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Siempre igual Carol Finch La predecible existencia de J.T. Prescott estaba a punto de cambiar. Sus hermanas le habían reservado una estancia de dos semanas en el rancho de Moriah Randell, que estaba destinado a ejecutivos víctimas del estrés. Muy pronto, J.T. descubrió que algo de sorpresa, de la mano de la bella Moriah, era exactamente lo que necesitaba. Sueños recuperados Soraya Lane La exbailarina Saffron Wells había pasado una noche inolvidable con el magnate Blake Goldsmith, pero no esperaba que aquella velada mágica terminara con una propuesta increíble. Blake le estaba ofreciendo todo el apoyo económico que necesitaba si se convertía en su esposa. Pero… ¿cómo iban a seguir adelante con aquel matrimonio falso? Inevitablemente enamorada Teresa Carpenter Lauren Randall, organizadora de grandes eventos, se había quedado embarazada de Ray Donovan. Creativo y dominante, Ray era un director de cine de éxito, aunque Lauren no creía que pudiera ser un buen padre. La situación se complicó cuando la abuela de Ray anunció públicamente que iban a casarse. ¿Cómo iba a mantener las distancias con él?
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Seitenzahl: 511
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 533 - Octubre 2021
© 2001 Connie Feddersen
Siempre igual
Título original: Mr. Predictable
© 2016 Soraya Lane
Sueños recuperados
Título original: Married for Their Miracle Baby
© 2015 Teresa Carpenter
Inevitablemente enamorada
Título original: A Pregnancy, a Party and a Proposal
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2002, 2017 y 2017
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-942-5
Créditos
Índice
Siempre igual
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
La única solución
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Inevitablemente enamorada
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Jacob Thomas Prescott cerró los ojos con fuerza para aliviar su tensión. Llevaba diez horas mirando la pantalla del ordenador y se frotó las sienes en un intento por librarse del dolor de cabeza. Aquello no era nada nuevo. Era su vida y estaba acostumbrado. Trabajo y más trabajo, seis días a la semana y a veces, también, los domingos.
J.T., como lo llamaban sus hermanas y sus tres empleados de la tienda de diseño, miró su reloj. Eran las seis en punto. Con precisión de robot, guardó el archivo en el que estaba trabajando y lo grabó en un disquete para seguir trabajando en su portátil durante el fin de semana.
Cuando apagó el ordenador, se levantó del escritorio y se desperezó. Acto seguido, miró a su alrededor y observó que sus tres jóvenes empleados estaban esperando para marcharse a casa y que lo miraban con una enigmática sonrisa sin aparente justificación.
–¿Ocurre algo? –preguntó él.
–No –respondieron los tres al unísono–. Que tengas un buen fin de semana, jefe.
J.T. asintió y esperó a que se marcharan. Después, recogió la bolsa con ropa que pensaba dejar en la tintorería, volvió a mirar la hora y cerró la puerta al salir.
Se guardó las llaves en un bolsillo de su traje negro y pensó que salía justo a tiempo, como siempre. A las seis y diez estaría en la tintorería, como todos los viernes, y después se marcharía a casa y comería algo delante del televisor.
Por desgracia, al salir a la calle observó que su viejo sedán gris tenía dos ruedas pinchadas.
–Maldita sea –murmuró.
Miró a ambos lados de la desierta calle, enfadado, y unos segundos después frunció el ceño cuando un todoterreno rojo apareció de repente, como salido de la nada, y se detuvo a su lado. Para su sorpresa, lo conducía una rubia sonriente, de camiseta azul, pantalones cortos de color rojo y botas.
–¿Es tu coche? –preguntó.
J.T. la miró, algo incómodo. Parecía tener alrededor de veinticinco años.
–Sí, es mi coche –respondió.
En realidad, estaba más preocupado por las ruedas pinchadas de su vehículo que por la aparición de la imponente y sonriente joven. Las rubias de sonrisas explosivas, vestuario exhibicionista y energía a raudales no le iban. Y tenía buenas razones para ello.
–Puedo llevarte a una gasolinera –se ofreció–. Pero discúlpame, no me he presentado… Me llamo Moriah Randell.
J.T. le tendió una mano y le sorprendió que ella la estrechara con fuerza. Sin embargo, se dijo que tampoco era tan sorprendente. Aquella mujer era como un huracán o como un terremoto, y se había presentado ante él de forma tan intempestiva que reaccionó retirándose a su propio espacio.
–Encantado de conocerte. Me llamo J.T. Prescott.
El hombre intentó colocar bien todo lo que llevaba en las manos. Iba cargado con la ropa, el ordenador portátil y el maletín.
–Deja que te ayude con eso –dijo la joven.
Antes de que pudiera aceptar o rechazar el ofrecimiento, Moriah le quitó sus preciosas posesiones y las puso en el asiento trasero de su vehículo sin demasiado cuidado, como si fueran objetos sin valor.
–Eh, ten cuidado con eso. Ahí van mis archivos de…
No terminó la frase. Moriah lo desarmó con otra sonrisa maravillosa y con un brillo arrebatador de sus ojos azules.
Cuando le hizo un gesto para que se acomodara en el todoterreno, no tuvo más remedio que rendirse definitivamente a la insistencia de la joven. Suspiró y casi antes de que tuviera tiempo de sentarse, Moriah arrancó a toda velocidad.
J.T. se puso el cinturón de seguridad y la miró con más atención. Sus uñas pintadas de un rojo tan intenso como sus pendientes, y notó que no llevaba anillo de casada. Su aspecto era tan desenfadado y agresivo que supuso que era de la clase de personas que tomaban lo que querían sin pensárselo dos veces.
–¿Te importaría ir un poco más despacio? –preguntó él–. Me gustaría llegar a cumplir los treinta y seis…
–¿No te gusta la velocidad? ¿No te encanta la sensación del viento en tu pelo? –preguntó, sin dejar de sonreír.
Aquella sonrisa perpetua empezaba a incomodarlo. Era demasiado encantadora, demasiado vibrante, demasiado femenina, demasiado energética, demasiado todo. Y por si fuera poco, el aroma de su perfume estaba haciendo estragos en él. En el pequeño habitáculo del todoterreno no podía escapar de ella.
–¡Eh! Acabamos de dejar atrás la gasolinera…
–Lo sé. Lo he hecho a propósito –declaró.
J.T. frunció el ceño y Moriah aumentó la velocidad y tomó la desviación de la autopista.
–¿Qué está ocurriendo aquí? –preguntó él.
–Me llamo Moriah, ¿recuerdas?
–¿Y qué? ¿Es que me estás raptando? Te advierto que no llevo mucho dinero encima. Nunca llevo demasiado. Y pedir un rescate por mí sería una pérdida de tiempo.
–No te estoy secuestrando. Sencillamente, te llevo al Triple R.
–¿Y qué es el Triple R?
–El rancho de Randell.
–¿Un rancho? ¿Trabajas en un rancho y vistes de ese modo?
La joven arqueó una ceja.
–¿No te gusta como visto?
–Ni siquiera sé si me gustas tú, sobre todo ahora que me has secuestrado, así que no desvíes la atención hacia tu forma de vestir.
Moriah rio mientras cambiaba de carril a toda velocidad.
–Me dijeron que reaccionarías de ese modo, Jake.
–Me llaman J.T.
–No, eso suena demasiado serio. Prefiero llamarte Jake, si no te importa.
–Me importa. Además, ¿quién te pidió que me secuestraras? ¿Mis empleados? ¿Por eso me miraban con esa sonrisa, como si fuera una conspiración? Se han estado quejando de que últimamente trabajo demasiado. Debí imaginar que estaban tramando algo.
–No, han sido tus hermanas.
En aquel momento, Moriah salió de la autopista y tomó una carretera hacia el norte.
–¿Kim y Lisa son las responsables de este secuestro?
Moriah asintió. Su ancha trenza de cabello rubio rozó uno de sus hombros y se posó sobre sus generosos senos. Era tan bella que tuvo que hacer un esfuerzo para no perder la mirada en sus curvas y en sus largas y bronceadas piernas. Sin embargo, en un espacio tan minúsculo como el habitáculo del todoterreno no era tan fácil dejar de admirar su impresionante cuerpo, a pesar de que fuera tan mal vestida.
–Kim y Lisa me llamaron porque dirijo un rancho para ejecutivos que olvidan cómo relajarse y disfrutar de la vida. Según tus preocupadas hermanas, no haces otra cosa que trabajar en tu empresa de diseño. Así que te han pagado dos semanas de vacaciones en mi rancho.
–¿Cómo? –preguntó, enfadado–. Ni quiero ni puedo tomarme dos semanas de vacaciones, aunque sea con todos los gastos pagados.
Moriah sonrió, pero no le hizo ningún caso.
–Ah, por cierto, Kim y Lisa te desean un feliz cumpleaños.
–¿Cumpleaños? –preguntó.
Solo entonces cayó en la cuenta de que el domingo era su cumpleaños. Había estado tan concentrado en el diseño de un nuevo sitio de Internet para un cliente, que lo había olvidado. Pero aunque fuera su cumpleaños, no pensaba perder dos semanas con aquella mujer desenfrenada.
–Detén el coche y déjame bajar –exigió, de forma brusca–. No tengo tiempo para unas vacaciones obligadas. Tengo mucho trabajo.
–Todo irá bien, Jake.
–J.T. –insistió.
–Tranquilízate, Jake. Estoy especializada en estrés y sé que estás demasiado tenso.
–¡No estaría tan tenso si condujeras más despacio!
Moriah sonrió y aminoró la velocidad.
–¿Mejor ahora?
–No.
–Entiendo que estés enfadado. Es normal cuando se está tan estresado como tú. Pero te sentirás mucho mejor cuando descanses unos cuantos días.
–¡Estoy tan relajado como quiero estar! –protestó.
–Jake, estás alzando la voz…
–¡Yo soy así! –gritó–. Tengo un negocio que dirigir. Mis empleados no se tomarán en serio el trabajo si no estoy allí para vigilarlos, y no tengo intención de que lo arruinen todo.
–Pero si no te relajas un poco y rompes tu rígida rutina, estarás tan estresado que no podrás dirigir bien el negocio. Empezarás a comportarte mal con los empleados y con los clientes, y eso no sería bueno, ¿no te parece?
–¿Mi rígida rutina?
Moriah salió de la carretera y tomó un camino que se internaba en las montañas de aquella parte de Oklahoma.
–Sí, y tenemos que trabajar con eso. Te has convertido en una criatura de costumbres fijas y has olvidado relajarte y disfrutar de la existencia.
–Eso no es cierto. Sé muy bien cómo disfrutar.
–¿De verdad? –preguntó, con ojos brillantes–. ¿Puedo hacerte unas preguntas?
–No sabía que además tendría que hacer un examen. ¿Tengo tiempo para estudiar?
Moriah rio, divertida. Al parecer, no había nada que pudiera molestar a aquella joven.
–¿A qué hora te levantas por la mañana?
–A las seis en punto. ¿Eso es un problema?
–Solo si lo haces todas las mañanas… ¿Trabajas antes de marcharte a la oficina?
–Sí.
–¿Te despiertas en mitad de la noche y últimamente notas que estás muy tenso y que tienes los dientes tan apretados como ahora y los puños tan cerrados como ahora?
J.T. no respondió, aunque Moriah estaba en lo cierto.
–¿Sueles desayunar? –siguió preguntando.
–Sí, a las ocho menos cuarto. Siempre desayuno en un bar cercano y me tomo un café y un cruasán. Como ves, me tomo mi tiempo para desayunar.
–¿Siempre tomas café y cruasán? ¿Nunca cambias? Eres muy previsible, Jake.
J.T. sabía a dónde quería llegar con todo aquello. Quería echarle en cara que sus costumbres y horarios eran muy rígidos, pero a él no le molestaban. Llevaba diez años trabajando en su negocio y había alcanzado el éxito precisamente porque sabía cómo organizar su tiempo.
–Supongo que llegas a tu despacho y te pones directamente a trabajar… ¿A qué hora comes, Jake?
–Suelo comer hacia las dos. Me traen la comida a la oficina.
Moriah lo miró con desconfianza, como si no lo creyera.
–Ya. Y luego trabajas hasta las seis y te marchas a casa. Excepto hoy. Tus hermanas deshincharon las ruedas de tu coche y me pidieron que te llevara al rancho.
J.T. apretó los dientes y pensó que se vengaría de sus hermanas. Se había sacrificado mucho por ellas y ahora se lo pagaban de aquel modo. Las había cuidado y consolado cuando sus padres murieron de forma inesperada en un barco, durante unas vacaciones. Aquella tragedia había cambiado sus vidas y él se había visto obligado a asumir toda la responsabilidad y a hacerse cargo de Kim y de Lisa.
–¿Qué haces todos los días cuando regresas a casa? –preguntó ella.
El ejecutivo pensó en su día a día. Ciertamente llevaba un régimen de comidas muy monótono y cenaba delante de la televisión, aunque también hacia ejercicio y trabajaba durante la noche. Sin embargo, no estaba dispuesto a confesarle la verdad. No era asunto suyo.
–Disfruto de las excelentes cenas de mi cocinera y ama de llaves –mintió–. Se llama Stella.
–Mmm.
–Después, me ducho y me cambio antes de salir a tomar algo con alguna amiga.
–¿Sales mucho?
–Continuamente. Con una mujer distinta cada noche. Siempre he dicho que en la variedad está el gusto.
–¿Y qué hacéis para divertiros? –preguntó.
La joven giró y tomó una carretera de grava que bordeaba una empinada colina.
–Hacemos el amor. Muchas veces. ¿No se supone que el sexo es el mejor ejercicio para un ejecutivo estresado como yo?
J.T. pensó que acababa de anotarse un punto. Moriah dejó de sonreír y carraspeó, así que decidió insistir:
–Sexo, me encanta el sexo, en todas las posiciones, de todas las formas posibles y cuanto más, mejor. Recarga mi batería, por así decirlo.
–Interesante –dijo, sin apartar la vista de la carretera.
–Súper interesante –puntualizó–. Y después de hacer el amor, me baño y disfruto de la espuma durante una hora.
En realidad, J.T. no había disfrutado de un baño con espuma en toda su vida, pero no estaba dispuesto a confesar la verdad.
–¿Y en qué piensas cuando te relajas, Jake?
–En sitios y en posturas originales para hacer el amor. Procuro no repetir dos veces la misma posición.
Moriah se ruborizó y J.T. se alegró mucho. Se había metido en su vida sin permiso. Además, él no necesitaba dos semanas de vacaciones en mitad de ninguna parte.
–Ah, ya estamos llegando… –dijo ella.
J.T. miró al exterior y vio diez cabañas de madera escondidas entre álamos, cedros y olmos. El rancho se encontraba junto a un río, en un amplio valle rodeado de montañas. En el centro del recinto se veía una gran casa de piedra, y hacia el norte se distinguía un pequeño complejo de apartamentos. Además, había un establo en una colina cercana.
Aquel lugar era una mezcla entre los típicos ranchos de las montañas y las palaciegas propiedades que había visitado con su familia, cuando era un niño, durante sus vacaciones en Luisiana y Misisipí. Era un lugar muy bello, pero no el tipo de sitio donde le gustaba perder el tiempo. Y aquello, definitivamente, era una pérdida de tiempo. Tenía cosas que hacer, así que se dijo que sería tan beligerante como pudiera. De ese modo, Moriah se aburriría de él y lo tomaría por un caso perdido.
–Antes de llevarte a tu cabaña te presentaré a nuestros trabajadores.
La joven detuvo el vehículo, tomó todas las pertenencias del ejecutivo y comenzó a caminar hacia el edificio principal.
–Y llevaré mis cosas –protestó él.
–No, de eso nada. Todos los dispositivos electrónicos y los maletines se tienen que quedar en recepción. Ah, y también tendrás que darme tu teléfono móvil.
–¿Por qué? ¿Piensas hacer llamadas internacionales y cargarlas a mi cuenta?
–No. Pienso aislarte de la civilización para que no tengas contacto con el mundo que tanto te estresa.
–No lo permitiré. Tengo la costumbre de llamar a mis hermanas tres veces a la semana y hoy me toca.
–Tus hermanas están casadas y son mayorcitas.
–Sí, claro, pero yo pagué sus bodas y las acompañé al altar. Son las dos personas más importantes para mí y las llamaré cuantas veces quiera.
Moriah sonrió.
–Ellas saben exactamente dónde estás y lo que vas a hacer durante las dos próximas semanas. Además, has venido aquí para romper tu rutina. Dame el teléfono, Jake.
–Me llamo J.T.
–Ya te he dicho que eso suena demasiado serio. Te llamaré Jake.
Sus miradas se encontraron. Jake estaba acostumbrado a dar órdenes y a que le obedecieran en el acto. Pero al parecer, Moriah estaba acostumbrada a no hacer ningún caso de las órdenes.
–Si insistes, tendré que llamar a Tom Stevens para que te quite el teléfono.
J.T. la miró con ironía. Era un hombre imponente, y muy alto.
–¿Tom y cuántos más, dices?
Entonces, Moriah silbó con una potencia increíble y segundos después apareció en la entrada de la casa un individuo gigantesco y muy musculoso, de ojos marrones y profundos y cuerpo de boxeador.
–¿Algún problema, Mori? –preguntó Tom, mirando a Jake.
–No lo sé. ¿Tengo algún problema, Jake? –preguntó Moriah.
Jake consideró las opciones que tenía y llegó a la conclusión de que realmente no tenía ninguna. Así que sacó el teléfono móvil de un bolsillo y se lo dio a la joven, a regañadientes. Moriah se lo guardó y sonrió a Tom.
–Te presento a Jake Prescott. Tom es nuestro masajista y nuestro entrenador.
–Y tu matón –dijo J.T.–. Pensaba que estaba aquí para relajarme, no para enfrentarme a una posible agresión si no accedo a tus demandas.
Tom sonrió y J.T. pensó que le habría encantado romperle un par de dientes.
–Encantado de conocerte, Jake –dijo el hombre–. Cuando te hayas acomodado, ven y te enseñaré el gimnasio.
–Claro, Tom. Estoy deseando verlo –declaró con ironía.
Tom desapareció entonces y Moriah volvió a sonreír.
–Es habitual que nuestros invitados echen de menos el café y sus ordenadores durante los primeros días, pero enseguida te acostumbrarás y te divertirás, Jake.
–Sí, claro, siempre y cuando pueda tener todos los días mi ración acostumbrada de sexo. ¿A qué hora me enviaréis a la Lolita que se va a acostar conmigo? Lo digo porque me molestaría que me interrumpiera durante mi habitual sesión de yoga –se burló.
–Lo siento, no tenemos a ninguna Lolita. Pero puede que te sirva nuestra cocinera, Anna Jefferies. Se lo puedes pedir a ella.
Jake no tardó mucho tiempo en conocer a la cocinera. En cuanto entró en la casa, apareció una mujer robusta, de cabello castaño rizado y poco menos de cincuenta años. Su piel estaba muy curtida, como si llevara toda la vida trabajando en el campo. Naturalmente, vestía de forma bastante más convencional que Moriah, y lo invitó a tomar un té mientras la joven llevaba el maletín, el portátil y el teléfono a recepción.
Al pensar en Moriah, Jake volvió a enfadarse. Aquella mujer lo sacaba de quicio. Era tan desesperante que le habría encantado borrar aquella sonrisa perpetua de sus labios. Con un beso.
La repentina idea de besarla le sorprendió. No podía negar que Moriah Randell era muy atractiva, aunque no aprobara su forma de vestir, pero no estaba dispuesto a rendirse a sus encantos. Además, había decidido que no pasaría más de dos días en aquel lugar.
–Ven conmigo, Jake, y te presentaré al entrenador de golf y al responsable de los establos –dijo Anna–. Todos los demás están terminando de cenar. Más tarde, Moriah te llevará algo de comer a tu cabaña.
Anna y Jake pasaron por delante del mostrador de recepción, donde Moriah estaba rellenando los impresos del recién llegado. Al verlo, levantó la mirada y contempló a su invitado de metro ochenta y cinco y cabello negro. Pensó en lo que había dicho sobre el sexo y rio. Era la primera vez que un cliente se inventaba una historia tan increíble.
Sin embargo, la mayoría de sus clientes iban al rancho por voluntad propia, para librarse de sus tensiones. En cambio, Jake Prescott estaba allí por obligación, porque sus hermanas sabían que nunca habría aceptado tomarse dos semanas de vacaciones.
Pensó en todas las mentiras que le había dicho para intentar convencerla de que no necesitaba relajarse. Moriah estaba perfectamente informada por Kim y por Lisa y no se había dejado engañar. Según sus hermanas, su vida era cada vez más rutinaria y se comportaba como un robot. Se levantaba a la misma hora, desayunaba a la misma hora, trabajaba durante la comida y cuando volvía a casa seguía trabajando. No tenía vida social y solo salía con ellas.
Estaba segura de que Jake iba a ser un caso muy difícil. Se negaba a ser sincero con ella, no quería admitir que necesitaba relajarse y su principal problema en aquel momento era, precisamente, que no sabía que tenía un buen problema.
Se reunió con él en el espacioso salón. Llevaba traje negro, camisa blanca y corbata de un color indescriptible, oscura. Sus hermanas le habían dicho que tenía todo un vestuario de trajes negros y corbatas blancas, pero supuso que debajo de aquella apariencia había un hombre interesante y único, que tal vez saliera a la superficie durante las dos semanas siguientes. Sin embargo, tendría que trabajar mucho para que se relajara y disfrutara de sus vacaciones.
Una vez más, lo observó con detenimiento. No era un hombre guapo en el sentido clásico del término. Sus rasgos eran duros y su gesto podía llegar a ser severo, pero era muy atractivo. Tenía pómulos marcados y en general se parecía bastante a sus hermanas.
–Hola, Jake. ¿Preparado para ver tu cabaña?
Jake la miró con el ceño fruncido y Moriah pensó que aquel hombre le iba a dar mucho trabajo. Pero sonrió de todos modos.
Moriah hizo un gesto a Jake para que la siguiera. Poco después se detuvo junto al vehículo que utilizaban como transporte en el rancho y sacó una maleta del portaequipajes.
–¿Qué es eso? –preguntó él.
–Tus hermanas te envían ropa informal –respondió.
Jake miró la maleta con verdadera aversión, como si fuera una cobra, y la joven rio. La asunción de que debía quedarse en el rancho y de que sus hermanas le habían elegido la ropa era obviamente muy dura para él. Y cuando llegaron a su cabaña, seguía tan alterado que Moriah pensó que sufriría un ataque.
–Es una suerte que la ropa la eligieran ellas y no tú –declaró el ejecutivo, con ironía–. No me gustaría vestir de un modo tan llamativo.
Moriah se dijo que ya había hecho varias menciones sobre su atuendo y pensó que tal vez lo hacía con intención de molestarla y marcharse de allí. Ella tenía buenas razones para vestir de aquel modo, pero en todo caso no era asunto suyo.
–Tus hermanas guardaron algunos vaqueros y varios polos y camisetas de distintos colores. Dijeron que eres muy aburrido con la ropa.
Jake frunció el ceño.
–Tal vez yo sea aburrido, pero lo tuyo es pura extravagancia.
Moriah se encogió de hombros.
–Bueno, los gustos sobre ropa no nos preocupan mucho en el Triple R. No somos tan superficiales. Nos interesa más la gente.
–¿Y a quién pertenece el rancho, por cierto? –preguntó–. ¿A algún ejecutivo realmente estresado que necesita descansar de vez en cuando para relajarse?
–No, es mío.
–¿Tuyo? Pero si no creo que tengas más de veinticinco años… ¿Te dio el dinero tu padre para comprarlo? –preguntó con sarcasmo.
–Heredé el terreno cuando murió mi madre. Y mi padre sufrió un infarto hace tres años porque no hacía otra cosa que trabajar –declaró–. Ahora vive en un apartamento, junto al mío, detrás de la casa. Y tengo treinta años, no veinticinco. Pero gracias por el cumplido.
–No pretendía ser un cumplido.
–¿En serio? Estaba esperando que dijeras algo bueno sobre mí, para variar.
Moriah abrió la puerta de la cabaña, pero antes de entrar, Jake se interpuso y la miró con intensidad.
–Será mejor que aclaremos las cosas. No tengo ninguna intención de permitir que tú, Tom Stevens, Anna Jefferies o cualquiera de los que trabajéis aquí, cambiéis mi vida. Me gusta tal como es. ¿Qué te parece si devuelves el dinero y a mis hermanas y evitas perder el tiempo conmigo? Por si no te habías dado cuenta, no voy a ponértelo fácil. De hecho, haré todo lo contrario.
Moriah asintió.
–Te comprendo perfectamente, y comprendo que estas vacaciones van a interrumpir tu desenfrenada vida sexual. Pero el contrato dice que el dinero no se devuelve, aunque te mueras de aburrimiento –afirmó–. Y en tal caso, darías una alegría a tus hermanas.
–Muy lista… –espetó.
–¡Vaya, por fin un cumplido! Gracias, señor previsible.
Entonces, Jake miró el interior de la cabaña y se quedó horrorizado.
–Dios mío. No hay televisión, ni radio, ni teléfono, ni…
En realidad, la cabaña solo tenía un sofá de aspecto cómodo, especial para dar masajes, una cama, un cuarto de baño y una pequeña cocina. Estaba decorado con varios cuadros con paisajes de montaña y sonaba un hilo musical diseñado para relajar a los clientes del rancho.
–No puedes hablar en serio. ¿Qué diablos voy a hacer yo solo en esta cabaña durante dos semanas? Y no vuelvas a contarme todas esas estupideces sobre relajarse, porque sería capaz de estrangularte.
Estaba tan alterado que Moriah se acercó y lo tocó en un brazo para tranquilizarlo. Al hacerlo, notó su tensión.
–Todo saldrá bien, Jake. Te prometo que no te vas a autodestruir en este sitio.
–Ya.
–Tenemos varias actividades pensadas para facilitarte la transición. Hay un curso de golf y el río es excelente para pescar. Se puede montar a caballo, salir en bicicleta, nadar en la piscina cubierta, navegar en canoa, disfrutar de hidromasajes y hasta jugar a la herradura.
–Hace diez años que no juego al golf. Detesto la pesca. Tengo una piscina en el edificio donde vivo. No he montado a caballo desde la infancia. Y desde luego, ¡no pienso jugar con herraduras a menos que pueda lanzarlas a tu cuello!
Jake había alzado tanto la voz que Moriah tuvo que hacer un esfuerzo para refrenarse y no perder la paciencia con él. Nunca se había encontrado en una situación tan complicada con ninguno de sus clientes. Jake llevaba dos horas gritándole, pero a pesar de ello estaba decidida a mantener la compostura.
El ejecutivo estaba tan fuera de sí que sin querer se golpeó con la encimera de la cocina americana, situada al otro extremo de la cabaña. Entonces, abrió uno de los cajones y dijo:
–¡Magnífico! ¿Tampoco hay cuchillos? Supongo que es para que no pueda suicidarme. Y claro, dudo que encuentre una soga para ahorcarme…
–No, no hay ni sogas ni cuchillos, pero puedo darte un animal de compañía si quieres. Suelen relajar mucho a la gente.
Jake la miró con cara de asesino, pero en aquel instante apareció Chester Gray, el profesor de golf y encargado del rancho, con un perrito en sus brazos.
–Gracias, Chester –murmuró ella, mientras recogía al animal.
–De nada, Mori. Dile a Jake que la película empieza dentro de cuarenta y cinco minutos y que Anna ya le ha preparado la cena.
Moriah se volvió hacia su cliente.
–¿Pretendes que cuide de ese chucho? –preguntó Jake–. Piénsalo bien, querida Mo. No te importa que te llame Mo, ¿verdad? Aunque no suena tan refinado como Moriah.
–Veo que no te estás tomando esto muy bien…
–Acertaste. ¿Cuántas veces tengo que decir que quiero marcharme para que tu cabecita entienda que no me gusta este lugar?
Moriah no le hizo el menor caso.
–Como iba diciendo, los animales de compañía siempre relajan a nuestros invitados. Según las estadísticas…
–No sigas con eso –la interrumpió–. No quiero un perro y no quiero estar aquí. ¿Comprendido?
Moriah hizo un esfuerzo y sonrió.
–Sí, lo comprendo. Pero no estoy segura de que el resto de los clientes te hayan entendido. Deberías hablar un poco más alto –se burló–. Ah, la comida del perro y los cacharros están en un armario de la cocina. Y no te preocupes por nada. Está muy bien educado.
–Pues yo no.
Justo entonces apareció Anna Jefferies con la cena de Jake, pero la cocinera se quedó en la entrada.
–Vaya, comida… Pensaba que tendría que compartir la comida del perro –dijo él.
Moriah dejó al perro en el suelo, se acercó a Anna y recogió la bandeja con la comida.
–Se pueden oír sus gritos desde varios kilómetros a la redonda –dijo la mujer, en voz baja–. Creo que va a ponértelo difícil…
–Estará mejor cuando se tranquilice y asuma su destino.
Anna se marchó y Moriah dejó la bandeja sobre la pequeña mesa del salón.
–Aquí tienes tu cena, Jake.
–Ah, excelente. Comida. Una buena razón para vivir.
La joven hizo caso omiso de su ironía y dijo:
–Esta noche vamos a ver una película, como ya sabes. Si vienes, te presentaremos al resto de los clientes.
–No pienso asistir.
–Como quieras. En todo caso te advierto que en el rancho nunca se pasan películas de acción. Solo comedias y cosas así.
–¿No proyectáis películas porno? No, claro que no, en qué estaría yo pensando. Imagino que no querréis que todos esos ejecutivos se exciten demasiado.
–No, desde luego que no.
–¿Pues sabes lo que puedes hacer con tus discursitos sobre la relajación? Puedes metértelos en…
Jake no tuvo ocasión de terminar la frase. Moriah salió en aquel momento de la cabaña y cerró la puerta con fuerza. Se había comportado de un modo tan insultante con ella que la joven pensó que debía estar enfadada. Sin embargo, no lo estaba. Jake le resultaba muy divertido. No se parecía nada al resto de los clientes, y sabía que solo se comportaba así porque se sentía frustrado.
Además, Moriah se dijo que tal vez también estuviera asustado. Lo habían separado de su vida y de sus hermanas y se encontraba de repente en un medio que no conocía.
Kim y Lisa le habían comentado que Jake había dedicado su vida a cuidar de ellas y hacer lo que fuera necesario para mantenerlas. Se había tomado las responsabilidades familiares tan en serio que después ya no había podido volver a llevar una vida propia. Pedirle que cambiara de actitud de repente solo servía para que se pusiera a la defensiva, y Moriah lo comprendía aunque él se negara a aceptar que sentía algo más que un simple enfado por todo aquello.
Pero de un modo u otro, estaba dispuesta a llegar al corazón de aquel hombre. Le enseñaría a relajarse, a tomarse las cosas con más tranquilidad, a reír y a sonreír. Se tomaba la vida, y a sí mismo, demasiado en serio. Sin embargo, Jake Prescott no era la causa perdida que pretendía hacer creer.
Moriah sonrió y se dijo que, si no cooperaba con ella, sería capaz de darle un buen golpe en la cabeza. Y aquel momento le pareció una idea excelente.
Jake miró al perro. Parecía una mezcla de caniche, pequinés y chihuahua. Difícilmente podía ser más feo.
Suspiró y echó un vistazo a su alrededor, pero no encontró nada que le interesara. No sabía qué podía hacer en un lugar como ese. No tenía ordenador, ni teléfono para hablar con sus hermanas y decirles unas cuantas cosas sobre la idea que habían tenido. Ni siquiera sabía cómo se les podía haber ocurrido algo así.
Se sentó en una silla y contempló su cena, consistente en costillas ahumadas, patata asada, maíz y un pedazo de tarta. Hasta ese momento había estado tan preocupado que no se había dado cuenta del hambre que tenía. Además, la comida olía muy bien. Anna Jefferies tenía aspecto de sargento del ejército, pero indudablemente sabía cocinar.
Acababa de llevarse la primera costilla a la boca cuando notó que el perro lo estaba observando con atención. Tomó un trozo de carne, se lo arrojó y el animal corrió a buscarlo.
Mientras cenaba, se preguntó si realmente necesitaba relajarse. Tenía frecuentes dolores de cabeza y le dolían los hombros y los ojos, pero en general el ejercicio bastaba para aliviar su tensión. No creía que estuviera estresado, y por otra parte, le molestaba que aquella mujer se metiera en su vida. Se comportaba como si fuera una psicóloga profesional, pero en su opinión solo era un cuerpo bonito en mitad de las montañas.
Cuando terminó de comer, Jake abrió la maleta para ver qué tipo de ropa habían empaquetado sus hermanas. Tal y como había anunciado Moriah, encontró polos, vaqueros y camisetas, así como pantalones cortos. Pero entre las prendas había algo más, que le sorprendió: varios calzoncillos con estampados a cual más llamativo.
Asombrado con el gusto de sus hermanas para la ropa interior, se quitó el traje y se puso una camiseta, un pantalón corto y unas zapatillas deportivas. La ropa desenfadada no le importaba en absoluto, pero no estaba dispuesto a compartir la noche con el resto de los clientes del rancho. De hecho, no estaba de humor para volver a ver a Moriah. Su cercanía lo desconcentraba, y una voz interior le decía que debía mantenerse tan alejado de ella como pudiera.
Por otra parte, no le gustaban las rubias de ojos azules porque su ex prometida era rubia y de ojos azules. Y para empeorar las cosas, Moriah vestía de un modo bastante peculiar que no se ajustaba demasiado a los gustos del ejecutivo. A Jake le gustaban las mujeres más sutiles. Mujeres sin intención de cambiar su rutina.
–Esto no puede estar pasando –se dijo.
Estaba condenado a pasar dos semanas en aquel lugar, toda una eternidad para él. Sin embargo, nadie conseguiría que cambiara de actitud.
Tras la muerte de sus padres, se había marchado a vivir a su casa para cuidar mejor a Lisa y a Kim. Durante diez años se había dedicado en cuerpo y alma a ellas, a costa de perder la relación con su ex prometida y toda su vida social. Pero no había podido hacer otra cosa. Sus hermanas solo eran un par de quinceañeras entonces, que debían afrontar la terrible pérdida de sus padres.
Jake se había prometido que cuando sus hermanas crecieran disfrutaría de la vida durante unos cuantos años. Pero el trabajo se convirtió en un hábito con el paso del tiempo y al final no fue capaz de hacerlo.
Dedicaba todo su esfuerzo a su empresa de diseño. En poco tiempo había logrado más clientes de los que habría imaginado, y no veía qué había de malo en ello, ni en responsabilizarse de sus hermanas. Sin embargo, en el Triple R parecía que había cometido algún delito. Si Moriah se salía con la suya, terminaría paseando por el campo, recogiendo flores y meditando. Y eso no iba con él.
Era consciente de que tal vez se estaba excediendo con la joven. A fin de cuentas, era inocente. Las culpables de aquella situación eran sus hermanas, pero no las tenía cerca y no podía decirles lo que pensaba, así que decidió que seguiría presionando a Moriah aunque se sintiera atraído por ella.
Al recordar la cara que había puesto cuando empezó a hablar sobre su supuesta costumbre de hacer el amor una y mil veces para combatir el estrés, sonrió. Sabía que la había puesto muy nerviosa y se había divertido mucho. En realidad, había sido lo más divertido que le había pasado en mucho tiempo.
La idea de divertirse con ella le inquietó tanto que se levantó y caminó hacia la puerta de la cabaña.
–Vamos, perro, es hora de correr un rato. Y será mejor que me sigas de cerca o te abandonaré en los bosques y tendrás que volver solo o te comerá un oso.
El perro no se movió. Estaba muy contento con su comida y no tenía intención de moverse de allí.
–Muévete, chucho –espetó.
Como no parecía dispuesto a obedecer, Jake guardó la comida del perro en una servilleta y se la metió en un bolsillo.
El animal lo siguió como si ya no tuviera nada mejor que hacer. Y mientras corría hacia los bosques, Jake se dijo que ese era, precisamente, su problema.
Moriah acababa de regresar a la casa tras charlar con el cliente de la cabaña número tres cuando oyó una voz de barítono que le resultó tan familiar que reconoció de inmediato. Era el inquilino de la cabaña número siete.
Mientras se acercaba, notó un intenso y desagradable olor.
–¿Jake? –preguntó.
–Estoy aquí, maldita sea…
La joven avanzó hacia él. La luz del interior de la cabaña ilumina levemente el exterior.
–¡Ven aquí, maldito idiota! –gritó Jake.
Segundos después, el ejecutivo apareció con el perro bajo un brazo. Moriah dio un paso atrás de forma inconsciente. Olía realmente mal.
–¿Qué ha pasado?
–El perro cree que es un maldito sabueso. Se puso a perseguir a una mofeta y nos apestó a los dos. Tendrás que ir a mi cabaña y traerme ropa limpia.
Moriah notó que no era una petición, sino una orden.
–No pienso volver a mi cabaña con esta ropa –continuó él–. Tendré que bañarme primero en el río.
–Está bien, iré a buscarte algo.
Moriah se dirigió a la cabaña, entró y rebuscó entre sus prendas. Cuando vio los calzoncillos, no pudo evitar imaginar a su cliente en ropa interior; uno de ellos tenía un estampado de imitación de piel de leopardo que resultaba muy sexy. Pero la imagen la alarmó. Era la segunda vez que se sorprendía imaginándolo en circunstancias más o menos íntimas y no tenía intención de sentirse atraída por uno de sus clientes. La mayoría de ellos eran ejecutivos de avanzada edad y hasta entonces nunca se había encontrado en una situación parecida.
Se dijo que tenía muy buenas razones para andarse con cuidado con aquel hombre. Para empezar, sentirse atraída por él iba contra todas sus normas. Y para continuar, era un adicto al trabajo que no sabía disfrutar de la vida.
No se parecían nada. Además, Moriah había aprendido que no era capaz de mantener relaciones con nadie a menos que existiera cierta dependencia y necesidad por la otra parte, como la que se establecía entre el personal del rancho y los invitados o entre una hija y sus padres. Pero en todo caso, había decidido que el amor no estaba hecho para ella y que dedicaría su existencia a ayudar a los demás.
Sin embargo, mientras tomaba los calzoncillos de leopardo entre sus manos, pensó que eso no significaba que no pudiera divertirse un poco con Jake Prescott. Aquel hombre necesitaba aprender a reír y ella estaba decidida a lograr que lo hiciera.
Jake gimió sin pretenderlo cuando Moriah avanzó hacia él con una sonrisa malévola y los calzoncillos con el estampado de leopardo en una mano. Sobre todo, porque la joven caminaba de un modo en extremo provocativo cuando estaba relajada.
–Eso es una broma de mis hermanas –le informó.
Moriah se mantuvo a cierta distancia de él, porque olía realmente mal.
–¿Eres consciente de que ahora que sé que usas calzoncillos de leopardo ya no podré tomarme en serio tus gritos y amenazas? –preguntó ella con ironía.
–No sabía que me tomaras en serio –respondió.
Jake admiró el perfil de Moriah. No sabía en qué momento había empezado a sentirse tan atraído por la joven, pero ya la conocía lo suficiente como para distinguir entre sus sonrisas educadas y la pícara sonrisa que adornaba su rostro en aquel momento.
Significara lo que significara aquella sonrisa, su pulso se aceleró y se sintió muy incómodo.
–Te agradecería que dejaras la ropa junto al río. Así no tendré que tocarla antes de bañarme.
–Desde luego. Te enseñaré un buen lugar para bañarte. No quiero que te ahogues.
Jake siguió a Moriah a varios metros de distancia, para no molestarla con su olor.
–No tendré con enfrentarme con ningún cocodrilo ni con ninguna serpiente, ¿verdad? La mofeta ya ha sido bastante para una sola noche.
–No, aquí estarás relativamente a salvo –dijo, mientras avanzaba hacia una pequeña playa arenosa.
Jake se quitó las zapatillas y se metió en el agua sin desvestirse. Aunque la noche de octubre era bastante cálida, el agua estaba congelada. El perro no quiso acompañarlo, pero el ejecutivo lo obligó de todos modos.
–Si me arrojas tu ropa, me la llevaré para que la laven –dijo Moriah–. Seguro que podrán hacer algo para eliminar ese olor.
Jake se quitó la camiseta y los calcetines y los arrojó a un arbusto cercano.
–Ahora, dame tus pantalones… –dijo, riendo.
–Esto no es nada divertido –protestó.
–Desde mi punto de vista, sí. Normalmente no hablo con clientes desnudos, pero contigo haré una excepción. Además, ahora tienes una ocasión excelente para relajarte. Respira profundamente e intenta tranquilizarte un poco.
–¿Y si me niego a cooperar?
Moriah se encogió de hombros.
–Entonces me llevaré tu ropa sucia, tu ropa limpia y la llave de tu cabaña y te dejaré aquí, desnudo. Venga, hazme caso. Respira profundamente.
Jake obedeció.
–Ya está. Ya lo he hecho. Y ahora haz el favor de dejarme en paz, Mo.
Moriah negó con la cabeza. La luz de la luna iluminaba su cabello rubio y Jake intentó imaginar cómo sería cuando se lo soltaba. Era una mujer realmente bella.
–No pienso marcharme a ninguna parte hasta que pasemos un ratito juntos –declaró la joven–. Vamos, sigue respirando lentamente.
Jake no tuvo más remedio que obedecer.
–El problema de establecer rutinas demasiado estructuradas es que no disfrutamos de la vida –continuó ella–. De vez en cuando hay que actuar de forma impulsiva. Hay que averiguar qué nos divierte. ¿Qué te hace feliz a ti, Jake?
Jake intentó responder algo, pero no se le ocurrió ninguna cosa.
–¿Una pregunta difícil? Es obvio que hace mucho tiempo que no te diviertes con nada…
–Eso no es cierto. Ya te he dicho que hago el amor muy a menudo con muchas mujeres distintas, para relajarme. Soy un sexoadicto.
–Siento contradecirte, pero tus hermanas me han informado de que solo sales con ellas y con las escasas citas que te buscan.
–Juro que me vengaré de ellas…
–Kim y Lisa solo quieren ayudarte. Y yo haré lo posible para que te encuentres a ti mismo.
–No estoy perdido. Sé dónde estoy. Si quieres ayudarme, márchate. El agua está helada y quiero salir de aquí.
–Me marcharé cuando admitas que es hora de cambiar tu monótono y previsible estilo de vida y de que te diviertas con algún pasatiempo.
–De acuerdo, tienes razón. ¿Estás contenta ahora?
–No, porque no lo estás diciendo en serio.
Jake suspiró, irritado.
–Dime una cosa, ¿esta es tu manera de relajar a tus clientes? ¿Meterlos en un río helado y aprovechar la circunstancia para hablar sobre tus teorías?
–La mayoría de los clientes son conscientes antes de llegar al rancho de que tienen un problema. Pero contigo tendré que utilizar medidas más drásticas… Iré a buscarte mañana por la mañana y saldremos a montar a caballo.
–¿A qué hora?
Moriah sonrió.
–En general evitamos los horarios rígidos, porque queremos romper las rutinas. De todas formas volveré a verte dentro de un rato y te llevaré un vaso de leche caliente antes de dormir.
–No bebo leche, ni caliente ni fría.
–¿Preferirías una copa de vino?
–¡Preferiría salir de este río y volver a mi casa!
Moriah se acercó a la orilla y lo miró, con los brazos cruzados. Su sonrisa había desaparecido.
–No irás a ninguna parte hasta que aprendas a divertirte. Y pienso encontrar la forma de conseguirlo, te lo advierto. Averiguaremos qué puedes hacer en el rancho que te guste y lo harás.
–Me gustaría estrangularte.
–Bueno, algo es algo. No es mal comienzo… Te veré luego, Jake.
Moriah se alejó con la ropa sucia y Jake salió del río. Sabía que había sido muy duro con ella, pero había algo en aquella mujer que lo ponía a la defensiva. No quería que le gustara, pero le gustaba. No quería sentirse atraído por ella, pero lo atraía.
En todo caso, era consciente de que mantener una relación con Moriah estaba fuera de lugar. Tanto él como ella tenían sus propias vidas y obligaciones, y de todas formas era una simple atracción física.
Se vistió y caminó descalzo por la arena.
–Vamos, perro. Ya nos hemos divertido bastante por esta noche. Y haz el favor de no salir corriendo detrás de otra alimaña.
El perro lo siguió, y en cuanto entraron en la cabaña, Jake se dirigió al cuarto de baño y se duchó. Al salir, se puso una toalla alrededor de la cintura y tomó los calzoncillos de imitación de piel de leopardo que le habían regalado sus hermanas.
Acababa de salir del baño cuando vio que Moriah estaba en la entrada, con una copa de vino en la mano y expresión de evidente asombro. Lo miró de arriba abajo y se ruborizó, y Jake se alegró mucho al comprobar que no era tan inmune a sus encantos.
–¿Te gusta lo que ves? –preguntó él–. Qué lástima que no hayas traído una cámara.
–Lo siento, yo… bueno… pensé que ya habrías tenido tiempo de ducharte y decidí traerte el vino. Pero al ver que no abrías la puerta… en fin, quise asegurarme de que no te había sucedido nada malo.
Era obvio que se sentía muy incómoda en aquella situación. Jake pensó en la posibilidad de dejar caer la toalla y echar mano a uno de aquellos calzoncillos. A fin de cuentas Moriah le había dicho que debía actuar de forma impulsiva en ocasiones.
–¿Querías algo más, Mo?
–No, yo… dejaré el vino en la mesa y me marcharé.
Moriah corrió a la mesa con intención de dejar la copa, pero estaba tan nerviosa que se le cayó y se rompió.
–¡Oh, lo siento…!
La joven comenzó a recoger los trocitos de cristal y el ejecutivo la miró, divertido. Estaba roja como un tomate, y su nerviosismo alimentó el ego de Jake hasta extremos inconcebibles.
Moriah quiso levantarse, pero se encontró cara a cara con el perro y al intentar evitarlo se golpeó en la cabeza con el borde de la mesa. Acto seguido, perdió el equilibrio y cuando quiso apoyarse en una mano, se cortó con los cristales.
–Maldita sea…
–Deja eso, ya lo limpiaré más tarde. Ven conmigo al cuarto de baño para que pueda ver qué te has hecho.
–No importa, estoy bien –dijo, con la mano ensangrentada–. Normalmente no soy tan torpe.
–Entonces, ¿qué te ha pasado? –preguntó, en tono de broma.
–Si tuvieras un poco de dignidad, te pondrías los calzoncillos.
Jake frunció el ceño.
–Qué curioso. Hace un rato me ordenaste que me quitara la ropa y ahora quieres que me vista. ¿En qué quedamos, Mo?
Moriah lo miró con irritación.
–Será mejor que me marche.
Jake se acercó a ella, la ayudó a levantarse y la llevó a el cuarto de baño a pesar de sus protestas.
–Vamos a ver qué te ha pasado –dijo él, mientras abría el grifo del lavabo para limpiar la herida.
–Estoy bien, en serio –murmuró.
–Y ahora, ¿quién es quien niega lo evidente? –preguntó él.
Moriah respiró profundamente. Estaba muy tensa.
–No creo que vaya a morir desangrada por un simple corte en una mano.
–Sea como sea, será mejor que nos aseguremos –afirmó, sonriendo–. Después de lo que ha sucedido hoy, yo sería el primer sospechoso si te encontraran muerta en mitad de un charco de sangre.
Cuando se inclinó para comprobar el estado de la mano de la joven, su hombro desnudo la rozó y ella se estremeció.
–¿Te duele? –preguntó.
–Eh… no.
Jake sonrió porque sabía el efecto que tenía en ella. Volvió a rozarla, accidentalmente o a propósito, y Moriah se estremeció de nuevo. Y cuando la observó, notó que estaba mirando con sumo interés la toalla que llevaba alrededor de la cintura. Entonces, ella se dio cuenta y se ruborizó aún más.
–No te muevas. Te quitaré los cristales más pequeños con unas pinzas.
Jake abrió el armarito del cuarto de baño y sacó las pinzas, un antiséptico y vendas.
En cuanto a Moriah, que siempre tenía algo que decir y que desde luego era perfectamente capaz de cuidar de sí misma, permaneció allí sin moverse, como si en lugar de haber sufrido unos cuantos cortes la hubieran disparado con una pistola. Jake se concentró en los cristales, pero en realidad estaba pensando que se estaba divirtiendo mucho. La discusión en el coche, sus discursos sobre el estrés, la situación en el río y el rubor de Moriah habían sido lo mejor que le había sucedido en años. Se sentía vivo, diferente.
–Bueno, creo que ya he sacado todos los cristales. Ahora te limpiaré las heridas, te vendaré y quedarás como nueva.
Jake completó el proceso en un par de minutos. Moriah siguió en silencio, intentando recobrar la compostura, hasta que el ejecutivo soltó su mano.
–Gracias Jake. Será mejor que me vaya… quiero ver a mi padre antes de irme a la cama. Hasta mañana…
Jake observó su retirada con una sonrisa y, cuando se marchó, recogió los cristales del salón. Moriah se había comportado con bastante timidez ante él, lo cual le había sorprendido. Sintió curiosidad por su vida sexual, o más bien por su falta de vida sexual.
A fin de cuentas, no podía mantener muchas relaciones románticas si vivía en un rancho al cuidado de su padre y de un montón de clientes. Pero eso no tenía sentido. Era una mujer con carácter, inteligente y muy atractiva, y no entendía qué problema podía tener al respecto.
Se marchó a la cama y se acostó sin dejar de pensar en ella. Y por primera vez en diez años, ni siquiera recordó su trabajo.
Moriah caminó hacia los establos para ensillar dos caballos. No había dormido mucho la noche anterior, por culpa de su encuentro con Jake. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía ante ella sin más ropa que aquella toalla anudada a su cintura, con una visión perfecta de su ancho pecho, de su estómago liso y de sus musculosas piernas. Pero no quería pensar en él.
Se dijo que tendría que olvidar lo sucedido. Jake solo era un invitado que debía aprender a llevar una vida menos angustiada. Además, no le interesaban los hombres que centraban su existencia en el éxito en los negocios.
Aquella mañana, durante el desayuno, había observado que Jake no dejaba de mirar su reloj. Y pensó que debía quitárselo también, dado que parecía muy obsesionado con los horarios.
Por otra parte, el ejecutivo no se había mezclado con el resto de los clientes. Permaneció solo, en un extremo de la larga mesa, sin levantar la vista de su plato. Incluso había notado que se había guardado un par de lonchas de panceta en una servilleta antes de regresar a su cabaña, probablemente para dárselas al perro. El gesto le agradó, porque demostraba que cuidaba bien del animal. Bastante mejor, de hecho, que la mayoría de los clientes.
–¿Qué tal estás, Mori?
Moriah levantó la mirada y vio a Kent Foster, una antigua estrella de rodeo que trabajaba en el rancho, cuidando del ganado y haciendo de guía para los clientes. Aunque se había roto varios huesos durante su carrera como jinete de toros y cojeaba al caminar, el vaquero siempre estaba dispuesto a trabajar duro. Amaba a los caballos y los trataba como si fueran sus hijos.
–Bien –respondió.
–¿Sí? –preguntó, mientras se ajustaba el sombrero–. Pues en el rancho se dice que tenemos un cliente algo difícil.
–Jake está empezando a acomodarse. Ahora vamos a salir a montar. ¿Alguno de los otros clientes te ha pedido que salgas a montar con ellos?
–Sí, tres. He pensado que podríamos seguir el camino que lleva al mirador sobre el río. Nada como una buena vista para empezar el día.
–Entonces será mejor que salga antes de que lleguen los otros clientes.
–Te ensillaré dos caballos. No sé si Jake sabe montar bien, de modo que le daremos a Sally. Es una yegua muy tranquila.
En menos de dos minutos, Kent reapareció con los dos caballos ensillados y Moriah pensó que podía aprender mucho de aquella yegua. Jake la había alterado tanto que no dejaba de pensar en él, y si no mantenía las distancias, aquello podía resultar desastroso.
Un cuarto de hora más tarde, dejó los caballos junto a la cabaña de Jake y subió las escaleras de la entrada para llamar. Pero antes de que pudiera hacerlo, el ejecutivo abrió la puerta.
Entonces, Moriah le dio una rosa roja que llevaba encima.
–¿A qué viene esto? –preguntó él.
–Todas las mañanas regalamos una rosa a los clientes.
–No me digas por qué, déjame que lo adivine. ¿Para que disfruten de su aroma en el camino de la vida? –preguntó con ironía.
–Muy astuto, Jake… En fin, dejémoslo. ¿Qué tal está el perro? No se habrá cortado con los cristales, ¿verdad?
–No, está perfectamente bien. Pero ya que lo preguntas, ¿por qué me diste como mascota a ese chucho? He notado que otros clientes tienen pastores alemanes e incluso algún dóberman. Y tú vas y me das un perro minúsculo que se dedica a cazar mofetas. Gracias, Mo.
–No es nada personal, Jake. El perro es un recién llegado, como tú. Además, los pastores alemanes y los dóberman a los que te refieres son perros maltratados. Si les levantas la voz, salen corriendo.
–Comprendo.
Entonces Jake la miró de arriba abajo y añadió:
–Interesante atuendo. Veo que hoy has decidido disfrazarte de jardín de flores.
–A ti tampoco te queda mal la camiseta verde.
Jake sonrió con ironía.
–Aunque esté verde por fuera, por dentro estoy rojo de pasión.
Moriah se ruborizó, pero consiguió mantener la calma.
–Bueno, me alegra que empieces a llevar una vida más excitante. ¿Y bien? ¿Salimos a montar?
–Estoy deseándolo. Siento la irresistible necesidad de probar un poco de esa velocidad que tanto te gusta.
–Había pensado en un paseo tranquilo, para que pudiéramos hablar…
–No, no quieres hablar, quieres soltarme un discurso. Pero vayamos de una vez. Estamos malgastando horas de sol.
Y dime, ¿a qué viene esa ropa tan llamativa que usas? –preguntó Jake mientras caminaban hacia los caballos–. Ya me he imaginado que es algún tipo de disfraz.
–¿Perdón?
–¿Por qué me pides perdón? Durante los últimos cinco minutos, no me has ofendido –bromeó.
–Me gusta la ropa llamativa, eso es todo.
–Oh, vamos, Mo. No soy tan estúpido como parezco –dijo, mientras montaba la yegua sin aparente esfuerzo–. Por alguna razón no quieres que los hombres nos demos cuenta de lo sumamente atractiva que eres, y te vistes con ropa llamativa no para que te miren, sino para desviar la atención. Me pregunto si alguna persona del Triple R se ha encontrado alguna vez con la verdadera Moriah Randell.
El comentario de Jake la disgustó, pero intentó tranquilizarse. A fin de cuentas, sospechaba que a él también le molestaba que se metiera en su vida.
–No te preocupes por mí. Estamos aquí para hablar de ti y encontrar la forma de relajarte un poco, ¿recuerdas?
–¿Cómo olvidarlo? No dejas de recordármelo cada vez que puedes. Pero háblame de ti, cariño.
Moriah pensó que Jake le iba a crear muchos más problemas de los que había imaginado. Al parecer estaba dispuesto a desviar la atención con tal de protegerse. Pero se dijo que podría ser un buen método para conseguir que confiara en ella. Además, si se negaba a contestar sus preguntas podría dar la impresión de que era tan obstinada y cerrada como él.
–Mi vida no ha sido nada emocionante –dijo, mientras avanzaban hacia el río–. Durante la adolescencia pasé mucho tiempo cuidando de mi madre, mientras mi padre se pasaba la vida trabajando o en viajes de negocios. Y cuando ella murió, él reaccionó dedicándose con más empeño aún a su trabajo.
–Así que no tuviste ocasión de tener una adolescencia normal…
–No. Pero cuando entré en la universidad, ya tenía mucha experiencia como enfermera, así que estudié psicología y me especialicé en estrés laboral. Después, trabajé como asesora para varias empresas de Oklahoma City.
–¿Y por qué dejaste ese trabajo?
–Porque…
La pregunta incomodó a Moriah, pero no tardó mucho en reaccionar:
–Porque me rompieron el corazón y quise empezar de nuevo en otra parte –concluyó.
–Una buena razón. ¿Y quién fue el idiota?
Moriah rio. Habían pasado cinco años desde entonces y ya podía ser algo más objetiva sobre lo sucedido. Además, se notaba que Jake estaba sinceramente interesado.
–Era mi jefe. Un Adonis rubio capaz de convencer a cualquier ingenua como yo de que era un príncipe azul. Se aprovechó de lo que sentía por él para explotarme en el trabajo, y yo era tan inocente que pensé que estaba realmente interesado por mí.
–¿Y?
–No estaba interesado. En realidad estaba saliendo con otras tres mujeres de la oficina. Entonces comprendí que las únicas relaciones que se me dan bien son aquellas en las que otra persona depende de mí. Ahora sé que no estoy hecha para las relaciones largas.
–¿Y cómo has llegado a esa conclusión?
Moriah se encogió de hombros.
–Porque es lo más lógico. Nunca me han querido por mí misma, sino por lo que podía hacer por los demás.
–Te subestimas, Mo. Como ya te dije, a pesar de tu extraño gusto con la ropa, eres una mujer muy atractiva, inteligente y con carácter.
–Es posible, pero siempre acabo con personas que dependen de mí por razones físicas o emocionales. Soy una especie de ambulancia al rescate. Mi llamativa ropa es una especie de anuncio para que sepan que estoy aquí y que estoy dispuesta a ayudar.
Jake rio, y el sonido de su risa fue tan limpio y profundo que Moriah admiró su boca y sus ojos brillantes, dominada por una intensa y cálida emoción.
–Deberías reír más a menudo, Jake.
–Bueno, debo admitir que últimamente no rio demasiado. Cuando mis padres murieron, las cosas se complicaron bastante.
Moriah detuvo su montura para contemplar la vista del río, esperando que Jake se sintiera tan relajado y tranquilo como ella. Y al parecer, así era.
–Ya veo que has conseguido que vuelva a hablar de mí –declaró el ejecutivo.
–Soy la encargada del rancho, así que debo lograr que mis clientes se relajen. Hablar sobre las razones de tu estrés te ayudará a cambiar tus costumbres. Soy capaz de hacer lo que sea y cuando sea con tal de conseguirlo.
–Eres una bruja, Mo –murmuró–. Sospecho que estos días van a ser como el avance de una manada de reses. Los vaqueros las llevan tan despacio que los pobres animales no pueden imaginar que se dirigen al matadero.
Moriah rio.
–No sé si me gusta esa metáfora…
–Bueno, yo no estaba seguro de que quisiera que una psicóloga me analizara y sin embargo estoy aquí, confesándome, cuando no tenía ninguna intención de hacerlo. Has avanzado bastante.
–No tanto. Pero estabas a punto de contarme cómo cambió tu vida cuando murieron tus padres.
–¿En serio?
–Sí. Y dado que te he hablado de mi, lo mínimo que puedes hacer es devolverme el favor.
Jake golpeó suavemente a su yegua para retomar el camino.
–Tuve que cuidar de mis dos hermanas, cuando solo eran unas quinceañeras. Por desgracia, también tenía que encargarme del negocio y de una prometida que exigía más atención. Por cierto, era rubia y de ojos azules.
–Vaya. Otra razón para que te comportes conmigo de ese modo… Has estado volcando en mí la frustración que te provocó.
–Sí, supongo que sí, pero no te pareces nada a ella. Sea como sea, Shelly sentía celos de mi devoción por mis hermanas, así que empezó a salir con otro hombre que podía hacerle regalos caros y darle toda la atención que necesitaba una diosa como ella.
Jake se detuvo un momento antes de continuar con la narración.