Sin amor - Alice Oseman - E-Book

Sin amor E-Book

Alice Oseman

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UNA IMPACTANTE HISTORIA DE ACEPTACIÓN DE UNO MISMO, DE UNA DE LAS VOCES MÁS AUTÉNTICAS DE LA ACTUAL NARRATIVA JUVENIL De la autora de la trilogía Heartstopper Esta audaz, entrañable e ingeniosa historia de identidad muestra a una Alice Oseman en plena forma al presentarnos como Georgia y sus amigos descubren que el verdadero amor no se limita a un simple romance. Georgia piensa que no conoce el amor en el sentido más romántico de la palabra. Ha cumplido dieciocho años pero no ha tenido una relación amorosa ni ha sentido un flechazo en toda su vida. Por eso ha empezado a creer que tal vez padece alguna anomalía y que la gente la considera rara. Ahora que empieza la universidad, tal vez ha llegado el momento de descubrir cuántas clases de amor existen. Después de todo, nadie vive realmente sin amor.

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Veröffentlichungsjahr: 2021

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«De ser eso cierto, entonces el amor llega por casualidad, algunos cupidos lanzan flechas y otros tienden trampas».

Mucho ruido y pocas nueces,WILLIAM SHAKESPEARE

Primera parte

Había, literalmente, tres parejas distintas sentadas alrededor del fuego besándose, como si se tratara de algún tipo de orgía de besos organizada, y una parte de mí pensó «Uf», mientras que la otra se dijo: «Guau, cómo me gustaría ser uno de ellos».

Para ser justos, probablemente eso era lo que cabía esperar de nuestra fiesta posgraduación. No solía ir a fiestas muy a menudo. Ni siquiera había sido consciente de que esa fuera la costumbre.

Me aparté de la hoguera y me encaminé al interior de la enorme casa de campo de Hattie Jorgensen, recogiendo con una mano la falda de mi vestido de graduación para no tropezar con él, mientras con la otra le mandaba un mensaje a Pip.

Georgia Warr

No he podido acercarme a la hoguera y conseguir el cuenco con los malvaviscos porque estaba rodeada de gente besándose

Felipa Quintana

¿Cómo has podido traicionarme y decepcionarme así, Georgia?

Georgia Warr

¿Aún me quieres o esto es el fin?

Cuando entré en la cocina y localicé a Pip, estaba apoyada contra un armario de esquina con un vaso de plástico lleno de vino en una mano y el móvil en la otra. Llevaba su americana de terciopelo color burdeos desabotonada, la corbata sobresalía del bolsillo de su camisa, y sus cortos rizos estaban ahora medio deshechos, sin duda por haber bailado tanto en la fiesta de graduación.

—¿Te encuentras bien? —pregunté.

—Puede que un poco achispada —respondió, mientras sus gafas de concha se deslizaban por la nariz—. Aunque te sigo queriendo un huevo.

—¿Más que al malvavisco?

—¿Cómo puedes pedirme que elija?

Le pasé un brazo por los hombros y juntas nos apoyamos contra los armarios de la cocina. Casi era medianoche, y la música tronaba desde el salón de Hattie mezclándose entre conversaciones, risas, gritos y voces de nuestros compañeros de clase, que resonaban desde cada rincón de la casa.

—Había tres parejas distintas besándose alrededor de la hoguera —le expliqué—. Como si lo hicieran al unísono.

—¡Qué pervertido! —se burló Pip.

—Casi he deseado ser uno de ellos.

Ella puso una mueca.

—Solo quiero besar a alguien —me justifiqué, lo que no tenía demasiado sentido porque ni siquiera estaba bebida, ya que más tarde tenía que llevar a Pip y a Jason a su casa.

—Podemos besarnos si quieres.

—Eso no es lo que tenía en mente.

—Bueno, Jason lleva soltero varios meses. Estoy segura de que se ofrecería encantado.

—Cierra el pico. Estoy hablando en serio.

Y así era. Deseaba sinceramente besar a alguien. Deseaba sentir un poco de la magia de la noche de graduación.

—Entonces prueba con Tommy —dijo Pip, arqueando una ceja y sonriendo malévola—. Quizá ya es hora de que se lo digas.

Solo había tenido un flechazo en mi vida. Se llamaba Tommy y era el chico más sexi de nuestro curso. Un tío que podría haber sido modelo si hubiera querido. Alto, delgado y convencionalmente atractivo, con un aire a lo Timothée Chalamet, aunque nunca había entendido por qué las chicas estaban tan coladas por ese actor. En mi opinión, muchos de los flechazos que se tienen por la gente famosa son fingidos, solo para encajar mejor.

Tommy había sido mi ídolo desde que estaba en sexto de primaria y una niña me preguntó: «¿Quién crees que es el chico más sexi de Truham?». Me había mostrado una foto en su móvil de un grupo de los chicos más populares de sexto posando en la calle delante del centro y ahí estaba Tommy justo en el medio. Supe al instante que era el más atractivo —o, al menos, tenía el pelo como el líder de un grupo musical juvenil e iba vestido muy a la moda—, así que lo señalé y dije que él. Y supongo que eso fue todo.

Casi siete años después, aún no había hablado ni una sola vez con Tommy. No había sentido ganas de hacerlo, probablemente porque era demasiado tímida. Él había sido más bien una figura abstracta: alguien sexi, además de mi primer flechazo, aunque nunca iba a suceder nada entre nosotros y a mí eso me parecía perfecto.

Solté un bufido mirando a Pip.

—Tommy, desde luego, no.

—¿Por qué? Si te gusta.

La idea de que aquello fuera más allá de un simple flechazo me ponía terriblemente nerviosa.

Me encogí de hombros mientras la miraba, y ella dejó el tema.

Pip y yo salimos de la cocina, aún con los brazos entrelazados, y cruzamos el vestíbulo de la elegante casa de campo de Hattie Jorgensen. La gente estaba tirada por el suelo del pasillo con sus vestidos de graduación y los esmóquines, los vasos de plástico y la comida desperdigados alrededor. Dos personas se estaban besando en las escaleras, y las miré durante un momento sin saber bien si me resultaba repugnante o si había sido la cosa más romántica que había visto en mi vida. Probablemente lo primero.

—¿Sabes lo que me gustaría? —comentó Pip cuando avanzamos renqueantes hasta la galería de Hattie y nos dejamos caer en un sofá.

—¿El qué? —dije.

—Me gustaría que alguien interpretara espontáneamente una canción para declararme su amor.

—¿Qué canción?

Se quedó pensándolo un momento.

—«Your song» de Moulin Rouge —suspiró—. ¡Dios, estoy triste y sola y soy gay!

—Una buena canción, aunque no lo veo tan factible como un beso.

Pip puso los ojos en blanco.

—Si tantas ganas tienes de besar a alguien, vete a hablar con Tommy. Te gusta desde hace casi siete años. Esta es tu última oportunidad antes de que empecemos la universidad.

En eso tenía razón.

Si debía besarme con alguien, entonces que fuera Tommy. Pero la idea me llenaba de espanto.

Crucé los brazos.

—Quizá podría besar a un desconocido en su lugar.

—¡Anda ya!

—Lo digo en serio.

—No, no es verdad. Tú no eres así.

—Tú no sabes cómo soy.

—Sí lo sé —contestó Pip—. Te conozco mejor que nadie.

Y era verdad. No solo por lo de conocerme, sino en lo de que yo no era así y, también, que esta era mi última oportunidad para confesar un flechazo que me había durado siete años e, igualmente, la última oportunidad para besar a alguien mientras aún fuera una chica de instituto, y así sentir la excitación del sueño adolescente y la magia juvenil que todos los demás parecían haber probado.

Era mi última oportunidad para sentir eso.

Por eso, después de todo, quizá iba a tener que hacer de tripas corazón y besar a Tommy.

Me fascinaba todo lo romántico. Siempre me había atraído. Me fascinaba Disney (especialmente la subestimada obra maestra que es La princesa y el sapo). Me fascinaban los relatos fan-fic, escritos para forofos de personajes famosos (incluso los de aquellos sobre los que no sabía nada, si bien Draco y Harry Potter o Korra y Asami, de La leyenda de Korra, eran mis lecturas de cabecera). Me fascinaba pensar cómo sería mi propia boda (una ceremonia campestre, con hojas de otoño y bayas, luces de hadas y velas, y mi vestido —de encaje con toques vintage—, y mi futuro marido llorando, mi familia llorando, y yo también llorando porque sería tan, tan feliz, sencillamente tan feliz por haber encontrado al elegido).

Simplemente amaba el amor.

Sabía que era muy sentimental. Aunque no fuera ninguna cínica. Tan solo, quizá, soñadora. Una a la que le gustaba anhelar y creer en la magia del amor. Como el protagonista principal de la película Moulin Rouge, que huye a París para escribir historias sobre la verdad, la libertad, la belleza y el amor, pese a que probablemente debería estar pensando en buscar un trabajo para poder costearse la comida. Sí. Esa definitivamente era yo.

Probablemente lo había heredado de mi familia.

Los Warr siempre han creído en el amor eterno. Mis padres continuaban tan enamorados ahora como lo estaban en 1991, cuando mi madre enseñaba ballet y mi padre tocaba en una banda. Y no bromeo. Ellos encajaban literalmente con la letra de la canción de Avril Lavigne, «Sk8er Boi», pero con un final feliz.

Mis dos parejas de abuelos aún continuaban juntos. Mi hermano se había casado con su novia de toda la vida cuando tenía veintidós años. Ninguno de mis parientes más cercanos estaba divorciado. Incluso la mayoría de mis primos mayores tenían pareja o bien una familia propia.

Yo ni siquiera había tenido una relación.

Ni siquiera había besado a nadie.

Jason había besado a Karishma, de mi clase de Historia, cuando hizo de duque de Edimburgo, y luego salió con una chica horrible llamada Aimee durante varios meses hasta que se dio cuenta de que ella era idiota.

Pip había besado a Millie, de la Academia, en una fiesta, y también a Nicola, de nuestro grupo de teatro juvenil, en el ensayo de vestuario para Drácula. La mayoría de la gente tenía alguna historia parecida, un beso tonto con alguien por quien sentía algún tipo de flechazo, o no, y que no necesariamente había significado algo, pero eso forma parte de ser adolescente.

La mayoría de la gente de dieciocho años ha besado a alguien. La mayoría de la gente de dieciocho años ha sentido al menos un flechazo, incluso si solo ha sido con algún famoso. Al menos la mitad de la gente que conocía había tenido relaciones sexuales, aunque muchas de dichas personas probablemente estuvieran mintiendo, o quizá se estuvieran refiriendo a algún preliminar o al tocamiento de un pecho.

Pero eso nunca me importó porque sabía que ya me llegaría el momento. Así había sido para todos los demás. «Terminarás encontrando a alguien», era lo que todo el mundo decía, y tenían razón.

De todos modos, los romances adolescentes solo funcionaban en las películas.

Lo único que tenía que hacer era esperar, y mi gran historia de amor llegaría. Encontraría al elegido. Nos enamoraríamos. Y conseguiría mi final feliz.

—Georgia tiene que besar a Tommy —dijo Pip a Jason cuando nos desplomamos a su lado en el sofá del salón de Hattie.

Jason, que estaba en mitad de una partida de Scrabble en su móvil, me miró con el ceño fruncido.

—¿Y puedo preguntar por qué?

—Porque han pasado siete años y creo que ha llegado el momento —contestó Pip—. ¿Alguna idea?

Jason Farley-Shaw era nuestro mejor amigo. Formábamos una especie de trío. Pip y yo asistíamos a la misma escuela de secundaria femenina y conocimos a Jason en la función anual de teatro escolar, donde siempre invitaban a algunos chicos del colegio masculino para que se unieran a nosotras y, luego, un par de años después, se matriculó en nuestro instituto, que a partir de bachillerato era mixto, y se unió también a nuestro grupo de teatro juvenil.

No importaba qué producción pusiéramos en marcha, ya fuera un musical o una tragedia, que Jason siempre representaba el mismo papel: el del anciano severo. Eso se debía principalmente a que era alto y corpulento, pero también porque, a primera vista, daba el aspecto de un padre estricto. Había hecho de Javert en Los miserables, de Próspero en La tempestad, y del furibundo padre, Georges Banks, en Mary Poppins.

A pesar de ello, Pip y yo pronto comprendimos que, bajo su severo aspecto exterior, Jason era un chico encantador y tranquilo que parecía disfrutar de nuestra compañía mucho más que cualquier otra persona. Con Pip, que parecía atraer el caos y mi tendencia a sentirme preocupada e incómoda por prácticamente casi todas las cosas, la tranquilidad de Jason suponía el equilibrio perfecto.

—Uf —resopló Jason, mirándome—. Bueno…, en realidad no importa lo que yo piense.

—No sé si quiero besar a Tommy —repuse.

Jason pareció satisfecho y se volvió hacia Pip.

—Ahí lo tienes. Caso cerrado. Hay que estar seguro de estas cosas.

—¡No! ¡Vamos! —chilló Pip volviéndose para mirarme—. Georgia, ya sé que eres tímida. Pero es completamente normal sentirse nerviosa respecto a los flechazos. Esta es, literalmente, la última oportunidad que tienes para confesar tus sentimientos e, incluso si te rechaza, no importa, porque se va marchar a una universidad en la otra punta del país.

Podría haber replicado que eso significaba que nuestra relación sería muy difícil si él respondía positivamente, pero no lo hice.

—¿Recuerdas lo nerviosa que estaba antes de decirle a Alicia que me gustaba? —continuó Pip—. Y entonces ella me dijo: «Lo siento, no soy gay», y estuve llorando durante dos meses, ¡pero mírame ahora! ¡Estoy resplandeciente! —Lanzó una pierna al aire para demostrarlo—. Se trata de un escenario sin consecuencias.

Jason mientras tanto me estaba mirando como si tratara de sondear lo que yo sentía.

—No sé —dije—. Yo… No sé. Supongo que me gusta.

Un destello de tristeza cruzó las facciones de Jason y desapareció rápidamente.

—Bueno —dijo, bajando la vista a su regazo—, supongo que deberías hacer lo que te apetezca.

—Supongo que quiero besarlo —contesté.

Miré alrededor de la habitación y, por supuesto, allí estaba Tommy, de pie en medio de un pequeño grupo cerca de la puerta. Se encontraba lo suficientemente lejos para que no pudiera percibir con detalle su rostro, sino que era solamente una figura, una silueta, un perfil atractivo sin más. Mi flechazo durante siete años. Verle tan lejos y borroso me hizo recordar mi último año de primaria, cuando señalé la fotografía de un chico que pensé que probablemente era atractivo.

Y eso me ayudó a decidir. Podía hacerlo.

Podía besar a Tommy.

Había habido ocasiones en las que me pregunté cómo acabaría mi relación con Jason. Aunque también hubo veces en las que me pregunté cómo acabaría mi relación con Pip. Si nuestras vidas fueran una película, al menos dos de nosotros habríamos estado juntos.

Pero nunca experimenté ningún sentimiento romántico por ninguno de ellos, al menos hasta donde podía percibir.

Pip y yo llevábamos siendo amigas desde hacía casi siete años. Desde el primer día de sexto de primaria, cuando nos sentamos juntas en la minuciosamente dispuesta aula y nos obligaron a contarle a la compañera de al lado tres detalles interesantes sobre nosotros mismos. Supimos que ambas queríamos ser actrices y eso fue todo. Amigas.

Pip era siempre más sociable, divertida y, por lo general, más interesante que yo. Yo era la que escuchaba, la que la había apoyado cuando sufrió su crisis de «soy gay con catorce años», y luego las de «no sé si quiero seguir haciendo interpretación o ciencias» durante el último año y, más tarde, la de «me encantaría dejarme el pelo más corto, pero no me atrevo» hacía pocos meses.

Jason y yo nos conocimos más tarde, aunque nuestro vínculo se estrechó mucho más rápido de lo que creí posible, dada mi pobre experiencia en forjar amistades. Él fue la primera persona que conocí con la que podía sentarme en silencio y no sentirme incómoda. No tenía la necesidad de intentar mostrarme divertida o de entretenerlo; podía ser yo, sin que él se sintiera decepcionado por ello.

Todos teníamos la sensación de haber pasado miles de noches en casa del otro. Yo sabía exactamente dónde estaban los muelles rotos de la cama de Pip, y también cuál era el vaso favorito de Jason en mi aparador: uno con el cuerpo medio borroso del Pato Donald que compré en Disneyland cuando tenía doce años. Moulin Rouge era la película que siempre veíamos cuando quedábamos, y nos la sabíamos de memoria.

Nunca hubo ningún sentimiento romántico entre Pip, Jason y yo. Pero lo que sí teníamos —una amistad de muchos años— era tan fuerte como todo eso, creo. Más fuerte quizá que muchas de las parejas que conocía.

Con el fin de que me acercara físicamente a Tommy, Pip nos obligó a unirnos al grupo que jugaba a «Verdad o Reto», algo a lo que tanto Jason como yo protestamos, aunque obviamente ella logró salirse con la suya.

—Verdad —dije cuando llegó mi turno de sufrir. Hattie, que era quien lideraba el juego, sonrió maliciosa y seleccionó una carta del montón de «Verdad». Debíamos de ser unos doce, todos sentados en la alfombra del salón. Con Pip y Jason a mi lado, y Tommy enfrente. La verdad es que no quería mirarlo.

Pip me pasó una patata frita del cuenco para darme ánimos. Yo la acepté agradecida y me la metí en la boca.

—¿Cuál es la experiencia más romántica o sexual que has tenido con un chico?

Hubo varios que emitieron un «Oooh», un chico silbó y una chica simplemente se rio con un escueto «Ja» que me resultó más humillante que cualquier otra cosa.

Afortunadamente, no volvería a ver a la mayoría de esas personas en mi vida. Quizá por Instagram, aunque había silenciado la mayoría de sus historias y ya tenía hecha una lista mental de todos aquellos a los que no pensaba seguir después de que pasáramos los exámenes de acceso a la universidad. Había pocas personas en el colegio con las que Pip, Jason y yo nos lleváramos bien. Quizá aquellas con las que nos sentábamos a comer, o el pequeño grupo de teatro con el que solíamos salir en la temporada de actuaciones. Pero ya sabía que en cuanto empezáramos la universidad nos olvidaríamos unos de otros.

En cambio, Pip, Jason y yo no nos olvidaríamos porque los tres íbamos a asistir a la Universidad de Durham en octubre, siempre que consiguiéramos la nota para entrar. Aquello era algo que no habíamos planeado, pues, aunque formábamos un grupo de empollones con grandes aspiraciones, Jason no había conseguido que le admitieran en Oxford, Pip tampoco había logrado entrar en el King’s College de Londres y yo era la única que había elegido la universidad de Durham como primera opción.

Por eso todos los días daba las gracias al universo por que las cosas hubieran salido así. Necesitaba a Pip y a Jason. Ellos eran mi tabla de salvación.

—Eso es demasiado —protestó inmediatamente Jason—. Venga, chicos. Es demasiado personal.

Hubo gritos indignados del resto de compañeros. A la gente no le importaba que fuera personal.

—Debes de tener «algo» —apuntó Hattie con su entonación superpija—. A estas alturas, todo el mundo ha experimentado algún beso espantoso o algo parecido.

Era muy incómodo sentirme el centro de atención, así que decidí acabar rápidamente con la situación.

—Nunca he besado a nadie —declaré.

Cuando lo dije no pensé que estuviera diciendo nada especialmente raro. A fin de cuentas, esta no era una película adolescente. El pudor virginal no era lo importante. Todo el mundo sabe que la gente hace estas cosas cuando está preparada, ¿no?

Pero entonces estallaron las reacciones.

Hubo exagerados jadeos. Algún gemido de compasión. Varios chicos empezaron a reírse, y uno de ellos farfulló la palabra «Virgen».

Hattie se llevó la mano a la boca y exclamó horrorizada:

—¡Oh, Dios!, ¿en serio?

La cara me ardía. Yo no era tan rara. Había miles de chicos con dieciocho años que aún no habían besado a nadie.

Miré a Tommy, e incluso él me estaba contemplando con simpatía, como si fuera una niña pequeña, una niña que no entendiera nada de la vida.

—No es tan inusual —alegué.

Hattie presionó la mano contra su corazón, a la vez que puso una mueca sacando su labio inferior.

—¡Eres tan pura!

Un chico se inclinó hacia delante y preguntó:

—Tienes casi dieciocho años, ¿no?

Le hice un gesto de asentimiento, y él exclamó:

—¡Dios!

Como si le resultara repulsiva o algo así.

¿Era repulsiva? ¿Era tan fea, tímida y repulsiva que por eso no había besado a nadie todavía?

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

—Está bien —intervino Pip—. Dejad de comportaros como jodidos gilipollas en este mismo momento.

—Reconoce que es muy raro —comentó un chico al que conocía de mi clase de Literatura. Se estaba dirigiendo a Pip—. Tienes que admitir que no es normal tener dieciocho años y no haber besado todavía a nadie.

—Eso es muy curioso, viniendo de un chico que admitió haberse hecho una paja viendo a la princesa de Shrek 3.

Hubo algunas carcajadas entre el grupo, que por un momento se distrajo y dejó de reírse de mí. Mientras Pip continuaba regañando a nuestros compañeros, Jason sutilmente se apoderó de mi mano, me ayudó a levantarme y me sacó de la habitación.

Una vez en el pasillo, sentí que estaba a punto de echarme a llorar, así que dije que necesitaba hacer pis y subí a la planta de arriba para buscar el cuarto de baño. Cuando lo encontré, examiné mi reflejo en el espejo mientras pasaba un dedo por debajo de los ojos para que el rímel no se me corriera. Me tragué las lágrimas. No iba a llorar. No iba a llorar delante de nadie.

No había sido consciente.

No había sido consciente de lo «retrasada» que estaba. Había pasado mucho tiempo pensando que mi verdadero amor simplemente aparecería algún día. Me había equivocado. Había estado total y completamente equivocada. Todo el mundo estaba madurando, besándose, teniendo sexo, enamorándose, y yo solamente…

Solamente era una niña.

Y, de seguir así…, ¿acaso me quedaría sola para siempre?

—¡Georgia!

Era la voz de Pip. Me aseguré de que las lágrimas hubieran desaparecido antes de salir del cuarto de baño. Ella no sospechó nada.

—Son unos jodidos idiotas —dijo.

—Sí —asentí.

Trató de mostrarme una sonrisa cariñosa.

—Sabes que terminarás encontrando a alguien, ¿verdad?

—Sí.

—Terminarás encontrando a alguien. Todo el mundo lo hace. Ya lo verás.

Jason me miraba con expresión triste, quizá enternecida. ¿También él me compadecía?

—¿Creéis que he desaprovechado mi adolescencia? —les pregunté. Y ambos me contestaron que no, como hacían los buenos amigos, pero ya era demasiado tarde. Aquella era la llamada de atención que necesitaba.

Necesitaba besar a alguien antes de que fuera demasiado tarde.

Y ese alguien tenía que ser Tommy.

Con la excusa de que tenía frío y quería buscar mi chaqueta en uno de los cuartos de invitados, dejé que Pip y Jason se adelantaran y bajaran a buscar algo de beber, y me quedé en el oscuro pasillo tratando de recuperar el aliento y rehacer mis pensamientos.

Todo iba bien. No era demasiado tarde.

Yo no era ningún bicho raro ni alguien repulsivo.

Aún estaba a tiempo de realizar mi jugada.

Localicé mi chaqueta y también encontré un cuenco con pequeñas salchichas de cóctel apoyado precariamente sobre un radiador, así que cogí ambas cosas. Mientras caminaba de vuelta por el pasillo, vi que la puerta de otro de los dormitorios estaba entornada, así que eché un vistazo al interior y pude contemplar claramente cómo una pareja se estaba metiendo mano.

La impresión hizo que un escalofrío recorriera mi columna vertebral y me dije: «Vale, está bien». Había olvidado que la gente hacía eso en la vida real. Era divertido leer sobre ello cuando se trataba de héroes de ficción o de películas, pero la realidad era más bien como un: «Uf. ¡Ay! Me siento muy incómoda, sacadme de aquí».

Eso sin contar con que seguramente cualquiera pensaría en cerrar bien la puerta si tuviera la intención de meter una parte de su cuerpo dentro de otro.

Me costaba imaginarme en una situación así. Sinceramente, me gustaba la idea en teoría. Tener una pequeña aventura sexual en una habitación oscura en una casa ajena con alguien con quien habría estado tonteando durante un par de meses, pero ¿hacerlo en la vida real? ¿Tener que tocar de verdad los genitales de otra persona? Uf.

Supongo que la gente necesita tiempo antes de estar preparada para algo así. Y además tienes que encontrar a alguien con quien realmente te sientas cómodo. Yo nunca había interactuado con nadie a quien quisiera besar y, menos aún, alguien con el que quisiera…

Bajé la vista a mi cuenco de salchichas. De pronto, había perdido el apetito.

Y entonces una voz a mi lado rompió el silencio.

—Oye —dijo la voz. Alcé la vista y ahí estaba Tommy.

Aquella era la primera vez que hablaba con él.

Obviamente habíamos coincidido con frecuencia. En las pocas fiestas a las que yo había asistido, o de vez en cuando a la puerta del instituto. Aunque, cuando llegó a nuestro centro en primero de bachillerato, ninguno escogimos las mismas materias, pero ocasionalmente nos cruzábamos por el pasillo.

Siempre que lo tenía cerca, me ponía nerviosa. Pero imaginaba que era debido al flechazo.

Realmente no sabía cómo debía actuar ahora que estaba a mi lado.

Tommy señaló al dormitorio.

—¿Hay alguien ahí dentro? Creo que mi abrigo está sobre la cama.

—Creo que alguien se está metiendo mano —contesté, confiando en no haber hablado demasiado alto para que la pareja en cuestión pudiera oírlo.

Tommy dejó caer su mano.

—Oh. Vale, bien. Mmm. Supongo que lo recogeré más tarde.

Hubo una pausa. Nos quedamos un tanto incómodos delante de la puerta. No podíamos oír a las personas que estaban en el dormitorio, pero solo saber lo que estaba sucediendo y que ambos éramos conscientes de ello me hacía sentir ganas de morirme.

—¿Cómo estás?

—Oh, ya ves —contesté evasiva, levantando el cuenco con salchichas—. Tengo salchichas.

Tommy asintió.

—Bien. Bien por ti.

—Gracias.

—Por cierto, estás muy guapa.

Mi vestido de graduación era de un bonito color lila con mucho brillo, pero me habría sentido mucho más cómoda de haber podido llevar mis habituales vaqueros de cintura alta con un jersey de punto. Sin embargo, pensaba que tenía buen aspecto, así que me alegró que me lo dijera.

—Muchas gracias.

—Siento mucho lo del juego de «Verdad o Reto». —Se rio—. La gente puede ser muy gilipollas. Y, para que conste, yo no tuve mi primer beso hasta que cumplí diecisiete.

—¿En serio?

—Sí. Sé que es un poco tarde, pero, ya sabes, es mejor esperar hasta que llegue el momento, ¿no es cierto?

—Sí —asentí, aunque estaba pensando que, si a los diecisiete ya era tarde, entonces yo debía de estar en un geriátrico.

La situación era de lo más extraña. Tommy había sido mi flechazo durante siete años. Pero, ahora que por fin estaba hablando conmigo, ¿por qué no daba saltos de alegría?

Por suerte, en ese momento, mi teléfono vibró. Lo extraje del interior de mi escote.

Felipa Quintana

Sexcúsame, coño, pero ¿dónde estás?

Ja, ja, sexo

He dicho sexo accidentalmente y también coño

Ja, ja, coño

Jason Farley-Shaw

Por favor, vuelve antes de que Pip se beba otro vaso de vino

Felipa Quintana

Deja de hacer insinuaciones en nuestro chat cuando estoy justo a tu lado

Jason Farley-Shaw

En serio, Georgia, ¿dónde estás?

Apagué rápidamente la pantalla del móvil antes de que Tommy pensara que le estaba ignorando.

—Eh… —empecé, sin saber bien qué iba a decirle. Levanté mi chaqueta vaquera talla XL y se la tendí—. Si tienes frío puedes coger mi chaqueta.

Tommy la miró un momento, sin que pareciera importarle que, técnicamente, fuera una chaqueta de chica. Eso me gustó, porque, si hubiera protestado, probablemente habría acabado de golpe con mi flechazo.

—¿Estás segura? —dijo.

—Claro.

Cogió la chaqueta y se la puso. Y, entonces, me sentí un tanto incómoda porque un chico al que no conocía demasiado bien llevara puesta mi chaqueta favorita. ¿No debería sentirme feliz por ello?

—Pensaba sentarme junto al fuego durante un rato —dijo Tommy, apoyándose contra la pared e inclinándose ligeramente hacia mí con una sonrisa—. ¿Quieres… quieres venir?

Fue en ese momento cuando comprendí que estaba intentando ligar conmigo.

Y me dije que mi plan estaba funcionando.

Por fin iba a conseguir un beso de Tommy.

—De acuerdo —acepté—. Deja que mande un mensaje a mis amigos.

Georgia Warr

Pasando el rato con Tommy, ja, ja

Los amores de instituto estaban en mi lista de relatos favoritos de ficción. También me gustaban los de almas gemelas en un universo alternativo o en cafeterías de mundos alternativos, o los de dolor y amnesia temporal.

Imaginaba que los amores de instituto eran lo más parecido que podría experimentar, pero ahora la posibilidad de que me sucediera en la vida real era mayor que cero, y estaba muy nerviosa.

Mi corazón latía desbocado, mi cuerpo transpiraba y me temblaban las manos.

Eso era lo que se sentía con el flechazo, era algo normal, ¿no?

Todo era totalmente normal.

Cuando llegamos junto al fuego, éramos las únicas personas allí. Ya no había ninguna orgía de besos a la vista.

Escogí un sitio junto a la pila de mantas y Tommy se sentó a mi lado, mientras hacía rodar su botellín de cerveza por el brazo de su silla. ¿Qué sucedería ahora? ¿Empezaríamos a besarnos sin más? Dios, confiaba en que no fuera así.

Un momento, ¿pero no era eso lo que yo quería?

Fuera como fuera, debíamos darnos un beso. Al menos eso lo tenía claro. Esta era mi última oportunidad.

—¿Y bien? —dijo Tommy.

—¿Y bien? —repetí.

Pensé en cómo haría para iniciar el beso. En los fan-fics simplemente suelen decir: «¿Puedo besarte?», lo que resultaba muy romántico de leer, pero sonaba muy embarazoso en mi cabeza cuando me imaginaba diciéndolo en voz alta, mientras que en las películas parece que sucede sin ningún diálogo de antemano, y ambas partes se ponen a ello sabiendo exactamente lo que está sucediendo.

Él me hizo un gesto de asentimiento y lo miré, esperando que dijera algo.

—Estás muy guapa —dijo.

—Eso ya lo has dicho —repuse, sonriendo torpemente—, pero gracias.

—Es extraño que no hayamos hablado nunca en el colegio —continuó y, mientras hablaba, posó la mano en la parte superior de mi silla, de modo que quedó extrañamente cerca de mi cara. No sé por qué, eso me hizo sentir muy incómoda. Supongo que porque su piel estaba casi pegada a la mía.

—Bueno, no teníamos los mismos amigos —comenté.

—Sí, y tú eres muy callada, ¿no es así?

Eso no podía negarlo.

—Sí.

Ahora que lo tenía tan cerca, intenté descubrir qué era exactamente lo que me había atraído de él durante esos siete años. Podía asegurar que era convencionalmente atractivo, al igual que se puede afirmar de las estrellas de pop o de los actores, pero nada en él me hacía sentir mariposas en el estómago. ¿Acaso sabía cómo era sentir mariposas? ¿Qué es lo que debía sentir exactamente en este momento?

Él hizo un gesto de asentimiento, como si ya lo supiera todo de mí.

—Eso está muy bien. Las chicas calladas son encantadoras.

¿Qué se supone que significaba eso?

¿Acaso intentaba asustarme? No sabría decirlo. Probablemente estaba muy nerviosa. Todo el mundo se pone nervioso cuando tiene cerca al tío que le lleva gustando desde hace tanto tiempo.

Eché un vistazo hacia la casa sintiendo que ya no quería seguir mirándolo. Entonces descubrí a dos siluetas rondando por la galería, contemplándonos: Pip y Jason. Pip inmediatamente me saludó con la mano, pero Jason parecía bastante apurado y apartó de allí a Pip.

Ambos querían contemplar qué iba a suceder con Georgia y su flechazo de siete años.

Tommy se inclinó para acercarse un poco más a mí.

—Deberíamos hablar más, o algo.

Estaba segura de que no pensaba lo que decía, que solo intentaba ser amable. Imaginé lo que supuestamente sucedería a continuación.

Supuestamente yo debería inclinarme hacia delante, nerviosa pero excitada, y él acariciaría mi pelo apartándolo de mi cara y yo levantaría la vista mirándolo desde debajo de mis pestañas y entonces nos besaríamos, tiernamente, y nos convertiríamos en uno solo, Georgia y Tommy, y luego nos marcharíamos a casa, mareados pero felices, y quizá nunca más volvería a suceder. O puede que él me enviara un mensaje poco después y decidiéramos quedar un día, solo para ver qué sucedía, y en la cita decidiríamos si seguir adelante, y vernos una tercera vez, tras lo cual nos haríamos novios, y un par de semanas después tendríamos sexo, y mientras yo estuviera en la universidad él me mandaría mensajes para darme los buenos días y vendría a visitarme algún fin de semana y una vez terminada la carrera nos iríamos a vivir juntos a un pequeño apartamento junto al río y tendríamos un perro. Él se dejaría crecer la barba, y entonces nos casaríamos, y ese sería el final.

Eso era lo que supuestamente debía suceder.

Podía evocar cada uno de los momentos en mi cabeza. Una ruta sencilla. La salida más fácil.

Y eso podría hacerlo, ¿no es así?

Si no lo hacía, ¿qué dirían Pip y Jason?

—No pasa nada —dijo él—. Sé que no has besado nunca a nadie.

Por la forma en que lo dijo, parecía como si estuviera hablando a un cachorrillo recién nacido.

—Vale —contesté.

Eso me irritó. Me estaba irritando.

Eso era lo que yo quería, ¿no es cierto? ¿Un breve y precioso momento en la oscuridad?

—Oye, mira —continuó, mostrando una sonrisa compasiva en su rostro—. Todo el mundo acaba teniendo un primer beso. No significa nada. Está bien ser nuevo en…, bueno, algo en plan romántico y todo eso.

¿En plan romántico? Sentí ganas de reír. Yo había estado estudiando el romanticismo como una auténtica experta. Como una obsesa investigadora. El romanticismo era mi asignatura estrella.

—Claro —contesté.

—Georgia… —Tommy se acercó más, y entonces lo sentí.

Repulsión.

Una oleada de absoluta y desaforada repulsión.

Estaba tan cerca que me dieron ganas de gritar, ganas de romper algún vaso y de vomitar al mismo tiempo. Mis puños se apretaron en los reposabrazos de la silla e intenté seguir mirándolo, seguir aproximándome a él, besarle, pero estaba muy cerca y me sentía horrorizada, muerta de asco. Quería que aquello terminara.

—Es normal estar nerviosa —dijo él—. De hecho, es bastante entrañable.

—No estoy nerviosa —contesté. Estaba asqueada por la idea de tenerlo tan cerca de mí. Por que quisiera algo de mí. Aquello no era normal, ¿verdad?

Él posó la mano en mi muslo.

Y ahí es cuando me estremecí y, al apartar su mano, tiré su bebida del lateral de la silla, mientras él se lanzaba hacia adelante para intentar cogerla y se caía del asiento.

Directamente sobre el fuego.

Había habido señales. Pero las ignoré todas porque me moría de ganas de estar enamorada.

Luke de cuarto de primaria fue el primero. Lo hizo a través de una nota que introdujo en el bolsillo de mi abrigo durante el recreo. Para Georgia. Eres muy guapa, ¿querrías ser mi novia? Sí [ ] No [ ] Luke.

Marqué la casilla del no y él estuvo lloriqueando toda la clase de Aritmética.

En quinto, cuando todas las niñas de mi clase decidieron que querían tener novios, me sentí excluida, de modo que le pregunté a Luke si aún estaba interesado, pero él ya estaba saliendo con Ayesha, así que me dio calabazas. Todas las nuevas parejas trepaban juntas por la estructura metálica del parque infantil durante la barbacoa de despedida, y yo me sentí triste y sola.

Noah, un compañero del autobús escolar, fue el siguiente, en segundo de secundaria, aunque no estoy segura de que cuente. Me pidió salir el Día de San Valentín porque eso es lo que la gente hacía ese día: todo el mundo quería tener pareja en San Valentín. Noah me daba miedo porque era grande y disfrutaba arrojándole comida a la gente, así que negué con la cabeza y volví a mirar por la ventanilla.

El tercero fue Jian, del colegio de chicos, en cuarto de secundaria. Muchas chicas pensaban que era muy atractivo. Mantuvimos una larga conversación durante una fiesta sobre si el programa «La isla del amor» era un buen reality o no, y entonces intentó besarme cuando todo el mundo estaba borracho, incluidos nosotros dos. Habría sido muy sencillo dejarme llevar.

Habría sido muy sencillo hacerlo.

Pero no quería, porque él no me gustaba.

Y el cuarto resultó ser Tommy, a quien conocía desde niña y que se parecía a Timothée Chalamet, pero al que en realidad no conocía demasiado bien, aunque la verdad es que esta vez sí me desgarré un poco, porque creí que realmente me gustaba. Sin embargo, no pude hacerlo, porque no me gustaba de verdad.

Mi flechazo durante siete años había sido totalmente inventado.

Una elección al azar de cuando tenía once años y una chica me mostró una foto y me dijo que escogiera un chico.

No me gustaba Tommy.

Aparentemente, no me había gustado nunca nadie.

Grité. Tommy gritó. Todo su brazo estaba en llamas.

Él rodó por el suelo y de pronto Pip apareció como salida de la nada, agarró una manta y la arrojó directamente sobre Tommy, sofocando las llamas mientras este exclamaba: «Mierda, mierda», una y otra vez, y yo me quedaba de pie frente a él mirando cómo se quemaba.

Lo primero que sentí fue conmoción. Estaba paralizada. Como si aquello no estuviera sucediendo realmente.

Lo segundo que sentí fue rabia por mi chaqueta.

Esa era mi jodida chaqueta favorita.

Nunca debería habérsela prestado a un chico al que apenas conocía. A un chico que ni siquiera me gustaba.

Jason también había aparecido y le preguntó a Tommy si estaba herido, pero él consiguió incorporarse y negó con la cabeza, quitándose los restos chamuscados de mi chaqueta favorita y mirando su brazo indemne mientras decía:

—¿Qué mierda ha pasado? —Y luego alzó la vista hacia mí y volvió a repetir—: ¿Qué mierda es esta?

Bajé la vista a esa persona a la que había elegido al azar en una foto y declaré:

—No me gustas como para eso. Lo siento mucho. Eres muy agradable, pero yo… No me gustas como para eso.

Jason y Pip se giraron al unísono hacia mí. Una pequeña multitud estaba empezando a congregarse. Nuestros compañeros de clase habían salido al jardín para ver a qué se debía todo ese alboroto.

—¿Qué mierda? —repitió Tommy por tercera vez, antes de verse rodeado por sus amigos, que se habían acercado para ver si se encontraba bien.

Yo no dejaba de mirarlo mientras pensaba: «Esa era mi jodida chaqueta, casi siete años y nunca me gustaste en absoluto».

—Georgia —dijo Pip. Se había colocado a mi lado y ahora tiraba de mi brazo—. Creo que es hora de que nos vayamos a casa.

—Nunca me gustó —declaré en el coche mientras nos parábamos frente a la casa de Pip y yo apagaba el motor. Pip estaba sentada a mi lado y Jason iba detrás—. Siete años en los que he estado engañándome todo el tiempo.

Ambos estaban extrañamente silenciosos. Como si no supieran qué decir. De algún modo inexplicable, casi los estaba culpando. A Pip, al menos. Ella había sido la que me había animado a todo eso. Quien se había estado burlando de mi enamoramiento por Tommy durante siete años.

No, eso no era justo. Nada de esto era culpa suya.

—Todo es culpa mía —dije.

—No lo entiendo —replicó Pip, gesticulando furiosamente. Aún estaba un tanto achispada—. Tuviste un flechazo por él durante años. —Su voz se redujo—. Esta era tu… tu gran oportunidad.

Empecé a reírme.

Es increíble durante cuánto tiempo uno puede engañarse y hacer lo mismo con todo el mundo que le rodea.

La puerta de casa de Pip se abrió, y sus padres aparecieron llevando unas batas, tipo albornoz, a juego. Manuel y Carolina Quintana formaban otra de esas parejas perfectamente enamoradas y con una historia increíblemente romántica detrás. Carolina, que se había criado en Popayán, Colombia, y Manuel, que había crecido en Londres, se conocieron cuando este fue a visitar a su abuela moribunda a Popayán cuando tenía diecisiete años. Carolina era, literalmente, la vecina de al lado, y el resto ya era historia. Esas cosas suceden.

—Nunca he sentido un flechazo por nadie en toda mi vida —reconocí. Estaba empezando a asumirlo. Nunca había sentido un flechazo por nadie, ya fuera chico o chica, ni una sola persona que conociera. ¿Qué podía significar eso? ¿Acaso significaba algo? ¿O simplemente estaba viviendo mal la vida? ¿Había algo malo en mí?—. ¿Podéis creerlo?

Se produjo una nueva pausa antes de que Pip se decidiera a hablar.

—Bueno, está bien. Está bien, tía. Ya sabes que encontrarás a alguien…

—No lo digas —repliqué—. Por favor, no lo digas.

Y no lo hizo.

—Veréis, la idea, la idea en sí misma es agradable. La idea de que me gustara Tommy y de besarlo y de tener un momento precioso junto al fuego después del baile de graduación. Todo eso era muy agradable. Y es todo lo que quería. —Advertí que estaba apretando con fuerza el volante—. Pero en realidad me asquea.

No dijeron nada. Ni siquiera Pip, que siempre se mostraba muy charlatana cuando bebía. Ni siquiera mis mejores amigos podían pensar en alguna palabra amable con la que consolarme.

—Bueno… Ha sido una buena noche, ¿no? —balbuceó Pip mientras se tambaleaba para salir de mi coche. Sostuvo la puerta del pasajero abierta y me señaló con un gesto dramático, mientras la luz de las farolas se reflejaba en sus gafas—. Tú, muy bien. Sobresaliente. Y tú. —Empujó a Jason en el pecho mientras este se trasladaba al asiento de delante—. Excelente. Un trabajo realmente excelente.

—Bebe agua —le aconsejó Jason dándole unas palmaditas en la cabeza.

Observamos cómo caminaba vacilante hasta la puerta principal y era suavemente reprendida por su madre por llegar bebida. Su padre nos saludó con la mano, y le devolvimos el saludo, y luego volví a poner el motor en marcha y salimos de allí. Podría haber sido una buena noche. Podría haber sido la mejor noche de mi vida, si realmente hubiera sentido un flechazo por Tommy.

La siguiente parada era en casa de Jason. Vivía en un edificio construido por sus padres, pues los dos eran arquitectos. Rob y Mitch se habían conocido en la universidad, donde asistían a la misma clase, y habían acabado compitiendo por seguir la misma formación arquitectónica. Rob había ganado, algo que proclamaba merecer, pero Mitch siempre decía que había dejado que le ganara porque le gustaba.

Cuando llegamos frente a su casa, dije:

—La mayoría de la gente de nuestra edad se ha besado con alguien.

A lo que él replicó:

—Eso no importa.

Pero yo sabía que sí. Que importaba. No era casualidad que yo fuera la única que se estaba quedando atrás. Todo lo que había sucedido esa noche era una señal de que necesitaba intentarlo con más ganas o me quedaría sola para el resto de mi vida.

—No me siento como una auténtica adolescente —declaré—. Es como si hubiera fallado en algo. —Y Jason obviamente no supo qué decir a eso, porque se quedó callado.

Sentada en mi coche en el sendero de acceso a la casa de mi familia, mientras aún me parecía sentir el espectro de la mano de un chico posada en mi muslo, ideé un plan.

Muy pronto iría a la universidad. Allí tendría la oportunidad de reinventarme y convertirme en alguien que fuera capaz de enamorarse, alguien que encajara con mi familia, con la gente de mi edad, con el mundo. Haría un montón de nuevos amigos. Me apuntaría a todos los clubes. Tendría un novio. O una novia, si acaso. Una pareja. Tendría mi primer beso, y tendría sexo. Yo solo era una flor tardía. No iba a morir sola.

Lo intentaría con más ganas.

Quería ser amada para siempre.

No quería vivir sin amor.

Segunda parte

El viaje a la Universidad de Durham duraba seis horas, y me pasé la mayor parte del tiempo contestando al aluvión de mensajes que Pip me mandó por Facebook. Jason ya se había mudado un par de días antes y, aunque Pip y yo habíamos confiado en poder viajar juntas, al final resultó que mis maletas y cajas ocuparon completamente el maletero del coche de mi padre y también parte del asiento trasero, así que decidimos escribirnos mensajes e intentar localizarnos la una a la otra a lo largo de la autopista.

Felipa Quintana

¡Nuevo juego!

Si nos vemos por la autopista, conseguimos 10 puntos

Georgia Warr

¿Y qué obtenemos si conseguimos la mayoría de los puntos?

Felipa Quintana

La gloria eterna

Georgia Warr

Me gustaría conseguir una buena ración de gloria eterna

Felipa Quintana

TÍA, ¡¡¡ACABO DE VERTE!!!

Te he saludado con la mano y no me has visto

Rechazo

Una tragedia moderna, por Felipa Quintana

Georgia Warr

Lo superarás

Felipa Quintana

Necesitaré mucha terapia

Tú pagas

Georgia Warr

No pienso pagar tu terapia

Felipa Quintana

Qué antipática

Pensé que eras mi amiga

Georgia Warr

Usa tus 10 puntos para pagar la terapia

Felipa Quintana

QUIZÁ LO HAGA

El trayecto se hizo interminable, a pesar de los mensajes de Pip para hacerme compañía. Mi padre fue dormido casi todo el tiempo. Mi madre había insistido en elegir ella la emisora de radio, dado que estaba conduciendo, y todo fue autopista, destellos grises y verdes, y una sola parada para repostar. Mi madre me compró un paquete de patatas fritas para el camino, pero estaba demasiado nerviosa por el día que tenía por delante para poder probarlas, así que se quedaron sin abrir en mi regazo.

—Nunca se sabe —había dicho mi madre en un intento por animarme—. ¡Pero quizás encuentres algún joven encantador en tus clases!

—Quizá —respondí. «O a una joven encantadora. Dios, a cualquiera. Por favor. Estoy desesperada».

—Mucha gente conoce a la pareja de su vida en la universidad. Como tu padre y yo.

Mi madre solía mostrarme regularmente los chicos que pensaba que podían resultarme atractivos, como si yo pudiera simplemente dirigirme a alguien y preguntarle si quería salir conmigo. En todo caso, nunca pensé que sus elecciones fueran atractivas. Pero ella no perdía la esperanza. Sobre todo, creo, movida por la curiosidad. Estaba deseando saber qué clase de persona elegiría. Como cuando estás viendo una película y solo deseas que empiece la trama amorosa.

—Sí, es posible —repuse, no queriendo decirle que su intento por animarme solo me hacía sentir peor—. Eso estaría muy bien.

Empezaba a notar como si fuera a ponerme mala.

Pero probablemente todo el mundo se sentía así antes de empezar la universidad.

Durham es una pequeña y antigua ciudad con un montón de colinas y calles empedradas que me gustó al instante, porque me hizo sentir como si estuviera reviviendo la novela de Donna Tartt, El secreto, o inmersa en algún drama universitario igualmente profundo y misterioso, donde hubiera mucho sexo y asesinatos.

Y no es que estuviera precisamente de camino a experimentar alguna de las dos cosas.

Tuvimos que conducir hasta un enorme descampado, hacer cola con el coche y esperar a que nos convocaran, porque los colegios mayores de la Universidad de Durham son todos muy pequeños y no tienen aparcamiento propio. Muchos estudiantes y sus padres se apeaban de los coches para hablar unos con otros, mientras todos esperábamos. Sabía que yo también debía bajarme y empezar a socializar un poco.

Mi teoría era que mi timidez e introversión estaban íntimamente ligadas con mi situación de «no gustarme nadie». Tal vez porque no hablaba con muchas personas, o puede que, simplemente, la gente me agobiara en general, y por eso nunca había querido besar a nadie. Si lograba mejorar mi confianza y procuraba ser un poco más abierta y sociable, tal vez sería capaz de hacer y sentir todas esas cosas, como la mayoría de las personas.

Empezar la universidad era un buen momento para intentarlo.

Felipa Quintana

Oye, ¿estás en la cola?

Me he hecho amiga de la vecina del coche de al lado

Se ha traído un enorme helecho con ella

Mide metro y medio de alto

Última hora: el helecho se llama Roderick

Estaba a punto de contestar o puede que incluso de salir del coche para conocer a la amiga de Pip y a Roderick cuando mi madre volvió a poner el motor en marcha.

—Nos están llamando —dijo, apuntando un poco más adelante donde alguien con un chaleco reflectante nos estaba haciendo señas.

Mi padre se volvió en redondo para sonreírme.

—¿Estás lista?

Aquello sería duro, sin duda, y daría un poco de miedo y probablemente sería vergonzoso, pero me convertiría en alguien que podría experimentar la magia del romance.

Sabía que tenía «toda una vida por delante y que algún día sucedería», pero sentía que si no era capaz de cambiar y hacer que eso sucediera en la universidad ya nunca pasaría.

—Sí —contesté.

Y, por otra parte, tampoco quería esperar. Quería que sucediera ya.

—¡Oh, no! —exclamé ante la puerta del que sería mi dormitorio durante los próximos nueve meses, al tiempo que algo dentro de mí se desmoronaba.

—¿Qué pasa? —preguntó mi padre dejando una de mis bolsas en el suelo y bajando las gafas desde lo alto de su cabeza.

—Oh, bueno —repuso mi madre—, sabías que existía la posibilidad de que esto sucediera, cariño.

En el centro de la puerta de mi dormitorio habían pegado mi foto y al pie estaba escrito «Georgia Warr» en tipografía Times New Roman, al lado de la foto de otra chica con largo pelo castaño y una sonrisa que parecía ingenuamente positiva en su naturalidad, coronada por unas cejas perfectamente depiladas. Debajo de la misma aparecía el nombre de «Rooney Bach».

Durham era una antigua universidad inglesa regida por un estricto sistema escolar. En lugar de edificios dedicados a residencias, la universidad estaba compuesta por «colegios mayores» diseminados por toda la ciudad. El colegio era el lugar donde dormías, te duchabas y comías, pero también una institución a la que mostrabas tu lealtad por medio de los distintos eventos organizados por sus miembros, prestando apoyo a sus equipos deportivos y participando en los distintos comités rectores de los estudiantes.

St. John’s College, el colegio en el que había sido aceptada, era un viejo edificio. Y, debido a ello, algunos estudiantes que se alojaban en él debían compartir habitaciones.

Simplemente, no había considerado que pudiera tocarme a mí.

Una oleada de pánico me invadió. No podía tener una compañera de cuarto: muy pocos estudiantes en Inglaterra tenían compañeros de cuarto en la universidad. Necesitaba mi propio espacio. ¿Cómo se supone que iba a dormir o a leer mis fan-fics o a vestirme o a hacer cualquier cosa con alguien más en la habitación? ¿Cómo se supone que podía relajarme cuando me iba a ver obligada a socializar con otra persona cada momento que estuviera despierta?

Mi madre apenas pareció advertir que yo había entrado en pánico. Solo dijo:

—Bueno, démonos prisa entonces. —Y abrió la puerta por mí.

Rooney Bach ya estaba allí, vestida con unas mallas y un polo, regando un helecho de metro y medio de alto.

Lo primero que Rooney Bach me dijo fue:

—¡Oh, Dios!, ¿eres Georgia Warr?

Como si yo fuera una celebridad. Pero ni siquiera esperó mi respuesta antes de apartar el vaso con el que regaba, coger de su cama un gran rollo de un grueso tejido azul agua, que supuse que sería una alfombra, y tendérmelo.

—Alfombrilla —dijo—. ¿Alguna pega?

—Mmm —farfullé—. Es genial.

—Vale, perfecto. —Sacudió la alfombrilla en el aire y luego la posó en el centro de nuestra habitación—. Ya está. Le hacía falta una nota de color.

Creo que me hallaba ligeramente en shock, porque solo entonces eché un vistazo en condiciones a la habitación. Era grande, pero bastante sobria, como esperaba que fuera: los dormitorios de las viejas universidades inglesas nunca son acogedores. La moqueta tenía un mohoso tono azul grisáceo, el mobiliario era de color beige y con aspecto de plástico, y nuestras camas, muy pequeñas. Rooney ya había extendido unas brillantes y floreadas sábanas sobre la suya. En cambio, la mía parecía como salida de un hospital.

La única parte agradable de la habitación era la enorme ventana de guillotina. La pintura del marco de madera se estaba desconchando y sabía que entraría mucho aire por ella, pero era bastante bonita, y se podía ver todo el paisaje hasta el río.

—¡Qué bien has decorado todo ya! —le estaba diciendo mi padre a Rooney.

—Oh, ¿eso cree? —contestó esta. E inmediatamente procedió a hacer a mi madre y a mi padre toda la visita de su lado de la habitación, mostrándoles los detalles principales: una fotografía enmarcada de unas praderas (le gustaba salir a pasear al campo) y un cartel de Mucho ruido y pocas nueces (su obra favorita de Shakespeare), su cubre edredón de forro polar (también azul agua, para hacer juego con la alfombrilla), la planta de interior (cuyo nombre, lo había oído bien, era Roderick), una lámpara color agua para la mesa (de John Lewis) y, lo más importante, un cartel gigante en el que se podía leer «No dejes de soñar despierto» escrito con una enrevesada caligrafía.

Durante todo el tiempo estuvo sonriendo. Su pelo, recogido en una cola de caballo, se balanceaba a un lado y a otro, mientras mis padres trataban de no perder ripio debido a lo rápido que hablaba.

Me senté en mi cama en la mitad gris de la habitación. No había traído ningún póster, tan solo algunas fotografías impresas de Pip, Jason y yo.

Mi madre me miró desde el otro lado de la habitación mostrándome una sonrisa compungida, como si supiera que deseaba volver a casa.

—Puedes enviarnos mensajes siempre que quieras, cariño —dijo mi madre, cuando nos despedimos en la puerta del colegio. Allí de pie en la calle empedrada, en medio del frío de octubre, me sentí vacía y perdida, con mis padres a punto de dejarme.

«No quiero que os marchéis», era lo que deseaba decirles.

—Y Pip y Jason están un poco más abajo de la calle, ¿no es así? —continuó papá—. Puedes acercarte y quedar con ellos en cualquier momento.

Pip y Jason estaban alojados en otro colegio diferente, el University College, o «Castillo», como era comúnmente apodado por los estudiantes de aquí, ya que, literalmente, formaba parte del castillo de Durham. Ambos habían dejado de contestar a mis mensajes un par de horas antes. Probablemente porque estaban muy ocupados desembalando sus cosas.

«Por favor, no me dejéis sola», deseé decirles.

—Sí —contesté.

Eché un vistazo a mi alrededor. Este sería mi hogar a partir de ahora.

Durham. Era como un pueblo salido de una adaptación de Dickens. Todos sus edificios eran altos y antiguos. Cada casa parecía construida con fragmentos de piedra. Ya podía imaginarme recorriendo las calles adoquinadas y entrando en la catedral vestida con mi traje de graduación. Aquí era donde se suponía que debía estar.

Ambos me abrazaron. Pero no lloré, a pesar de que tenía muchas, muchísimas ganas de hacerlo.

—Este es el comienzo de una gran aventura —dijo mi padre.

—Puede ser —murmuré en su chaqueta.

No podía soportar la idea de quedarme allí y ver cómo se alejaban por la calle de camino al coche, de modo que, en cuanto se dieron la vuelta para marcharse, yo hice lo mismo.

De regreso a mi habitación, encontré a Rooney pegando una fotografía en la pared, justo en medio de todos sus carteles. En la fotografía aparecía ella, quizá con trece o catorce años, al lado de una chica con el pelo teñido de rojo como el de Ariel, la Sirenita.

—¿Es esa tu amiga de la infancia? —pregunté. Al menos era un buen modo de comenzar la conversación.

Rooney giró la cabeza para mirarme y, durante un instante, me pareció percibir una extraña expresión cruzar por su rostro. Pero entonces desapareció, reemplazada por su ancha sonrisa.

—¡Sí! —contestó—. Es Beth. Ella… obviamente no está aquí, pero… sí. Es mi amiga. ¿Tú conoces a alguien en Durham? ¿Estás sola aquí?

—Oh, bueno, dos de mis mejores amigos también han venido, aunque les ha tocado el Castillo.

—¡Oh, eso está muy bien! Una pena que no consiguieras plaza en el mismo colegio.

Me encogí de hombros. Aunque la junta de admisión de Durham tenía en consideración las opciones del colegio que habías elegido, no todo el mundo conseguía la primera opción. Yo también había intentado alojarme en el Castillo, pero había terminado aquí.

—Lo intentamos, pero, bueno...

—Estarás bien —aseguró Rooney—. Seremos amigas.

Quiso ayudarme a desembalar mis cosas, pero rechacé su ofrecimiento, decidida al menos a hacer esto por mi cuenta. Mientras deshacía el equipaje, ella se sentó en su cama charlando conmigo, y así supimos que ambas habíamos decidido estudiar Literatura. Entonces ella declaró que no se había mirado ninguna de las lecturas de verano. Yo las había leído todas, pero no quise mencionarlo.

Rooney, como muy pronto supe, era increíblemente parlanchina, aunque tenía la impresión de que estaba esforzándose por mostrarse feliz y vivaracha. Lo que me pareció muy conveniente. Quiero decir que era nuestro primer día de universidad, y todo el mundo iba a intentar con todas sus fuerzas hacer amigos. Sin embargo, no fui capaz de averiguar qué tipo de persona era en realidad, una cuestión sin duda preocupante, dado que íbamos a estar conviviendo la una con la otra durante casi un año entero.

¿Nos haríamos amigas íntimas? ¿O terminaríamos la una con la otra antes de marcharnos en verano y no volveríamos a hablarnos?

—Y bien… —Examiné la habitación en busca de algo de lo que hablar, antes de que mis ojos aterrizaran en su póster de Mucho ruido—. ¿Te gusta Shakespeare?

La cabeza de Rooney se apartó de su móvil.

—¡Sí! ¿Y a ti?

Asentí.

—Mmm, bueno, sí. Allá en mi casa, formé parte de un grupo juvenil de teatro e interpreté un montón de obras en el colegio. Shakespeare siempre fue mi favorito.

Eso consiguió que Rooney se sentara más erguida con los ojos muy abiertos y resplandecientes.

—Espera un momento. ¿Tú actúas?

—Mmm…

Había actuado, pero, bueno, ahora la cosa era un poco más complicada.

Al comienzo de mi adolescencia, deseaba ser actriz y, por esa razón, me uní al grupo de teatro juvenil al que Pip ya asistía y empecé a presentarme a las audiciones para las obras de teatro del colegio con ella. Y se me daba bien. Conseguí notas muy altas en la clase de interpretación del colegio. Normalmente me ofrecían papeles bastante principales con mucho diálogo en los dramas y musicales que representábamos.

Pero, a medida que fui haciéndome mayor, actuar empezó a ponerme nerviosa. Y cuantas más obras interpretaba, más sentía el miedo escénico, hasta que finalmente, cuando me presenté a la audición de Los miserables, estando en segundo de bachillerato, temblaba tanto que fui relegada a un papel de solo una frase e, incluso así, al llegar el momento, vomitaba antes de cada función.

De modo que, tal vez, una carrera como actriz no fuera lo más adecuado para mí.

A pesar de todo, planeaba continuar actuando en la universidad. Aún disfrutaba imaginando papeles e interpretando guiones; era la audiencia lo que me generaba problemas. Solo necesitaba trabajar mi confianza. Me apuntaría a la sociedad de teatro estudiantil y quizá me presentaría para alguna obra. Necesitaba unirme al menos a una sociedad, si quería «ampliar mi círculo, abrirme y conocer a gente nueva».

Y encontrar a alguien del que enamorarme.

—Sí, un poco —contesté.

—Oh, Dios. —Rooney se llevó una mano al corazón—. Eso es increíble. Podemos apuntarnos juntas al TED.

—¿El TED…?

—El Teatro Estudiantil de Durham. Se encargan básicamente de coordinar todas las asociaciones de teatro de Durham. —Rooney balanceó su cola de caballo hacia atrás—. La sociedad de Shakespeare es, literalmente, la principal sociedad a la que quiero apuntarme. Sé que la mayoría de los novatos participan en la Función de Novatos, pero he echado un vistazo a las obras que representaron en años anteriores y parecen bastante aburridas. Así que al menos voy a intentar unirme a la de Shakespeare. Dios, estoy rezando para que hagan alguna tragedia. Macbeth es, literalmente, mi gran sueño…

Rooney continuó sin que pareciera importarle si yo la estaba escuchando o no.

Teníamos algo en común. Actuar. Y eso era bueno.

Quizá Rooney fuera mi primera nueva amiga.