Seirei Gensouki: Crónicas de los espíritus Vol. 2 - Yuri Kitayama - E-Book

Seirei Gensouki: Crónicas de los espíritus Vol. 2 E-Book

Yuri Kitayama

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Beschreibung

Rio decide dejar atrás el reino de Beltram y viajar solo hacia el este, en busca de la tierra de sus padres. Pero su viaje, no será fácil, dado que se vera obligado a enfrentarse a una niña esclava de nombre Latifa, la cual ha sido entrenada como asesina y enviada por uno de los nobles que odian a Rio. Pero una vez que consigue vencerla... ¡Rio permitirá que ella lo acompañe a lo largo de su viaje!


De esta forma, las aventuras de Rio continúan mientras este intenta abrirse camino en un cruel y despiadado mundo.

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Índice

Prólogo: Endo Suzune

Capítulo 1: Viaje al país vecino

Capítulo 2: La niña asesina

Interludio: Los recuerdos de Latifa

Capítulo 3: Conexión

Capítulo 4: Encuentro

Capítulo 5: Malentendido

Capítulo 6: La vida en la aldea

Capítulo 7: Un invitado indeseado

Capítulo 8: Vínculos

Epílogo

Notas finales

Volumen 2

YURI KITAYAMA

Ilustraciones: Riv

Prólogo: Endo Suzune

Era un día lluvioso. El cielo no paraba de descargar con intensidad…

—Ah…

Poco antes de que anocheciera, cuando iba a tercero de primaria, lloraba en el autobús de vuelta a casa.

Como mi colegio estaba muy lejos, tomaba el tren siempre. Pero en días así, decidía coger el autobús en su lugar.

Sin embargo, ese día era un poco distinto a los demás.

El entrenamiento en el club de atletismo fue tan intenso que, sin darme cuenta, acabé agotada y me quedé dormida nada más subirme al autobús. Cuando desperté, no reconocí el paisaje. Como era normal en una estudiante de aquella edad, mis padres solo me daban el dinero justo y necesario para pasar el día.

Al darme cuenta de la situación en la que me encontraba, entré en pánico y me puse a llorar… Entonces, un chico mayor, que parecía universitario, se acercó hasta mí y me habló con una voz suave.

—¿Te ocurre algo?

—¿Eh?

Al escuchar sus palabras mi cuerpo se estremeció y alcé la mirada. Delante de mí había un chico muy guapo y genial… parecía un hermano mayor. Me dedicó una sonrisa agradable con el fin de tranquilizarme.

—¿Te has equivocado de autobús?

—¿Eh? Ah… No… Me pasé de parada…

—Vaya… ¿Dónde se suponía que te tenías que bajar?

Respondía desconcertada a sus preguntas, sin embargo, aquel chico volvió a sonreír y siguió con el cuestionario.

—En el parque del tercer distrito…

—Ya veo. Si eso es así, bajémonos en la siguiente parada. Te acompañaré hasta que puedas volver sola.

—Vale…

Tanto en la escuela como en casa, nos habían dicho reiteradamente que no siguiéramos a desconocidos. Aun así, por algún motivo, no dudé ni por un instante en la persona que tenía delante de mí. Estaba muy emocionada, como si fuera la protagonista de un manga shoujo, que tanto me gustaban, y apareciera ante mí el héroe para rescatarme. Pero…

—Pero… no tengo dinero…

De inmediato recordé que ya lo había gastado todo.

—No pasa nada —me dijo el chico mientras sonreía y ladeaba su cabeza.

Cuando el bus se detuvo en la siguiente parada, él pagó mi billete y los dos nos bajamos. Luego, se dirigió a la marquesina opuesta y revisó el horario. Mientras tanto, estaba tan nerviosa que me quedé en silencio detrás de él.

—Creo que el próximo autobús llegará pronto, ¿qué te parece si lo esperamos juntos?

—¡Vale!

Ahora que lo pienso, lo primero que debería haber hecho era agradecer que me había comprado el billete, pero en aquel momento estaba tan nerviosa que lo olvidé. Al final, lo único que pude hacer fue quedarme en silencio mientras miraba el suelo y sentir cómo mi corazón palpitaba de emoción.

—Estoy seguro de que ya lo sabes, pero… la próxima vez no deberías seguir a desconocidos, aunque en este caso haya sido una emergencia. Espero que puedas perdonarme… —dijo de improviso el chico con una sonrisa tensa.

Lo más probable es que confundiera mi silencio y creyera que sospechaba de sus auténticas intenciones.

—¡No! No es… ¡¡No es eso!!

Intenté negarlo lo más rápido que pude, pero mi reacción consiguió dar más peso a lo que había dicho el chico. Después, intentó darme conversación, evitando que estuviera incómoda. Lo cierto es que fue muy considerado por su parte…

Sin embargo, por culpa de mi vergüenza y mi torpeza de aquel entonces, lo máximo que lograba decir eran sinsentidos.

Y de esta forma, el tiempo pasó volando hasta que llegamos a la parada más cercana a mi casa.

—¿Aquí te va bien?

—¿Eh? Ah…

Al escuchar aquellas palabras, sentí cómo se desvanecía el hechizo que me envolvía; fue un golpe duro y rápido a la realidad.

«¿Esto es… un adiós? No… no puede ser, ni tan siquiera le he dado las gracias…», pensé.

A menudo, la gente solía pensar que yo era una niña muy tranquila y reservada, pero me armé de valor y reuní todas las fuerzas de las que disponía para…

—¡To…! ¡Todavía tengo que darte las gracias por haberme pagado el autobús! —dije sin apenas darme cuenta.

—Está bien, no te preocupes por eso. Adiós —me respondió el chico mientras sacudía la cabeza indicando que ya había terminado su trabajo.

—Ah… pero… —murmuré triste, al borde de las lágrimas, mientras veía cómo mi salvador se alejaba de mí lentamente.

Tenía tantas cosas que me gustaría decirle, pero… aun así, hasta el momento no había podido reaccionar.

—Bueno… Supongo que puedo aceptar tu gratitud —dijo el chico a punto de entrar en pánico al ver que estaba empezando a llorar.

—¡Muchas gracias…! —le agradecí mientras intentaba responder de inmediato, pero al hacerlo volví a tropezar con mis propias palabras.

—No ha sido nada.

—Por… por aquí —dije mientras le guiaba.

Mi casa estaba a un minuto de distancia de la parada de autobús. Una vez allí, pulsé el timbre y mi madre salió de inmediato.

—Bienvenida a casa Suzune… ¿Ocurre algo? —me preguntó mamá, confundida, mientras nos miraba a mí y a mi acompañante.

—¡Mamá! ¡Te… Tenemos que… darle las gracias! ¡Este chico me ha salvado, y…!

Abrumada por todo lo que sentía, dejé escapar un amasijo de palabras desordenadas y sin que mamá pudiera entenderme.

—La verdad es que…

Al darse cuenta de lo que ocurría, el chico completó mi explicación y contó todo lo que había sucedido.

—Ya veo… Seguro que te hemos causado problemas. Muchas gracias por tu ayuda —dijo mamá, agachando la cabeza mientras le agradecía.

—No se preocupe, me alegro de haberla podido traer sana y salva. Entonces, será mejor que me vaya… —dijo el chico tratando de excusarse de la manera más educada que pudo.

—¿No te apetecería quedarte un rato y tomar un poco de té? —le invitó mi madre.

«¡Bien dicho, mamá!», pensé con regocijo.

—Lo siento, pero no puedo; dentro de poco entro a trabajar. Aun así, le agradezco el detalle.

Al parecer tenía algo que hacer y necesitaba irse lo antes posible. Al escucharlo, mamá entró un momento en casa, cogió algo de dinero y se lo dio al chico, ya que él había pagado mi billete. También le intentó recompensar un poco más por las molestias, pero él rechazó el ofrecimiento respetuosamente. Sin embargo, finalmente mamá acabó dándole el dinero a la fuerza. El chico volvió a darnos las gracias con respeto, y se marchó.

—Qué joven tan bien educado —dijo mamá mientras veía cómo se alejaba.

—Sí…

No solo era un buen chico, también era genial.

—Es genial, ¿verdad, Suzune? —me dijo mamá como si me hubiera leído la mente.

—Sí… ¿Eh? —Respondí sin saber muy bien qué decir.

Unos instantes después levanté la mirada hacia mamá, asustada, solo para ver cómo me sonreía, logrando que me sonrojara.

—¡Oooh! Vas a tener que contarme lo que ha pasado con todo lujo de detalles.

Dado que no existía nada que pudiera ocultarle a mamá, acabé contándole todo lo que había ocurrido.

—¿Te gustaría usar más el autobús a partir de ahora? —me preguntó mamá después de contar mi historia con torpeza.

—¿Eh? ¿Puedo?

—Claro que sí. Se llamaba Haruto Amakawa, ¿verdad? Creo que está bien si te acercas un poco más a un joven como ese —me dijo mamá, mientras se reía para sí misma al ser consciente de lo aguda que se volvía mi voz cada vez que le respondía.

Un año después, durante el verano…

Estaba en una de las clases de natación que se impartían en la escuela durante las vacaciones de verano. La clase, como de costumbre, terminó al mediodía. Cuando recogí todas mis cosas, me apresuré a ir a la marquesina.

«¡Sí! ¡Hoy también ha venido!», no pude evitar pensar al ver de nuevo al chico que me salvó, mientras subía al autobús que me llevaba de vuelta a casa.

El simple hecho de verlo me alegró tanto que casi se me escapa una enorme sonrisa, la traté de contener a la desesperada con todas mis fuerzas.

Aquel chico se llamaba Haruto Amakawa. Era el genial estudiante universitario que me salvó hacía ya un año, cuando no sabía qué hacer para volver a casa. A menudo, coincidíamos en el mismo bus cuando volvía a casa.

Y bueno, entre tú y yo… La razón principal por la que decidí empezar a dar clases de natación, sabiendo que no se me daban bien los deportes, era porque estas clases terminaban a una hora que me permitía poder verle a menudo.

Aunque bueno, como era de esperar, esto era algo de lo que mamá se dio cuenta enseguida.

Pero dejando eso de lado, quizás a causa de que nos encontrábamos en medio de las vacaciones de verano, el autobús estaba mucho más vacío de lo habitual. Haruto estaba sentado en su sitio común, que se encontraba en la cuarta fila de la izquierda, empezando desde el fondo, junto a la ventana. Por mi parte, yo también me senté en mi lugar de siempre, junto a la ventana derecha de la última fila.

Por desgracia, desde el día que me salvó, no había conseguido volver a hablar con él ni una sola vez. Hasta ese entonces, a lo máximo que había llegado era observar su perfil desde una posición en diagonal al fondo del autobús. Sabía a la perfección que hacerlo me convertía en una especie de acosadora, pero, aun así, gracias a ello pude aprender algunas cosas sobre él.

Por ejemplo: observé que le gustaba mirar mucho por la ventana y que mientras lo hacía solía suspirar. También me di cuenta de que siempre tenía una mirada triste.

¿Acaso le preocupaba algo? Estaba tan curiosa por su historia que, poco a poco, me empecé a interesar cada vez más. Ese día, él se dio cuenta de que lo observaba. De vez en cuando… No… Más bien, bastante a menudo, él era consciente de que lo miraba.

En ese momento sentí que estaba a punto de desviar su mirada hacia mí, así que agaché la cabeza lo más rápido que pude y evité el contacto visual.

Entonces, cuando levanté lentamente la cabeza para mirarlo, hice contacto visual con una chica que parecía ir al instituto y que estaba sentada dos filas detrás de Haruto. Aquella chica me pareció guapa y muy madura para su edad. Al instante, ella se giró y volvió a mirar al frente. No dejaba de sonreír, como si hubiera visto algo divertido. Pero no de mala manera, me dio la sensación de que la chica era muy simpática.

Lo cierto era que aquella chica también solía tomar el mismo autobús a menudo. Y quizás me equivoque, pero creo que a ella, igual que a mí, le interesaba Haruto.

«¿Será que quizás también le gusta? Si es así, no voy a perder ante ella», pensé con suma determinación.

En ese mismo instante, el autobús dio una repentina sacudida. Sentí por un momento como si flotara, antes de que un intenso dolor comenzara a recorrer todo mi cuerpo. Mi visión se oscureció de golpe y no pude ver nada de lo que pasaba delante de mí.

—¿Qué… ha…?

Sin saber ni tan siquiera qué había ocurrido, perdí el conocimiento.

Capítulo 1: Viaje al país vecino

1

A la mañana siguiente, después de despedirse de Celia en la Academia Real de Beltrum, Rio paseaba por el mercado que estaba más allá de las murallas de la ciudad con la idea de reunir todo lo que precisaba para iniciar su viaje.

Comida, agua, utensilios de cocina, ropa, medicinas, armas… Sin lugar a duda, una persona necesitaba muchas cosas para poder sobrevivir. Dada la limitada capacidad de transporte de Rio, se vio obligado a pensar con detenimiento en cuáles eran sus prioridades y así comprar lo mínimo e imprescindible para el viaje.

En ese momento, tan solo disponía de la típica ropa informal que llevan los nobles y una espada ligera, para que se sintiera cómodo viajando con ella.

Desde que Rio ingresó en la Academia, pasó todo su tiempo dentro de las murallas de la ciudad y, aunque era cierto que más de una vez Celia lo había llevado a los mercados del extrarradio, esta era la primera vez que se aventuraba solo.

Estaba perdido por completo.

«No sé por dónde comenzar…», pensó.

A pesar de que ya buscaba por algunos puestos, había demasiada oferta. Muchas tiendas vendían productos tan toscos que le era imposible disimular su desagrado. Dado que su objetivo era adquirir artículos de calidad que le duraran lo máximo posible, no quería aventurarse a comprar en cualquier tienda al azar.

Tras deambular durante un tiempo mientras recordaba todo lo que necesitaba, acabó cansándose y se metió en un callejón con la intención de descansar un poco.

Fue entonces cuando le llegó un delicioso aroma, que provenía de una de las tiendas de comestibles que había en el callejón y que le abrió el apetito de inmediato.

En ese momento, el puesto no tenía muchos clientes, probablemente se deba a que era tarde para desayunar y temprano para almorzar. Aunque quizás, la falta de clientes también se debía a la desfavorable ubicación en la que el puesto se encontraba. Pero a pesar de todo, el olor que desprendía era delicioso.

«Ahora que caigo, todavía no he desayunado. Compraré algo en este puesto y aprovecharé para pedir recomendación de alguna tienda», pensó Rio.

Arrastrado por el hambre que sentía, los pies de Rio le llevaron hacia donde se encontraba el puesto. Al llegar allí, detrás del mostrador, había una niña pequeña con pinta de estar aburrida por la falta de clientela. Junto a ella, cocinaba una mujer que parecía ser su madre.

—¡Oh! ¡Bienvenido! —saludó la niña con una gran sonrisa.

La pequeña aparentaba tener unos siete u ocho años, con bellas facciones, aunque era algo delgada.

Sin embargo, nada más ver las lujosas ropas con que vestía Rio se puso rígida. Lo más seguro es que lo hubiera confundido con algún noble.

La sociedad del Reino de Beltrum giraba en torno a la condición social. Era bastante usual que los nobles fueran violentos con los plebeyos, motivo por el cual el pueblo les acabó temiendo. Seguro que esta niña lo ha aprendido de su madre.

—Ah, sí… Verás, quiero decir…

Al darse cuenta de que no debía actuar de forma grosera delante de Rio, la niña se obligó a esbozar una incómoda sonrisa.

—No hace falta que estés tan nerviosa. Este puesto huele muy bien… ¿Qué es lo que vendéis? —preguntó Rio mientras hablaba amablemente e intentando tranquilizar a la niña.

—Mmm… Servimos pan con salsa, verduras y carne frita, señor —respondió la chica mientras hacía todo lo posible por no ofender a Rio.

—Ya veo, entonces, creo que probaré uno de esos —respondió Rio mientras sonreía con amabilidad.

—Ah… ¿Es un noble? ¿Eh? ¡Ah…!

Al percatarse de la presencia de Rio, la madre de la niña se apresuró a saludarle, pero se enmudeció al verle sin saber muy bien qué decir.

—¿Ocurre algo? —preguntó Rio con curiosidad.

—Ah, no… No es nada… Por favor, disculpe mis acciones —se disculpó la mujer por su extraño comportamiento, pero sin dejar de observar a Rio en todo momento.

—¿Podría ser que le llamara la atención el color de mi pelo? —preguntó Rio mientras se tocaba el cabello, deduciendo así la razón por la que aquella mujer había reaccionado de esa manera tan exagerada.

Tener el pelo negro era algo bastante raro en Beltrum, y justo por eso, Rio había soportado una gran cantidad de burlas por parte del resto de estudiantes de la Academia Real.

—Mmm… Sí… Lo cierto es que conocí hace mucho tiempo a alguien que tenía el mismo color de pelo, por lo que no he podido evitar pensar que quizás… Pero no, sería imposible que aquel niño fuera parte de la nobleza, por lo que todo esto no ha sido más que una lamentable equivocación. Mis más sinceras disculpas…

—¿Podría saber cómo se llamaba aquel chico? —preguntó Rio a la temblorosa mujer.

Al escuchar su pregunta, la mujer se mantuvo cabizbaja en todo momento. Podría ser que la hubiera llegado a conocer mientras vivía en los suburbios de la ciudad.

—Creo que se llamaba… Rio.

«Así que era eso…», pensó Rio.

Al parecer, Rio la había conocido mientras vivía en los suburbios, pero por desgracia, Rio estaba huyendo en ese momento y no podía permitirse confirmar con facilidad sus sospechas. Tenía que usar en su propio beneficio el que lo hubieran confundido con un noble.

—Lo siento, pero no recuerdo haber conocido a nadie con ese nombre.

—Ya veo… —dijo desilusionada la mujer.

Rio había decidido fingir ignorancia.

—¿Has estado buscando a ese chico? —preguntó Rio, sin tener todavía muy claro cuándo coincidió con aquella mujer.

Lo más seguro es que Rio la conoció mediante aquellos delincuentes con los que convivió durante un tiempo en los suburbios. Si se trataba de alguien que lo conocía lo suficiente como para recordar su nombre, lo más probable es que fuera una de las personas que frecuentaban la pequeña cabaña en la que vivía Rio, y la mayoría de las mujeres que pasaban por allí eran las prostitutas que los matones solían llamar. De entre todas ellas, la que más les gustaba era Gigi, que había sido asesinada, y su hermana pequeña, Ángela. Por supuesto, también tenían predilección por otras chicas, por lo que podría ser cualquier otra.

Dicho esto, habían transcurrido más de cinco años desde la última vez que las vio y, por si eso fuera poco, la mujer que tenía delante no estaba maquillada, haciendo que le resultara difícil reconocerla, ya que no parecía ser una prostituta.

—Bueno… quizás ese chico presenció los últimos momentos de mi hermana mayor… —respondió la mujer mientras se emocionaba al hablar.

Mientras tanto, la niña no dejaba de mirar confundida a su madre.

«¿Su hermana mayor…? ¿Podría ser Ángela, la hermana pequeña de Gigi?», pensó Rio.

Fue entonces cuando Rio finalmente pudo recordar a aquella mujer. Trató de controlar todo lo posible sus emociones para que no se le notara que aquello le había cogido por sorpresa y tragó saliva. Por aquel entonces, Ángela solía ir muy maquillada, pero ahora Rio podía ver rastros de su pasado.

Todo eso le hizo recordar a Rio que Gigi había comentado que algún día le gustaría poder abrir una tienda junto a su hermana Ángela…

Como no quería alargar mucho más aquella conversación, decidió cambiar de tema.

—Lo siento… no quería hacerte recordar todas esas cosas…

—No… Es culpa mía por actuar de una forma tan grosera con usted. Así que, por favor, acepte mis más humildes disculpas… —respondió Ángela, inclinándose respetuosamente ante Rio.

—A decir verdad, tengo bastante hambre, ¿podría pedir alguna otra cosa?

Para evitar que lo descubrieran, Rio creyó que lo mejor era cortar toda aquella charla inútil y centrarse de nuevo en saciar su apetito.

—Pero señor, no estoy segura de que nuestros productos sean del gusto de un noble como usted… —respondió Ángela avergonzada.

A ella le preocupaba que Rio cambiara su forma de ser nada más probar su comida, dado que, por desgracia, era un comportamiento habitual entre los nobles.

—No te preocupes, ya estoy acostumbrado a la comida de puestos parecidos a este —trató de explicar Rio con una tensa sonrisa. Gracias a esas palabras, Ángela se relajó un poco.

—Bien… en ese caso… el precio serían ocho cobres pequeños.

—Me parece bien, toma. No necesito el cambio —dijo Rio mientras daba una moneda de plata.

—Pero… no puedo aceptar algo como eso… —respondió Ángela mientras se apresuraba a sacar el cambio.

Para ella, una moneda de plata era más o menos la mitad de lo que solía ganar en un día normal de trabajo.

—Desearía que también sirviera como disculpa por haber asustado a tu hija, así que, por favor, acéptalo y cómprale algo delicioso —dijo Rio negando con la cabeza, mientras miraba y sonreía a la niña, que permanecía en silencio.

—Pero…

—¿Qué te parece si a cambio me recomiendas alguna tienda de confianza en la que pueda comprar todo lo necesario para emprender un viaje? Si soy sincero, no estoy muy familiarizado con las tiendas de esta zona… —explicó Rio mientras se rascaba la nuca, tímido y avergonzado.

—En ese caso… —empezó Ángela a recomendarle varias tiendas. Rio se esforzó en memorizar todas las tiendas y sus especialidades que le indicaba Ángela, mientras veía como le preparaba la comida.

Justo cuando terminó la explicación, la comida estaba lista.

—Aquí tiene, señor.

Ángela le ofreció un bocadillo. Los ingredientes estaban en el interior de una crujiente baguette. La deliciosa carne estaba cocinada con una salsa especial que la sazonaba y se entremezclaba con el resto de los ingredientes, desprendiendo un exquisito aroma. Era más que suficiente para hacer que Rio, hambriento, comenzara a salivar.

—Muchas gracias —respondió Rio mientras aceptaba el bocadillo.

A continuación, lo cogió con sus dos manos y le dio un gran mordisco. A diferencia de los nobles, los plebeyos parecían preferir el pan duro. El jugoso sabor de la carne perfectamente cocinada se extendió a lo largo de toda su boca, obligándole a sonreír.

—Está delicioso —indicó Rio satisfecho, Ángela suspiró aliviada.

Y de esa manera, Rio devoró todo lo que había pedido mientras la niña no dejaba de mirarlo asombrada.

—¡Vuelve siempre que quieras!

—¡Para, Sophie!

Cuando Rio se marchaba, Sophie, la niña, se despidió de Rio con una gran sonrisa. Su actitud había cambiado por completo. La desconfianza que sentía hacia él, poco a poco, se suavizó hasta que desapareció por completo. Ángela trató de hacerla callar, preocupada por si su hija se estaba comportando de una forma demasiado familiar y cercana.

—Muchas gracias. Lo cierto es que tengo pensado viajar durante un tiempo a un lugar lejano, pero volveré de nuevo a visitaros. Adiós —dijo Rio, mientras sonreía a Sophie. Con una pequeña reverencia, se alejó de aquel puesto. Sophie no dejaba de despedirse con entusiasmo.

Rio salió del callejón y volvió a la calle principal con la intención de dirigirse a una de las tiendas que le había recomendado Ángela.

—¿Eh…?

Después de un rato caminando, se sintió observado. Rio se detuvo en seco y miró a su alrededor, pero entre toda la multitud que había, no fue capaz de identificar el origen de aquella mirada.

«¿Son imaginaciones mías?», pensó Rio.

Él sabía que poco podía hacer en esa situación, así que a pesar de lo incómodo que se sentía, continuó su marcha.

2

Después de aquello, Rio terminó el resto de las compras que tenía pendientes. Con la falsa acusación que pendía sobre él, quería tan solo estar allí el menor tiempo posible para poder abandonar Beltrum antes del mediodía.

Acababa de comprar las armas que necesitaba, algo de ropa y una mochila para guardarlo todo. También vendió los antiguos ropajes que llevaba y que había utilizado. Era una ropa de muy alta calidad, por lo que tenía muy claro qué precio poner para su venta.

Tras vestirse con su nueva ropa y colocarse una capa oscura con capucha, Rio parecía el típico aventurero novato que no disponía de mucho dinero. Ya solo le quedaba por comprar los víveres necesarios para poder emprender su viaje, cuando…

—Eh, tú.

Alguien, por detrás de él, lo había llamado

Rio se giró y vio a un hombre que vestía como si fuera un matón y que miraba por debajo de la capucha que llevaba puesta. Rio lo miró con escepticismo, ya que podría ser el responsable de que se sintiera observado hasta hace poco.

—¿Qué?

—¿No eres tú el chico al que llaman Rio?

—No… No lo soy. Te has equivocado de persona, si me disculpas, tengo cosas que hacer —respondió Rio mientras trataba de cambiar de tema, pero en respuesta a sus palabras, el hombre le cortó el paso.

—Vamos… no corras tanto. Se acaba de hacer pública una orden de busca y captura para un chico llamado Rio y fui de los primeros en enterarse, ya que colaboro con la Guardia.

Mientras el matón hablaba, se inclinó con los ojos bien abiertos en un descarado intento de mirar la cara de Rio. Él, por su parte, borró toda emoción de su rostro y le devolvió la mirada.

—Ey, ¿acaso no piensas decir nada?

—Discúlpame. Tan solo pensé que toda esta estúpida palabrería no merecía mi tiempo. ¿Qué se supone que tiene que ver todo eso conmigo? —preguntó Rio con voz plana en un intento de contener la rabia que sentía en su interior. Pero ante esto, aquel hombre esbozó una malvada sonrisa.

—Bueno, chico, iré directo al grano. Resulta que la descripción de la orden de búsqueda y captura coincide exactamente con tus rasgos. Antes vestías como un noble y por eso no había podido acércame, pero ahora es diferente, ya que te has cambiado de ropa e incluso te ocultas bajo una capa. Ahora puedo acercarme a ti sin problemas, así que…

—Te he dicho que te estás equivocando de persona —respondió Rio intentando detener las conjeturas del hombre.

—Deja de fingir. No hay muchos mocosos que tengan el pelo negro por estos lares. Tú eres Rio, ¿verdad?

—No, no lo soy —respondió Rio con sequedad y comenzó a alejarse.

Ante su reacción, aquel hombre se apresuró a detenerlo.

—¡Espera!

—Suéltame —dijo Rio mientras le lanzaba una fría mirada al hombre que le había agarrado del hombro con tanta familiaridad.

—¿Te estás riendo de mí?

—No, tan solo estoy diciendo que te equivocas de persona.

—Maldito niñato de mierda… Pero, bueno, da igual. Chaval, parece que te va bastante bien, ¿cuánto dinero tienes encima?

Tan solo lanzaba una pregunta tras otra sin dejar de hablar, pero aquellas últimas palabras hicieron que Rio pudiera descubrir las verdaderas intenciones de aquel despreciable hombre.

Su objetivo no era más que chantajearle. En cuanto descubrió a Rio, debería haberlo denunciado de inmediato. En cambio, aquel estúpido necio estaba cegado completamente por la codicia.

«Mejor, supongo que la situación juega a mi favor», pensó de manera calmada Rio.

—Ya he tenido suficiente paciencia. Espero que entiendas que no tendré reparo alguno en usar mi derecho a la venganza —amenazó Rio mientras cogía el cuchillo que llevaba escondido en su cintura.

Con «derecho a la venganza», Rio se refería a una de las leyes de los aristócratas que permitía matar en el acto, y sin necesidad de un juicio, a cualquier plebeyo que osara oponérseles. Por supuesto, Rio no era un noble, pero dado que vestía como uno hasta hacía un momento, supuso que podría aprovechar ese malentendido y de esta forma revertir aquella situación.

Y tal y como Rio había previsto, aquel hombre se sorprendió.

—¡Ja! Seguro que eso es un farol. ¿Sabes que puedo armar un escándalo y llamar a los soldados? Aunque estemos fuera de las murallas de la ciudad, en un lugar como este la seguridad no es tan mala. Hay guardias que no dejan de patrullar por aquí, aunque no sean muchos. A mí no me importaría llamarlos, pero si lo hago, creo que serías tú el que estaría en problemas, ¿me equivoco? —dijo el hombre en tono agudo, como si tratara de convencerse a sí mismo.

—No me importa. Es más, ¿por qué no los llamas? —respondió Rio con indiferencia.

—¿Estás seguro de eso?

—No hace falta que me pidas permiso antes de ponerte a gritar. Tan solo hazlo y ya veremos quién de los dos se mete en un buen lío —contestó Rio mientras sonreía, haciendo que el hombre se mordiera el labio.

Estaba claro que, ante aquella afirmación, aquel maleante no había podido evitar dudar.

—Si esto es todo, me voy —dijo Rio mientras le lanzaba una desafiante mirada a aquel hombre, quien tenía una expresión entre frustrado y arrepentido.

Acto seguido, Rio se marchó del lugar y se ocultó con rapidez entre la multitud que había a su alrededor, y retomó de nuevo su camino hacia la salida de la ciudad.

Durante todo ese tiempo, Rio no notó cómo una pequeña figura lo observaba y lo seguía desde lejos.

3

Habían pasado tres días desde que Rio abandonó Beltrant, la capital del Reino de Beltrum.

Durante todo ese tiempo, había continuado su camino hacia el este, con la intención de llegar a las lejanas tierras de la región de Yagumo. Gracias a que podía aprovechar su esencia mágica para mejorar sus capacidades físicas, ya estaba cerca del Reino de Galarc, que era uno de los países con los que compartía frontera Beltrum.

Sin embargo, dada la velocidad casi sobrenatural a la que estaba viajando, si hubiera usado los caminos habituales, habría llamado la atención y levantado sospechas entre los transeúntes, por lo que decidió desplazarse a través de los bosques y las montañas. Esto hizo que el viaje fuera mucho más duro de lo que sería en circunstancias normales. Ya que, al hacerlo así, las posibilidades de encontrarse con monstruos u otras bestias aumentaban de manera considerable, y acumulando fatiga física. Pero dado que Beltrum se extendía más horizontalmente y Galarc verticalmente, por lo que no le llevaría mucho atravesarlo.

Al este del Reino de Galarc se encontraba una gran extensión de tierras inhabitadas que estaban fuera del control humano. En ellas no había ningún camino y, por supuesto, tampoco ningún mapa con el que poder orientarse. El terreno de aquel lugar era bastante escarpado, motivo por el que Rio había previsto que su velocidad de desplazamiento se vería reducida una vez estuviera allí. Aunque la región de Yagumo estaba más allá de aquellas tierras inhóspitas, se decía que ir a pie mientras se intentaba seguir los pocos senderos que aún se conservaban podría llevarte años. Además, en cualquier momento podías encontrarte con bestias mucho más feroces que las que uno se podía encontrar habitualmente en la región de Strahl, y era por ello que hacer un viaje como el que pretendía Rio, era cuanto menos muy peligroso.

A pesar de todo, Rio estaba decidido. Quería poder ver con sus propios ojos la ciudad natal de su madre, la ciudad de la que tanto le habían hablado cuando era pequeño y, por supuesto, también deseaba construir una tumba a sus padres y así lograr ordenar todos esos complejos sentimientos que se arremolinaban en su corazón.

Dejando a un lado todo eso… ya había empezado a caer la tarde, y eso solo significaba que Rio cruzaría pronto la frontera del Reino de Galarc.

«Creo que debería parar y comprobar los caminos. Quizás haya alguna ciudad o pueblo cercano donde pueda pasar la noche», pensó Rio.

Una vez Rio tomó aquella decisión, se acercó a uno de los imponentes árboles que tenía cerca de él y escaló en un momento hasta la copa. Desde allí, oteó en la dirección a la que se dirigía y divisó lo que parecía ser humo que se elevaba en la distancia. Lo más seguro era que aquel humo indicara la ubicación de algún tipo de asentamiento humano, y dada la cantidad de humo que salía, lo más probable es que se tratara de una ciudad.

Con su destino ya decidido, Rio bajó del árbol y, una vez deducida más o menos la ubicación de aquella ciudad, corrió hacia ella. Aunque por el camino se cruzó con varios duendes y ogros, los ignoró gracias a su velocidad. Sería una pérdida de tiempo y energía si tuviera que pelear contra todos y cada uno de los monstruos que se encontraba, por lo que tan solo se enfrentó a una manada de lobos que habían logrado rodearlo mientras Rio trataba de evitarles; su victoria sirvió de advertencia para el resto de salvajes que habitaban.

Rio esquivó con habilidad la densa maleza mientras corría y en apenas diez minutos encontró un camino que atravesaba el bosque. Al verlo, redujo su velocidad y, con un fuerte salto, lo alcanzó. Aquel camino tenía unos diez metros de ancho y era lo suficientemente grande para que pudiera pasar un carruaje. Una vez confirmó que no había nadie en los alrededores, se puso de nuevo en marcha a una velocidad que no causaría sospecha alguna si alguien lo veía.

Unos veinte o treinta minutos más tarde, llegó a la ciudad.

En las afueras, el camino estaba repleto de carruajes y viajeros que iban a pie dirección a la ciudad, Rio los seguía a cierta distancia. Los paisajes más cercanos a la ciudad estaban formados por extensos campos de trigo, granjas, huertos, viñedos, pastos y establos para el ganado, permitiendo ver a Rio a algunos agricultores aquí y allá. Después de andar un rato más, por fin llegó a la muralla.

Aquella ciudad parecía estar todavía desarrollándose, ya que había lienzos de muralla que parecían estar en construcción.

«Espero que mi orden de busca y captura todavía no haya llegado a Galarc…», pensó Rio mientras consideraba sus opciones y observaba en la distancia cómo la gente se desplazaba de un lugar a otro.

Era bien sabido que los reinos de Beltrum y Galarc eran aliados, lo que significaba que, si Beltrum también ofrecía allí una recompensa por su cabeza, Rio podía tener problemas dentro del Reino de Galarc.

Por si eso no fuera poco, debía tener algo más en cuenta. Dentro de la región de Strahl había unas antiguas máquinas que permitían volar a una velocidad media de unos cincuenta nudos por hora, así que, si se tenía también eso en cuenta, había muchas posibilidades de que la orden de busca y captura hubiese llegado ya a oídos del Reino de Galarc.

«Supongo que tendré que comprobar antes de nada el tablón de anuncios que está cerca del acceso principal. Si no veo nada raro, buscaré algo de comer. Después mandaré una carta a la profesora Celia para que sepa que he logrado escapar…», pensó Rio mientras enumeraba con los dedos todo lo que tenía que hacer.

Lo cierto era que no le quedaba mucha comida a Rio. La orden de busca y captura hizo que Rio huyera de Beltrum lo antes posible, incluso aunque le faltara comida. Justo era por eso por lo que estaba obligado a conseguir más provisiones en el Reino de Galarc antes de aventurarse en las desconocidas tierras que le esperaban más adelante.

Rio se detuvo un momento y se puso la capucha de la capa que había comprado en Beltrant. A continuación, se dirigió a la entrada de la ciudad. Junto a ella había un tablón de anuncios con avisos y, como era de esperar, entre ellos también había varios carteles de busca y captura. Al verlos, Rio repasó todos y cada uno de aquellos carteles.

«Parece que mi nombre… no está aquí», pensó Rio.

Rio no pudo evitar dejar escapar un suspiro de alivio al ver que su cartel todavía no había llegado hasta Galarc. Se sintió aliviado, ya que ahora sabía que podría entrar a la ciudad sin problemas.

Aquello también hizo que se diera cuenta que estaba hambriento, y es que aparte de los pequeños descansos en los que bebía poco de agua, no había comido nada desde que empezó a correr por el bosque.

Junto a la puerta, cerca del tablón de anuncios, había unas hileras de diversos y pequeños puestos callejeros, apiñados como en un mercado. A su alrededor, también se encontraban bares y posadas con aspecto de ser baratos.

Dado que las puertas de la ciudad se cerraban por las noches, no era raro encontrar esta clase de establecimientos en la periferia.

Pero, aun así, lo que en ese momento más atraía a Rio eran los puestos de comida. Seguramente dentro de la ciudad podría encontrar toda clase de fantásticas tabernas, pero no quería desviarse de su camino para probarlos.

Atraído por todo aquel aroma tan apetitoso, Rio permitió que sus pies lo guiaran. Se detuvo frente a uno de los puestos de brochetas de carne a la parrilla. En aquel momento, el puesto no tenía ningún cliente, por lo que creyó que era un buen momento para hacer su pedido.

—Perdone, póngame tres brochetas, por favor.

—¡Marchando! Serán seis cobres pequeños.

Rio hizo su pedido con una gran sonrisa, a lo que el hombre le respondió lleno de alegría.

—Aquí tiene un gran cobre.

—Perfecto. Aquí tienes el cambio… y esta es tu comida. ¡Que aproveche!

Después de guardarse el cambio, Rio cogió una de las brochetas. Estaba sazonada tan solo con sal, pero dado que estaba recién hecha, era casi irresistible. La carne no era de mucha calidad y estaba algo correosa, pero, aun así, Rio se comió todas las brochetas que había pedido en un momento.

—Je, je. Por lo que veo tienes muy buen comer, chico —dijo lleno de felicidad el dueño del puesto mientras se frotaba la nariz, orgulloso.

—Está muy bien cocinada la carne. Por cierto, ¿podrías hablarme un poco del país? Vengo desde una remota zona rural de otro país mucho más pequeño que este —preguntó Rio en el tono más amable y amigable que pudo encontrar.

—¡Por supuesto! Supongo que eres un aventurero novato, ¿verdad? La mayoría de los aventureros de tu edad acaban cansándose y lo dejan pronto, pero por lo que puedo ver, ese no parece ser tu caso. Eres bienvenido si estás pensando en usar esta ciudad como tu base de operaciones.

—Gracias.

Rio no era un aventurero, pero tampoco sentía la necesidad de corregir a aquel hombre, por lo que ignoró su comentario.

—Entonces, quieres saber más sobre este reino… Al norte se encuentra el Imperio de Proxia, con el que tenemos una gran rivalidad y tenemos una guerra encubierta que peleamos a través de terceros países más pequeños. Al oeste está el Reino de Beltrum, con el que tenemos una alianza. Al sur se encuentra el Reino de Centostella, con el que no nos llevamos mal. En mi opinión, te diría que este reino es sin duda un buen lugar para vivir, en especial esta ciudad.

—Sí, tienes razón, a pesar de que no sea una gran ciudad, se mire por donde se mire, rebosa de vida y está llena de gente —opinó Rio mientras miraba a toda la gente que estaba a su alrededor

—¡Exacto! ¡Y todo esto es gracias a…!

—¡A la señorita Liselotte, la actual gobernadora de Amande! ¿Qué te parece, chico? ¿Te gustaría probar la sopa de pasta? Es una comida a base de men que ha sido creada por la señorita Liselotte.

Justo en el momento en el que el dueño del puesto había empezado a emocionarse con su propio discurso, se entrometió el dueño del puesto adyacente y que acababa de despachar a unos clientes.

—¡Pero hermano! ¡Justo dijiste lo mismo que pensaba decir yo! —se quejó el dueño del puesto de brochetas, enfadado por haberse quedado sin protagonismo.

Eran hermanos. El hermano mayor se disculpó e intentó animar al menor con una sonrisa.

«Ya veo… Liselotte… ¡Espera! ¡¿Acaba de decir “pasta” y “men”?!», pensó Rio.

Mientras los dos hermanos no paraban de hablar de las bondades de la ciudad, la atención de Rio se centró en dos de las palabras que acababan de usar hacía tan solo un momento. Tanto «pasta» como «men» eran palabras con las que Rio, no, mejor dicho, Haruto Amakawa estaba más que familiarizado. La pasta era un tipo de cocina italiana. Mientras que «men» era una palabra japonesa que se usaba para un tipo específico de fideos y que a su vez provenía de la palabra china «mein». Por supuesto, no eran alimentos que Rio hubiera visto ni probado con anterioridad en este mundo.

Era imposible que los habitantes de este mundo conocieran ese tipo de palabras.

—¿Acabas de decir sopa de pasta y men? —preguntó confundido Rio.

—Sí. La pasta es un tipo de ingrediente que se obtiene al procesar el trigo. La señorita Liselotte siempre dice que ese tipo de pasta lleva como base men. El único lugar fuera de la ciudad donde se puede probar esta clase de comida es en el puesto de mi hermano —explicó con orgullo el dueño del puesto de brochetas.

—Ya veo… Si es así, por favor, ¿podría probar la sopa de pasta?

Esta era la típica situación en la que para poder creer algo necesitabas verlo, motivo por el que Rio decidió aventurarse y pedir aquella sopa.

—¡Así me gusta! Lo normal sería cobrarte por la sopa ocho cobres pequeños, pero como acabas de llegar a la ciudad, ¡te haré un descuento! Solo por ser tú, chico, serán cuatro cobres pequeños.

Rio agradeció el gesto del dueño y le entregó los cuatro cobres pequeños.

—Ha sido un placer hacer negocios contigo. Voy a prepararlo ahora mismo, espera un momento, por favor, y no te vayas a ninguna parte. Mientras tanto, puedes pasar el rato escuchando a mi hermano hablar de lo maravillosa e increíble que es la señorita Liselotte.

—Entonces, me encantaría escuchar más sobre la señorita Liselotte de la que tanto habláis —pidió Rio, aceptando la sugerencia del hombre, ya que estaba muy interesado por Liselotte, la supuesta inventora de aquel plato.

A continuación, Rio se giró para mirar al hermano menor.

—¡Atento a mis palabras! La señorita Liselotte es la actual gobernadora de esta ciudad, Amande. También es la hija del duque Cretia y se graduó en la Academia Real de Galarc con tan solo diez años. Gracias a eso, el Duque la dejó al cargo del gobierno de Amande poco después de que se graduara —explicó el dueño de brochetas orgulloso.

Amande era una pequeña ciudad que estaba situada a las afueras del territorio del duque Cretia, al oeste de Galarc. La ciudad subsistía gracias a la tala de árboles y hacía tan solo medio año desde que Liselotte había asumido el cargo de gobernadora de la ciudad. Al iniciar su mandato, Amande era una ciudad de paso para los viajeros, pero gracias a su trabajo, la ciudad se desarrolló rápidamente. Después de todo su esfuerzo, Amande estaba muy cerca de convertirse en uno de los centros principales de comercio de Beltrum, ya que conectaba el oeste del Reino de Beltrum con el este de Galarc. La población de la ciudad rondaba las mil personas, pero el ajetreo diario de la ciudad superaba con creces esa cifra.

Aunque la propia Liselotte no tenía más de once años, ya contaba con varios logros en su haber, de los que, como era de esperar, el dueño del puesto de brochetas no dejaba de alardear.

En primer lugar, ella sola había propiciado una revolución agrícola en las tierras que se encontraban bajo el control del duque Cretia. En segundo lugar, no dejaba de crear toda clase de nuevas comidas y de descubrir nuevos tipos de alimentos. En tercer lugar, tuvo en cuenta a los habitantes y sus capacidades para que estos pudieran tener más tiempo de ocio. Y, en último lugar, era la responsable del «Gremio Ricca», la mayor organización comercial de toda la ciudad. Además, tenía otros hechos destacables.

—Y lo más importante de todo es que…

—¡¡Es adorable!!

Justo en el mismo instante en el que una expresión de amor aparecía en la cara del dueño del puesto de brochetas, su hermano mayor volvió a hablar, logrando que sus voces sonaran al unísono.

—¿Eh?

Rio no pudo evitar retroceder un poco ante aquella terrorífica sincronización, sin embargo, ninguno de ellos pareció prestarle la más mínima atención, ya que continuaron hablando como si nada.

—Tampoco se muestra arrogante cuando trata con plebeyos como nosotros. Es más, de vez en cuando ella misma inspecciona este mismo mercado, y la última vez ¡incluso hasta me sonrió! —continuó diciendo el dueño del puesto de brochetas con una gran sonrisa, exasperando a su hermano.

—Te confundiste, esa sonrisa no iba dirigida a ti. Sin lugar a dudas me estaba sonriendo a mí.

—¡¿Qué?! Me temo que no puedo ignorar un comentario como ese, hermano.

Liselotte era básicamente la idol de la ciudad. Aunque, a decir verdad, el simple hecho de ser una aristócrata ya la situaba fuera del alcance del pueblo. Además, el hecho de ser guapa y ser amable con todos ocasionaba que de vez en cuando se produjeran todo tipo de malentendidos. Aun así, la tal Liselotte tan solo tenía once años y los dos hermanos fácilmente superaban la treintena.

Rio no pudo evitar sonreír con amargura al darse cuenta de ello.

—Veo que ambos amáis mucho a la señorita Liselotte —comentó Rio en un intento por apaciguar a los dos hombres.

—¡Idiota! ¡Nosotros no somos ni tan siquiera lo suficientemente buenos como para amarla!

—¡Sí! ¡Tiene razón! Tan solo seríamos felices si pudiéramos dar nuestras vidas por ella, ¡aunque no creo que eso llegue a ocurrir!

El amor que sentían aquellos hombres era tan profundo que incluso a Rio le costaba mantener la compostura.

—Y… ¡Ya está listo! Esta es la famosa sopa de pasta, que solo se puede comer en mi puesto fuera de la ciudad. Está muy caliente… no te quemes—indicó el dueño del puesto de pasta, dándole un bol de madera, un tenedor y una cuchara.

—Parece estar delicioso. Así que esta es la famosa sopa de pasta… ya veo… —comentó Rio mientras observaba con detenimiento su contenido.

En su interior había un tipo de pasta que Haruto Amakawa conocía muy bien. Sin lugar a dudas eran fideos italianos, conocidos cómo «espaguetis». La sopa era bastante clara y lo más seguro es que estuviera condimentada con sal. También llevaba tocino y verduras, el plato olía delicioso.

—Je, je, muchas gracias. ¡Casi lo olvido! Se supone que los alimentos que contienen «men» debes de tomarlos usando cuchara y tenedor. ¿Sabes cómo usarlos, chico?

Era habitual que una buena parte de los plebeyos no tuvieran acceso a tenedores y cucharas, así que el dueño del puesto siempre solía preguntar.

—Sí, sé cómo usarlos.

—Eso está genial, significa que te han criado bien. La mayoría de los aventureros se molestan bastante al ver que tienen que usar cuchara y tenedor, lo que hace que acaben comiendo con las manos y, finalmente, se quemen.

—¡Ja, ja, ja! Creo que mejor evitaré de comer de esa manera —respondió Rio esbozando una sonrisa forzada mientras se sentaba.

Rio dejó el cuenco sobre la improvisada mesa que tenía delante y cogió los cubiertos para tomar la sopa.