Sobre música, músicos y otras memorias - Erik Satie - E-Book

Sobre música, músicos y otras memorias E-Book

Erik Satie

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Beschreibung


Multifacético y revolucionario, Erik Satie irrumpió en la música a principios del siglo XX con una sutileza inesperada. Creó piezas para piano, música de mobiliario, para películas mudas y cabarets; sólo una arista de su amplia reflexión como compositor. Además, escribió sobre la crítica y los críticos, de sus contemporáneos y de la música. Estas reflexiones, cargadas con un irónico sentido del humor y su personalidad libre de toda regla, fueron publicadas en revistas de la época como fragmentos que parecieron nunca completar una obra en su totalidad.
Ordenados temáticamente, en este libro se reúnen textos provenientes de columnas que Satie tituló Memorias de un amnésico, Cuadernos de un mamífero, Observaciones de un imbécil (yo) y Crónica musical, entre otros escritos diversos.
 

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Sobre música, músicos y otras memorias Erik Satie Títulos originales de las columnas: Mémoires d’un amnésique, Cahiers d’un mammifère, Chroniques musicales, Observations d’un Imbécile (Moi). 

© 2017 de la traducción por FERNANDO CORREA-NAVARRO © 2018 de la primera edición por LA POLLERA EDICIONES

Primera edición, La Pollera Ediciones (2018) ISBN 978-956-9203-64-0 RPI 276.447

Edición: Ergas / Leyton Diseño: Pablo Martínez Pintura de portada: detalles de Brasserie d´Etudiants de Jean-Georges Béraud

LA POLLERA EDICIONES www.lapollera.cl / [email protected]

Índice
A modo de prólogo a Erik Satie
SOBRE MÚSICA
SOBRE MÚSICOS
OTRAS MEMORIAS

A modo de prólogo a Erik Satie

Fernando Correa-Navarro

Erik Satie entró a mi vida como casi todas las cosas importantes: por casualidad. Estaba yo en mi departamento sentado a la mesa, tratando de escribir, y por la ventana escuché un piano elegante, terso, distinguido, pero a su vez, lacónico, nostálgico, de una belleza absoluta. La melodía no la había escuchado nunca, y me retraje, como si pudiera ver la suave cincelada de los dedos golpeando las teclas. Una corta melodía pero de profundidad insospechada para mí en ese momento. La escuché entera y después que mi vecino hubo terminado me asomé. ¿De quién es eso?, pregunté mirando la puerta que podía ver desde mi ventana. Eyy, ¿de quién es ese tema?, eyy... Después de unos segundos, sorprendido, pero inquieto y asustado, mi vecino salió y me vio asomado a la ventana. Hola, ¿cómo andás? ¿A quién tocabas? Satí, respondió todavía como si no creyera que yo le estuviera preguntando. ¿Satí?, ¿cómo se escribe? Tal como suena, Erik Satí, pero con una e después de la i.

Meses después mi amigo Tomás, venezolano apátrida de novio con una francesa muy francesa, me pidió cuidar el departamento donde vivían. Iban por dos semanas a la casa de los padres de ella y a dar un paseo por los países bálticos. Yo acepté sin pensarlo. En ese tiempo estaba sin trabajo y me ofrecieron una pequeña suma de dinero por cuidar el departamento y sus gatos. No recuerdo el nombre de los animales, pero eran muy insoportables y malcriados. Tomás, lector de clásicos y músico, ella, pianista y profesora de piano, lectora empedernida de su tradición. El primer día, además de alimentar y preocuparme de sus animales, revisé los discos que tenían y la biblioteca. Entre Maupassant y Dickens, un librito azul, en rústica, de letras blancas, de algo así como 15 x 21 centímetros, llamó mi atención. En forma de libro Satie aparecía casualmente de nuevo. Leí un par de hojas a la rápida. Me parecieron interesantísimas las referencias a Debussy, Stravinski, Cocteau y a otros personajes de la Francia artística de las primeras décadas del 1900, además de su opinión.

Busqué si había alguna traducción de sus escritos por internet. Encontré que editorial Ardora lo había publicado con el mismo nombre en España el año 94, y que Editorial Acantilado había publicado otro bajo el título de Cuadernos de un mamífero. Con la intención de revisarlo profundamente me lo llevé sin decir nada. Mi amigo Tomás y su novia parecieron darse cuenta; no me hablaron en mucho tiempo.

Después de buscar por librerías y páginas web conseguí las dos ediciones publicadas en España. Ni la una ni la otra tenían lo mismo. La de Acantilado, traducida por M. Carmen Llerena, se había preocupado de sus óperas teatrales y de algunos poemas, además de estar ilustrada por Charles Martin. La de Ardora, traducida por Loreto Casado, tenía sólo algunos de los textos de Mémoires d’un amnésique, pero sin la elegancia ni la austeridad, ni el sarcasmo y la preocupación discursiva de Satie.

En este libro que usted ya tiene en sus manos, encontrará textos publicados en revistas de música, de letras y arte, en suplementos, en publicaciones mensuales y diarias, en catálogos y algunos discursos previos a su muerte; y encontrará también su carácter vanguardista y meticuloso, la perseverancia única a quien la música todavía no le había entregado nada.

Nota editorial

Este libro contiene escritos pertenecientes a “Memorias de un amnésico”, “Cuadernos de un mamífero”, “Observaciones de un imbécil (yo)” y “Crónicas musicales” entre otros textos diversos publicados en revistas y periódicos de la época, como cartas y opiniones. Se decidió darles un orden temático para mantener a la vista el propósito de cada uno.

Cabe señalar que en varios de estos artículos, por ser opiniones y reflexiones en torno a una actualidad del arte y la música, están diseminadas numerosas referencias a personajes, otros medios de prensa y obras. Para no llenar el libro de largas notas al pie que pudieran molestar en la lectura, hemos considerado solamente lo que creemos necesario para la comprensión inmediata del texto.

Las cursivas, guiones, puntos suspensivos y otras marcas, son de Satie.

SOBRE MÚSICA 

El que soy (fragmento)

Revue musicale S.I.M., número 4 de 1912

Todo el mundo les dirá que no soy músico. Esto es correcto.

Desde el inicio de mi carrera, fui, enseguida, clasificado entre los fonometógrafos. Mis trabajos son puramente fonométricos. Tómese los “Fils des Étoiles” o los “Morceaux en forme de poire”, “En habit de Cheval” o la “Sarabandes”, se perciben como si no hubiera ningún trasfondo musical en la creación de estas obras. Es el pensamiento científico el que domina.

Por lo demás, me gusta medir un sonido más que entenderlo. Con fonómetro en mano, trabajo muy, pero muy contento.

¿Qué no he pesado o medido? Todo Beethoven, todo Verdi, etc. Es curiosísimo.

La primera vez que me serví de un fonoscopio, examinaba un sí bemol de mediano cuerpo. No he visto jamás, les aseguro, cosa más repugnante. Pedí a mi criado hacerlo escuchar.

En el fonopesador un fa sostenido común, muy común, alcanzó 93 kilogramos. Emanaba de un sólido y basto tenor de quien tomé el peso.

¿Conocen la limpieza del sonido? Este es bastante sucio. El hilado es más pulcro; saber clasificarlos es toda una cosa y demanda buen ojo. Aquí estamos ante la fonotécnica.

Con respecto a las explosiones sonoras, a menudo tan desagradables, el algodón, fijo en las orejas, las atenúa correctamente. Aquí estamos ante la pirofonía.

Para escribir mis “Pièces Froides”, me serví de un caleidófono-registrador. Me tomó siete minutos. Pedí a mi criado hacerlo escuchar.

Creo poder decir que la fonología es superior a la música. Es muy diversa. El presupuesto financiero rinde más. Le debo mi dinero.

En todo caso, al motodinamófono, un fonomensador mediocremente utilizado puede, fácilmente, percibir más sonidos que hasta el más hábil músico, al mismo tiempo, con el mismo esfuerzo. Es la gracia de lo que tanto he escrito.

El futuro está, por lo tanto, en la filofonía.

El futuro está, por lo tanto, en la filofonía.

Entorno perfecto (fragmento)

“Memorias de un amnésico” en Revue musicale S.I.M., número 7 y 8 de 1912

Vivir rodeado de gloriosas obras de Arte, es una de las alegrías más grandes que puedan experimentarse. En medio de los preciados monumentos del pensamiento humano que la modestia de mi fortuna me hizo elegir para compartir mi vida, hablaré de un magnífico falso Rembrandt, intenso y profundo en su ejecución, buenísimo para exprimir el vapor de los ojos, como una fruta grasosa, en exceso verde.

Podrían ver también, dentro de mi oficina, una tela de belleza indiscutible, objeto de admiración única: el exquisito Retrato atribuido a un desconocido.

¿Ya les hablé de mi falso Téniers? Es de una adorable y suave cualidad, obra rara entre las demás.

¿No son acaso joyas exquisitas, encastradas en dura madera? ¿Sí?

Sin embargo, ¿qué supera a estas obras magistrales; qué las comprime de un peso formidable con una genial majestuosidad; qué las palidece debido a su deslumbrante luminosidad?: un falso manuscrito de Beethoven –sublime sinfonía apócrifa maestra– comprado piadosamente por mí, hace diez años, creo.

Las obras del grandioso músico, aquella 10a sinfonía, todavía desconocida, es una de las más suntuosas. Sus proporciones son vastas como un palacio; sus ideas, umbrosas y frescas; sus desarrollos, precisos y exactos.

Era necesario que esta sinfonía existiera: el número 9 no sabría ser beethoviano. Él amaba el sistema decimal: “Tengo diez dedos”, explicó.

Venidos para sumergir filialmente esta obra maestra, de sus orejas meditativas y reflexivas, algunos, sin razón, creyeron en una concepción inferior de Beethoven, y lo dijeron. Fueron más lejos incluso.

Beethoven no puede ser inferior a sí mismo, en ningún caso. Su técnica y su forma se mantienen augurales, incluso en lo ínfimo. No puede aplicársele lo rudimentario. No le intimida que le imputen epítetos a su persona artística.

¿Creen ustedes que un atleta, durante largo tiempo famoso, cuya fuerza y habilidad fuesen reconocidas como parte de sus triunfos públicos, no pueda sostener fácilmente juntos un simple ramo de tulipanes y jazmines? ¿Sería menos, si la ayuda de un niño se suma?

No lo encontrarán.

Mis tres candidaturas (fragmento)

“Memorias de un amnésico” en Revue musicale S.I.M., número 11 de 1912

Más contento que yo, Gustave Charpentier es miembro del Institut de France. Recibió allí los tiernos aplausos de viejos amigos.

Yo fui, tres veces, candidato a la Delicada Reunión: a la silla de Ernest Guiraud; a la silla de Charles Gounod; a la silla de Ambroise Thomas.

Los señores Paladilhe, Dubois & Lenepveu fueron, sin razón, preferidos a mí. Y esta es mi gran pena.

A pesar de no ser muy observadores, me parece que los Preciados Miembros de la Academia de Bellas Artes usaron, hacia mi persona, una testarudez, una molestia intencional y una obstinación premeditadísima. Y esta es mi gran pena.

Cuando eligieron al señor Paladilhe, mis amigos me dijeron: “déjalo: más tarde, él votará por ti, Maestro. Su voz será de un gran peso”. Yo n [...]