Siento en mi piel el calor de alguien que no está - Gabriel Chadid - E-Book

Siento en mi piel el calor de alguien que no está E-Book

Gabriel Chadid

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Beschreibung

La manera en que Gabriel Chadid Jattin se acerca al mundo es tan original como fascinante. Escritor, poeta, vagabundo y tarotista, el que fuera el hermano mayor de Raúl Gómez Jattin dejó una profusa y prácticamente desconocida obra literaria. En este libro inclasificable, mezcla de ensayo con el género epistolar, Chadid Jattin dialoga con la noche, el día, el tiempo y otros seres fantásticos como libélulas y dinosaurios, en una desbordante muestra de personalidad y delirio, escritos con un estilo que oscila entre el misticismo y el humor.

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Seitenzahl: 186

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Gabriel Chadid Jattin (Sincelejo, 1934 - Barranquilla, 2003). Escritor y poeta. De formación autodidacta, Chadid permaneció al margen de los círculos literarios, dedicándose a escribir en su ciudad natal sin afanes ni preocupaciones. En un lapso de nueve años publicó, de forma independiente y apoyado por amigos y familiares, los libros Confidencias de un condenado a vida (1994 y 2003), Nocturnario (1994), Desde la apacible villa de San José de la Piche (1997) y Minuciosa biografía de un recién nacido (2001). Su obra oscila entre el encuentro místico y el humor visceral, lo que la hace tan original como delirante.

Siento en mi piel el calor de alguien que no está

Siento en mi piel el calor de alguien que no está

Gabriel Chadid Jattin

Chadid Jattin, Gabriel

Siento en mi piel el calor de alguien que no está / Gabriel Chadid Jattin. – Barranquilla, Colombia : Editorial Uninorte, 2025

181 páginas : 20 cm

ISBN 978-958-789-685-5 (impreso)

ISBN 978-958-789-686-2 (PDF)

ISBN 978-958-789-687-9 (ePub)

1. Novela colombiana -- Siglo XX. 2. Cuentos colombianos -- Siglo XX. II. Tít.

(Co863.44 C432s) (CO-BrUNB)

SIENTO EN MI PIEL EL CALOR DE ALGUIEN QUE NO ESTÁ

Gabriel Chadid Jattin

© UNIVERSIDAD DEL NORTE

Vigilada Mineducación

Km 5, vía Puerto Colombia, Área Metropolitana de Barranquilla

© Ricardo Feris Chadid, heredero

Primera edición Universidad del Norte, 2025

ILUSTRACIÓN DE PORTADA

El Buda (circa 1905), del pintor francés Odilon Redon (1840-1916)

COLECCIÓN BIBLIOTECA DEL CARIBE

Dirección Alexandra Vives Guerra

Coordinación Fabián Buelvas

Asistencia Daniela Torres Pérez

Diseño Luz Miriam Giraldo Mejía

Corrección de estilo Carolina García Quijano

Revisión arte final Munir Kharfan de los Reyes

IMPRESOR

Imageprinting Ltda. | Bogotá

© Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial en cualquier medio, sin permiso de los titulares del copyright

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Prólogo

Fabián Buelvas

La vida de Gabriel Chadid Jattin (1934-2003) es tan fascinante que, a más de veinte años de su muerte, ya es una suerte de leyenda en su natal Sincelejo. Se trata de un personaje tan sui generis que al escribir sobre él se corre el riesgo de encasillarlo injustamente. Escritor y poeta, dejó cuentos, diarios, ensayos y unas extrañas cartas dedicadas a sí mismo, o mejor, a su alter ego Leirbag, en las que describe y dialoga con la noche, el día, el tiempo y otros seres fantásticos como libélulas y dinosaurios, en una desbordante muestra de originalidad y delirio. Por algo será que, entre quienes lo conocieron, la palabra inclasificable se repite al recordarlo.

De entrada, el apellido Jattin traza un camino. Gabriel es hijo de Abdalá Chadid y Lola Jattin Safar. El hermano mayor, por línea materna, del poeta Raúl Gómez Jattin (1945-1997). A pesar de la diferencia de edad, fueron muy cercanos. Chadid, en un documental de 1999, recuerda que se conocieron en Cartagena y desde ese momento se hicieron grandes amigos1. Ambos, juntos y por separado, fueron influenciados por sus abuelas; para Gabriel fue María, la madre de su padre; le dio a conocer Las mil y una noches, un libro que sería fundamental para él, al que solía referirse como un artefacto mágico cuyas páginas describían inventos modernos miles de años antes de su aparición2. Decir que Gabriel Chadid Jattin es el hermano mayor de Raúl Gómez Jattin nos da una idea del entorno en el que creció, pero reduce su historia y los alcances de su obra, recogida parcialmente en este libro.

*

Los familiares de Gabriel Chadid Jattin tienen miles de anécdotas sobre él, todas cargadas de mucho afecto y nostalgia. Sus sobrinos Ricardo Feris y Alex Quessep lo definen como un hombre con una maravillosa imaginación, franco, en constante confrontación con la vida y las costumbres. “Las confrontaciones eran literarias —agrega Feris—, porque él fue un tipo muy tranquilo”. Cuentan que su abuela le legó una pequeña fortuna para que estudiara medicina en París, pero sus tíos paternos se opusieron; al enterarse, respondió cediéndole la herencia a ellos, con la condición de que les fuera entregada a cada uno en monedas de a centavo. Le faltó poco para terminar el bachillerato, y vivió siempre de la herencia familiar y los buenos oficios de familiares y amigos que le acogían y se maravillaban con sus historias.

Fue un vagabundo y un trotamundos, alguien que iba de aquí y allá dispersando historias como los viejos juglares. Carecía, en consecuencia, de un método para escribir, pero lo compensaba con constancia y rigor obsesivos. Quizá porque se sabía demasiado extraño para su tiempo, Chadid autopublicaba los libros que escribía, labor que realizó en un lapso de nueve años. El primero del que se tiene noticia es Nocturnario (1994), una suerte de correspondencia a la noche que se dedicó a ampliar conforme escribía. La última de las versiones del libro es de 2003, que recogemos aquí de forma íntegra. Chadid escribió, además, cuentos recogidos en Desde la apacible villa de San José de la Piche (1997), la novela Minuciosa biografía de un recién nacido (2001) y una serie de relatos personales titulada Confidencias de un condenado a vida (2003), la cual, muy a su estilo, tiene distintas versiones.

*

Realizar una interpretación o crítica de la obra de Gabriel Chadid Jattin excede los alcances de este prólogo. Baste decir que estamos frente a unos escritos personales, que oscilan entre el misticismo y el humor, probablemente escritos por el autor con el ánimo exclusivo de expresarse, sin atender consideraciones editoriales o comerciales. Son, en resumen, el tránsito de un hombre por el mundo, un mundo que prefirió observar en vez de interactuar con él. La impresión de que estamos frente a los escritos de un loco es limitada y simplista: es mejor, como coincide su familia, convenir que estamos en presencia de algo indescifrable. Su hermano Raúl lo expresó en un poema que le dedicó3:

Gabriel Chadid Jattin

un hombre alado

que siempre existió

amado y libre

libre de los garfios

de ser lo que no quiso

libre hasta de la libertad

libre hasta de la belleza

libre hasta de Raúl Gómez Jattin

ese que lo ama a fuerza

de miedo de incomodarlo

en su lecho de espinas

en su lecho de rosas de fuego

en su lecho de muerte revivida

si no por nada es un arcángel de dios.

Siento en mi piel el calor de alguien que no está

Lege, quaeso

Todo buen ciudadano aplanado por el peso de su cordura y atormentado por la inutilidad de sus ilusiones cumplidas, tarde o temprano experimenta la urgencia de abrir su corazón a un Ser Intangible capaz de escucharlo sin dormirse y de perdonarle el pecado mortal de no haber vivido. Le sucede, por lo general, cuando la Cazadora azuza sus lóbregos lebreles y espera hasta tenerlo a tiro para disparar su ineluctable flecha del descanso eterno. Inquieto por los ladridos de su mortalidad, el buen hombre se viste entonces con el último grito en pieles de cordero y, con la ladina desfachatez de los vencidos, invoca al Invisible y se confiesa sin culparse y acusa sin comprometerse.

También yo tengo ahora necesidad de confesión, solo que no soy cuerdo, ni lo he sido nunca, ni espero estarlo jamás. De manera que mis urgencias no se originan en la proximidad de la Muerte sino en la de la Vida. Ni es por merecer otra a cambio de no vivir esta lo que me mueve a delatarme: no soy de los que se confiesan para ser absueltos, sí para ser condenados.

Me mostraré de pie.

Desnudo.

Tal cual soy: hecho de tierra viva.

Y no divulgaré los secretos de mi ánima a Quien sabe más de mí que yo propio, porque dizque Él conoce mejor mis intimidades que yo mismo. Tampoco los revelaré a los cuerdos: las veces que pretendí acercarme al corazón de los sensatos, me estrellé contra el acerado sentido común que lo aísla de la Vida, y reboté, y volví a chocar hasta madurar a golpes.

Serán, pues, las mías, confidencias de loco.

Y las haré a las ovejas negras, es decir, a quienes viven la vida a boca de jarro, como los niños o, en otras palabras: a los que saben percibir en lo cotidiano la tranquilizadora presencia de lo extraordinario.

Nocturnario

◄ Figura sosteniendo la cabeza de un ángel (circa 1876), de Odilon Redon.

Marzo. Milnovecientos90&3tres

Hace una noche de hondos silencios azules. Solo se escucha la respiración del paisaje. Y mi propia respiración de hombre, qué digo, de animal nocturno. Son silencios hechos de brisa fresca, de cuchicheo de insectos y de roces de cosas invisibles.

Los silencios de marzo siempre me dan de qué hablar. Hay un misterio en ellos, hay una música tan íntima en sus entrañas, que ni siquiera los sordos pueden oír sus compases insonoros ni los estruendosos antisonidos de su armonía. Y es que ser sordo es una cosa y saber no escuchar es otra.

La casa resuena como el vientre de una guitarra dormida. Tengo la certidumbre de que de un momento a otro, alguien que me habita, un niño íntimo e impúdico albergado en los subterráneos de mi corazón, va a llamarme desde el lado oculto de la realidad.

Amo a ese niño maleducado y terco. De él aprendí a bailar en un solo pie sobre la cuerda floja del destino, a meterme de cuerpo entero en el espejo donde ceso de ser Gabriel para llamarme leirbaG.

leirbaG y yo no nos parecemos ni así, aunque somos la misma persona... pero al revés. (¿O, al derecho?)

El silencio vaiviene, vienivá, subibaja, bajisube en un trémolo que solo los que sabemos no escuchar podemos apreciar a plenitud.

Sobra decir que este no es un silencio para sordos. Ni más faltara. Es, sí, un silencio para niños, para hombresniños, como leirbaG, y quizá, como Gabriel, el otro, el verdadero, es decir, yo.

¿Yo?

En marzo, en noches de luna clara, el silencio se hace más y más azul a medida que la noche avanza.

Una neblina de plata comienza a concentrarse en el paisaje. Hace frío. Me siento bien. Sé quién soy, conozco mi identidad. Todo funciona a la perfección, el planeta es una máquina automática. Solo yo soy consciente. Solo yo sé quién soy: Ego sum GabrielleirbaG, indivisible y uno.

Las tres a. m.: hora en que los heliotropos huelen más. En un scherzo incomparable, los silencios marceños elevan el volumen de su insonoridad conforme discurre la noche.

En plenilunios como éste, cuando penetro en mi corazón y recorro sus galerías de espejos donde todos los gabrieles son reales, menos yo, me pregunto qué sería de mí si no encontrara la salida, y quedara atrapado para siempre en aquel lado de mí mismo, multiplicado por mí propio a la enésima potencia, convertido en una multitud de leirbaGabriel es, sin dejar por eso de ser el GabrielleirbaG cotidiano, uno e indivisible.

Vibro.

Quisiera levitar; pero el Universo es tan estrecho que temo deteriorarlo. Además, me siento chévere aquí, junto a la alberca, bajo el techo de mi casa, en compañía del niño interior cuya existencia me preserva de la erosión del desencanto.

Siempre que oigo al niño reír en las profundidades de mi soledad, noto cómo el silencio se hace más azul y cómo los heliotropos incrementan al máximo la intensidad de sus elixires. Y, entonces, el niño y yo nos fundimos en una única entidad indivisible... pero binaria.

¡Qué hermosa madrugada! No tengo ni pizca de sueño. ¡Me agrada tanto estar despierto en la calma silvestre de las noches de marzo! El niño ríe, habla, y me anima a ver la realidad desde el ángulo opuesto, donde solo lo absurdo es tolerable, y me incita a irnos por ahí, leirbaGabrieleando entre galaxias, GabrielleirbaGeando por todos los Universos que integran el Infinito, bionautas del espejo.

Marzo. 1000+novecientos+noventa y tres

Hace una de esas lunas que parecen dalias.

En mi infancia, desvelado por la intensa insonoridad del silencio, abría la ventana de mi dormitorio y me aguaitaba acodado en el alféizar. El plenilunio y yo nos mirábamos frente a frente sin pestañear, enamorados cada quien de cada cual. Desde el patio ascendía la exhalación de las azucenas y los azahares. La luz y yo, asidos el uno de la otra, nos íbamos por ahí, a la deriva, rumbo al Jardín Encantado. Una brisa como esta nos impulsaba.

En ese entonces el Universo y yo teníamos la misma edad, aunque no los mismos años.

Siento pasos de alguien que se acerca sin avanzar. Y desde lo más azul del silencio, desde su núcleo purísimo, alguien me llama por mi nombre verdadero, el otro. Saber no escuchar no es una virtud: es una ciencia que solo los niños y los viajeros del espejo practicamos. O, ¿existe una manera diferente de conocer la otra cara de la Realidad?

Marzo. M+CM+90&3

1:35 a. m.

Los heliotropos arden.

Tal vez nunca más se produzca una noche tan diáfana. Parece de cristal. La luz atraviesa las cosas y las hace brillar desde adentro, pero sin violarlas.

El mundo está tan callado que puede escucharse el eco del bramido del último iguanodonte que agonizó en esta comarca, quizá aquí mismito, en la terraza donde escribo. ¿De qué moriría? Tal vez de mal de amor. (Cuando se es joven, todos morimos de eso.) Tuvo que ser una agonía terrible para que todavía se sienta en el ambiente que rodea a mi casa la fuerza deletérea de su amor inmemorial.

También yo, algunas veces, en mi juventud, morí de amor. Es esa la principal razón por la que continúo vivo. Quien no es capaz de morirse de amor por lo menos una vez por segundo, merece la muerte.

Los heliotropos tienen desplegadas las alas; fulgen; se ven sanos y lozanos... Mejor dicho, presentan todos los síntomas de estar muriéndose de amor. Sus efluvios son otra de las formas del silencio.

III. 1900+noventa y 1+1+1

Las estrellas fucilan en el firmamento sin luna. En el comportamiento de la vida que me rodea se presiente que abril llegará antes de lo esperado. Si los meses tuvieran sexo, abril sería una hembra púber. Marzo, una señora de hacha y machete.

Hace casi un siglo que es marzo; pero estoy cierto de que antes del veintiséis abril se habrá robado el show; ¿Quién no aplaudirá las primeras lluvias de abril? La vida vestirá los colores de la juventud. Y, quiérase que no, marzo tendrá que irse con sus soles a otra parte.

Con sus soles y sus barriletes. Y su doble personalidad, porque marzo de día es macho y de noche es una señora de respeto en celo.

En marzo, de día, el cielo es tan azul que provoca nadar en él. De noche huele a mujer galante en calor, perfumada para excitar a los incautos silencios trasnochadores.

Hay noches de marzo que son decembrinas; también las hay de junio; y días de julio. Marzo está hecho de días y noches ajenos. Así como cada segundo contiene a todos los segundos de la Eternidad, así marzo contiene todo el año, pero sin abarcarlo.

Los silencios sin luna son terribles.

Su música es otra. Y sus habitantes no son cosa de juego. Poseen la irresistible fascinación del anticanto de las sirenas. Aun los más duchos en la ciencia de saber no escuchar corremos el grave peligro de ser atraídos por las pausas inhumanas de la melodía en cero mayor.

En los macizos de heliotropos y en los matojos del patio los moradores del silencio danzan en las penumbras y en la oscuridad de enfrente. No sé si son ellos los que han saltado a este lado del espejo, o si soy yo quien ha penetrado en su seno.

¿Cuál es mi mundo? ¿Quién debe levantar de primero la mano derecha: ellos o yo? ¿Quién es ilusión, yo o ellos?

LeirbaGabriel, indivisible y uno: ven a mostrarme la salida del laberinto, no importa que tú seas yo. No te guardo rencor por eso: no soy un hombre que se prohíba a sí mismo ser niño. Se me ocurre pensar lo que pensaría un psiquiatra si leyera estas líneas: “Usted está es más ocoloco que un arbacabra, señor GabrieleirbaG. Son 100.000”

Los psiquiatras niegan la existencia real de los mundos irreales, como si la realidad no fuera otra de las manifestaciones de la IRREALIDAD. ¿Qué sería la verdad si no existiera la mentira? ¿Qué la lógica sin el absurdo?

Entonces no habría nada que hacer. Y la humanidad volvería a los árboles del Inicio. Menos mal que lo que Es, es tan inagotable como lo que NoEs.

Sí.

Los silencios sin luna son terribles.

Marzo. M900XCytres

Llovió en la tarde. (Octubre en marzo.) Fue un aguacero de esos que uno no sabe ni cómo ni cuándo, y apenas si te das cuenta de que el mundo se está acabando en agua, ahora, pero dentro de siete meses.

Qué límpida noche de mediados de mayo está haciendo en este momento inquietante. Es deleitoso oír por adelantado a las ranas blancas de agosto y aspirar al tiempo el aroma de los azahares de febrero pasado. (Para disfrutar del año en un minuto, solo se necesita estar vivo, es decir, despierto a deshoras y con las antenas puestas.)

Una brisa abrileña anda suelta por ahí.

El olor de la tierra húmeda perfuma la oscuridad, la purifica. Hace frío. Estoy a gusto. Tengo la impresión de que alguien va a ponerse a cantar. ¿Sonará una guitarra? Tal vez sí. Pero entonces me daría miedo.

Terminó de llover cuando principia el ocaso. ¡Un crepúsculo de finales de septiembre en pleno marzo! Todavía me dura el asombro por los púrpuras y naranjas de brillo metálico de que se valió la luz para cambiarle el color al mundo. Pero, qué va: en una magistral jugada la reina negra dio mate al rey blanco. Y todos los gatos se volvieron pardos.

¡Qué saludable me siento! Hace un silencio de los que restauran y vigorizan la parte de mi vida que de tanto vivirla va desviviéndose con el uso. Un frío exquisito me calienta la sangre y ensancha mi conciencia. La noche me es propicia. La transparencia del firmamento es tentadora. Todo está predispuesto a mi favor. Solo me resta levitar.

Bajo la lluvia, mi casa es un instrumento musical. El agua teclea en el techo lo mejor de su repertorio. Y mi organismo funciona como nuevo, entusiasmado por la música que cae desde el firmamento solo para que yo la escuche.

A veces me llama.

Sí.

A veces, desde la oscuridad, la lluvia pronuncia mis nombres y sobrenombres, y habla de mis intimidades con más desparpajo que si fueran las suyas.

La noche está mojada hasta los huesos. Cuando escampe, mi patio tendrá el aspecto de una mujer recién salida del baño.

Abril es una hembra joven y de buen talante. Todos los días amanece vestido con un verde distinto. Su vanidad y su temperamento impredecible son muestras de su feminidad. La sensualidad de sus efluvios, el colorido de su piel, el azul de sus lejanías y la pureza de su aliento difieren de las rudezas y el mal vestir de marzo.

Si abril fuera la mujer de marzo, le pondría cachos a su macho.

Mes de las primeras lluvias.Año nonagésimo tercero

Hace una noche para magos verdaderos; es decir, para los que conservamos vivo al niño de luminosas alas insonoras.

Alguien está pensándome. Siento en la piel la tersura de peluche de sus pensamientos. Me entusiasma que piensen en mí, no importa si para bien o para mal. A nosotros, los magos verdaderos, lo que se dice verdaderos magos de verdad verdad, nos es imprescindible existir en los demás. Hacer parte del pensamiento ajeno es la fórmula mágica para alcanzar la inmortalidad. O la soledad, que es casi lo mismo.

El plenilunio me pone la carne de gallina, no tanto por el esplendor de su azul como por la luminosidad de lo inaudible. En la luz (que cristaliza lo que toca) habita un silencio que embruja a quien lo oye. Un viento venido del Infinito pasa a través de mí sin despeinarme. Y me perfuma.

Sobre la grama, el rocío centellea con destellos de diamante. En el silencio sublunar se escucha el ronroneo de los barriletes muertos en verano. A esta hora, lo inexistente se materializa y ocupa el lugar que no le corresponde.

Abril. Milnovecientosnoventa&3

Si bien ya estamos a tres, solo es abril en el calendario. En mi casa y en mi solar marzo continúa vivo, aunque con las alas rotas y a punto de sucumbir. Un abril joven y a cada día más verde y vigoroso reinará.

El canto de los gallos le sube el volumen al silencio. Me inquieta la quietud de la noche. Temo que algo bueno va a pasar, que nuevos motivos de felicidad golpearán a la puerta de mi corazón. Y para mí sería muy triste ser más feliz de lo que soy. La felicidad tiene fronteras que no es conveniente rebasar. Lo sé por experiencia.

La brisa de seda y reseda avanza y retrocede entretenida en su juego sin reglas. Ora trae olores mezclados de rosas y mierda de puerco, ora fantasmas de aromas muertos esta mañana. Hay estrellas. Y una que otra nube.

¡Qué extraordinario es lo cotidiano!

Salí un rato al patio para tomarle el pulso a la intemperie y comprobar de una vez por todas si estamos en marzo o en abril. La confusión estuvo en que el rocío que ahora hace fulgir la grama y el follaje, llegó con una semana de retraso. No importa, nadie fuera de mí notó la falla... y en boca cerrada no entran moscas.

Hay un abril lejano que me asalta y se apodera de mi memoria con la familiaridad propia de las evocaciones de uso diario; un recuerdo de confianza, para decirlo de algún modo. Está siempre ahí, donde menos se espera y, ¡zuaz!, sin que nadie lo invite y sin previa cita, se proyecta con todas sus emociones intactas. Fue el tres de abril de 1940, a esta misma hora. Abrí la puerta de mi dormitorio, me acerqué a la baranda de la terraza, cerré los ojos y por primera vez ascendí en cuerpo y alma a las estrellas. ¡Qué solo he estado desde entonces!

IV. Milnovecientos90&tres

Ningún abril se parece a otro aunque sean idénticos. Está lloviznando. La luz eléctrica ilumina la piel de la lluvia. Estoy tan vivo que me siento morir. Quiero cantar, volar, penetrar en la llovizna hasta sus entrañas más hondas, donde mora el alma del agua.

Bajo la lluvia, mi casa es un instrumento musical. El agua teclea en el techo lo mejor de su repertorio. Y mi organismo funciona como nuevo, entusiasmado por la música que cae desde el firmamento solo para que yo la escuche.

A veces me llama.

Sí.