Sentir el tenis - David Sánchez - E-Book

Sentir el tenis E-Book

David Sánchez

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Beschreibung

Sentir el tenis recoge lo más destacado de una temporada 2017 en la que las dos grandes estrellas actuales de este deporte, Rafael Nadal y Roger Federer, regresaron a escena adjudicándose, entre ambos, los cuatro torneos más importantes del mundo. Por primera vez, estos dos deportistas, protagonistas de la rivalidad más emocionante, respetuosa y sana de la historia, compitieron juntos en el mismo lado de la pista.

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Primera edición digital: junio 2018 Campaña de crowdfunding: Ciro Altabás Ilustraciones de la cubierta e interiores: Alba Ruiz Corrección: Bárbara Fernández Revisión: David García Cames

Versión digital realizada por Libros.com

© 2018 David Sánchez © 2018 Libros.com

[email protected]

ISBN digital: 978-84-17236-90-8

David Sánchez

Sentir el tenis

Dedicado a quienes saben que hay una gran diferencia entre existir y estar vivos.

«Haz de tu vida un sueño, y de tu sueño una realidad».

El Principito. Antoine de Saint-Exupéry, escritor francés

 

«Viven confundidos: no entienden que la gente no es especial por ser quien es, sino por hacer lo que hace».

Toni Nadal, tío y entrenador de Rafael Nadal

Índice

 

Portada

Créditos

Título y autor

Prólogo. Por Arseni Pérez

Introducción

1. Australia invita a soñar

2. Indian Wells. El reencuentro

3. Miami. No hay dos sin tres

4. Montecarlo. Nadal de diez en diez

5. Madrid. La continuación de la «gira Nadal»

6. Roma. Dudas antes de París

7. París. Tierra Nadal

8. Londres. El jardín de Federer

9. Montreal. Lucha de poder por el número uno

10. Cincinnati. Un nuevo viejo número uno

11. Nueva York. La confirmación de Nadal al frente

12. Praga. La Laver Cup y una imagen icónica

13. Shanghái. Federer revoluciona el final de año

14. París-Bercy. Se desvela el misterio

15. Londres. Fin de fiesta agridulce

Mecenas

Contraportada

Prólogo

Por Arseni Pérez, periodista de RTVE

Vivimos inmersos en tiempos convulsos. Y no sólo porque en las últimas elecciones en Estados Unidos escogieron como presidente a Donald Trump, tal y como opinan los biempensantes eruditos —rodeados de daiquiris— en su privilegiada atalaya. Tiempos convulsos, en efecto. Corea del Norte hace ya tiempo que amenaza con chantajear al mundo entero a base de misilazos nucleares. En otra zona del planeta, el conflicto árabe-israelí lleva anclado en el túnel desde los tiempos bíblicos. Mientras, el polvorín yihadista extiende sus tentáculos más allá del Estado Islámico por medio de salvajes atentados contra la misma esencia del Corán, aterrorizando a las sociedades liberales donde clavan la huella de su sangre.

Mientras tanto, África no puede abrirse paso hacia el futuro por culpa de los vendedores de armas, que nutren más allá de sus dientes a los feroces señores de la guerra. Por si fuera poco, quienes quieren huir de esta irracional masacre tribal, buscan la primera patera libre empeñando sus ahorros y su vida, literalmente su vida, puesto que muchas de esas víctimas acaban ahogadas en su naufragio fatal por el Mediterráneo.

Sí, tiempos revueltos tal y como se puede comprobar en nuestro entorno más inmediato. Aún no hemos podido superar una durísima crisis económica que afecta a los fundamentos y a los valores de nuestra sociedad, y ya se nos ha echado encima otra crisis por solventar: la territorial.

Pero, a pesar del —más que esquematizado— panorama, no hay que abandonarse a la depresión más irrefrenable. Siempre ha habido revueltas, dirigentes peligrosos, conflictos civiles, guerras cruentas… Los tiempos de crisis son también tiempos de nuevas oportunidades. Lógicamente, el mundo que nos rodea condiciona las nuevas rutinas sociales, y, por si fuera poco, la aplicación de las tecnologías de vanguardia acelera aún más ese proceso. Estamos en los tiempos de la prisa, del llegamos tarde, sin pausa para reflexionar.

El periodismo ya no respira, jadea casi sin resuello. El primer gran drama de esta bendita vocación surgió cuando a alguien se le ocurrió la brillante pirueta de dar el peligroso salto desde la información hacia la propaganda. Seguro que tal personaje se infló los bolsillos —da igual que fuera el pionero William Randolph Hearst, el cual azuzó lo suyo para que los Estados Unidos entraran en guerra contra España en 1898, o su alumno aventajado más contemporáneo, el australiano Rupert Murdoch—, porque a los que venían por detrás sólo se les ocurrió imitarle sin ningún tipo de reparos. La prensa pasaba de fiscalizar el poder —crítica con el mismo, intentaba publicitar sus desmanes— a convertirse en una herramienta más de este.

Para desgracia de nuestro gremio, los periodistas, que nunca debimos dejar de ser unos honestos orfebres de la comunicación —salvo honrosísimas excepciones bien localizadas—, pasamos a ponernos la camiseta del bando que pretendidamente representamos. Y eso que aún no me refiero exclusivamente al periodismo deportivo…

Los nuestros nunca fallan —si no hay más remedio que reconocerlo, minimizamos al máximo sus errores—, y si lo hacen es culpa de los del «otro bando» —a ellos sí que tenemos que dedicar toda nuestra labor de presunta investigación—. ¿Cuántas veces habremos oído la maldita frase: «Que la realidad no te estropee un buen titular»? ¿O lo del fraudulento mito sobre la posverdad? Si es simplemente eso: ¡mentira! Sólo se trata de canonizar la pura falsedad con un concepto pseudocientífico.

Con estos condicionantes, es fácil dar el siguiente paso: ¿para qué se sigue necesitando a los periodistas? Actualmente, con su móvil, cualquier usuario o usuaria —no hace falta que sea especialista— puede informar por medio de las redes sociales sobre un acontecimiento sorpresivo —un incendio, un accidente, la presencia de un famoso en un bar de moda, etc.—. Inmediato… y, sobre todo, ¡gratis!

En este revuelto contexto no es nada, nada fácil —lo puedo asegurar— ponerse en la piel, en los ojos, de un joven periodista que aún cree que no todo está perdido. Seguir teniendo una noción, hasta cierto punto romántica, de una actividad que es algo más que una profesión: un imprescindible instrumento de cohesión social. Explicar historias reales, dar a conocer nuevas situaciones personales o de la comunidad, detallar por qué se ha producido una noticia sigue siendo apasionante para aquellas personas que aún respetan el periodismo de toda la vida, aunque últimamente, como se puede observar, en horas bajas.

Tuve la suerte de conocer hace algún tiempo a David Sánchez. Primero por vía telefónica y más tarde en persona. Tengo que reconocer que me conmovió su amarga visión de cómo están funcionando los medios de comunicación —trabajos sin apenas remuneración, pocas opciones de poder progresar en ellos…— y, a pesar de ello, su contagioso entusiasmo para abrirse paso en el arduo camino del periodismo deportivo. Por cierto, hay quien dice que ese concepto de periodismo deportivo no existe en la realidad, que sólo es un reflejo del grupo de periodistas que cubren los deportes. Es decir, un buen periodista debe saber cubrir el ámbito de información que le corresponde. Sea cual sea.

Volviendo a David Sánchez, su ilusionada y limpia mirada ya me delataba que estaba ante un chaval que se sentía periodista, a pesar de las dificultades. Más allá de si aprobaste el último curso de la carrera o de si estás trabajando en un medio más o menos importante, lo fundamental es justamente eso: sentirte periodista. Y David, estaba claro, así lo transmitía.

Integrante de la última generación de especialistas —más que competentes— que se han atrevido a asomar su nariz en el ámbito tenístico, David evidencia sus orígenes alcalaínos, donde ha pasado la mayor parte de su vida. Rigor y respeto por los conocimientos del pasado, con el fin de interpretar la actualidad más que rabiosa del presente. Afortunadamente, puedo decir que junto a un escogido grupo de jóvenes periodistas coetáneos, está revalorizando el discurso sobre el deporte de la raqueta que hasta hace bien poco sólo podía seguirse desde los medios tradicionales. Savia refrescante que garantiza la continuidad en este estimulante terreno de la comunicación.

Desde luego, para los neófitos ha sido fundamental saber adaptarse a los nuevos tiempos, surfeando por la ola de las redes sociales y las webs digitales. El autor de este libro ha sabido aprovechar el reto de las nuevas vías de comunicación —que han reforzado y amplificado desde hace una década los canales informativos de la sociedad globalizada— con el objetivo de iniciar sus primeros pasos profesionales y darse a conocer. Hace años esto era impensable; si querías introducirte en este ámbito, tenías que colarte en alguno de los medios tradicionales para intentar progresar. En este aspecto, David ha conseguido moverse por este nuevo mundo informativo virtual para seguir adelante con su gran pasión periodística.

Tras inventarse con unos amigos Trending Tennis, su primera aventura digital, pasarse por la ya clásica VAVEL, o colaborar en medios más establecidos como Radio MARCA o esRadio, se ha atrevido a dar un paso más: idear esta recopilación de columnas y entrevistas convenientemente ilustradas.

Sentir el tenis es, sobre todo, amor. Amor hacia el mejor tenis de la historia. Y, cómo no, amor al periodismo. Se trata de una visión, una lectura, de lo que ha sido el año 2017 a nivel del tenis profesional masculino.

Paradójicamente, al inicio de este texto hablaba de los tiempos convulsos. Puede que ese ambiente tan inestable haya influido en lo que ha sucedido con el mundo de la ATP durante esta campaña. Muchos jugadores de altísimo nivel competitivo han hecho crac en 2017, y se han perdido por lesión muchos meses del circuito: Djokovic, Murray, Wawrinka, Nishikori, Raonic…

Los que sufrieron ese crac en el 2016, sin embargo, han vuelto a revivir el tenis más vibrante de sus carreras. Había quien prematuramente los enviaba al cementerio de la retirada, pero por suerte hemos podido disfrutar de su brillante resurrección. Hemos experimentado así un excitante renacimiento de los clásicos. A un lado de la red, el del auténtico Miguel Ángel de este bendito deporte, el artista más estético de la historia de la raqueta, y que hace de la elegante perfección su sello: Roger Federer. Y al otro, el gran maestro de la inventiva más ingeniosa —por inverosímil que parezca—, el Leonardo da Vinci que marca hitos inhumanos saltándose las leyes de la física si hace falta: Rafael Nadal.

Dos leyendas vivas del deporte que nos han vuelto a deleitar. Que nos han vuelto a emocionar. Puede que el momento top del año lo disfrutáramos con su electrizante cara a cara en la central del Melbourne Park, durante la final del Open de Australia. Nos devolvió las sensaciones de la mítica final de Wimbledon 2008. Con resultados contrapuestos. Es lo de menos. La sugestiva portada de este libro así lo refleja: hemos disfrutado de ellos, con ellos, y su gigantesca rivalidad ha acabado uniéndolos como el gran triunfo del tenis. Y además con el orgullo de que uno de ellos sea, más que probablemente, el mejor atleta español de todos los tiempos.

Tal y como me ha comentado muy ilusionado el mismo David Sánchez, desea que este libro «evoque la nostalgia de estos dos fenómenos y de una temporada loca para que el aficionado, dentro de unos años, tenga interés en releerlo». Un fenómeno muy atípico, el de evocar la nostalgia cuando tanto Rafa como Roger siguen en plena actividad, ¡y de qué manera! Pero en nuestro subconsciente pesa mucho la sensación de que lo que hemos visto ha sido tan grande que no podremos soportarlo cuando dejen de ser eternos, como los dioses.

Lo dicho, un homenaje, más que oportuno y con mucho amor, que nos ofrece David en honor de los dos jugadores que más han ampliado las fronteras del tenis hasta límites insospechados. Así que —por mucho que los tiempos puedan seguir siendo convulsos, como casi siempre—, ¡pasadlo lo mejor posible y disfrutad de estas páginas!