y honesta. Sus increíbles esfuerzos no cayeron en saco roto y su padre acabó reconociéndolos, permitiéndole matricularse en uno de los más famosos institutos de la ciudad en la que Miharu y él crecieron. Como resultado de todo aquello, Haruto pudo ver una vez más a Miharu, aunque fue de la manera más impactante posible…

En otro sorprendente giro del destino, acabaron matriculándose en el mismo instituto.

Aunque estaban en clases diferentes, al ver el nombre de Miharu escrito en una de las listas, no pudo más que quedarse congelado en el sitio. Se quedó sin aliento ante la visión de Miharu vestida con el uniforme escolar. A pesar de todo el tiempo que había pasado, estaba seguro de que era ella, nunca podría confundirla con otra persona, porque para él ella era la persona más importante del mundo.

Estaban tan cerca el uno del otro… y a la vez tan lejos.

Su pelo negro, liso y brillante caía por su espalda. Sus rasgos faciales eran elegantes y refinados, y su piel era blanca como la nieve. Era un poco baja, pero su figura estaba bien equilibrada y, aunque parecía algo reservada, tenía un inocente atractivo que cautivaba las miradas de todos a su alrededor.

Miharu había crecido y se había convertido en una atractiva joven, tal y como él había imaginado.

Haruto sintió que el corazón le daba un vuelco, abrumado por la alegría que sentía al poder ver de nuevo a su amiga de la infancia, pero al mismo tiempo, recibió un fuerte golpe… Y es que junto a Miharu había un chico que no conocía. Ver como Miharu hablaba despreocupadamente con aquel desconocido sacudió a Haruto en lo más profundo de su corazón. Esto hizo que perdiera todas las ganas de hablar con ella durante la ceremonia de ingreso. Aquel día, Haruto regresó a casa solo, sumido en sus pensamientos…

No esperaba que aquella promesa se pudiera cumplir nada más reencontrarse con ella… pero todos los recuerdos que tenía sobre Miharu eran especiales para él. Y fue precisamente gracias a esos recuerdos por lo que pudo avanzar hasta donde se encontraba sin vacilar ni una sola vez. La simple idea de que Miharu hubiera podido olvidar aquella promesa y de que ya no hubiera un lugar para él junto a ella, lo hizo sentir que estaba perdiendo el rumbo. Era posible que nunca pudieran volver a tener la misma relación que en el pasado. Incluso podría ser que Miharu ya hubiera encontrado una persona a la que amar… y que Haruto hubiera sido el más tonto de los dos por albergar aquellos inocentes sueños.

Pero, a pesar de todo, seguía deseando hablar con Miharu, por lo que intentaría reunir el coraje necesario para intentarlo al día siguiente.

Fue entonces… cuando Miharu desapareció.

Después de la ceremonia de ingreso empezó a faltar a clase hasta que, un día, repentinamente, se esfumó.

Hubo algunos estudiantes más que, como Miharu, desaparecieron, pero el instituto se negó a dar ningún detalle de lo sucedido, alegando que ante todo lo principal era la protección de la información personal de los alumnos. Como él no era más que un simple estudiante de secundaria en aquel momento, Haruto no pudo hacer nada más que observar cómo transcurría el tiempo sin que apareciera ninguna pista o indicio de lo que había pasado, hasta el punto de que Haruto empezó a sentirse avergonzado de sí mismo. No podía evitar preguntarse: «¿Por qué no hablé con Miharu durante la ceremonia de ingreso?».

Si hubiera hablado con ella aquel día, en aquel momento, quizás el futuro podría haber sido diferente…

Por supuesto, él no tenía ninguna prueba de que algo así pudiera ser cierto, pero no podía evitar pensarlo. Sumido en el más absoluto arrepentimiento, los sentimientos de Haruto por Miharu se intensificaron y se retorcieron.

No podía rendirse. No quería rendirse.

Un silencioso grito lleno de agonía vibró en su interior. Ya había recibido algunas declaraciones amorosas de alguna otra chica, pero la simple idea de un futuro sin Miharu lo sumía en un terrible pozo de pánico y culpa. Sin embargo… a pesar de esos sentimientos, no había nada que pudiera hacer para encontrarla. Sin un camino que seguir, Haruto se fue aislando cada vez más del mundo que lo rodeaba.

2

Habían transcurrido cuatro años desde la desaparición de Miharu.

Haruto era ya un joven de veinte años que asistía a la universidad local. Pero el tiempo se había detenido para aquel joven. Asistía a las clases, pero la realidad era que no se esforzaba en sus estudios y no tenía ninguna ambición en la vida, aparte de tener un trabajo a tiempo parcial en una pequeña cafetería que estaba de moda en su ciudad. Se levantaba por la mañana, iba a clase, después iba a trabajar y volvía a casa. Cada día repetía la misma rutina una y otra vez. Cualquier persona ajena que lo observara, seguramente pensaría que Haruto era el típico estudiante universitario, pero nada más. Haruto vagaba por el mundo sin rumbo y sin objetivo. Y así, la vida siguió su curso… hasta aquel día.

Era verano. Igual que el fatídico día en el que se separó de Miharu, el sol se cernía y brillaba con fuerza sobre el asfalto. Al contrario de lo que pasaba con aquel clima estival, la expresión de Haruto mientras subía al autobús cerca de la universidad era fría como el hielo. Todavía era temprano y el autobús estaba casi vacío. Después de que unas cuantas personas más subieran y bajaran, quedaron solo tres pasajeros a bordo. Haruto, una estudiante que debía de volver a casa después de las actividades extraescolares y una niña de primaria. En aquel autobús, aparte del ocasional anuncio de la siguiente parada por megafonía, el sonido del motor era lo único que se oía mientras Haruto miraba el paisaje por la ventana.

—¿Mmm?

De repente, Haruto se dio cuenta de que alguien lo estaba mirando. Al otro lado de aquella mirada se encontraba una niña en edad escolar.

«Si mal no recuerdo… se llama Endo Suzune», pensó Haruto.

Conocía a aquella niña. En una ocasión, se quedó dormida durante el trayecto y se saltó su parada, rompiendo a llorar al darse cuenta de que estaba perdida, y fue Haruto quien la había ayudado a volver a casa. De vez en cuando coincidían el mismo autobús y ella no le quitaba el ojo encima en todo el trayecto, como si estuviera impresionada. Esta vez, sin embargo, Haruto le devolvió la mirada provocando que la pequeña entrara en pánico y apartara rápidamente la vista.

«¿Habré hecho algo mal…?», pensó.

Por supuesto, por más que lo pensara, no se le ocurría nada. La única vez que había hablado con aquella niña fue cuando la salvó. Aquel día la llevó a su casa y su madre le agradeció su ayuda, por lo que le resultaba imposible pensar que hubiera hecho algo mal.

¿Se lo estaría imaginando todo? Muchas veces pensó en preguntárselo directamente, pero no quería acercarse más de lo necesario e intimidarla sin querer. Después de todo, había muchos pedófilos sueltos.

«Lo mire por donde lo mire, solo un pervertido hablaría en un autobús con una niña que apenas conoce, ¿no? Sí, será mejor obviarlo», pensó Haruto algo frustrado por la situación.

Finalmente, se rindió con un pequeño suspiro cargado de tristeza, tratando que la mirada de Suzune saliera de su mente.

—¡Ah!

De repente, el autobús se sacudió. Sintió cómo se elevaba antes de que un intenso dolor le recorriera todo el cuerpo. A continuación, fue lanzado por los aires y se estrelló contra el techo.

—Qué…

Todo le dolía. No podía respirar.

Sentía como si su cuerpo ardiera, como si estuviera inmerso por completo en agua hirviendo. El interior del autobús estaba completamente destrozado y aplastado, y su visión cada vez se volvía más oscura mientras su conciencia se desvanecía.

—¿Un… accidente?

A pesar de que le costaba mantener la consciencia, Haruto logró dilucidar de alguna manera lo que había pasado. Estaba seguro de que lo más probable era que muriera. Esperaba que su cuerpo empezara a dolerle terriblemente, pero en cambio, estaba perdiendo lentamente sus sentidos. Se podía decir sin miedo a equivocarse que se encontraba a las puertas de la muerte y, cuando pensó en ello, sintió miedo.

—¡Aaah…! ¡Argh…!

Haciendo acopio de las últimas fuerzas que le quedaban intentó abrir la boca, pero lo único que consiguió fue una tos llena de sangre.

«Mii…».

Intentaba gritar con todas sus fuerzas el antiguo apodo de Miharu, y de uno de sus ojos escapó una lágrima que acabó mezclada con su sangre.

Justo en el instante en el que estaba a punto de perder el conocimiento…

—Haru…

Una hermosa voz resonó dentro de su cabeza. Al mismo tiempo, un enorme y circular patrón geométrico surgió del suelo envuelto en una halo de luz cegadora.

Y ahora, las noticias. Un camión ha chocado con un autobús en el área metropolitana de Tokio hoy a las 15:23 horas. Se ha confirmado la muerte de los tres pasajeros que se encontraban a bordo del autobús en el momento de los hechos. Los conductores de ambos vehículos han sobrevivido, aunque ambos se encuentran en estado crítico. Se ha determinado que la causa del accidente fue que el conductor del camión se quedó dormido al volante…

Capítulo 2: Otro mundo

1

Año 989 de la Era Sagrada.

En el continente de Euphelia se encontraba el Reino de Beltrum y su capital Beltrant, situada en la región de Strahl, al oeste del continente.

En aquellas tierras, una madre y su hijo vivían modesta pero felizmente en una pequeña casa. La madre era una mujer encantadora y hermosa, y su hijo era también un niño atractivo, con rasgos andróginos, que probablemente había heredado de ella.

Era un día de verano…

—Dime, mamá, ¿por qué tenemos el pelo negro? Ninguna de las demás personas tiene el pelo del mismo color que nosotros —preguntó el niño mientras miraba con sus ojos color caramelo a su madre.

Tenía razón. En la capital, donde ellos vivían, eran las únicas personas que tenían el pelo negro. Y por esa razón llamaban bastante la atención.

Ante aquella pregunta, la madre de aquel niño no pudo evitar preocuparse.

—Sí, tienes razón, Rio —dijo ella, tomándose un momento antes de seguir hablando—. Supongo que es porque tu padre y yo vinimos de un lugar muy lejano.

—¡Oh! ¿Así que todas las personas que viven muy lejos de aquí tienen el pelo negro?

—Sí, así es. No solo es nuestro pelo, también el pelo de tu padre era negro… al igual que el de tus abuelos… —respondió ella cariñosamente.

Cuando su hijo, que tenía el nombre de Rio, preguntó aquello con tanta curiosidad, no pudo evitar sonreír. Y verla sonreír hizo tan feliz al pequeño que él también le devolvió la sonrisa.

—¡Ah! Algún día me gustaría conocer a los abuelos.

—Sí… Eso sería maravilloso… —respondió su madre—. Te llevaré a verlos cuando seas mayor, viven en un lugar llamado Yagumo. —Su sonrisa se diluyó poco a poco a causa de la preocupación.

—¿De verdad? ¿Me lo prometes?

—Sí, te lo prometo.

2

Dos años después, en el año 991 de la Era Sagrada, al inicio de la primavera…

En uno de los peores barrios de Beltrant, la capital del Reino de Beltrum, vivía un huérfano que se encontraba acurrucado en un rincón de una oscura y cochambrosa cabaña.

—Ah… ah…

Aquel chico no dejaba de jadear y sus mejillas estaban completamente rojas, como si estuviera siendo atormentado por una serie de horribles pesadillas. Los sucios harapos que llevaba puestos estaban empapados de sudor y, a simple vista, estaba claro que tenía fiebre. También había rastros que indicaban que varias personas más vivían en aquella cabaña, pero parecía que ninguna había tenido la más mínima intención de atender y cuidar de aquel niño, dado que en aquel momento no había nadie más presente. ¿Cuánto tiempo llevaría solo?

No parecía haber una respuesta razonable a aquella pregunta, pero lo único cierto es que aquel niño estaba solo, tirado en el frío suelo con apenas una capa de ropa con la que poder calentarse. No habría sido extraño que hubiera muerto allí mismo, sin embargo…

Una cálida y suave luz comenzó a brillar, arropando el cuerpo de aquel niño. Aquel calor era totalmente diferente al que, a causa de la fiebre, había estado atormentándolo hasta hacía un momento… Era tan reconfortante y tranquilizador que provocaba que cualquiera quisiera entregarse a la luz. Poco a poco, el color volvió a la cara del niño y se estabilizó su respiración. Sorprendentemente, la fiebre que hasta hacía unos instantes aquejaba su cuerpo había desaparecido por completo. La luz que lo había cubierto también se apagó tras un leve destello.

—Mmm…

Al cabo de unos instantes, abrió los ojos lentamente. Tumbado de espaldas, parpadeó un momento hasta que su visión se aclaró y, frente a sus ojos, divisó un techo de madera débilmente iluminado. Su mente todavía seguía confusa, y no le dejaba pensar con claridad. Era cierto que la fiebre había remitido, pero no así sus consecuencias. Todavía estaba débil. Agobiado por el cansancio que sentía, el chico se quedó mirando el techo mientras lo invadía una tremenda sensación de fatiga. Cuando su mente logró despejarse un poco para poder pensar con algo de claridad, se incorporó con dificultad hasta sentarse y empezó a evaluar la situación.

—Ah…

No pudo reprimir una mueca de dolor, cuando un chasquido sordo proveniente de sus músculos azotó todo su cuerpo. Puede que aquel dolor fuera a causa del resfriado que había pasado o por el simple hecho de haber tenido que dormir en el suelo. Al mirar a su alrededor pudo ver una lúgubre habitación que estaba amueblada con algunos muebles de muy mala calidad y que estaban colocados en el centro de la misma.

—Esto es…

Aquella habitación le resultaba familiar… Y, sin embargo, algo no encajaba. Sabía perfectamente que había vivido allí durante un tiempo, pero… sentía que era la primera vez que la veía. No debería ser posible, pero era como si al mismo tiempo tuviera dos conciencias distintas dentro de él…

Algo lo hacía dudar o, más bien, lo estaba confundiendo. Mientras miraba aturdido aquella habitación, un olor a putrefacción de comida y bebida en mal estado llegó hasta él y, casi al mismo tiempo, se dio cuenta de que aquellos harapos que llevaba por ropa estaban empapados en sudor. No pudo evitar mostrar su desagrado.

Respiró profundamente y se desplomó en el suelo; simplemente le apetecía estar tumbado un poco más. A continuación, levantó la mano, la puso frente a él y se quedó mirándola fijamente.

Sin lugar a duda era su mano… Estaba seguro de ello, era la mano de un niño de siete años.

Pero, a pesar de todo, algo no estaba bien…

Intentando ignorar el incesante dolor de cabeza, el chico volvió a sumergirse en sus pensamientos…

«¿La mano de un niño? Espera… Yo…», pensó mientras observaba la mano.

Rio se llamaba aquel niño. Era un huérfano que vivía en una zona deprimida de la capital del Reino de Beltrum y que había jurado vengarse de cierto hombre. Esa fue la razón que lo ayudó a sobrevivir, agarrándose a un clavo ardiendo. Ese era el tipo de existencia y mala vida que hasta ese momento había llevado…

Pero si eso era cierto… ¿por qué tenía los recuerdos de otra persona? Aquellas memorias eran de una persona que había vivido en un mundo totalmente distinto al suyo, en una civilización que él desconocía y con un nivel tecnológico que le era totalmente insólito…

Por su mente pasaron fragmentos de esas memorias… Parecían demasiado reales como para ser obra de la imaginación de un niño. Aquellas escenas mostraban la vida de una persona completamente diferente, la de alguien que se llamaba Haruto Amakawa. Según los recuerdos que tenía de él, aquel chico era un estudiante universitario de veinte años. Pero no se trataban de simples recuerdos, incluso ahora mismo, era como si Rio estuviera viviendo aquella vida, como si todos aquellos recuerdos hubieran ocurrido hacía un instante. Al darse cuenta de esto, la inquietud se apoderó de Rio, sacudiendo todo su cuerpo con violencia.

—¿Qué es lo que me pasa? ¿En qué estoy pensando? ¿Haruto Amakawa…?

Todo aquel torrente de recuerdos dejó a Rio confuso, haciendo que se mirara de nuevo las manos, como si intentara así escapar de aquella realidad. Ante sus ojos no tenía las manos impolutas de un niño japonés criado en la abundancia, sino que eran las manos de un niño casi en los huesos a causa de la desnutrición. La piel de aquellas manos estaba seca, áspera y cubierta por una fina capa de suciedad.

Era normal… dado que, según sus recuerdos, no se había bañado en años.

«¿En serio?», titubeó.

Rio no pudo evitar hacer una mueca de asco al darse cuenta de la situación de inmundicia en la que se encontraba.

La ropa andrajosa que llevaba era muy rígida y parecía estar hecha de cáñamo… Por supuesto, no recordaba cuándo había sido la última vez que la había lavado y, como era de esperar, tampoco tenía calcetines o calzado adecuados… Dada su situación, tenía que estar agradecido de, al menos, tener algo que ponerse. Su pelo también estaba alborotado y muy sucio. Debajo de toda aquella mugre, se podía afirmar que su cabello era negro.

—Uf…

Rio volvió a respirar profundamente, tratando de calmarse, para así poder organizar sus recuerdos. Después de tranquilizarse, se llevó la mano a la boca.

«Yo soy Rio, pero creo que una vez fui un estudiante universitario llamado Haruto Amakawa. Tengo siete años de recuerdos viviendo en la capital de Beltrum y veinte años de memorias de cuando viví en Japón», razonó una vez logró calmarse.

Sin embargo, todos aquellos recuerdos superpuestos dentro de él no importaban en absoluto, porque él era Rio, no Haruto Amakawa. Sí, porque si fuera Haruto, no sería un niño y mucho menos se encontraría en un lugar tan deprimente como ese. Es más, si los recuerdos que tenía eran ciertos, aquel joven llamado Haruto Amakawa ni tan siquiera estaba vivo.

«Según los recuerdos que tengo, morí en un accidente de autobús… ¿no?», pensó el chico.

Recordaba haber estado en un autobús que chocó contra algo. También recordaba haber sentido un enorme dolor, como si su cuerpo hubiera sido completamente destrozado. Después de aquello no recordaba nada más. Se mirara por donde se mirara, era imposible que aquel chico hubiera podido sobrevivir a eso.

—¿Dónde estoy…? ¿Acaso lo he soñado? ¿Es esta la vida que hay más allá de la muerte? ¿O acaso… he… renacido? —enumeró en voz alta todas y cada una de las posibilidades que se le pasaron por la mente.

Aquella realidad era demasiado atroz como para que se tratara de un simple sueño. Le era difícil imaginar que aquello fuera el más allá. Aunque, si lo pensaba, si realmente aquello era el más allá, sin lugar a duda no estaba en el cielo, sino en el más terrible de los infiernos.

Así que, al final, Rio concluyó que lo más seguro era que hubiera renacido, pero ¿de verdad era eso posible? ¿Realmente existía Haruto Amakawa? ¿Todas aquellas cosas que había recordado eran ciertas? Por mucho que se preguntara aquello, nadie estaba allí para darle las respuestas que tanto ansiaba. Lo único que sabía a ciencia cierta era que él era Rio, y no Haruto.

A medida que el tiempo transcurría, todos aquellos recuerdos y su personalidad se fueron entremezclando, hasta que la personalidad de Haruto se fusionó con la de Rio, provocando que los recuerdos y las personalidades de ambos salieran a la luz con todas sus contradicciones. La larga experiencia vital de Haruto se mostraba con más intensidad y Rio, por su parte, aceptaba esa parte suya. Gracias a eso, Rio era capaz de percibir los recuerdos del otro como si fueran suyos y seguir manteniendo la cordura en aquella desconcertante situación. Aun así… Rio creyó que era mejor no pensar demasiado en ello.

Y eso era porque, ahora mismo, tenía un problema aún mayor entre manos.

Grgrgrgr. El sonido de un estomago vacío resonó por toda la habitación, dándose cuenta Rio del hambre que tenía. Ante todo, no pudo más que suspirar, y es que estaba tan hambriento que se sentía hasta un poco mareado. Era verdad que tenía muchas cosas en las que pensar como, por ejemplo, si esos recuerdos eran reales y, si eso era así, por qué había renacido y por qué lo había recordado todo en ese preciso momento.

Pero Rio sabía muy bien que, aunque pensara mucho en ello, nunca llegaría a encontrar las respuestas a esas preguntas, por lo que dejó de pensar en esas cuestiones y centró todos sus pensamientos en la terrible situación en la que se encontraba. El hecho de que a pesar de estar en aquella situación pudiera pensar tan fríamente se debía en gran medida a la personalidad de Haruto. Si hubiera sido Rio, solo Rio… lo más seguro es que hubiera muerto, abandonado como una alimaña.

Y ese hubiera sido el peor resultado posible… no podría aceptar algo como eso, ya que Rio tenía un objetivo que cumplir. No podía permitirse morir en un lugar como ese.

«Si muero ahora… ese hombre…»

El simple hecho de recordar el profundo odio que sentía hacia aquella persona hizo que apretara los dientes con fuerza.

Su padre murió poco después de que él naciera, y su madre fue asesinada cuando aún era pequeño. Por esa razón, desde entonces se había visto obligado a malvivir en aquellos barrios de mala muerte.

Sus padres eran inmigrantes provenientes de una lejana tierra. Eran aventureros que hacían girar su vida en torno a sus viajes. Pero cuando Ayame, su madre, se quedó embarazada de Rio, abandonó su trabajo haciendo que su padre, Zen, un hábil aventurero, tuviera que hacerse cargo de todos los gastos. Por desgracia, murió poco después de que naciera Rio. A pesar de ello, Ayame siguió criando a su hijo de una manera admirable. Llevaban una vida modesta y a menudo usaba sus ahorros para poder criar a su hijo. Pero sus apacibles vidas se truncaron cuando Rio tenía tan solo cinco años.

Ayame era una mujer muy hermosa, nacida en otro país, rebosante de exotismo. Es verdad que tenía a Rio, pero aun así todavía era lo suficientemente joven como para ser objeto de las obscenas miradas de toda clase de hombres. Y Ayame, cuya debilidad era el pequeño Rio, fue engullida fácilmente por todo aquel mal que la rodeaba y acabó siendo brutalmente asesinada delante de Rio.

Rio recordaba aquel instante como si hubiera sido el día anterior. Aquel día se juró a sí mismo que se vengaría de la persona que mató a su madre, y viviría cada día con ese único propósito en mente. Esa promesa permaneció grabada en el alma de Rio incluso después de que los recuerdos de Haruto afloraran… El problema era que ahora tenía la moral de Haruto. Y aunque cada fibra de su ser detestaba al asesino de su madre, los valores morales de Haruto lo hacían sentir que la venganza era un acto imperdonable…

«¿Que la venganza es mala? Qué palabras tan vacías…», se burló Rio con malestar antes de chasquear la lengua en una clara señal de irritación por la dicotomía que tenía ante él.

En ese mismo instante, la puerta de la cabaña en la que se encontraba se abrió de sopetón. Rio levantó su maltrecho cuerpo para poder mirar en dirección a la puerta, donde se encontraban varios hombres y una mujer.

—¿Eh? ¡Vaya, Rio! ¿Por fin te has despertado? —preguntó uno de los primeros hombres que entró cuando se percató de su presencia.

Sin lugar a duda, Rio conocía a aquel hombre.

—¡Así que has conseguido sobrevivir! La verdad es que pensaba que no saldrías de esta… ¡Eh, jefe! ¡Rio todavía está vivo! Y nosotros que pensábamos que ya estaría muerto… —gritó a otro hombre que era tan grande que sobresalía sobre el resto del grupo.

—¡Ja! Veo que eres un chico con suerte. Ayer tenías tanta fiebre… que pensaba tirarte a la calle si hubieras seguido hoy igual —dijo el gigantesco hombre al que se referían como jefe. Parecía bastante sorprendido.

—Sí… De algún modo, he conseguido sobrevivir… —repuso Rio, tentado a dar una mala respuesta, pero al final pudo contener el impulso.

Aquellos hombres eran parte de una organización que operaba en los barrios bajos de la ciudad. Ya que eran las típicas personas que aceptaban cualquier tipo de encargo siempre que con ello pudieran ganar dinero, habían conseguido extender ampliamente su círculo de influencia realizando todo tipo de actividades delictivas como tráfico de personas, comercio ilegal, robos, estafas, extorsiones, transporte y eliminación de bienes robados… Incluso aceptaban de vez en cuando trabajar como sicarios. Y es que la lista de delitos que estaban dispuestos a cometer siempre y cuando les pagaran por ello era interminable.

Para estos hombres, un huérfano como Rio no era más que un peón que podían desechar fácilmente si les daba algún problema. Los huérfanos eran fáciles de obtener, de usar y de tirar. Y él no era más que uno de esos huérfanos que esta organización había recogido de la calle. Vivía en aquella pequeña cabaña junto con ellos, con el temor constante que le provocaba saber que podían abusar de él en cualquier momento. A veces lo golpeaban solo para aliviar el estrés y otras lo obligaban a colaborar en sus crímenes, utilizándolo como chivo expiatorio o como cebo mientras ellos escapaban.

En otras palabras: Rio era su esclavo.

Pero en aquel cruel mundo, su supervivencia dependía de ellos. De hecho, la razón por la que había conseguido sobrevivir hasta entonces era porque los había obedecido sin rechistar.

—¿No tenéis frío? ¡Bebamos y calentémonos! —exclamó uno de los secuaces.

A continuación, se dirigió a una mesa de madera que había en el centro de la estancia y, con un golpe, depositó comida y alcohol sobre ella.

—No es mala idea, pero antes deja «eso» en la esquina. Lo hemos drogado para que estuviera tranquilo, así que no creo que se despierte —ordenó el líder.

Acatando sus órdenes, uno de los hombres colocó aquel saco, que parecía contener algo pesado en su interior, en la esquina. Después, los hombres pidieron a la mujer que estaba con ellos que les sirviera las bebidas y comenzaron a comer.

—Que nos pagaran diez monedas de oro por un encargo como este fue todo un detalle, ¿no crees, jefe? —dijo uno de los subordinados mientras reía.

—Mmm… Si alguien está dispuesto a pagar diez oros por transportar una carga… Estoy seguro de que no será nada bueno… Dudo mucho que se trate de un simple esclavo. Lo más seguro es que se trate del hijo de un noble o algo así.

—Espera… ¿qué? No estaréis haciendo otra vez algo peligroso, ¿verdad? —desaprobó la mujer que servía las bebidas.

—Bueno, sí —dijo el líder acercando a la mujer hacia él, mientras resoplaba con una sonrisa de satisfacción en su rostro—. Pero hablamos de diez monedas de oro por un simple trabajo como este. ¿No te parece increíble?

—Sí.

El líder dio un gran trago a la jarra de su bebida y mordió ferozmente el trozo de carne que tenía entre sus manos. Rio no pudo evitar mirarlo de reojo, mientras tragaba saliva con avidez. Aunque el tema de la conversación que estaban teniendo aquellos hombres era siniestro, en aquel momento Rio estaba mucho más interesado en la comida que tenían en sus manos. Dado que Rio había estado la mayor parte del tiempo inconsciente debido a la enfermedad que había padecido, la posibilidad de que aquellos hombres le hubieran dado de comer era extremadamente baja. Algo como eso nunca sucedería a no ser que estuvieran de muy buen humor…

Y es que la relación entre Rio y aquellos hombres se podía explicar de una forma muy sencilla.

Los fuertes explotaban y los débiles, eran explotados.

Le darían cobijo siempre y cuando pudieran explotarlo, y una vez hubieran acabado con él, lo echarían sin piedad. Rio, hasta ahora, los había visto hacer eso con otros muchos niños. Él no tenía intención alguna de vivir con ellos para siempre, pero en ese momento solo era un niño de siete años, y dado que solo los más fuertes lograban sobrevivir en unas calles tan duras como las de los barrios bajos, teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba, era bastante improbable que consiguiera sobrevivir sin ellos. Sin embargo, en aquel instante el olor de la comida se estaba volviendo insoportable.

«Tengo hambre», pensó consciente del vacío que tenía en su estómago.

Eso era lo único que cabía en su cabeza en aquel momento. Estaba demasiado cansado como para pensar en cualquier otra cosa que no fuera comida. Rio dejó que la conversación de aquellos hombres lo invadiera, escuchando solo a medias lo que decían, mientras permanecía sentado en una de las esquinas de la habitación, cuando de repente…

—¡Eh! Rio… ¡Rio! —lo llamó uno de ellos.

—¿Sí?

—Estás demasiado sucio y hueles como un animal. Ve a lavarte, nos estás estropeando el sabor de la comida y bebida.

—De acuerdo…