Si rompemos las barreras - Alba G. Callejas - E-Book

Si rompemos las barreras E-Book

Alba G. Callejas

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Beschreibung

Encarnar la piel de la bárbara Sandalveth en Reinos de Alanar lo es todo para Vera. Sobre todo, cuando recorre el juego junto al hechicero Efarin, su mejor amigo, aunque solo lo conozca en aquel mágico mundo digital. Pero el destino nunca se comporta como uno quiere y el viejo ordenador de Vera se estropea en plena época de exámenes, apartándola de Efarin y todos sus planes. Por si fuera poco, Vera debe enfrentarse a una mudanza, al inicio de una nueva vida en Guadalajara y a su ingreso en el bachillerato de Artes sin su apoyo incondicional, Efarin.

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Si rompemos las barreras

Alba G. Callejas

Primera edición en esta colección: enero de 2024

© Alba G. Callejas, 2024

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2024

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99

www.plataformaeditorial.com

[email protected]

ISBN: 978-84-10079-09-0

Diseño e ilustración cubierta: Mireya Murillo Menéndez

Realización de cubierta y fotocomposición: Grafime Digital S. L.

Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

Índice

123456789101112131415161718192021222324Agradecimientos

Yo vivo en un mundo virtual. Todo lo que veo cuando entro en la Matriz es irreal y, sin embargo, es mi realidad. Podríamos haber descubierto una nueva verdad, o podríamos estar viviendo una mentira. En cualquier caso, es nuestra mentira, y hemos de vivirla.

Las hijas de Tara,LAURA GALLEGO GARCÍA

Para quien haya encontrado refugio en el mundo digital alguna vez.

Para Ashera, Tau, Lightmaster y Cristie por enseñarme que es posible romper las barreras.

1

Había sido sencillo llegar a la cumbre de la más alta cima de Alanar y, aunque hubiera sido difícil, habría merecido la pena. Ahora un viento furioso sacudía su melena pelirroja, haciendo que la trenza que recogía todo el cabello en uno de los lados de su cabeza azotase su espalda de tanto en tanto. Ante ella, el paisaje quitaba el aliento; podía ver la tierra de todo el País de los Elfos extenderse hasta llegar al mar brumoso del norte. Giró para observar el panorama y desde allí pudo reconocer aún más lugares: las Montañas de los Enanos, el Bosque de los Feéricos, las Tierras de los Ríos donde vivían los humanos. Y las Estepas Heladas, el lugar en el que vivía la raza de orgullosos bárbaros a la que ella pertenecía.

Trataba de distinguir las ruinas del templo que sabía que se hallaba en una isla en medio del lago que separaba las estepas de las montañas, pero la distancia lo hacía complicado. Entonces un mensaje emergió en el chat, resaltado en la esquina izquierda de la pantalla.

Efarin Hoy, a las 23:41¿Has llegado ya arriba?

Sandalveth Hoy, a las 23:41Hace un rato. Escalas muy lento.

Efarin Hoy, a las 23:41Mi personaje ha agotado sus fuerzas, me ha tocado parar a descansar.

Sandalveth Hoy, a las 23:42Es verdad, a los feéricos no os sienta muy bien el frío. Tranqui, te espero.

Vera aprovechó el momento para acomodarse en la silla del escritorio. Soltó el ratón para alcanzar la botella de agua que tenía en la mesa junto al monitor y darle un trago. En la pantalla podía ver cómo Sandalveth, su bárbara, entraba en letargo y comenzaba a hacer movimientos automáticos. Parecía que tratase de relajar los músculos después de la larga escalada, o quizá como si quisiera mantenerse caliente ante las gélidas temperaturas de aquella cumbre.

No era de extrañar. La armadura de pieles y cuero tachonado que cubría su musculoso cuerpo dejaba entrever demasiado de su piel, pálida y tatuada, para aquel clima gélido. Por suerte, el orgulloso pueblo de los bárbaros era resistente al frío y aquel 0ºC de color azul claro que podía ver debajo del minimapa no le preocupaba. Sin embargo, no le extrañaba que a su compañero Efarin sí le costase llegar hasta allí. Los feéricos vivían en climas templados, así que era probable que le costase ascender hasta aquel punto, incluso cuando había protegido su cuerpo con un hechizo térmico.

Vera estaba tranquila y Sandalveth también lo estaba. Allí no había enemigos, tan solo amplitud y unas vistas que quitaban el hipo. Aprovechó para organizar el interior de sus bolsas y también para releer la última misión que se traían entre manos, mientras jugaba distraída con uno de sus rizos morenos.

Seguían la pista a unos ritualistas que estaban causando caos y descontrol entre los elementos del mundo de Alanar y llevaban un tiempo tratando de desentrañar su plan, que aún resultaba un tanto ambiguo. Después de enfrentarse a un poderoso chamán que había capturado un espíritu del aire, su misión era ascender a la cumbre más alta de todo el continente para liberarlo. Y en esas estaban.

Dio un trago más a su botella de agua y se apresuró a colocarle el tapón al ver que Efarin entraba en su campo de visión. El silfo destacaba allí como una amapola en medio de un campo de hierba. El paisaje que les rodeaba era gris y helador; sin embargo, la piel del feérico era de color verde brillante y la túnica que vestía mostraba los colores de los arcanos de su orden: el rojo y el púrpura. Además, sus alas de silfo, cuidadosamente plegadas para evitar las ráfagas de viento que pudieran dañarlas, resplandecían con reflejos irisados. Definitivamente, era como un faro en medio de aquella montaña.

Sandalveth Hoy, a las 23:49Por fin. Si hubiera un premio al ascenso más lento te lo hubieran dado.

Efarin Hoy, a las 23:49Te lo recordaré cuando toque la próxima misión de nado, lista.

Vera sonrió para sí misma. Su compañero tenía razón. Si bien la bárbara era fuerte y resistente en ambientes fríos, parecía que el agua fuera contraria a su naturaleza.

Efarin Hoy, a las 23:50Guau, menudas vistas, ¿no?

Sandalveth Hoy, a las 23:50¿Alcanzas a ver el templo del Tercer Amanecer?

El silfo, que se había colocado en la cumbre junto a su bárbara, giró sobre sí mismo para mirar en la dirección que ella le señalaba. Cuando se detuvo, el personaje se abrazó a sí mismo, tiritando por las bajas temperaturas, y, como si lo hubiera planeado, la bárbara soltó una risa que parecía crecer desde el fondo de su pecho.

Efarin Hoy, a las 23:53Sí, veo el templo y también la zona nueva. Tiene muy buena pinta.

Sandalveth Hoy, a las 23:54Mi ordenador no da para tanto.

Vera torció el gesto, fastidiada. Llevaba cuatro años jugando a Reinos de Alanar y para aquel entonces su ordenador, heredado de su hermano mayor, ya se consideraba viejo. Cuanto más pasaba el tiempo y el juego añadía mejoras y zonas nuevas, más notaba que su equipo no tardaría en quedarse obsoleto. Cada vez tenía más tirones de FPS y sufría daño extra al no poder apartarse de áreas que sencillamente no veía, por eso había decidido retirarse de las escaramuzas jugador contra jugador. Y aunque su pantalla se quedase congelada cada dos por tres, no le molestaba, Reinos de Alanar tenía mucho que ofrecer y muchos estilos de juego para disfrutar, pero últimamente se le dificultaban hasta las tareas de farmeo al no ser capaz de distinguir bien algunas texturas que su viejo equipo era incapaz de procesar.

Aún recordaba cómo, un par de noches atrás, se había tirado más de media hora buscando un cervatillo en el bosque. Debía brillar bajo la bendición de la Diosa, pero ella no era capaz de encontrarlo. Tardó demasiado en darse cuenta de que, para ella, sencillamente no brillaba. Por más que Efarin le describiese aquel resplandor argénteo que envolvía a la criatura, su ordenador no lo procesaba. Al menos su amigo tenía una paciencia que parecía infinita y no encontraba problema en esperarla cuando tardaba más de la cuenta en completar las misiones.

Efarin Hoy, a las 23:55Tienes que buscar un vídeo.

Sandalveth Hoy, a las 23:55Sí, debería.

Efarin Hoy, a las 23:55En serio. Creo que veo hasta la nueva zona de arenas. Tiene pintaza, de verdad. Seguro que esta misión está hecha precisamente para eso, para que veamos lo que nos espera en el siguiente parche.

Sandalveth Hoy, a las 23:56Para quien pueda verlo.

Efarin Hoy, a las 23:56Tendrías que comprarte un ordenador nuevo, Sanda.

Sandalveth Hoy, a las 23:56Vale, explícaselo tú a mi madre. Si me deja tener este es porque lo necesito para clase, si no, no tendría ordenador hasta que pudiera comprarme uno.

Efarin Hoy, a las 23:56Pero esa tostadora está a punto de explotar.

Sandalveth Hoy, a las 23:57Créeme, si no fuera porque me hace falta internet, ella hubiera preferido comprarme una máquina de escribir.

El silfo soltó una suave risa musical y Vera sonrió para sí misma.

Sandalveth Hoy, a las 23:57¿Terminamos esta misión? Debería irme a dormir antes de que me pillen...

Efarin Hoy, a las 23:57Otra vez.

Sandalveth Hoy, a las 23:57Otra vez.

En esta ocasión, hasta Vera soltó una carcajada en voz baja, aunque enmudeció enseguida, esperando no haber despertado a nadie. La única razón por la que podía jugar un rato a Reinos de Alanar era que su madre se había quedado dormida frente al televisor una vez más. Ella desde su habitación, y con la puerta cuidadosamente cerrada, hacía un rato que debería estar acostada.

Aun así, aquellos momentos de rebeldía en que encendía el ordenador a escondidas para encontrarse con Efarin y el resto de compañeros de su clan, merecían todas las broncas del mundo. Escapar de su rutina para recorrer aquel mundo de fantasía era uno de los mejores momentos del día. Aunque fuera solo un rato.

Efarin Hoy, a las 23:58¿Y qué hay que hacer? Escalamos la montaña y...

Sandalveth Hoy, a las 23:58Y liberamos el espíritu del viento que había secuestrado aquel chamán.

Efarin Hoy, a las 23:59Cierto, cierto. Estaba demasiado ocupado no muriendo de frío como para pensar con claridad.

Vera sonrió. Hizo que Sandalveth sacase el orbe de cristal de su morral y lo alzase entre ella y el silfo. Le divertían aquellos momentos de rol en que encarnaban el papel de sus personajes, pero aquella vez no tenía demasiado tiempo. Los minutos en el reloj apremiaban, tensándola a medida que se acercaba la media noche.

Activó el orbe y un hilo de viento comenzó a manar de él y a arremolinarse a su alrededor mientras ascendía hasta fundirse con las nubes.

«Bien hecho, Guerrera. Gracias por liberarme». La profunda voz del espíritu de viento que los había acompañado en las últimas misiones inundó los auriculares inalámbricos que Vera llevaba ceñidos alrededor de la cabeza. «Tu tarea no ha terminado, sin embargo, mis hermanos...».

Un temblor sacudió la pantalla y una nueva voz, más afilada que la anterior, se alzó por encima de ella.

«¿Creías que podrías detenernos?».

Antes de que Efarin y Sandalveth comprendieran lo que estaba sucediendo, un nuevo temblor en la cumbre desestabilizó al silfo y a la bárbara, arrojándolos de la cumbre y haciendo que se precipitasen al vacío.

Vera se aferró al ratón y colocó los dedos en los botones del teclado que podrían servirle para sobrevivir a la caída, pero antes de que pudiera hacer nada, la pantalla se fundió a negro.

Como si el juego se hubiera sincronizado con su vida, el reloj de su casa comenzó a dar las doce, campanada tras campanada, mientras la pantalla volvía a mostrarle una imagen nítida y su bárbara se levantaba del suelo echándose hacia atrás la melena pelirroja. La barra de vida estaba por la mitad y un formidable dragón envuelto en jirones de aire se alzaba ante ella.

Vera se retiró uno de los auriculares para poder escuchar los sonidos que llenaban su casa cuando la voz aguda y rota de su enemigo volvió a escucharse.

«Mi bestia acabará con vosotros, liberar al espíritu del aire será lo último que hagáis con vuestras vidas».

Podía oír a su madre trastear en el salón. Las campanadas del reloj la habían despertado y se preparaba para ir a dormir.

—Mierda, mierda, mierda —murmuró Vera para sí misma.

Logró anticiparse y tabular, minimizando el juego para que un documento de texto en blanco y negro llenase la pantalla justo en el momento en que su madre abría la puerta de su habitación sin llamar.

—¿Vera? —La voz adormilada de su madre llegó hasta ella y la muchacha dio un respingo—. ¿Qué haces todavía despierta?

—¿Qué hora es? —preguntó mientras se volvía hacia su madre fingiendo desconcierto y bajando los auriculares hasta dejárselos colgando del cuello. Estaba alterada, sabía que se enfadaría muchísimo si se enteraba de que estaba jugando a aquellas horas.

—Acaban de tocar las doce, ¿no has oído el reloj?

Vera se pasó una mano por el rostro para hacerle ver que estaba cansada.

—Me he puesto con el trabajo de Biología y se me ha pasado el tiempo volando —murmuró.

Su madre refunfuñó algo incomprensible mientras se acercaba a ella y echaba un vistazo a la pantalla. Era una mujer menuda y de cabello corto cano que antaño había sido tan moreno como el suyo y profundas ojeras que no la habían abandonado desde que Vera tenía memoria.

—A dormir, que mañana hay que madrugar.

—Termino una cosa y enseguida apago.

—Apaga ya. Sigue mañana, no son horas.

Vera guardó el documento de texto ante los ojos de su madre y, sin minimizar la pantalla —a sabiendas de que si lo cerraba aparecería la ventana de Reinos de Alanar y se desataría una pelea más grande que la que estaba viviendo su bárbara en el juego—, apagó el ordenador. Sabía que su ya maltratado ordenador acusaría aquel cierre brusco y sin cerrar todos los procesos, pero no podía hacer otra cosa.

Cuando la pantalla se puso negra y los ventiladores acallaron por fin su eterno revoloteo, su madre le dio un beso en la sien.

—Buenas noches —le dijo.

—Buenas noches, mamá.

La siguió con la mirada hasta que salió del dormitorio y cerró la puerta. Solo entonces volvió a contemplar la pantalla a oscuras.

Casi con toda seguridad Sandalveth habría muerto y también Efarin. Su compañero habría sido incapaz de hacerle frente al dragón él solo en una batalla pensada para dos jugadores, por más que fuera diestro en las habilidades del hechicero.

Vera suspiró profundamente, resignada. Era impensable volver a encender el ordenador, su vieja torre hacía demasiado ruido y el piso en el que vivían era pequeño y se oía todo. Tan solo deseaba que Efarin no se enfadase con ella, pero tendría que esperar a volver del instituto para descubrirlo.

2

El día en el instituto fue tranquilo y rutinario para Vera. Estudiaba 4º de la ESO y, aunque las vacaciones de verano cada vez estaban más cerca, no le preocupaban demasiado los exámenes finales. Las clases no se le hacían tediosas; pese a que tampoco era la alumna más aplicada del mundo, llevaba las materias al día. Eso sí, no destacaba en ninguna asignatura, salvo, quizá, en plástica.

Adoraba dibujar, pintar y cualquier cosa que significase crear algo con las manos. Pasaba las horas soñando con Alanar y todas las aventuras que había vivido en la piel de Sandalveth. Tantos dibujos había hecho de su fiel bárbara que algunos de sus profesores le habían dicho que valía para aquello, que quizá la mejor decisión que pudiera tomar fuera la de hacer el Bachillerato de Artes y aprender a explotar aquel talento que ellos decían que tenía.

Aunque lo cierto era que no había pensado en tanto. Nada más allá del final de las clases, sobre todo con las altas temperaturas que azotaban Granada en los últimos días según avanzaba el mes de mayo. Esperaba aprobar todo y, con suerte, disfrutar del nuevo contenido que saldría en Reinos de Alanar a finales de junio, tranquila y fresquita en su casa. No sabía qué sería de su vida al año siguiente, pero su madre ya le había dejado caer en alguna ocasión la idea de que quizá podría trabajar en el hotel en el que ella era camarera.

Por eso no le había dado más vueltas. No sabía si quería seguir estudiando o si, de querer, podría hacerlo.

Prefería no hacerse ilusiones, por más que disfrutase dibujando. Y por ello tampoco se esforzaba demasiado en las clases, tan solo hacía lo que se esperaba de ella para evitar discusiones con los profesores y con su madre. Su objetivo: terminar la ESO. Después ya se vería.

Sus compañeros de clase y su pequeño grupo de amigas sí tenían otras ideas, sabían qué bachillerato querían estudiar. Algunos incluso tenían clara ya la carrera universitaria a la que querían intentar entrar y la nota media que necesitaban. Claro que ninguno de ellos vivía su situación.

Sus padres se habían divorciado tres años atrás y su vida había cambiado drásticamente. La situación en casa no era la idónea, pero tampoco se quejaba. Sabía que su madre hacía todo por mantenerla. Incluso su hermano, que era seis años mayor que ella, había tenido que dejar de estudiar al terminar el bachillerato para colaborar con la economía de casa. Eso le había hecho mentalizarse: casi con toda seguridad el año próximo lo pasase trabajando. Por eso solo pensaba cada día en volver a casa, hacer la tarea y volver a ponerse en la piel de Sandalveth. En Reinos de Alanar sí disfrutaba exactamente de la vida que quería tener.

Al salir del instituto, Clara, Lucía y Nuria, las tres chicas que formaban su grupo de amigas de toda la vida, acordaron ir al cine aquella tarde. Ella dijo que no se apuntaba y nadie se extrañó de ello. Aquello era la tónica dominante y las tres sabían que Vera tenía que hacer malabares con su paga para poder apuntarse a algún plan, pero también eran conscientes de la obsesión que tenía su amiga con los videojuegos y poco a poco habían dejado de pelear con ella para que se uniera a sus salidas.

Además, aquel fin de semana le tocaba pasarlo con su padre y quería aprovechar la última tarde en frente de su ordenador, sobre todo después de la accidentada desconexión de la noche anterior.

Cuando entró en casa y dejó las llaves en el cuenco que presidía el mueble de la entrada, contuvo el aliento. Por suerte la recibió un silencio sepulcral. Estaba sola en casa.

Trotó alegre hacia su habitación y dejó la mochila en la cama de cualquier manera, después pulsó el botón de encendido de su viejo ordenador y lo dejó iniciándose mientras se dirigía a la cocina para prepararse la comida. Abrió la nevera y encontró un tupperware a la altura de su vista. Identificó las alubias verdes en su interior y arrugó la nariz descontenta. Aun así, sacó su «apetitosa» comida recordando las instrucciones que le había dado su madre la noche anterior y lo poco que le había servido argumentar que no le gustaban nada.

Puso el microondas a funcionar y fue a cambiarse. Regresó con el pijama puesto y el pelo rizado recogido en una coleta descuidada. Estaba decidida a no salir de casa hasta el día siguiente, cuando su padre fuera a buscarla para pasar el fin de semana en su casa del pueblo.

No tardó en sentarse con su plato de comida delante del ordenador. Encendió su smartphone por primera vez en todo el día y descubrió que, salvo por algunas menciones en redes sociales, no había nadie más reclamando su atención. Escribió un rápido mensaje a su madre para decirle que ya había llegado a casa y lo abandonó de nuevo, dejándolo a un lado para centrarse en la pantalla en la que ya podía ver las letras de fantasía que anunciaban la entrada a Reinos de Alanar.

Subió el volumen de los altavoces y, despreocupada, dejó que la música llenase la habitación. Su hermano y su madre no llegarían hasta varias horas después, así que tenía un rato de tranquilidad antes de ponerse a hacer los deberes para que ambos la encontrasen metida en la tarea.

Cuando terminó la pantalla de carga, Vera descubrió que, como había esperado, Sandalveth estaba muerta frente al imponente dragón de viento. No había nada más a su lado, así que supuso que Efarin habría resucitado su personaje y se habría marchado. Tecleó una secuencia de modo automático y ante ella se abrió la lista de contactos. Comprobó que, aunque otros miembros de su clan estaban jugando en aquellos momentos, el nombre de Efarin aparecía en color gris apagado. Estaba desconectado. Suspiró para sí misma decepcionada.

Hizo resucitar a su fiel bárbara y aguardó por la familiar cinemática que había visto más veces de las que podía contar. Una cálida chimenea en una casa de madera y un lecho de paja que indicaba que se encontraba en un lugar modesto. Su bárbara tumbada con respiración regular abría los ojos con aspecto de estar agotada y miraba a la sacerdotisa que tenía ante ella y que estaba inclinada junto a la cama.

«Llegamos a tiempo, aventurera, tus heridas no eran letales», explicaba la curandera. «Los Dioses te han traído de vuelta porque tu destino en los Reinos de Alanar no ha concluido».

Sandalveth se incorporó hasta quedar sentada en la cama y la cinemática se transformó hasta volver a mostrar las características del juego: la caja de chat en la esquina inferior izquierda, el minimapa en la derecha, las habilidades de su bárbara entre ambas y la barra de vida y de energía con apenas un hálito a causa de la reciente muerte.

Vera amplió el mapa y un breve vistazo le bastó para darse cuenta de que se encontraba en una aldea de humanos cercana a la montaña que había escalado la noche anterior. Casi con toda seguridad le tocaría repetir aquella misión, volviendo a alcanzar la cumbre. Aunque quizá fuera suficiente si buscaba al dragón y le daba muerte. Fuera como fuese, Sandalveth necesitaba descansar.

Salió de aquella modesta casa que hacía las veces de hospital y echó un vistazo a su alrededor. Estaba en una aldea cercana a la montaña y que pertenecía a las Tierras de los Ríos. Tierras de humanos. Allí todas las casas eran de madera, de poca altura y apariencia robusta para soportar las nevadas, y los NPC eran humanos, prácticamente todos ellos. Al dirigirse hacia la taberna más cercana descubrió que había algunos enanos también, aunque aquello no le extrañó lo más mínimo. No se detuvo a comerciar ni a hablar con nadie, tan solo quería recuperar salud y energías. Había métodos más rápidos para seguir jugando cuando tu personaje quedaba debilitado, pero el tradicional era alimentarlo y dejarlo descansar. Además, ella también necesitaba comer, así que podía permitir que su bárbara disfrutase un rato de tranquilidad antes de enfrentarse al dragón.

La taberna estaba iluminada por una alegre fogata que ardía en la chimenea y Sandalveth se sentó en una mesa, apartada de otros aventureros que descansaban cerca del fuego. Identificó a los miembros de otra hermandad con la que había colaborado en alguna ocasión, aunque sobre todo había jugadores solitarios que se preparaban para escalar la montaña. Pidió una generosa jarra de hidromiel y medio costillar de jabalí de las colinas, consciente de que era la mejor comida disponible para estar lista y enfrentarse a la misión que se traía entre manos en solitario. Echaría de menos a su hábil amigo hechicero, pero podría hacerlo. Estaba segura de ello.

Vera dejó que Sandalveth comiera tranquila y minimizó la pantalla de juego para abrir otra ventana y ver los vídeos de la zona nueva que le había recomendado Efarin. Comió ante el ordenador ensimismada con las maravillas que anunciaba el juego para su próxima actualización.

En los últimos tiempos el secreto acerca del nuevo contenido había llenado las redes de especulaciones; algunos decían que la nueva zona sería relacionada con hombres-bestia de la montaña, otros hablaban de que habría medianos para seguir con la ambientación de El Señor de los Anillos, incluso había quien pensaba que añadirían a los centauros como raza jugable. Pero parecía que los desarrolladores de Reinos de Alanar habían tenido otra idea en mente.

El nuevo reino estaba ligado a la costa del mundo y era porque una nueva raza desconocida había emergido de las profundidades del mar: aquarántidos, unos seres anfibios, humanoides, de piel azulada y el cuerpo repleto de escamas. No tenían pelo en la cabeza, sino una serie de branquias de diferentes formas y colores que resultaban llamativas y enmarcaban sus ojos, enormes como los de muchas criaturas subacuáticas.

Pasó largo rato explorando vídeos de streamers que habían indagado acerca de la nueva información y descubrió que todo comenzaría con una invasión de las nuevas criaturas hacia el continente. La nueva raza no sería jugable, aunque Vera llevaba suficientes años en el juego como para saber que aquello no sería definitivo. Tal vez más adelante permitieran la piel de uno de aquellos seres acuáticos.

También comprendió el porqué de que hubieran decidido que la nueva zona incluyese los océanos que rodeaban el continente. La expansión traía otra jugosa novedad: Reinos de Alanar por fin estaría adaptada a la experiencia de realidad virtual que tan de moda estaba en otros videojuegos.

Vera observó todo lo que los tráileres prometían y también se echó unas risas con su streamer favorita mientras probaba la beta con sus gafas de inmersión digital ceñidas a la cabeza. La joven estaba de pie en medio de una habitación preparada para jugar, en la que no había muebles, solo espacio para saltar y corretear, incluso para repartir mandoblazos con la espada con sensores que hacía las veces de mando para el juego.

El Alanar que se mostraba en la pantalla de la streamer era exacto al que conocía, solo que con una perspectiva envolvente singular. Prometía ser muy emocionante jugar de ese modo y Vera sentía un hormigueo en las palmas de las manos solo de pensar en encarnar la piel de su bárbara de un modo mucho más cercano. Aquello sí sería un sueño.

Echó un vistazo a las páginas de venta de aquellos conjuntos nuevos de gafas de realidad virtual y mando adaptado a Reinos de Alanar. Lo principal eran unos guantes repletos de sensores que ayudaban a detectar cada movimiento, pero también había armas para todo tipo de clases: dagas para los asesinos, arcos para los cazadores, hachas para las guerreras como su bárbara, espada y escudo para los paladines, incluso muñequeras especiales para que el juego detectase las habilidades de los lanzadores de hechizos.

Prometía ser una experiencia fantástica y estaba deseando probarla... Pero sería imposible para ella. Un leve vistazo a las características necesarias le bastó para descartar todo aquello. Su viejo ordenador no soportaría los nuevos sistemas. Además, aunque lo hiciera, no podía permitírselo.

Sintió que todas sus ilusiones se evaporaban al ser consciente de su realidad. Continuó viendo algunas reseñas más y se tranquilizó un tanto al descubrir que, pese a la implementación del nuevo sistema, Reinos de Alanar no eliminaría el juego tradicional. Podría seguir viviendo aventuras en la piel de Sandalveth, solo que la nueva zona pondría a prueba su ordenador como nunca. Y, aun así, no lo disfrutaría al cien por cien; el nuevo mapa subacuático sería digno de vivir en realidad virtual.

Recordó las pullas de Efarin acerca de que su bárbara no nadaba demasiado bien y supo que habría bastantes más bromas al respecto cuando fueran allí. Más le valía buscar algún modo para que Sandalveth fuera mejor en los combates subacuáticos, aunque con casi toda seguridad aparecerían nuevas características que harían que todos los personajes pudieran ser útiles. Si su bárbara se llevaba mal con el agua, los enanos directamente eran contrarios a ese ambiente.

Sonrió para sí misma. Todo era posible en Reinos de Alanar, el límite lo ponía la magia. Y la magia no conocía límites.

Terminó de comer y fregó el plato y el tupperware a toda velocidad para regresar al juego. No podría disfrutar de la realidad virtual, pero Alanar seguía siendo un lugar amplio y acogedor que prometía aventuras y una libertad que jamás experimentaría en su mundo real.

3

Vera ya estaba a punto de terminar sus deberes cuando su madre y su hermano llegaron a casa. Desbloqueó el smartphone y sonrió para sí misma. Las seis y media, puntuales como un reloj y, como siempre, la encontraban enfrascada en su tarea. De ese modo podía garantizar que cuando terminase la dejasen tranquila hasta la hora de cenar. Podría volver a Reinos de Alanar y, con un poco de suerte, reencontrarse con Efarin.

—¡Hola! ¿Qué tal el día? —preguntó su madre asomándose a su habitación.

—Todo bien, como siempre —respondió.

Levantó la cabeza del libro y clavó en ella sus ojos marrones. Su madre le dedicó una sonrisa y se encaminó hacia su habitación, por lo que Vera se concentró en terminar el problema de matemáticas que estaba desarrollando. Para su sorpresa, su hermano entró en su habitación y se apoyó en la pared junto a la mesa de escritorio.

—¿Ha ido bien el día, canija? —le preguntó.

Vera alzó la cabeza para mirarle. Diego era su hermano mayor, un joven de veintiún años, alto y algo gordito. Aunque le parecía que lo más destacable en él eran sus enormes ojos marrones, tan similares a los suyos y que hacían que pareciera más crío de lo que en realidad era. Quizá fuera por su pelo, de color castaño oscuro e igual de rizado que lo tenía ella, tan largo que le cubría las cejas y las orejas. O quizá fuera porque la miraba con ese gesto que tan bien conocía y que significaba que se traía alguna trastada entre manos.

—¿Qué pasa? —inquirió frunciendo el ceño, extrañada por su actitud.

No era que fuera poco habitual que le preguntase por su día, era el hecho de que la molestase al verla enfrascada en sus deberes. No solía hacerlo.

—Esta noche os invito a cenar —dijo él, aparentemente contrariado porque ella fuese tan cortante—. Así que a las ocho estate lista para salir de casa, ¿vale?

Vera parpadeó un par de veces sorprendida. Se echó hacia atrás hasta reclinarse en la silla del escritorio.

—¿Y eso? Todavía quedan algunas semanas para el cumple de mamá.

—Ya lo sé, no es eso. —Diego se cruzó de brazos, aún apoyado sobre la pared—. Es que tengo algo que contaros. Una sorpresa.

Vera lo miró fijamente tratando de ponerle ojitos para que le contase qué pretendía, pero la sonrisa de Diego solo hizo que ampliarse.

—A las ocho, ¿vale?

—Vale...

Lo vio marchar y cerrarle la puerta con cuidado. Echó un vistazo a sus deberes y se dio cuenta de que ya no tenía la mínima idea de lo que estaba haciendo. Le tocaría empezar el planteamiento del problema desde el principio, aunque su mente se resistía a regresar a las matemáticas.

No tardó en oír cómo su madre se metía en la ducha y supuso que a lo que se refería su hermano con ese «estate lista a las ocho» era a que le pedía que se arreglase un poquito. ¿Pensaba llevarlas a cenar a un sitio caro? Aquello sí que era extraño.

Diego llevaba años trabajando en un supermercado del barrio, pero no le sobraba el dinero. Vera era bien consciente de que con el sueldo de su hermano y el de su madre juntos apenas llegaban a fin de mes. ¿Podían permitirse esa extravagancia?

Jugueteó con el bolígrafo, distraída, tratando de adivinar cuál sería la sorpresa que iba a darles. ¿Tendría alguna pareja que presentarles o algo así? Le extrañaba. Diego no había variado sus rutinas y después del trabajo solía ir a casa, no le parecía que hubiera estado viéndose con nadie. Aunque con internet nunca se sabía.

Llegó a la conclusión de que le diría a su madre que había acabado ya la tarea y la terminaría el fin de semana, cuando estuviera con su padre en el pueblo y sin nada mejor que hacer. Se había desconcentrado y, además, estaba deseando entrar de nuevo en los Reinos de Alanar.

Guardó los apuntes rápidamente y se acomodó en su silla. No tardó en entrar en su juego y volver a encarnar a Sandalveth. Comprobó que estaba tal y donde la había dejado, en la taberna. Descansada y con un buff energético que le aseguraba estar preparada para la aventura.

Antes de reincorporarse a la cadena de misiones que estaba haciendo, volvió a echar un vistazo a su lista de amigos y descubrió que en esta ocasión Efarin sí estaba conectado.

No lo pensó dos veces, se apresuró a abrirle ventana de chat.

Sandalveth Hoy, a las 18:48¡Hola! Siento haber desaparecido ayer.

Efarin Hoy, a las 18:48¡Ey, Sanda! No pasa nada.

Sandalveth Hoy, a las 18:48Es que apareció mi madre, tuve que irme o me pillaba jugando.

Efarin Hoy, a las 18:48Algo así me imaginaba. No te preocupes, de verdad. Nos mató el dragón, pero ya está.

Sandalveth Hoy, a las 18:49Lo vi. ¿Ya lo mataste?

Efarin Hoy, a las 18:49Sí, terminé la cadena anoche. Siento no haberte esperado.

Sandalveth Hoy, a las 18:49Nada, culpa mía por haberme marchado.

Efarin Hoy, a las 18:49Tendrías que convencer a tu familia de que te dejen jugar, no puedes seguir escondiéndote así.

Sandalveth Hoy, a las 18:49Saben que juego, lo que no les parece tan bien es que trasnoche, jajaja.

Efarin Hoy, a las 18:49Aaaamiga.