Siempre nos quedará París - Iván del Dedo Martín - E-Book

Siempre nos quedará París E-Book

Iván del Dedo Martín

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«El destino lo teníamos claro, París, y el camino..., el camino íbamos a disfrutarlo y mucho. Porque esta Champions será recordada, no por una final, no por un partido, sino precisamente por su camino». Del epílogo de Paola Castillo, periodista en Real Madrid TV. Desde fuera, parecía imposible. Desde dentro, milagroso. Esta es la historia de un club más grande que cualquiera de nosotros, una historia sobre la gloria y la pasión. En Siempre nos quedará París podrás vivir la alegría y la agonía del viaje que le supuso al Real Madrid conseguir la 14.ª Copa de Europa y esa relación mágica que ha tenido hasta la fecha con París. En este libro encontrarás los testimonios de aquellas personas que vivieron desde dentro la Champions de las remontadas, pero también entenderás el misticismo de París y su fascinante relación con el club blanco desde 1956. Una crónica, un testimonio y un análisis imprescindibles para cualquier aficionado merengue.

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Primera edición digital: marzo 2023 Campaña de crowdfunding: Marta Cid Ilustración de cubierta e interiores: Irene E. Jara Corrección y maquetación: Patricia Á. Casal Revisión y edición: Beatriz G. Vidal

Versión digital realizada por Libros.com

© 2023 Iván del Dedo Martín © 2023 Libros.com

[email protected]

ISBN digital: 978-84-19435-17-0

IVÁN DEL DEDO MARTÍN

SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS

HISTORIA DE LA 14.ª COPA DE EUROPA DEL REAL MADRID

EPÍLOGO DE PAOLA CASTILLO

Siempre a ti, yaya. Tu fuerza, tu lucha, tu amor y tu fe serán, eternamente, el ejemplo más grande.

«Ningún jugador es tan bueno como todos juntos».

Alfredo Di Stéfano

Índice

 

Portada

Créditos

Título y autor

Dedicatoria

Cita

Nota del autor

Introducción

Nuestra historia es nuestro mejor legado

Camino a la gloria

Los príncipes de la resistencia

90 minuti en el Bernabéu son molto longo

God save Karim

(Dios salve a Karim

El Madrid nunca muere

A golpes de fe

El territorio de los milagros

París, otra vez tú

Epílogo. Por Paola Castillo

Mecenas

Contraportada

Nota del autor

 

El 5 de mayo de 2022 fue una tarde tan calurosa como feliz para el madridismo. Y no era para menos. La noche anterior se había obrado el milagro: remontada imposible contra el Manchester City. Con la euforia aún latente, salí a correr después de ver un vídeo épico del segundo gol de los blancos en aquel partido y me dije: «esto que estamos viviendo, las noches de gloria vividas gracias a la voz del Bernabéu, tienen que estar plasmadas sobre el papel. Esta proeza tiene que quedar escrita para que las siguientes generaciones sepan cómo se ha ido forjando la leyenda de su equipo». En ese momento, comenzó esta historia.

Ahora, un tiempo después, tienes este libro entre tus manos pero no sabes bien qué te vas a encontrar. Has oído hablar sobre la épica del Real Madrid, su historia, la magia del Bernabéu y los milagros. ¡Fútbol en su mejor esencia! Pero, ¿cómo lo voy a estructurar, qué voy a contar?».

Vamos a empezar por el principio. ¿Cómo nació esta historia? Esta pregunta solo la puede responder el equipo blanco y su continua ambición. La eterna construcción de un legado que ya es brillante. Pero, a cambio, os contaré cómo nació la idea de escribir este libro. Y cómo envié la propuesta a la editorial: el primer paso para que pudierais tener estas líneas delante de vosotros. La cobertura brillaba por su ausencia, sin embargo conseguí darle a enviar desde el epicentro de la gloria, desde Saint-Denis.

En cuanto llegué a casa, ya con el guion en la cabeza, empecé a estructurar todo, a pensar en el contenido, en los testimonios que lo iban a acompañar y en cómo contar, sobre todo y muy importante, la historia. El camino del Real Madrid a la decimocuarta Copa de Europa. Vale, bien. Pero le faltaba algo, le faltaba magia, le faltaba mística, le faltaba la primera piedra de la leyenda madridista. ¿Qué tenía qué hacer aquí? Una lluvia de ideas. Un concepto tan acertado como utilizado por mi editora y amiga Beatriz —gracias—. Había que definir el hilo conductor del libro y tenía que darle un sentido diferente, único y novedoso.

¿Cuento cómo hemos ganado todos estos años las diferentes Champions? No. Muy obvio. ¿Cuento cómo, a pesar de las salidas de jugadores clave, el Madrid sigue ganando? Tampoco. A ver, Iván, ¿dónde se juega la final? Vale, en París. ¿Y qué relación tiene el Madrid con la capital francesa? Viene de lejos. Desde 1956, momento en el que el Real Madrid se proclamó, por primera vez, campeón de Europa. El inicio de la leyenda. El comienzo de la historia. El punto de partida de esta Champions, desde ya bautizada como «la Champions de las remontadas».

Falta un título. «¿En París empezó todo?» Bueno, me gusta, pero no tiene gancho. ¿Qué hacemos? Lluvia de ideas de nuevo y, en este caso, procedente de una nube ajena.

«¿Por qué no lo titulas Siempre nos quedará París?». La referencia cinéfila, en la que yo no había caído ni lo hubiera hecho jamás, era de lo más apropiada para contar la historia de amor entre el Real Madrid y la capital de Francia. ¿El mérito? De Guillermo Escribano, autor, compañero y amigo de LIBROS.COM. Gracias, Escribano, por dibujar el trazo más complicado e importante.

Una vez estructurado el libro solo quedaba una cosa tan simple, como compleja: ganar la Champions. Imposible, decían algunos. Improbable, decían otros. Pero claro, la historia del Real Madrid está construida a base de imposibles. ¿Cómo no creer? 90 minutos que, como ya sabrás porque si no, no habría libro, acabaron con el Madrid campeón de Europa.

Quedaba solo un pequeño detalle: cumplir mi palabra. Iba a escribir el libro, pero primero tenía que subir la propuesta editorial ante las miradas amenazantes de mis compañeros de LIBROS.COM. Personas que, a muchas sin gustarles el fútbol, vieron el partido sola y exclusivamente por mí. Y lo hice, no sé muy bien cómo, antes de que Marcelo levantara al cielo de Saint Denis la decimocuarta Copa de Europa del club blanco. Sin apenas datos, con los WhatsApp esperando para salir, con Instagram colgado, con las llamadas colapsando la línea, con las lágrimas impidiéndome ver bien lo que escribía y, sí, tengo que admitir que sin camiseta; una vez más e igual que ya había hecho en Milán, la web de LlBROS.COM sí cargó. Otra señal, dije yo, ávido de gestos, guiños y supersticiones.

Y así, entre abrazos de desconocidos que se convierten en familia —no estoy exagerando—, entre un llanto de alegría que se prolonga escribiendo estas líneas y en un estado de felicidad infinito, la propuesta se subió. Y cinco minutos después, por fin, Marcelo elevó la historia, de nuevo, al cielo de la ciudad que vio nacer la leyenda. ¡París, el madridismo sueña contigo!

Introducción

 

Siempre hemos tenido cierto recelo a pensar que algo o alguien, desde un lugar que no podemos ver, nos ayuda. Siempre hemos creído que aquello que se llama milagro no existe. Y lo cierto es que cuesta creer en ese plano no tangible, en ese misterio que no podemos resolver y en algo que nunca podremos comprobar. Pero, si no existen los milagros, ¿qué llevó al Real Madrid hasta París?

Intentar explicar el pase del equipo madridista a la final de la Champions League de una forma racional es atentar contra la idiosincrasia del club. Tratar de entender cómo el Madrid remontó tres eliminatorias seguidas en el Bernabéu con todo en contra es, precisamente, no haber entendido nada acerca de la historia de este club.

Hubo mucho fútbol, sí. Y lo veremos. Hubo una defensa inquebrantable por momentos y un ataque eléctrico, que asaltó los mejores estadios del continente. Pero también tuvo cabida, y de qué manera, la magia del Bernabéu, la magia de las noches europeas. Ese algo que no hay forma de explicar. Esas situaciones en las que no tenemos palabras para contar lo que sucede en Chamartín. Porque no hay ninguna forma de transmitirle a alguien que no sepa lo que es la historia de la Copa de Europa en el Santiago Bernabéu, que estas cosas pasan con tanta frecuencia aquí, que ya se han convertido en costumbre.

La energía que se genera en el estadio deja un terreno inmejorable para presenciar los milagros. Para ver una película sin guion y sin ortodoxia, que se va escribiendo a medida que sucede, y que se construye gracias a un pasado de leyenda en el que se asientan las bases de las siguientes generaciones. Ese «ADN Real Madrid» del que tanto se habla es el legado que van pasando los jugadores veteranos a los más jóvenes, el que se va manteniendo de generación en generación. El intentar hacer historia partido tras partido e intentar forjar una leyenda que año tras año da vida a cada madridista del planeta e insufla oxígeno en el gotero del club.

Lo que sucedió en la edición de la Champions League 2021/2022 es una simbiosis perfecta entre un Bernabéu completamente entregado y un equipo que tiene un pundonor infinito. ¿Cómo definir la historia sin restarle valor a lo que sucedió? Complicado.

Los madridistas se rehicieron de cada revés recibido, estuvieron contra las cuerdas en la mayor parte de los minutos de las eliminatorias, pero nunca perdieron la fe, nunca se dieron por vencidos y se apoyaron en una afición que los llevó en volandas para conseguir un título que se va a recordar eternamente. La victoria de unos jugadores de leyenda. La victoria de una afición que no dejó solos a los suyos en ningún momento.

¿Cuántas veces hemos leído que el Real Madrid estaba muerto? ¿Cuántas veces hemos tenido que escuchar que el Real Madrid estaba muerto? Siempre se ve cómo la cima más alta e imposible puede ser conquistada. Aquel objetivo que para el resto de equipos es insalvable. Pero hay alguna divinidad que es más madridista que el escudo, un ADN que ningún otro club tiene el honor de poseer. Y cuando el Bernabéu llama a ese ADN, este acude; después solo queda sentarse y esperar para presenciar la historia.

De nada valen las tácticas ni las pizarras, porque no hay explicación. «Las cosas en el Bernabéu funcionan así. Los muertos resucitan, las divinidades hacen acto de presencia y la fe se vuelve obligación. La Copa de Europa y el Bernabéu», rezó un corte de Movistar+ el día después del partido de vuelta correspondiente a los cuartos de final contra el Chelsea en esta Champions 2021/2022.

Una historia de amor entre un club y una competición que comenzó en 1956. En París. Como un círculo vicioso que nunca se cierra. Porque, si algo te enseña este club, es que lo que para otros es la meta, para el Madrid es el comienzo de un nuevo sueño.

En estas páginas vamos a echar la vista atrás, sí, pero para ver dónde comenzó a forjarse la leyenda del Real Madrid. Un mito que ha alcanzado su cima esta temporada con milagros imposibles, gestas que no vive nadie más, pero que son tan normales en el Santiago Bernabéu, que ya no concebimos otra forma de ganar.

Un recorrido increíble, brillante, que ha cortocircuitado la razón y ha llevado al Real Madrid a ser campeón de la copa de Europa por decimocuarta vez en su historia. En la misma ciudad que, como he dicho, nos vio ganar la primera. En la ciudad que vio nacer al Madrid de las remontadas. En la misma ciudad que Raúl, Morientes y McManaman levantaron la octava. En la misma ciudad que nos ha vuelto a enseñar que «solo se ve bien con el corazón, porque lo esencial es invisible a los ojos», como dijo Antoine de Saint-Exupéry en El principito.

Los milagros no ocurren cuando te rindes, los milagros ocurren cuando crees. Adéntrate en ellos.

Nuestra historia es nuestro mejor legado

 

El primer beso fue en París

¿Cuántas veces has escuchado que «una historia se repite y ese es uno de los errores, precisamente, de la historia»? Una frase célebre de Charles Darwin que, en muchos casos, es certera. Pero no aquí. Probablemente sea más acertado ligar la leyenda del Real Madrid a la siguiente cita: «dicen que la historia se repite, pero lo cierto es que sus lecciones se aprovechan». Y aquí empiezan los guiños a la ciudad de París, la capital del universo madridista. Y es que, esta frase es de Camille Salomon Sée, un político francés de origen judío que desarrolló gran parte de su vida en la capital francesa.

La historia del Real Madrid y la ciudad de París empezó en 1956, aunque antes de llegar a la ciudad del amor, el equipo entonces entrenado por José Villalonga Llorente tuvo que recorrer un camino empedrado. Te suena, ¿no? Un equipo de fútbol en busca del título europeo por excelencia y un viaje endemoniado para llegar a él. Como dijo Napoleón Bonaparte, y ya se acaban las citas por el momento, «condenados a repetir la historia». Aunque, en este caso, conociéndola. Sabiendo todos los cimientos que han ido construyendo la base del equipo blanco.

En aquella primera edición de la Copa de Europa, celebrada entre 1955 y 1956, los dieciséis equipos participantes jugaron directamente las eliminatorias; de hecho, por aquel entonces no existía la fase de grupos. Menos comodines. Menos espacio para el error. En la primera ronda, el Real Madrid eliminó con suma facilidad al Servette suizo. Aunque en el partido de ida a los merengues les costó encontrar la portería rival, con dos goles tardíos y los cinco conseguidos en la vuelta en Madrid, pasaron a la siguiente fase.

Pero la Copa de Europa iba a poner pronto a prueba a los madridistas. Si querían empezar a ser el equipo que después fueron y sentar las bases del club que conocemos actualmente, iban a tener que empezar a sobrevivir. El sorteo quiso que el siguiente escollo en el camino del Madrid a la final fuera el Partizán de Belgrado, entonces equipo de la extinta Yugoslavia y un club histórico de los Balcanes. Era un conjunto muy duro y con jugadores veteranos. Hablar de experiencia en la primera edición del torneo europeo no sería conveniente, pero los jugadores yugoslavos contaban con un historial importante en sus espaldas. Aun así, no era el fútbol del Partizán lo que iba a suponer el principal problema del equipo español. Y a falta de uno, hubo dos; dos contratiempos que casi dejan al Real Madrid sin el pase a semifinales.

El primero, que se supo antes del segundo, pero sucedió después, era la climatología. El calendario determinó que la ida fuera en Madrid el día de Navidad de 1955, mientras que la vuelta debería disputarse en Belgrado el 29 de enero de 1956. Eso significaba, de forma automática, frío y nieve para disputar el segundo encuentro. Una situación a la que el club local estaba habituado, pero no el equipo blanco. Por tanto, la misión era clara: golear en el Bernabéu para dejar casi encarrilada la eliminatoria y viajar a Yugoslavia sin la presión de tener que conseguir un resultado ajustado.

El Madrid, cómo no, respondió a la prueba y dio un recital ante su público. Las noches mágicas del Bernabéu. Los blancos consiguieron batir hasta en cuatro ocasiones a Stojanovic, portero rival, gracias a los dos goles de Castaño, a un tanto de Gento y a otro de Di Stéfano. Un resultado (4-0) tranquilizador para jugarse la clasificación a las semifinales en Belgrado.

Pero llegó el segundo problema que, como decía, ocurrió antes que el primero y estuvo a punto de provocar la suspensión del choque. Y todo por razones políticas, que como entenderás, en la época eran las que regían casi todos los aspectos del día a día. Yugoslavia era un país de ideología comunista bajo el mando del Mariscal Tito, por lo que las relaciones entre España y el país de los Balcanes no eran demasiado cordiales. Más si cabe, porque en España estaba refugiado el dictador fascista Ante Pavelic, al que Tito perseguía y quería detener.

Por ese motivo, Francisco Franco intentó evitar que el conjunto madrileño viajara hasta Yugoslavia para jugar el partido. Pero no contaba con la gestión de uno de los grandes responsables de convertir al Real Madrid en la institución que es a día de hoy, Raimundo Saporta. La intervención de la mano derecha del presidente Santiago Bernabéu obligó al gobierno español a acceder en el último momento a que el equipo cogiera el avión.

Y ahora sí, lo esperado. El primer problema tras realizar el trayecto y aterrizar en Belgrado; la nieve y, sobre todo, la temperatura. La pesadilla convertida en realidad. El Real Madrid se encontró con una auténtica encerrona en el Partizán, más conocido en el país como el estadio del Ejército Popular de Yugoslavia, ya que este ayudó en su construcción.

Con un estadio lleno a rebosar, en su mayoría militares, y un terreno totalmente helado, debido a los -9 ºC que marcaba el mercurio, el Real Madrid tuvo que mentalizarse para sufrir y resistir las embestidas del equipo rival para pasar a las semifinales. El 4-0, pensaron los madridistas entonces, se quedaba hasta corto para lo que podía ser el partido en tierras yugoslavas.

El comienzo del partido les dio la razón. En tan solo 20 minutos, los locales habían disparado dos veces a la madera y Milutinović había puesto el 1-0. Quedaban 70 minutos y los jugadores del Madrid solo se deslizaban por el campo, literalmente, puesto que las botas de los jugadores blancos no se agarraban al hielo y los resbalones eran continuos. Tampoco la suerte iba a estar del lado madridista. Rial dispuso de un penalti para sentenciar la eliminatoria, pero erró en el lanzamiento. Resultado en contra, campo impracticable y moral más baja después de haber tenido en la mano el empate en el partido.

Mihajlović, en cambio, sí aprovechó la oportunidad desde el punto de penalti para aumentar la ventaja de su equipo (2-0) y dejar al Partizán de Belgrado con la mitad de la hazaña hecha. Pero no contaba con que el equipo que estaba en frente quería empezar a forjar su leyenda. El Madrid logró controlar el partido durante veinte minutos para dormir los ataques yugoslavos y, a pesar de que Milutinović de nuevo colocó el 3-0 que abría la posibilidad a una remontada, terminó consiguiendo una clasificación tan histórica como sufrida a las semifinales de la Copa de Europa. Las primeras de la historia y el Madrid iba a estar en ellas.

El Real Madrid ya estaba en semifinales. A pesar del viaje in extremis por el choque ideológico entre ambos países, a pesar de la nieve y el hielo y a pesar del ambiente infernal. Situaciones que, probablemente, hubieran sido insalvables en su mezcla para cualquier otro equipo, fueron la primera piedra del conjunto blanco para empezar a edificar su historia.

En la siguiente ronda llegaría el Milán de Ettore Puricelli, el segundo equipo en la actualidad con más entorchados europeos, siete. En aquella época, el club italiano tenía un marcado toque sueco, con Gren, Gunnar Nordahl y Nils Liedholm en sus filas. Pero también contaban con nombres históricos como el portero Lorenzo Buffon, tío abuelo del también guardameta Gianluigi Buffon, o Cesare Maldini, padre de Paolo Maldini, dos de las figuras más grandes del equipo milanés.

La ida en el Bernabéu, el 19 de abril de 1956, fue todo un espectáculo goleador por parte de ambos equipos, aunque fue el Real Madrid el que salió victorioso del duelo. A los tantos de Rial y Joseíto, igualados por Nordahl y Schiaffino, se sumaron los de Roque Olsen y Di Stéfano para poner a los blancos con un 4-2 de ventaja en la eliminatoria antes de afrontar la vuelta el 1 de mayo de 1956, en tierras lombardas.

Pero el duelo de San Siro sería otra cosa totalmente diferente. Otra prueba para la resistencia madridista y, en este caso, para los nervios y la templanza de sus jugadores. Y todo contando con que fue el Madrid el primer equipo en adelantarse en el marcador ya bien entrada la segunda mitad. Joseíto, con un gran disparo raso desde la frontal, puso lo que muchos pensaron que sería la sentencia de aquella ronda eliminatoria (0-1).

En cambio, al Milán aún le quedaba un as bajo la manga. El comodín del árbitro. Es más que recomendable buscar el resumen de este partido en alguna plataforma de vídeos en línea para poder percibir la importancia de la hazaña conseguida por el club español en este partido.

El colegiado del duelo, el austriaco Erich Steiner, tardó cuatro minutos tras el gol blanco en decretar un penalti por un empujón inexistente favorable al Milán. Dal Monte se encargó de transformarlo (1-1) y de poner al equipo italiano, de nuevo, a dos goles de distancia. Una distancia salvable, pero que conllevaba un esfuerzo complejo restando solo veinte minutos para el final del partido. San Siro rugió como nunca y el Madrid aguantó como siempre, hasta que, a falta de cinco minutos, llegó otro varapalo.

De nuevo Steiner señaló un penalti por otro empujón que únicamente él vio en todo el estadio y que, ni siquiera el Milán, había reclamado. Dal Monte no falló (2-1) y provocó la avalancha rossonera de los últimos minutos. Un solo gol y el Madrid caería en la trampa provocada en la ciudad italiana. Un paso en falso, de nuevo, y cualquier cosa podría suceder. Pero si algo tiene el ADN del Real Madrid es capacidad para resistir. Un aguante al sufrimiento al alcance de muy pocos. Y el premio fue mayúsculo. El equipo blanco estaba, por primera vez, en la final de la Copa de Europa.

Dos eliminatorias, sobre todo la que enfrentó a los madridistas con el conjunto yugoslavo, que, como curiosidad, en caso de haberse empatado, hubieran dejado como resultado un nuevo duelo para desempatar en una sede a escoger entre los dos clubes que se enfrentaran.

Y ahora sí. París. Una de las grandes ciudades del planeta, punto de encuentro de grandes ejércitos y de acontecimientos que marcaron el devenir mundial. Un sitio inmejorable para acoger la primera final del título que se acabaría convirtiendo en el más importante a nivel de clubes.

En el terreno de juego de Parc des Princes, actual estadio del Paris Saint Germain, se vieron las caras el Stade de Reims, campeón francés en aquel momento y uno de los equipos más punteros del panorama futbolístico europeo; y el Real Madrid, que había dejado atrás todos los obstáculos para buscar la gloria.

El club francés, entrenado por Albert Batteux, llegaba como favorito al encuentro gracias al liderazgo y las actuaciones de su estrella, Raymond Kopa. La carrera de obstáculos por la que habían pasado los madridistas no solo no había acabado, sino que no había hecho más que empezar. Tendrían que ganar al equipo puntero de Francia en su territorio, con sus aficionados y sus compatriotas poblando las gradas. De hecho, tal era la desesperación de la gente por conseguir acceder al estadio, que hubo muchos aficionados que se hicieron con entradas falsas. La reventa y la picaresca llegaba a la Copa de Europa.

A esto se le sumó al Real Madrid otro contratiempo en los días previos al encuentro. Entre otras cosas, por la falta de un reglamento claro en esta primera edición del título continental, el equipo de Villalonga se encontró con la prensa francesa pidiendo que Atienza, uno de los centrales blancos, no jugara el encuentro. ¿El motivo? El futbolista madrileño había sido expulsado cuatro días antes en las semifinales de la Copa ante el Athletic Club.

Ante la falta de una jurisprudencia que diera la razón al Madrid, la Real Federación Española de Fútbol tuvo que intervenir y no sancionar al jugador de blanco hasta que pasara la final. Por ello, finalmente sí pudo estar disponible para jugar el encuentro. Pero la tensión ya se había instalado en el club español, asiduo a los problemas previos a los viajes europeos.

El 13 de junio de 1956, Parc des Princes lució un aspecto espectacular para dirimir al primer campeón de la Copa de Europa. En realidad, toda la edición había sido un éxito de asistencia con más de 800.000 aficionados pasando por las gradas de los diferentes estadios europeos. De ellos, el Bernabéu acogió a más de 250.000. La competición europea empezaba a gustar en Chamartín.

La final fue un homenaje al fútbol. Una oda al balón con un partido brillante y eléctrico por parte de los dos equipos. El asentamiento de la primera piedra de algo que sigue vivo a día de hoy en el Real Madrid: un espíritu insaciable y una capacidad de resiliencia única. Y es que, a los diez minutos de partido, los blancos ya perdían 2-0 tras los goles tempraneros de Leblond y Templin. Los franceses estaban elaborando un juego vertiginoso al primer toque con mucha calidad y los blancos no llegaban a cubrir todos los espacios que se generaban.

Ya era un logro haber alcanzado la final después de las visitas a Belgrado y Milán. El Madrid se podía haber conformado y haber tirado la toalla en ese momento. Sobrepasados en el marcador, nunca es fácil verte tan rápido por detrás en una final. Y si es por partida doble, menos. Y superados en el juego, con el Stade de Reims gustándose y haciendo disfrutar a su público.

Pero no. El Real Madrid no es así. Nunca se rinde. Con un arrebato de fútbol y pasión por el escudo, y con Muñoz controlando el centro del campo evitando los vertiginosos contragolpes rivales, Di Stéfano y Rial pusieron el empate (2-2) en tan solo un cuarto de hora antes de marcharse al descanso. El segundo gol llegó, como anécdota, tras encenderse los focos del estadio y cambiar el balón oscuro con el que se inició el partido por uno blanco.

Tras el paso por vestuarios, rozando la hora de partido, la estrella del conjunto galo, Kopa, lanzó un contragolpe que terminó culminando Michel Hidalgo para poner el 3-2 favorable al Stade de Reims. Ya sí parecía imposible la hazaña de ganar la final para los madridistas. Tras haberse repuesto de los primeros golpes y a falta de veinte minutos para el final del choque, las fuerzas no deberían ser las necesarias para sobreponerse una vez más. Pero, de nuevo, el Madrid no se derrumbó y Marquitos empató el choque en una jugada de puro corazón (3-3). De esas que normalmente levantan al Bernabéu y provocan una ovación cerrada y que aquella noche hizo tronar los aplausos en tierras parisinas. El central blanco avanzó por el campo con un claro objetivo, sin ver nada más en su cabeza que la portería, y con ayuda del toque en un defensa rival, marcó el tercero.

Ahora sí, con la motivación por las nubes por un empate que parecía imposible, los merengues se volcaron en la portería francesa y marcaron el cuarto gol, obra de Rial: 4-3 y 10 minutos por delante. Lo que restaba de partido iba a ser un sufrimiento extremo para el Madrid. Y más aún cuando, a falta de tres minutos, Templin disparó al larguero de la portería madridista. Los palos temblaron, Parc des Princes aguantó la respiración, pero el Madrid resistió.

Lo había hecho. El Real Madrid había sufrido, había aguantado, había superado todos los obstáculos que se le habían puesto por delante y se había convertido, por primera vez, en el campeón de la Copa de Europa; y Miguel Muñoz se había erigido como el primer capitán en besar y levantar el trofeo continental.

Después de volver a Madrid, una ciudad totalmente rendida a su equipo que disfrutó de la copa por sus calles y tras los elogios del mundo del fútbol, Santiago Bernabéu declaró que solamente habían cumplido con su deber. La Cibeles no sabía, aún, que tenía una pareja insaciable.

Una Copa de Europa que guarda muchas similitudes con la decimocuarta, desde el camino pedregoso que tuvo que pasar el club blanco para llegar a la final, como la ciudad de París. Tan mágica como madridista. Esta primera final de la Copa de Europa, de hecho, fue bautizada en aquella época como «la gran remontada». ¿Hay o no hay parecido con la realidad actual?

El magnetismo de un club que luchaba por ser eterno se unía, en la ciudad del amor, a su más querida compañera, la Copa de Europa. A partir de ahí vendrían otros cuatro campeonatos más. Y la decisión de la UEFA de cambiar una de sus primeras normas. La decisión de disputar la siguiente final en el estadio del club vencedor la temporada anterior se tuvo que cambiar debido a la insistencia de los blancos en hacerse con el trofeo.

París y el efecto 2000

Como un amor de verano, aunque en primavera, que se vive con tanta intensidad como se va pero se recuerda eternamente, París llegó de nuevo a la vida del Real Madrid. Cuarenta y cuatro años después de su primer idilio, pero con la emoción del reencuentro, de quien se busca y sabe que tiene al amor de su vida en frente, a ese que le venera y le corresponde. A decir verdad, en 1981 tuvieron un breve reencuentro, pero ninguno estaba preparado para darse la mano en ese momento. Demasiadas heridas abiertas. Y el Liverpool lo aprovechó para imponerse 1-0 y quitarle a los blancos la tan ansiada Séptima.

En la temporada 1999/2000, en el Real Madrid pasaron muchas cosas. Los inicios no fueron fáciles, con la destitución del técnico John Benjamin Toshack, debido al distanciamiento con la plantilla, y la consiguiente contratación de Vicente del Bosque. Un contexto complicado para alcanzar altas cotas tanto en Liga como en Champions. O eso pensaría cualquier otro club, claro.

De nuevo, al igual que en 1956 y al igual que en 2022, el camino de los madridistas en la Copa de Europa llegó hasta París. Pero, como podrás imaginar, los obstáculos en este trayecto no fueron sencillos y estuvieron a punto de acabar con las aspiraciones merengues. Otra vez, spoiler, no lo consiguieron.

En esta edición, el formato era diferente al vivido en 1956. A decir verdad, también la denominación de la competición, llamada ya Champions League. Tres finales ganadas en París y tres modelos de competición muy diferentes. Las similitudes siguen sucediéndose.

Durante esta temporada, en la que Del Bosque se hizo cargo del primer equipo merengue, para acceder a los cuartos de final había que pasar dos fases de grupos previas. Un camino con más comodines que el anterior, pero también con muchos más partidos y viajes que complicaban aún más el acceso a la final.