Simplemente... sexo - Dawn Atkins - E-Book

Simplemente... sexo E-Book

DAWN ATKINS

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Beschreibung

eLit 373 Cuando aceptó aquella cita de última hora con uno de los clientes de su hermana, Kylie Falls jamás habría pensado que un hombre que necesitaba los servicios de una agencia matrimonial pudiera ser tan sexy como Cole Sullivan. Lástima que ella estuviera a punto de marcharse de la ciudad en busca de un trabajo y una vida mejor. Pero hasta ese momento, todavía disponía de unas semanas… y él parecía dispuesto a tener una aventura breve pero intensa.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2005 Daphne Atkeson

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Simplemente… sexo, nº 373 - marzo 2023

Título original: Simply sex

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411416092

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

—No os lo vais a creer, pero acaba de llamar un tipo por teléfono y me ha pedido que le bese sus cositas.

Kylie Falls y su hermana Janie alzaron la mirada hacia Gail, la recepcionista, que las miraba con los ojos abiertos como platos desde el marco de la puerta del despacho.

—¿Que te ha pedido que le beses qué? —repitió Janie.

—Los… bueno, eso, lo que sea. No quiero repetir lo que me ha dicho.

—¿Y tú qué le has contestado? —preguntó Janie.

—Le he dicho que no, por supuesto. Dios mío, ¿tú qué te crees? Y ahora quiere que le devuelva el dinero.

—¿Que le devuelvas el dinero? ¿Es uno de nuestros clientes?

La agencia de contactos de Janie llevaba un año intentando abrirse camino. Ese era el motivo por el que Janie le había pedido a Kylie, experta en mercadotecnia, que la ayudara a darle un vuelco al negocio.

—Dios mío, no, no es un cliente. Cree que lo que ofrecemos es sexo telefónico.

—Eso es ridículo —Janie levantó el auricular y presionó un botón—. ¿Señor? Me temo que ha confundido Contacto Personal con otra clase de… contactos. Nosotros pretendemos establecer relaciones serias entre nuestros clientes y… ¿perdón?

Se sonrojó violentamente. ¿Estaría diciéndole aquel tipo algo mezquino o grosero? Kylie se levantó para decirle a aquel canalla dónde podía guardarse sus «cositas», pero Janie le estaba respondiendo con calma:

—Es evidente que no lo ha leído bien, señor. Espere —tapó con la mano el auricular—. Dame el Arizona Weekly, Gail.

Gail le tendió la revista semanal que se repartía gratuitamente en todo el área metropolitana de Phoenix, buscó una de las páginas interiores y se la tendió a su jefa.

Janie leyó algo y alzó la mirada hacia Kylie desconcertada.

—¡Han puesto mi número de teléfono en la sección de sexo! —le pasó la revista a Kylie.

Efectivamente, el número de teléfono de la agencia aparecía bajo el epígrafe de relaciones íntimas, un error fácil de cometer, pero un desastre para el negocio de su hermana.

—¿Qué le digo a ese tipo? —le preguntó Janie a Kylie.

—Ya me encargo yo —Gail agarró el teléfono, sonrió y dijo con dulzura—: Señor, me temo que se ha equivocado de número, pero este es su día de suerte. En vez de un encuentro anónimo con una desconocida, ¿por qué no recibir la atención personalizada de la mejor agencia de contactos del valle?

Kylie ahogó una risa. Gail había sido la primera clienta de Janie y era su mayor admiradora. No había un solo adulto soltero del que no pensara que podía llegar a disfrutar de una relación feliz y para siempre gracias a Contacto Personal.

El tipo debió de decir algo grosero, porque Gail colgó bruscamente el teléfono.

—Como usted quiera, señor. Usted se lo pierde.

—Me temo que te vas a pasar toda la semana intentando evitar a tipos como este —dijo Janie con un suspiro—. Aunque supongo que ese es el menor de nuestros problemas.

Se volvió hacia Kylie con la respiración agitada. El asma que había sufrido durante la infancia resurgía en situaciones de estrés y, definitivamente, estar al borde de la quiebra era un motivo de estrés.

—Respira despacio, Janie —le aconsejó Kylie. Esperó a que se hubiera tranquilizado para volver a hablar de negocios—. Conseguiremos que lo corrijan y que vuelvan a publicarlo gratuitamente, no te preocupes.

—Dime lo que tengo que pedir —dijo Gail.

Kylie recitó una lista de peticiones que Gail anotó antes de salir a batallar con el departamento de anuncios clasificados.

—Me alegro tanto de que estés aquí —dijo Janie. Rodeó el escritorio para abrazar a Kylie—. Y te agradezco que no me hayas dicho en ningún momento «ya te lo dije».

—No tendría sentido.

Kylie creía que había que seguir siempre hacia delante y no dejarse hundir por los errores. No era ningún secreto para nadie que consideraba que Janie estaba desperdiciando su título de psicóloga con aquel servicio de contactos y que había sido muy arriesgado invertir en aquel negocio el dinero que sus padres habían repartido entre las dos hermanas; pero, tras algunas investigaciones, había llegado a la conclusión de que el servicio personalizado de Janie llenaba un hueco único en el imprevisible mundo de las agencias de contactos.

—Siento haber interferido en tus planes —Janie había insistido en controlarlo todo hasta que la crisis financiera la había hecho reaccionar—. ¿Qué va a pasar con tu trabajo nuevo?

—Pediré que retrasen el momento de incorporarme.

Cuando su hermana le había pedido ayuda, Kylie estaba cerrando su propia empresa de mercadotecnia, K.Falls, porque al cabo de dos semanas iba a comenzar a trabajar con una importante agencia de Los Ángeles. Odiaba decepcionar a Garrett McGrath, un titán en el mundo de los negocios que le había pedido que se uniera a su empresa, pero no podía hacer nada para evitarlo.

—¿Qué haría yo sin ti? —preguntó Janie con los ojos rebosantes de alivio y amor—. Por lo menos es por una buena causa. Me estás ayudando a evitar que muchas personas tengan que pasar años y años intentando llamar la atención en el mundo de los solteros. ¿Eso no te hace sentirte mejor?

—La verdad es que me repugna.

—No lo dices en serio, ¿verdad? ¿Por qué tienes que ser siempre tan dura?

—Soy así.

Y siempre lo había sido. Había sido la más fuerte durante la infancia. La empresa de alimentación en la que trabajaba su padre lo obligaba a viajar por todo el país cuando eran pequeñas y la tarea de Kylie en todos los lugares a los que llegaban consistía en asegurarse de que su frágil y tímida hermana pequeña se sintiera a salvo.

—La gente le da demasiada importancia al amor —añadió—. Si se concentraran en vivir plenamente sus vidas, no necesitarían a nadie para sentirse completos.

—No es cuestión de sentirse o no completo. Se trata de compartir la vida con alguien, de formar parte de algo más grande que uno mismo; de una pareja, y después, de una familia —los ojos de Janie resplandecían.

Kylie admiraba el compromiso de su hermana, que vivía entregada a evitar que otros cometieran los errores que había cometido ella. Y también su resistencia. Después de todos los hombres con los que había salido, debía de tener el corazón destrozado, pero continuaba convencida de que el amor merecía la pena.

—Como tú digas —no tenía sentido tanta sensiblería. Lo que necesitaban en aquel momento eran estrategias claras—. El caso es que cambiaré la página web, organizaré un plan de promoción y pondré algunos anuncios.

—Y recortarás costes, ¿verdad? —dijo Janie.

—Sí. De momento, será mejor que dejes de alquilar el salón para fiestas. Podemos organizar encuentros que no nos cuesten nada. ¿De qué más podemos prescindir? —miró la oficina; toda ella exudaba romanticismo. Las cortinas de encaje, el papel rosa de las paredes, las sillas de terciopelo rojo—. Deja de comprar flores.

Señaló un jarrón con rosas rojas que había debajo de la ventana.

—Las rosas dan un ambiente cálido a la habitación y transmiten esperanza.

—Entonces compra unas rosas de seda —estudió la mesa victoriana en la que estaban sentadas—. ¿Y qué tal si subastamos este escritorio por Internet?

—No pienso desmantelar la oficina. Esa es una manera engañosa de ahorrar.

—Quizá tengas razón.

Seguramente estaba siendo demasiado dura. Y quizá fuera por culpa de aquel edulcorado hilo musical que sonaba por encima de sus cabezas. Siempre te amaré daba paso a Esta noche estás maravillosa, para ser seguida por Eres la única, Solo tú, Tenías que ser tú… Cualquiera podía llegar a ahogarse en aquel mar de sirope.

¿Pero por qué la enfurecía tanto? A ella no le importaba que los demás buscaran al amor de su vida. Pero en el fondo, conocía la respuesta. Era la falta de sexo. Meses y meses de sequía. Últimamente, había estado demasiado ocupada para acostarse con nadie.

—Bueno, sigamos.

La situación no le parecía tan terrible como Janie la había hecho parecer por teléfono. En tres semanas lo solucionaría. No se requería creatividad, que era su talón de Aquiles secreto. Si lo único que hacía falta era trabajar, podía enfrentarse a ello.

Por supuesto, tenía terror a que Garrett McGrath rescindiera su contrato o, peor aún, a que cambiara la opinión que tenía de ella. Pero también a eso podría enfrentarse. De hecho, tendría que hacerlo. Janie contaba con ella.

—Entonces, eso es todo, ¿verdad? —preguntó después de haber revisado todos los documentos, solo para estar segura.

Janie se sonrojó. Vaya, vaya. Había algo más.

—¿Qué más? —le preguntó sintiendo crecer su miedo.

—Hay una cosa más —Janie buscó en un cajón y sacó un fajo de documentos.

Kylie leyó la primera hoja y el corazón se le cayó a los pies.

—¿Un cliente te ha denunciado?

Janie asintió con tristeza.

—Le encontré unas parejas maravillosas, pero él quería una mujer completamente inadecuada para su madurez y su inteligencia.

—¿Quieres decir que es un tipo del montón que quiere una rubia despampanante y preferiblemente tonta? ¿Pero no dicen que el cliente siempre tiene la razón?

—Yo busco parejas para toda la vida, Kylie, no me dedico a satisfacer egos. Si un hombre sufre una crisis al llegar a cierta edad, que se compre un buen coche o se haga instructor de esquí. Pero ya sé que tú no puedes arreglar esta clase de problemas —dijo Janie.

Miró a Kylie como cuando era una niña y entraba en un colegio nuevo, apretándole la mano y sonriéndole, convencida de que, gracias a ella, todo saldría bien.

El nudo que Kylie tenía en el estómago se transformó en un puño. ¿Y si en aquella ocasión no era capaz de solucionar sus problemas?

—Haré lo que pueda —le prometió.

 

 

Era un lugar demasiado rosa, pensó Cole Sullivan nervioso mientras se sentaba a esperar a Janie Falls. Había elegido Contacto Personal por su enfoque práctico, pero aquella oficina decorada de manera tan cursi le hacía sentirse estúpido en vez de pragmático. Contratar los servicios de una agencia de contactos era como contratar a un cazatalentos. Una manera de ahorrar tiempo, de buscar personas compatibles, como si estuviera buscando un nuevo abogado para la firma. Al fin y al cabo, los matrimonios también eran una especie de sociedades.

¿Pero a quién quería engañar? Aquella no era una decisión de negocios. Se sentía solo. Había algo en la rutina, un vacío que, imaginaba, el matrimonio podría llenar. Eso era ser práctico, ¿no? De modo que era práctico y estúpido. Así que, imaginaba, de alguna manera también pertenecía a aquel país de las hadas en el que todo era de un color rosa intenso.

Sintió que algo se movía y al volverse descubrió una mujer que caminaba, no, flotaba hacia él. Era Glenda, el hada buena, aunque sin tiara ni varita mágica.

Por un instante, temió que, con voz almibarada, le hiciera pedir un deseo o algo parecido, pero la recién llegada llevaba un portapapeles en absoluto mágico entre las manos y lo miraba con expresión seria.

—Soy Janie Falls —le dijo, tendiéndole la mano—. Me alegro de conocerte, Cole.

—Igualmente.

Era una mujer guapa, con el pelo rubio y ondulado cayendo libremente por su espalda, pero en realidad no era su tipo, ni siquiera en el caso de que fuera ético citarse con ella.

Janie miró su portapapeles.

—Veo que ya tenemos su perfil en nuestra base de datos.

—Sí.

Había mandado su ficha por correo electrónico. Le habían pedido que evaluara su carácter, sus ambiciones profesionales, las necesidades afectivas y su actitud hacia la religión y las finanzas, todas ellas cuestiones que, según Janie, podían ser índices de compatibilidad.

—Así que hoy haremos la entrevista y el vídeo. Siéntate —señaló la silla de terciopelo rojo en la que Cole la había estado esperando y se sentó detrás del escritorio.

Cole le tenía terror al vídeo. Se palpó el bolsillo para asegurarse de que llevaba las notas que había preparado. Iba mal de tiempo, de modo que quizá pudiera ahorrarse la entrevista.

—El perfil que os di era bastante completo. ¿No podríamos limitarnos a hacer el vídeo?

—Las entrevistas cara a cara nos suministran detalles más sutiles que activan mi intuición, Cole.

Aquella agencia se jactaba de haber encontrado pareja a un ochenta por ciento de sus clientes, que para entonces habían sido más de mil, y eso era lo que lo había convencido de utilizar sus servicios. Así que, si una información más personal podía ayudarlo a encontrar a la mujer de su vida, estaba dispuesto a todo.

—Entonces, háblame de tu relación más reciente.

—Ha pasado mucho tiempo desde entonces —contestó, sintiéndose enrojecer.

—¿Fue una relación seria?

—No, informal.

De hecho, a Sheila le irritaba que todas las horas que pasaban juntos lo hicieran en la cama. Ella disfrutaba en la cama, pero quería pasar más tiempo con él.

—Por culpa de mi horario.

Le había parecido horrible desilusionarla. Y también a Cathy antes que a ella, que se enfurecía si no la llamaba cada día. Al final, había renunciado a las citas. No podía soportar tanta presión.

—¿Alguna vez has tenido una relación seria con una mujer?

—Hasta ahora no. En la universidad todas las relaciones eran informales. Y yo tenía que trabajar mucho para pagarme los estudios y ayudar a mis padres.

—Háblame de tus padres.

—Siempre han estado muy unidos.

—¿Y eso es lo que tú buscas? ¿Una relación como la de tus padres?

—Exacto. Ellos estaban locamente enamorados el uno del otro, y también de su trabajo. Eran maestros.

—Pero tú quisiste ser abogado.

—Sí, me gustan las leyes, disfruto con su complejidad y ayudando a mis clientes.

—Debes de trabajar mucho —no era una pregunta.

—Sí, trabajo mucho.

Ser siempre el mejor, no rendirse nunca, ese era su lema.

—Cuéntame por qué.

Cole jugueteó con las arrugas del pantalón mientras sentía el sudor corriendo por debajo de su camisa. No era un hombre muy dado a analizarse, pero consiguió balbucir algo sobre el prestigio y la satisfacción del trabajo bien hecho.

—¿Y el dinero?

—El dinero también importa, claro.

Había trabajado durante toda su vida; también cuando estudiaba en el instituto y en la universidad. Aquellos trabajos de baja cualificación le habían enseñado lo fácil que era perder capacidad adquisitiva y terminar viviendo al día, como muchos de sus compañeros de trabajo. Él tenía medios para ganar dinero y se había prometido ganar todo lo que pudiera. Y le daba mucho más valor a su dinero que muchos de sus colegas, que nunca habían sabido lo que era pasar necesidad.

Janie lo escuchaba atentamente, tomaba alguna nota de vez en cuando y lo miraba como si estuviera analizándolo. Cole estaba deseando acabar con aquello cuanto antes. Se ahuecó el cuello de la camisa con el dedo.

—¿Y qué me dices de tus aficiones?

—Solía jugar al béisbol en el parque. Y montaba en bicicleta. También me gustaba la fotografía. De hecho, gané algunos premios.

—Pero eso no es algo reciente.

—Estoy intentando llegar a convertirme en uno de los socios de la firma de abogados para la que trabajo.

—Claro —dijo Janie, pero apretó los labios como si lo desaprobara.

—Hace unas semanas estuve esquiando —dijo de pronto.

Aunque en realidad, había sido un viaje organizado por el despacho y había pasado la mayor parte del tiempo chismorreando con los clientes o metido en su habitación.

—¿Qué actividades te gustaría compartir con la mujer de tu vida?

—Supongo que podríamos salir a comer, ir al cine, al teatro, ese tipo de cosas —a él mismo le pareció una oferta muy pobre—. ¿Qué tal salir de excursión?

—Las relaciones personales requieren tiempo, Cole —le dijo Janie con delicadeza—. Si no puedes compaginarlas con el trabajo…

—Esto dispuesto a administrarme mejor el tiempo.

—Las citas no son horas extras.

—Soy consciente de ello.

Y, en cualquier caso, eran una inversión en su trabajo. Una vida estable junto a la mujer adecuada podría darle cierta ventaja sobre los compañeros con los que competía, dos notorios mujeriegos. Y esa era la razón por la que estaba sometiéndose en aquel momento a las críticas de un hada con mirada de acero.

Eso, y el vacío que encontraba en su vida.

—Estoy reorganizando mis prioridades. De hecho, voy a hacerme cargo del perro de mi vecina durante unas semanas. Lo considero como una manera de ir haciendo un hueco para otra persona en mi vida.

—Eso ya es algo.

Cole sintió que lo estaba animando como si fuera una hermana, o una amiga, y aquello le conmovió.

—Intentaré que todo salga bien, Janie, te lo prometo.

—Dime lo que esperas de esa relación.

—Una pareja, alguien con quien compartir mi vida —imaginó las mañanas de los domingos en la cama, leyéndose los titulares del New York Times antes de que él se fuera al despacho para trabajar durante unas cuantas horas.

Janie continuó haciéndole preguntas. Quería saber si le apetecía tener hijos, a lo que contestó afirmativamente. Cuáles eran sus objetivos vitales, además de encontrar pareja. Cole respondió que hacer crecer la firma, llegar incluso a tener su propia firma y proporcionarle una vida agradable a su familia. Al final, Janie cerró el portafolios y lo miró con expresión crítica.

—¿Has traído otra ropa para el vídeo?

Cole bajó la mirada hacia el traje gris, la corbata roja y la camisa blanca almidonada.

—No, ¿por qué?

—Vas un poco formal y nos gustaría reflejar tu verdadera personalidad.

Cole la miró con extrañeza.

—Sí, lo sé, esa es tu verdadera personalidad —Janie suspiró—. Por lo menos quítate la chaqueta y la corbata y remángate la camisa —le ordenó delicadamente.

Cole se levantó, se quitó la chaqueta y comenzó a deshacer el nudo de la corbata. Cuando terminó, Janie lo condujo a una habitación más pequeña en la que había una cámara de vídeo sobre un trípode frente a un taburete.

Janie le hizo un gesto para que se sentara, bajó un telón sobre el que habían impreso la fotografía de un bosque para que sirviera de fondo para el vídeo y lo miró a través del visor.

—Inclínate un poco hacia delante, Cole. Sí, ya está. Ahora sonríe… más… no, eso es demasiado. Ahora.

Cole obedecía sus órdenes, pero la tensión iba aumentando.

—Ahora, imagínate que la cámara es el amor de tu vida.

Magnífico. Intentó seguir su consejo, pero él era un hombre de poca imaginación y solo veía un frío cristal rodeado de metal negro.

—Faltan quince minutos para que el destino os separe —continuó Janie alegremente—. Dile todo lo que debería saber sobre ti.

—Cuánta presión —intentó reír, pero lo único que consiguió fue un triste carraspeo. Se palpó el bolsillo buscando su nota, pero recordó entonces que se la había dejado en la chaqueta—. Me he dejado en la otra habitación lo que pensaba decir.

—Es mejor que seas espontáneo, Cole.

—¿Espontáneo? —el sudor empezaba a gotear por su frente.

—Tú solo relájate, sé tú mismo y habla con el corazón. ¡Adelante!

De acuerdo.

—Sí, bueno, me llamo Cole. Soy abogado, abogado empresarial, especializado en fusiones y adquisiciones. Pertenezco a una firma, Benjamin Langford y Tuttleman. Beicon, Lechuga y Tomate, solemos decir, por nuestras iniciales. Solo nos falta la mayonesa para preparar un buen sandwich —rio y se sintió como un estúpido. En ese momento sonó el teléfono móvil que llevaba en el bolsillo de la camisa—. Un segundo.

Janie lo fulminó con la mirada, pero cuando oyó la voz de Rob Tuttleman, Cole se alegró de haber atendido la llamada. Tuttleman quería reunirse con Trevor McKay, uno de sus competidores en la firma, y con él para hablar de un caso muy importante. Miró el reloj y después a Janie.

—Magnífico, estoy deseando ir —le dijo a su socio—. Podemos vernos en cuanto vuelva, que será dentro de… —miró a Janie, que lo miró a su vez con firmeza—. Te avisaré en cuanto llegue.

Colgó el teléfono, decidido a acabar con aquello cuanto antes.

—Lo siento, ¿por dónde iba?

—Por la mayonesa. Háblanos de ti como persona, como abogado.

—Veamos. Soy una persona digna de confianza, leal, fiel. Diablos, parezco un san bernardo. Estoy buscando una mujer que quiera vivir a mi lado —aquello sonó desesperadamente sentimentaloide.

Un tintineo de pulseras anunció la llegada de la recepcionista, Gail creía que se llamaba, y Cole recibió aliviado aquella interrupción.

—Lo siento, pero tengo a Harold Rheingold del Inside Phoenix al teléfono. Es por lo del artículo.

—Vaya, es una llamada que tengo que atender —Janie miró a Cole con expresión de disculpa.

—Yo puedo ocuparme del vídeo —se ofreció Gail, acercándose afanosamente hacia la cámara.

Janie miró a Cole; no parecía muy convencida.

—Me parece bien —le aseguró él, imaginando que con Gail el rodaje sería mucho más corto.

Una vez se hubo marchado Janie, Gail se colocó el bolígrafo en el moño y lo miró por encima del borde de las gafas.

—Tienes suerte de tener a Janie Falls ocupándose de ti. Ella me encontró marido, ¿sabes?

—¿Fuiste su clienta?

—No. Estaba haciendo una entrevista para acceder a este puesto de trabajo y Wayne, la luz de mi vida, estaba arreglando los teléfonos. Antes de que hubiera terminado, Janie ya había conseguido emparejarnos. Y déjame decirte que Wayne es la alegría de mi corazón. Seguro que Janie también te encuentra una pareja.

—Eso espero —contestó Cole.

Añoraba crear un vínculo con una persona especial. Sí, el matrimonio podía ayudarlo en su carrera, pero lo que realmente quería era una mujer con la que envejecer. Un alma gemela, por cursi que pudiera parecer.

Gail se inclinó para estudiarlo a través del visor, haciéndolo sentirse como un insecto bajo el microscopio.

—Creo que debería explicar lo que busco en mi pareja —dijo Cole.

—No sé si eso es obligatorio, pero siempre podemos quitarlo del vídeo. Y ahora, adelante, y ¡acción!

¿Acción? ¿Se habían trasladado de pronto a Hollywood?

—Estoy buscando a alguien que se sienta suficientemente a gusto en su trabajo como para ser flexible con el mío. Hay muchos actos sociales relacionados con mi firma, así que debería disfrutar de ese tipo de acontecimientos. También quiero que sea capaz de pensar por sí misma, que sea una persona con iniciativa y sepa funcionar en equipo.

—Cariño, ¿la quieres para casarte o para que trabaje para ti? Además, no estás encargando una mujer a una fábrica de esposas. Eres tú el que tiene que intentar venderse.

—Entonces debería explicar que soy…

—No digas que un hombre con iniciativa. Intenta comunicar algo más tierno, más sensible.

—Sí, pero…

—Hasta a las mujeres independientes y con iniciativa les gustan las rosas y la poesía.

Gail se puso de nuevo en acción. Estuvo dirigiendo todos los aspectos del rodaje, desde el ángulo de su cuerpo y la expresión facial hasta el tipo de lenguaje que utilizaba. Gritó «¡corten!» y «¡acción!» tantas veces, que para cuando dio por válido el rodaje y le ofreció quedarse a ver el resultado final, le dolía la cabeza.

Cole no tenía tiempo para quedarse. Llegaba tarde a la reunión con Tuttleman y McKay. Además, no soportaría verse. Había terminado hablando de los domingos por la mañana y de la fantasía del Times, había confesado sus esperanzas más profundas. ¿Qué mujer sensata iba a querer nada de un abogado sudoroso que parloteaba sobre la posibilidad de fundir sus vidas?

Necesitaba volver a rodar ese vídeo. Y esa vez con Janie, no con Gail Ford Coppola, que no había parado de decirle «más profundo, más profundo, muéstrame al verdadero Cole». Esperaba que el formulario que había rellenado previamente sirviera de cebo para sus potenciales parejas, porque lo único que iban a ofrecerle al Cole que aparecería en pantalla era una terapia.

2

 

 

 

 

 

—Por supuesto que iré a la reunión —le dijo Kylie a Garrett McGrath, su futuro jefe y giró bruscamente para no chocar contra una furgoneta.

El corazón le latía con fuerza por culpa de aquel accidente que había conseguido evitar en el último momento y por la tensión de haber retrasado el inicio de su nuevo trabajo en Los Ángeles. Además, tenía que llevar el disquete que llevaba en el asiento delantero a la imprenta en menos de diez minutos.

—Usted considéreme una oficina satélite durante estas semanas —dijo, deseando que Garrett hubiera esperado por lo menos una hora para devolverle la llamada.

¿Quién sabía qué otras promesas había hecho en su frenético esfuerzo para sobrevivir al tráfico y al mismo tiempo hacerle feliz? Ya había prometido dos visitas a Los Ángeles. Además de un fin de semana con la empresa.

—Kylie, necesitamos una voz fresca como la tuya.

Al oír aquellas gloriosas palabras en los labios del genio de Simon, McGrath y Bellows, Kylie supo que lo conseguiría, aunque en ello le fuera la vida. Tocó la bocina para avisar a una mujer que estaba maquillándose delante del semáforo y salió disparada en cuanto el semáforo se puso en verde.

Había conseguido llamar la atención de Garrett al ganar un premio de alcance nacional por su campaña publicitaria sobre un dispositivo para asegurar las armas. A raíz de aquel premio, Garrett le había ofrecido la oportunidad de su vida.

Aceptar aquella oferta implicaba despedirse de su propia agencia, pero era un trabajo demasiado bueno como para rechazarlo. El reconocimiento profesional que podía darle aquel puesto era enorme y esperaba aprender trucos que compensaran sus debilidades. Además, se dijo a sí misma, con el prestigio que le daría trabajar durante unos años para S-Mickey-B, que era como se conocía cariñosamente en el mundo de la mercadotecnia a aquella empresa, los clientes se agolparían a sus puertas cuando reabriera más adelante su agencia.

—Tú intenta solucionar rápidamente tus problemas —le dijo Garrett—, para que podamos contar contigo cuanto antes.

Las palabras de Garrett la llenaron de orgullo, pero, al mismo tiempo, sentía una terrible presión.

Por lo menos, la semana anterior había conseguido hacer algunos progresos con la publicidad de la agencia de su hermana, aunque ni Janie ni ella habían conseguido todavía que llamara ningún cliente. Y pronto tendría que ir pensando en contratar un abogado. Lo que las obligaría a pagar un dinero que no tenían.

Desvió la mirada del tráfico para mirar la hora en el reloj del salpicadero.

—Me gustaría que fueras pensando en una campaña para Home Town Suites —continuó Garrett con la tranquilidad de alguien que no tenía que enfrentarse a un tráfico asesino con un teléfono móvil en la oreja y el futuro de un cliente en el asiento de pasajeros—. Quizá puedas ir esbozando algunas ideas si tienes tiempo.

¿Tiempo? ¿Tiempo? Ella no tenía tiempo. La camioneta que iba delante de ella se detuvo bruscamente ante un stop.

—¡Maldita sea! —pisó los frenos con fuerza.

—¿Perdón? ¿Hay algún problema? —preguntó Garrett.

—Estaba protestando por el tráfico, no contra usted, señor McGrath.

Dejó que Garrett continuara hablando de marcas y mercadotecnia mientras ella esquivaba coches como el mismo James Bond. Consiguió, por fin, poner punto final a la conversación, dejando a Garrett satisfecho y habiendo asumido ella una sobrecarga de trabajo, y giró para tomar un atajo que le permitió llegar justo a tiempo al aparcamiento de Sun Print. Agarró el CD con las ilustraciones y corrió al interior de la imprenta.

Veinte minutos después, salía con la misión cumplida. Temblando de alivio, sonrió y se sentó otra vez tras el volante. Advirtió entonces que se había manchado los dedos de tinta después de haber estado admirando algunos folletos recién impresos.

Miró por el espejo retrovisor y vio que también se había manchado de tinta el cuello de la blusa. Una blusa echada a perder. Al igual que el par de medias que había destrozado durante el camino. Los daños colaterales eran inevitables cuando se trabajaba tanto como ella.

Estaba conduciendo, de camino hacia su casa, cuando el teléfono móvil empezó a emitir la melodía que había asignado a las llamadas de Janie. Como no quería volver a arriesgarse a tener un accidente, dejó el coche en el aparcamiento más cercano para atender la llamada. Y no tardó en fijarse en la marquesina bajo la que había aparcado:

 

Totalmente Desnudas. Un bufé con todo lo que un hombre de negocios pueda llegar a comer.

 

Había aparcado delante de un club de striptease. Genial.

—Necesito tu ayuda cuanto antes —dijo Janie con voz tensa en cuanto Kylie contestó.

—Tranquilízate, Janie Marie.

—Estoy bien —le dijo, pero hablaba con voz estrangulada.

—Respira, Janie. Considéralo como un favor personal.

—Oh, por el amor de Dios —respiró hondo varias veces—. Ya está, ¿satisfecha?

—Sí, satisfecha. Y ahora cuéntame qué ha pasado, por favor.

—Necesito que vayas a una cita.

Durante las semanas anteriores, Kylie había tenido que acudir a algunas citas. Se había producido un error en la web e incluso los miembros de algunas parejas ya casadas habían aparecido como disponibles, de modo que Gail había programado citas imposibles. El trabajo de Kylie consistía en mostrarse educada y simpática, no comprometerse a nada y mantener interesados a los clientes hasta que apareciera su pareja perfecta.

—¿Qué ha pasado en esta ocasión?

—Gail acaba de enterarse de que una de las potenciales citas de uno de nuestros clientes está ahora mismo en Londres.

—Adoro a Gail, pero la verdad es que no vale mucho como recepcionista. Para empezar, nunca está sentada a su mesa.

—Pero es mi promotora de ventas. Habla de Contacto Personal en cualquier lugar al que va.

—En cualquier caso, en cuanto empieces a ganar dinero, contrata a una recepcionista de verdad, ¿de acuerdo? Y deja que Gail se dedique a promocionar tu agencia a tiempo completo.

—¿Irás a la cita?

—Podéis decirle a ese tipo que ha habido un error.

—Es un abogado. A los abogados insatisfechos les encanta iniciar pleitos. Esta es la primera cita que le proponemos y supongo que estará muy nervioso. Y a ti se te da tan bien tranquilizar a todo el mundo. Además, la mujer de Londres es la pareja perfecta para él.

Alguien tocó el claxon tras ella. Kylie miró por el espejo retrovisor y vio a un tipo haciéndole gestos para que continuara avanzando. ¿Qué demonios…? Cuando vio la señal que tenía al lado del coche, se dio cuenta de que no había aparcado en el aparcamiento del club de striptease, sino que estaba bloqueando el paso hacia el establecimiento de comida rápida que había al lado.

—Un momento —le dijo a Janie.