Sin Patricio - Walter Veltroni - E-Book

Sin Patricio E-Book

Walter Veltroni

0,0

Beschreibung

Un grafiti sobre un muro de Buenos Aires: "Patricio, te amo. Papá". Cinco hipótesis. Cinco historias intensas y conmovedoras sobre el amor entre padres e hijos, sobre angustias y sueños, sobre el pasado y el futuro. Son historias que hablan de una gran nación, como la Argentina, de un sangriento pasado de opresión y torturas, pero también de amor —los amores puros y absolutos de la infancia y de la adolescencia— y de mitos populares, como el fútbol. Son historias sobre las aspiraciones de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo: la amenaza del terrorismo, la necesidad de actuar contra la injusticia, el anhelo de darle un sentido más humano a la existencia o de encontrar un Dios en nombre del cual trabajar para ayudar a los hombres. Sobre todo, este libro —en el que por primera vez Veltroni se entrega por completo a la invención narrativa— es un tributo al amor que une a padres e hijos y a los sentimientos que acompañan ese vínculo tan profundo: la competencia, el respeto, la emulación, pero también la esperanza y la desesperación por un hijo perdido, por un padre jamás conocido.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 68

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Walter Veltroni

Sin Patricio

Traducción de Dora Pentimalli

Veltroni, Walter

Sin Patricio / Walter Veltroni. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2017.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

Traducción de: Walter Veltroni.

ISBN 978-987-599-535-2

1. Narrativa Italiana. 2. Novela. I. Veltroni, Walter, trad. II. Título.

CDD 853

Título original: Senza Patricio

©2004-2017 Rizzoli Libri S.p.A. / BUR Rizzoli, Milan

Diseño de tapa: Juan Pablo Cambariere

©Libros del Zorzal, 2017

Buenos Aires, Argentina

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la Ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de este libro, escríbanos a: <[email protected]>

Asimismo, puede consultar nuestra página web:

<www.delzorzal.com>

Índice

I | 7

II | 17

III | 24

IV | 30

V | 39

A Martina y a Victoria.

Un día de mi vida, uno cualquiera, pasando por una calle de Buenos Aires vi un grafiti en un muro. El color de la pintura sobre una superficie sin alma. Cuatro palabras: “Patricio, te amo. Papá”. En casi cincuenta años, nunca había visto un grafiti de un padre dedicado a un hijo. Imaginé entonces historias que pudieran haber producido el gesto de esa inscripción. En esa tierra melancólica y triste, con el alma suspendida en el tiempo, todo parece épico y grande. Incluso un acto tan simple. Diecisiete letras escritas por alguien, un día, sobre un muro.

I

Tal vez Patricio esta noche me viene a buscar. Yo lo espero. Como siempre. Viene cuando yo lo decido. Se va cuando yo lo decido.

Bajo al campo con la silla, respiro el aire de la noche y espero. Espero el momento mejor, la mejor luz, la mejor disposición de las estrellas y de las nubes, el mejor momento del viento, ni poco ni demasiado. Espero que dentro de mí la espera haya crecido lo suficiente y de la misma forma los recuerdos me hayan invadido. Espero que llegue esa melancolía que le hace bien a la razón, que abre puertas cerradas, que dibuja mapas desconocidos.

Espero. Hace toda una vida que espero algo. Espero personas, espero amores, espero logros, espero caricias. Espero sin impaciencia, disfruto su sabor excitante. “Algo sucederá”, pensar esto me da incluso más energía que vivir aquello que ocurre. Porque imagino, sueño, preveo, calculo.

Ahora se levanta un viento cálido. Ni siquiera me revuelve el pelo, el poco que me queda. Me acaricia, como el anuncio de algo bueno.

Era un viento distinto, ardiente e impetuoso, el que esperaba sobre la pista. Era el viento de la tierra que se levantaba, del paso hirviente de un motor, de la pasión de un regreso. Yo le preparaba las luces, le guiaba el camino. Sin mí, faro y brújula, se hubiera perdido, distraído y soñador como era. Yo, mientras escrutaba la noche, tenía a mano una botella de cerveza, sumergida en hielo. Cuando volvía tenía sed y era lo primero que pedía para tomar, cuando abría la carlinga y se quitaba el gorro de cuero. No terminaba la pregunta y ya sus manos estaban heladas por la botella.

Cuando me preparaba para su aterrizaje, me acordaba, infaltablemente, de la primera vez que lo había visto. Era el final de los años veinte, hace cincuenta años, y me acababan de contratar en la nueva Aeroposta Argentina. Me había examinado, con mirada severa, el jefe de la compañía. Un tipo alto al que llamaban Tonio; lo habían mandado desde Francia desde esa empresa, L’Aéropostale, que ya era un mito para todos nosotros, apasionados de motores, de trenes de aterrizaje, de alas y de carlingas.

Se decía que a finales de la guerra —en ese entonces no estaba numerada, era sólo la guerra— alguien en Francia había decidido intentar lo imposible. Unir Toulouse con Casablanca. Y después con Dakar. Y de allí atravesar el océano infinito. Antes de L’Aéropostale, para llegar a la Argentina desde Europa se tardaba más de un mes. Trenes, barcos, un viaje interminable. El fundador de la compañía propuso en cambio unir Francia con Buenos Aires en una semana. Y lo logró. Había algo legendario en esa aventura. Los diarios locales hablaban de ello como de un mundo que se acercaba. No como una amenaza sino como una buena nueva.

Cuando leí, en la oficina de empleo, que la nueva compañía argentina, filial deL’Aéropostale, buscaba un mecánico factótum, sentí que estaba hablando de mí. Era el sueño de mi vida. Me dijeron que fuera a una oficina y preguntara por el comandante Saint-Exupéry. Lo hice, tímido como cualquier veinteañero que se encuentra ante la posibilidad de realizar el mayor sueño de su vida. Ocuparme de aviones, cuidarlos, participar de esta gran aventura. Si Tonio me hubiese dicho que sí, lo habría abrazado.

Cuando entré en su oficina, un lugar maravillosamente desordenado, me quité la gorra y la tuve entre las manos, que no sabía dónde poner. El hombretón no levantó la cabeza de las páginas sobre las que estaba escribiendo. Hubo un largo silencio incómodo. Fue en uno de esos momentos que saboreé, por primera vez, el placer excitante de la espera. Esperaba todo. En orden: su mirada, sus primeras palabras, mis respuestas, su decisión, el destino de mi existencia. Todo en ese silencio, todo en esa espera.

Cuando esa cabeza se levantara habría dado el primer paso. Los ojos de quien te mira por primera vez dicen si lo has decepcionado, si tu aspecto físico corresponde a sus expectativas. Me erguí, bien derecha la espalda, cuando él comenzó a mover la cabeza. Me pareció que pasaba una eternidad desde el comienzo de ese movimiento hacia arriba hasta el momento en que su cabeza, por fin derecha, se detuvo y sus ojos me indagaron.

“¿Qué le gusta hacer?”, me preguntó.

“Me gustan los aviones”, respondí.

“No alcanza”, murmuró entre dientes.

“Me gusta el vuelo.”

“Ya va mejor. ¿Qué le gusta?”

“El ruido del motor, el silencio del cielo.”

Su mirada adquirió intensidad. “¿Usted sabe cuál es nuestro trabajo?”

“Llevar el correo hacia Europa y hacia Chile, Perú, Bolivia, Paraguay…”

“¿Qué aviones usamos?”

Me retorcí la gorra y respondí, incierto: “Creo que los Laté, 25, 26 y 28”.

“¿Los conoce?”

“Sé todo sobre su estructura, pero nunca toqué uno.” Después añadí: “Como con las mujeres”.

El grande Tonio sonrió. “Verá, no hay diferencia. Tocar el comando es como rozar la piel de una bella mujer, entrar en las nubes es como hacer el amor.”

El resto de la frase lo borré por distracción, porque me había quedado atrapado en la primera palabra, en ese verbo conjugado en futuro, “verá”.

Esa palabra era un anuncio, una promesa, un ramo de flores aún no entregado.

Pero Tonio, el grande, me heló, amable. “No sonría. No todavía. No he usado las palabras al azar. Le dije ‘verá’. No le dije ‘hará’. Porque usted, imagino, ha leído y visto aviones. Palabras, fotografías, pero un avión es otra cosa. Es mucho más. Yo quiero solamente que usted mire, mire el avión entero. Mire las alas, los comandos, las hélices, los bulones, uno por uno. Quiero que el avión sea su vestido, su piel. Quiero que mire alrededor del avión, todo. Todo lo que se necesita para su vuelo o su reposo. Lo contrato para observar. Pero si sus ojos son perezosos, si mira pero no ve, usted volverá ante las listas de la oficina de empleo.”

No sabía si reír o llorar. Entendí que la vida difícilmente reserva alegrías sin riesgos y dolores sin salida. Me salió sólo una palabra, espejo de mi aturdimiento: “¿Entonces?”.

El hombre grande no se sorprendió, tal vez se fastidió. Me dijo, frío: “Entonces usted toma una linda silla, la pone cerca de la base de salida de la pista y durante ocho horas al día usted tiene solamente que mirar y ver, tiene que fotografiar en su cabeza los movimientos de todos. Después de una semana se podrá levantar. Acercarse al avión, tocarlo, examinarlo. Después otra semana en la oficina de la base encargándose de las hojas de vuelo, de los paquetes de correo y de proveer el bar. Tres semanas, después decidiré, mirando aquello que sus ojos quisieron ver. Puede preguntarle todo a Luis, el mecánico que eventualmente sustituirá, y que dentro de un mes tiene que ir a Santa Cruz para abrir una nueva base de vuelo”.