Solo para sus ojos - Liz Fielding - E-Book
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Solo para sus ojos E-Book

Liz Fielding

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Beschreibung

Es tu cuerpo lo que deseo dibujar, no tu ropa. Natasha Gordon, una agente inmobiliaria, había visto su reputación por los suelos tras el fracaso de uno de sus anuncios publicitarios. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para restaurar su buen nombre. Incluso pedirle a Darius Hadley, un artista muy sexy, que le diera otra oportunidad de vender su antigua mansión. Pero él era un duro negociador: ¡Natasha debía posar desnuda para él! Ella sabía por experiencia que no debía fiarse de los hombres, y mucho menos de uno que le había pedido quedarse sin ropa. ¿Cuál fue la extravagante respuesta de Darius?: "Yo me desnudaré también, si así te sientes más cómoda".

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Seitenzahl: 191

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Liz Fielding

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Solo para sus ojos, n.º 2550 - agosto 2014

Título original: For His Eyes Only

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4595-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

Portadilla

Créditos

Sumário

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Publicidad

Capítulo 1

NATASHA Gordon se sirvió media taza de café. La necesitaba. Su primera cita había sido a las ocho y no había parado desde entonces.

—¿Qué es eso tan importante que ha pasado? Iba de camino a St John’s Wood para enseñar un apartamento a un cliente cuando recibí un mensaje de Miles diciéndome que lo dejara todo y viniera aquí directamente.

Janine, la recepcionista de Morgan & Black, siempre al corriente de todos los rumores, se encogió de hombros.

—Si eso fue lo que te dijo, será mejor que no le hagas esperar —dijo Janine con una sonrisa.

Sin duda, sabía del asunto más de lo que aparentaba.

Tash dejó la taza de café y subió los escalones de dos en dos. Tenía fundadas esperanzas para pensar que Miles Morgan, el socio de Morgan & Black, la agencia que controlaba la mayoría de las transacciones inmobiliarias de Londres, podía darle el puesto de «asociado» que había quedado vacante en la empresa.

Trató de serenarse al llegar a la puerta del despacho de Miles.

Se recogió el pelo con el prendedor de plata de su bisabuela, se estiró la falda y se abrochó el botón de arriba de la blusa antes de abrir la puerta.

—¡Janine! ¿Ha venido ya? —exclamó Miles sin levantar la cabeza del escritorio, y luego añadió al ver a Tash—: ¿Dónde demonios has estado?

—Estuve a primera hora enseñando la casa de Chelsea a un matrimonio. Se mostraron muy cautos y reservados, pero a la esposa le brillaban los ojos como las luces de Blackpool durante su Festival Anual de Iluminación. Seguro que nos harán una oferta hoy mismo. No he parado en toda la mañana. ¿Tan urgente es esto, Miles? He quedado con Glencora Jarrett para enseñarle el apartamento de St John’s Wood dentro de media hora y el tráfico está imposible.

—Olvida eso. Ya he enviado a Toby.

Toby era la pareja ocasional de Natasha. Había ido a Australia a un campeonato de rugby y ella no esperaba su vuelta hasta fin de mes.

—¿Toby? Pero lady Glencora me pidió que fuera yo personalmente...

—Olvida a Su Señoría y echa un vistazo a esto —dijo Miles, acercándole la última edición del Country Chronicle.

La revista estaba abierta por una sección en la que se anunciaba a toda página Hadley Chase, una mansión histórica y señorial de la campiña inglesa que acababa de ponerse en venta.

En la foto, la densa niebla del amanecer la había dotado de un aura dorada llena de encanto que ocultaba sus muchas deficiencias.

—Ha quedado muy bien en la foto —dijo Tash—. Seguro que lloverán las llamadas.

—Espera y sigue leyendo.

—Sé lo que dice, Miles. Yo escribí el artículo. Con tu aprobación.

—No. Yo no aprobé... esto.

Tash frunció el ceño. Conocía el carácter irascible de Miles, pero se imaginó que debía de haber algo más. ¿Se les habría escapado a los dos algún error de bulto? No lo creía probable. Lo había redactado con mucha atención. Leyó detenidamente el artículo que daba cobertura a la foto:

Una mansión señorial del siglo en un lugar privilegiado de Berkshire Downs y con un buen acceso a las autopistas de Londres, Midlands y West. Hasta aquí las buenas noticias. Las malas son...

—Siga, siga, no se detenga.

No era Miles Morgan quien había pronunciado esas irónicas palabras.

Tash se dio la vuelta y vio sorprendida a un hombre mirándola fijamente. Estaba sentado frente a Miles en un sillón de cuero de respaldo alto.

Todo en él parecía oscuro y sombrío. Llevaba un traje oscuro y su pelo y sus ojos eran también oscuros como el azabache. Su atractivo rostro y su seductora sonrisa apenas conseguían dulcificar su aspecto inquietante.

Emanaba una fuerza arrolladora. Sus anchos hombros se enmarcaban bajo una chaqueta de lino arrugada y algo ajada. Llevaba una camiseta ajustada que resaltaba un torso y un abdomen lisos y musculosos. En contraste, tenía unas caderas muy estrechas.

Sus manos eran increíblemente sensuales. Trató de imaginarse lo que podría hacer con ellas si...

Sus ojos la estaban mirando como si quisieran penetrar en cada poro de su piel. Sintió un intenso rubor en las mejillas y un calor ardiente en el vientre que parecía extenderse como un reguero de pólvora por todo su cuerpo...

—¡Natasha!

La llamada de atención de su jefe le hizo volver la vista de nuevo al artículo de la revista.

Trató de recobrar el aliento y siguió leyendo:

Las malas son la humedad, la carcoma, los desconchados de las paredes y las goteras del tejado. Sin duda, el vendedor habría preferido demoler la casa y volver a construir una nueva, pero la mansión, ubicada en el corazón del Green Belt londinense, está declarada de interés histórico y no le está permitido alterar su estructura. Tiene una elegante escalera de roble de estilo Tudor, pero, habida cuenta de su estado de conservación, no sería muy aconsejable utilizarla para subir a ver las plantas superiores.

Tash, aún con el corazón palpitante por la poderosa atracción sexual que aquel hombre despertaba en ella, tuvo que volver a releer el artículo para poder dar crédito a sus ojos.

—No lo entiendo —dijo ella, mirando a Miles—. ¿Cómo ha podido suceder esto?

—Esa es una buena pregunta —replicó el desconocido.

¿Quién sería aquel hombre misterioso?, se preguntó ella.

—Hadley —respondió el hombre como si le hubiera leído el pensamiento.

Tash pensó que tenía que controlarse. Tal vez, lo que necesitaba era una ducha de agua fría...

—¿Hadley? —exclamó ella con voz estridente y desafinada.

Parecía más bien el sonido de una rana asustada. Toda la sangre de su cuerpo, incluida la del cerebro, parecía haberse concentrado en las partes más íntimas y excitables de su anatomía.

La mansión estaba desocupada y la venta había sido promovida por los albaceas testamentarios. Ella nunca había oído hablar de la existencia de ningún heredero legal de carne y hueso.

—Darius Hadley —añadió el hombre, como tratando de despejar todas sus dudas.

Natasha estaba acostumbrada a tratar con todo tipo de personas, desde jóvenes compradores sin apenas unas libras hasta magnates que invertían varios millones en la adquisición de un apartamento o una mansión victoriana en pleno centro de Londres. Sabía que las apariencias podían ser engañosas, pero Darius Hadley no tenía aspecto de ser un hombre cuya familia había estado viviendo en Chase desde el siglo , cuando el rey Charles II había concedido esa propiedad a un rico comerciante llamado James Hadley, en gratitud por haber financiado a la familia real inglesa en el exilio durante la república de Cromwell.

Aquel hombre del pendiente de oro, la chaqueta arrugada y los pantalones vaqueros rotos por las rodillas, parecía más bien un gitano o un pirata. Tal vez la fortuna de los Hadley se hubiera forjado de la mano de sir Francis Drake, saqueando los galeones españoles provenientes de las Américas. O quizá con el legado de algunos antepasados que hubieran elegido la ruta del este para el comercio de la seda y las especias. No en vano tenía un nombre de ascendencia persa.

Hadley Chase, con los rosales trepando por su fachada de estilo Tudor, podría ser una mansión romántica bajo la espesa bruma de un amanecer de principios de verano, pero se necesitaría mucho tiempo y un buen montón de libras para remozarla y hacer de ella una mansión moderna y habitable.

—Natasha Gordon —dijo ella a modo de presentación, tendiéndole la mano—. ¿Cómo está usted, señor Hadley?

—¿Cómo quiere que me sienta? —respondió él, sin responder a su saludo.

Sí, tenía todo el derecho a estar enfadado, se dijo ella. No acertaba a entender quién demonios podía haber alterado el artículo que ella había preparado tan meticulosamente.

—Supongo que enojado —replicó ella, tratando de quitarle hierro al asunto—. No sé lo que ha podido pasar, señor Hadley, pero le prometo que subsanaremos enseguida este pequeño contratiempo.

—¿Pequeño contratiempo, dice? —exclamó Hadley con los ojos brillando de ira como dos carbones encendidos.

Ella sintió un intenso rubor en las mejillas bajo el influjo de su mirada penetrante, pero trató de controlarse poniendo en juego toda su profesionalidad.

—Los compradores inteligentes comprenderán que una mansión histórica como la suya, señor Hadley, pueda tener algunas deficiencias.

—Y estarán dispuestos a arriesgar su vida subiendo por una escalera carcomida, ¿verdad? —apuntó él con ironía.

—¡Natasha! —exclamó Miles con un gesto de reprobación—. ¿No tienes nada que decir al señor Hadley?

—¿Qué? —dijo ella, distraída, sin poder apartar la vista de la seductora curva del labio inferior de Darius Hadley, así como de sus otros atractivos físicos.

Volvió a observar sus poderosos muslos, sus vaqueros raídos y sus botas gastadas. Sin duda, al leer el anuncio de la revista, debía de haber dejado el trabajo que estuviera haciendo para ir directamente a la oficina. ¿Trabajaría de albañil en alguna obra?

—En realidad —añadió ella, tratando de enmendar la situación—, la escalera solo está un poco sucia y descuidada. Nada que una aspiradora no pueda solucionar. Ya aconsejé contratar los servicios de una contrata de limpieza antes de enseñar la casa a nadie. Según los informes de que dispongo, la carcoma ya fue tratada hace años. Son las telarañas las que podrían hacer que cualquier mujer saliese de allí gritando.

—Déjate de bromas, Tash —dijo Miles con el ceño fruncido—. Lo que el señor Hadley está esperando es una explicación y una disculpa.

—No se preocupe, Morgan, ya he oído bastante —declaró Hadley antes de que ella pudiera decir una sola palabra—. Tendrán noticias de mi abogado.

—¿Abogado? ¿Qué pinta un abogado en todo esto? ¿No pensará...?

Darius Hadley interrumpió la frase, dirigiendo a Tash una mirada cortante que pareció durar una eternidad. Ella se quedó absorta, mirando sus ojos letales y sus labios que parecían hechos para el pecado...

Finalmente, satisfecho por el efecto que su mirada había causado en ella, esbozó una leve sonrisa, saludó respetuosamente a Miles con la cabeza y salió de la oficina, dejando el despacho impregnado de su presencia.

Tash apoyó la mano en el respaldo del sillón en el que él había estado sentado. Aún conservaba el calor de su cuerpo que parecía transmitirse a lo largo de todos sus miembros, encendiendo pequeñas chispas en todas sus zonas erógenas conocidas y en otras completamente nuevas para ella.

—Estaba un poco tenso, ¿no te parece? —dijo Tash con voz temblorosa.

—Tenía motivos para estarlo —repuso Miles.

Ella se quedó pensativa. Nunca le había gustado ese tipo de hombres sombríos y melancólicos. Demasiado complicados. Y groseros.

El estruendo de las bocinas de los coches le hizo volver de sus reflexiones. Darius Hadley estaba cruzando la calle sin preocuparse aparentemente del tráfico. Varias personas se arremolinaban en la acera viéndolo pasar en dirección a Sloane Square. La mayoría eran mujeres.

Bien. Al menos, no era ella sola.

De repente, él se detuvo, se dio la vuelta y miró hacia arriba a la ventana, como si adivinara que ella estaría allí observándolo.

—¡Natasha!

Ella parpadeó un par de veces sobresaltada al oír la voz de su jefe.

—¿Has hablado con el Chronicle? —preguntó ella, tratando de disimular su desazón.

—Fue lo primero que hice cuando el abogado del señor Hadley me llamó esta mañana —respondió Miles, levantándose del escritorio y sacando un expediente del archivador—. Toma, léelo. Me lo envió hace una hora.

Era una fotocopia del original del anuncio de Hadley Chase, exactamente igual que el que ella había leído. Tenía el visto bueno y la firma de ella.

—Miles, debe de haber un error —replicó ella, después de leerlo—. Esto no es lo que yo firmé.

—Pero tú lo escribiste.

—Algunas de las frases me resultan familiares —admitió ella—. Pero...

A veces, escribía el borrador de un anuncio resaltando los defectos de una casa para ayudar al vendedor a ver su propiedad a través de los ojos del comprador.

—¡Oh, vamos, Tash! Te conozco bien. El artículo tiene tu estilo peculiar.

—¿Mi estilo peculiar? Todo lo que digo en el artículo es verdad. Los techos están agrietados y la lluvia se puede filtrar por las rendijas —respondió ella, odiándose a sí misma por ponerse a la defensiva a pesar de no ser la responsable de la publicación de aquel artículo.

La casa llevaba abandonada dos años, desde que su último inquilino, aquejado de Alzheimer, había sido ingresado en una residencia.

—¿Y qué me dices de la escalera?

—Me gustaría que hubieras visto con tus propios ojos el polvo y las hojas secas que se han debido de colar por una de las ventanas que tiene los cristales rotos. Vamos, Miles, sabes de sobra que yo sería incapaz de enviar un artículo así al Chronicle.

—¿Estás segura? Has estado trabajando mucho últimamente. Quizá demasiado. Nadie puede mantener ese ritmo de trabajo durante mucho tiempo sin sufrir luego las consecuencias... En fin, todo me hace pensar que debiste de mandar al Chronicle una versión errónea del artículo. En realidad, yo tengo la culpa. Debería haberlo visto venir. Te he estado presionando demasiado últimamente en el trabajo.

—No mandé ninguna versión equivocada del artículo. Si hubiera cometido algún error, ¿no crees que me habría dado cuenta cuando hubiera visto la galerada definitiva?

—No me cabe duda. Si hubieras tenido tiempo para revisarla.

—Revisé palabra por palabra. Además, ¿en qué demonios estaban pensando en el Chronicle? ¿Por qué no se les ocurrió llamarnos para confirmar si era eso lo que de verdad queríamos publicar?

—Lo hicieron. Llamaron a la oficina el día veinte. Así consta en el registro de llamadas.

—Muy bien, ¿y quién fue el imbécil que habló con ellos?

Miles le entregó el registro telefónico para que ella pudiera verlo por sí misma.

—La imbécil a la que te refieres se llama Natasha Gordon.

—¡No!

—Según el jefe de publicidad, tú les aseguraste que se trataba de la versión definitiva del artículo.

—Te aseguro que nadie del Chronicle se puso en contacto conmigo.

—¿Qué pretendes decir? ¿Que el director de publicidad del Chronicle está mintiendo? ¿Que alguien de la oficina se hizo pasar por ti? Vamos, Tash, ¿quién querría hacer una cosa así? ¿Qué sacaría con eso? Pero tienes razón en una cosa —añadió Miles—. El teléfono no ha dejado de sonar en toda la mañana. Pero no por clientes deseando ver Hadley Chase, sino por los columnistas de la prensa sensacionalista, solicitando información adicional con la que echar más leña al fuego.

Tash negó con la cabeza. Ya no servía de nada tratar de averiguar cómo había sucedido todo. Lo que había que hacer era ver la mejor manera de arreglarlo.

—Bien mirado, no hay nada como una publicidad escandalosa. Bien manejada...

—Por el amor de Dios, Tash. Has conseguido que esta empresa y el señor Hadley seamos el hazmerreír de la gente. No hay manera ya de «manejar bien» nada. Nos ha retirado la casa. Además del perjuicio económico que ello conlleva, no solo tendremos que hacer frente a la demanda por daños y perjuicios que nos pondrá probablemente, sino también al deterioro que este asunto va a ocasionar en la imagen y el buen nombre de Morgan & Black.

—Todo eso tendría arreglo si encontrásemos enseguida un comprador —replicó ella—. La noticia aparecería este fin de semana en las páginas centrales de todas las revistas inmobiliarias.

—Me alegro de que te des cuenta de la magnitud del problema.

No había nada como un poco de escándalo para aparecer en las páginas centrales de la prensa especializada. Por desgracia, todas las indagaciones que ella había hecho sobre el origen de la fortuna de los Hadley habían sido infructuosas. La familia se había mostrado siempre muy cauta y reservada. Sin embargo, se imaginaba que, si James Hadley había sido el benefactor del rey de Inglaterra en el exilio, Charles II le habría concedido algo más que aquella pequeña mansión londinense. Tal vez, un título y un lugar en la corte.

Probablemente, Darius Hadley habría tratado de ocultarlo, presentándose de aquella manera tan informal, con el pelo revuelto y un pendiente en la oreja. Había algo misterioso en él, además de su poderoso atractivo, y ella estaba dispuesta a averiguarlo.

La idea le atraía por muchas razones.

—Vamos, Miles. La casa está en un sitio privilegiado y los compradores dispuestos a pagar ese dineral no se van a volver atrás por unas cuantas deficiencias propias de cualquier mansión de esa antigüedad. Haré algunas llamadas y me pondré en contacto con ciertas personas. ¡Maldita sea! ¡Si hace falta, iré a Hadley Chase y barreré yo misma esa casa!

—No harás nada, ni hablarás con nadie. Yo te diré lo que vamos a hacer. Te he reservado una habitación en la clínica Fairview...

—¿La Fairview?

Era una clínica muy prestigiosa donde acudían las celebridades con problemas de adicción a las drogas o al alcohol.

—Vamos a emitir un comunicado diciendo que estás sufriendo una crisis de estrés y que vas a pasar una o dos semanas en reposo absoluto bajo supervisión médica.

—No.

Ella ya había tenido de niña bastante experiencia con las enfermedades como para pasar un solo minuto más en un hospital sin una causa justificada.

—Mientras te recuperas, tendrás tiempo para reflexionar sobre tu futuro.

—¿Mi futuro? Tienes que estar bromeando, Miles. Esto se te está yendo de las manos. Esta empresa necesita ideas nuevas, una persona joven con iniciativa que..

—Lo único que necesita —dijo Miles recalcando muy bien sus palabras— es tu colaboración. He hablado con Peter Black y él ha puesto el caso en manos de nuestros abogados. Todos estamos de acuerdo en que esta es la mejor solución.

Ella se dio cuenta de que no quería escucharla. No deseaba saber lo que había sucedido, solo quería salvaguardar la reputación de su empresa. Necesitaba una cabeza de turco. Y esa era su firma en el anuncio.

—¿Qué clase de abogados tenemos que se prestan a encubrir una mentira?

—¿De qué mentira hablas? Una crisis le puede ocurrir a cualquiera de nosotros.

¿Una crisis?

Tash estaba a punto de estallar. Miles esperaba que ella aceptase ingresar en la clínica Fairview para poder decir a su consejo de administración que el problema estaba resuelto. Pero ella no iba a tirar su carrera por la borda. Estaba dispuesta a defenderla con uñas y dientes.

—No me prestaré a hacer tal cosa.

—Es lo mejor que se puede hacer para resolver esta pesadilla que tú misma has creado, Natasha. Te recomiendo por tu propio bien que colabores.

—¿Por mi propio bien? Dirás por el tuyo. Me quedaré sin empleo. A menos, claro, que estés dispuesto a recibirme con los brazos abiertos después de mi cura de reposo y tenga ese puesto de asociada por el que tanto he luchado en estos últimos años.

—Tengo que pensar en la empresa. Por favor, Natasha, no hagas esto más difícil. ¿Por qué no admites que cometiste un error porque estabas enferma? Todo el mundo, tal vez incluso el propio señor Hadley, lo comprenderá y te verá con buenos ojos. A ti y a la empresa.

—Yo no cometí ningún error —repitió ella con firmeza.

Pero incluso sus propias palabras estaban empezando a sonarle como a la niña que, con la crema en los labios, se negaba a confesar que se había comido los pastelitos que su madre había preparado para el desayuno de su reunión benéfica.

—Lo siento, Natasha, pero, si te niegas a colaborar, nos veremos obligados a despedirte, alegando haber ocasionado el descrédito de la empresa. En ese caso, no tendremos más remedio que demandarte por los perjuicios causados de forma intencionada.

—No estoy enferma. Puede que el anuncio no fuera del agrado del señor Hadley, pero todo lo que se decía en él no era más que la verdad. Si estás dispuesto a seguir adelante con este juego, yo también. ¿Quién sabe lo que podemos encontrar debajo de la alfombra? —dijo ella desafiante, saliendo por la puerta sin esperar la respuesta de su jefe.

Ya sabía a qué atenerse. O declararse una chiflada o enfrentarse a una demanda. No tenía ningún sentido seguir con aquella discusión.

Capítulo 2

¿CÓMO se había atrevido Miles a hacerle una cosa así? ¿Cómo había podido sugerirle que podría estar sufriendo un estrés o una crisis que había perjudicado a la empresa?

¡Maldita fuera! Tenía que saber que todo aquello no era más que una sarta de mentiras. Una basura que alguien quería echar sobre ella.

A pesar de su arrogante despedida, estaba temblando cuando salió del despacho de Miles Morgan y se dirigió al hall de recepción.

Janine estaba esperándola. Le había faltado tiempo para prepararle una caja de cartón con sus pertenencias.

—Está todo —dijo Janine con una sonrisa irónica—. Aunque no hay nada de valor.

Tash no se molestó en contestarla. Tomó la caja y se dirigió a la puerta. Oyó entonces de nuevo la voz de Janine.

—¡Espera! Miles me dijo que me dieras las llaves.

Debía de temer que entrara por la noche e hiciera algún tipo de sabotaje, se dijo ella.

Dejó la caja en el suelo, sacó del llavero la llave de la oficina y se la dio a Janine sin decir una palabra.

—Y las del coche —añadió la recepcionista.

Hasta ese momento, nada de todo aquello le había parecido real, pero el BMW descapotable era la bonificación que Miles le había dado por conseguir e incluso superar los objetivos de ventas anuales. Aquel coche era un motivo de orgullo para ella, así como de envidia para los compañeros de la empresa. ¿Podría haberle tendido alguno de ellos una trampa para conseguir...?

Pensó que debía apartar esos pensamientos si no quería acabar volviéndose loca de verdad.